Director: Javier R. Portella
Qué hacer si le patean los huevos a un juez
Me pregunta algún lector, después de
los últimos casos en los que ciudadanos honorables se vieron condenados
por defenderse en su propia casa, o por socorrer a quienes eran
asaltados por delincuentes y en la refriega el asaltante salió maltrecho
o de cuerpo presente, qué debe hacer uno en tales casos: quedarse
cruzado de brazos, mirando cómo se consuma el delito, o intervenir
arriesgándose a que el malo se ponga flamenco, haya leña de por medio, y
en el intercambio el asaltante resulte herido o fiambre; desgraciada
circunstancia que, según la legislación española, suele convertir al
malo en bueno y al bueno en malo, hasta el punto de que el antes malo y
ahora jurídicamente bueno, e incluso su familia si éste palma en el
intercambio de opiniones, podrán vivir una buena temporada a costa de la
pasta que la previsible sentencia le sacará al pringado; al que,
además, premiarán con un par de años de talego por violencia
desproporcionada, homicidio involuntario o como diantre se llame
técnicamente el asunto.
Conste que mis conocimientos de Derecho son mínimos, así que me
limitaré a opinar según la jurisprudencia de lo visto y leído en España:
mi impresión personal e intransferible. Por poner un ejemplo práctico,
imagine el lector que va por la calle y al doblar una esquina observa
que un delincuente está asaltando a un juez (para el ejemplo igual
valdrían un registrador de la propiedad o un repartidor de pizzas, pero
hoy le toca a un juez). A lo mejor el malo lleva una navaja empalmada,
aunque tampoco es imprescindible. Supongamos que no lleva arma ninguna y
se limita a patearle los huevos a su señoría. Ahora querrá saber algún
listillo cómo diablos sabremos que el agredido es un juez; y aunque como
digo la cuestión es irrelevante, en este caso la respuesta es sencilla:
lleva toga y puñetas de encaje. Y el caso, como digo, es que, para
robarle la cartera al señor juez, el malo le está pateando los huevos
con mucho desahogo. Zaca, zaca. Con verdaderas ganas.
Es ahora cuando se plantea el dilema. Aparte de que la denegación de
auxilio es un delito, o creo que lo era, pocas personas decentes
pasarían de largo, incluso aunque a quien le pateasen los huevos fuera
un político español. Incluso, por llegar al extremo de lo comprensible,
un inspector de Hacienda. Pero hemos quedado en que es un juez. En
cualquier caso, un ciudadano honrado intervendría sin dudarlo, fuera
quien fuese. Y ahí surge la complicación técnica. Porque supongamos que
uno va y forcejea con el asaltante, y éste es un tipo fuerte, o está muy
zumbado, o aunque no lleva armas pega hostias como panes. Y usted se
lía en caliente, porque las peleas no son precisamente un ejercicio de
análisis intelectual. Y el malo se cae, o usted lo tira, y se da con el
bordillo de la acera en el cogote. O a lo peor era drogata y estaba
débil del corazón, y con el soponcio se queda tieso como la mojama. Y
entonces llega lo bonito, porque el juez se levanta frotándose los
huevos, te pone afectuoso una mano en tu hombro y dice, conmovido pero
profesional:
«Gracias, Rambo. Me has socorrido, pero según el Código Penal tu violencia ha sido desproporcionada. Casi fascista.»
«Gracias, Rambo. Me has socorrido, pero siento comunicarte que según
el Código Penal y el Código de Hammurabi tu violencia ha sido
desproporcionada. Casi fascista, dirían algunos y algunas. Así que, con
todo el dolor de mi corazón, y puesto que los jueces españoles nos
limitamos a aplicar la dura lex, sed lex y no a interpretarla,
voy a empapelarte hasta las trancas. De modo que ve despidiéndote
durante seis o siete años de instrucción judicial de tu vida normal, de
un posible par de años de libertad y de la pasta gansa que te van a
sacar como indemnización, porque te voy a joder vivo».
Hay una segunda opción, naturalmente. Que usted vaya por la calle y
vea cómo al juez le dan las suyas y las del pulpo, o que al ministro del
Interior de ahora, que también es juez, le están robando la cartera, o
al de Justicia lo está violando una manada de atracadores aficionados a
atacar por la retaguardia. Y usted eche cuentas y decida que complicarse
la vida en España, donde todo disparate tiene su asiento y a menudo ese
asiento suele ser legal, trae poca cuenta. Y decida, basado en tristes y
notorias experiencias ajenas, que más vale seguir su camino como si
nada hubiera visto, Evaristo. O, como mucho, sacar el móvil y grabar la
escena de lejos, por no implicarse demasiado. Y luego, eso sí, colgarla
en YouTube para denunciar enérgicamente el asunto.
Y es que nos está quedando un paisaje precioso, oigan. A mí me queda
poco, la verdad. Y que me quiten lo bailado, que fue bastante. Pero
ustedes, los jóvenes, van a tener mucho tiempo y ocasiones para
disfrutarlo. Les va a rebosar el disfrute por las orejas.
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