jueves, 22 de agosto de 2019

LA INVASIÓN DE BAHÍA DE COCHINOS. SEGUNDA FASE

Operación Plutón



La mañana del 10 de abril, una larga hilera de camiones partió desde la Base “Trax”, en las elevaciones occidentales de Guatemala y tomando por los pedregosos caminos de montaña, comenzó a descender hacia el Pacífico, en dirección al campamento “Rayo”, al norte de Retalhuleu
En su interior, individuos en trajes de camuflaje se apretujaban sobre los bancos, con las culatas de sus armas apoyadas en el piso y las mochilas apiñadas a sus pies. Era la Brigada de Asalto 2506 que se dirigía a abordar los transportes que aguardaban en la base aérea, para volar hasta Puerto Cabezas, en la cercana Nicaragua.
La sensación en el interior de los vehículos era la misma, una mezcla de entusiasmo, orgullo, incertidumbre y temor por lo que se avecinaba, emociones que parecían ir aumentando a medida que los vehículos se acercaban a su destino.
Algunos de esos hombres dialogaban animadamente, otros cantaban y los más meditaban, pensando en sus familias y en la encrucijada en la que se encontraban metidos.
En esas condiciones bajaron hasta San Felipe y después de atravesar San Martín Zapotitlán y Santa Cruz Muluá, cruzaron el río Samala por el puente Castillo Armas, para seguir hasta San Sebastián y luego a Retalhuleu.

A medida que atravesaban las localidades, iban llamando la atención de los pobladores.
¿A dónde se dirigía esa columna? ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Qué hacía esa fuerza militar en aquella parte del país?
A 1200 kilómetros de distancia, en Puerto Cabezas, gigantescas grúas giratorias accionaban sus poleas para izar tanques, cañones, camiones y embalajes, que depositaban en las cubiertas de cuatro transportes amarrados en la escollera. Algo más adelante, lanchas de asalto LCU (Landing Craft Utility), LCVP (Landing Craft Vahicles Personnel) y LSD (Landing Ship Dock), eran embarcadas en las dos unidades anfibias de la armada estadounidense que atracaron la noche anterior, el LCI “Barbara J” y el LCI “Blagar”, a bordo de las cuales viajarían tres secciones de hombres rana y parte de la infantería de marina1. Agentes norteamericanos y oficiales cubanos, supervisaban la operación.
Dos días después, largas hileras de efectivos, se movían lentamente hacia la escollera, listos para abordar los buques. Puerto Cabezas era un hervidero, con operarios, tropas y supervisores desplazándose entre las máquinas, tambores de combustible, embalajes y equipos.
Los milicianos atravesaban las pasarelas en fila, siguiendo las indicaciones de los suboficiales, para pasar a las cubiertas y acomodarse allí, tarea que les llevaría buena parte del día y las primeras horas de la noche. Casi mil trescientos hombres, con sus mochilas a la espalda y sus armas firmemente sujetas en sus manos.
Recién el día 14, los norteamericanos rebelaron a los brigadistas el plan de invasión. Se trataba de la Operación Pluón, también denominada “Clean UP” o “Zapata”, consistente en la captura de tres playas a lo largo de un frente de 40 millas, en la región de Bahía de Cochinos, (sector oriental del golfo de Cazones), que sería reforzado por una unidad de paracaidistas destinada a bloquear los accesos y evitar la llegada de tropas enemigas. El desembarco contaría con apoyo aéreo y eso permitiría asegurar los alrededores para declararlos territorio liberado e inmediatamente después, avanzar hacia el este, con el fin de unirse a las guerrillas contrarrevolucionarias que operaban en el Escambray.
Kennedy había descartado la región de Trinidad y optado por tres puntos algo más al oeste, por considerarlos lugares de difícil acceso, a saberse, Playa Girón (código “Playa Azul”), Playa Larga (código “Playa Roja”) y Caleta Verde (código “Playa Verde”), convencido de que a las fuerzas cubanas les resultaría en extremo complicado operar allí.
Se fingiría un segundo desembarco en Baracoa, sobre el extremo oriental de la isla, para distraer parte del dispositivo cubano o al menos, debilitarlo y se contaría con el apoyo de la Task Force “Alpha”, fuerza de tareas norteamericana al mando del almirante John A. Clarke, integrada por el portaaviones USS “Essex”, el portahelicópteros USS “Boxer” (CV-21), los destructores USS “Hank”, USS “John W.Weeks”, USS “Purdy”, USS “Wren”, USS “Eaton”, USS “Murray”, USS “Conway” y USS “Cony” y los submarinos USS “Threadfin” y USS “Cobbler”, que avanzarían sobre el teatro de operaciones una vez iniciada la invasión.
Esa fuerza naval, debía posicionarse en inmediaciones de las islas Caimán y contaría con el apoyo del transporte USS “Shangri-La” más el buque de comando y control USS “Northampton”, que en su conjunto, harían las veces de soporte para la fuerza de desembarco.
El USS “Essex”, llevaba a bordo un escuadrón de cazas navales Skyhawk VA-34 “Blue Basters” y el USS “Boxer”, al menos catorce helicópteros del Escuadrón 264 UH-34, todos ellos con sus insignias y números de matrícula tapados. Se les uniría posteriormente el USS “San Marcos”, buque taller y dique, que transportaba tres LCU y cuatro LCVP con sus tanques, camiones y jeeps a bordo, además de los 300 brigadistas embarcados el día 14.
Manuel Artime saluda a paracaidistas de la Brigada 2506 en Guatemala

Finalizada la explicación, los mandos de la brigada brindaron sus opiniones y al manifestar todos su acuerdo, se impartió la orden de partida.
Lejos de allí, Cuba se hallaba expectante. El embajador Raúl Roa había volado hacia Nueva York, para denunciar la agresión ante la ONU y sus fuerzas armadas se hallaban en máxima alerta, esperando directivas que debían llegar de un momento a otro.
En La Habana, mientras tanto, el Departamento de Seguridad del Estado (G-2) efectuó una serie de redadas que terminaron con más opositores y sospechosos en las cárceles mientras en Washington, Kennedy y sus asesores seguían de cerca el desplazamiento de la fuerza invasora y la CIA mantenía permanente contacto con sus agentes, así como con la gama de espías que tenía distribuida por América Central.
Durante todo ese día, aviones U-2 de observación, sobrevolaron a gran altura la isla, corroborando que los ataques del día 15 habían fracasado. Eso significaba que el total de la FAR se hallaba operativa y que las pistas de aterrizaje continuaban siendo operables.


A las 17.00 horas de aquel 12 de abril, las naves soltaron amarras y comenzaron a alejarse del muelle, desplazándose lentamente en dirección este, alguna haciendo sonar sus sirenas en señal de saludo, las restantes siguiendo sus estelas en dirección al horizonte. Apoyados sobre las barandillas, los brigadistas agitaban sus brazos en tanto desde tierra, el personal que quedaba en puerto respondía de la misma manera.
Primero fueron las LCI “Barbara J” (oficial ejecutivo Osvaldo Inguanzo Sabatier) y “Blagar” (capitán Juan Cosculluela Iduate), con las secciones de hombres-rana a cargo de los experimentado buzos tácticos de la CIA Grayston Lynch y William “Rip” Robinson. Les siguieron el SS “Houston” (capitán Luis Morse Delgado), el SS “Atlantic” (capitán Ángel Maruri Landa), el SS “Caribe” (capitán Orestes Senon) y el SS “Río Escondido” (capitán Ángel Tirado Salvidegoitía), con sus entrañas abarrotadas de hombres, vehículos y armamento. Y cerrando la formación, el buque-hospital SS “Lake Charles” (capitán Fernando Maruri Landa), todos ellos tripulados por personal mixto.
Después de dejar atrás el largo espigón de Puerto Cabezas, los buques comenzaron a virar lentamente hacia el nordeste, para adentrarse en las aguas del Caribe, con sus proas apuntando hacia la isla Serrana.
Las naves se desplazaban a 18 nudos, bajo un cielo despejado, estableciendo contacto cada media hora para pasarse sus coordenadas. Cincuenta kilómetros mar adentro, viraron más al norte y después de superar los cayos Miskitos, siguieron en línea ascendente, para continuar a velocidad de crucero.


Testigo involuntario de aquellos acontecimientos, Ciro Roberto Bustos aún se hallaba bajo la influencia del discurso de Fidel Castro cuando se produjo la invasión. Jon Lee Anderson lo sitúa entre la multitud, junto a su mujer, cuando el líder de la revolución habló tras el sepelio de las víctimas del bombardeo aéreo, asegurando que había llegado unos días antes, para incorporarse como voluntario a la revolución.
En realidad, el autor norteamericano vuelve a equivocarse, como cuando ubica el congreso de Tucumán en la provincia de Jujuy o a Félix I. Rodríguez entre los paracaidistas que saltaron sobre Varadero el 28 de febrero de 1961 ya que ese día, Bustos se hallaba a tres mil trescientos kilómetros de distancia, navegando entre Chile y Perú.
Efectivamente, la joven pareja viajaba a la isla, atraída por el movimiento de masas que encabezaba Fidel Castro, pero por causa del bombardeo del día 15 y el inminente desembarco, no había podido llegar.
Joven, talentoso, inteligente, había nacido en Mendoza el 29 de marzo de 1932, estudió en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Cuyo e integró el cenáculo de jóvenes artistas de su provincia natal antes de embarcase en su aventura revolucionaria y comenzar a coquetear con las tendencias de izquierda.
Cuando se produjo el bombardeo del 15 de abril, se encontraba a bordo de un buque de línea junto a su esposa. En determinado momento, la apacible música del salón comedor se interrumpió y un noticiero en español, los puso al tanto de los hechos. Habían partido ese mismo día de Valparaíso y se dirigían a El Callao, donde atracaron dos días después. Como la escala duraría varias horas, se les comunicó a los pasajeros que tenían medio día para visitar la capital del país y que había varios ómnibus junto a las dársenas para llevarlos. Los Bustos estaban ansiosos por saber que ocurría en el Caribe, de ahí que ni bien bajaron del rodado, corrieron a un kiosco a comprar un diario. Los titulares hablaban de una invasión procedente de Nicaragua, con participación estadounidense y de intensos combates por aire, mar y tierra. Una gran incertidumbre se apoderó de ellos como del resto del pasaje ya que dudaban poder llegar a la isla, su destino final.
El cruce del ecuador recordó a la pareja las películas del “Titanic”, con la gente celebrando, bailando y bebiendo champagne, completamente ajena a lo que sucedía en el mundo. Dos días después, llegaron a Panamá, donde al igual que en Lima, tuvieron la oportunidad de conocer la ciudad. En un kiosco contiguo al Museo de Antropología y Arqueología de la capital, compraron un diario.
Tal como refiere en su libro El Che quiere verte, Bustos deseaba conseguir cigarrillos de ahí la charla con el dueño del local, un mulato cubano extremadamente extrovertido.

-¿Y tú de dónde eres? – le preguntó una vez cerrada la venta.

-De Argentina –respondió Bustos con cierto orgullo.

Y entonces, el rostro del comerciante mutó en fiera expresión.

-¡¡Coño, tú, ¿argentino?!! –gritó mientras abría un cajón para entregar el cambio.

Y al hacerlo, arrojó sobre las revistas que había en el mostrador el dinero del vuelto y unos billetes que para el ocasional cliente resultaron completamente desconocidos.

-¡¡Mira tú!! ¡Mira lo que ha hecho con nuestra dignidad, coño, con nuestro dinero, tu compatriota, ese argentino de mierda! ¡¡Ese carnicero del Che!!

El hombre estaba realmente enfurecido y mientras exteriorizaba sus sentimientos, señalaba un billete cubano con la firma de Guevara estampada en él.
“Che” alcanzó a leer el viajero. Así de simple, escueto y desafiante.
El kiosquero era uno de los tantos exiliados que habían tenido que abandonar la isla por no comulgar con la revolución, de ahí la prisa por abandonar el local y dirigirse al museo. Estuvieron tan pendientes de los fósiles como de las noticias que traía el diario y así se enteraron de todo. Era el 20 de abril.
De regreso en el barco, el capitán anunció que la escala en Cuba quedaba anulada. La isla era un hervidero y la situación desaconsejaba dirigirse allí. La joven pareja comprendió que se encontraba en una difícil encrucijada; estaba varada en una tierra extraña y su economía era limitada. Por esa razón, necesitaba imperiosamente buscar la manera de alcanzar la meta y alcanzar su paraíso perdido.


17 de abril. El Día “D”
La noche del 16, los buques de asalto LCI de la flota de invasión, se aproximaron sigilosamente a Bahía de Cochinos y cuando se hallaban a menos de dos kilómetros de la costa, apagaron sus motores y soltaron las anclas. Uno tras otro, los hombres-rana se arrojaron al agua y comenzaron a nadar hacia los objetivos, llevando consigo los faros, boyas y armas que iban a necesitar.
La sección del “Blagar”, encabezada por el oficial Grayston L. Lynch, debía marcar Playa Girón, es decir, efectuar su reconocimiento y balizaje, a efectos de que las atiborradas lanchas de desembarco pudiesen aproximarse de manera segura para descargar las tropas y los vehículos.
Se desplazaban detrás de Lynch, José E, Alonso Lamar (jefe de la sección), Eduardo Zayas Bazán, Jesús Llama Muñoz, Jorge Silva Pedrozo y Felipe Silva Cárdenas, en tanto sus compañeros Octavio Soto Hernández, Amado Cantillo y Blas Casares, permanecían a bordo para operar sobre “Playa Verde”, en inmediaciones de Cienfuegos (la misión, finalmente, se canceló).
En el “Barbara J”, la situación era la misma. El primero en arrojarse al agua fue William “Rip” Robinson, seguido por Carlos Betancourt Ramos, Carlos Font Boullosa y Andrés Pruna Bertot.
Las dos secciones se deslizaron lentamente bajo las cálidas aguas de la bahía y de ese modo cubrieron la distancia que las separaba de la costa.
La primera en llegar fue la de Lynch. Los buzos emergieron en Plaza Girón y tras un rápido reconocimiento de los alrededores, procedieron al sembrado de las boyas. La de Robinson siguió hasta Playa Larga y veinte minutos después, procedió a hacer lo propio. En esos momentos, la Task Force “Alpha” se desplazaba desde las islas Caimán hacia el norte cumpliendo su parte del plan: tomar posiciones al este de Cayo Largo, en espera de nuevas instrucciones.
Una hora después, comenzó el asalto.
Los buques se aproximaron a las playas, abrieron sus compuertas y dejaron salir las lanchas de desembarco, llevando a bordo su cargamento de tropas, tanques, camiones y piezas de artillería (05.00 a.m.).
La costa había sido bien escogida. Aislada de tierra firme por amplias marismas y con solos tres caminos de acceso que para más, no se encontraban en muy buen estado, constituía un sitio ideal para establecer una cabeza de puente.

…llegan las noticias de que hay barcos por tal punto, hay barcos por otro punto [...] el hecho es que ya, de una manera cierta, total, y con los primeros heridos de los combates, llega la noticia de que una fuerza invasora está cañoneando fuertemente con bazucas, con cañones sin retroceso, y con ametralladoras 50 y con cañones de barcos. Están atacando a Playa Girón y Playa Larga en la Ciénaga de Zapata. Ya no había la menor duda de que efectivamente estaba produciéndose un desembarco por aquel punto, y que aquel desembarco venía fuertemente apoyado por armas pesadas2.

Las lanchas se deslizaron por un mar calmo y una vez en la orilla, abrieron sus rampas y dejaron salir a las tropas, que se desplegasen en todas direcciones.
Ni bien echó pie a tierra, José Pérez San Román se arrodilló en la arena y besó el suelo. Sus hombres se desparramaron por el terreno y mientras lo hacían, de los LCU y LCVP descendían los primeros blindados, algunos de ellos con más gente sobre sus estructuras.
Al ver todo ese despliegue, la Compañía E del Batallón 339, que comandaba Luis Antonio Clemente Carradero, abrió fuego, intentando contener el asalto. Sus ciento veintiséis efectivos se hallaban bien ubicados y aún en inferioridad numérica, lograron aferrar al enemigo al terreno.
Se produjo entonces un violento intercambio de disparos que se fue potenciando con el paso de los minutos. Los asaltantes corrieron por la playa en busca de cobertura mientras las trazadoras surcaban la noche como en las películas de ciencia ficción.
 “Oriente”, tal el apodo con el que era conocido Luis Antonio Clemente Carradero, sabía que contaba con armamento reducido y pensando en sus escasos noventa tiros, alzó la voz por sobre el fragor del combate y les indicó a sus hombres cuidar la munición.
Su experiencia en la guerra revolucionaria, así como contra los insurgentes del Escambray (de donde acababa de llegar) lo habían fogueado, de ahí la sangre fría que demostró a la hora de dirigir las acciones. Pero frente suyo se hallaba otro oficial decidido, el capitán Hugo Sueiro, jefe del Batallón Nº 2 de la Brigada, que al frente de sus trescientos setenta efectivos, logró inmovilizar a su oponente, apoyado por el Batallón Nº 4 del capitán Valentín Bacallao Ponte.
Después de 40 disparos, la metralleta M-52 de “Oriente” se trabó. Sin dejar de dar órdenes, extrajo el peine, lo arrojó a un lado, puso en su lugar otro y abrió fuego nuevamente. A metros de su posición, su segundo, Nicolás Reyes Abreus arengaba a los combatientes y algo más allá, el sargento mayor Plácido Roque, accionaba su arma mientras lanzaba fuertes alaridos para descargar la tensión.
Madrugada del 17 de abril de 1961. La Brigada de Asalto 2506 desembarca en Playa Girón (Ilustración: Revista "Life")

Repentinamente, el intercambio de disparos cesó y en su lugar comenzaron a caer sobre los defensores proyectiles de morteros, cañones y bazookas. Dada la situación, “Oriente” se comunicó con sus mandos y estos le ordenaron desplegar el personal cada diez metros para evitar ser blanco fácil.
Cuando se disponía a impartir la orden, se produjo un estallido muy cerca de donde se hallaba ubicado y una esquirla le destrozó la pierna izquierda al soldado Luis Tellería, que fue arrastrado hacia la retaguardia por algunos compañeros.
A las 05.30 llegaron los C-46 y C-47, llevando a bordo los destacamentos de paracaidistas. Cuando estuvieron sobre los objetivos, las luces verdes se encendieron y uno tras otro, comenzaron a saltar; ciento setenta y siete hombres en total, cuya misión era bloquear los caminos de acceso a la bahía y contener cualquier intento que hiciese el enemigo por ellos, para cubrir el desembarco.
Un grupo descendió al sudoeste del Central Australia, entre el camino que conduce a Pálpite y los pantanos; otro lo hizo algo más al sur, cerca de la Laguna del Tesoro, un tercero en inmediaciones del Central Covadonga, el siguiente en el camino Helechal-Jocuma y el último más hacia el este, cerca de Horquitas, entre Yaguaramas y San Blas.
Campesinos de los alrededores los vieron descender lentamente, pensando que en lugar de efectivos, los invasores estaban lanzando armas y pertrecho.
Recibida la novedad, Fidel Castro se apresuró a movilizar sus fuerzas, despachando numerosas columnas del Ejército Rebelde, reforzadas por batallones de milicianos, unidades de policía, secciones de artillería e incluso civiles armados, aunque dejó el grueso de sus tropas en la capital, pues temía un desembarco estadounidense por ese sector.
A las 03.36, le ordenó al grueso del Batallón 339 moverse desde el Central Australia hacia Playa Larga en apoyo de la Compañía E y diecinueve minutos después (03.55), le mandó decir al comandante en jefe de la FAR en San Antonio de los Baños, tener preparados un Sea Fury y un B-26C para partir en cualquier momento.
Pese a que las armas de la Compañía E eran de infantería y por consiguiente, inefectivas para el combate contra unidades acorazadas, la misma se mantuvo firme, ofreciendo dura resistencia. Sin embargo, cuando los blindados comenzaron a avanzar precedidos por tres M41, no le quedó más remedio que retirarse, dejando sobre el terreno al menos seis muertos.
Se le ordenó dirigirse al aeródromo de Soplillar para obstaculizar su pista (10.45) y hacia allí partió, llevándose a la rastra a sus once heridos.

Desde el Punto Uno, su puesto de mando en La Habana, Fidel Castro estableció contacto con el Central Covadonga, para informarse de lo que estaba sucediendo. Lo atendió uno de los combatientes del Batallón 339 allí concentrado, quien quedó petrificado al escuchar su voz.

-Oye –le preguntó- ¿Qué función cumples tú ahí?

-Soy el telefonista, comandante.

-Pero… ¡¿qué más, carajo?!

-Yo soy miliciano aquí.

-Bueno, ¿y qué está pasando por ahí?

-Que están invadiendo Playa Girón, comandante. Son gente con trajes pintorreteados. Lo que nosotros necesitamos son armas.

-¿Cuántos milicianos son ustedes?

-En el central tenemos ciento ochenta milicianos, pero sin armas. Necesitamos armas. Por aquí han bajado paracaidistas.

-¿Y cuántos son?

-Los que se tiraron son veinticuatro.

-¿A qué distancia?

-A dos kilómetros.

-Déjame ver…-dijo Castro mientras observaba un mapa- ¿están avanzando o se repliegan?

-No sé, parece que no avanzan porque con los pocos fusiles que tenemos aquí, hay unos compañeros regados que les están haciendo disparos esporádicos. ¡Fidel –volvió a insistir el hombre-, necesitamos más armas!

-¿Y cuántas armas tienen ahí?

-Tenemos once armas, ocho fusiles M-52, dos Springfield y una carabina brasileña.

-¡Carajo! Yo con esas armas me paro ahí y no dejo caminar a esa gente.¡¡Ustedes lo que están es apendejados!!

-¡No comandante, no! Si estamos pidiendo armas, ¿cómo vamos a estar apendejados?

-¡Oye, no me plantees más el problema de las armas, ármense ahí con machetes, con palos y piedras, pero no se dejen tomar el central, carajo!

Fidel había sido claro, había que resistir como sea y evitar que el enemigo avanzase y capturase el puesto de mando. Los hombres del 339 cumplirían a rajatabla la orden porque el Covadonga nunca cayó.


Cerca de las 02.40 de la madrugada, el comandante José Ramón Fernández recibió en la Escuela de Cadetes de Managua, una llamada urgente de Fidel Castro. Se estaba produciendo un desembarco en la Ciénaga de Zapata y sin perder tiempo, debía tomar el mando de la Escuela de Responsables de Milicias, en Matanzas y dirigirse a la zona para contenerlo. El líder revolucionario le dijo que no perdiera tiempo en llamar a la Escuela porque él ya lo había hecho, y le exigió la máxima celeridad.
Mientras se colocaba el uniforme, Fernández recibió otros dos llamados de Fidel, para corroborar si ya había partido.
Tal era su premura, que al ver la puerta de la Sala de Mapas cerrada con llave, la abrió de una patada y se hizo de todo el material que necesitaba, en especial, los planos toponímicos de la región.
Lejos de ahí, en San Antonio de los Baños, el oficial de comunicaciones atendió un llamado de la comandancia general. Al escuchar al propio Castro del otro lado, sintió un estremecimiento recorrerle el cuerpo de pies a cabeza. Fidel pidió por el jefe de la unidad y cuando el radio operador le dijo que a su lado se encontraba el capitán Enrique Carreras, ordenó que le pasaran con él. El piloto tomó el tubo y al escuchar a su líder, adoptó posición de firme y esperó.

-Cerreras –dijo Castro extremadamente agitado- en Playa Girón se está produciendo un desembarco. Despeguen de inmediato y lleguen allá antes del amanecer. Húndanme los barcos que transportan a las tropas y no los dejen ir. ¿Entendido?

-A sus órdenes, mi comandante. ¿Eso es todo?

-Es todo. ¡Patria o muerte! – gritó Fidel.

Carreras corrió hasta su avión, seguido por los capitanes Gustavo Bourzac, Luis Antonio Silva Tablada y media docena de operarios.
Los pilotos se acomodaron en sus cabinas, se sujetaron a los asientos y tras comprobar que el tablero estaba en orden, rodaron hacia la pista para iniciar el carreteo.
Carreras pensaba que como en otras oportunidades, iba a enfrentar a algún buque solitario infiltrando milicianos en algún punto de la costa, pero cuando veinte minutos después, llegó al objetivo, apenas pudo creer lo que tenía a la vista.
Era una versión reducida del desembarco en Normandía, un asalto anfibio de proporciones, algo jamás visto en América, una típica escena de la Segunda Guerra Mundial.

Pensé que lo que estaba viendo era como un remedo del desembarco en Normandía, en pequeña escala. Cerca de la costa, en Playa Girón, había por lo menos entre siete y ocho embarcaciones grandes y un número indeterminado de lanchones y lanchas de desembarco en pleno ajetreo. Observé que un barco de transporte enorme navegaba hacia el interior de la Bahía de Cochinos, seguido por una fragata de guerra, que viene a ser la unidad naval que sucede en importancia al destroyer3.

Carreras tomó el micrófono y después de señalarles a sus compañeros los blancos, arremetió contra el SS “Houston”, lanzándose en picada desde seis mil pies de altura.
Mientras descendía, alcanzó a ver los vehículos sobre cubierta y a varias personas intentando ponerse a salvo. Cuando estaba a cuatro mil pies, accionó el obturador y en una fracción de segundo sus cuatro cohetes RP-3 hicieron ignición.
Con los proyectiles descendiendo a 480 km/h, Carreras tiró fuertemente de la palanca y volvió a elevarse, atravesando la cortina de fuego de las antiaéreas de a bordo sin ser alcanzado.
Los cohetes de Carrera dieron en la popa, desatando un incendio de consideración. Detrás suyo llegaron Bourzac y Silva Tablada, también haciendo blanco con sus misiles.
Frank de Varona, integrante del Batallón 5º a bordo del “Houston”, se arrojó al suelo y esperó el impacto. Sintió las explosiones y pensó que el buque iba a volar por el aire. Cuando se incorporó, vio los cuerpos de varios compañeros muertos y a al capitán Luis Morse en el puente, guiando a la nave hacia un banco de arena situado a una milla de la costa, donde intentaba encallar.
Siguiendo el ejemplo de otros brigadistas, se arrojó al mar, aún sabiendo que estaba infestado de tiburones y comenzó a nadar desesperadamente, para evitar ser atrapado. Estuvo a punto de ahogarse pero logró llegar a la playa y tirarse exhausto sobre la arena, en un lugar cubierto. Agradeció al Cielo estar vivo y se estremeció al pensar en sus camaradas muertos, sobre todo aquellos que habían sido alcanzados por los escualos. 
Carreras efectuaba un pronunciado giro hacia la izquierda cuando notó que el buque se dirigía velozmente hacia el banco de arena. La nave que lo escoltaba (según el piloto era una fragata) giró 180 º y se retiró en dirección sudoeste, haciendo zigzags para evitar el impacto de las bombas.
En su segunda pasada, acribilló la cubierta y así siguió hasta agotar la munición.

Cuando descendí de la cabina, estaba todo excitado. Hasta cierto punto me había parecido todo tan fácil -apretar botones y ver la estructura de un barco deshacerse como si fuera de papel- que quería contarle a todo el mundo lo ocurrido. Curbelo me llamó a Operaciones y rendí informe. Después me dijeron que casi no entendían lo que yo decía al principio, pues comencé confundiendo los rumbos y haciéndome un amasijo en las explicaciones. Hasta que me serené un poco, y pude coordinar un parte decente4.

Los aviones regresaron a San Antonio de los Baños, donde aterrizaron pasadas las 06.00.
Sin perder tiempo, el personal de tierra procedió a llenar nuevamente los tanques, cargó las ametralladoras y colocó en cada uno los ocho cohetes de 5 pulgadas. Cuando terminaron, Carreras alzó el pulgar y dando máxima potencia a sus turbinas, volvió a despegar.
Lo primero que distinguió al llegar a la bahía fue la columna de humo que se desprendía del “Houston” y a un segundo barco navegando frente a Playa Girón.
Sin dudarlo, se abalanzó sobre él, disparando sus cohetes y accionando sus dos Browning M3 calibre 50. El “Río Escondido” fue alcanzado en el centro y estalló envuelto en llamas. Fue el golpe demoledor, que terminó con las esperanzas de los invasores porque a bordo iban todos los equipos de comunicación, los servicios sanitarios, gran cantidad de armas, vehículos y tropas.
“Tocado” pensó el piloto mientras viraba hacia la izquierda, listo para acometer por segunda vez. Fue entonces que reparó en un B-26B que se aproximaba velozmente hacia la costa, al que se dispuso a atacar. Primero pensó que se trataba de Silva Tablada, pero al ver su nariz metálica y las bocas de las ametralladoras asomando por ella, comprendió que era un bombardero enemigo. Se trataba del aparato matrícula FAR 926 tripulado por el capitán José Crespo y el teniente Lorenzo Pérez que se disponía a atacar a las tropas en tierra.
Indignado al ver la insignia patria en su cola, hizo un pronunciado giro y se le puso detrás, con el firme propósito de derribarlo. Desde el aparato enemigo abrieron fuego con la ametralladora de cola y una de las ráfagas logró alcanzarlo. Aún así, le devolvió “la gentileza”, alcanzando su motor derecho con sus proyectiles calibre 50. El B-26 comenzó a despedir una gruesa columna de humo y se estrelló en el mar, cerca de un barco invasor.
Enrique Carreras acaba de impactar al SS. "Houston" con su T-33. Detrás suyo
Gustavo Bourzac

Pero el Sea Fury estaba averiado y corría riesgo de precipitarse a tierra. Aún así, el piloto logró efectuar varios ataques sobre las embarcaciones y cuando hubo agotado sus cargas, emprendió el regreso, decidido a reponer municiones y volver al combate.
Cuando se detuvo en la plataforma, los mecánicos corrieron hacia él y le señalaron los dos orificios que presentaba su cilindro derecho.
Se le ordenó descansar mientras le reparan el avión y fue en ese lapso que recibió las felicitaciones del mismo Fidel.
Detrás suyo partieron los T-33A de los capitanes Rafael del Pino (avión matrícula FAR-709), Alberto Fernández (FAR 703) y Álvaro Prendes (FAR 711), quienes debían atacar tanto a los buques como a las tropas desplegadas en las playas.
En esos momentos, avanzaban desde La Habana quince batallones de las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR), las columnas especiales de combate números 1 y 2 del Ejército Rebelde y el Batallón Nº 2 de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), con órdenes de atacar Playa Larga, Girón y el sector comprendido entre esa última localidad y Yaguaramas. 
En horas del mediodía, partieron hacia la zona de operaciones compañías de tanques T-34, cazacarros SAU-100 y blindados IS-2M (T-46) "Stalin" mientras se alistaban secciones de infantería en diferentes puntos de la isla.
Para entonces, pelotones de Seguridad del Estado, apoyados por los comités de defensa de la Revolución, unidades de las MNR y la PNR, efectuaban redadas en las principales ciudades del país, deteniendo a conocidos opositores, sospechados de integrar la llamada "quinta columna" de la invasión, encargada de llevar a cabo acciones de sabotaje. Al mismo tiempo, se le encomendó al Batallón Femenino "Lidia Doce" la defensa y seguridad de
importantes sectores de la capital y se organizaron pelotones de voluntarios civiles para reforzarlo.
A las 05.45, llegaron a la bahía los cazas de la sección que encabezaba Rafael del Pino, barriendo la playa con sus ametralladoras.
Aquí también las escenas recordaban Normandía, con las lanchas de desembarco en la orilla, el equipo desplegado sobre la arena y los hombres corriendo desesperadamente.
El capitán Alberto Fernández vio todo ese despliegue y alcanzó a distinguir a la Compañía E intercambiando disparos con los invasores.
Siguiendo a Del Pino, entró en corrida de tiro acribillando todo lo que ahí se movía. Varios metros más adelante volvió a elevarse y efectuó un viraje hacia la izquierda para realizar una segunda pasada, seguido de cerca por Álvaro Prendes que avanzaba oprimiendo el obturador.
Las incursiones de Sea Fury y T-33 se sucedieron una tras otra durante toda la mañana, entorpeciendo el desembarco y los desplazamientos.


El domingo 16 de abril José R. Alfonso se acostó temprano en el cuartel que el ejército Rebelde tenía en Yaguaramas, provincia de Matanzas. Había sido un día agitado, en el que habían acontecido hechos notables como el entierro de las víctimas del bombardeo, acaecido el día anterior y el anuncio de Fidel Castro, del carácter marxista de la revolución.
La unidad pertenecía a la Brigada Piloto “Conrado Benítez” y estaba al mando del capitán Mario Díaz, coordinador de la Campaña Nacional de Alfabetización que el gobierno había puesto en marcha hacía poco. Y como el resto de las fuerzas armadas del país, se hallaba en estado de alerta desde hacía 48 horas.
Alfonso dormía profundamente cuando en horas de la madrugada lo despertó el tronar de piezas de artillería proveniente de Playa Girón, en el corazón de la Ciénaga de Zapata.
Al saltar de su cama, vio a uno de sus compañeros que pasaba corriendo; le preguntó que ocurría y luego salió al exterior, para tratar de averiguar algo.
El cuartel se hallaba en estado de agitación y nadie sabía nada. Una hora después llegó a bordo de un jeep “Ñeco” Curbelo Morales, hermano del comandante Raúl Curbelo, preguntando si alguien sabía lo que estaba sucediendo. Al recibir respuesta negativa, corrió hasta el teléfono de la unidad y después de dar vueltas varias veces su manija, se comunicó con el puesto de mando del Ejército en Cienfuegos, para advertir lo que estaba acaeciendo. Se le ordenó enviar una patrulla hacia el lugar para tratar de determinar lo que sucedía y luego regresar e informar.
“Ñeco” solicitó un voluntario y Alfonso se ofreció, deseoso de poner en práctica los conocimientos que había adquirido durante el curso de comando, antes de incorporarse a la campaña alfabetizadora. Se le proveyó de un fusil y así salieron ambos, a bordo del jeep, en dirección a la playa.
Eran las 04.30 cuando tomaron por el camino que unía Yaguaramas con Horquita y San Blas y las 05.00 cuando alcanzaron Playa Girón.
Quedaron perplejos al comprobar que una fuerza agresora estaba desembarcando en el sector mientras combatía con una compañía de la MNR emplazada en el lugar.
En ese mismo momento, brillaron varios fogonazos en la obscuridad y eso fue la pauta de que acababan de ser descubiertos y les estaban disparando.
“Ñeco” giró en redondo y se perdió en la noche a gran velocidad, mientras las balas repiqueteaban a su alrededor. Desde la parte posterior del vehículo, Alfonso apuntó con su fusil y abrió fuego hacia los puntos luminosos al tiempo que el conductor desenfundaba su Colt 45 1911 y la sujetaba con la diestra mientras conducía con la otra mano, intentando alejarse del lugar.
Una vez en Yaguaramas, se comunicó con Cienfuegos, y con voz agitada informó que se estaba produciendo una invasión. Desde el puesto de mando le ordenaron mantener la calma y esperar nuevas instrucciones porque se acababa de impartir el “alerta de combate” y tropas del Ejército Rebelde y el MNR marchaban hacia allí.


En la Escuela de Cadetes, Fernández escogió un reducido grupo de hombres y a bordo de un jeep, partió a toda prisa hacia la Escuela de Responsables de Milicias.
Cuando llegó, la unidad estaba en pie y los cadetes terminaban de desayunar. Aconsejado por su segundo, el capitán Raúl Vilá Otero, le ordenó a la tropa salir a la Carretera Central y requisar todo camión que pasase por allí, para utilizarlos como transportes. Luego se dirigió al arsenal y una vez allí, tomó una sección de morteros, otra de ametralladoras pesadas con sus respectivos trípodes, rifles, pistolas, granadas, municiones y ametralladoras livianas con las que se puso en marcha a bordo de un jeep, después de ordenar su distribución.
Los cadetes procedieron a dar cumplimiento a la directiva y de ese modo, a escasos metros del polígono de formación, detuvieron varios vehículos a los que fue necesario descargar previamente antes de ordenarle a la tropa el abordaje.
Cuando Fernández atravesaba la posta, el oficial de guardia le dijo que Fidel Castro se hallaba al teléfono. El compromiso del máximo líder con la situación era total y el seguimiento que hacía de sus oficiales, implacable.
El hombre fuerte de Cuba preguntó por el estado anímico de los cadetes y cuando Fernández le respondió que era excelente, respondió con un enérgico “¡Muy bien!”. Eran gente fogueada en largas marchas y entrenamientos rigurosos en el Pico Turquino y estaban perfectamente adaptados a situaciones extremas y una disciplina rígida.
Antes de cortar, Fidel indicó que se debía establecer el puesto de mando en la oficina administrativa del central azucarero Australia, porque, según aclaró, se estaba instalando una línea telefónica que le permitiría establecer comunicación con el Punto Uno, su comando en La Habana.
Para ese momento, Castro había movilizado más unidades de combate, entre las que destacaban batallones de artillería, baterías antiaéreas, secciones blindadas y las fuerzas especiales de combate Nº1 y Nº 2 del Ejército Rebelde, además de las milicias revolucionarias de la capital. Desplazó también a los batallones milicianos del sur de la provincia de Matanzas y a los del sector occidental de la provincia de Las Villas.
Poco después, el gobierno cubano emitió su primer comunciado, dando cuenta de la invasión:

COMUNICADO Nº 1, 17 de abril de 1961:

Comunicado al pueblo sobre la invasión mercenaria en las arenas de Playa Girón.
Tropas de desembarco, por mar y por aire, están atacando varios puntos del territorio nacional al sur de las provincias de Las Villas, apoyados por aviones y barcos de guerra.
Los gloriosos soldados del Ejército Rebelde y de las Milicias Nacionales Revolucionarias han entablado ya combate con el enemigo en todos los puntos de desembarco.
Se está combatiendo en defensa de la patria sagrada y la revolución, contra el ataque de mercenarios organizados por el gobierno imperialista de los Estados Unidos.
Ya nuestras tropas avanzan sobre el enemigo, seguras de su victoria.
Ya el pueblo se moviliza cumpliendo las consignas de defender la patria y mantener la producción.
¡Adelante cubano! A contestar con hierro y fuego a los bárbaros que nos desprecian y pretenden hacernos regresar a la esclavitud.
Ellos vienen a quitarnos las tierras que la Revolución entregó a los campesinos y cooperativas; nosotros combatimos para defender la tierra del campesino y del cooperativista; ellos vienen de nuevo a quitarnos las fábricas del pueblo, los centrales del pueblo, las minas del pueblo; nosotros combatimos para defender nuestras fábricas, nuestros centrales, nuestra minas; ellos vienen a quitarnos nuestros hijos, nuestras muchachas, las escuelas que las Revolución les ha abierto en todas partes, vienen a quitarnos al hombre a la mujer negros la igualdad y dignidad que la Revolución les ha devuelto; nosotros luchamos para mantener al pueblo toda ese dignidad suprema de la persona humana; ellos vienen a quitar a los obreros sus nuevos empleos; nosotros combatimos por una Cuba liberada con empleo para cada hombre y mujer trabajadores; ellos vienen a destruir la patria y nosotros defendemos la patria.
¡Adelante cubanos! ¡Todos a sus puestos de combate y trabajo!
¡Adelante Cubanos! Que la Revolución es invencible y contra ella y contra el pueblo heroico que la defiende se estrellarán todos los enemigos.
Gritemos ahora con más ardor y firmeza que nunca, cuando cubanos ya hay inmolándose en combate.

¡Viva Cuba libre!
¡Patria o muerte venceremos!

Fidel Castro Ruz
Comandante en Jefe y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario.


El general Juan R. Fernández se puso en marcha hacia el Central Australia, dejando a los cadetes a cargo de su segundo para que completasen la tarea de conseguir transportes. Al llegar a Jovellanos, el jefe militar local, capitán José A. Borot García, le hizo señas para que se detuviese y así informarle que, una vez más, Castro lo esperaba al teléfono. Cuando atendió, lo encontró preocupado por el tiempo que la escuela estaba empleando para ponerse en marcha a lo que respondió diciéndole que estuviese tranquilo porque el problema del transporte estaba casi resuelto. Así reanudó viaje hasta Jagüey Grande, donde se encontró con las primeras novedades respecto del combate que se libraba en Playa Larga. Para su sorpresa, buena parte de los pobladores lucían sus uniformes de milicianos y pedían ser incorporados a la lucha.
Siguiendo las instrucciones de Fidel, Fernández estableció su puesto de mando en la administración del Central y allí se encontraba cuando a las 08.05 a.m., lo llamó para informarle que acababa de llegar, pedirle más armas y ponerlo al tanto de la presencia de paracaidistas en las inmediaciones. Le explicó que pensaba despachar una patrulla de milicianos armados con los siete rifles que había encontrado en el ingenio y una vez ubicado el enemigo, movilizar a las fuerzas que pudiese reunir para atacarlo. Castro le respondió que era imperioso deshacerse de esa gente, para luego avanzar sobre el grueso del enemigo en las cabeceras de las playas. Y para dar cumplimento a esa orden, Fernández estableció comunicación con el jefe del Batallón 339, capitán Ramón Cordero Reyes, para coordinar la requisa del mayor número posible de vehículos.
Las tropas partieron del Central Australia y al llegar al punto que el enemigo ocupaba entre Pálpite y Playa Larga, se trabaron en duro combate, perdiendo a varios hombres.
Cordero Reyes intentó reagrupar a su gente pero fue tal el castigo que recibió, que al cabo de varias horas, terminó por perder el control de la tropa.
Milicianos cubanos enfrentan el desembarco

Suerte similar corrieron los pelotones del Batallón 225 del MNR, provenientes de Jagüey Grande, quienes al tomar conocimiento del desembarco, se movilizaron sin mando, hacia la zona de enfrentamiento. 
Fernández impartía directivas en el central cuando se presentó personal de los batallones 219 y 223 recién llegados de Colón, Calimete y Manguito. Los hombres se hallaban apenas armados con fusiles M-52 y veinte cartuchos cada uno y lo que era peor, no habían realizado las prácticas de tiro correspondientes, algo que los ponía en marcada desventaja frente al enemigo. En vista de ello, le ordenó a su jefe, capitán Conrado Benítez Lores, que ocupase la aldea de Pálpite y contuviese cualquier intento de penetración que se hiciese por allí.
La sección se puso en movimiento de manera inmediata pero ocho kilómetros más adelante, al llegar al paraje denominado El Peaje, fue atacada por la aviación enemiga y debió retroceder, dejando seis muertos y algunos heridos sobre el terreno. Fernández les ordenó regresar para asegurar la carretera, especialmente sus alcantarillas y apostar un pelotón en cada una para custodiarlas y así lo hicieron.


A las 04.00 a.m., el patrullero escolta PE 203 “Baire”, se hallaba fondeado frente a Playa Colombo, en inmediaciones de Nueva Gerona, capital de la Isla de Pinos, cuando su radiotelegrafista recibió un mensaje urgente alertando sobre el desembarco en Bahía de Cochinos.
Sin perder tiempo, le pasó la información a su comandante, alférez de navío Antonio Reyes Domínguez, quien mandó poner al personal en estado de alerta.
A las 06.00 aparecieron por el nordeste dos B-26B, luciendo las insignias cubanas en sus colas. Se trataba de los aparatos matrícula FAR 930, tripulado por Marcos Cortinas y Salvador Miralles y FAR 985, por René García y Luis Ardois.
En un primer momento, la tripulación lo confundió con aeronaves propias pero al ver que se abalanzaban sobre ellos, el segundo de a bordo ordenó zafarrancho de combate y los marineros se arrojaron al suelo, buscando protección.
Reyes Domínguez se encontraba en su camarote cuando comenzaron a sonar las alarmas. Se incorporó sobresaltado y al salir a los pasillos, sintió los primeros disparos. Reconoció enseguida a las ametralladoras calibre 20 cuando devolvían el fuego y el característico ruido de los aviones acercándose velozmente.
Al llegar al puente de mando vio al marinero Juan Alarcón Rodríguez muerto junto al arma que había estado accionando y al cabo Gerardo Cárdenas en el piso, con las piernas destrozadas. En la cubierta, agonizaba Armando Ramos Velázquez, con el vientre perforado por un proyectil calibre 50.
En la segunda pasada, los bombarderos acribillaron el casco e inutilizaron el cañón junto al puente y en la tercera, arrojaron sus bombas de 125 kilogramos, desatando varios incendios, el principal, en la sala de telegrafía.
El buque sufrió varias perforaciones y cuando ingresaba en el río Las Casas impulsado por su único motor, comenzó a escorarse de banda hasta encallar sobre la orilla derecha.
Los atacantes se perdían en el horizonte cuando acudieron en su auxilio el guardacostas G 104 “Oriente” y un buque pesquero de la localidad.
Por orden del alférez Reyes, la tripulación procedió a pasar a los dos muertos y once heridos a ambas embarcaciones (seis de ellos en la nave pesquera) y luego ocupó sus puestos para colaborar en las tareas de remolque. Mientras el guardacostas y la embarcación civil se alejaban hacia Nueva Gerona, el “Baire” fue arrastrado hasta el canal y allí quedó encallado.


A las 08.30 aparecieron en el cuartel de Yaguaramas varios campesinos de Horquita, para informar que en horas de la noche, aviones no identificados habían arrojado armas en paracaídas. De manera inmediata, el jefe del puesto se comunicó con Cienfuegos para pasar la novedad y desde allí le ordenaron organizar una patrulla para investigar. Se le indicó expresamente que el pelotón debía esperar en el lugar porque el capitán Víctor Dreke marchaba hacia la zona al frente de un pelotón del Batallón 117.
Una vez más, Alfonso fue de la partida y al llegar al puesto de mando, en la referida aldea, se toparon con decenas de hombres armados, todos ellos campesinos de las inmediaciones, quienes expresaban a viva voz su deseo de unirse a la búsqueda. El que parecía ser su jefe, aseguró haber visto descender los paracaídas y que los mismos no sostenían embalajes sino hombres con uniformes de camuflaje.
Aquella gente estaba realmente incentivada, sosteniendo sus viejas escopetas de cartucho, vetustos revólveres, palos, machetes y exigía a gritos participar. Hubo que convencerlos para que se quedasen ahí pero de todos modos, cuando la patrulla tomó la ruta 500, algunos la siguieron.
A través del equipo de radio portátil, se estableció contacto con Cienfuegos para informar los últimos acontecimientos y desde allá volvieron a ordenarles aguardar la llegada de Víctor Dreke, que estaba en camino al frente de la sección de milicianos.
Batería antiaérea cubana
En ese preciso instante, llegó a bordo de un jeep propiedad de la Iglesia Bautista Occidental, el pastor protestante Raúl Suárez, anunciando su intención de ofrecer sus servicios religiosos y asistencia sanitaria a quien lo necesitase.
Dreke apareció pasado el mediodía y una vez informado de la situación, procedió a avanzar sobre el sector que supuestamente, dominaban los paracaidistas, entre Horquita y el acceso a San Blas.
La columna motorizada, integrada por varios camiones y el jeep del pastor Suárez, reanudó la marcha ignorando que iba directamente hacia una emboscada.
Después de dejar a un lado el camino que conducía desde el Central Covadonga al Real Campiña, tomaron el entronque de San Blas y antes de llegar a una curva, la vanguardia fue atacada desde ambos lados, entablándose un violento combate en el que se produjeron numerosas bajas.
Sin perder tiempo, el capitán Dreke dispuso montar una ametralladora pesada en el jeep del pastor y partir hacia la zona de enfrentamiento en compañía de varios fusileros. La sección fue recibida por nutrido fuego de metralla, armas ligeras y morteros de 60 mm que la forzaron a detenerse.
El jeep recibió numerosas esquirlas que dañaron su estructura y destruyeron su parabrisas, hiriendo a varios de sus ocupantes, entre ellos el mismo pastor Suárez.
Los milicianos saltaron a tierra y después de dejar el vehículo a un costado del camino, procedieron a retirar a los heridos, arrastrándolos hacia la espesura para ponerlos a cubierto. Cuando hubieron terminaron, tomaron ubicación y abrieron fuego (no muy efectivo), disparando hacia aquellos puntos desde los cuales, suponían, les estaban tirando a ellos.
Alfonso accionaba su arma cuando fue alcanzado por un proyectil. Aún así, siguió disparando y en esas estaba cuando llegó Víctor Dreke en un jeep conducido por su escolta Miranda. Una rápida mirada le permitió comprobar que su gente había sido contenida y aferrada al terreno por lo que, desafiando las balas, de pie en plena carretera, le ordenó a la patrulla cargar a los heridos en el jeep y a Miranda regresar con ellos a Horquita, para su inmediata atención. Él mismo ayudó a trasladar al pastor, al tiempo que le indicaba a Alfonso cubrir la retirada, disparando hacia los matorrales de la izquierda.
Cuando la tarea terminó, le gritó a Alfonso que abordara el rodado y se retirase del lugar.
Miranda giró 180 grados y se alejó a gran velocidad, dejando a Dreke y su gente detrás. Condujo a los heridos hasta el puesto sanitario que el ejército había montado en Yaguaramas, donde acababa de llegar el comandante René de los Santos y regresó a la línea de fuego, para reunirse con su jefe.
El pastor Suárez, herido en el rostro, fue cargado en una ambulancia y derivado al Hospital de Cienfuegos, donde llegó apretando su Biblia contra el pecho. A Alfonso lo enviaron a Aguada de Pasajeros y de ahí a Varadero, donde el propio Mario Díaz se encargó de recibirlo.


Cerca de las 08.00 llegaron más B-26B, para apoyar a las fuerzas de Sueiro, pero no les fue nada bien.
El aparato matrícula FAR 935, tripulado por Matías Farías y Eduardo “Eddie” González, había despegado de Nicaragua, seguido por un segundo avión que al presentar fallas en su sistema eléctrico, debió regresar.
Farías llegó a Playa Larga pasadas las 07.30 y al divisar la columna castrista que avanzaba desde Cienfuegos, se lanzó sobre ella para atacarla. Después de un par de pasadas en las que les provocó numerosas bajas, continuó hasta Soplillar decidido a cubrir a las fuerzas de Sueiro que intentaban proteger la línea establecida entre esa localidad y Yaguaramas.
Al comprobar que había agotado más combustible del calculado, estableció contacto de radio con el puesto de mando en Playa Girón y después de comunicar que se retiraba hacia las islas Caimán (o Jamaica) para aterrizar allí, inició un amplio viraje hacia el sur, en el preciso momento, que un inadvertido Sea Fury se le acercaba por la derecha. El caza cubano le disparó a corta distancia errando por muy poco. Farías intentó alejarse haciendo un nuevo giro pero el avión enemigo se le pegó en la cola y volvió a tirar. Una estela de humo comenzó a brotar de una de sus alas y eso lo obligó a descender bruscamente para escapar de su perseguidor.
Al ver que el combustible no le alcanzaba para llegar a la Gran Caimán, estableció nuevamente contacto con el puesto de mando e informó que intentaría aterrizar en la pequeña pista, a metros de la playa.
Justo en ese momento, apareció de la nada el T-33A del capitán Alberto Fernández, quien lo alcanzó con sus proyectiles calibre 50, matando a su navegante.
Farías intentó ascender para lanzarse en persecución de su atacante que acababa de rebasarlo, pero el estado de su aparato se lo impidió. Aterrizó gravemente herido, con uno de sus motores fuera de servicio y dos días después, logró ser evacuado hacia Nicaragua en un avión de suministros.
Mientras tanto, el teniente Douglas Rudd localizó a un segundo B-26B y se lanzó en su persecución decidido a abatirlo. El piloto cubano logró colocarse en la cola de su enemigo y cuando lo tuvo a tiro accionó sus ametralladoras, perforando su estructura en varios puntos. El bombardero comenzó a perder altura y desprendiendo una tenue estela de humo se estrelló en el mar, pereciendo ambos tripulantes.
El capitán Crispín L. García, por su parte, fue atacado por el T-33 de Álvaro Prendes, quien logró averiarlo. Debió efectuar un aterrizaje de emergencia en Boca Chica, uno de los tantos islotes de los Cayos de Florida, necesitado como estaba de recargar combustible. En lugar de permanecer allí, decidió seguir vuelo hasta Nicaragua y cuando estaba a punto de aterrizar en Puerto Cabezas, se estrelló en las selvas próximas a la costa, pereciendo junto a su navegante, Juan González. Los cuerpos de ambos, fueron hallados tres días después junto al de un individuo no identificado, posiblemente un polizón5.
Pero no todo fueron éxitos para la FAR. A las 07.20 de la mañana, el capitán Luis Alfonso Silva Tablada volvió a encender los motores del B-26C matrícula FAR 923 y por segunda vez partió de San Antonio de los Baños hacia la bahía, decidido a atacar a las naves invasoras y las cabezas de puente en ambas playas.
Al llegar a la zona de combate comenzó a descender con el propósito de asegurar los impactos pero en ese preciso momento, fuego antiaéreo proveniente de una de las naves lo alcanzó de lleno y su aparato se precipitó al mar, pereciendo de manera instantánea.
De todas maneras, la balanza se inclinaba notoriamente en favor de Castro y eso llevó al presidente nicaragüense Luis Anastasio Somoza6, a ofrecer cuatro North American P-51 Mustang para reponer las perdidas, pero la CIA declinó la ayuda.


A las 08.21, llamó desde Pinar del Río el Che Guevara, para comunicarse con Fidel en el Punto Uno. Solicitaba morteros de 120 y personal para accionarlos, lo mismo a las baterías antitanques que tenía emplazadas en el sector, porque se temía alguna acción por parte del enemigo.
Castro le explicó que esa gente entrenaba desde hacía algún tiempo en Baracoa, en el otro extremo del país, pero que si la necesitaba se la podía enviar.

-¿Quieres que te la mandemos?

-Si, por favor, envíenmela urgentemente.

-Bueno, voy a hablar con Universo Sánchez para que te mande personal de Pinar del Río para allá, ok.

-Muy bien.

-¿Para donde te la mando?

-Para Artemisa – respondió el Che y a continuación recomendó el tipo de transporte.

-Bueno, eso hay que conseguirlo por ahí […] yo lo mando para Artemisa […], los mejores, pero eso no es fácil, conseguir transporte ahora, porque están con la batería. Bueno, se está combatiendo de verdad. ¡Venceremos!

Ni bien cortó, Fidel Castro se comunicó con Universo Sánchez para ordenarle el envío del personal que solicitaba el Che y luego con Mario Toranzo para que se ocupase de despachar los morteros de 120.

-El Che tiene seis baterías de cañones sin personal –le dijo al primero- Yo recomiendo que mandes para allá al personal mejor instruido de Pinar del Río […]. Los cañones están allá. Ellos saben mucho ya y si no saben mucho, al menos saben algo7.


A las 08.50, José Ramón Fernández reparó en un jeep que en esos momentos llegaba al Central Australia, llevando a bordo además del chofer, a un oficial y dos personas más.
Ignorando de quienes se trataba, salió fuera y le pidió al primero que se identificara.

-Capitán Ramón Cordero Reyes, jefe del Batallón 339 –dijo el recién llegado haciendo la venia.

Con quien había hablado esa mañana para coordinar la requisa de vehículos.

-¿Dónde está tu Batallón? – le preguntó Fernández.

-Muerto, prisionero o disperso.

-¿Qué hay entre nosotros y el enemigo?
-Nada – fue la respuesta8.

Poco después llegó al puesto de mando el Batallón 227, al mando del capitán Orlando Pérez Díaz. Sus tropas procedían de diferentes puntos, Unión de Reyes, Bolondrón, Güira de Macurijes, Pedro Betancourt y Juan Gualberto Gómez y debían reforzar el dispositivo defensivo/ofensivo en torno al Central.
Al igual que lo hizo con el capitán Conrado Benítez Lores, Fernández le encomendó tomar Pálpite y seguir luego hasta Soplillar, para alcanzar Caleta del Rosario y dividir al enemigo en dos.
Fidel Castro, mientras tanto, seguía enviándole tropas, hasta superar los 4000 hombres. Cerca de las 09.30, llegó desde Matanzas la Escuela de Responsables de Milicias, pero apenas sus camiones ingresaron en el ingenio, Fernández los despachó hacia Pálpite, en apoyo de Pérez Díaz.
Debía tomar la aldea, asegurar las vías de acceso y una vez alcanzado el objetivo, enviar hacia el este a su 2ª Compañía, al mando del teniente Roberto Conyedo León, para apoderarse de Soplillar, bloquear su pista de tierra y asegurar el área.
Castro llamó para ordenar que la Escuela no se moviera del Central sin la cobertura de un avión que acababa de despachar hacia allí, pero el aparato nunca apareció, razón por la cual, Fernández dispuso su inmediata partida y rogó que su avance transcurriese sin inconvenientes.
A las 12.37 horas, la Escuela de Responsables de Milicias informó al Central Australia que había tomado Pálpite y que siguiendo las instrucciones, la 2ª Compañía se desplazaba hacia Soplillar, distante a seis kilómetros al este.
Sin perder tiempo, el general se comunicó con Fidel Castro para pasarle la novedad y entonces, supo por su boca que la aviación había hundido varias de naves y que el resto de la flota se batía en retirada.

-Bien, muy bien ya ganamos –exclamó Fidel y luego agregó– Oye, los barcos se fueron. Hundidos, tres; otro ardiendo; en fuga cuatro más que los estaban persiguiendo.

Y después de decir eso, le ordenó avanzar de inmediato hacia Playa Larga para castigar a sus defensores con la artillería.
Para el mediodía, las fuerzas cubanas tenían Pálpite en su poder y comenzaban a penetrar como una cuña en el dispositivo enemigo, cerrando los accesos desde Covadonga por el norte y Yaguaramas por el este. El único inconveniente era que la Escuela de Responsables de Milicias, pese a constituir un batallón de combate, carecía de piezas de artillería y baterías antiaéreas y eso retrasaba su avance.
Su desplazamiento hasta Playa Larga se hizo por la carretera en construcción que conducía a la costa y eso la demoraba bastante. La densa vegetación dificultaba el paso de las tropas, obligándolas a marchar directamente hacia las posiciones enemigas, las mismas que habían expulsado de la región a la Compañía E del Batallón 339 y contenido a sus otras secciones.
En Playa Larga el enemigo se había atrincherado sobre un área triangular bien escogida, en la que había emplazado sus blindados y piezas de artillería para batir las rutas de acceso. Sus tanques y cañones sin retroceso se hallaban a cubierto por la depresión del terreno y podían batir la carretera con mucha precisión. 
En momentos en que la Escuela se aprestaba a atacar Playa Larga, varios aviones pasaron sobre ella, moviendo sus alas en señal de saludos.
Fidel Castro sigue las acciones desde un tanque

Se trataba de aeronaves enemigas, que al comprobar que se trataba de tropas castristas desplazándose a campo abierto, viraron sobre Pálpite y las atacaron en repetidas ocasiones. 
A las 15.00 horas, Fernández recibió del teniente Nelson González García, el informe sobre lo que estaba sucediendo en Pálpite. Y en esas estaba cuando, de manera imprevista, apareció Fidel Castro para interiorizarse de la situación. Los presentes se cuadraron pero el recién llegado apenas se percató. Escuchó lo que el comandante a cargo tenía para decirle y de manera inmediata envió de regreso a los oficiales a Pálpite.
Luego le dijo a Fernández que lo acompañara a caminar y mientras lo hacían, le comentó que en esos momentos, avanzaban unidades de artillería de campaña para apoyar el ataque a Playa Larga. Se trataba de cuatro baterías de obuses de 122 mm al mando del teniente Roberto Milián Vega, una de cañones calibre 85 y otra de morteros calibre 120, seis de ametralladoras cuádruples 12,7 procedentes de Cuatro Bocas, una batería de cañones antiaéreos de 37 mm y una sección de cinco tanques T-34, al mando del teniente Néstor López Cuba, amén de otras fuerzas.
Justo en ese momento, llegó al Central Australia el jefe de la artillería antiaérea, capitán José Álvarez Bravo. Fidel le dio una serie de indicaciones y luego levantó el teléfono, para averiguar por donde andaba la sección que traía los cañones. Cuando cortó, anunció que se dirigía a Pálpite, aún a riesgo de lo que ello significaba y mandó que el Batallón 111 de Luis R. Borges Alducín, avanzar por la ruta Pálpite-Soplillar, hasta Cayo Ramona. Desde ese punto debía continuar a Helechal, para cortar la carretera San Blas-Girón y aislar al enemigo, impidiéndole retirarse hacia Girón o recibir refuerzo.


En Playa Girón, mientras tanto, “Pepe” San Román dirigía con decisión las acciones de guerra, intentando sostener las 600 millas cuadradas de la cabecera de playa, una tarea titánica en la que era asistido por Ramón J. Ferrer, su jefe del Estado Mayor. El mayor José Nicolás Ferrer Mena, por su parte, iba y venía del puesto de mando hasta la carretera de San Blas, llevando y trayendo mensajes e instrucciones que el deficiente equipo de comunicaciones no podía transmitir. Al mismo tiempo, el Dr. Manuel Artime, incansable, valeroso, siempre atento al menor detalle, corría también desde la jefatura de la Brigada hasta las posiciones en las que “Pepito” Andreu, intentaba brindar protección a la población civil, prestando su ayuda a Yayo de Varona en el interrogatorio de los trescientos milicianos prisioneros o visitando los puestos sanitarios para interiorizarse de la situación de los heridos, asistir a los médicos y correr en pos de medicamentos cuando los mismos se agotaban. Ni que hablar del capitán Roberto Pertierra, que supo distribuir con eficiencia los suministros y las municiones durante los tres días que duraron los combates. 


Las secciones de artillería y los tanques llegaron en la noche y sin pérdida de tiempo, comenzaron a ser emplazados en sus posiciones, a cuatro kilómetros de distancia de las líneas enemigas. Como bien explica José R. Fernández en el reportaje que le hizo Magalí García Moré para el periódico “Granma” en 1976, “Era necesario emplazar, ajustar las piezas, determinar las distancias, alistar las municiones para la preparación artillera que antecedería el avance”.
Una vez orientados, el comandante ordenó abrir fuego. Los cañones de 85 y los morteros de 120, comenzaron a disparar (23.55) y a recibir las descargas de la artillería enemiga, ubicada en Playa Larga.

…el jefe de los morteros no respondía. Tenía objeciones sobre su lugar de emplazamiento, por tener el terreno solo una ligera capa de tierra sobre la roca, lo que podía dañar el sistema de amortiguación de las piezas al disparar. Como no pude convencerlo, tuve que conminarlo a que disparara. Lo hizo y esperé con ansiedad oír la explosión de las granadas de los 120, que pesan 16,4 kg. (36 libras). Silencio. Como no escuché a ninguno de los proyectiles explotar, volví a dirigirme al jefe de la batería. Era ya de noche y lo recuerdo farol en mano. Me dijo que era mucha la distancia para que se escucharan. No me convenció, pues yo sabía que no era así.
Quise revisar entonces las espoletas y descubrí que estaban disparando sin ellas. Era como tirarle piedras al enemigo. Si algunas de aquellas granadas le acertaba en la cabeza a un mercenario, lo mataba; pero en caso contrario no haría efecto alguno.
En definitiva, en medio de decenas de incidentes como ese, de falta de preparación, de inexperiencias de todo tipo, se trabajó arduamente desde el oscurecer hasta la medianoche9.

El avance hacia Playa Larga comenzó a las 0 horas del día 18, con la Escuela de Responsables de Milicias y los bazuqueros, desplazándose en primer lugar, seguidas por la Columna 1 Especial de Combate del Ejército Rebelde, bajo el mando del capitán Harold Ferrer Martínez, fuerza equiparable a una compañía armada con bazookas.

Las tropas se mezclaron durante la ofensiva. Como jefe, estaba consciente de las complejidades de un ataque nocturno, y mucho más consciente aún de las dificultades de una tropa poco preparada para ese tipo de acción combativa, apenas sin experiencia o sin ninguna experiencia y que se aprestaba a combatir de noche, pero era necesario hacerlo. Había que liquidar la invasión con toda rapidez y así justamente lo demandaba el compañero Fidel.
Pasaba de una preocupación a otra. Con esa poca preparación que poseían los jefes y las tropas y en esas condiciones tenía el mando de una agrupación mixta de fuerzas10.

Cuando las fuerzas cubanas se hallaban a pocos metros de las líneas enemigas, los invasores abrieron fuego, desencadenando un combate infernal. Los tanques disparaban indiscriminadamente, los cañones iluminaban de manera tenebrosa la noche, las bazookas causaban estragos en ambos bandos y las trazadoras atravesaban la obscuridad a velocidades vertiginosas.
Las primeras líneas blindadas llegaron a sangre y fuego hasta las defensas de la Brigada. En la lucha que se entabló entre los tanques, un T-34 cubano fue alcanzado por el fuego de un M41 y cayó en una trinchera. Los hombres peleaban a escasos metros y daba la sensación de que en cualquier momento harían contacto físico y lucharían cuerpo a cuerpo.
Al menos treinta milicianos perecieron y algo más del doble resultaron heridos, en tanto los invasores, sufrieron la pérdida de veinte efectivos y un número indeterminado de heridos. Una granada mató al jefe de la 3ª Compañía de la Escuela de Responsables de Milicias, teniente Juan A. Díaz González cuando se encontraba a escasos ocho metros de una excavación enemiga y otra le rebanó el brazo a un soldado.
Los brigadistas ofrecieron más resistencia de la esperada, de ahí el pedido de refuerzos que hicieron las tropas castristas y la necesidad de potenciar sus esfuerzos

Ni la insistencia y la reiteración del ataque ni el ímpetu de nuestros combatientes pudieron doblegar la resistencia de los invasores que ocupaban una posición muy ventajosa, organizaron bien su fuego y disponían de un buen armamento. Aparentemente, el ataque había fracasado11.


18 de abril
La madrugada del 17 al 18 de abril, Fidel Castro recibió en el Central Australia, un mensaje urgente de La Habana comunicando que se estaba produciendo un desembarco al norte de Pinar del Río. Cuando pidió confirmar la novedad, se le dijo que se luchaba en tierra y por esa razón, decidió partir de inmediato, para corroborar si la información era exacta. Por esa razón, a las 03.00 del 18 de abril, le envió un mensaje urgente al general Fernández, poniéndolo al tanto de lo que estaba sucediendo.

Fernández:
Estoy resolviendo lo del parque de cañón. Los otros tanques llegarán a Australia al amanecer.
Por el día decidiremos el momento oportuno de moverlos.
Augusto quedará en Australia. Yo tendré que salir dentro de un rato hacia La Habana. Estaré en comunicación constante con ustedes.
Mándame noticias constantemente sobre el curso de las operaciones.
¡Adelante!

Fidel Castro
Australia, abril 18, 61
3 a.m.

P.D. Todavía no he recibido noticias desde el papelito en que me informaste que el enemigo disminuía el volumen de fuego12.


Fidel creía que los brigadistas tenían tropas de reserva en Miami y las habían lanzado sobre el litoral norte de Pinar del Río, a través de Bahía Honda. 
Llegó a La Habana en horas del amanecer para comprobar que nada extraño ocurría.
Años más tarde, el misterio salió a la luz. La CIA había montado una maniobra diversionista utilizando equipos electrónicos altamente sofisticados, capaces de desorientar al adversario simulando una batalla. Esos equipos fueron montados en botes, balsas de goma y otros medios y aproximados hacia las costas para generar la consabida confusión. Como en el caso de Baracoa, se utilizaron efectos luminosos contrapuestos al tiempo que se emitían los ruidos característicos de un desembarco, logrando dar la apariencia de un combate verdadero. Eso, más el avistamiento de naves no identificadas al este de la capital el día anterior, contuvo al grueso de las fuerzas castristas en ese sector y evitó que fuesen enviadas hacia Girón.
Para entonces, las avanzadas cubanas informaban que el enemigo se hallaba contenido en las playas, y que se combatía con intensidad en Covadonga y Yaguaramas.
Ya de mañana, Fernández recibió información advirtiendo que los batallones 123, 144 y 180, procedentes de La Habana, estaban llegando a Pálpite. De esa manera, sus fuerzas se elevaban a cinco mil hombres y eso lo decidió a retirar de la línea del frente a la Escuela de Responsables de Milicias y la Columna 1 Especial de Combate del Ejército Rebelde, por hallarse exhaustas y acusar un importante número de bajas. Las unidades se replegaron hacia el Central Australia y se estacionaron en sus alrededores, como fuerzas de reserva.
Se hallaban un tanto desmoralizadas porque pese a haber combatido con decisión, no habían logrado doblegar al enemigo, ignoraban que el mismo acusaba graves pérdidas y por consiguiente, no podría sostener la posición por mucho más tiempo.
Cuando la Escuela y la Columna 1 se replegaban, Fernández recibió en Pálpite un nuevo mensaje de Castro, emitido a las 04.40 horas, ordenándole despachar uno de los batallones recién llegados hacia la Caleta del Rosario, con la misión de cortar el camino que unía Playa Larga con Playa Girón.
El camino que debía hacer esa fuerza, llevaba inexorablemente a Soplillar, donde se encontraban posicionados el Batallón 227. Fernández le asignó la misión al Batallón 144, que comandaba el teniente de las Milicias Nacionales Revolucionarias, Leonel Zamora Rodríguez, quien partió de inmediato luego de recibir las instrucciones.

Expliqué entonces a su jefe que una vez salido de Pálpite avanzara hacia el Sureste durante cuarenta y cinco minutos o una hora, antes de girar hacia el sur y salir a la Caleta o a sus cercanías. El jefe del Batallón 144 no encontró el camino o no adelantó lo suficiente. Antes de tiempo tomó rumbo Suroeste y se aproximó a Playa Larga en el punto donde el camino termina. Se percató entonces de su error y volvió hacia atrás. Cuando salió al fin a la Caleta del Rosario ya la agrupación mercenaria se había retirado, lo que hizo al amanecer, según la propia versión del enemigo, y desobedeciendo a José A. San Román, jefe militar de la Brigada Mercenaria 2506, que les exigía permanecer en Playa Larga y defender esa posición13.

La medida no fue acertada porque pese a la premura con la que esa unidad se movió, no llegó a tiempo para impedir al enemigo abandonar Playa Larga y retirarse con sus vehículos hacia Girón.
La carretera entre Playa Larga y Playa Girón no fue cortada, como tampoco la de San Blas hacia ese último punto. En cuanto al Batallón 227, que había llegado a tiempo de contener al enemigo, no logró su cometido, como tampoco el 144, ni el Batallón 111, ni la Columna 2 Especial de Combate del Ejército Rebelde en Helechal. Eso le generó a Castro un severo contratiempo y el consiguiente estallido de ira pues de haberse llevado a cabo sus indicaciones, las acciones habrían finalizado ese mismo día.
A las cinco de la mañana el grueso de las fuerzas cubana se encontraban todavía en Pálpite enviando alertas en todas direcciones, en especial a los puestos de la artillería antiaérea desplegados en “posición uno” para contener a la aviación enemiga. El día anterior, pilotos brigadistas habían arremetido contra la Escuela en ese mismo lugar y su alto mando estaba consciente de que el ataque nocturno a Playa Larga había partido de ahí. Era previsible entonces que iban a embestir al amanecer, con el sol a sus espaldas, de ahí las medidas que se tomaron. Las mismas fueron acertadas porque al amanecer, un avión se acercó amenazadoramente a Pálpite pero debió alejarse por el fuego de las antiaéreas.
Posiblemente fue ese aparato el que informó a su comando la presencia de las tropas castristas, novedad que decidió al comandante Erneido Oliva, segundo al mando de la Brigada, evacuar Playa Larga (Batallón 2 con unidades de refuerzo) y dirigirse a Playa Girón.
En vista de que el Batallón 123 del teniente Orlando Suárez Tellería no había llegado aún (recién lo haría al mediodía), Fernández le ordenó al teniente de milicias Jacinto Vázquez de la Garza, jefe del Batallón 180, atacar y tomar Playa Larga al amanecer.
El Batallón 326 avanza hacia Playa Girón

Cerca de las 08.00 a.m., con el Batallón 180 desplazándose hacia Playa Larga, aparecieron sobre la carretera numerosas personas, hombres, mujeres, niños y ancianos, llevando consigo sábanas blancas en señal de alto el fuego. Se trataba de pobladores de la región ocupada por los brigadistas, quienes informaron que los invasores eran todos cubanos y que se movían de manera muy profesional. En ese momento, la 6ª Compañía de la Escuela de Responsables de Milicias, dirigida por el teniente José A. Palacios Suárez, marchaba abriendo sendero hacia Buenaventura, precedida por un tanque y una batería de morteros de 82 mm.
Entonces se le cursó una orden a Palacios Suárez para que se detuviera y regresara, cosa que hizo por el mismo camino.
A media mañana Fernández interrogó a un prisionero herido, aclarándole previamente que era lo que podía responder y que no.
El hombre reveló el número de efectivos que componía la Brigada, el nombre de sus comandantes y el armamento del que disponían. Luego dijo que era Oliva quien estaba al frente de las fuerzas en Playa Larga, que las mismas eran el Batallón Nº 2, dirigido por Hugo Sueiro y confirmó que oficiales de las fuerzas armadas norteamericanas los habían entrenado y habían viajado con ellos.

Por aquel prisionero supe además, y lo constaté a medida que pasaban las horas, que soldados y oficiales del antiguo Ejército formaban parte de la Brigada mercenaria y que al menos una decena de esos ex oficiales fueron alumnos o condiscípulos míos en la Escuela de Cadetes de Managua, lo que para mí, en el plano personal, era vergonzoso.
Varios de ellos, cuando me vieron, se arrodillaron. Imploraban por su vida. Decían: “Tú sabes que yo tengo mujer e hijos... “, como si los milicianos y militares que los enfrentamos no los tuviésemos también. Fue un espectáculo muy triste. Sin embargo, no se tomó represalia alguna con ellos. Ninguno resultó maltratado ni ofendido. Se le dio agua al sediento y se les alimentó de acuerdo con las posibilidades. Todos los heridos y lesionados recibieron prioritariamente asistencia médica. La política seguida por el compañero Fidel en la Sierra Maestra se cumplió: absoluto respeto a los prisioneros, heridos o no.
No quiero dejar de mencionar en este recuento un caso al que he aludido otras veces. José A. Pérez San Román y Erneido A. Oliva González pertenecían al mismo curso en la Escuela de Cadetes. Pérez San Román fue el primer expediente de su promoción, y Oliva, el segundo expediente14.

Cuando los relojes daban las 12.00, aquel 18 de abril, habiéndose completado el despliegue del Batallón 123, que acababa de arribar en varios ómnibus Leyland, las fuerzas de Castro arremetieron con decisión y al cabo de varias horas, lograron apoderarse del sector.
Con Playa Larga asegurada, el general Fernández, dispuso el avance de sus fuerzas hacia Girón, con la mencionada unidad 123 abriendo brecha. Avanzaban con los tanques a la cabeza, seguidas a pie, por las milicias revolucionarias, la compañía ligera de combate y las baterías de ametralladoras de 12.7 mm.
Cumplían la última directiva de Castro en cuanto a perseguir al enemigo para no darle tregua. “Ahora o nunca, es el momento”. Y mientras avanzaban, Fernández recibió un segundo comunicado urgente (12.15) que decía textualmente: “Hay que tomar Girón antes de las 06.00 de la tarde”15.
A las 13,00, un oficial de exploración que precedía a la fuerza castrista, llegó con la novedad de que los siguientes 15 kilómetros se hallaban despejados. En vista de ello, Fernández dispuso enviar los ómnibus del Batallón 123 para que recogiesen a los hombres en el camino y acelerara la marcha.
Cumplida la orden, la columna inició el avance pero al no disponer de cobertura aérea, al llegar a Punta Perdiz fue atacada por una escuadrilla de B-26B, tripulada por pilotos estadounidenses, que disparó sobre ella cohetes, napalm y nutrido fuego de metralla. Una de las bombas alcanzó a uno de los Leyland, matando al total de sus ocupantes y provocando la dispersión del resto del personal.
En medio del caos y la confusión, llegó Fernández para supervisar la evacuación de los cuerpos e impartir directivas. Al llegar al lugar, vio al ómnibus ardiendo y a varios más acribillados, una escena dantesca que realmente estremecía.
Lo primero que hizo fue reagrupar a la gente y reorganizar el Batallón para que continuase avanzando a pie. Su propósito era adelantarse lo más posible hacia Girón para adueñarse del sendero que partía de allí hacia el Norte y continuar hasta el objetivo, formando pelotones separados entre 50 y 100 metros uno de otro. De ese modo, se cerrarían las vías de escape y los invasores que aún combatían en Playa Girón quedarían cercados.
En horas de la noche, las fuerzas de Castro se posicionaron a solo 11 kilómetros de Punta Perdiz. Al mismo tiempo, las tropas enviadas por Juan Almeida al mando de los comandantes René de los Santos, Raúl Menéndez Tomasevich y el capitán Emilio Aragonés, arribaron a Yaguaramas y de ahí siguieron a Babiney, dejando atrás Horquitas, para rodear a un grupo de paracaidistas que aún resistía. Una vez en ese sector, se les ordenó cerrar la carretera que cruzaba la ciénaga, en dirección a San Blas y después de posesionarse de ese punto, seguir hacia Bermeja, Helechal y Playa Girón.
Un Leyland del Batallón 123 arde después de ser alcanzado por un B-26B

Una segunda unidad avanzaba en esos momentos hacia el Central Covadonga al mando de los comandantes Filiberto Olivera, Félix Duque, Evelio Saborit y Faustino Pérez, apoyada por la sección mixta de artillería terrestre de Pedro Miret, quedando en reserva una compañía de tanques IS-2M. Esa fuerza arribó a Jocuma y se trabó en combate con los paracaidistas, poniéndolos en retirada Entusiasmado, Félix Duque, se lanzó en su persecución sin percatarse que se estaba introduciendo en el perímetro defensivo que el enemigo había establecido en Helechal. Fue hecho prisionero y conducido a la retaguardia, en Playa Girón.
Pero para entonces, la fuerza invasora estaba derrotada y pese a la férrea resistencia que seguía ofreciendo, comenzó a dar señales de que empezaba a ceder. Y con el abandono de sus posiciones y su repliegue hacia la costa, terminó chocando con el Batallón 326 que avanzaba desde Cienfuegos por la ruta Guasasa-Caleta Buena-Girón. Esa noche, dos Curtiss C-54 lanzaron sobre la Brigada, provisiones y suministros. Campesinos de las inmediaciones vieron descender los paracaídas y corrieron al puesto de mando más próximo para dar aviso.


19 de abril
La mañana del 19, la Columna 2 Especial de Combate del Ejército Rebelde, que aguardaba en Soplillar al mando del capitán Roger García Sánchez, recibió directivas de Fidel Castro, indicando seguir la ruta del Batallón 111 para interceptar la carretera San Blas-Girón a la altura de Helechal, donde habían aterrizado los paracaidistas el día anterior.
Las unidades llegaron a esa última localidad a las 15.45 horas del 19 de abril, encontrándose con la novedad de que San Blas se hallaba ocupada por tropas propias provenientes de Covadonga y Yaguaramas, lo que impedía cumplir los planes trazados por Fidel Castro.
El amanecer sorprendió a Fernández organizando el ataque sobre la cabecera de puente enemiga (o lo que quedaba de ella), con los cañones de 122 apuntaban hacia la playa, al norte de la carretera, semicubiertos por la vegetación, lo mismo, los morteros 120 mm, algo más adelante. Siguiendo directivas de Castro, dispuso que el primer ataque fuese llevado a cabo por la Policía Nacional Revolucionaria, que comandaban Efigenio Ameijeiras y Samuel Rodiles Planas, quienes durante la noche se habían posicionado en la vanguardia con la Compañía Ligera de Combate del Batallón 116.
La situación de la Brigada era tan desesperada, que Kennedy accedió a que los Skyhawk A4D del USS “Essex” brindasen cobertura a los B-26 invasores. Las aeronaves debían reunirse con los bombarderos sobre la bahía y seguirlos hacia los blancos, pero para desazón de los pilotos brigadistas, nunca aparecieron.
Cuando los B-26C entraron en el espacio aéreo cubano, los cazas de Carreras y Prendes los ubicaron e interceptaron. Sus ráfagas de metralla dieron de lleno en sus estructuras y los aparatos se precipitaron a tierra envueltos en llamas, uno de ellos enviando varios S.O.S.
Los A4D nunca encontraron a sus aliados, como se ha dicho, de ahí que cuando el bombardero piloteado por Leonard Francis Baker y Thomas Willard Ray atacó sin cobertura el Central Australia, fuese fácilmente derribado por las antiaéreas. Los pilotos lograron salvarse pero fueron abatidos al oponer resistencia, cuando los soldados cubanos intentaron reducirlos.
Sus cuerpos, como el de otros dos compañeros (Wade Carroll Gray y Riley W. Shamburger), fueron introducidos en el interior de unas bolsas y enviados a una morgue en La Habana, para mostrarle al mundo la participación norteamericana en la invasión.
Los A4D interceptaron a los cazas de Douglas Rudd (Sea Fury) y Rafael del Pino (T-33) cuando perseguían al bombardero de Luis Soto, y eso le permitió retirarse hacia las islas Caimán para aterrizar allí. Un segundo aparato invasor, tripulado por Billy Goodwin y Joe Shannon alcanzó a disparar contra el T-33 de Prendes, pero este logró evadirse y aterrizar en San Antonio de los Baños mientras sus atacantes se alejaban hacia Puerto Cabezas, lo mismo Gonzalo Herrera, después de ser averiado sobre San Blas.


Con San Blas recuperado, y Yaguaramas reforzada, las tropas se pusieron en marcha hacia Caleta de Guasasa, sincronizando sus movimientos con el Batallón 326 que venía desde Cienfuegos al mando del capitán Orlando Pupo Peña. Debían cerrar el cerco en torno a Playa Girón con las fuerzas que convergían hacia Helechal. Fidel Castro, que se encontraba en el lugar, se hizo cargo de la sección blindada despachando a los tanques a través de la ruta Bermeja-Helechal-Playa Girón, donde llegaron en horas de la tarde.
Castro se comunicó con el capitán Peña, del Batallón 326, cuando se desplazaba por la carretera Guasasa-Caleta Buena-Playa Girón, para decirle que se detuviese y esperase nuevas órdenes pues en esos momentos, la artillería batía al enemigo en ese último punto. Intentaba doblegar a la brigada, tirando directamente sobre su Estado Mayor y conformar una línea de contención, para envolver a los invasores cuando se dieran a la fuga.
Un Skyhawk A4D del USS "Essex", cubre al B-26B de Luis Soto luego de ser
atacado por el T-33 de Rafael del Pino

Con las primeras luces del día, la Policía Nacional Revolucionaria y la Compañía Ligera de Combate del Batallón 116 se lanzaron al ataque, después que la artillería batiera a fondo la zona. Atacaron de oeste a este, librando duros combates en los accesos al sector costero, enfrentando la tenaz resistencia que ofrecían los batallones 6 y 3 (éste último disminuido), bien ocultos en los accidentes que presentaba el terreno
Pasadas las 09.30 el Batallón 2 de las fuerzas invasoras, que acababa de evacuar Playa Larga se unió a aquellas dos secciones, intentando reforzar el dispositivo defensivo que por orden de San Román, quedó a cargo de Oliva.
Al cabo de un par de horas, la brigada intentó abrir una brecha golpeando en dirección a las posiciones del Batallón 326, lanzando delante a sus blindados. Se entabló entonces un combate furioso, con el tanque disparado amenazadoramente sobre el puesto de mando de Pupo, pero la embestida fue contenida y el grupo invasor termino por caer con sus vehículos y armamento.
Pese a la momentánea victoria, el desplazamiento por la nueva carretera que corría a dos kilómetros en paralelo a la costa, era en extremo dificultoso; la calzada era angosta, la vegetación hacía imposible la aproximación a la playa y el terreno no ofrecía buenas condiciones para emplazar la artillería. Para peor, después de dos días y medio de combate, los hombres se hallaban exhaustos, tenían hambre, estaban sedientos y sobre ellos caía constantemente el peso de la artillería enemiga, que le estaba causando numerosas bajas.
“Pepe” San Román comprendió que todo estaba perdido; sus pedidos de ayuda no obtenían respuesta y los de una intervención directa de Estados Unidos habían sido desestimados, de ahí su decisión de cortar la comunicación y destruir el equipo.
Hubo decenas de muertos y heridos, ambas partes derrocharon valor y en esas condiciones se siguió combatiendo hasta las 17.30, cuando Playa Girón fue recuperada y los invasores derrotados. Los que no terminaron prisioneros, se dieron a la fuga, algunos hacia las lanchas y los más intentando alcanzar las estribaciones del Escambray, al este.
Pleno de satisfacción, el José Ramón Fernández envió a Fidel Castro un mensaje anunciándole la victoria: “Tomamos Girón a las 17 y 30 horas. Territorio Libre de América”16.
Las primeras unidades que entraron en la playa, una vez finalizados los combates, fueron la Policía Nacional Revolucionaria y la Compañía Ligera de Combate del Batallón 116, seguidas por el Batallón 180, el Batallón 227 y las secciones de tanques, tomando los primeros prisioneros.
Pasadas las 18.00, Fidel Castro leyó por cadena de radio y televisión el cuarto comunicado de gobierno, anunciando la derrota del enemigo y el fin de las hostilidades.

COMUNICADO Nº 4, 19 de abril de 1961

Se informa al pueblo de Cuba sobre la toma del último punto de los mercenarios, que habían invadido por las arenas de Playa Girón y Playa Larga. Girón fue el último punto tomado a las 5.30 de la tarde del 19 de abril de 1961.
Fuerzas del Ejército Rebelde y de la Milicias Nacionales Revolucionarias tomaron por asalto las últimas posiciones que las fuerzas mercenarias invasoras habían ocupado en el territorio nacional.
Playa Girón, que fue el último punto de los mercenarios, cayó a las 5.30 de la tarde.
La Revolución ha salido victoriosa, aunque pagando un saldo elevado de vidas valiosas de combatientes revolucionarios que se enfrentaron a los invasores y los atacaron incesantemente sin un solo minuto de tregua, destruyendo así en menos de 72 horas el ejército que organizó durante muchos meses el gobierno imperialista de los Estados Unidos.
El enemigo ha sufrido una aplastante derrota, una parte los mercenarios trató de reembarcarse al extranjero en diversas embarcaciones que fueron hundidas por la Fuerza Aérea Rebelde, el resto de las fuerzas mercenarias, después de sufrir numerosas bajas de muertos y heridos, se dispersó completamente en una región pantanosa donde ninguno tiene escapatoria posible.
Fue ocupada gran cantidad de armas de fabricación norteamericana, entre ellas varios tanques pesados Sherman, todavía no se ha hecho el recuento completo del material bélico ocupado.
En las próximas horas, el Gobierno Revolucionario brindará al pueblo una información completa de todos los acontecimientos.

Fidel Castro Ruz
Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
19 de abril de 1961.

Los invasores tuvieron ciento setenta y seis muertos y 1214 prisioneros, muchos de ellos heridos. Las fuerzas revolucionarias sufrieron ciento cincuenta bajas fatales y trescientos cincuenta heridos, de los que medio centenar, quedaron mutilados o discapacitados de por vida. 


El momento más dramático de la batalla tuvo lugar pasadas las 14.30 horas, cuando en el horizonte asomaron las siluetas de dos destructores poderosamente artillados. Se trataba de unidades de la Task Force “Alpha”, que se aproximaban a la costa en actitud intimidatoria.

El acontecimiento de mayor riesgo y tensión de aquella jornada del día 19 de abril fue para mí un hecho que originó pasiones y actitudes encendidas y una verdadera lucha entre nuestra decisión de no hacer fuego contra dos destructores de la Armada estadounidense que estaban en nuestras aguas jurisdiccionales, a menos de dos mil metros de la costa, y la demanda, de los subordinados inmediatos, especialmente de las baterías de artillería, que enardecidos, y muy irritados por las bajas sufridas por nuestras tropas, demandaban con vehemencia hacerlo.
Los destructores se aproximaban con sus cañones desenfundados y apuntando hacia tierra en actitud provocativa y amenazante, mientras que, por el movimiento de botes desde los barcos hacia tierra y desde esta hacia los barcos, yo apreciaba que se producía un nuevo desembarco. No sabíamos que en la retaguardia enemiga había comenzado ya la desbandada y no lo podíamos ver porque nos lo impedían la configuración del terreno y la vegetación17.

Cuando sus hombres advirtieron la presencia, Fernández enfocó sus binoculares Zeiss y observó detenidamente. Efectivamente, eran naves americanas y aparentemente, se preparaban para atacar.
Sin perder tiempo, extrajo de su bolsillo lápiz y papel y escribió a los apurones para notificarle a Castro lo que estaba sucediendo. Despachó el mensaje con un motociclista, rogando en su fuero interno que su pedido de refuerzos fuese atendido y mientras lo hacía, mandó a sus hombres ponerse a cubierto. Estos le pedían a viva voz que abriera fuego de artillería, pero el bravo comandante se negó a hacerlo, primero, porque no tenía instrucciones en ese sentido y segundo, porque los norteamericanos no estaban atacando. Corría el riesgo de que se tratase de una simple maniobra de observación y dar pie a una ofensiva a gran escala. Lo que hizo fue alinear a su derecha, a metros de la costa, las dos baterías de cañones de 85 mm, los tres tanques T-34 y los cinco cañones autopropulsados SAU-100, para responder cualquier con ellos intento de agresión.
Con la llegada de unidades de refuerzo (otras veinte piezas), todos creyeron que su comandante ordenaría abrir fuego, pero nada de eso sucedió. En lugar de ello, las naves norteamericanas disminuyeron la velocidad, viraron y se retiraron. Eran el “Eaton” y el “Murray”, que cumplían órdenes directas de Washington al mando del capitán Robert R. Crutchfield.
Era evidente que los norteamericanos estaban sondeando a los mandos revolucionarios y en ese sentido, Fernández debía ser muy cauteloso. Por esa razón, debió recurrir a todo su temple para acallar los reclamos de sus hombres e incluso, amenazarlos con sanciones.
Los buques estadounidenses se retiraron, dejando detrás a las pocas barcazas que intentaban huir de la bahía con varios brigadistas a bordo.
Aún así, una sección de tanques que apareció a la izquierda tomó ubicación y abrió fuego. Ese primer proyectil se fue largo, por encima del “Eaton”, para caer 35 metros más allá, levantando una gruesa columna de agua.
El segundo de a bordo, capitán Peter Perkins, solicitó autorización para disparar pero Crutchfield se lo negó, alegando que las directivas eran precisas y había que cumplirlas al pie de la letra. Dos días antes, al recibir el desesperado pedido de auxilio de los buques atacados, el comandante de la flota había respondido a los brigadistas algo parecido:

-Mi corazón está con ustedes, pero no puedo hacer nada.

La respuesta que recibió fue más que elocuente.

-¡¡¡El Departamento de Estado está lleno de m…!!!

Como se ha dicho, los buques viraron hacia el este y se alejaron, dejando a las barcazas con los brigadistas libradas a su suerte.
Para Fernández fue un triunfo además de un alivio. Sin mostrar sus sentimientos, comenzó a relajarse y a sentir que el alma le volvía al cuerpo al ver a esas las naves perderse en la lejanía.
En este punto, debemos hacer referencia a las diferentes versiones que han circulado con respecto al hundimiento del “Houston”.
Según hemos referido, el buque fue atacado y destruido por el capitán Enrique Carreras, la madrugada del 17 de abril. Sin embargo, a poco de finalizada la batalla, comenzó circular una extraña y contradictoria historia, según la cual, el hecho fue obra del mismísimo Fidel Castro. De acuerdo a esa nueva versión, el comandante en jefe accionó el cañón SAU-100 que destruyó a la nave enemiga, pensando que aún quedaban tropas a bordo.
Luego se dijo que fue Néstor López Cuba, jefe de la sección de cañones y tanques que Fernández situó a su derecha, quien lo había destruido, algo extraño si tomamos en cuenta que las piezas recién se posicionaron en la orilla recién la mañana del 19 de abril es decir, cuando hacía dos días que el barco enemigo ardía encallado sobre el banco de arena, a una milla de distancia de la costa. Además, según referencias del comandante Juan R. Fernández, solo un tanque abrió fuego en esa ocasión, no contra el SS “Houston” sino contra el USS “Eaton”, sin alcanzarlo.


A quienes jamás se notificó sobre el desembarco, fue a los paramilitares que la CIA había estado infiltrando desde comienzos de año, uno de ellos Félix I. Rodríguez, quién se enteró de la invasión a través de la radio.
La noche del 13 de abril, alguien lo llamó por teléfono a la vivienda operativa que estaba ocupando y le aconsejó salir de la capital cuanto antes porque “iba a ocurrir algo”. Poco después, los grupos infiltrados incendiaron la casa matriz de las grandes tiendas “El Encanto” en La Habana, confiscadas por el gobierno revolucionario en 1959 y convertidas en depósitos de suministros. Hicieron detonar varias bombas incendiarias y en el derrumbe parcial del edificio, murió la miliciana Fe del Valle, que en esos momentos hacía guardia.
Al día siguiente, Rodríguez se dirigió a Varadero, para recoger a un compañero y seguir hasta Santa Clara, donde debía establecer ciertos contactos. Lo hizo a tiempo porque durante las redadas que se llevaron a cabo para detener a los autores del atentado, cayeron algunos de sus compañeros, entre ellos Mario Pombo, Arturo Martínez Pagalday, Telesforo Heriberto Fernández y Carlos González Vidal, quienes fueron interrogados y sometidos a tormentos18.
Allí se encontraba Rodríguez con sus compañeros cuando escuchó a través de la radio sobre los bombardeos. Hoy muchos se preguntan cómo fue posible que los paramilitares infiltrados por la CIA hayan quedado al margen de la operación y la respuesta que más se escucha es que la Agencia procedió de ese modo por temor a que la noticia se filtrase.
Derrotada la invasión, los elementos infiltrados intentaron escapar como mejor pudieron, recurriendo para ello a distintos medios.
Rodríguez se conectó con Alejandro Vergara, jefe de prensa y propaganda de la embajada de España y éste lo condujo en su automóvil hasta la legación venezolana, donde pidió asilo político.
Permaneció ahí hasta el 13 de septiembre de ese mismo año, cuando logró salir hacia Caracas -donde residió un tiempo- antes de regresar a los Estados Unidos.


Al momento de estallar las hostilidades, la Fuerza Aérea Revolucionaria contaba con apenas once pilotos de combate, tres de ellos nicaragüenses y uno chileno, quienes llevaron a cabo setenta misiones de guerra, enfrentando a aviones mucho más modernos, piloteados en algunos casos por veteranos norteamericanos de la Segunda Guerra Mundial y Corea. Lograron derribar ocho aeronaves enemigas (bombarderos B-26B), hundir dos buques de transporte e igual número de barcazas y dañar seriamente a las fuerzas de desembarco, cortando sus comunicaciones y rutas de abastecimiento.
Álvaro Prendes era un antiguo piloto de la Fuerza Aérea del Ejército Cubano, nacido en Guantánamo el 24 de diciembre de 1928. Egresado en 1954, logró derribar tres aparatos enemigos piloteando un T-33A y averiar al LCI “Barbara J” cuando se desplazaba frente a la costa en Playa Girón. Fue el aviador que más misiones realizó, efectuando dos salidas el 17 de abril, cuatro el 18 y cinco el 19. En su segunda misión averió al B-26 de Crispín García (que se estrelló al aterrizar en Nicaragua) y en la tercera al de Raúl Vianello Alacán, quien pereció al abatirse a tierra, no así su navegante, Demetrio Pérez, que salvó milagrosamente su vida lanzándose en paracaídas sobre el mar (fue rescatado por un destructor estadounidense).
Según el informe que presentó el propio Prendes en la sala de prevuelo, Vianello se defendió bien, maniobrando su avión con habilidad para impedir su derribo. En su célebre libro En el punto rojo de mi colimador, el piloto admite que recién pudo abatir a su adversario “…con la última ráfaga de municiones y el último buche de combustible”.
La artillería cubana abre fuego sobre la cabeza de puente en Girón

Volando en pareja con el capitán Enrique Carreras, derribó al B-26 tripulado por los norteamericanos Riley W. Shamburger y Wade Carroll Gray (muertos ambos), junto al capitán Alberto Fernández bombardeó las playas y logró contener el reembarque de varios brigadistas, en una acción conjunta con Rafael del Pino19.
Enrique Carreras, también piloto de T-33, nació en Matanzas el 25 de noviembre de 1922. Fue quien hundió el SS “Houston” y el SS “Río Escondido”, además de abatir a dos B-26B en vuelo. Efectuó dos salidas el 17 de abril, una el 18 y dos más el 19, resultando el más letal de los aviadores cubanos.
Rafael del Pino era oriundo de Pinar del Río, donde había nacido el 22 de septiembre de 1938.
El 17 de abril derribó con su T-33 al bombardero tripulado por Osvaldo Neguerela y José Fernández, quienes perecieron en el ataque. Realizó incursiones contra las tropas en tierra, algunos junto a Douglas Rudd, completando otras seis misiones de ataque los días 18 y 19 de abril20.
El capitán Alberto Fernández fue otro de los ases cubanos que se destacaron por su profesionalidad y arrojo. El 15 de abril partió en persecución de los aviones que bombardearon San Antonio de los Baños pero no logró alcanzarlos. Durante la invasión, llevó a cabo ocho misiones de combate, dos el día 17, tres el 18 y otras tres el 19, siendo él quien abatió al B-26 que tripulaban Matías Farías y Eddie González y volando con Douglas Rudd, averió otro. Atacó las cabezas de puente en Playa Larga y Playa Girón y varias embarcaciones en la bahía, una de ellas, el dañado “Houston”21.
Al estallar las hostilidades, Gustavo Bourzac apenas tenía dos años como piloto. A bordo de su Sea Fury realizó siete misiones, las tres primeras el día 17 (el 15 de abril también decoló en persecución de los aviones atacantes). Impactó con cohetes y metralla al “Houston” cuando intentaba encallar en un banco de arena y atacó a las fuerzas de tierra en numerosas oportunidades.
Douglas Rudd era descendiente de británicos; había nacido en la provincia de Oriente y pertenecido a la Fuerza Aérea del Ejército Cubano en tiempos de Batista (promoción 1957). Piloto de Sea Fury, averió un B-26 y atacó a las tropas desplegadas en la playa, en compañía de Rafael del Pino.
El piloto más experimentado de la FAR era, sin duda, Luis Antonio Silva Tablada. Egresado en 1941, había nacido en Santiago de Cuba el 13 de junio de 1914. Veterano de Sierra Maestra (combatió a las órdenes de Raúl Castro), integró la aviación castrista, siendo uno de los dos pilotos que llevó a cabo acciones de combate aéreo para las fuerzas de Fidel (como se recordará, bombardeó el cuartel de La Maya). Designado jefe de la Base Aérea de San Antonio de los Baños en 1959, tripuló un bombardero B-26C, con el que llevó a cabo dos misiones de combate. En la primera, regresó a la base averiado y en la segunda, fue derribado por las baterías antiaéreas de las embarcaciones y pereció junto a su copiloto y sus dos navegantes al estrellarse en el mar (17 de abril).
De los cinco pilotos restantes, tres eran nicaragüenses, uno chileno y el último cubano. Ernesto Guerrero efectuó cuatro misiones de ataque a las cabeceras playa piloteando un T-33, dos el 18 de abril y el resto el 19; su compatriota Álvaro Galo, voló un B-26C pero apenas llegó a Girón, dio media vuelta y se retiró, negándose a participar en otras misiones. No ocurrió lo mismo con Carlos Segundo Ulloa Arauz que en su única misión de combate, partió a bordo de su Sea Fury, acompañado por el T-33 de Guillermo “Willy” Figueroa, quien debía darle cobertura.
Ese 17 de abril, Ulloa y Figueroa decolaron de San Antonio de los Baños y enfilaron directamente hacia Playa Girón pero cuando estaban llegando a la zona de combate, el segundo giró y se retiró, dejando a su compañero sin protección. Ulloa siguió adelante y cuando estaba disparando contra las tropas en tierra, fue alcanzado por uno de los buques y se estrelló en el mar.
Jaques Lagas había nacido en Iquique, al norte de Chile, el 14 de enero de 1925. Fue uno de los instructores de esa nacionalidad que trabajaron para la FAR después del triunfo de la revolución y el único que participó en los combates. Tomó parte en seis misiones, dos el 17 de abril, una el 18 y tres el último día, la primera, tripulando al B-26C matrícula FAR 937, en compañía del sargento mecánico Pérez, de origen cubano. Atacó las posiciones enemigas en tierra aunque en su segunda salida, acompañado en esa ocasión por el teniente Caramé, debió rehuir el combate ante la presencia de un B-26C, luego de que el aparato de Silva Tablada, fuera derribado.
El día 18 bombardeó los nidos de ametralladoras al comando del aparato matrícula FAR 915, recibiendo impactos en la proa y debió abortar una segunda misión al producirse un incendio en el avión (matrícula FAR 917), cuando ya estaba en el aire. El 19 de abril realizó sus tres últimas incursiones, la primera a bordo del B-26C matrícula FAR 915, la segunda a las 13.00 horas en el FAR 909 y la última nuevamente en el 915, incursionando sobre blancos terrestres.
“Willy” Figueroa y Álvaro Gallo fueron arrestados, acusados de cobardía y degradados. Ninguno de los dos llegó a disparar y rehuyeron el combate abandonando a sus compañeros22.
Fidel Castro había obtenido una victoria resonante al derrotar en tres días de combates a una fuerza invasora pertrechada por los Estados Unidos. Su imagen se fortaleció y la revolución pareció afianzarse. Por el contrario, el Pentágono, la Agencia Central de Inteligencia y la Casa Blanca no solo quedaron en evidencia sino que hicieron el ridículo ante la opinión pública internacional, demostrando falta de criterio, debilidad e indecisión.
A solo tres meses de asumir la presidencia, John F. Kennedy caminaba sobre la cuerda floja y su gobierno parecía tambalear. El Kremlin había seguido los acontecimientos con la máxima atención y entendía que frente suyo había un rival dubitativo, temeroso y vacilante. Y de ello, estaba dispuesto a sacar provecho.






Imágenes




El SS "Houston" arde sobre un banco de arena después de ser atacado por los T-33



Lanchas de desembarco LCU en Playa Girón



La Brigada 2506 ataca la playa



Tapa de la Revista "Life"



Paracaidistas invasores descienden sobre San Blas


Fidel Castro bajando de un tanque



El teniente Norberto Fernández, jefe de
puesto en Jagüel Grande, yace abatido



Civiles muertos en las inmediaciones




Tanques y carros armados castristas avanzan hacia la zona de operaciones



Un grupo de milicianos se desplaza hacia el frente

Una batería antiaérea se prepara para abrir fuego contra un B-26B


La artillería cubana dispara contra la cabecera de puente


El USS "Cony" de la Task Force "Alpha"



Un bombardero B-26B brigadista tripulado por personal norteamericano
ataca una columna motorizada del Ejército Rebelde en cercanías de Girón
(Ilustración: Jeff Bass)




Después de tres días de combate los brigadistas se rinden

Notas
1 La unidades habían zarpado de Miami a las 04.30 del 23 de enero de 1961, llevando a bordo una tripulación integrada por nueve oficiales de origen europeo nacionalizados norteamericanos y 33 cubanos, además de una sección mixta de once hombres-rana. Los acompañaban otros tres estadounidenses, quienes tenían a su cargo el entrenamiento de los buzos. Se encaminaron a la isla de Viéques, donde llegaron el día 30, para iniciar el entrenamiento. A fines de febrero, las unidades zarparon con destino a las costas sudorientales de Cuba, con la misión de desembarcar suministros, realizar maniobras y efectuar pruebas de tiro. Luego se situaron al sudoeste de Jamaica y allí permanecieron en espera de las señales de radio codificada. Una vez recibida, se les ordenó navegar en aguas jurisdiccionales cubanas, siguiendo la ruta de las embarcaciones pesqueras. Tres días después, se dispuso un desembarco en las costas de Punta León, al este de Cabo Corriente (26 de febrero), para entregar suministros y armas a grupos de recepción de la resistencia. La operación se llevó a cabo en la lancha Nº 1 del “Blagar”, a la que previamente se le retiraron la ametralladora de 50 de proa y la de 30 de popa. La operación se puso en marcha a las 21.00 y finalizó a las 23.20, cuando en el último viaje, la LCU fue arrojada contra las rompientes y tumbó de costado sobre una duna.
La carga fue entregada a los veintiséis hombres del MRR, quienes las subieron a unos camiones del INRA que habían llevado hasta allí en tanto los marinos fueron recogidos por una segunda embarcación y conducidos de regreso al “Blagar” (05.30). La nave abandonó aguas cubanas a eso de las 06.30, luego de un intento de motín por algunos tripulantes y regresó a Miami, atracando en el muelle de Stock Island, el 3 de marzo. Permaneció allí hasta el día 29, cuando volvió a hacerse a la mar (el “Bárbara J” lo haría dos o tres días después) y arribó a Puerto Cabezas la noche del 1 de abril, cuando solo había un buque fondeado en la rada. Los restantes fueron llegando en los días siguientes, el “Río Escondido” con la sección de hombres-rana que habían quedado en Miami (extraído de la obra del capitán Juan L. Cosculluela, Mis memorias, tripulante del “Blagar”, sitio Bay of Pigs, http://bayofpigs2506.com/63647333-El-Blagar-Memorias-Por-Juan-Cosculluela.pdf).
2 Fidel Castro Ruz, La Batalla de Girón, (Primera parte) III. CubaDebate (http://www.cubadebate.cu/la-batalla-de-giron/tercera-parte/). Antes de partir hacia el Central Australia, Castro instaló su comando en el Punto Uno (La Habana), donde la madrugada del 17 se hallaban reunidos, entre otros, Sergio del Valle Jiménez, jefe del Estado Mayor; el capitán Flavio Bravo Pardo; los jefes de sectores de la defensa de La Habana: comandante Filiberto Olivera Moya, capitán Emilio Aragonés Navarro, capitán Osmany Cienfuegos Gorriarán, capitán Rogelio Acevedo González, el capitán Raúl Curbelo Morales, comandante de la Fuerza Aérea Revolucionaria y el capitán Sidroc Ramos Palacios. 
3 Ídem.
4 Ídem.
5 Warren Trest, Donald. B. Dodd, Wings of Denial: The Alabama Air National Guard’s. Cover Role at the Bay of Pigs, NewSouth Books, Montgomery, 2001, Alabama, segunda edición, pp. 133-134
6 Luis Anastasio Somoza era hijo de Anastasio Somoza García, político y militar, el primer presidente de esa dinastía, a quien sucedió el 22 de septiembre de 1956, luego del atentado que le costara la vida. Estuvo al frente del gobierno hasta 1963. Su hermano, Anastasio Somoza Debayle fue presidente entre 1967 y 1979. La familia gobernó de manera dictatorial hasta su caída. Al partir la Brigada 2506, Luis Anastasio les pidió a sus jefes que le trajeran como trofeo un pelo de la barba de Castro.
7 La Batalla de Girón (Primera Parte) IV, CubaDebate (http://www.cubadebate.cu/la-batalla-de-giron/cuarta-parte/).
8 Magalí García Moré, “Entrevista al General de División (R) José Ramón Fernández”, diario “Granma”, La Habana, edición del 20 de abril de 1976.
9 Ídem.
10 Ídem.
11 Ídem.
12 Ídem.
13 Ídem.
14 Ídem.
15 Ídem.
16 Ídem.
17 Ídem. Cita el libro de Peter Wyden, Bahía de Cochinos. La verdad no dicha,
18 Carlos González Vidal acabó fusilado por el Che Guevara.
19 Fue uno de los primeros pilotos cubanos en probar los aviones MIG en Checoslovaquia. Ocupó cargos de gobierno y en 1974 combatió en Angola, donde fue herido, lo mismo en Yemén del Sur. En 1992 desertó a Estados Unidos.
20 En el mes de marzo de 1961 había derribado un AT-11 incursor. El 28 de mayo de 1987 abordó un bimotor Cessna 402 y voló a Cayo Hueso con su familia para exiliarse en Estados Unidos.
21 También derribó un AT-11 durante las acciones de marzo de ese año.
22 Figueroa desertó tiempo después a Estados Unidos.



Otras fuentes consultadas
-José M. Miyar Barruecos, “Recuerdos de Girón. Las operaciones aéreas de la CIA”, diario “Granma”, 24 de marzo de 2011(http://www.granma.cu/granmad/secciones/giron-50/recuerdos/artic-06.html).
-La Historia de Cuba desde 1959. “Abril 1961 Preludio de la Invasión. El bombardeo del día 15 a las bases militares de Ciudad Libertad” (http://aguadadepasajeros.bravepages.com/ cubahistoria/cuba_aviones_b2506.htm)
-Sitio Bay of pigs 2506 (http://bayofpigs2506.com/pagina%20indice%20general.html).
-Claudia Márquez, “El guerrero de las sombras”. Entrevista realizada por Jay Martínez a Félix Rodríguez para el programa de radio “Magazine Cubano”, con motivo de la aparición del libro de su autoría, titulado igual que la nota. Al momento de desembarcar clandestinamente en Cuba, Rodríguez llevaba entre sus pertenencias un rifle con mira telescópica. Semanario “El Veraz”, San Juan de Puerto Rico (http://elveraz.com/articulo384.htm).
-Foro RKKA, “La Batalla aérea de Playa Girón”  (http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:9sfjtoWpLiMJ:foro.rkka.es/index.php%3Faction %3Dprintpage%3Btopic%3D654.0+&cd=3&hl=es-419&ct=clnk&gl=ar).
-Magalí García Moré,Girón, Discrepando”, entrevista al general José Ramón Fernández publicada en el diario “Granma”, el 20 de abril de 1976 (http://www.discrepando.com/ archivos/ item/688-giron).
- Julio Martínez Molina, “Mi Batallón contuvo el avance del agresor”, Juventud Rebelde, 21 de Enero del 2011  (http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2011-01-21/mi-batallon-contuvo-el-avance-del-agresor/).-Frank de Varona, “Testimonio. Liberación de la Brigada de Asalto 2506”, Emilio Ichikawa, 24 de diciembre de 2014 (http://eichikawa.com/2012/12/testimonio-liberacion-de-la-brigada-de-asalto-2506.html).- Felipa Suárez Ramos, “Heroísmo en alta mar”, 12 de abril de 2011, Cuba Trabajadores, (http://archivo.trabajadores.cu/node/554).
-La Batalla de Girón (Primera Parte) IV, CubaDebate (http://www.cubadebate.cu/la-batalla-de-giron/cuarta-parte/).
-“Lo más significativo fue la actitud, el derroche de valor y de coraje de los combatientes”, Diario “Granma”, 15 de abril de 2011(http://www.granma.cu/granmad/secciones/giron-50/artic-25.html).
- Foro Militar General, Playa Girón – Bahía de Cochinos (http://www.militar.org.ua/foro/playa-giron-bahia-de-cochinos-t39.html).
-Blas Casares, “Task Gruop Alpha: La marina norteamericana en girón”, Emilio Ichikawa, 19 de abril de 2010 
 (http://eichikawa.com/2010/04/task-group-alfa-la-marina-norteamericana-en-giron-%C2%BFmision-militar-o-humanitaria.html).