A TRAVÉS DE LOS CERROS
El sábado 22 de mayo aterrizó en Puerto Howard un
helicóptero Bell 212 de la FAA
al comando de los tenientes Marcelo Jorge Pinto y Héctor Ricardo Ludueña,
quienes traían órdenes de localizar y trasladar a los pilotos de los Dagger abatidos
el día anterior.
A efectos de prestar colaboración en las tareas de búsqueda,
Castagneto le ordenó a García Pinasco acompañar a la tripulación, acordando
que un a vez cumplida la misión, regresarían por él para llevarlo a Puerto
Argentino a recibir nuevas directivas.
Dos de los aviadores fueron rescatados gracias al uso de las
bengalas luminosas que ellos mismos dispararon al escuchar el ruido del rotor.
Al primer teniente Senn, lo vieron cuando caminaba junto a un alambrado,
paralelo a la costa y al mayor Gustavo Piuma, al salir con cierta dificultad, de
una suerte de choza en la que se había refugiado por tener un tobillo
fracturado. La suya fue una verdadera odisea, la cual relató varios años después, de la siguiente manera:
...Ocho
horas antes creía que me moría; estaba amaneciendo y ahora tenía la certeza que
iba a seguir viviendo. Me había propuesto llegar este día a un refugio. Me
encontraba subiendo una pendiente, serían aproximadamente las 14:00 hs,
veinticuatro horas después de mi eyección, cuando me desbarranco y caigo con
todos los elementos de supervivencia esparciéndose a lo largo de mi trayectoria
de descenso. Había perdido la noción del tiempo pues había extraviado el reloj.
Decidí que, por cada caída debía rezar dos rosarios y luego incorporarme. Me
dio resultado, cincuenta o sesenta minutos después estaba frente a un alambrado
de cinco hilos que rodeaba el puesto de un establecimiento lanero.
Éste pequeño refugio estaba en el medio de varios potreros, tres o cuatro, cuyas tranqueras se encontraban del otro lado y ya no tenía fuerzas para rodearlas. Me recosté con el torso sobre el alambrado y comencé a balancearme hasta perder el equilibrio y caer del otro lado. La casa era de chapa, con una puerta de madera, tenía un ancho de dos metros por tres de alto; al abrir observé que la mitad del piso estaba cubierto de abundante lana, hice un mullido colchón, me recosté y dormí profundamente.
Me desperté y enseguida, comencé a ordenar todos los elementos de supervivencia, las bengalas diurnas las coloqué a la derecha de la puerta, las nocturnas a la izquierda; tomé dos calmantes y entre las botellas que había en el refugio busqué la más limpia, recuerdo que en su etiqueta decía Queen Drink (El trago de la Reina). Sobre una de las paredes del refugio efectué siete marcas paralelas, taché la primera pensando que llegado el séptimo día iniciaría la marcha hacia Puerto Howard, que yo creía que estaba aproximadamente a cinco kilómetros del lugar de mi caída.
Cuando estaba intentando cortar los cordones de la bota de mi pie derecho, escucho el ruido característico de las palas de un helicóptero, ¡qué emoción!; podía afirmar que sentía los latidos de mi corazón. Rápidamente tomé una bengala diurna y arrastrándome, llegué al borde del cerro. Allí abajo vi un helicóptero, pero no distinguía muy bien si era británico o argentino. En uno de sus giros alcanzo a distinguir la escarapela argentina y lanzo la bengala, un humo anaranjado cubrió la colina. El helicóptero se posó a unos metros de distancia y de él saltaron dos suboficiales con una camilla y un capitán del Ejército Argentino, que constituían un grupo comando de rescate.
Ya en el helicóptero, el comandante de aeronave, primer teniente Marcelo Jorge Pinto me pregunta si había visto a otro oficial eyectado. Inmediatamente le contesto que sí, que me llevara hasta los restos de mi avión donde resultaría más fácil ubicarme.
Minutos más tarde recuperamos al primer teniente Jorge Senn, compañero de misión, y luego de una emotivo abrazo, nos dirigimos a Puerto Howard. Al llegar el helicóptero aterrizó en un pequeño potrero, ahí recogió al primer teniente de la RAF D. Jeff Glover (piloto inglés derribado horas antes), que habiendo sido rescatado del agua, fue llevado a una sala de primeros auxilios.
La odisea que precede nuestro traslado a Darwin es otra historia. El cruce del canal de San Carlos fue realizado en pleno combate, no sólo teníamos a los buques enemigos a la vista, sino también aviones amigos y enemigos, hasta la satisfacción de ver un buque inglés en llamas, pero siempre con la preocupación que nos podían derribar. Sobre las islas comenzaba el crepúsculo y lentamente nos acercábamos al pequeño poblado de Darwin. Finalmente aterrizamos y nos trasladaron al hospital de campaña, no sin antes presenciar el ataque de una sección de Harrier y el derribo de uno de ellos.
Después de dos días fui examinado por un médico. Me colocaron suero y me inyectaron morfina. Cuando desperté no sabía cuánto tiempo había transcurrido.
Éste pequeño refugio estaba en el medio de varios potreros, tres o cuatro, cuyas tranqueras se encontraban del otro lado y ya no tenía fuerzas para rodearlas. Me recosté con el torso sobre el alambrado y comencé a balancearme hasta perder el equilibrio y caer del otro lado. La casa era de chapa, con una puerta de madera, tenía un ancho de dos metros por tres de alto; al abrir observé que la mitad del piso estaba cubierto de abundante lana, hice un mullido colchón, me recosté y dormí profundamente.
Me desperté y enseguida, comencé a ordenar todos los elementos de supervivencia, las bengalas diurnas las coloqué a la derecha de la puerta, las nocturnas a la izquierda; tomé dos calmantes y entre las botellas que había en el refugio busqué la más limpia, recuerdo que en su etiqueta decía Queen Drink (El trago de la Reina). Sobre una de las paredes del refugio efectué siete marcas paralelas, taché la primera pensando que llegado el séptimo día iniciaría la marcha hacia Puerto Howard, que yo creía que estaba aproximadamente a cinco kilómetros del lugar de mi caída.
Cuando estaba intentando cortar los cordones de la bota de mi pie derecho, escucho el ruido característico de las palas de un helicóptero, ¡qué emoción!; podía afirmar que sentía los latidos de mi corazón. Rápidamente tomé una bengala diurna y arrastrándome, llegué al borde del cerro. Allí abajo vi un helicóptero, pero no distinguía muy bien si era británico o argentino. En uno de sus giros alcanzo a distinguir la escarapela argentina y lanzo la bengala, un humo anaranjado cubrió la colina. El helicóptero se posó a unos metros de distancia y de él saltaron dos suboficiales con una camilla y un capitán del Ejército Argentino, que constituían un grupo comando de rescate.
Ya en el helicóptero, el comandante de aeronave, primer teniente Marcelo Jorge Pinto me pregunta si había visto a otro oficial eyectado. Inmediatamente le contesto que sí, que me llevara hasta los restos de mi avión donde resultaría más fácil ubicarme.
Minutos más tarde recuperamos al primer teniente Jorge Senn, compañero de misión, y luego de una emotivo abrazo, nos dirigimos a Puerto Howard. Al llegar el helicóptero aterrizó en un pequeño potrero, ahí recogió al primer teniente de la RAF D. Jeff Glover (piloto inglés derribado horas antes), que habiendo sido rescatado del agua, fue llevado a una sala de primeros auxilios.
La odisea que precede nuestro traslado a Darwin es otra historia. El cruce del canal de San Carlos fue realizado en pleno combate, no sólo teníamos a los buques enemigos a la vista, sino también aviones amigos y enemigos, hasta la satisfacción de ver un buque inglés en llamas, pero siempre con la preocupación que nos podían derribar. Sobre las islas comenzaba el crepúsculo y lentamente nos acercábamos al pequeño poblado de Darwin. Finalmente aterrizamos y nos trasladaron al hospital de campaña, no sin antes presenciar el ataque de una sección de Harrier y el derribo de uno de ellos.
Después de dos días fui examinado por un médico. Me colocaron suero y me inyectaron morfina. Cuando desperté no sabía cuánto tiempo había transcurrido.
Su jefe de escuadrilla, el capitán Donadille, aterrizó con
su paracaídas en las inmediaciones del puente de Green Hill (Colinas Verdes en
la toponimia argentina), al sudoeste del monte Rosalía y desde allí intentó
alcanzar las líneas propias.
Una
vez más el buen Dios me protegió y salí en momentos en que mi avión no apuntaba
hacia abajo.
Se abrió el paracaídas y en segundos estaba tocando en forma no muy elegante la Gran Malvina.
Agradecí al Señor pues salvo la visión que por la velocidad con que había saltado estaba muy afectada, escondí el paracaídas y me alejé del lugar, mientras escuchaba a los cañones de mi avión, caído a unos trescientos metros, que se disparaban solos.
Esperando a un Harrier que me buscaba, caminé medio congelado durante una hora y cuarto siguiendo una línea de postes telegráficos, mientras rezaba a la Virgen María y a su hijo agradeciendo el estar aún con vida.
Encontré un viejo arado rompí un portón, saqué dos tablas largas y armé un pequeño refugio para aislarme de la humedad pues ya anochecía.
Llené una bolsa de arpillera que estaba junto al arado con pasto y me preparé a pasar la noche más larga de mi vida. Y verdaderamente lo fue, sería mucho escribir el relatar todo lo que pasó por mi mente esa noche; pensé en mis hijos y mi señora, a quién faltaban diez días para entrar en la fecha de nacimiento de nuestro sexto hijo (Ana Paula nació el 17 de Junio), sobre el destino de mis compañeros de Escuadrilla y los que quedaron en la Base, la cual parecía tremendamente lejana ahora, en medio del frío; un frío tremendo que parecía venir a oleadas, el cual me impidió dormir en esas interminables horas y a la vez brindar un sonoro concierto de entrechocar de dientes en ese solitario paraje.
Pero estaba lúcido y bastante entero; sabía en donde me encontraba, y el terreno que pisaba y tenía una gran confianza en Dios y en mí (¡algo tenía que poner yo también!). Además a pesar de que mi situación no era muy envidiable me reconfortaba el reflejo de incendios que intermitentemente observaba en la panza de los estratos bajos (nubes), del otro lado de la montaña, que marcan el inicio del estrecho de San Carlos, pues sabía que ahí únicamente había barcos ingleses. Dios me perdone pero sin tener nada en contra de los ingleses como personas, estaba contento porque esos reflejos que cambiaban de intensidad me indicaban que gracias a mi Fuerza Aérea, la reina tenía menos súbditos y material de guerra.
Junto con la claridad se disiparon mis dudas sobre si me podría levantar o no por algún problema en la espalda o cintura pues no tuve mayores inconvenientes en pararme.
En aras de la brevedad, ese día caminé unos veinticinco kilómetros a brújula y guiándome por mi memoria y conocimiento de la geografía de la isla llegué por fin alrededor de las tres de la tarde a Puerto Howard, en donde había un regimiento de nuestro Ejército. Más muerto que vivo por el cansancio y con principio de deshidratación, pero bastante entero en el resto, me animaba el hecho que podría enterar a mi familia y camaradas, de que todavía no había pasado a ser solamente un recuerdo en esta tierra.
Sentí una gran emoción en la formación del 25 de mayo en Puerto Howard, y gran orgullo también pues en el momento que se celebraba ésta, pasaron dos Dagger más bajo que las piedras y a máxima velocidad; orgullo repito pues le señalé a mis camaradas presentes: “Esos son de los míos”.
Luego de varias peripecias más, que conjuntamente con otros argentinos metidos en el tema tuvimos que sortear, algunas de ellas por demás interesantes, conseguí cruzar a Puerto Argentino cinco días después. Casi a fin de mayo, pude volver al continente, lleno de orgullo por mi Fuerza pues verdaderamente presencié lo que estaba haciendo y había hecho durante el conflicto, no sólo por parte de los aviadores sino también por todo el resto del personal de oficiales, suboficiales y soldados, que dieron más que algo por la Patria.
Se abrió el paracaídas y en segundos estaba tocando en forma no muy elegante la Gran Malvina.
Agradecí al Señor pues salvo la visión que por la velocidad con que había saltado estaba muy afectada, escondí el paracaídas y me alejé del lugar, mientras escuchaba a los cañones de mi avión, caído a unos trescientos metros, que se disparaban solos.
Esperando a un Harrier que me buscaba, caminé medio congelado durante una hora y cuarto siguiendo una línea de postes telegráficos, mientras rezaba a la Virgen María y a su hijo agradeciendo el estar aún con vida.
Encontré un viejo arado rompí un portón, saqué dos tablas largas y armé un pequeño refugio para aislarme de la humedad pues ya anochecía.
Llené una bolsa de arpillera que estaba junto al arado con pasto y me preparé a pasar la noche más larga de mi vida. Y verdaderamente lo fue, sería mucho escribir el relatar todo lo que pasó por mi mente esa noche; pensé en mis hijos y mi señora, a quién faltaban diez días para entrar en la fecha de nacimiento de nuestro sexto hijo (Ana Paula nació el 17 de Junio), sobre el destino de mis compañeros de Escuadrilla y los que quedaron en la Base, la cual parecía tremendamente lejana ahora, en medio del frío; un frío tremendo que parecía venir a oleadas, el cual me impidió dormir en esas interminables horas y a la vez brindar un sonoro concierto de entrechocar de dientes en ese solitario paraje.
Pero estaba lúcido y bastante entero; sabía en donde me encontraba, y el terreno que pisaba y tenía una gran confianza en Dios y en mí (¡algo tenía que poner yo también!). Además a pesar de que mi situación no era muy envidiable me reconfortaba el reflejo de incendios que intermitentemente observaba en la panza de los estratos bajos (nubes), del otro lado de la montaña, que marcan el inicio del estrecho de San Carlos, pues sabía que ahí únicamente había barcos ingleses. Dios me perdone pero sin tener nada en contra de los ingleses como personas, estaba contento porque esos reflejos que cambiaban de intensidad me indicaban que gracias a mi Fuerza Aérea, la reina tenía menos súbditos y material de guerra.
Junto con la claridad se disiparon mis dudas sobre si me podría levantar o no por algún problema en la espalda o cintura pues no tuve mayores inconvenientes en pararme.
En aras de la brevedad, ese día caminé unos veinticinco kilómetros a brújula y guiándome por mi memoria y conocimiento de la geografía de la isla llegué por fin alrededor de las tres de la tarde a Puerto Howard, en donde había un regimiento de nuestro Ejército. Más muerto que vivo por el cansancio y con principio de deshidratación, pero bastante entero en el resto, me animaba el hecho que podría enterar a mi familia y camaradas, de que todavía no había pasado a ser solamente un recuerdo en esta tierra.
Sentí una gran emoción en la formación del 25 de mayo en Puerto Howard, y gran orgullo también pues en el momento que se celebraba ésta, pasaron dos Dagger más bajo que las piedras y a máxima velocidad; orgullo repito pues le señalé a mis camaradas presentes: “Esos son de los míos”.
Luego de varias peripecias más, que conjuntamente con otros argentinos metidos en el tema tuvimos que sortear, algunas de ellas por demás interesantes, conseguí cruzar a Puerto Argentino cinco días después. Casi a fin de mayo, pude volver al continente, lleno de orgullo por mi Fuerza pues verdaderamente presencié lo que estaba haciendo y había hecho durante el conflicto, no sólo por parte de los aviadores sino también por todo el resto del personal de oficiales, suboficiales y soldados, que dieron más que algo por la Patria.
Después de recoger a los náufragos, el helicóptero se
preparaba para volar de regreso a Puerto Howard llevando a bordo a los tres pilotos recuperados,
a Jeff Glover y al mayor Castagneto, tal como se había convenido con el comando
en Puerto Argentino.
Cuando
los efectivos del RI5 ayudaron a subir al inglés,
los comandos le mostraron el Blow Pipe de Fernández y le explicaron que con él
lo habían derribado. El británico lo observó un instante y luego respondió,
levantando el pulgar:
-Muy
bien hecho, compañero1.
En esos
momentos Castagneto exploraba los alrededores, confiando que el helicóptero lo
esperaría para trasladarlo a la capital, pero cuando todos estuvieron a
bordo (Piuma, Senn, Donadille, el Dr. Llanos y el prisionero), dieron potencia
al rotor y se dispusieron a despegar.
Entonces,
llegó corriendo el teniente Sergio Fernández para exigir a los gritos que
aguardasen allí hasta la llegada de su jefe, pero el piloto volvió a insistir
con las órdenes recibidas antes de su partida y sin decir más, accionó los mandos y remontó vuelo.
En ese
mismo momento, Castagneto entraba en el pueblo y al sentir el motor, corrió
hacia la aeronave agitando los brazos, pero todo fue en vano. La máquina se
elevó y desapareció en dirección al este.
Hecho
una furia, el jefe de la 601 descargó su ira dándole una fuerte reprimenda al
teniente Fernández, quien terminó pagando los platos rotos sin merecerlo.
El
helicóptero voló primero a Puerto Darwin y desde allí a Puerto Argentino
donde Glover fue entregado a las autoridades.
Lo
primero que hicieron fue someter al inglés a una exhaustiva revisión médica y
después de aplicarle algunos medicamentos, lo subieron a un transporte Hércules
y en compañía de Donadille, Piuma y Senn, lo enviaron al continente, más
precisamente a Comodoro Rivadavia, donde las autoridades deberían resolver sobre su
situación.
Una vez
en destino, una ambulancia estacionada al costado de la pista condujo
a Glover al hospital militar regional, en la cual quedó bajo llave en el casino de
oficiales por espacio de dos días
Comenzó,
de esa manera, su prolongado período de cautiverio. Pasada la primera semana, fue embarcado en un Boeing y enviado a Buenos Aires para ser internado en un nuevo nosocomio castrense y al cabo de unos días trasladado a una base del ejército, en la
provincia de Córdoba, donde permaneció detenido hasta el fin de la guerra.
Glover se encontraba alojado en ese sitio cuando en cierta ocasión llegó a sus manos un ejemplar de “una revista muy
brillante”, según sus palabras, cuyas páginas contenían, exclusivamente, información de la guerra.
En una de sus notas, el detalle de las pérdidas de ambos bandos era tan
absurdo y fantasioso, que el inglés no pudo evitar sonreír y preguntarse a
si mismo: “¿Será una broma?”2.
Seguramente
habrá pensado que aquello había sido impreso
especialmente para él, con la intensión de desmoralizarlo pero no era así. Se
trataba de una prueba clara y acabada de la “prensa
especializada” argentina; un pasquín de pseudo actualidad, con aire de
publicación seria, que se vendía y aún se vende en todo el país.
Cuando el helicóptero Bel 212 se alejaba de Puerto Howard en dirección a Darwin, en Puerto Argentino se ultimaban los detalles de una compleja misión conjunta, con fuerzas especiales de las tres armas.
El
general Parada había decidido enviar grupos comando a la zona de San Carlos
para que tomasen conocimiento de la verdadera capacidad del enemigo y confirmasen,
de paso, la existencia de radares en la cima del monte Alberdi (Osborne en la
nomenclatura británica), un promontorio del cordón montañoso que conformaban las alturas
Rivadavia, cuyo pico más alto alcanzaba los 690 metros sobre el
nivel del mar.
El
capitán Figueroa explicó a Parada que una misión de exploración era algo muy
distinto a una de combate porque el equipo para una y otra era diferente.
Además, el grupo a sus órdenes solo disponía de la sección al mando del
teniente primero Daniel González Deibe, poco numerosa para esa tarea y eso,
según su parecer, no era suficiente para cumplir el cometido.
Como el
general Parada insistió (después de todo, era el tipo de misiones que
Castagneto venía reclamando desde su llegada al archipiélago), se decidió el
envío de una avanzada al mando del capitán Jándula, quien estaría secundado por los
sargentos Vallejo y Salazar, para estudiar el terreno y
efectuar observaciones.
La
operación se había planificó con las otras dos armas, cada una de las cuales
iba a aportar sus propias tropas de elite. El grupo comando de la Infantería de Marina actuaría a
las órdenes del capitán Dante Juan Manuel Camiletti y estaría compuesto por once
efectivos cuyo objetivo eran los alrededores de Puerto San Carlos; los
catorce hombres del Grupo de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea,
al mando del
primer teniente Salvador Ozán, avanzarían sobre el monte Alberti y los
comandos del Ejército,
integrados por Figueroa, González Deibe, Elmíger, Brizuela, Negretti y
Llanos, reconocerían Establecimiento San Carlos y sus inmediaciones.
El 22
de mayo por la mañana, los comandos del Ejército abordaron dos helicópteros
Bell 212 y esperaron pacientemente que la niebla se
disipase. Al cabo de dos horas levantaron vuelo y después de
sobrevolar los campos aledaños a la
Casa del Gobernador enfilaron hacia el monte Simmons3,
punto de encuentro con sus pares de la Armada y la Fuerza Aérea, a mitad de camino
entre la capital y San Carlos, donde estarían aguardando Jándula y su sección.
Los
helicópteros atravesaron la isla Soledad de este a oeste y al
aterrizar, la gente de Figueroa saltó a tierra y echó
a correr para tomar posiciones. Fue en ese momento que el jefe de la
sección se dio cuenta que Jándula tenía el tobillo derecho lesionado por
una caída y eso lo obligaba a caminar con cierta dificultad. Al verlo
en esas
condiciones, el capitán médico Llanos lo sometió a una rigurosa revisión
y al
cabo de unos minutos pudo determinar que el oficial presentaba un
esguince
leve.
Mientras
era atendido, Jándula dijo haber observado mucha actividad enemiga en el
oeste, especialmente en los alrededores del monte Alberti, pero según su
opinión, eso no representaría un obstáculo para el desarrollo de la operación.
Figueroa
dividió a su grupo en dos columnas, poniendo a González Deibe y al teniente Eduardo Elmíger al mando de la
primera, indicándoles avanzar por el sur, en tanto la segunda, encabezada por él mismo haría lo propio
por el norte, llevando al teniente Alejandro Brizuela como su segundo.
Partieron
cargando armas y mochilas, bajando por la pendiente oeste del monte
Simmons, dando inicio a una agotadora marcha de varias horas. Hacia las
17.00, las secciones se habían separado tanto que acabaron
por extraviar el camino, razón por la cual, decidieron acampar y esperar
hasta
el otro día.
Los
efectivos racionaron, montaron guardias por turnos y
descansaron. La noche transcurrió sin novedad y de ese modo llegó el
amanecer, con un cielo despejado, aunque surcado por numerosas nubes. Alrededor de las 09.00 González Deibe trepó por una abrupta loma y una vez en lo
alto creyó escuchar voces que para su tranquilidad, notó
que hablaban en español. Era la sección de Figueroa que había acampado en las inmediaciones.
González
Deibe se dio conocer y después de intercambiar una serie de palabras con
Figueroa, resolvieron seguir juntos. Era el 25 de mayo, día de la Patria y eso fue motivo de
festejos y saludos efusivos. Y para levantar los ánimos, noticias provenientes
de radios uruguayas dieron cuenta de la feroz batalla aeronaval que había
tenido lugar ese día, con su saldo favorable a la Argentina luego de los
espectaculares ataques de la Fuerza Aérea
y la Aviación Naval.
En
horas de la noche, en pleno desplazamiento, los comandos escucharon a lo
lejos , los inconfundibles sonidos de varios helicópteros yendo y
viniendo entre Darwin, Prado del Ganso, Estancia House y Teal
Inlet.
A eso
de las 03.30 alcanzaron la Gran Montaña, punto
próximo al río San Carlos, y sobre sus faldas racionaron moderadamente a causa
de la escasez de alimentos. Desde ese punto establecieron comunicación
radiofónica con el general Parada informándole las últimas novedades y la
respuesta que recibieron los dejó realmente absortos, por venir de quien venía. Se
les exigió más acción y se les informó que iban a ser relevados ni bien la 2ª
Sección regresase en helicóptero desde Puerto Howard.
Mientras
tanto, en las simas del monte Simmons, Jándula y su gente4 se
mantenían a la espera, convencidos de que permanecer en ese sitio era
contraproducente e innecesario porque desde allí no podían hacer
absolutamente
nada y corrían el riesgo de ser detectados. El frecuente paso de los
Harrier
tomando fotografías y el sonido de los helicópteros a la distancia los
decidió a cambiar de posición y efectuar un nuevo desplazamiento5.
Desde
donde se hallaban ubicados se podía ver una casa de dos
plantas próxima al arroyo Top Malo, la misma explorada por González
Deibe días atrás. El edificio parecía relativamente seguro, ofrecía buen
amparo ante las
inclemencias del tiempo y los ponía a cubierto de las aeronaves
enemigas.
Después
de evaluar diversas alternativas, los comandos
se incorporaron y comenzaron a acercarse muy lentamente, apuntando con
sus armas en todas direcciones, en prevención de cualquier
contingencia.
La
propiedad parecía abandonada, evidenciaba mucho descuido y había mucha suciedad. Los
hombres la rodearon y después de echar un vistazo ingresaron, comprobando que,
efectivamente, no estaba ocupada.
Una vez adentro, la inspeccionaron de arriba abajo, limpiaron las habitaciones lo mejor
que pudieron y las acondicionaron como para pernoctar. Parecía el lugar
ideal para pasar la noche, de ahí la decisión de asar un cordero al que Salazar
y Vallejo fueron a buscar.
Ya en plena obscuridad, después de racionar en caliente (el cordero capturado), llegó
hasta ellos el lejano sonido de un helicóptero. Los hombres tomaron sus armas y una vez fuera,
vieron un Sea King enemigo que, al parecer,
desembarcaba efectivos en las laderas de monte Simmons, el mismo lugar donde
habían estado horas antes. Jándula creyó prudente abandonar la casa, decisión con la que todos estuvieron de acuerdo y sin decir más, recogieron el equipo y se
alejaron, encaminándose hacia el sur, en dirección al cerro Rivadavia, detrás
del cual, se extendían las tierras de Fitz Roy.
En
determinado momento, cuando empezaba a amanecer, intentaron comunicarse con
Puerto Argentino, sin imaginar que sus emisiones fueron captadas por helicópteros enemigos que
de manera inmediata se lanzaron en su búsqueda. En vista de ello, intentaron
advertir a González Deibe sobre lo que ocurría pero
el paso de una de aquellas máquinas, a escasos 50 metros de sus cabezas,
los hizo desistir.
Pasado
un tiempo, cuando caía sobre ellos una llovizna helada, volvieron a encender la
radio y eso atrajo nuevamente al enemigo que se lanzó en su persecución obligándolos a desplazarse
en zigzag a través de los cerros, ocultándose de tanto en tanto y emitiendo brevísimas señales cada
media hora.
Finalizada
la guerra, al rememorar las acciones, Jándula recordaría que se trató de una
verdadera cacería humana de la cual zafaron gracias a sus constantes
desplazamientos.
Así fue
como atravesaron zonas pantanosas, escalaron pendientes, descendieron laderas y
cruzaron riachos de piedra, soportando el frío y la lluvia, aguantando el
cansancio y el hambre e incluso dándose fuertes golpes al resbalar, tal como le
ocurrió al sargento Silverio Mario Arroyo, que en una de esas caídas, se
lastimó la cadera.
Una de
aquellas noches, poco antes del amanecer, Jándula y su sección vieron
aproximarse un helicóptero británico, más precisamente un Sea King artillado
que al parecer trasladaba pertrechos y hombres hacia una posición. Al verlo
venir, Llanos propuso tomar ubicación cerca de unas rocas y abatirlo con el
fuego reunido, idea que salvo el sargento Arroyo, todos
los demás objetaron por considerarla imprudente.
Los
argumentos expuestos resultaron acertados pues el valle por el que se movían
era un corredor aéreo muy transitado por el enemigo y eso implicaba, atraer su
atención y poner en riesgo la operación.
Llanos
volvió a insistir porque según su parecer, el Sea King era presa fácil pero sus
compañeros volvieron se negarse. Y como el helicóptero estaba prácticamente
sobre ellos, buscaron cobertura y esperaron.
El
oficial médico no se resignaba a desperdiciar semejante oportunidad
porque era
evidente que con el fuego de sus armas lograrían impactos de
consideración. Por esa razón, volvió a exhortar a sus compañeros
pidiéndoles con mucha ansiedad que se prepararan para la acción. Después
de todo,
el teniente primero Esteban lo había hecho en San Carlos, abatiendo a
dos
aeronaves y averiando a otras y eso había tenido incidencia en el
enemigo. Sin
embargo, no hubo caso. El helicóptero pasó tan cerca, que los comandos
pudieron observar
claramente la cabina iluminada y a los pilotos en su interior, un blanco
extremadamente fácil en verdad y una baja sensible para los británicos.
Mientras
la máquina se perdía de vista, Llanos se incorporó furioso y arrojando
su fusil al suelo gritó:
-¡¡A
partir de este momento soy solamente médico!!
Sus
compañeros lo escucharon en silencio, profundamente avergonzados pues si la
decisión de su jefe había sido correcta, en lo más profundo de sus corazones
sabían que Llanos tenía razón. Tiempo después, en Puerto Argentino, Jándula le
comentaría perturbado al mayor Aldo Rico que aún sentía remordimientos al
recordar aquello.
El amanecer de un día espléndido sorprendió a la sección en plena marcha, con Arroyo avanzando dificultosamente a causa del golpe y el resto completamente extenuado.
Después
de trepar una pendiente y descender por el otro lado, decidieron hacer un alto
para reponer fuerzas y racionar. Era media mañana y el sol brillaba en el cielo despejado,
provocando una sensación agradable.
Mientras consumían su alimento, llegaron a
contar entre 40 y 50 helicópteros enemigos desplazándose por el mismo corredor,
a una distancia de 200
metros uno de otro, algo digno de preocupación porque
mostraba a las claras que el avance británico era realmente incontenible.
Desde
las alturas donde se hallaban ubicados y usando sus binoculares, los
hombres de Jándula pudieron ver Fitz Roy 20 kilómetros al
sudeste. Cerca de allí, a metros de su posición, había una casa abandonada y
bastante deteriorada que como en el caso de Top Malo House, decidieron
inspeccionar.
Echaron a andar y a mitad de camino se dividieron en dos, Llanos
y Arroyo (cada vez más dolorido) avanzando hacia el edificio y el resto
cubriéndolos desde la ladera este del cerro.
Los comandos descendieron lentamente y al llegar al edificio, observaron su
interior comprobando que estaba abandonado. Ingresaron con mucha cautela y una
vez en la sala principal vieron un teléfono encima de una mesa.
El
médico tomó el tubo y lo apoyó sobre su oreja derecha pero para su desazón,
el aparato no funcionaba.
Los
exploradores pernoctaron en el interior de la casa mientras sus
compañeros, sobre la ladera, lo hacían a la intemperie, contemplando desde su
posición el fantasmagórico y siniestro resplandor de ambas artillerías batiéndose fieramente en Prado del Ganso.
A la
mañana siguiente Arroyo se dio cuenta que cerca de la propiedad pastaban una
yegua y su potrillo y enseguida se lo informó a Llanos. Los animales eran
dóciles; la yegua se dejó montar y de ese modo reemprendieron la marcha sobre su lomo. Lamentablemente, transcurrido un tiempo, debieron desistir porque
el movimiento de las ancas le provocaba fuertes dolores a Arroyo. El comando
debió bajarse y seguir a pie, llevando a la yegua de las riendas.
Al cabo
de cinco horas, los hombres y su cabalgadura divisaron el puente de Fitz Roy
donde una compañía de Ingenieros apostada desde hacía algunos días los confundió con
ingleses y les disparó.
Asustada
por los estampidos, la yegua comenzó a corcovear arrojando a Llanos por el
aire, aunque sin consecuencias.
Percatados
del error, los ingenieros corrieron hacia ellos y los ayudaron con el equipo.
Dos efectivos cargaron a Arroyo sobre sus hombros y el resto se ocupó del equipo y las armas.
Esa
misma noche llegó el helicóptero Bell UH-1H matrícula AE-406 del valeroso
teniente Guillermo Anaya y a bordo del
mismo partieron hacia Puerto Argentino, aterrizando en la cancha de fútbol contigua a la
Casa de Gobierno, en pleno bombardeo de los Sea Harrier.
Jándula
y los suyos fueron recogidos por un Chinook cargado de heridos,
proveniente de
Darwin. Debieron agitar sus brazos y hasta un trapo blanco atado al
extremo de
uno de los fusiles para que se percatasen de su presencia. Alguien a
bordo los detectó los movimientos y se los indicó al piloto.
Los
comandos vieron al helicóptero efectuar un pronunciado giro y volver sobre sus
pasos para recuperarlos. Grande fue su alivio cuando lo vieron posarse en la
turba y a un suboficial haciéndoles señas para que se apurasen a subir.
En cuanto a los cuadros de la Armada y la Fuerza Aérea, sus acciones implicaron tareas de patrulla y exploración, similares a la de sus pares del Ejército.
Siguiendo
el relato del primer teniente Eduardo Spadano, integrante del Grupo de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea Argentina, el
22 de mayo por la tarde la unidad recibió la orden de investigar
el potencial enemigo en cercanías de de Colorado Pond. La tarde el 23,
cuando
el sol iniciaba su caída, sus integrantes se encaminaron hacia Moody
Brook y una vez allí abordaron los helicópteros que debían llevarlos
hasta la posición asignada. Media
hora después estaban junto al lago Colorado y a poco de echar pie
levantaron su
campamento y montaron los puestos de guardia.
Por orden del primer teniente Ozán, fue apostado un vigía en las alturas y ya noche cerrada, los efectivos iniciaron el desplazamiento hacia el objetivo.
Por orden del primer teniente Ozán, fue apostado un vigía en las alturas y ya noche cerrada, los efectivos iniciaron el desplazamiento hacia el objetivo.
Llevaban tres horas de marcha cuando el
inconfundible sonido del rotor de un helicóptero los hizo detener.
Los soldados se agazaparon y esperaron hasta que el mismo desapareciese y cuando hubo pasado un tiempo prudencial, reiniciaron su avance, siempre en plena obscuridad, cayendo de tanto en tanto a causa de las rocas, el musgo y los pantanos. Lo malo era que estaban siempre mojados, hacía mucho frío y la fatiga se hacía una carga, aumentando la sensación de que el enemigo se hallaba cerca y podía aparecer de un momento a otro. Pero eran hombres duros, entrenados para soportar todo tipo de privaciones y enfrentar la adversidad en situaciones extremas, razón por la cual, siguieron adelante en cumplimiento de la misión.
El 24 de mayo alcanzaron unos accidentes del terreno y allí se ocultaron hasta la noche. Amparados por la penumbra reiniciaron el avance, un avance que se tornó extremadamente peligroso cuando un helicóptero británico que sobrevolaba las inmediaciones comenzó a arrojar bengalas para ubicarlos.
Aún así, siguieron adelante, efectuando observaciones y realizando patrullajes durante todo el día siguiente.
A media tarde decidieron acampar para reponer fuerzas. Siguiendo las indicaciones, ni bien oscureció reiniciaron la marcha y continuaron hasta la madrugada del 26 de mayo cuando resolvieron dejar a nueve hombres a cubierto en un punto determinado del terreno y seguir los cinco restantes hasta donde, de acuerdo a lo planificado, debía finalizar el recorrido.
Los soldados se agazaparon y esperaron hasta que el mismo desapareciese y cuando hubo pasado un tiempo prudencial, reiniciaron su avance, siempre en plena obscuridad, cayendo de tanto en tanto a causa de las rocas, el musgo y los pantanos. Lo malo era que estaban siempre mojados, hacía mucho frío y la fatiga se hacía una carga, aumentando la sensación de que el enemigo se hallaba cerca y podía aparecer de un momento a otro. Pero eran hombres duros, entrenados para soportar todo tipo de privaciones y enfrentar la adversidad en situaciones extremas, razón por la cual, siguieron adelante en cumplimiento de la misión.
El 24 de mayo alcanzaron unos accidentes del terreno y allí se ocultaron hasta la noche. Amparados por la penumbra reiniciaron el avance, un avance que se tornó extremadamente peligroso cuando un helicóptero británico que sobrevolaba las inmediaciones comenzó a arrojar bengalas para ubicarlos.
Aún así, siguieron adelante, efectuando observaciones y realizando patrullajes durante todo el día siguiente.
A media tarde decidieron acampar para reponer fuerzas. Siguiendo las indicaciones, ni bien oscureció reiniciaron la marcha y continuaron hasta la madrugada del 26 de mayo cuando resolvieron dejar a nueve hombres a cubierto en un punto determinado del terreno y seguir los cinco restantes hasta donde, de acuerdo a lo planificado, debía finalizar el recorrido.
Encabezados por Spadano los efectivos, identificados con los
indicativos “Gallo”, “Penélope”, “Perro”, “Amancay” y “Taño”, caminaron todo el
26 y parte del 27 de mayo, hasta alcanzar el objetivo (monte Osborne) donde,
previa inspección, montaron un puesto de observación.
Permanecieron allí varias horas, sin ver nada a causa de la
niebla pero escuchando el permanente sonido de los helicópteros enemigos desplazándose por
las inmediaciones.
En la madrugada del 28 emprendieron el regreso y al llegar al punto de partida, donde esperaban sus nueve compañeros, embarcaron en un Bell UH-1H que vino a recogerlos. El total de los comandos abordó la aeronave a excepción de “La Vieja”, el “Gato” y “Penélope” quienes permanecieron en el lugar con el equipo de radio.
Al día siguiente, 29 de mayo, se le encomendó al Grupo una nueva misión, nada más y nada menos que cortar el avance del enemigo.
En la madrugada del 28 emprendieron el regreso y al llegar al punto de partida, donde esperaban sus nueve compañeros, embarcaron en un Bell UH-1H que vino a recogerlos. El total de los comandos abordó la aeronave a excepción de “La Vieja”, el “Gato” y “Penélope” quienes permanecieron en el lugar con el equipo de radio.
Al día siguiente, 29 de mayo, se le encomendó al Grupo una nueva misión, nada más y nada menos que cortar el avance del enemigo.
Fue una extraña, orden que les generó muchas dudas y también de
emoción porque ese era el tipo de tareas para las cuales habían sido preparados.
El
plan consistía en marchar hacia el cerro Dos Hermanas,
dejarse sobrepasar por el enemigo y luego atacarlo por la retaguardia.
Tres helicópteros los esperaban en Moody Brook para trasladarlos, el
primero, con
efectivos del Ejército (Compañía de Comandos 601), el segundo para
ellos (Grupo de Operaciones Especiales) y el tercero a tropas
de Gendarmería (Escuadrón “Alacrán”).
Siguiendo
el plan de operaciones, los comandos se
concentraron en el cuartel de los Royal Marines y a las 09:00 comenzaron
a embarcar. El primer aparato partió llevando a los efectivos del
Ejército e inmediatamente después lo hizo el tercero, con las tropas de
Gendarmería.
El que debía transportar al Grupo de Operaciones Especiales, se
demoró por desperfectos mecánicos y cuando estaba a punto de elevarse, se le
ordenó abortar la misión porque aviones Sea Harrier habían atacado a sus
colegas en las laderas del cerro produciendo muertos y heridos en el Escuadrón
“Alacrán”.
Todo ocurrido muy de prisa. Los comandos de la Fuerza Aérea estaban esperando para embarcar, cuando llegaron corriendo dos gendarmes con la novedad de que su helicóptero había sido abatido y que los efectivos del Ejército habían sido emboscados. La noticia cayó como un rayo porque el enemigo ya dominaba Dos Hermanas y la pésima dirección argentina no contaba con esa información.
El embarque se suspendió y los cuadros de la Fuerza Aérea fueron devueltos a su asiento donde debían aguardar la orden de movilización. Y en esas estaban cuando a las 23:50 horas, comenzó un nuevo cañoneo naval que mató a uno de sus oficiales más dinámicos, el primer teniente Luis Castagnari, caído en la zona del aeropuerto cuando intentaba ubicar a un grupo de subordinados que había quedado aislado. Junto a él, dos suboficiales sufrieron heridas de gravedad, los cabos primeros Walter Abal, alcanzado por las esquirlas en la pierna derecha y Juan Chiantore, en el brazo derecho.
Todo ocurrido muy de prisa. Los comandos de la Fuerza Aérea estaban esperando para embarcar, cuando llegaron corriendo dos gendarmes con la novedad de que su helicóptero había sido abatido y que los efectivos del Ejército habían sido emboscados. La noticia cayó como un rayo porque el enemigo ya dominaba Dos Hermanas y la pésima dirección argentina no contaba con esa información.
El embarque se suspendió y los cuadros de la Fuerza Aérea fueron devueltos a su asiento donde debían aguardar la orden de movilización. Y en esas estaban cuando a las 23:50 horas, comenzó un nuevo cañoneo naval que mató a uno de sus oficiales más dinámicos, el primer teniente Luis Castagnari, caído en la zona del aeropuerto cuando intentaba ubicar a un grupo de subordinados que había quedado aislado. Junto a él, dos suboficiales sufrieron heridas de gravedad, los cabos primeros Walter Abal, alcanzado por las esquirlas en la pierna derecha y Juan Chiantore, en el brazo derecho.
Cuando el operativo de las fuerzas especiales ordenado por el general Parada se puso en marcha, a los comandos anfibios se les asignaron las alturas de Bombilla Hill y el cerro Montevideo, próximas a San Carlos, donde debían observar los movimientos del enemigo y hacer una evaluación de su potencial.
Los efectivos partieron de Moody Brook la mañana del 24, a las órdenes del capitán
de corbeta de Infantería de Marina Dante Juan Manuel Camiletti, quien se
ofreció como voluntario para encabezar la patrulla pese a no ser comando
anfibio.
El pelotón embarcó en dos helicópteros del Ejército y se
desplazó hasta Chata Hill, a unos 50 kilómetros al oeste de la capital, donde estableció
su base de patrulla reducida (BPR) después de enterrar parte de su equipo para
aligerar su peso. Ni bien reiniciaron el avance, acordaron que una vez cumplida la misión, regresarían todos al BPR, a efectos de reagruparse y retornar a la capital.
La marcha hacia
Bombilla Hill, se hizo bajo una tenue llovizna y un frío intenso, el típico
clima malvinense previo al crudo invierno.
Bombilla Hill era una altura importante que domina buena
parte de la ría de San Carlos y el cerro Montevideo, objetivo final de la
misión.
Llegaron el 25 de mayo, después de una jornada extenuante y lo primero que hicieron fue montar un puesto de observación desde el cual pudieron seguir la intensa actividad enemiga en torno a la elevación. Tropas y vehículos, incluyendo helicópteros, iban y venían desde San Carlos en lo que parecía una operación de gran envergadura.
Llegaron el 25 de mayo, después de una jornada extenuante y lo primero que hicieron fue montar un puesto de observación desde el cual pudieron seguir la intensa actividad enemiga en torno a la elevación. Tropas y vehículos, incluyendo helicópteros, iban y venían desde San Carlos en lo que parecía una operación de gran envergadura.
Pasado un período prudencial, el puesto de observación fue
levantado y la patrulla se encaminó hacia el cerro Tercer Corral, otra altura
importante ubicada algo más al sudoeste, desde la cual era posible cumplir la
misión con mayor efectividad.
Fue en ese momento que comenzaron a surgir algunos roces
entre Camiletti y sus subordinados debido a la velocidad que aquel pretendía
imponer a la misión.
Dada la evidente proximidad del enemigo, el suboficial comando más antiguo, Miguel Ángel Basualdo, reclamaba el apego a los procedimientos propios de su entrenamiento y en eso tenía razón porque, durante el trayecto hacia Tercer Corral, los efectivos habían sido sobrevolados varias veces por una PAC de Sea Harrier que patrullaba el área.
Tras el intercambio de opiniones, la columna continuó el avance, cruzando un afluente del río San Carlos donde varios de sus componentes perdieron el equilibrio y cayeron al agua, empapándose de pies a cabeza.
Llegaron al cerro el 26 de mayo por la mañana y casi enseguida establecieron un nuevo puesto de observación desde el cual obtuvieron una excelente vista de Puerto San Carlos y el cerro Montevideo.
Dada la evidente proximidad del enemigo, el suboficial comando más antiguo, Miguel Ángel Basualdo, reclamaba el apego a los procedimientos propios de su entrenamiento y en eso tenía razón porque, durante el trayecto hacia Tercer Corral, los efectivos habían sido sobrevolados varias veces por una PAC de Sea Harrier que patrullaba el área.
Tras el intercambio de opiniones, la columna continuó el avance, cruzando un afluente del río San Carlos donde varios de sus componentes perdieron el equilibrio y cayeron al agua, empapándose de pies a cabeza.
Llegaron al cerro el 26 de mayo por la mañana y casi enseguida establecieron un nuevo puesto de observación desde el cual obtuvieron una excelente vista de Puerto San Carlos y el cerro Montevideo.
En ese punto surgieron nuevas discrepancias entre Camiletti
y Basualdo debido a la exposición por demás innecesaria que el primero hizo del
grupo, entusiasmado con los resultados de la misión. En vista de ello aunque
preocupado porque todavía no se había establecido comunicación con Puerto
Argentino, decidió dividir la patrulla en dos; la primera fracción, a las
órdenes del suboficial Basualdo6, debía regresar a Puerto
Argentino llevando la importante información obtenida y la segunda, a
las del propio Camiletti y el cabo
principal enfermero Jesús A. Pereyra7, permanecería en el área intentando ampliar el cuadro de situación y continuar
su aproximación a San Carlos y el cerro Montevideo.
Cuando la fracción del suboficial Basualdo emprendió el regreso, ignoraba que iba a enfrentar momentos de altísimo riesgo.
Cuando la fracción del suboficial Basualdo emprendió el regreso, ignoraba que iba a enfrentar momentos de altísimo riesgo.
Durante su paso por Teal Inlet, los británicos le tomaron
prisionero al cabo principal Juan Carrasco que se había rezagado. A punto
estuvieron de emboscarlos y entablar combate pero el oportuno hallazgo de una
ruta de escape les permitió eludir las columnas enemigas y deslizarse detrás, siguiendo al ejército británico en su
avance hacia el este. A esa altura, después de la captura de Carrasco, el
enemigo estaba al tanto de la presencia de comandos argentinos en el área y los
buscaba intensamente.
Para su fortuna, el 30 de mayo tomaron contacto con la recientemente llegada Compañía de Comandos 602 que estaba efectuando sus primeras misiones avanzadas y ello les permitió reingresar en las líneas propias y entregar al Comando Superior la vital información recogida.
Para su fortuna, el 30 de mayo tomaron contacto con la recientemente llegada Compañía de Comandos 602 que estaba efectuando sus primeras misiones avanzadas y ello les permitió reingresar en las líneas propias y entregar al Comando Superior la vital información recogida.
Tras la partida de Basualdo, la fracción de Camiletti se desplazó unos 300 metros al oeste, en pos de los montes Verdes. Eso le permitió aproximarse un poco más a Establecimiento San Carlos y ampliar el reconocimiento del área.
Alcanzaron la base de los cerros de noche y en la madrugada
siguiente comenzaron su ascenso para establecer una nueva base de
observación en su cima. Desde esa posición y valiéndose de sus visores nocturnos, los comandos pudieron estudiar al detalle los
movimientos del enemigo.
Intentando ampliar el campo visual, Camiletti decidió
avanzar otro trecho, seleccionando
para acompañarlo al cabo principal Pereyra.
Demostrando gran determinación, se desplazaron varios metros hacia delante,
atentos al menor movimiento hasta que en un determinado momento, el cabo
Pereyra manifestó su preocupación por el peligro que corría el total de la
patrulla si los ingleses los descubrían. Camiletti le ordenó regresar y cuando
las primeras luces comenzaban a asomar en el horizonte, reanudó la marcha solo.
Cuando el cabo Pereyra se reunió con el resto de la sección, una serie de descargas provenientes del sector donde se hallaba Camiletti hizo poner a los comandos en alerta. El oficial había sido descubierto y tras un breve intercambio de disparos, fue tomado prisionero, razón por la cual el resto de la patrulla, siguiendo sus indicaciones, decidió emprender el regreso.
Cuando el cabo Pereyra se reunió con el resto de la sección, una serie de descargas provenientes del sector donde se hallaba Camiletti hizo poner a los comandos en alerta. El oficial había sido descubierto y tras un breve intercambio de disparos, fue tomado prisionero, razón por la cual el resto de la patrulla, siguiendo sus indicaciones, decidió emprender el regreso.
El desplazamiento se hizo con mucha cautela dado que la
captura de Camiletti había puesto en alerta a las fuerzas británicas las cuales, de
manera inmediata, iniciaron un despliegue en cadena para cubrir la zona y
evitar la salida de la patrulla argentina. Era necesario buscar cobertura y en
esa acción, tres comandos se arrojaron dentro de un pozo inundado y allí
permanecieron varias horas en cuclillas, con el agua helada hasta la cintura,
cubiertos por unos pastizales que para su fortuna, los hicieron pasar
desapercibidos.
El cabo Verón, no tuvo espacio dentro del pozo y por esa
razón se arrojó de espaldas dentro de un hoyo de 20 centímetros de
profundidad, con su fusil sobre el pecho, cubierto por el agua de un delgado
manantial. Los británicos pasaron junto a ellos sin percatarse de su presencia
y siguieron de largo avanzando muy lentamente, atentos a cualquier sonido o
movimiento.
Comenzaba a anochecer y los hombres llevaban varias horas en esos lugares, con los cuerpos entumecidos por el agua helada y la baja temperatura. Repentinamente, desde la derecha se escuchó un disparo de fusil seguido por un nutrido tiroteo. Las balas pasaban a centímetros de sus cabezas y se perdían en diferentes direcciones, tragadas por la obscuridad. Al cabo de varios minutos, el fuego cesó y después de media hora de silencio, el sonido de los helicópteros se dejó oír nuevamente.
Comenzaba a anochecer y los hombres llevaban varias horas en esos lugares, con los cuerpos entumecidos por el agua helada y la baja temperatura. Repentinamente, desde la derecha se escuchó un disparo de fusil seguido por un nutrido tiroteo. Las balas pasaban a centímetros de sus cabezas y se perdían en diferentes direcciones, tragadas por la obscuridad. Al cabo de varios minutos, el fuego cesó y después de media hora de silencio, el sonido de los helicópteros se dejó oír nuevamente.
Con la noche ya avanzada, los comandos salieron de sus
escondites y echaron a andar al
amparo de la obscuridad, siempre con mucha
dificultad por tener sus cuerpos tan agarrotados, que en algunas
ocasiones necesitaban arrastrarse sobre la turba porque las piernas no
les respondían. Cuando
pudieron caminar, se desplazaron en cuatro patas y después de
recuperar lentamente la movilidad, se pusieron de pie y siguieron la
marcha
hacia sus propias líneas, siempre rodeados por el enemigo que convergía
sobre Darwin
y Puerto Argentino.
El
lunes 31 de mayo los comandos transitaban un sendero al sudeste del
monte Estancia cuando tropas británicas los emboscaron. A raíz de ello,
se entabló un recio tiroteo en el que Pereyra y López cayeron gravemente
heridos y sus compañeros Alvarado y López, fueron hechos prisioneros.
La fotografía de Camiletti esposado y con el
rostro cubierto mientras efectivos británicos le apuntan con sus armas, dio la
vuelta al mundo y se convirtió en una de las imágenes más famosas de la guerra.
Tanto él como sus hombres fueron tratados de acuerdo a la Convención de Ginebra
aunque con cierta dureza debido a su condición de tropas especiales.
Pese a los contratiempos, a los rigores del clima y a haber perdido algunos hombres, la misión alcanzó su objetivo cuando
la sección del suboficial Basualdo logró llegar a las líneas propias y le entregó a Menéndez la información obtenida .
Notas
1 Isidoro Ruiz Moreno, op. cit.
2 Ídem.
3 480 metros de altura
sobre el nivel del mar.
4 La integraban el capitán médico Llanos y los
sargentos ayudantes Salazar, Vallejo y Silverio Arroyo, el más joven de todos
5 Uno de los Harrier pasó volando más bajo que la
cumbre del cerro. Los hombres de Jándula tomaron rigurosa nota del tipo de
aparatos, rumbos y trayectorias, ya que la información era de vital importancia
para el alto mando argentino.
6 La integraban el suboficial Ramón López y los cabos
principales de Infantería de Marina Juan Héctor Márquez, Osvaldo César Ozán,
Juan Carrasco y Pedro Baccili.
7 Quedó constituida por el cabo primero de Infantería
de Marina Pablo Alvarado y los cabos segundos de Infantería de Marina Omar A.
López y Pedro C. Verón.
8 Debemos recordar que el resto de los comandos
anfibios se encontraban en Río Gallegos (provincia de Santa Cruz), preparándose
para una posible incursión sobre Malvinas (Operación Buitre).
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur