jueves, 22 de agosto de 2019

EL DÍA DESPUÉS

La noche del 18 de abril, tuvo lugar en la Casa Blanca la tradicional recepción anual que el presidente ofrecía a los congresistas. 
Kennedy, vestido de etiqueta, ingresó al salón del brazo de su esposa Jacqueline, quien, una vez más, volvió a deslumbrar a los presentes por su elegancia y distinción.
 En determinado momento, cerca de la medianoche, Dean Rusk, Robert McNamara y Lyndon Johnson, abandonaron el salón y se dirigieron al Cuarto de Gabinete, en el ala oeste, seguidos por el almirante Arleigh Burke y el general Lyman Lemnitzer.
El presidente, que en esos momentos departía con un grupo de invitados, vio reaparecer al secretario de Estado quién, con un gesto de la cabeza, le pidió seguirlo.
El presidente se disculpó con sus invitados y se acercó hacia el umbral donde se encontraba parado el funcionario y juntos salieron del recinto, seguidos de cerca por la custodia.


-¡Que ocurre? –preguntó mientras caminaban.

-Richard (Bissell) ha solicitado una reunión urgente. Es Cuba.

El rostro de Kennedy pareció desencajarse, pues en ese momento comprendió que las cosas no estaban saliendo bien. Miró fijamente a su interlocutor y por un par de segundos permaneció en silencio, sin atinar a decir nada.
En el Cuarto de Gabinete, el aire parecía cortarse con un cuchillo.
Lo primero que Kennedy hizo, ni bien entró, fue preguntar que sucedía.

-¿La Brigada tiene problemas?

-Sufren grandes pérdidas, señor – respondió McNamara y a continuación, pasó a leer un mensaje cifrado enviado por un agente de la CIA en la escena- “Las fuerzas de defensa cubanas abrieron fuego a menos de 700 metros. La nave de asalto saltó disparada del agua. Más de cincuenta cuerpos flotaban en el mar. Un joven brigadista fue alcanzado por la metralla a menos de diez metros de mi posición. No pude alcanzarlo debido al fuego enemigo; se ahogó en su propia sangre. Jamás vi algo así”.
Entonces Rusk ensayó la primera excusa, al informar que alguien delató a la brigada y que, por esa razón, las fuerzas de Castro estaban en alerta, con sus tanques soviéticos preparados y que habían detectado a los brigadistas cuando se aproximaban a la costa.

-¡Pero si era plena noche! – dijo el presidente desconcertado.

-Nadie tomó en cuenta que había luna llena – contestó el secretario de Estado.

El silencio que siguió fue por demás elocuente. Mientras tanto, seguían llegando novedades desde el teatro de operaciones y eran cada vez más desoladoras

-La situación solo puede afrontarse si utilizamos nuestro poder aéreo – agregó Allen Dulles.

-Pero ellos ya contaban con apoyo aéreo. Llevaban sus propios aviones desde Nicaragua – respondió el presidente omitiendo que él mismo había sugerido reducir su número a la mitad.

-Esos aviones no fueron efectivos –explicó Rusk- Para empeorar las cosas, los aviones de Castro destruyeron la nave de suministros con el grueso de las armas pesadas, las municiones y los equipos de comunicaciones.

-¡¿Estaba todo en la misma nave?! – preguntó JFK incrédulo.

-Si, señor.

La respuesta debe haber avergonzado a más de uno, pero nadie atinó a decir nada. El secretario de Estado permaneció estático, esperando el estallido y Allen Dulles bajó la cabeza, sosteniendo su pipa con la derecha. Fue McGeorge Bundy quien rompió el hielo:

-Tampoco se produjo el levantamiento del pueblo cubano.

-Señor presidente –terció McNamara- Si no incluimos nuestros aviones, la operación estará perdida.

-¡¿Nuestros aviones?! –respondió Kennedy entre iracundo y desconcertado- ¡¿Despegando desde nuestros portaaviones?!

-Y necesitaremos un destructor para neutralizar la artillería y los tanques soviéticos – agregó Dulles.

Kennedy apenas podía creerlo; quienes le habían aconsejado llevar adelante la invasión, garantizándole pleno éxito, lo incitaban a intervenir directamente, aún sabiendo que él se oponía a ello desde el comienzo.

-He sido claro con esto desde el principio –respondió– Cuba es aliada de Rusia y no me arriesgaré a una respuesta de Kruschev.

-Él no hará nada, señor presidente.

El que habló fue Lyman Lemnitzer, rompiendo el silencio que venía guardando hasta el momento.

-Perdón… ¿qué me dice?

-Que Kruschev no hará nada – enfatizó el alto oficial.

-Usted dijo que las fuerzas de invasión no hallarían resistencia, que la gente de Cuba se alzaría contra Castro y que la Brigada estaba bien equipada. Se ha equivocado en todo hasta ahora.

-El apoyo aéreo… -intentó seguir Lemnitzer, pero el presidente siguió hablando encima de él.

-¿Porqué debo creerle ahora?

-El apoyo aéreo… -continuó el general- evitará que esto sea un desastre absoluto.

-¿Ya lo es! – le recordó JFK.

Se produjo entonces un nuevo silencio, en el que la tensión parecía tomar cuerpo.

-Señor presidente –continuó el militar-, si no envía los aviones ahora, esos hombres en la playa, que fueron entrenados y armados por nosotros, morirán.

-Estoy perfectamente consciente de ello, general.

-¡Por favor, señor, tome la decisión! ¡¡Esto es urgente!!

-Supongo que la CIA no tiene explicación para esto, ¿cierto? – dijo Kennedy mirando directamente a Dulles.

El director de la Agencia permaneció en silencio, un silencio obvio y por demás embarazoso.

En este punto es donde el primer mandatario debe haber dispuesto que los A4D del USS “Essex” escoltasen a los bombarderos anticastristas, pero reiterando su negativa a una participación directa.

-No permitiré que nuestros aviones se involucren en acciones directas – fue la respuesta.

-¡Debe hacerlo, señor! – insistió el general.

-¡Soy su comandante en jefe y esa es mi decisión! – cerró Kennedy de manera concluyente. Y a continuación solicitó dar lectura a los últimos cables llegados del frente.


El que casi pierde la vida durante la invasión y no precisamente en combate, fue el Che Guevara.
El hecho estuvo envuelto en la confusión y hasta el día de hoy, pocos son los que citan el lugar donde sucedió. Lo cierto es que entre idas y venidas, después de solicitarle a Fidel Castro personal idóneo para accionar las piezas de artillería que tenía apostadas en su sector, al Che se le desprendió su pistola Stechkin del cinto y al dar contra el piso, se produjo un disparo que le impactó en el rostro, a la altura de la oreja izquierda y dio contra el hueso mastoide, rozando órganos vitales.
Al parecer sucedió en Consolación del Sur, donde funcionaba su puesto de mando, frente a varias personas, quienes al verlo sangrar se apresuraron a socorrerlo. Uno de ellos fue José “Pepito” Argibay, su segundo, quien corrió desesperado hacia el primer teléfono para llamar al Dr. Orlando Fernández Adán y decirle que el comandante viajaba hacia el hospital con un disparo en el rostro.

-¡¡Coño, Pepito, no me jodas!! –gritó el facultativo- ¡Con el Che no se juega!

-Mira, lo que te comunico es muy en serio, y al mismo tiempo estoy dándote una orden que tienes que cumplir inmediatamente. ¿Tú sabes de quién te estoy hablando?

-Sí...

-Entonces toma con urgencia las medidas de seguridad necesarias y prepárate para salvarle la vida1.

Orlando salió a toda prisa, abordó un jeep y enfiló directamente hacia Consolación del Sur, pensando que el comandante se encontraba todavía en su puesto de mando. Le dijeron que lo habían trasladado al Hospital Provincial y hacia allí se encaminó, pensando lo peor.
“Se me afloja el cuerpo, y el alma se me va un poco para las piernas, que me tiemblan –recordaría varios años después- ¡Me siento triste, desesperado, muy incómodo. Porque el Che es mi jefe y además, mi colega!
“Como todo el mundo, yo lo admiro, le tengo afecto. Pero, además, es ya como un entrañable amigo. Me voy para allá, a millón, con un anestesista. No recuerdo su nombre ahora. Se queja de que “corro” mucho en mi carro, y dice que nunca más se montará conmigo”2.
Orlando pisaba el acelerador con tanta rabia, que el anestesista se sujetaba con fuerza al asiento, ajeno a lo que sucedía.
“…yo nunca cometería otra vez esa locura de “correr” tanto. Pero no actuaba como el chofer, sino como alguien que acaba de recibir una orden trascendental y se vuelve como loco con un timón en sus manos”3.
El jeep se detuvo rechinando sus ruedas, frente al hospital. Orlando y su asistente saltaron fuera y entraron a todo correr, preguntando donde se encontraba el Che. Recién entonces, el segundo cayó en la cuenta de quien era el paciente.

-En el salón de operaciones- respondió alguien.

Cuando llegaron, no menos de veinte personas se encontraban congregadas en el lugar, entre médicos, enfermeros, militares y milicianos.
El comandante estaba recostado sobre la camilla, con el torso desnudo y consciente; le habían limpiado la sangre pero esta seguía manando por la herida.
Al ver llegar a Orlando su rostro cambió. Una expresión de confianza dio paso a su gesto adusto y eso fue lo que percibió Fernández Adán, recuperando en parte la calma. A su lado se encontraban los doctores Pérez Lavín y Ángel García, asistidos por la enfermera Olga Alarcón.
Orlando se dirigió a Harry Villegas y le pidió que desalojase la sala. El fiel “Pombo” procedió a cumplir la orden y cuando todos hubieron salido (a excepción de los dos médicos y la enfermera), le pidió que permaneciese en el lugar por si le necesitaba.

-Che, ¿qué te ha ocurrido? –preguntó una vez a su lado- Me dijeron que estás herido. ¿Cómo fue eso?

-Sí. No sé cómo pudo pasar, pero la pistola se me cayó y se disparó, esa es la verdad....

Orlando procedió a revisar la lesión y de ese modo pudo comprobar que tenía el diámetro de una quemadura de cigarro. Se trataba de un proyectil calibre 9 mm, disparado por una pistola Stechkin de origen ruso, lo que equivalía a decir, un arma de alto poder, que pudo haber hecho mucho daño. Recién entonces se percató que Pérez Levín se había colocado los guantes y el barbijo para operar.

-¿No le han hecho una placa? – le preguntó a al verlo tan decidido.

-Sí –fue la respuesta– pero, es tan reciente que está aún muy mojada.

-¡Pero usted sabe, como yo, que las placas de urgencia, para no perder tiempo, se miran mojadas! – contestó Fernández Adán alterado.

Y mientras buscaba el orificio de salida, preguntó si habían dado con él. Para su alivio, lo encontró enseguida.

-No tiene orificio de salida – dijo su colega.

-¿Cómo es posible un balazo en la cara sin orificio de salida? ¿Dónde está entonces el plomo? – volvió a inquirir mientras hacía rápido examen visual.

Aquel hombre, con el bisturí en la mano, había logrado ponerlo nervioso.

Confieso que yo, cirujano al fin, por primera vez me siento nervioso al ver al médico aquel, que continúa con el bisturí en la mano. Me dice que va a explorar la herida. Pero, por suerte, no es necesario hacerlo. No hay problema ninguno, le digo al médico. Pero no obstante, le preciso: La herida de bala no se explora, sino que por los síntomas, se deduce qué posible gravedad existe, qué probable trayecto tomó el proyectil. En general las heridas punzantes no se exploran. Y ya yo sé que la bala salió4.

Tras un análisis exhaustivo, Fernández Adán llegó a la conclusión de que la bala había entrado y salido.

-Mire, toque aquí -le dijo a su colega mientras llevaba su mano a la parte posterior de la oreja izquierda- Aquí no está la bala. Mire el orificio: entró y salió. Y no hay lesión del nervio facial, porque no hay parálisis. La comisura labial no está caída. 

Lo dijo en voz alta para que el Che, médico como ellos, pudiese escuchar y tranquilizarse.

-Mueve los brazos y las piernas, comandante- pidió después.

El Che obedeció, meneando sus extremidades sin mayores problemas. Era evidente que no había lesiones neurológicas y eso era bueno. Luego le ordenó que sonriera. La extraña mueca que hizo permitió comprobar que el nervio facial estaba intacto y que la bala tampoco había comprometido el conducto que conduce la saliva desde la glándula parótida a la boca.

-Ni siquiera el maxilar a sido tocado- le dijo Orlando a sus colegas.

La bala había penetrado por la mejilla izquierda, hizo un corto trayecto dentro del cráneo, atravesó el pabellón de la oreja y chocó con el hueso mastoide, el más duro del esqueleto humano, produciendo una leve contusión en el sector.

-Afortunadamente el proyectil no interesó ninguna arteria, ni órgano del cuello o de la garganta, ni mucho menos el cerebro.

Fernández Adán propuso inyectar una dosis de suero antitetánico pero el Che le advirtió que como alérgico y asmático crónico que era, eso podía perjudicarlo. Aún así se la aplicaron y eso provocó una reacción. Fue una imprudencia por parte de Fernández Adán, porque el rostro del comandante se empezó a hinchar y comenzó a tener dificultades en el habla. Los médicos se prepararon para una traqueotomía pero, por fortuna, no fue necesaria. Le aplicaron un suero por precaución y lo incorporaron para que respirase mejor.
Justo en ese momento, aparecieron tres médicos procedentes de La Habana, informando que estaban allí por expresa orden de Fidel Castro, para llevarse al Che a la capital. Pero cuando el comandante los escuchó, se negó rotundamente a abandonar el lugar.
En ese preciso instante, ingresó un administrativo del hospital para informar que Celia Sánchez, había vuelto a llamar, para averiguar sobre la salud del paciente.

La compañera Celia Sánchez me llama cuatro o cinco veces. Fidel, aun en medio de la tensión de los días de la invasión mercenaria, pregunta constantemente cómo está. Los tres médicos que envían desde La Habana viajaron en un helicóptero. Uno de ellos después fue Viceministro de Salud. Ya el Che se siente mejor, pero no es bueno ese traslado. Radio Swan, como siempre, propala falsedades y calumnias. Dice constantemente que Fidel lo ha matado y por eso no está presente en Girón5.

Pese a que el hematoma que produjo del disparo, oprimía el nervio facial, Fernández Adán decidió no practicar ninguna intervención quirúrgica aunque decidió poner al paciente en observación.
El miércoles 19 de abril, se decidió su traslado a la casa de “Pepito” Argibay, donde según la opinión de los facultativos, iba a estar mucho más cómodo. Pese a que aún continuaban los combates, Fidel Castro llamaba constantemente (o mandaba hacerlo), deseoso de seguir de cerca la evolución de su lugarteniente.
Fernández Adán dispuso que el Che permaneciera en reposo algunos días, pero a la mañana siguiente aquel se incorporó y mandó por un vehículo para trasladarse hasta Playa Girón.

Un miércoles trasladamos al Che para la casa de Pepito Argibay, donde está mucho más cómodo y con mayor privacidad. Pero el jueves el Comandante se va para Girón. ¿Quién puede impedirlo? Únicamente Fidel o Raúl. A mí no me pregunta absolutamente nada. Yo no le he dado el alta; se va porque sí. Actúa como jefe y como médico6.

Nada ni nadie podría detener al comandante en su determinación de trasladarse a la zona de operaciones. Bastante había tenido con mantenerse alejado, al mando de una región donde no se había producido ningún desembarco, por lo que de nada valieron los ruegos de médicos y allegados. Ese mismo jueves, abordó un jeep y escoltado por otros dos rodados, partió hacia el este, decidido a reunirse con Fidel


Kennedy era plenamente consciente de que acababa de sufrir una aplastante derrota, que el mundo había comprobado su debilidad y que acababa de servirle a Kruschev, una victoria en bandeja. Mucho le deben haber dolido las palabras de Eisenhower cuando le enrostró su proceder dubitativo y el no haber interpretado la situación correctamente.
Rusia jamás hubiera reaccionado militarmente ante una intervención directa de los Estados Unidos en Cuba; habría aprovechado la ocasión para mover sus piezas, intentado sacar provecho en otra parte del mundo, Turquía tal vez, o la misma Alemania, como realmente sucedió7.
“Señor presidente –le dijo cuando el flamante presidente le manifestó sus temores-, eso es todo lo contrario a lo que totalmente sucedería. Los soviéticos siguen sus propios planes, y si ven que nosotros mostramos alguna debilidad, es entonces que arremeten con más fuerza...El fracaso de Bahía de Cochinos incitará a los soviéticos a hacer algo que en otras circunstancias no harían”8.
Se dice que la noche del 19, Joe Kennedy llamó a su hijo Bobby y le recriminó no haber apoyado a su hermano durante la crisis. El fiscal general, sorprendido, le dijo que esa no era su función, algo que su padre sabía de sobra, pues la suya era un área completamente ajena a la política exterior9. El patriarca insistió, presionando a su hijo para que siguiese de cerca a su hermano y cortó, casi sin dejarlo responder.
Reunión de emergencia en la Casa Blanca

Al otro día, Bobby se presentó en la Casa Blanca y solicitó audiencia. Notó a  John apesadumbrado, todavía afectado por el reciente fracaso y eso le impactó. Mantuvieron una larga conversación, en la que John le comentó que acababan de aconsejarle evitar la prensa y reconoció la enormidad de su error.
Bob lamentó no haber estado ahí y trató de tranquilizarlo diciéndole que su acción había sido justificada, que había procedido de manera correcta al buscar la liberación del pueblo cubano y puso especial énfasis cuando le señaló que eso no era un crimen. Se dijo que fue él quien le aconsejó la conferencia de prensa televisada que pronunció a la mañana siguiente, donde asumió todos los errores y recalcó su decisión de seguir luchando para liberar a Cuba del yugo comunista.
La conferencia en sí fue un éxito. Lejos de lo que muchos suponían, sus palabras cayeron bien y su deteriorada imagen pareció recuperarse, al menos en parte.
En la siguiente reunión de gabinete, el presidente apareció acompañado por Bobby, quien quedó incorporado como nuevo asesor en materia de política exterior, sin descuidar sus funciones en el área de justicia.
Algo más relajados aunque en extremo incómodos, los funcionarios estaban dispuestos a analizar las causas de la derrota.
McNamara dijo tener listo un informe de lo sucedido, cosa que JFK agradeció, aclarando que prefería mirar hacia adelante y no hacia atrás. Castro seguía ahí, a solo 90 millas de las costas norteamericanas y constituía una amenaza no solo para el gobierno y la nación sino para todo el hemisferio y él estaba decidido a resolver el asunto.
Quien habló a continuación fue Allen Dulles, para decir que la información en la que se habían basado para trazar los planes de invasión provenían de fuentes anticastristas cercanas al gobierno cubano. El presidente tomó nota de ello pero enfatizó, con cierta ironía, que para la próxima vez era imperioso determinar quien era aliado y quien no. Y luego reiteró que, a pesar del revés, su determinación de acabar con Castro y su régimen no había menguado.
Se dice que Lemnitzer increpó al mandatario por su conferencia de prensa de esa mañana pues según sus palabras, nunca en la historia de los Estados Unidos un comandante de las fuerzas armadas se había disculpado públicamente por una decisión militar. Los rusos deberían estar riéndose en esos momentos –enfatizó- al igual que los cubanos. También se dice que Bob lo increpó duramente, recordándole en primer lugar que estaba hablando con el presidente de los Estados Unidos y segundo, porque la decisión de hablar ante la nación había elevado la imagen de un gobierno del que todos los presentes formaban parte. Pero eso es materia de especulación.
Lo cierto es que a 2000 kilómetros de distancia, numerosos exiliados flotaban en sus balsas, bajo el ardiente sol del Caribe, intentando escapar de las playas, mientras otros trataban de alcanzar las estribaciones del Escambray, con el propósito de unirse a las guerrillas contrarrevolucionarias. Sin embargo, la mayor parte cayeron prisioneros y después de ser reducidos, fueron agrupados en diferentes puntos, para ser enviados a prisión.
La figura de Castro había emergido más fuerte que nunca y su régimen se afianzaba mientras llegaban cables de todo el mundo, principalmente de Rusia y el bloque socialista, elogiando su victoria.
Emilio Valdés al momento de ser capturado

Entre el 19 y el 21 de abril, el ejército, la marina y la fuerza aérea de Cuba dieron con el total de los fugitivos. Las tropas rastrillaron las rutas de escape y hasta utilizaron los pocos helicópteros Mi-4 y Mil Mi-1, para intentar ubicarlos en los bosques, los pantanos y las sierras.
El día 20, la FAR efectuó vuelos de búsqueda y exploración. Álvaro Prendes realizó tres al comando de su T-33, Rafael del Pino, Alberto Fernández, Enrique Carreras y Gustavo Bourzac uno cada uno y Jacques Lagas dos en su B-26C. Buques de la Marina dieron con algunas balsas neumáticas sobre las que yacían los cuerpos inertes de hombres muertos de inanición y capturaron a otros en pésimas condiciones.
En los días posteriores, los brigadistas fueron sometidos a exhaustivos interrogatorios, previos a los procesos legales que deberían determinar su grado de culpabilidad. De ellos, al menos cinco serían condenados a muerte por crímenes cometidos durante el régimen de Batista: Ramón Calviño Inzua, Jorge King Yun, Antonio Padrón Cárdenas, Roberto Pérez-Cruzata y Rafael E. Soler Puig. Nueve más recibieron penas de cadena perpetua y el resto penas de reclusión que variaban entre los cinco y treinta años de reclusión10.
El 20 de abril el Che Guevara llegó a Playa Girón, acompañado por Alberto Granado, a quien había pasado a buscar por La Habana. En el Central Australia había mucha agitación, la adrenalina se percibía en la atmósfera y el movimiento era intenso.
Cuando Guevara, acompañado por algunas personas, se acercó al grupo de prisioneros, varios de ellos comenzaron a temblar. El argentino reparó en uno que le llamó la atención y cuando se le acercó para interrogarlo, éste se defecó y orinó aterrado.

-Tráiganle un cubo de agua a este pobre infeliz – le indicó a sus escoltas11.

¿Por qué fracasó la invasión? ¿Qué había sucedido? Al día de hoy, siguen abiertos los interrogantes; sin embargo, hay algo seguro: la CIA cometió todos los errores posibles y a la administración Kennedy le faltó coraje.
¿Y cuáles fueron esos errores?
El primero, el bombardeo del día 15, que solo sirvió para poner en estado de alerta a las fuerzas cubanas, movilizar el total de sus reservas y arrestar a miles de opositores y buena parte de la resistencia. Segundo, haber librado a su suerte a la denominada “quinta columna”, manteniéndola al margen de la operación. Tercero, suponer con absoluta ligereza que el pueblo cubano se iba a alzar contra el régimen castrista, demostrando un desconocimiento absoluto de la realidad. Cuarto, dejar todo en manos de una brigada de ataque extremadamente inferior en número y poderío, sin involucrar a las fuerzas norteamericanas.
Kennedy fue dubitativo, temeroso y cauteloso en extremo. Su inexperiencia quedó en evidencia y eso, a la larga, envalentonó a su enemigo soviético. Y hasta el último momento, mostró vacilación y debilidad. En una palabra, hizo todo mal: escogió un sitio inadecuado para realizar el desembarco, descartando el plan elaborado por el general David Gray -firmado por el mismo Lemnitzer-, que contemplaba un área más apropiada en la zona de Trinidad-Casilda; forzó a la CIA a trabajar contra reloj en un operativo alternativo; exigió que el asalto se hiciera de noche (primera vez en la historia de Estados Unidos) y para peor, sus estrategas no tomaron en cuenta que ese día habría luna llena. Además, rechazó el bombardeo masivo sobre puntos estratégicos sugeridos por la CIA y el Pentágono y a minutos de ser lanzado el ataque aéreo del día 15, mandó reducir el número de aviones a la mitad, tornando inefectiva la incursión ya que los mismos no lograron dañar ni a la FAR ni a los aeropuertos12. Por último, desestimó los consejos del almirante Burke y el propio Bissell, cuando le propusieron escoltar a las naves de desembarco y ofrecerles cobertura aérea.
Kennedy abandonó a sus aliados; los dejó librados a su suerte como sostienen no pocos historiadores y se desentendió de ellos por falta de coraje.
Y para más datos, su actitud puso en ridículo al embajador estadounidense ante la ONU, Adlai Ewing Stevenson, quien confiado en los informes de la Casa Blanca, mostró al mundo, la fotografía del “avión desertor” matrícula FAR 933, que había aterrizado en Miami al comando de Mario Zúñiga, ignorando que era una trampa de su propio gobierno, destinada a engañar a la opinión pública internacional.
El embajador Stevenson se traga el cuento de la Casa Blanca

Habiendo hecho un verdadero papelón, Stevenson presentó la renuncia, obligando a Kennedy a insistir en que no lo hiciera porque, según sus palabras, de esa manera, la crisis quedaría aún más en evidencia.
¿Traicionó Kennedy a los exiliados cubanos? Para Grayston Lynch, el buzo estadounidense que desembarcó en Playa Girón al frente de la sección de hombres-rana, sí. Y de ello dejó constancia en su libro Decisión for Disaster, opinión que han compartido numerosos analistas y buena parte de los brigadistas13.
De acuerdo a ciertos trascendidos, el mandatario estadounidense le prometió a Miró Cardona en dos oportunidades, el apoyo de sus tropas, no personalmente sino a través de Adolph Berle, subsecretario de Estado norteamericano14.
Luego se desdijo y eso llevó al cubano a solicitar una reunión con él15. Como era de esperar, JFK no se la concedió, pero envió en su lugar nuevamente a Berle, acompañado por el historiador Arthur Meier Schlesinger, para que hablara en su nombre. Se encontraron el 12 de abril, en un restaurante de Nueva York donde, entre plato y plato, el alto funcionario le dijo a Miró claramente: “Lo que te dije va”, refiriéndose a los 30.000 soldados norteamericanos que se alistaban para el asalto. Esa versión fue confirmada por el mismo Schlesinger varios años después, durante un encuentro con Hernández en la en la Universidad de Miami, en el que utilizó las siguientes palabras: “No sé porqué Adolf [Berle] le dijo eso a Miró”, aunque después lo negó en uno de sus libros16.
La mayoría de los brigadistas opina que de haber contado con apoyo aéreo, habrían podido mantener las cabeceras de playa y derrotado al ejército de Castro.
La actitud de Kennedy, negándose a enviar refuerzos y asistencia a los exiliados, selló su suerte. Ahora esos hombres se hallaban en manos del enemigo y su futuro era tan incierto, como la reputación de la flamante administración norteamericana.



Imágenes



Titulares


Invasores prisioneros


Fidel Castro en el Central Australia una vez  finalizados los combates



Batería antiaérea castrista


Restos de un B-26B derribado por las antiaéreas cubanas



Bombardero B-26C de la FAR luego de una misión



Restos calcinados del SS "Huston" días después de la batalla



Otro avión abatido cerca del Central Australia


Un prisionero es interrogado por las fuerzas de Castro


Brigadistas prisioneros aguardan ser trasladados




19 de abril. Los invasores se rinden en masa.
Kennedy abandonó a la Brigada 2506


Kennedy se vio forzado a ofrecer una conferencia de prensa y asumir las culpas 


Brigadistas prisioneros son conducidos a los centros de detención


Playa Girón el día después


Pepe San Román detenido


Eisenhower reprochó a Kennedy su actitud


Los líderes revolucionarios salieron fortalecidos de la crisis
Notas
1La herida que impidió al Che estar desde el principio en Playa Girón”, Juventud Rebelde, 10 de Junio del 2008 (http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2008-06-10/la-herida-que-impidio-al-che-estar-desde-el-principio-en-playa-giron/).
2 Ídem. Nacido en La Habana el 29 de abril de 1928, el Dr. Orlando Fernández Adán conocía al Che desde los días del Escambray. Se unió a los rebeldes en diciembre de 1958 cuando la Columna Nº 8 “Ciro Redondo”, pasó por allí. Entró en la capital como integrante de esa fuerza, el 3 de enero de 1959 y se estableció en La Cabaña como médico. Fue uno de los profesionales que atendió al comandante argentino cuando este se accidentó en combate, durante las acciones de Cabaiguán y quien le quitó los puntos de esa herida a poco de establecerse en la fortaleza.
3 Ídem.                 
4 Ídem.
5 Ídem.
6 Ídem.
7 Cuatro meses después, la Unión Soviética comenzó la construcción del Muro de Berlín.
8 Stephen E. Ambrose, Eisenhower: Soldier and president, Simon & Schuster; New edition edition (October 15, 1991), p. 553.
9 El cargo de fiscal general es equivalente al de ministro de Justicia de la Nación.
10 Los nueve condenados a cadena perpetua fueron José R. Conte Hernández, José Franco Mira, Nicolás Hernández Méndez, José R. Machado Concepción, Rogelio Milián Pérez, Ricardo Montero Duque, Pedro H. Reyes Bello, Pedro A. Santiago Villa y Andrés de Jesús Vega Pérez.
11 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 482.
12 La madrugada del 16 de abril, los bombarderos B-26B de la Brigada se hallaban en la pista, listos para salir, cuando el general Charles Pearre Cabell, segundo jefe militar de la CIA, ordenó cancelar el ataque, luego de una conversación telefónica con Rusk.
13 Según refiere Diego Trinidad al reproducir los dichos de Lynch, los hermanos Kennedy intentaron revocar las pensiones de los cuatro pilotos norteamericanos muertos en acción y así ocultar su participación en la operación. El mandatario estadounidense fue presionado por un abogado de Texas, quien amenazó con relatar todo al “The New York Post” si no las restauraba. Más adelante agrega que Robert Kennedy lo recibió hecho una furia, tanto a él como a Robertson (el otro buzo que tomó parte en el marcado de Playa Larga), “por haber sobrevivido” y como los marinos norteamericanos lloraban de impotencia a bordo de su nave cuando Lynch les reveló que su presidente había prohibido apoyar el desembarco de la Brigada.
14 Diego Trinidad, “Bahía de Cochinos sin mitos ni leyendas”, Diario de Cuba, Sección Historia, Miami, 17 de abril de 2013 (http://www.diariodecuba.com/cuba/1366186472_2803.html).
15 El abogado y experto en producción agropecuaria Arturo Mañas fue quien le advirtió el hecho frente al historiador cubano Juan Manuel Hernández (Diego Trinidad, op. Cit.).
16 Ídem.