EL DÍA DESPUÉS
La noche del 18 de abril, tuvo lugar en la Casa
Blanca la tradicional recepción anual que el presidente ofrecía a los
congresistas.
Kennedy, vestido de etiqueta, ingresó al salón del brazo de su
esposa Jacqueline, quien, una vez más, volvió a deslumbrar a los presentes por
su elegancia y distinción.
En
determinado momento, cerca de la medianoche, Dean
Rusk, Robert McNamara y Lyndon Johnson, abandonaron el salón y se dirigieron al
Cuarto de Gabinete, en el ala oeste, seguidos por el almirante Arleigh Burke y
el general Lyman Lemnitzer.
El presidente, que en esos momentos departía con un grupo de
invitados, vio reaparecer al secretario de Estado quién, con un gesto de la
cabeza, le pidió seguirlo.
El presidente se disculpó con sus invitados y se acercó hacia
el umbral donde se encontraba parado el funcionario y juntos salieron del
recinto, seguidos de cerca por la custodia.
-¡Que ocurre? –preguntó mientras caminaban.
-Richard (Bissell) ha solicitado una reunión urgente. Es
Cuba.
El
rostro de Kennedy pareció desencajarse, pues en ese momento comprendió que las
cosas no estaban saliendo bien. Miró fijamente a su interlocutor y por un par
de segundos permaneció en silencio, sin atinar a decir nada.
En el
Cuarto de Gabinete, el aire parecía cortarse con un cuchillo.
Lo
primero que Kennedy hizo, ni bien entró, fue preguntar que sucedía.
-¿La
Brigada tiene problemas?
-Sufren
grandes pérdidas, señor – respondió McNamara y a continuación, pasó a leer un
mensaje cifrado enviado por un agente de la CIA en la escena- “Las fuerzas de defensa cubanas abrieron
fuego a menos de 700 metros. La nave de asalto saltó disparada del agua. Más de
cincuenta cuerpos flotaban en el mar. Un joven brigadista fue alcanzado por la
metralla a menos de diez metros de mi posición. No pude alcanzarlo debido al
fuego enemigo; se ahogó en su propia sangre. Jamás vi algo así”.
Entonces
Rusk ensayó la primera excusa, al informar que alguien delató a la brigada y
que, por esa razón, las fuerzas de Castro estaban en alerta, con sus tanques
soviéticos preparados y que habían detectado a los brigadistas cuando se
aproximaban a la costa.
-¡Pero
si era plena noche! – dijo el presidente desconcertado.
-Nadie
tomó en cuenta que había luna llena – contestó el secretario de Estado.
El
silencio que siguió fue por demás elocuente. Mientras tanto, seguían llegando
novedades desde el teatro de operaciones y eran cada vez más desoladoras
-La
situación solo puede afrontarse si utilizamos nuestro poder aéreo – agregó
Allen Dulles.
-Pero
ellos ya contaban con apoyo aéreo. Llevaban sus propios aviones desde Nicaragua
– respondió el presidente omitiendo que él mismo había sugerido reducir su
número a la mitad.
-Esos
aviones no fueron efectivos –explicó Rusk- Para empeorar las cosas, los aviones
de Castro destruyeron la nave de suministros con el grueso de las armas
pesadas, las municiones y los equipos de comunicaciones.
-¡¿Estaba
todo en la misma nave?! – preguntó JFK incrédulo.
-Si,
señor.
La
respuesta debe haber avergonzado a más de uno, pero nadie atinó a decir nada.
El secretario de Estado permaneció estático, esperando el estallido y Allen
Dulles bajó la cabeza, sosteniendo su pipa con la derecha. Fue McGeorge Bundy
quien rompió el hielo:
-Tampoco
se produjo el levantamiento del pueblo cubano.
-Señor
presidente –terció McNamara- Si no incluimos nuestros aviones, la operación
estará perdida.
-¡¿Nuestros
aviones?! –respondió Kennedy entre iracundo y desconcertado- ¡¿Despegando desde
nuestros portaaviones?!
-Y
necesitaremos un destructor para neutralizar la artillería y los tanques
soviéticos – agregó Dulles.
Kennedy
apenas podía creerlo; quienes le habían aconsejado llevar adelante la invasión,
garantizándole pleno éxito, lo incitaban a intervenir directamente, aún
sabiendo que él se oponía a ello desde el comienzo.
-He
sido claro con esto desde el principio –respondió– Cuba es aliada de Rusia y no
me arriesgaré a una respuesta de Kruschev.
-Él no
hará nada, señor presidente.
El que
habló fue Lyman Lemnitzer, rompiendo el silencio
que venía guardando hasta el momento.
-Perdón…
¿qué me dice?
-Que
Kruschev no hará nada – enfatizó el alto oficial.
-Usted
dijo que las fuerzas de invasión no hallarían resistencia, que la gente de Cuba
se alzaría contra Castro y que la Brigada estaba bien equipada. Se ha equivocado
en todo hasta ahora.
-El
apoyo aéreo… -intentó seguir Lemnitzer,
pero el presidente siguió hablando encima de él.
-¿Porqué
debo creerle ahora?
-El
apoyo aéreo… -continuó el general- evitará que esto sea un desastre absoluto.
-¿Ya lo
es! – le recordó JFK.
Se
produjo entonces un nuevo silencio, en el que la tensión parecía tomar cuerpo.
-Señor
presidente –continuó el militar-, si no envía los aviones ahora, esos hombres
en la playa, que fueron entrenados y armados por nosotros, morirán.
-Estoy
perfectamente consciente de ello, general.
-¡Por
favor, señor, tome la decisión! ¡¡Esto es urgente!!
-Supongo
que la CIA no tiene explicación para esto, ¿cierto? – dijo Kennedy mirando
directamente a Dulles.
El
director de la Agencia permaneció en silencio, un silencio obvio y por demás
embarazoso.
En este
punto es donde el primer mandatario debe haber dispuesto que los A4D del USS
“Essex” escoltasen a los bombarderos anticastristas, pero reiterando su
negativa a una participación directa.
-No permitiré
que nuestros aviones se involucren en acciones directas – fue la respuesta.
-¡Debe
hacerlo, señor! – insistió el general.
-¡Soy
su comandante en jefe y esa es mi decisión! – cerró Kennedy de manera
concluyente. Y a continuación solicitó dar lectura a los últimos cables
llegados del frente.
El que
casi pierde la vida durante la invasión y no precisamente en combate, fue el
Che Guevara.
El
hecho estuvo envuelto en la confusión y hasta el día de hoy, pocos son los que
citan el lugar donde sucedió. Lo cierto es que entre idas y venidas, después de
solicitarle a Fidel Castro personal idóneo para accionar las piezas de
artillería que tenía apostadas en su sector, al Che se le desprendió su pistola
Stechkin del cinto y al dar contra el piso, se produjo un disparo que le
impactó en el rostro, a la altura de la oreja izquierda y dio contra el hueso
mastoide, rozando órganos vitales.
Al
parecer sucedió en Consolación del Sur, donde funcionaba su puesto de mando,
frente a varias personas, quienes al verlo sangrar se apresuraron a socorrerlo.
Uno de ellos fue José “Pepito” Argibay, su segundo, quien corrió desesperado
hacia el primer teléfono para llamar al Dr. Orlando Fernández Adán y decirle
que el comandante viajaba hacia el hospital con un disparo en el rostro.
-¡¡Coño, Pepito, no me
jodas!! –gritó el facultativo- ¡Con el Che no se juega!
-Mira, lo que te
comunico es muy en serio, y al mismo tiempo estoy dándote una orden que tienes
que cumplir inmediatamente. ¿Tú sabes de quién te estoy hablando?
-Sí...
-Entonces toma con
urgencia las medidas de seguridad necesarias y prepárate para salvarle la vida1.
Orlando
salió a toda prisa, abordó un jeep y enfiló directamente hacia Consolación del
Sur, pensando que el comandante se encontraba todavía en su puesto de mando. Le
dijeron que lo habían trasladado al Hospital Provincial y hacia allí se
encaminó, pensando lo peor.
“Se me afloja el cuerpo, y
el alma se me va un poco para las piernas, que me tiemblan
–recordaría varios años después- ¡Me
siento triste, desesperado, muy incómodo. Porque el Che es mi jefe y además, mi
colega!
“Como todo el mundo, yo lo
admiro, le tengo afecto. Pero, además, es ya como un entrañable amigo. Me voy
para allá, a millón, con un anestesista. No recuerdo su nombre ahora. Se queja
de que “corro” mucho en mi carro, y dice que nunca más se montará conmigo”2.
Orlando
pisaba el acelerador con tanta rabia, que el anestesista se sujetaba con fuerza
al asiento, ajeno a lo que sucedía.
“…yo nunca cometería otra
vez esa locura de “correr” tanto. Pero no actuaba como el chofer, sino como
alguien que acaba de recibir una orden trascendental y se vuelve como loco con
un timón en sus manos”3.
El jeep se detuvo rechinando sus ruedas, frente al hospital.
Orlando y su asistente saltaron fuera y entraron a todo correr, preguntando
donde se encontraba el Che. Recién entonces, el segundo cayó en la cuenta de
quien era el paciente.
-En el salón de operaciones- respondió alguien.
Cuando llegaron, no menos de veinte personas se encontraban
congregadas en el lugar, entre médicos, enfermeros, militares y milicianos.
El comandante estaba recostado sobre la camilla, con el torso
desnudo y consciente; le habían limpiado la sangre pero esta seguía manando por
la herida.
Al ver llegar a Orlando su rostro cambió. Una expresión de
confianza dio paso a su gesto adusto y eso fue lo que percibió Fernández Adán,
recuperando en parte la calma. A su lado se encontraban los doctores Pérez
Lavín y Ángel García, asistidos por la enfermera Olga Alarcón.
Orlando se dirigió a Harry Villegas y le pidió que desalojase
la sala. El fiel “Pombo” procedió a cumplir la orden y cuando todos hubieron
salido (a excepción de los dos médicos y la enfermera), le pidió que
permaneciese en el lugar por si le necesitaba.
-Che, ¿qué te ha ocurrido? –preguntó una vez a su lado- Me
dijeron que estás herido. ¿Cómo fue eso?
-Sí. No sé cómo pudo pasar, pero la pistola se me cayó y se
disparó, esa es la verdad....
Orlando
procedió a revisar la lesión y de ese modo pudo comprobar que tenía el diámetro
de una quemadura de cigarro. Se trataba de un proyectil calibre 9 mm, disparado por una
pistola Stechkin de origen ruso, lo que equivalía a decir, un arma de alto
poder, que pudo haber hecho mucho daño. Recién entonces se percató que Pérez
Levín se había colocado los guantes y el barbijo para operar.
-¿No le han hecho una placa? – le preguntó a al verlo tan
decidido.
-Sí –fue la respuesta– pero, es tan reciente que está aún muy
mojada.
-¡Pero usted sabe, como yo, que las placas de urgencia, para
no perder tiempo, se miran mojadas! – contestó Fernández Adán alterado.
Y mientras buscaba el orificio de salida, preguntó si habían
dado con él. Para su alivio, lo encontró enseguida.
-No tiene orificio de salida – dijo su colega.
-¿Cómo es posible un balazo en la cara sin orificio de
salida? ¿Dónde está entonces el plomo? – volvió a inquirir mientras hacía
rápido examen visual.
Aquel hombre, con el bisturí en la mano, había logrado
ponerlo nervioso.
Confieso que yo,
cirujano al fin, por primera vez me siento nervioso al ver al médico aquel, que
continúa con el bisturí en la mano. Me dice que va a explorar la herida. Pero,
por suerte, no es necesario hacerlo. No hay problema ninguno, le digo al
médico. Pero no obstante, le preciso: La herida de bala no se explora, sino que
por los síntomas, se deduce qué posible gravedad existe, qué probable trayecto
tomó el proyectil. En general las heridas punzantes no se exploran. Y ya yo sé
que la bala salió4.
Tras un
análisis exhaustivo, Fernández Adán llegó a la conclusión de que la bala había
entrado y salido.
-Mire, toque aquí -le dijo a su colega mientras llevaba
su mano a la parte posterior de la oreja izquierda- Aquí no está la bala. Mire
el orificio: entró y salió. Y no hay lesión del nervio facial, porque no hay
parálisis. La comisura labial no está caída.
Lo dijo en voz alta para que el Che, médico como ellos,
pudiese escuchar y tranquilizarse.
-Mueve los brazos y las piernas, comandante- pidió después.
El Che obedeció, meneando sus extremidades sin mayores
problemas. Era evidente que no había lesiones neurológicas y eso era bueno.
Luego le ordenó que sonriera. La extraña mueca que hizo permitió comprobar que
el nervio facial estaba intacto y que la bala tampoco había comprometido el
conducto que conduce la saliva desde la glándula parótida a la boca.
-Ni siquiera el maxilar a sido tocado- le dijo Orlando a sus
colegas.
La bala había penetrado por la mejilla izquierda, hizo un
corto trayecto dentro del cráneo, atravesó el pabellón de la oreja y chocó con
el hueso mastoide, el más duro del esqueleto humano, produciendo una leve
contusión en el sector.
-Afortunadamente el proyectil no interesó ninguna arteria, ni
órgano del cuello o de la garganta, ni mucho menos el cerebro.
Fernández
Adán propuso inyectar una dosis de suero antitetánico pero el Che le advirtió
que como alérgico y asmático crónico que era, eso podía perjudicarlo. Aún así
se la aplicaron y eso provocó una reacción. Fue una imprudencia por parte de
Fernández Adán, porque el rostro del comandante se empezó a hinchar y comenzó a
tener dificultades en el habla. Los médicos se prepararon para una traqueotomía
pero, por fortuna, no fue necesaria. Le aplicaron un suero por precaución y lo
incorporaron para que respirase mejor.
Justo
en ese momento, aparecieron tres médicos procedentes de La Habana, informando
que estaban allí por expresa orden de Fidel Castro, para llevarse al Che a la
capital. Pero cuando el comandante los escuchó, se negó rotundamente a
abandonar el lugar.
En ese
preciso instante, ingresó un administrativo del hospital para informar que
Celia Sánchez, había vuelto a llamar, para averiguar sobre la salud del
paciente.
La compañera Celia
Sánchez me llama cuatro o cinco veces. Fidel, aun en medio de la tensión de los
días de la invasión mercenaria, pregunta constantemente cómo está. Los tres
médicos que envían desde La Habana viajaron en un helicóptero. Uno de ellos
después fue Viceministro de Salud. Ya el Che se siente mejor, pero no es bueno
ese traslado. Radio Swan, como siempre, propala falsedades y calumnias. Dice
constantemente que Fidel lo ha matado y por eso no está presente en Girón5.
Pese a
que el hematoma que produjo del disparo, oprimía el nervio facial, Fernández
Adán decidió no practicar ninguna intervención quirúrgica aunque decidió poner
al paciente en observación.
El
miércoles 19 de abril, se decidió su traslado a la casa de “Pepito” Argibay,
donde según la opinión de los facultativos, iba a estar mucho más cómodo. Pese
a que aún continuaban los combates, Fidel Castro llamaba constantemente (o
mandaba hacerlo), deseoso de seguir de cerca la evolución de su lugarteniente.
Fernández Adán dispuso que el Che permaneciera en
reposo algunos días, pero a la mañana siguiente aquel se incorporó y mandó por
un vehículo para trasladarse hasta Playa Girón.
Un miércoles trasladamos al Che para
la casa de Pepito Argibay, donde está mucho más cómodo y con mayor privacidad.
Pero el jueves el Comandante se va para Girón. ¿Quién puede impedirlo?
Únicamente Fidel o Raúl. A mí no me pregunta absolutamente nada. Yo no le he
dado el alta; se va porque sí. Actúa como jefe y como médico6.
Nada ni
nadie podría detener al comandante en su determinación de trasladarse a la zona
de operaciones. Bastante había tenido con mantenerse alejado, al mando de una
región donde no se había producido ningún desembarco, por lo que de nada
valieron los ruegos de médicos y allegados. Ese mismo jueves, abordó un jeep y
escoltado por otros dos rodados, partió hacia el este, decidido a reunirse con
Fidel
Kennedy
era plenamente consciente de que acababa de sufrir una aplastante derrota, que
el mundo había comprobado su debilidad y que acababa de servirle a Kruschev,
una victoria en bandeja. Mucho le deben haber dolido las palabras de Eisenhower
cuando le enrostró su proceder dubitativo y el no haber interpretado la
situación correctamente.
Rusia
jamás hubiera reaccionado militarmente ante una intervención directa de los
Estados Unidos en Cuba; habría aprovechado la ocasión para mover sus piezas,
intentado sacar provecho en otra parte del mundo, Turquía tal vez, o la misma
Alemania, como realmente sucedió7.
“Señor presidente –le dijo cuando el
flamante presidente le manifestó sus temores-, eso es todo lo contrario a lo que totalmente sucedería. Los soviéticos
siguen sus propios planes, y si ven que nosotros mostramos alguna debilidad, es
entonces que arremeten con más fuerza...El fracaso de Bahía de Cochinos
incitará a los soviéticos a hacer algo que en otras circunstancias no harían”8.
Se dice
que la noche del 19, Joe Kennedy llamó a su hijo Bobby y le recriminó no haber
apoyado a su hermano durante la crisis. El fiscal general, sorprendido, le dijo
que esa no era su función, algo que su padre sabía de sobra, pues la suya era
un área completamente ajena a la política exterior9. El patriarca
insistió, presionando a su hijo para que siguiese de cerca a su hermano y
cortó, casi sin dejarlo responder.
Al otro día, Bobby se presentó en la Casa Blanca y solicitó audiencia. Notó a John apesadumbrado, todavía afectado por el reciente fracaso y eso le impactó. Mantuvieron una larga conversación, en la que John le comentó que acababan de aconsejarle evitar la prensa y reconoció la enormidad de su error.
Reunión de emergencia en la Casa Blanca |
Al otro día, Bobby se presentó en la Casa Blanca y solicitó audiencia. Notó a John apesadumbrado, todavía afectado por el reciente fracaso y eso le impactó. Mantuvieron una larga conversación, en la que John le comentó que acababan de aconsejarle evitar la prensa y reconoció la enormidad de su error.
Bob
lamentó no haber estado ahí y trató de tranquilizarlo diciéndole que su acción
había sido justificada, que había procedido de manera correcta al buscar la
liberación del pueblo cubano y puso especial énfasis cuando le señaló que eso
no era un crimen. Se dijo que fue él quien le aconsejó la conferencia de prensa
televisada que pronunció a la mañana siguiente, donde asumió todos los errores
y recalcó su decisión de seguir luchando para liberar a Cuba del yugo
comunista.
La
conferencia en sí fue un éxito. Lejos de lo que muchos suponían, sus palabras
cayeron bien y su deteriorada imagen pareció recuperarse, al menos en parte.
En la
siguiente reunión de gabinete, el presidente apareció acompañado por Bobby,
quien quedó incorporado como nuevo asesor en materia de política exterior, sin
descuidar sus funciones en el área de justicia.
Algo
más relajados aunque en extremo incómodos, los funcionarios estaban dispuestos
a analizar las causas de la derrota.
McNamara
dijo tener listo un informe de lo sucedido, cosa que JFK agradeció, aclarando
que prefería mirar hacia adelante y no hacia atrás. Castro seguía ahí, a solo
90 millas de las costas norteamericanas y constituía una amenaza no solo para
el gobierno y la nación sino para todo el hemisferio y él estaba decidido a
resolver el asunto.
Quien
habló a continuación fue Allen Dulles, para decir que la información en la que
se habían basado para trazar los planes de invasión provenían de fuentes
anticastristas cercanas al gobierno cubano. El presidente tomó nota de ello
pero enfatizó, con cierta ironía, que para la próxima vez era imperioso
determinar quien era aliado y quien no. Y luego reiteró que, a pesar del revés,
su determinación de acabar con Castro y su régimen no había menguado.
Se dice
que Lemnitzer increpó al mandatario por su
conferencia de prensa de esa mañana pues según sus palabras, nunca en la
historia de los Estados Unidos un comandante de las fuerzas armadas se había
disculpado públicamente por una decisión militar. Los rusos deberían estar
riéndose en esos momentos –enfatizó- al igual que los cubanos. También se dice
que Bob lo increpó duramente, recordándole en primer lugar que estaba hablando
con el presidente de los Estados Unidos y segundo, porque la decisión de hablar
ante la nación había elevado la imagen de un gobierno del que todos los
presentes formaban parte. Pero eso es materia de especulación.
Lo cierto es que a 2000 kilómetros de distancia, numerosos
exiliados flotaban en sus balsas, bajo el ardiente sol del Caribe, intentando
escapar de las playas, mientras otros trataban de alcanzar las estribaciones
del Escambray, con el propósito de unirse a las guerrillas
contrarrevolucionarias. Sin embargo, la mayor parte cayeron prisioneros y
después de ser reducidos, fueron agrupados en diferentes puntos, para ser
enviados a prisión.
La figura de Castro había emergido más fuerte que nunca y su
régimen se afianzaba mientras llegaban cables de todo el mundo, principalmente
de Rusia y el bloque socialista, elogiando su victoria.
Entre el 19 y el 21 de abril, el ejército, la marina y la fuerza aérea de Cuba dieron con el total de los fugitivos. Las tropas rastrillaron las rutas de escape y hasta utilizaron los pocos helicópteros Mi-4 y Mil Mi-1, para intentar ubicarlos en los bosques, los pantanos y las sierras.
Emilio Valdés al momento de ser capturado |
Entre el 19 y el 21 de abril, el ejército, la marina y la fuerza aérea de Cuba dieron con el total de los fugitivos. Las tropas rastrillaron las rutas de escape y hasta utilizaron los pocos helicópteros Mi-4 y Mil Mi-1, para intentar ubicarlos en los bosques, los pantanos y las sierras.
El día 20, la FAR efectuó vuelos de búsqueda y exploración. Álvaro
Prendes realizó tres al comando de su T-33, Rafael del Pino, Alberto Fernández,
Enrique Carreras y Gustavo Bourzac uno cada uno y Jacques Lagas dos en su
B-26C. Buques de la Marina dieron con algunas balsas neumáticas sobre las que
yacían los cuerpos inertes de hombres muertos de inanición y capturaron a otros
en pésimas condiciones.
En los días posteriores, los brigadistas fueron sometidos a exhaustivos
interrogatorios, previos a los procesos legales que deberían determinar su
grado de culpabilidad. De ellos, al menos cinco serían condenados a muerte por
crímenes cometidos durante el régimen de Batista: Ramón Calviño Inzua, Jorge
King Yun, Antonio Padrón Cárdenas, Roberto Pérez-Cruzata y Rafael E. Soler
Puig. Nueve más recibieron penas de cadena perpetua y el resto penas de
reclusión que variaban entre los cinco y treinta años de reclusión10.
El 20 de abril el Che Guevara llegó a Playa Girón, acompañado
por Alberto Granado, a quien había pasado a buscar por La Habana. En el Central
Australia había mucha agitación, la adrenalina se percibía en la atmósfera y el
movimiento era intenso.
Cuando Guevara, acompañado por algunas personas, se acercó al
grupo de prisioneros, varios de ellos comenzaron a temblar. El argentino reparó
en uno que le llamó la atención y cuando se le acercó para interrogarlo, éste
se defecó y orinó aterrado.
-Tráiganle un cubo de agua a este pobre infeliz – le indicó a
sus escoltas11.
¿Por
qué fracasó la invasión? ¿Qué había sucedido? Al día de hoy, siguen abiertos
los interrogantes; sin embargo, hay algo seguro: la CIA cometió todos los
errores posibles y a la administración Kennedy le faltó coraje.
¿Y cuáles
fueron esos errores?
El primero,
el bombardeo del día 15, que solo sirvió para poner en estado de alerta a las
fuerzas cubanas, movilizar el total de sus reservas y arrestar a miles de
opositores y buena parte de la resistencia. Segundo, haber librado a su suerte
a la denominada “quinta columna”, manteniéndola al margen de la operación.
Tercero, suponer con absoluta ligereza que el pueblo cubano se iba a alzar
contra el régimen castrista, demostrando un desconocimiento absoluto de la
realidad. Cuarto, dejar todo en manos de una brigada de ataque extremadamente
inferior en número y poderío, sin involucrar a las fuerzas norteamericanas.
Kennedy
fue dubitativo, temeroso y cauteloso en extremo. Su inexperiencia quedó en
evidencia y eso, a la larga, envalentonó a su enemigo soviético. Y hasta el
último momento, mostró vacilación y debilidad. En una palabra, hizo todo mal:
escogió un sitio inadecuado para realizar el desembarco, descartando el plan
elaborado por el general David Gray -firmado por el mismo Lemnitzer-, que
contemplaba un área más apropiada en la zona de Trinidad-Casilda; forzó a la
CIA a trabajar contra reloj en un operativo alternativo; exigió que el asalto
se hiciera de noche (primera vez en la historia de Estados Unidos) y para peor,
sus estrategas no tomaron en cuenta que ese día habría luna llena. Además,
rechazó el bombardeo masivo sobre puntos estratégicos sugeridos por la CIA y el
Pentágono y a minutos de ser lanzado el ataque aéreo del día 15, mandó reducir
el número de aviones a la mitad, tornando inefectiva la incursión ya que los
mismos no lograron dañar ni a la FAR ni a los aeropuertos12. Por
último, desestimó los consejos del almirante Burke y el propio Bissell, cuando
le propusieron escoltar a las naves de desembarco y ofrecerles cobertura aérea.
Kennedy
abandonó a sus aliados; los dejó librados a su suerte como sostienen no pocos
historiadores y se desentendió de ellos por falta de coraje.
Y para
más datos, su actitud puso en ridículo al embajador estadounidense ante la ONU,
Adlai Ewing Stevenson, quien confiado en los informes de la Casa Blanca, mostró
al mundo, la fotografía del “avión desertor” matrícula FAR 933, que había
aterrizado en Miami al comando de Mario Zúñiga, ignorando que era una trampa de
su propio gobierno, destinada a engañar a la opinión pública internacional.
Habiendo hecho un verdadero papelón, Stevenson presentó la renuncia, obligando a Kennedy a insistir en que no lo hiciera porque, según sus palabras, de esa manera, la crisis quedaría aún más en evidencia.
El embajador Stevenson se traga el cuento de la Casa Blanca |
Habiendo hecho un verdadero papelón, Stevenson presentó la renuncia, obligando a Kennedy a insistir en que no lo hiciera porque, según sus palabras, de esa manera, la crisis quedaría aún más en evidencia.
¿Traicionó
Kennedy a los exiliados cubanos? Para Grayston Lynch, el buzo estadounidense
que desembarcó en Playa Girón al frente de la sección de hombres-rana, sí. Y de
ello dejó constancia en su libro Decisión
for Disaster, opinión que han compartido numerosos analistas y buena parte
de los brigadistas13.
De
acuerdo a ciertos trascendidos, el mandatario estadounidense le prometió a Miró
Cardona en dos oportunidades, el apoyo de sus tropas, no personalmente sino a
través de Adolph Berle, subsecretario de Estado norteamericano14.
Luego
se desdijo y eso llevó al cubano a solicitar una reunión con él15.
Como era de esperar, JFK no se la concedió, pero envió en su lugar nuevamente a
Berle, acompañado por el historiador Arthur Meier Schlesinger, para que hablara
en su nombre. Se encontraron el 12 de abril, en un restaurante de Nueva York
donde, entre plato y plato, el alto funcionario le dijo a Miró claramente: “Lo que te dije va”, refiriéndose a los
30.000 soldados norteamericanos que se alistaban para el asalto. Esa versión
fue confirmada por el mismo Schlesinger varios años después, durante un
encuentro con Hernández en la en la Universidad de Miami, en el que utilizó las
siguientes palabras: “No sé porqué Adolf
[Berle] le dijo eso a Miró”, aunque
después lo negó en uno de sus libros16.
La
mayoría de los brigadistas opina que de haber contado con apoyo aéreo, habrían
podido mantener las cabeceras de playa y derrotado al ejército de Castro.
La
actitud de Kennedy, negándose a enviar refuerzos y asistencia a los exiliados,
selló su suerte. Ahora esos hombres se hallaban en manos del enemigo y su
futuro era tan incierto, como la reputación de la flamante administración
norteamericana.
Imágenes
Titulares |
Invasores prisioneros |
Fidel Castro en el Central Australia una vez finalizados los combates |
Batería antiaérea castrista |
Restos de un B-26B derribado por las antiaéreas cubanas |
Bombardero B-26C de la FAR luego de una misión |
Restos calcinados del SS "Huston" días después de la batalla |
Otro avión abatido cerca del Central Australia |
Un prisionero es interrogado por las fuerzas de Castro |
Brigadistas prisioneros aguardan ser trasladados |
19 de abril. Los invasores se rinden en masa. Kennedy abandonó a la Brigada 2506 |
Kennedy se vio forzado a ofrecer una conferencia de prensa y asumir las culpas |
Brigadistas prisioneros son conducidos a los centros de detención |
Playa Girón el día después |
Pepe San Román detenido |
Eisenhower reprochó a Kennedy su actitud |
Los líderes revolucionarios salieron fortalecidos de la crisis |
Notas
1 “La herida que impidió al Che estar desde el principio
en Playa Girón”, Juventud Rebelde, 10 de Junio del 2008 (http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2008-06-10/la-herida-que-impidio-al-che-estar-desde-el-principio-en-playa-giron/).
2 Ídem. Nacido en La
Habana el 29 de abril de 1928, el Dr. Orlando Fernández Adán conocía al Che
desde los días del Escambray. Se unió a los rebeldes en diciembre de 1958
cuando la Columna Nº 8 “Ciro Redondo”, pasó por allí. Entró en la capital como
integrante de esa fuerza, el 3 de enero de 1959 y se estableció en La Cabaña
como médico. Fue uno de los profesionales que atendió al comandante argentino
cuando este se accidentó en combate, durante las acciones de Cabaiguán y quien
le quitó los puntos de esa herida a poco de establecerse en la fortaleza.
3 Ídem.
4 Ídem.
5 Ídem.
6 Ídem.
7 Cuatro meses
después, la Unión Soviética comenzó la construcción del Muro de Berlín.
8 Stephen E. Ambrose, Eisenhower: Soldier and president, Simon & Schuster; New edition edition (October 15,
1991), p. 553.
9 El cargo de fiscal
general es equivalente al de ministro de Justicia de la Nación.
10 Los nueve condenados a cadena perpetua fueron José
R. Conte Hernández, José Franco Mira, Nicolás Hernández Méndez, José R. Machado
Concepción, Rogelio Milián Pérez, Ricardo Montero Duque, Pedro H. Reyes Bello,
Pedro A. Santiago Villa y Andrés de Jesús Vega Pérez.
11 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 482.
12 La
madrugada del 16 de abril, los bombarderos B-26B de la Brigada se hallaban en
la pista, listos para salir, cuando el general Charles Pearre Cabell, segundo
jefe militar de la CIA, ordenó cancelar el ataque, luego de una conversación
telefónica con Rusk.
13
Según refiere Diego Trinidad al reproducir los dichos de Lynch, los hermanos
Kennedy intentaron revocar las pensiones de los cuatro pilotos norteamericanos
muertos en acción y así ocultar su participación en la operación. El mandatario
estadounidense fue presionado por un abogado de Texas, quien amenazó con
relatar todo al “The New York Post” si no las restauraba. Más adelante agrega
que Robert Kennedy lo recibió hecho una furia, tanto a él como a Robertson (el
otro buzo que tomó parte en el marcado de Playa Larga), “por haber sobrevivido”
y como los marinos norteamericanos lloraban de impotencia a bordo de su nave
cuando Lynch les reveló que su presidente había prohibido apoyar el desembarco
de la Brigada.
14
Diego Trinidad, “Bahía de Cochinos sin mitos ni leyendas”, Diario de Cuba,
Sección Historia, Miami, 17 de abril de 2013 (http://www.diariodecuba.com/cuba/1366186472_2803.html).
15 El
abogado y experto en producción agropecuaria Arturo Mañas fue quien le advirtió
el hecho frente al historiador cubano Juan Manuel Hernández (Diego Trinidad,
op. Cit.).
16
Ídem.