jueves, 22 de agosto de 2019

LA INVASIÓN DE BAHÍA DE COCHINOS. PRIMERA FASE

Paramilitares anticastristas se lanzan en paracaídas
cerca de Varadero la noche del 28 de febrero de 1961

El 28 de febrero de 1961, un transporte Curtiss C-46 decoló del aeropuerto de Opa Locka, en el sector sudoccidental de Miami y enfiló directamente hacia las costas de Cuba. Media hora después, el piloto informó al personal ubicado en la parte posterior, que en aproximadamente diez minutos alcanzaban el objetivo. Los cinco cubanos que viajaban en la bodega se pusieron de pie, controlaron sus correajes, revisaron sus mochilas y se alinearon junto a la puerta, en espera de la señal.
Debajo de ellos, el mar era una mancha negra que se extendía hasta el infinito y por encima, las estrellas se deslizaban lentamente, brillando con una extraña intensidad. Pocos kilómetros delante, alguna que otra luz, débil y dispersa, señalaba la presencia de la costa.
El piloto tomó nuevamente el micrófono e informó que volaban sobre el punto de lanzamiento, una región despoblada entre Varadero y La Habana, al sudeste de Santa Cruz del Norte, donde elementos de la resistencia aguardaban para recoger a los comandos y guiarlos a sus escondites.

En la bodega, el suboficial encargado dio el ok, abrió la compuerta y levantó su pulgar derecho indicando que todo estaba en orden.
El primero en saltar fue el jefe del grupo, seguido uno tras otro, por los cuatro hombres restantes. Cayeron en picada un par de metros y enseguida desplegaron sus paracaídas, para comenzar a descender lentamente, apenas balanceados por la brisa.
En tierra, elementos del MRR1 observaban en todas direcciones, intentando dar con el aparato, cuyos motores se escuchaban a la distancia. Debían estar atentos por si alguna patrulla llegaba de golpe y había que disparar.
Los cinco comandos aterrizaron sin problemas, llevando consigo su carga de armas, explosivos y municiones. Ni bien terminaron de recoger sus paracaídas, un débil halo de luz les indicó la presencia de los enlaces, quienes al cabo de unos minutos, surgieron de las sombras portando sus armas. Entre todos cargaron los bultos y siguiendo los pasos del que parecía ser el guía, se dirigieron hasta un camino de tierra donde aguardaban estacionados dos vehículos.
Los paracaidistas fueron alojados en una finca de las inmediaciones y en la mañana siguiente, distribuidos en diferentes casas operativas de La Habana y Camagüey, donde debían esperar la llegada de un importante cargamento que la CIA, enviaría por mar.
El segundo grupo de asalto llegó por vía aérea, en un vuelo de línea que aterrizó en Rancho Boyeros. Simulaban ser estudiantes universitarios de regreso en el país y hasta utilizaron sus pasaportes y nombres reales para ingresar, confiados en prácticas previas que habían efectuado en Estados Unidos, antes de partir.
El tercer grupo (el más numeroso), entró por mar, utilizando una pequeña embarcación de escasos 25 pies de eslora (probablemente el “Seagull”), que partía de Miami y los depositaba en la costa norte de la isla, previo contacto con radio operadores clandestinos, con los que debían sincronizar sus movimientos. Se hicieron varios de estos viajes y en todos ellos, elementos del MRR aguardaban a los comandos para recogerlos y trasladarlos hasta los refugios.
En uno de esos viajes llegó Félix Rodríguez, el mismo día que lo hicieron los cinco paracaidistas. El buque los dejó en los Arcos de Canasi, localidad próxima a Santa Cruz del Norte y una vez allí, un comando de la resistencia de la sección de las Villas, integrado por veinticinco campesinos de la zona, los guió a pie hasta la carretera que unía Matanzas con La Habana. Los llevarlos hasta una pequeña casa, propiedad de una pareja de ancianos, empleados de la compañía de electricidad, donde quedaron alojados, hasta la llegada de nuevos enlaces, con los que debían iniciar acciones de sabotaje2.
Eso desmiente lo que afirma Jon Lee Anderson en su biografía del Che, cuando sitúa a Félix Rodríguez en el grupo de paracaidistas que se arrojaron sobre los descampados del sudeste, ese mismo día.
Treinta y cinco fueron los hombres que se infiltraron por esos medios, para brindar apoyo a la resistencia y ofrecer soporte logístico a los invasores. Pero las cosas se planificaron mal desde el comienzo y el importante cargamento de armas que debía ser despachado desde Estados Unidos, nunca llegó.
Pese a ello, los comandos dejaron su equipo listo para el momento en que fuese necesario usarlo, en especial los explosivos con los que pensaban volar los puentes carreteros que conducían hacia los puntos de desembarco y cortar de ese modo, la ruta de acceso a los tanques soviéticos de Castro.


Lejos de allí, en Pinar del Río, existe una gruta denominada “la Cueva del Guerrillero”, porque el Che Guevara la escogió para montar un puesto de mando alternativo durante la invasión de Bahía de Cochinos.
En realidad de trata de la Cueva de Los Portales, descubierta por un explorador español en el año 1800, quien la bautizó con su apellido3. En 1896 fue refugio de campesinos, cuando las incursiones del capitán general Valerio Wayler asolaron la zona y poco después pasó a manos del Dr. José Manuel Cortina, hábil abogado y político pinareño, constructor del parque nacional Güira y de un castillo renacentista italiano en La Habana.
Luego del triunfo de Kennedy en las elecciones del 8 de noviembre de 1960, el Che fue nombrado comandante militar de Pinar del Río, de allí su interés en ubicar un lugar adecuado para instalar su comandancia.
La Cueva de los Portales en Pinar del Río. El Che establecerá su comandancia allí

Acababa de establecer la Escuela de Preparación Especial para las milicias populares en la cercana Loma del Taburete, municipio de Candelaria, cuando llegó a la región para levantar su cuartel general.
Fueron los campesinos quienes lo condujeron hasta allí, durante una primera recorrida de inspección que hizo con su segundo, el comandante Francisco Durante, con motivo del alerta nacional ante la amenaza de una invasión norteamericana.
De movida el lugar le agradó. Se trataba de un punto estratégico, a resguardo de los ataques aéreos, entre las montañas y la vegetación.
Se dice que la barraca de bloques de cemento que se alza en el interior de la cueva, a un costado, la mandó edificar en 1962, durante la crisis de los misiles, pero el Che estuvo allí poco antes de la incursión en Playa Girón, de ahí que posiblemente, esa edificación date de entonces o que, al menos, se haya levantado otra anterior, en el mismo lugar4.
Lo cierto es que ahí cerca se encontraba el Che cuando la madrugada del 15 de abril de 1961, se produjo el primer ataque de la aviación anticastrista.


Veinticuatro horas antes (14 de abril), tuvo lugar una nueva reunión en la Casa Blanca y Kennedy había vuelto a pedir explicaciones sobre la invasión. Luego, cuando creyó que estaba todo en orden, miró a McNamara y tras unos segundos de silencio, dio la orden de poner en marcha la operación.
Esa misma noche le telefoneó a su padre, en su residencia de Haynnis Port, para decirle que había adoptado la temeraria decisión. Solo esperaba que las predicciones de sus estrategas fueran las correctas y que la participación de Estados Unidos quedase en las sombras.
El viejo Joe le dio ánimos, diciéndole que había hecho lo correcto, que debía actuar con firmeza y que tenía trabajando para él a la mejor gente del mundo. Y para insuflarle más bríos, le recordó a Truman a la hora de decidir el lanzamiento de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki.
En ese mismo momento, a casi tres mil kilómetros de distancia, la fuerza invasora iniciaba sus aprestos.


15 de abril. Operación Puma
Si algún furtivo viajero, hubiese enfocado sus binoculares a la distancia, la noche del viernes 14, habría observado un movimiento inusitado en la Base Aérea de Puerto Cabezas.
Diez aviones se alineaban uno tras otro en la pista, el primero, un PBY Catalina y los nueve restantes, bombarderos B-26B con la insignia de Cuba pintada en su cola y sus números de matrícula en la nariz, algo por delante de la cabina. Pero lo más llamativo era que se les habían quitado las defensas posteriores, donde solían ir montadas las ametralladoras calibre 50, para agregarles un  tanque extra de combustible, necesario para cubrir un trayecto largo.
En torno a ellos, se movía un enjambre de hombres, la mayoría mecánicos, técnicos, operarios y supervisores, quienes iban y venían, algunos dando indicaciones, otros efectuando ajustes o cargando combustible desde los camiones cisterna, los menos observando en silencio o conversando en grupos reducidos.
Cuando las agujas del reloj marcaban las 0 horas, los tripulantes del primer avión treparon a su interior y se acomodaron en sus puestos mientras el personal de tierra efectuaba los últimos controles.
Bombardero B-26B

En el cercano poblado, la gente debe haber percibido el resplandor del potente sistema que iluminaba la base, ubicaba en el extremo norte, pero tenían prohibido acercarse a ella.
En la cabecera oeste, el PBY Catalina de rescate aguardaba, con sus motores en marcha, mientras el personal de tierra hacía señales. A las 0.30, la torre emitió la orden y segundos después, el piloto inició el carreteo, para elevarse lentamente y perderse en la profundidad de la noche.
Una hora y media después, el ajetreo seguía en la base, ahora con mayor intensidad.
Los relojes marcaban las 02.01 cuando las tripulaciones se ubicaron en sus asientos y encendieron los motores. Más allá de la pista, en dirección a los edificios, la escena se repetía, con los miembros de la Brigada y el personal militar norteamericano observando la escena, algunos en silencio, otros reunidos en grupos, conversando animadamente entre sí.
A bordo, en las aeronaves, pilotos y navegantes efectuaban el último chequeo, observando detenidamente sus tableros mientras el personal de tierra procedía a retirar el equipo y los vehículos de combustible se alejaban hacia los hangares.
A las 02.30 la torre de control impartió la orden y siguiendo las indicaciones de los señaleros, el primer bombardero comenzó a carretear, seguido por los ocho restantes a intervalos de 30 segundos entre uno y otro.
La escuadrilla había sido dividida en tres secciones denominadas “Puma” (nombre de la operación), “Gorila” y “Linda”, cuya misión era atacar los aeropuertos de la isla. El objetivo de la primera, era la Base Aérea de Campo Columbia/Ciudad Libertad, en las afueras de la capital, punto “Campamento Libertad”, para quienes habían programado la misión. El de la segunda, el Aeropuerto “Antonio Maceo” de Santiago de Cuba y el de la tercera, la Base Aérea de San Antonio de los Baños, al sudoeste de La Habana.
Los bombarderos se hallaban alineados uno tras otro, con la sección “Puma” en primer lugar, tripulada por José Crespo como piloto y Lorenzo Pérez como navegante a bordo del aparato Nº 1. Le seguían Daniel Fernández Mon y Gastón Pérez en el Nº 2; Osvaldo Piedra y José Hernández en el Nº 3 y detrás suyo los “Linda”, con Luis Cosme y Nildo Batista en el primero (matrícula FAR 929), René García y Luis Ardois en el segundo y Alfredo Caballero y Alfredo Maza en el tercero.
Los “Gorila” decolaron en último lugar, con el capitán Gustavo Ponzoa Álvarez como piloto y Rafael García Pujol como navegante en el Nº 1 (matrícula FAR 931), el capitán Gonzalo Herrera y Ángel López en el Nº 2 (matrícula FAR 933) y Raúl Vianello Alacán y Demetrio Pérez en el Nº 3, cerrando la formación.
Recibida la orden de partida, los pilotos empujaron sus palancas, dieron máxima potencia a sus turbinas y levantaron sus pulgares indicando a la gente en tierra, que todo estaba ok.
José Crespo echó una última mirada a los indicadores del tablero y enseguida comenzó a carretear mientras afuera, al costado de la pista, mecánicos, operarios y brigadistas saludaban agitando sus brazos y lanzando sonoros “vivas”.
El avión se elevó pesadamente, seguido por sus compañeros de sección. Inmediatamente después decolaron los “Linda”, llevando en sus entrañas dos bombas de 250 kg y diez de 125, cada uno.
El primer “Gorila” partió sin novedad, seguido por el Nº 2, pero cuando le llegó el turno al de Vianello, su aparato experimentó fallas en el sistema de vuelo y no logró despegar. El personal en tierra creyó que la aeronave iba a salirse de pista cuando, para su alivio, la vieron frenar a escasos dos metros del final.
Los pesados aparatos cubrieron los pocos metros que los separaban de la costa y se internaron en el mar, bajo un cielo despejado, tachonado de estrellas. Los seis primeros viraron lentamente hacia el norte, pasando a escasa distancia de las islas Miskitos, en tanto los dos restantes, encabezados por el capitán Gustavo Ponzoa Álvarez, ponían rumbo a Jamaica, a más de 500 km de velocidad.
Los precedía el PBY Catalina, tripulado por oficiales norteamericanos, quienes llevaban su propio plan de vuelo. Debían posicionarse en un área dentro de las aguas jurisdiccionales, al sur de Cuba, y aguardar allí, por si alguno de los atacantes entraba en emergencia. Se desconocen los detalles de esta misión pero lo más seguro es que el aparato haya orbitado entre la Isla de Pinos y Guantánamo durante el tiempo que duró la incursión, sin internarse en tierra firme más que 12 millas de la costa.


Los bombarderos volaron casi todo el trayecto en silencio de radio, tratando de no perderse unos a otros, atentos al tablero y a las indicaciones de sus navegantes.
Los escasos habitantes de la isla Serranilla5 (si es que había alguno despierto) se deben haber sorprendido al escuchar sobre sus cabezas los motores de dos aviones solitarios volando en dirección nordeste. Algo similar debió suceder en Jamaica cuando atravesaron Alligator Pond, Thompson Town, Claremont y Ocho Ríos.
En ese preciso instante, el Estado Mayor en La Habana, recibía información sobre un posible desembarco en Oriente y de actos de sabotajes en diferentes puntos del país, ignorando que una formación de bombarderos se dirigía hacia allí con intensiones hostiles. Para entonces, elementos de la red clandestina habían incendiado las famosas tiendas “El Encanto” en el corazón de la capital, así como los almacenes “El Ancla” y “La Comercial” de Santiago de Cuba y en la carretera que conducía a Matanzas, un miembro del MRR murió al atentar sin éxito contra la vida de Carlos Rafael Rodríguez, uno de los máximos dirigentes del PSP.


Casi tres horas después de la partida, un débil resplandor comenzó a asomar por el este, preludio del inminente amanecer.
Delante de los “Puma”, unos puntos luminosos en medio de la negrura, indicaban que volaban sobre la isla de Pinos y que se acercaban a la costa meridional de su patria. Lorenzo Pérez señaló a la derecha Santa Fe y algo más adelante aparecieron las luces de Nueva Gerona, junto al río Las Casas.
Más hacia el este, Ponzoa Álvarez y Herrera acababan de sobrepasar Jamaica y se aproximaban rápidamente a Santiago.
Cuando se hallaban a solo 50 kilómetros de la costa, fueron detectados por una patrullera de la Marina de Guerra cubana y eso los obligó a descender hasta los 15 pies, para seguir en esas condiciones durante 30 minutos más.
De pronto, asomaron ante ellos las luces del aeropuerto e inmediatamente detrás, las de la segunda ciudad más importante del país.
El momento había llegado y era imperioso actuar con rapidez.
Ponzoa empujó los comandos y la aeronave comenzó a elevarse, seguida por la de Herrera, que venía a pocos segundos de distancia. Cuando estaban a solo 1000 metros del objetivo abrieron las compuertas inferiores y dos segundos después dejaron caer sus cargas, mientras pasaban de sudoeste a nordeste, a gran velocidad.
La sección "Gorila" llega volando desde el sudoeste

Las bombas de Ponzoa dieron directo en la pista al tiempo que Herrera acribillaba con su metralla a las baterías antiaéreas que les disparaban frenéticamente.
En el segundo ataque los pilotos cambiaron de posición. Sobrevolaron la ciudad haciendo un pronunciado viraje hacia el sudeste y regresaron por el este, Herrera en primer lugar y su compañero detrás, cubriendo su arremetida.
Las trazadoras de 23 y 37 milímetros parecían cortar la obscuridad y las explosiones sacudían la región varios kilómetros a la redonda. Muchos santiagueros se despertaron sobresaltados y los más audaces se asomaron por las ventanas, para ver que estaba sucediendo.
En su tercera corrida, Ponzoa creyó haber impactado varios aviones en tanto las bombas de Herrera daban en los edificios cercanos. Un DC-3 o C-47, estalló envuelto en llamas, lo mismo un PBY Catalina que se encontraba cerca. Pero la antiaéreas alcanzaron al “Gorila” 2, perforando su fuselaje en varias partes, una de ellas su tren de aterrizaje delantero, cuya compuerta quedó colgando y golpeando contra la estructura de metal. Aún así, el piloto impactó a un B-26C que se encontraba estacionado cerca del edificio principal y mientras se alejaba, lo vio estallar y convertirse en una bola de fuego.
Tras una cuarta pasada, después de vaciar sus ametralladoras, los temerarios pilotos se internaron en el mar, convencidos de que habían destruido los depósitos de combustible y el total de los aviones estacionados.


Mientras los “Gorila” incursionaban sobre Santiago de Cuba, los “Puma” y “Linda” llegaban a sus blancos, arrojando sus bombas y accionando sus ocho ametralladoras de proa. Pero las baterías antiaéreas de Ciudad Libertad estaban en guardia y actuaron a tiempo.
El bombardero de Fernández Mon entró disparando detrás de Crespo, pero en el momento de soltar sus cargas, fue alcanzado y se estrelló en el mar, pereciendo ambos ocupantes. En su segunda corrida, Crespo recibió un impacto en el motor derecho y eso lo forzó a alejarse, desprendiendo una débil estela de humo.
En San Antonio de los Baños, los “Linda” tuvieron un poco más de suerte. Los atacantes lograron destruir el T-33 de guardia y un segundo B-26C, aunque dejaron intacta la pista y varios cazas más, que eran su verdadero objetivo.
En su última pasada, el “Linda” 3, tripulado por Caballero y Maza, fue alcanzado y sufrió la rotura de un tubo de combustible, que lo obligó a aterrizar en George Town, capital de la isla Gran Caimán.
Algo similar le ocurrió José Crespo, cuyas averías lo obligaron a hacer lo propio en la Base Aérea de Boca Chica, Cayo Hueso.


El capitán Alberto Fernández saltó de la cama, al escuchar el primer estallido y lo primero que hizo, fue correr a la ventana, para ver que sucedía. Ni bien se asomó, vio a un avión atravesando el cielo. Por eso, cuando su atemorizada esposa le preguntó que estaba ocurriendo, le dijo que, al parecer, las baterías antiaéreas habían disparado contra un aparato propio.

-Parece que se equivocó la artillería y le tiró a un avión nuestro.

Regresaron a la cama pero al cabo de unos segundos, volvieron a incorporarse. Nuevos estallidos, mucho más intensos, sacudían el exterior y el resplandor del fuego antiaéreo, iluminaba la habitación a través de las persianas.
Fernández comprendió que se trataba de un ataque y se apresuró a colocarse el traje de piloto. Cuando salió a la calle, vio a los cadetes saliendo de las barracas y a mucha otra gente corriendo por los alrededores. Ahí se dio cuenta que había dejado las llaves de su automóvil en el interior y por eso regresó a buscarlas.
En ese preciso momento, el segundo avión entró en corrida de tiro, acribillando el sector con su metralla y eso lo obligó a buscar refugio en el portal de su casa.
Ya con las llaves en su poder, se dirigió al vehículo y tomó por la calle principal de la base, en dirección a la plataforma donde se hallaba estacionado el avión de guardia. Las sirenas de los autobombas y las ambulancias sonaban por todas partes, el ruido de las antiaéreas era ensordecedor, la explosiones hacían temblar la tierra y mucha gente corría gritando, aumentando la confusión.
Avión Sea Fury de la FAR

En el trayecto, Fernández vio las trazadoras elevándose hacia lo alto, tratando de alcanzar al tercer atacante o tal vez al primero cuando iniciaba su segunda pasada. El fuego, a ambos lados de la calle era impresionante y el de las bombas de 250 y 125 kilogramos, peor.
En esos momentos, su principal preocupación era no recibir un impacto directo, y por ello pisó el acelerador, para evitar ser blanco fácil. Intentaba llegar al hangar donde se encontraban los dos técnicos que debían asistirlo en su despegue y cuando se desplazaba en esa dirección, sintió los motores de uno de los aparatos casi encima suyo. Pensando que se hallaba en su corrida de tiro, se asomó por la ventanilla y para su tranquilidad, notó que por el ángulo que llevaba, no se dirigía hacia él.
Se acercaba al edificio principal de la base, ubicado a su izquierda, cuando por el camino transversal vio pasar a toda máquina el automóvil del capitán Gustavo Bourzac. Aceleró su motor y se le puso detrás, intentando llegar al hangar de los T-33, para recoger a los técnicos y dirigirse al avión de guardia. Un camión, lleno de soldados, se pegó a su cola por unos instantes pero tomó otro rumbo al cabo de un par de minutos.
Cuando se detuvo, no vio la zanja que se había abierto recientemente junto al edificio y al saltar en el asiento, golpeó su cabeza contra el espejo retrovisor. Había soldados por todas partes, accionando sus fusiles contra los aviones atacantes y eso aumentaba la tensión aún más.
Los dos mecánicos salieron corriendo del hangar, situado a unos metros a la derecha y subieron al automóvil, para partir a toda velocidad hacia la plataforma del avión de guardia. Grande fue su desconcierto al ver que el aparato había sido alcanzado y que se consumía envuelto en llamas.

-¡¡Vamos hacia el avión que está detenido detrás de mi casa!! – gritó Fernández.

Y hacia allí partieron, desandando el camino. Unos metros más adelante, a la derecha, distinguieron a uno de los Sea Fury y al automóvil de Bourzac detenido a al otro lado de la calle. Fernández debió esquivar a su camarada, cuando cruzó la calle en dirección al caza, acompañado por dos asistentes.
Así llegaron a la plataforma detrás de su vivienda. Los técnicos saltaron del vehículo antes de que este se detuviese y corrieron hacia el avión, justo cuando pasaba un autobomba, haciendo sonar su sirena. El primero en llegar fue el asistente que viajaba en el asiento trasero, quien se apresuró a colocar la escalerilla mientras el otro conectaba las mangueras de combustible para completar la carga si era necesario.
Con el ruido de las antiaéreas y los disparos como sonido de fondo, Fernández se acomodó en la cabina y con la ayuda del técnico, se sujetó los correajes, se colocó el casco y se ajustó la máscara de oxígeno, notando recién entonces que le dolía la cabeza a causa del golpe. Acto seguido, encendió la turbina Allison J33-A-35, echó una mirada al tablero y después de comprobar que todo estaba en orden, le hizo una señal al segundo asistente para que quitase los tarugos que sujetaban las ruedas.
Ya amanecía cuando el primer técnico retiró la escalerilla y Fernández cerró la cabina para rodar pausadamente hacia la cabecera de la pista e iniciar el carreteo, ganando velocidad a medida que se desplazaba.
El Lockheed T-33 Shootin Star matrícula 703 se elevó lentamente mientras retrotraía el tren de aterrizaje y el piloto establecía contacto con la torre, para pasar sus coordenadas y evitar que las sus propias antiaéreas lo derribasen.
Ni él ni Bourzac dieron con los atacantes; sobrevolaron durante todo el día un radio comprendido entre 20 y 30 kilómetros más allá de la costa pero para entonces, los B-26B regresaban a Guatemala por el mismo camino que habían llegado.


Mientras los bombarderos volaban hacia sus objetivos, la Central de Inteligencia puso en marcha la segunda fase de la operación.
A las 04.00 de ese mismo día, decoló de Puerto Cabezas el B-26B matrícula FAR 933, tripulado por el capitán Mario Zuñiga, quien luego de cuatro horas de vuelo, aterrizó en el aeropuerto de Miami (08.21) para entregarse a las autoridades norteamericanas en calidad de exiliado. El aparato había sido ametrallado deliberadamente antes de partir, por eso, al ser interrogado, mostró los impactos y manifestó que acababa de desertar de la FAR junto a otros pilotos y que venía de destruir varios aviones en tierra.
Pocos se percataron, en aquel primer momento, que el aparato era un B-26B y no un B-26C como los que usaba la fuerza aérea castrista ya que en lugar de su proa vidriada y de llevar sus ametralladoras bajo las alas, presentaba una estructura cerrada de metal, con las bocas de fuego asomando por las ranuras.
Se trataba de una maniobra de diversión, tendiente a alejar toda sospecha de la participación norteamericana en la operación, que le costaría al embajador Adai Stevenson un serio dolor de cabeza en la ONU.
Los cinco B-26 sobrevivientes, aterrizaron en “Happy Valley” cerca de las 09.30, dos de ellos presentando averías (uno con un orificio en el ala derecha y el otro con el elevador destruido).
Ni bien descendieron de sus cabinas, los pilotos fueron conducidos a la sala de prevuelo para brindar el informe de daños. Estaban convencidos de haber inutilizado buena parte de los aviones estacionados en las bases y destruido los depósitos de combustible, pero los primeros reportes, al día siguiente, trajeron a todos a la realidad. Apenas se habían alcanzado ocho aeronaves, casi todas vetustas o dadas de baja, no se habían tocado las pistas y los tanques de gasolina permanecían intactos6.
También se dañaron varios edificios, incluyendo algunas viviendas próximas a las bases aéreas y perecieron cuatro personas, resultando heridas otras cuarenta7.


16 de abril (Operación Marte)
La noche del 14 al 15 de abril, la Central de Inteligencia norteamericana puso en marcha la Operación Marte, una maniobra de diversión frente a las playas de Imias, localidad próxima a Baracoa, destinada a simular un desembarco y distraer a las fuerzas de Oriente y Camagüey, para debilitar el dispositivo defensivo al producirse la invasión.
Ciento sesenta y ocho exiliados, encabezados por Higinio 'Nino' ​​Díaz, abordaron en Cayo Hueso el SS “Santa Ana”, también llamado “La Playa” (capitán en jefe de operaciones navales Renato Díaz Blanco) y zarparon bajo bandera costarricense, con destino a la costa septentrional de la provincia de Oriente.
Extrañas luces a la distancia

En horas de la mañana, hizo lo propio desde Fisher Island (Miami) el “Seagull”, componente artillado de la unidad de operaciones clandestinas, trasladando a la sección de hombres-rana a la que pertenecían Miguel G. del Valle y Gabriel Arcángel Amador. Unidades navales norteamericanas los escoltaban a la distancia, intentando aparentar una invasión a escala.
Las dos embarcaciones iban a ser utilizadas en una operación similar en Punta Gobernadora, al norte de Pinar del Río, pero la misma se canceló poco antes de ponerse en marcha.
A las 20.00, los capitanes recibieron sus órdenes y una hora después, ingresaron en el área cubierta por los radares costeros, navegando a milla y media del litoral, en dirección este, mientras las tripulaciones ensamblaban los reflectores flotantes y los lanzaban al agua, para aparentar la proximidad de una fuerza anfibia.
La operación dio resultados ya que 30.000 efectivos de las MNR y el Ejército Rebelde fueron movilizados en esa dirección y de esa manera, permanecieron alejados del verdadero objetivo.
El 16 de abril, en horas de la tarde, Fidel Castro proclamó el carácter socialista y marxista de la revolución. Lo hizo durante el entierro de las víctimas del bombardeo aéreo, frente a una multitud enfervorizadas que pedía a gritos armas y venganza, desde el mismo palco y en el mismo sitio que ocupó cuando se produjo el atentado del “Le Coubre”, frente al Cementerio de Colón8.

Eso es lo que no pueden perdonarnos, -exclamó al cabo de una hora y media de discurso- que estemos ahí en sus narices ¡y que hayamos hecho una Revolución socialista en las propias narices de Estados Unidos!
¡Y que esa Revolución socialista la defendemos con esos fusiles! ¡Y que esa Revolución socialista la defendemos con el valor con que ayer nuestros artilleros antiaéreos acribillaron a balazos a los aviones agresores!
Y esa Revolución, esa Revolución, esa Revolución no la defendemos con mercenarios; esa Revolución la defendemos con los hombres y las mujeres del pueblo.
……………………………………………………………………………………..
Compañeros obreros y campesinos, esta es la Revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes Y por esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida.
……………………………………………………………………………………..
Compañeros, -finalizó diciendo en medio de una ovación- todas las unidades deben dirigirse hacia la sede de sus respectivos batallones, en vista de la movilización ordenada para mantener el país en estado de alerta ante la inminencia que se deduce de todos los hechos de las últimas semanas y del cobarde ataque de ayer, de la agresión de los mercenarios.  Marchemos a las Casas de los Milicianos, formemos los batallones y dispongámonos a salirle al frente al enemigo, con el Himno Nacional, con las estrofas del himno patriótico, con el grito de “al combate”, con la convicción de que “morir por la patria es vivir” y que “en cadenas vivir es vivir en oprobios y afrentas sumidos”.
Marchemos a nuestros respectivos batallones y allí esperen órdenes, compañeros9.




Imágenes



Santiago de Cuba. Daños en el Aeropuerto "Antonio Maceo"

El DC-3 de Cubana de Aviación destruido en Santiago

La Habana. Bomberos y milicianos trabajando en el aeropuerto de Ciudad Libertad

Civiles muertos durante el ataque

Antes de morir, el miliciano Eduardo García Delgado
de la artillería antiaérea escribió con su sangre el 
nombre de Fidel en una pared de Ciudad Libertad


F-47 Thunderbolt de la FAR

Un B-26B de la Fuerza Aérea de Liberación (FAL)
en Nicaragua

T-33A de la Fuerza Aérea Revolucionaria (FAR)


Bombardero B-26B matrícula FAR 937 de la aviación anticastrista




Notas
1 Siglas del Movimiento de Recuperación Revolucionario.
2 Claudia Márquez, “El guerrero de las sombras”, Semanario “El Veraz”, San Juan de Puerto Rico. Entrevista realizada por Jay Martínez a Félix Rodríguez para el programa de radio “Magazine Cubano”, con motivo de la aparición del libro de su autoría, titulado igual que la nota. Al momento de desembarcar clandestinamente en Cuba, Rodríguez llevaba entre sus pertenencias un rifle con mira telescópica.
3 También se dice que debe su nombre a sus accesos naturales, bautizada de esa manera por los campesinos de la región.
4 Existe un libro sobre la cueva y la presencia del Che titulado Cueva de Los Portales, del investigador cubano Rafael Azcuy.
5 Islote o banco en el mar Caribe, situado a 15º50’00’’N/79º50’00’’O, entre Nicaragua y Jamaica. Se halla bajo soberanía colombiana y pertenece al departamento de San Andrés.
6 Los resultados fueron realmente desalentadores. En Santiago de Cuba habían sido alcanzados un B-26C, un PBY-5 Catalina y un DC-3 de la línea aérea Cubana de Aviación, en tanto en San Antonio de los Baños los aparatos destruidos fueron el T-33 de guardia, un C-47 (matrícula CU-T172), un B-26C, un viejo F-47 y un AT-6, los dos últimos dados de baja.
7 Un dato curioso lo constituye el T-33 que estalló misteriosamente en el aire unas horas antes del ataque, cuando volaba hacia el aeropuerto “Antonio Maceo”, piloteado por el capitán Orestes Acosta, misterio que aún hoy devela a los historiadores. Pese a que el hecho nunca fue esclarecido, hay quienes sostienen (o al menos desean creer) que se debió a un ataque con cohetes desde la base norteamericana de Guantánamo.
8 Intersección de las avenidas 23 y 12, pleno barrio de El Vedado.
9 Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz, Presidente de Dobla República de Cuba, en las honras fúnebres de las víctimas del bombardeo a distintos puntos de la república, efectuado en 23 y 12, frente al cementerio de Colón, el día 16 de abril de 1961.
http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1961/esp/f160461e.html

Otras fuentes consultadas
-Claudia Márquez, “El guerrero de las sombras”, Semanario “El Veraz”, San Juan de Puerto Rico, http://elveraz.com/articulo384.htm
-José ; Miyar Barruecos, “Las operaciones aéreas de la CIA”
http://www.granma.cu/granmad/secciones/giron-50/recuerdos/artic-06.html
-Circuito Sur. La Historia de Cuba desde 1959, “Abril 1961 Preludio de la Invasión. El bombardeo del día 15 a las bases militares de Ciudad Libertad”
http://aguadadepasajeros.bravepages.com/cubahistoria/cuba_aviones_b2506.htm
-Sitio Bay of pigs 2506 http://bayofpigs2506.com/pagina%20indice%20general.html

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