jueves, 22 de agosto de 2019

NUEVA MISIÓN DIPLOMÁTICA

Pekín, 17 de noviembre de 1960. El Che Guevara junto a Mao Tsé-Tung


La medianoche del 11 de octubre, el teléfono de la lujosa mansión del barón azucarero Julio Lobo, en el Vedado, comenzó a sonar insistentemente. Cuando el mayordomo anunció al dueño de casa que tenía un llamado del gobierno, este pensó para sus adentros que algo andaba mal.
Lobo, que leía el diario vespertino en la sala principal, se incorporó y atendió. Para su sorpresa, la voz al otro lado del tubo le anunció que el comandante Ernesto “Che” Guevara, presidente del Banco Nacional, ordenaba que fuera a su oficina inmediatamente.
El magnate venezolano, hijo de padre judío y madre católica, de quien dijéramos en otro capítulo, era el mayor terrateniente y productor de la isla, amén de uno de los hombres más ricos del continente, comprendió que su imperio azucarero estaba en peligro (no los millones que tenía fuera del país) y, pensando aceleradamente, elaboró en su cabeza un plan, para no ser tomado por sorpresa.
Hasta ese momento, Lobo había mantenido la esperanza de que las cosas no llegaran tan lejos o, al menos, que el gobierno mantuviera algún tipo de consideración con él ya que, además de ser uno de los pilares de la economía nacional, había colaborado con las fuerzas de la revolución y no había pronunciado una sola palabra contra Castro y su régimen. Sin embargo, al ver que era Guevara quien lo llamaba, se dio cuenta de que todo había acabado.

Cuando el “rey del azúcar” llegó al Banco Nacional, no se sorprendió por la gran cantidad de uniformados que había allí, ni por el clima que imperaba. Se lo hizo pasar al despacho de la presidencia y una vez frente al segundo hombre fuerte del país, se dispuso a escuchar lo peor.
Para su sorpresa, su interlocutor le propuso permanecer en el país y hacerse cargo de la producción azucarera. En Cuba lo que faltaban eran profesionales, gente con conocimientos y el magnate era el hombre que más sabía del tema. Lógicamente, se le expropiarían todas sus propiedades a excepción de una sola, “Tinguaro”, en Matanzas, su preferida, cuyos ingresos conservaría y se le abonaría por sus servicios un sueldo de dos mil dólares, cifra irrisoria para hombre tan poderoso.
Julio Lobo, magnate azucarero
El Che fue muy claro, la revolución no podía tolerar la presencia de un capitalista de su calaña pero le proponía incorporarse a ella. Lo habían investigado exhaustivamente, habían analizado sus movimientos y para sorpresa de muchos, habían comprobado que sus cuentas estaban en orden1. Lobo intentó argumentar, utilizando frases de Kruschev pero su interlocutor estaba preparado y devolvió el golpe, explicando que lo que ocurría entre las naciones no era factible dentro de ellas. Somos comunistas y nos es imposible permitir que usted, que representa la idea misma del capitalismo en Cuba, siga como está”.
Lobo pidió dos días para contestar y Guevara se los concedió. A la mañana siguiente, preparó una pequeña maleta, arregló sus cosas y abandonó el país en dirección a Nueva York, dejando detrás el emporio que había forjado con tanto sacrificio y su impresionante colección de arte y objetos napoleónicos -era un ferviente admirador del emperador francés- con la que el gobierno cubano montaría un magnífico museo abierto al pueblo2.
Pocos días después, sus propiedades fueron confiscadas, incluyendo el Banco Financiero, yates, aviones y autos de lujo, un patrimonio que superaba los u$s 200.000.000.
Por entonces, regía la nueva ley de propiedades inmuebles que prohibía tener más de una casa, se expropiaron las viviendas alquiladas, que pasaron a manos del Estado y se nacionalizaron ciento sesenta y seis empresas norteamericanas.
Estados Unidos respondió con el embargo comercial y en una nueva reunión de la OEA, celebrada el 28 de octubre, acusó a Cuba de recibir toneladas de armamento soviético.
Soplaban vientos de guerra en el Caribe y negros nubarrones ensombrecían el horizonte.


En medio de ese clima, la noche del 21 de octubre de 1960, el Che Guevara abordó un avión y partió con destino a Europa oriental, en la que fue su segunda misión diplomática en el exterior. Lo acompañaba una reducida comitiva integrada por su fiel y joven escolta, Leonardo Tamayo Núñez (el futuro “Urbano”), Héctor Rodríguez Llompart y un equipo de economistas, del que formaban parte Raúl Maldonado (ecuatoriano), Alban Lataste (chileno) y Alberto Mora (cubano).
Su primer destino fue Praga, donde llegaron la mañana del 22.
La ciudad le impactó bien pero él no estaba para hacer turismo; necesitaba colocar las tres millones de toneladas de producción azucarera que llevaba como oferta, obtener préstamos, entusiasmar a técnicos y economistas y estudiar a fondo aquel bloque de naciones sobre el que tanto había leído.
Una de las primeras cosas que hizo al llegar fue visitar una fábrica de tractores, luego se reunió con el premier Antonin Novotny, gestionó con éxito un préstamo de veinte millones de dólares para una planta de montaje de automóviles y permitió que se le hicieran algunas notas.
El 29 de octubre aterrizó en Moscú, La Meca de todo militante comunista; el epicentro de la gran revolución socialista, el escenario en el que se habían movido sus héroes marxistas-leninistas.
Los rusos le habían preparado un itinerario casi “turístico”, para que conociese los puntos más emblemáticos de la ciudad, pero le impidieron todo contacto con la gente, el pueblo llano y el ciudadano común. El gobierno no quería mostrar la triste realidad de aquella Rusia de fines de los cincuenta, con sus contrastes sociales y sus penurias, aún cuando se trataba de una superpotencia tecnológica y militar.
El Che junto a Nikita Kruschev en Moscú. Entre ambos, Nikolai Leonov

De esa manera, conoció la casa de Lenin, visitó su museo, depositó una ofrenda floral en su mausoleo, viajó en el célebre y artístico tren subterráneo, se paró frente a la tumba de Stalin, recorrió la Plaza Roja, el Kremlin, un par de fábricas, algunos talleres y finalmente, se entrevistó con Kruschev y Mykoyán, quienes lo trataron como a un jefe de estado.
El ilustre huésped recorrió todos aquellos lugares en compañía de Nicolai Leonov y Faure Chomón, el flamante embajador cubano, y con ellos asistió a una función en el célebre Teatro Bolshói y a dos conciertos de Tchaicovsky, interpretado por la Filarmónica de Moscú.
La reunión con Kruschev fue en extremo interesante pero comenzó accidentadamente.
Jon Lee Anderson nos cuenta que Leonov debía pasar por el hotel, a una hora determinada de la mañana, para recoger a la delegación cubana y llevarla hasta el palacio de gobierno, donde se había pactado el encuentro para las diez. Cuando el funcionario llegó, solo el Che aguardaba en el hall; sus compañeros de viaje no habían aparecido. El argentino estaba hecho una furia y así lo notó el ruso.

-Che –le dijo para tranquilizarlo-, ¿esperamos a la delegación? No te preocupes. Puedo llamar al ministro para que nos esperen quince o veinte minutos.

-¡No! –respondió él, molesto y avergonzado a la vez- vámonos solos- y salió hacia donde aguardaban estacionados los vehículos oficiales que debían trasladarlos al Kremlin.

La reunión con el premier ruso comenzó a las diez en punto y resultó en extremo provechosa. Veinte minutos después, comenzaron a llegar los cubanos, preocupados, desalineados, jadeantes e incómodos. El Che no les dijo nada, apenas los miró y continuó hablando.
El argentino quería montar en Cuba una planta de producción siderúrgica, una gran acería que le permitiera dar impulso a la industria pesada e intentó entusiasmar a su interlocutor para que la construyese y financiase.
El premier soviético se mostró cauteloso. Dijo que era un proyecto ambicioso y que requería ser estudiado; abordaron luego temas como la venta del azúcar y la obtención de préstamos y finalmente brindaron mientras trataban temas diversos.
A los pocos días, Kruschev tenía una respuesta con respecto a la planta industrial. Le explicó al visitante que como Cuba carecía de carbón, mineral de hierro y mano de obra calificada y no tenía un mercado de consumo importante, lo más prudente era empezar con una planta pequeña, para trabajar con chatarra y objetos de metal usados. La acería a la que él aspiraba era factible, pero más aconsejable resultaría comenzar de a poco, con un modesta planta y avanzar gradualmente hacia algo más grande. Además, sería mucho menos costoso.
El Che insistió:

-Si construimos esa fábrica más rápido crearemos los cuadros necesarios. En cuanto al mineral de hierro, vamos a buscar en México, en algún lugar cercano; en cuanto al carbón, buscaremos algo… Podemos traerlo de aquí, en los barcos que recogen el azúcar de Cuba”3.

Kruschev prometió analizarlo y pasaron a otros asuntos. Una vez a solas, Leonov le dijo al Che que el premier tenía razón y que lo más sensato era comenzar de manera gradual. El Che le respondió que la revolución debía aspirar a lo más alto y actuar de manera inmediata, aún por sobre las razones sociales, políticas y económicas.

-Debemos combatir el monocultivo del azúcar, debemos convertirnos en industria, y ustedes aquí, en la Unión Soviética, comenzaron su programa de industrialización sin una base.

Sin embargo, no volvió a insistir y siguió adelante con el tour.
Ese mismo día, le pidió a Leonov que le organizase la visita al museo de Lenin, encargándole especialmente que el guía hiciese hincapié en la disciplina que el gran líder de la Revolución de Octubre había impuesto y como se castigaba a quienes la transgredían. Los miembros de la delegación comprendieron perfectamente el mensaje cuando, al día siguiente, una bella rusa que hablaba perfectamente español, refirió como el padre de la gesta bolchevique amonestaba y sancionaba a todo aquel que no se ajustaba a la disciplina. Sin embargo, es de imaginar que una vez en el hotel, fuera de la vista de sus anfitriones, el Che haya reprendido con violencia a los suyos.
La impresión que Leonov tenía del argentino era realmente elevada. “Era un personaje altamente organizado; no tenía en ese sentido nada de latinoamericano, era más bien alemán. Puntual, exacto, era asombroso para todos los que han conocido América Latina”4.
Por eso, no le extrañó verlo reprender con tremenda severidad a Llompart, cuando aquel le presentó el borrador del tratado comercial que debía firmar con el gobierno de Rumania.
El Che lo leyó detenidamente y ni bien terminó, estalló en ira al detectar errores y faltantes. Le dijo cosas terribles, que le dejaron el ánimo por el suelo; gritó, gesticuló y pidió explicaciones. Luego calló y se retiró, dejando a su asistente agobiado por el bochorno.
Dos días después partieron hacia Leningrado5. Cuando la delegación bajó al hall central para desayunar y abordar después los automóviles que debían llevarla al aeropuerto, el Che reparó en Llompart.

-¿Y tú, adónde vas?

-Bueno comandante… a Leningrado.

-¡No! –dijo el Che- primero debes aprender a cumplir tu deber.

Desconcertado, el resto del grupo partió, dejando al atribulado funcionario en la capital soviética.
Cuando estuvieron de regreso, se organizó una nueva excursión. El Che en persona fue a decirle al pobre Llompart que le había levantado la sanción y que podía acompañarlos y así fue como estuvo presente en las celebraciones del 7 de noviembre, cuando la Unión Soviética organizó el tradicional desfile militar, conmemorando el nuevo aniversario de la revolución.
Ese día, el Che se encontraba en el palco reservado al cuerpo diplomático, junto a Leonov y Faure Chomón. Inesperadamente, un suboficial del ejército se le acercó para decirle que el premier ruso lo quería a su lado en el palco. Los tres se miraron asombrados y enseguida Guevara, que no se esperaba aquel gesto, manifestó que no podía aceptar tamaño honor, aduciendo que no le correspondía estar ahí. “No se sentía tan importante para estar en un lugar que consideraba sagrado”, escribiría Leonov en sus memorias, años después.
El emisario partió a la carrera pero regresó al rato, diciendo que Kruschev insistía. Entonces Leonov le aconsejó acceder porque una nueva negativa podía ser considerada un agravio.
Nadie hasta entonces, desde la Revolución de Octubre, había recibido tamaña distinción. Ninguna figura había sido llamada a ocupar el sitial sagrado del Soviet Supremo y ahí estaba el argentino devenido en cubano, junto a Kruschev y los popes del orbe comunista.
El Che, Nikolai Leonov y Faure Chomón en la Plaza Roja

José Pardo Llada se encontraba en la Plaza Roja cuando el Che apareció en palco, integrando otra delegación cubana, que había sido invitada a una convención por el Sindicato de Periodistas Soviéticos. No lo sorprendió tanto la increíble ovación que se elevó desde la multitud presente, cuando reconoció a Guevara junto a sus gobernantes, sino la expresión de satisfacción y felicidad de su rostro. El Che estaba en su apogeo, tal vez el punto más alto de su carrera, y se notaba.
La estancia en Rusia duró dos semanas. En Leningrado, los cubanos visitaron el emblemático acorazado “Aurora” y recorrieron el Palacio Smolni, para bajar luego a Stalingrado y regresar a Moscú, a tiempo para asistir a los mencionados actos.
El 12 de noviembre volaron hacia Pekín, previa escala en Irkutsk, importante epicentro en la Mongolia soviética.
La visita a Rusia lo había desilusionado pero en China la cosa sería diferente.
Llegó allí el 17 de noviembre, acompañado por Leonov, para entrevistarse con otros dos personajes a los que reverenciaba, Chow En-Lai y Mao Té Tung.
Fue recibido en el aeropuerto de Pekín por Deng Xiaoping, Liu Zhao y otros altos dirigentes, en medio de un gran dispositivo de seguridad y la presencia de numerosos medios de prensa.
Las fotografías muestran al Che mucho más radiante que en Rusia. La reunión tuvo lugar en el Salón Qingzhen de Zhongnanhai, el complejo edilicio donde funcionaba el Partido Comunista.
Efectuadas las presentaciones de rigor, se invitó a los presentes a tomar asiento en una larga mesa. Allí, frente a la delegación cubana, se encontraban nada más y nada menos que Mao y Chow En-Lai, acompañados por otros líderes legendarios como Li Xiannian, Lin Biao, Shen Jian y Lin Ping, además de los intérpretes Chai Tongguo y Lui Xiliang y el registrador Zhang Zai.
El encuentro transcurrió en un clima ameno y respetuoso.

-Delegación cubana –dijo Mao sonriente- bienvenida. 

-Es un gran placer [para nosotros] tener esta oportunidad de saludar al presidente Mao –respondió el Che- Nosotros siempre hemos venerado al presidente Mao en nuestra lucha. Somos una delegación oficial, representando a Cuba, aunque los miembros de nuestra delegación nacieron en cuatro países diferentes.  

-Usted es argentino – manifestó Mao.

-Nací en Argentina. 

- ¿Dónde nacieron los otros miembros de la delegación? 

-Maldonado –volvió a responder el Che, que llevaba la voz cantante- es ecuatoriano, Lataste es chileno, yo nací en Argentina, todos los demás nacieron en Cuba. Aunque algunos de nosotros no nacimos en Cuba, el pueblo cubano no toma a mal que no hayamos nacido en Cuba. Nosotros realmente defendemos la revolución cubana. Fidel representa la voluntad de todos los latinoamericanos. 

El diálogo continuó entre Mao y el Che.

-Ustedes son internacionalistas.

-Los internacionalistas de América Latina. 

-Los pueblos de Asia, los pueblos de África y todo el campo socialista los apoyan. El año pasado usted visitó algunos países asiáticos, ¿no es verdad?

-Algunos países, como India, Siam [Tailandia], Indonesia, Birmania, Japón, Pakistán. 

-Con excepción de China, [usted] ha estado en todos los principales países de Asia. 

-Por eso, ahora estoy en China. 

-Bienvenido. 

Algo más adelante, Chow En-Lai entró también en la conversación, cuando se habló de las expropiaciones practicadas en Cuba.

-Según la prensa –comentó Mao en cierto momento- ustedes devolvían el capital y las ganancias sobre 47 caballerías por año, con una tasa de interés anual de 1 por ciento. 

-Sólo las compañías que compraban más de tres millones de toneladas de azúcar eran compensadas –respondió el Che- Si no habían comprado, no había compensación. Había dos bancos canadienses, relativamente grandes. No los nacionalizamos, y esto es consistente con nuestras políticas interna y exterior. 

-Es estratégicamente aceptable tolerar temporalmente la presencia de algunas compañías imperialistas –acotó Mao- Nosotros también tenemos algunas aquí.

-Precisamente –agregó Chow En-Lai- como el HSBC [Hong Kong and Shanghai Banking Corporation], cuya presencia es casi simbólica.  

-Esos bancos canadienses en Cuba son lo mismo que el HSBC aquí –explicó Guevara. 

-Ustedes deben unir a los obreros y campesinos, es decir, a la mayoría –le dijo Mao.  

-Alguna gente de la burguesía se puso en contra de nosotros y se unió al campo enemigo. 

-Aquellos que se pusieron contra ustedes son sus enemigos. Ustedes han hecho un gran trabajo en suprimir a los contrarrevolucionarios.  

-Los contrarrevolucionarios realizaban actos de agresión. Algunas veces, ocupaban unas cuantas islas, los aniquilábamos inmediatamente después. Nada de qué preocuparse. Ejecutábamos a su líder fusilándolo cuando los capturábamos. Su equipamiento provenía de Estados Unidos y era lanzado en paracaídas.  

-Ustedes también capturaron varios norteamericanos, ¿no es así?. 

-Si, fueron procesados inmediatamente y fusilados. 

-El gobierno norteamericano protestaba y ustedes respondían –acotó Chow En-Lai. 

-Ustedes son firmes –sentenció Mao- Sean firmes hasta el final, esa es la esperanza [de la revolución], y el imperialismo se encontrará en grandes dificultades. Pero vacilen y entren en compromisos, y el imperialismo verá que es fácil lidiar con ustedes.  

-En la primera etapa de nuestra revolución –respondió el Che-, Fidel propuso una forma de resolver el problema de la vivienda pública, porque el gobierno tiene la responsabilidad de que todos tengan una vivienda. Confiscamos las propiedades de los grandes propietarios de casas y las distribuimos entre el pueblo. Los pequeños propietarios de casas conservan sus propiedades como antes6.  

A excepción de Alberto Mora, que apenas hizo un comentario sobre Batista, el Che fue el único orador de la delegación.
Finalizada la reunión, el líder guerrillero estaba encantado; la coincidencia de su pensamiento con los dirigentes chinos era total y para más, de aquel encuentro salieron muchas cosas en limpio, entre ellas, la venta de un millón doscientas mil de toneladas de azúcar y un préstamo por sesenta millones de dólares para la adquisición de productos chinos.
El Che saluda a Chow En-Lai

En Pekín fue donde se enteró que el día 24, Aleida le había dado una segunda hija y que la había bautizado con su propio nombre. Más allá de las felicitaciones y los improvisados brindis, la gira siguió al mismo ritmo, recorriendo numerosos lugares de interés, entre ellos, el Gran Salón del Pueblo, frente a la Plaza Tiananmen. Hasta se dieron tiempo para visitar la legación cubana, a cargo del encargado de negocios Lázaro Fernández y visitar localidades cercanas, para observar “in situ”, la realidad social del país. Desde Pekín la delegación siguió hacia Corea del Norte, dispuesta a entrevistarse con el dictador Kim Il Sung.
Su llegada a Pyongyang también estuvo precedida por gran expectativa, con la correspondiente cobertura de prensa y las multitudes vivándolo a su paso.
El 3 de diciembre tuvo lugar el encuentro con el mandatario coreano y el 6 suscribieron un acuerdo comercial por medio del cual, el pequeño país asiático se comprometía a adquirir una determinada cantidad de azúcar. Le siguieron reuniones con líderes del dominante Partido del Trabajo y las consabidas visitas a sitios históricos y plantas fabriles, asó como a talleres de producción.
A su regreso, en Cuba, el Che diría de los chinos que, en general, no tenía una sola discrepancia con ellos. Pero en lo que a Corea respecta, sus impresiones fueron mucho más vívidas.

De los países socialistas que visitamos personalmente, Corea es uno de los más extraordinarios. Quizás es el que nos impresionara más de todos ellos. Tiene solamente diez millones de habitantes y tiene el tamaño de Cuba, poquito menos, unos ciento diez mil kilómetros cuadrados. La misma extensión territorial que la parte sur de Corea, pero la mitad de habitantes, fue asolado por una guerra tan fantásticamente destructiva que de sus ciudades no quedó nada, y cuando uno dice nada, es nada. Es como los pequeños poblados de guano que Merob Sosa y Sánchez Mosquera y esa gente quemaba aquí, y de los cuales no quedaban nada más que cenizas. Así quedó, por ejemplo, Pyonyang, que es una ciudad de un millón de habitantes. Hoy no se ve un solo resto de toda aquella destrucción, todo es nuevo. El único recuerdo que queda es, en todos los caminos, en todas las carreteras, y en todas las vías férreas, los huecos de las bombas que caían unas al lado de otras.
Ellos me mostraron muchas de las fábricas, todas ellas reconstruidas y otras hechas nuevas, y cada fábrica de esas había soportado entre 30 y 50 mil bombas. Si nosotros nos hacemos una idea de lo que eran 10 ó 12 bombas tiradas alrededor nuestro en la Sierra, que significaba un bombardeo terrible, y había que tener su dosis de valor para aguantar esas bombas, ¡lo que significaban 30 mil bombas tiradas en un espacio de tierra, a veces menor que una caballería!
Corea del Norte salió de la guerra sin una industria en pie, sin una casa en pie, hasta sin animales. En una época en que la superioridad aérea de los norteamericanos era tan grande, y ya no tenía qué cosa destruir, los aviadores se divertían matando bueyes, matando lo que encontraban. Era, pues, una verdadera orgía de muerte lo que se cernió sobre Corea del Norte durante dos años solamente. En el tercer año aparecieron los Mig-15 y ya la cosa cambió. Pero esos dos años de guerra significaron, quizás, la destrucción sistemática más bárbara que se ha hecho.
Todo lo que se pueda contar de Corea parece mentira. Por ejemplo, en las fotografías se ven gentes con el odio, ese odio de los pueblos cuando llega a la parte más profunda del ser, que se ve en las fotos de cuevas donde se meten 200, 300 y 400 niños, de una edad de 3 ó 4 años, se asesinan allí con fuego y otras veces con gas. Los descuartizamientos de las gentes, matar a mujeres embarazadas a bayonetazos para hacerle salir el hijo de las entrañas, quemar heridos con lanzallamas… Las cosas más inhumanas que pueda imaginar la mente fueron realizadas por el ejército norteamericano de ocupación. Y llegó casi hasta el confín de Corea con China, y ocupó, en un momento dado, casi todo el país. Sumado a eso que en la retirada lo destruían todo, podemos decir que Corea del Norte es un país que se hizo de muertes. Naturalmente, recibió la ayuda de los países socialistas, sobre todo la ayuda de la Unión Soviética, en una forma generosa y amplísima. Pero lo que más impresiona es el espíritu de ese pueblo. Es un pueblo que salió de todo esto tras una dominación japonesa de treinta años, de una lucha violenta contra la dominación japonesa, sin tener siquiera un alfabeto. Es decir, que era de los pueblos más atrasados del mundo en ese sentido. Hoy tiene una literatura y una cultura nacionales, y un orden nacional y un desarrollo ilimitado, prácticamente, de la cultura. Tienen enseñanza secundaria, que allá es hasta el noveno grado, obligatoria para todo el mundo.
Tiene en toda la industria el problema que ojalá nosotros tuviéramos hoy -que tendremos dentro de 2 o 3 años-, que es el problema de la falta de mano de obra. Corea está mecanizando aceleradamente toda la agricultura para lograr mano de obra y poder realizar sus planes, y también está preparándose para llevar a los hermanos de Corea del Sur el producto de fábricas de tejidos y otras, para ayudarlos a sobrellevar el peso de la dominación colonial norteamericana.
Es, realmente, el ejemplo de un país que gracias a un sistema y a dirigentes extraordinarios, como es el mariscal Kim II-Sung, ha podido salir de las desgracias más grandes para ser hoy un país industrializado. Corea del Norte podría ser para cualquiera aquí en Cuba, el símbolo de uno de los tantos países atrasados del Asia. Sin embargo, nosotros le vendemos un azúcar semi elaborado como es el azúcar crudo, y otros productos aún sin elaborar, como es el henequén, y ellos nos venden tornos fresadores, toda clase de maquinaria, maquinaria de minas, es decir, productos que necesitan una alta capacidad técnica para producirlos. Por eso es uno de los países que nos entusiasma más7.

El 7 de diciembre, el Che y su delegación partieron de regreso a Moscú; de ahí pasaron a la República Democrática de Alemania (RDA) y luego a Praga y Budapest. En este último punto, el embajador itinerante intentó contactar a un viejo amigo de la infancia, Fernando Barral, aquel español republicano que se había refugiado en la Argentina y se hallaba entonces radicado en Hungría, donde se había recibido de médico.
Como señala Anderson, el hombre había sido testigo del alzamiento contra la opresión soviética en 1956, de la posterior invasión rusa y de la masacre que esta produjo.
Expulsado por el gobierno argentino en 1950 (acusado de comunista y agitador), había seguido los pormenores de la revolución cubana, preguntándose a cada momento si aquel argentino que había dirigido una de las columnas guerrilleras y se había convertido en uno de sus máximos dirigentes, era realmente el loco Guevara que había conocido en Córdoba8.
El Che intentó localizarlo y como no lo logró, le dejó una nota en la embajada cubana que, finalmente llegó a sus manos.
Cuando Barral dio con ella casi se cae de espaldas. Le escribiría a Cuba tiempo después y finalmente se establecería allí para trabajar a sus órdenes. Para templarlo y ponerlo a prueba, el Che lo enviaría al Escambray, con el fin de foguearlo en la lucha contra los guerrilleros contrarrevolucionarios y de paso, ver hasta que punto eran reales sus convicciones.


Su paso por Rusia y la República Democrática de Alemania, le permitió a Guevara conocer a dos personas de resonante gravitación en su futuro mediato. El primero un sujeto delgado, moreno y de baja estatura, la segunda una muchacha rubia, esbelta y atlética.
Mario Monge, dirigente del Partido Comunista Boliviano, formaba parte de un grupo de líderes latinoamericanos que habían sido convocados para saludar al visitante durante una de las reuniones que tuvo en la capital soviética. Radicado allí desde algún tiempo antes, gozaba de la más alta consideración por parte de las autoridades del partido y aguardaba instrucciones de ellas en lo que respecta a su futuro accionar. El encuentro fue breve. El Che estrechó la mano de cada uno de los presentes y cuando llegó al hombre del altiplano, apenas le dijo: “He estado en tu país”9 y sin decir más, continuó con el siguiente.
El Che no tiene inconvenientes en estrechar las manos de tiranos en  tanto sean de izquierda. En la fotografía junto a Kim Il Sung, presidente
de Corea del Norte

Tamara Haydée Bunke Bider era la joven traductora de alemán-español, que las autoridades de la RDA pusieron a su disposición durante su estadía en Berlín. La muchacha tenía entonces veintidós años y militaba desde los dieciocho en la FDJ (Juventud Libre Alemana), rama juvenil del Partido Socialista Unificado. Había nacido en Buenos Aires, el 19 de noviembre de 1937 y desde 1952 vivía en Alemania, cuando su familia decidió regresar. Por entonces, era intérprete oficial y soñaba con volver a su país de nacimiento, para difundir allí el comunismo. Vigorosa, de rubios cabellos y ojos azules, estudiaba en la Universidad Humboldt de Berlín, practicaba atletismo y venía siguiendo los acontecimientos de la isla desde el desembarco del “Granma”.
Jon Lee Anderson, como otros autores, se apresuran a decir que era hija de judíos comunistas que en 1935 huyeron hacia la Argentina, para escapar del nazismo.
Se han tejido numerosas leyendas en torno a esa misteriosa familia y su viaje.
Por empezar, los padres de Tamara no eran judíos, apenas su abuela materna lo fue.
Nadia, la madre, explicó a los autores de Tania, la guerrillera y la epopeya suramericana del Che, que debido a esa condición tanto ella, como su marido y su hijo Olaf, debieron abandonar Alemania para ponerse a salvo. 

Llegamos a la Argentina balbuceando español, íbamos aprendiendo el idioma en el barco. En la Argentina había muchos alemanes, se dice que el 10 ó el 12 por ciento de los argentinos son de origen alemán, aunque la colonia alemana tenía diferentes núcleos: una colonia capitalista; una de obreros calificados, maestros y profesionales diversos; y una colonia de refugiados de la Alemania fascista.
Teníamos parientes en la Argentina, entre ellos a mi abuela; ésas fueron nuestras primeras relaciones, luego fuimos conociendo a otros refugiados alemanes, pero ante todo mi marido hizo lo más pronto posible los contactos necesarios y obtuvo el ingreso en el Partido Comunista Argentino10.

Atando cabos, el relato de la huida de los Bunke resulta extraño en todo sentido. “Pensábamos ir a Moscú pero los trámites se dilataban” afirma Nadia en el “testimonio escrito” que le entregó al autor del mencionado libro, en el año 2001. Sin embargo, enseguida aflora la pregunta: ¿A una rusa comunista le resultaba difícil regresar a su patria? ¿A un militante como Erich Bunke le costaba radicarse en la Unión Soviética, cuando en esos días activistas de todos los rincones de Europa lo hacían? Y de ser así, si la situación en Alemania era tan complicada ¿no podían haber ido a un tercer país (Checoslovaquia, Polonia) mientras intentaban resolver esos trámites, en lugar de emigrar al otro lado del mundo?
Por otra parte, los biógrafos e historiadores de Tamara no logran ponerse de acuerdo en cuanto al lugar de origen de su madre ya que en algunas fuentes, figura como alemana, en otras como polaca y en otras como rusa, oriunda de la ciudad de Odessa, estudiante de arquitectura y profesora de alemán11.
Lo cierto es que la joven traductora quedó fascinada con su compatriota y sus deseos de pasar a Cuba, para trabajar por la revolución, se acentuaron.
Tamara ya conocía a algunos dirigentes cubanos, entre ellos Orlando Borrego, para quien había trabajado cuando a mediados de año, encabezó una delegación comercial, pero ahora despertaba en ella la fascinación por aquel hombre que, para más, era argentino, como ella, ferviente comunista y apuesto. Volverían a verse en breve y acabarían sus días juntos.


De de regreso a Cuba, mientras sobrevolaba el Atlántico de noche, el Che, meditaba en silencio los alcances de su gira. Regresaba satisfecho porque había alcanzado varios objetivos: pudo colocar la producción azucarera no solo en Rusia sino también en China y Corea, al acordar la compra del excedente de 1.200.000 toneladas rechazado por los soviéticos; obtuvo un préstamo de sesenta millones de dólares, de parte de Chow En-Lai y cerró algunos compromisos con naciones menores. Pero sentía un sabor amargo en su boca, al rememorar su paso por Rusia. Los soviéticos no habían estado a la altura; se mostraron en extremo cautos; rechazaron parte de la producción azucarera y su dirigencia no se amoldaba a la filosofía marxista. El Che no podía evitar pensar en que los miembros del Presidium, la jerarquía del Kremlin, vivían como una elite, distante de su pueblo, sin reparar en sus necesidades y sus carencias. Y lo que era peor, esbozando actitudes tan imperialistas y demagógicas como sus enemigos capitalistas.
Estaba decepcionado y temía por la suerte de la revolución porque, tal como asegura un informe del Servicio de Inteligencia británico que circuló por entonces, los soviéticos estaban aplicando una política ambigua, al mejor estilo norteamericano, cuidando sus relaciones con la futura administración Kennedy, de ahí la directiva impartida desde Moscú hacia La Habana, ordenando evitar provocaciones indebidas y esperar el desarrollo de los acontecimientos.


Imágenes



Julio Lobo, el magnate azucarero despojado por la revolución



Brindis en el Kremlin. Anastas Mikoyán, el Che, Nikolai Leonov y Nikita Kruschev 



En el Kremlin, a la sombra de Marx


Saludando al gran compositor Aram Khachaturian

De paseo junto al río Moscova


Encuentro en China. En la foto, junto al mariscal Zhu De



Junto a un grupo de niñas en Pekín



En diálogo con el dictador norcoreano



Mario Monje



El Che en Leipzig, Alemania, junto a estudiantes latinoamericanos.  Se ha dicho que la joven que aparece con el rostro semicubierto arriba a la  izquierda es Tamara Bunke, pero se trata de otra persona



Tamara Haydée Bunke Bider





Regreso a la patria caribeña

Notas
1 Carmen Muñoz, “Julio Lobo, el Napoleón de Cuba”, ABC.es., Internacional, 31 de julio0 de 2011  (http://www.abc.es/20110731/internacional/abci-julio-lobo-cuba-201107310253.html).
2 Finalmente se radicó en España, donde vivió cómodamente hasta los 84 años. Había caído en bancarrota en 1965, luego de una crisis financiera en Wall Street pero mantuvo un status económico cómodo.
3 Para el viaje del Che al este europeo ver Jon Lee Anderson, op. Cit., p.460 y ss;
“Los viajes de Ernesto Guevara”, Universidad Complutense  http://pendientedemigracion.ucm.es /info/bas/utopia/html/bioche06.htm
4 Jon Lee Anderson, op. Cit. p. 461-462.
5 Hoy San Petersburgo, la antigua capital de los zares.
6 Ver diálogo completo en Anexo XV.
7 Ernesto “Che” Guevara, El socialismo y el hombre nuevo, Siglo XXI Editores, América Nuestra, Bs. As., 1977, p. 123 y ss.
8 Jon Lee Anderson, op. Cit. p. 465.
9 Ídem, p. 461. 10 Lois Pérez Leira, "Tania y el Che Guevara: dos argentinos en la revolución latinoamericana", Kaos en la Red, 20 de abril de 2014 (http://2014.kaosenlared.net/component/k2/85776-tania-y-el-che-guevara-dos-argentinos-en-la-revoluci%C3%B3n-latinoamericana.html)
11 Alberto N. Manfredi (h), Galería de Personalidades Argentinas (http://galeriadepersonalidadesargentinas.blogspot.com.ar/).