miércoles, 26 de junio de 2019

A TRAVÉS DE LOS CERROS

El sábado 22 de mayo aterrizó en Puerto Howard un helicóptero Bell 212 de la FAA al comando de los tenientes Marcelo Jorge Pinto y Héctor Ricardo Ludueña, quienes traían órdenes de localizar y trasladar a los pilotos de los Dagger abatidos el día anterior.
A efectos de prestar colaboración en las tareas de búsqueda, Castagneto le ordenó a García Pinasco acompañar a la tripulación, acordando que un a vez cumplida la misión, regresarían por él para llevarlo a Puerto Argentino a recibir nuevas directivas.
Dos de los aviadores fueron rescatados gracias al uso de las bengalas luminosas que ellos mismos dispararon al escuchar el ruido del rotor. Al primer teniente Senn, lo vieron cuando caminaba junto a un alambrado, paralelo a la costa y al mayor Gustavo Piuma, al salir con cierta dificultad, de una suerte de choza en la que se había refugiado por tener un tobillo fracturado. La suya fue una verdadera odisea, la cual relató varios años después, de la siguiente manera:


...Ocho horas antes creía que me moría; estaba amaneciendo y ahora tenía la certeza que iba a seguir viviendo. Me había propuesto llegar este día a un refugio. Me encontraba subiendo una pendiente, serían aproximadamente las 14:00 hs, veinticuatro horas después de mi eyección, cuando me desbarranco y caigo con todos los elementos de supervivencia esparciéndose a lo largo de mi trayectoria de descenso. Había perdido la noción del tiempo pues había extraviado el reloj. Decidí que, por cada caída debía rezar dos rosarios y luego incorporarme. Me dio resultado, cincuenta o sesenta minutos después estaba frente a un alambrado de cinco hilos que rodeaba el puesto de un establecimiento lanero.
Éste pequeño refugio estaba en el medio de varios potreros, tres o cuatro, cuyas tranqueras se encontraban del otro lado y ya no tenía fuerzas para rodearlas. Me recosté con el torso sobre el alambrado y comencé a balancearme hasta perder el equilibrio y caer del otro lado. La casa era de chapa, con una puerta de madera, tenía un ancho de dos metros por tres de alto; al abrir observé que la mitad del piso estaba cubierto de abundante lana, hice un mullido colchón, me recosté y dormí profundamente.
Me desperté y enseguida, comencé a ordenar todos los elementos de supervivencia, las bengalas diurnas las coloqué a la derecha de la puerta, las nocturnas a la izquierda; tomé dos calmantes y entre las botellas que había en el refugio busqué la más limpia, recuerdo que en su etiqueta decía Queen Drink (El trago de la Reina). Sobre una de las paredes del refugio efectué siete marcas paralelas, taché la primera pensando que llegado el séptimo día iniciaría la marcha hacia Puerto Howard, que yo creía que estaba aproximadamente a cinco kilómetros del lugar de mi caída.
Cuando estaba intentando cortar los cordones de la bota de mi pie derecho, escucho el ruido característico de las palas de un helicóptero, ¡qué emoción!; podía afirmar que sentía los latidos de mi corazón. Rápidamente tomé una bengala diurna y arrastrándome, llegué al borde del cerro. Allí abajo vi un helicóptero, pero no distinguía muy bien si era británico o argentino. En uno de sus giros alcanzo a distinguir la escarapela argentina y lanzo la bengala, un humo anaranjado cubrió la colina. El helicóptero se posó a unos metros de distancia y de él saltaron dos suboficiales con una camilla y un capitán del Ejército Argentino, que constituían un grupo comando de rescate.
Ya en el helicóptero, el comandante de aeronave, primer teniente Marcelo Jorge Pinto me pregunta si había visto a otro oficial eyectado. Inmediatamente le contesto que sí, que me llevara hasta los restos de mi avión donde resultaría más fácil ubicarme.
Minutos más tarde recuperamos al primer teniente Jorge Senn, compañero de misión, y luego de una emotivo abrazo, nos dirigimos a Puerto Howard. Al llegar el helicóptero aterrizó en un pequeño potrero, ahí recogió al primer teniente de la RAF D. Jeff Glover (piloto inglés derribado horas antes), que habiendo sido rescatado del agua, fue llevado a una sala de primeros auxilios.
La odisea que precede nuestro traslado a Darwin es otra historia. El cruce del canal de San Carlos fue realizado en pleno combate, no sólo teníamos a los buques enemigos a la vista, sino también aviones amigos y enemigos, hasta la satisfacción de ver un buque inglés en llamas, pero siempre con la preocupación que nos podían derribar. Sobre las islas comenzaba el crepúsculo y lentamente nos acercábamos al pequeño poblado de Darwin. Finalmente aterrizamos y nos trasladaron al hospital de campaña, no sin antes presenciar el ataque de una sección de Harrier y el derribo de uno de ellos.
Después de dos días fui examinado por un médico. Me colocaron suero y me inyectaron morfina. Cuando desperté no sabía cuánto tiempo había transcurrido.

Su jefe de escuadrilla, el capitán Donadille, aterrizó con su paracaídas en las inmediaciones del puente de Green Hill (Colinas Verdes en la toponimia argentina), al sudoeste del monte Rosalía y desde allí intentó alcanzar las líneas propias.

Una vez más el buen Dios me protegió y salí en momentos en que mi avión no apuntaba hacia abajo.
Se abrió el paracaídas y en segundos estaba tocando en forma no muy elegante la Gran Malvina.
Agradecí al Señor pues salvo la visión que por la velocidad con que había saltado estaba muy afectada, escondí el paracaídas y me alejé del lugar, mientras escuchaba a los cañones de mi avión, caído a unos trescientos metros, que se disparaban solos.
Esperando a un Harrier que me buscaba, caminé medio congelado durante una hora y cuarto siguiendo una línea de postes telegráficos, mientras rezaba a la Virgen María y a su hijo agradeciendo el estar aún con vida.
Encontré un viejo arado rompí un portón, saqué dos tablas largas y armé un pequeño refugio para aislarme de la humedad pues ya anochecía.
Llené una bolsa de arpillera que estaba junto al arado con pasto y me preparé a pasar la noche más larga de mi vida. Y verdaderamente lo fue, sería mucho escribir el relatar todo lo que pasó por mi mente esa noche; pensé en mis hijos y mi señora, a quién faltaban diez días para entrar en la fecha de nacimiento de nuestro sexto hijo (Ana Paula nació el 17 de Junio), sobre el destino de mis compañeros de Escuadrilla y los que quedaron en la Base, la cual parecía tremendamente lejana ahora, en medio del frío; un frío tremendo que parecía venir a oleadas, el cual me impidió dormir en esas interminables horas y a la vez brindar un sonoro concierto de entrechocar de dientes en ese solitario paraje.
Pero estaba lúcido y bastante entero; sabía en donde me encontraba, y el terreno que pisaba y tenía una gran confianza en Dios y en mí (¡algo tenía que poner yo también!). Además a pesar de que mi situación no era muy envidiable me reconfortaba el reflejo de incendios que intermitentemente observaba en la panza de los estratos bajos (nubes), del otro lado de la montaña, que marcan el inicio del estrecho de San Carlos, pues sabía que ahí únicamente había barcos ingleses. Dios me perdone pero sin tener nada en contra de los ingleses como personas, estaba contento porque esos reflejos que cambiaban de intensidad me indicaban que gracias a mi Fuerza Aérea, la reina tenía menos súbditos y material de guerra.
Junto con la claridad se disiparon mis dudas sobre si me podría levantar o no por algún problema en la espalda o cintura pues no tuve mayores inconvenientes en pararme.
En aras de la brevedad, ese día caminé unos veinticinco kilómetros a brújula y guiándome por mi memoria y conocimiento de la geografía de la isla llegué por fin alrededor de las tres de la tarde a Puerto Howard, en donde había un regimiento de nuestro Ejército. Más muerto que vivo por el cansancio y con principio de deshidratación, pero bastante entero en el resto, me animaba el hecho que podría enterar a mi familia y camaradas, de que todavía no había pasado a ser solamente un recuerdo en esta tierra.
Sentí una gran emoción en la formación del 25 de mayo en Puerto Howard, y gran orgullo también pues en el momento que se celebraba ésta, pasaron dos Dagger más bajo que las piedras y a máxima velocidad; orgullo repito pues le señalé a mis camaradas presentes: “Esos son de los míos”.
Luego de varias peripecias más, que conjuntamente con otros argentinos metidos en el tema tuvimos que sortear, algunas de ellas por demás interesantes, conseguí cruzar a Puerto Argentino cinco días después. Casi a fin de mayo, pude volver al continente, lleno de orgullo por mi Fuerza pues verdaderamente presencié lo que estaba haciendo y había hecho durante el conflicto, no sólo por parte de los aviadores sino también por todo el resto del personal de oficiales, suboficiales y soldados, que dieron más que algo por la Patria.

Después de recoger a los náufragos, el helicóptero se preparaba para volar de regreso a Puerto Howard llevando a bordo a los tres pilotos recuperados, a Jeff Glover y al mayor Castagneto, tal como se había convenido con el comando en Puerto Argentino.
Cuando los efectivos del RI5 ayudaron a subir al inglés, los comandos le mostraron el Blow Pipe de Fernández y le explicaron que con él lo habían derribado. El británico lo observó un instante y luego respondió, levantando el pulgar:

-Muy bien hecho, compañero1.

En esos momentos Castagneto exploraba los alrededores, confiando que el helicóptero lo esperaría para trasladarlo a la capital, pero cuando todos estuvieron a bordo (Piuma, Senn, Donadille, el Dr. Llanos y el prisionero), dieron potencia al rotor y se dispusieron a despegar.
Entonces, llegó corriendo el teniente Sergio Fernández para exigir a los gritos que aguardasen allí hasta la llegada de su jefe, pero el piloto volvió a insistir con las órdenes recibidas antes de su partida y sin decir más, accionó los mandos y remontó vuelo.
En ese mismo momento, Castagneto entraba en el pueblo y al sentir el motor, corrió hacia la aeronave agitando los brazos, pero todo fue en vano. La máquina se elevó y desapareció en dirección al este.
Hecho una furia, el jefe de la 601 descargó su ira dándole una fuerte reprimenda al teniente Fernández, quien terminó pagando los platos rotos sin merecerlo.
El helicóptero voló primero a Puerto Darwin y desde allí a Puerto Argentino donde Glover fue entregado a las autoridades.
Lo primero que hicieron fue someter al inglés a una exhaustiva revisión médica y después de aplicarle algunos medicamentos, lo subieron a un transporte Hércules y en compañía de Donadille, Piuma y Senn, lo enviaron al continente, más precisamente a Comodoro Rivadavia, donde las autoridades deberían resolver sobre su situación.
Una vez en destino, una ambulancia estacionada al costado de la pista condujo a Glover al hospital militar regional, en la cual quedó bajo llave en el casino de oficiales por espacio de dos días
Comenzó, de esa manera, su prolongado período de cautiverio. Pasada la primera semana, fue embarcado en un Boeing y enviado a Buenos Aires para ser internado en un nuevo nosocomio castrense y al cabo de unos días trasladado a una base del ejército, en la provincia de Córdoba, donde permaneció detenido hasta el fin de la guerra.
Glover se encontraba alojado en ese sitio cuando en cierta ocasión llegó a sus manos un ejemplar de “una revista muy brillante”, según sus palabras, cuyas páginas contenían, exclusivamente, información de la guerra. En una de sus notas, el detalle de las pérdidas de ambos bandos era tan absurdo y fantasioso, que el inglés no pudo evitar sonreír y preguntarse a si mismo: “¿Será una broma?”2.
Seguramente habrá pensado que aquello había sido impreso especialmente para él, con la intensión de desmoralizarlo pero no era así. Se trataba de una prueba clara y acabada de la “prensa especializada” argentina; un pasquín de pseudo actualidad, con aire de publicación seria, que se vendía y aún se vende en todo el país.


Cuando el helicóptero Bel 212 se alejaba de Puerto Howard en dirección a Darwin, en Puerto Argentino se ultimaban los detalles de una compleja misión conjunta, con fuerzas especiales de las tres armas.
El general Parada había decidido enviar grupos comando a la zona de San Carlos para que tomasen conocimiento de la verdadera capacidad del enemigo y confirmasen, de paso, la existencia de radares en la cima del monte Alberdi (Osborne en la nomenclatura británica), un promontorio del cordón montañoso que conformaban las alturas Rivadavia, cuyo pico más alto alcanzaba los 690 metros sobre el nivel del mar.
El capitán Figueroa explicó a Parada que una misión de exploración era algo muy distinto a una de combate porque el equipo para una y otra era diferente. Además, el grupo a sus órdenes solo disponía de la sección al mando del teniente primero Daniel González Deibe, poco numerosa para esa tarea y eso, según su parecer, no era suficiente para cumplir el cometido.
Como el general Parada insistió (después de todo, era el tipo de misiones que Castagneto venía reclamando desde su llegada al archipiélago), se decidió el envío de una avanzada al mando del capitán Jándula, quien estaría secundado por los sargentos Vallejo y Salazar, para estudiar el terreno y efectuar observaciones.
La operación se había planificó con las otras dos armas, cada una de las cuales iba a aportar sus propias tropas de elite. El grupo comando de la Infantería de Marina actuaría a las órdenes del capitán Dante Juan Manuel Camiletti y estaría compuesto por once efectivos cuyo objetivo eran los alrededores de Puerto San Carlos; los catorce hombres del Grupo de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea, al mando del primer teniente Salvador Ozán, avanzarían sobre el monte Alberti y los comandos del Ejército, integrados por Figueroa, González Deibe, Elmíger, Brizuela, Negretti y Llanos, reconocerían Establecimiento San Carlos y sus inmediaciones.
El 22 de mayo por la mañana, los comandos del Ejército abordaron dos helicópteros Bell 212 y esperaron pacientemente que la niebla se disipase. Al cabo de dos horas levantaron vuelo y después de sobrevolar los campos aledaños a la Casa del Gobernador enfilaron hacia el monte Simmons3, punto de encuentro con sus pares de la Armada y la Fuerza Aérea, a mitad de camino entre la capital y San Carlos, donde estarían aguardando Jándula y su sección.
Los helicópteros atravesaron la isla Soledad de este a oeste y al aterrizar, la gente de Figueroa saltó a tierra y echó a correr para tomar posiciones. Fue en ese momento que el jefe de la sección se dio cuenta que Jándula tenía el tobillo derecho lesionado por una caída y eso lo obligaba a caminar con cierta dificultad. Al verlo en esas condiciones, el capitán médico Llanos lo sometió a una rigurosa revisión y al cabo de unos minutos pudo determinar que el oficial presentaba un esguince leve.
Mientras era atendido, Jándula dijo haber observado mucha actividad enemiga en el oeste, especialmente en los alrededores del monte Alberti, pero según su opinión, eso no representaría un obstáculo para el desarrollo de la operación.
Figueroa dividió a su grupo en dos columnas, poniendo a González Deibe y al teniente Eduardo Elmíger al mando de la primera, indicándoles avanzar por el sur, en tanto la segunda, encabezada por él mismo haría lo propio por el norte, llevando al teniente Alejandro Brizuela como su segundo.
Partieron cargando armas y mochilas, bajando por la pendiente oeste del monte Simmons, dando inicio a una agotadora marcha de varias horas. Hacia las 17.00, las secciones se habían separado tanto que acabaron por extraviar el camino, razón por la cual, decidieron acampar y esperar hasta el otro día.
Los efectivos racionaron, montaron guardias por turnos y descansaron. La noche transcurrió sin novedad y de ese modo llegó el amanecer, con un cielo despejado, aunque surcado por numerosas nubes. Alrededor de las 09.00 González Deibe trepó por una abrupta loma y una vez en lo alto creyó escuchar voces que para su tranquilidad, notó que hablaban en español. Era la sección de Figueroa que había acampado en las inmediaciones.
González Deibe se dio conocer y después de intercambiar una serie de palabras con Figueroa, resolvieron seguir juntos. Era el 25 de mayo, día de la Patria y eso fue motivo de festejos y saludos efusivos. Y para levantar los ánimos, noticias provenientes de radios uruguayas dieron cuenta de la feroz batalla aeronaval que había tenido lugar ese día, con su saldo favorable a la Argentina luego de los espectaculares ataques de la Fuerza Aérea y la Aviación Naval.
En horas de la noche, en pleno desplazamiento, los comandos escucharon a lo lejos , los inconfundibles sonidos de varios helicópteros yendo y viniendo entre Darwin, Prado del Ganso, Estancia House y Teal Inlet.
A eso de las 03.30 alcanzaron la Gran Montaña, punto próximo al río San Carlos, y sobre sus faldas racionaron moderadamente a causa de la escasez de alimentos. Desde ese punto establecieron comunicación radiofónica con el general Parada informándole las últimas novedades y la respuesta que recibieron los dejó realmente absortos, por venir de quien venía. Se les exigió más acción y se les informó que iban a ser relevados ni bien la 2ª Sección regresase en helicóptero desde Puerto Howard.
Mientras tanto, en las simas del monte Simmons, Jándula y su gente4 se mantenían a la espera, convencidos de que permanecer en ese sitio era contraproducente e innecesario porque desde allí no podían hacer absolutamente nada y corrían el riesgo de ser detectados. El frecuente paso de los Harrier tomando fotografías y el sonido de los helicópteros a la distancia los decidió a cambiar de posición y efectuar un nuevo desplazamiento5.
Desde donde se hallaban ubicados se podía ver una casa de dos plantas próxima al arroyo Top Malo, la misma explorada por González Deibe días atrás. El edificio parecía relativamente seguro, ofrecía buen amparo ante las inclemencias del tiempo y los ponía a cubierto de las aeronaves enemigas. Después de evaluar diversas alternativas, los comandos se incorporaron y comenzaron a acercarse muy lentamente, apuntando con sus armas en todas direcciones, en prevención de cualquier contingencia.


La propiedad parecía abandonada, evidenciaba mucho descuido y había mucha suciedad. Los hombres la rodearon y después de echar un vistazo ingresaron, comprobando que, efectivamente, no estaba ocupada.
Una vez adentro, la inspeccionaron de arriba abajo, limpiaron las habitaciones lo mejor que pudieron y las acondicionaron como para pernoctar. Parecía el lugar ideal para pasar la noche, de ahí la decisión de asar un cordero al que Salazar y Vallejo fueron a buscar.
Ya en plena obscuridad, después de racionar en caliente (el cordero capturado), llegó hasta ellos el lejano sonido de un helicóptero. Los hombres tomaron sus armas y una vez fuera, vieron un Sea King enemigo que, al parecer, desembarcaba efectivos en las laderas de monte Simmons, el mismo lugar donde habían estado horas antes. Jándula creyó prudente abandonar la casa, decisión con la que todos estuvieron de acuerdo y sin decir más, recogieron el equipo y se alejaron, encaminándose hacia el sur, en dirección al cerro Rivadavia, detrás del cual, se extendían las tierras de Fitz Roy.
En determinado momento, cuando empezaba a amanecer, intentaron comunicarse con Puerto Argentino, sin imaginar que sus emisiones fueron captadas por helicópteros enemigos que de manera inmediata se lanzaron en su búsqueda. En vista de ello, intentaron advertir a González Deibe sobre lo que ocurría pero el paso de una de aquellas máquinas, a escasos 50 metros de sus cabezas, los hizo desistir.
Pasado un tiempo, cuando caía sobre ellos una llovizna helada, volvieron a encender la radio y eso atrajo nuevamente al enemigo que se lanzó en su persecución obligándolos a desplazarse en zigzag a través de los cerros, ocultándose de tanto en tanto y emitiendo brevísimas señales cada media hora.
Finalizada la guerra, al rememorar las acciones, Jándula recordaría que se trató de una verdadera cacería humana de la cual zafaron gracias a sus constantes desplazamientos.
Así fue como atravesaron zonas pantanosas, escalaron pendientes, descendieron laderas y cruzaron riachos de piedra, soportando el frío y la lluvia, aguantando el cansancio y el hambre e incluso dándose fuertes golpes al resbalar, tal como le ocurrió al sargento Silverio Mario Arroyo, que en una de esas caídas, se lastimó la cadera.
Una de aquellas noches, poco antes del amanecer, Jándula y su sección vieron aproximarse un helicóptero británico, más precisamente un Sea King artillado que al parecer trasladaba pertrechos y hombres hacia una posición. Al verlo venir, Llanos propuso tomar ubicación cerca de unas rocas y abatirlo con el fuego reunido, idea que salvo el sargento Arroyo, todos los demás objetaron por considerarla imprudente.
Los argumentos expuestos resultaron acertados pues el valle por el que se movían era un corredor aéreo muy transitado por el enemigo y eso implicaba, atraer su atención y poner en riesgo la operación.
Llanos volvió a insistir porque según su parecer, el Sea King era presa fácil pero sus compañeros volvieron se negarse. Y como el helicóptero estaba prácticamente sobre ellos, buscaron cobertura y esperaron.
El oficial médico no se resignaba a desperdiciar semejante oportunidad porque era evidente que con el fuego de sus armas lograrían impactos de consideración. Por esa razón, volvió a exhortar a sus compañeros pidiéndoles con mucha ansiedad que se prepararan para la acción. Después de todo, el teniente primero Esteban lo había hecho en San Carlos, abatiendo a dos aeronaves y averiando a otras y eso había tenido incidencia en el enemigo. Sin embargo, no hubo caso. El helicóptero pasó tan cerca, que los comandos pudieron observar claramente la cabina iluminada y a los pilotos en su interior, un blanco extremadamente fácil en verdad y una baja sensible para los británicos.
Mientras la máquina se perdía de vista, Llanos se incorporó furioso y arrojando su fusil al suelo gritó:

-¡¡A partir de este momento soy solamente médico!!

Sus compañeros lo escucharon en silencio, profundamente avergonzados pues si la decisión de su jefe había sido correcta, en lo más profundo de sus corazones sabían que Llanos tenía razón. Tiempo después, en Puerto Argentino, Jándula le comentaría perturbado al mayor Aldo Rico que aún sentía remordimientos al recordar aquello.


El amanecer de un día espléndido sorprendió a la sección en plena marcha, con Arroyo avanzando dificultosamente a causa del golpe y el resto completamente extenuado.
Después de trepar una pendiente y descender por el otro lado, decidieron hacer un alto para reponer fuerzas y racionar. Era media mañana y el sol brillaba en el cielo despejado, provocando una sensación agradable. Mientras consumían su alimento, llegaron a contar entre 40 y 50 helicópteros enemigos desplazándose por el mismo corredor, a una distancia de 200 metros uno de otro, algo digno de preocupación porque mostraba a las claras que el avance británico era realmente incontenible.
Desde las alturas donde se hallaban ubicados y usando sus binoculares, los hombres de Jándula pudieron ver Fitz Roy 20 kilómetros al sudeste. Cerca de allí, a metros de su posición, había una casa abandonada y bastante deteriorada que como en el caso de Top Malo House, decidieron inspeccionar. Echaron a andar y a mitad de camino se dividieron en dos, Llanos y Arroyo (cada vez más dolorido) avanzando hacia el edificio y el resto cubriéndolos desde la ladera este del cerro.
Los comandos descendieron lentamente y al llegar al edificio, observaron su interior comprobando que estaba abandonado. Ingresaron con mucha cautela y una vez en la sala principal vieron un teléfono encima de una mesa.
El médico tomó el tubo y lo apoyó sobre su oreja derecha pero para su desazón, el aparato no funcionaba.
Los exploradores pernoctaron en el interior de la casa mientras sus compañeros, sobre la ladera, lo hacían a la intemperie, contemplando desde su posición el fantasmagórico y siniestro resplandor de ambas artillerías batiéndose fieramente en Prado del Ganso.
A la mañana siguiente Arroyo se dio cuenta que cerca de la propiedad pastaban una yegua y su potrillo y enseguida se lo informó a Llanos. Los animales eran dóciles; la yegua se dejó montar y de ese modo reemprendieron la marcha sobre su lomo. Lamentablemente, transcurrido un tiempo, debieron desistir porque el movimiento de las ancas le provocaba fuertes dolores a Arroyo. El comando debió bajarse y seguir a pie, llevando a la yegua de las riendas.
Al cabo de cinco horas, los hombres y su cabalgadura divisaron el puente de Fitz Roy donde una compañía de Ingenieros apostada desde hacía algunos días los confundió con ingleses y les disparó.
Asustada por los estampidos, la yegua comenzó a corcovear arrojando a Llanos por el aire, aunque sin consecuencias.
Percatados del error, los ingenieros corrieron hacia ellos y los ayudaron con el equipo. Dos efectivos cargaron a Arroyo sobre sus hombros y el resto se ocupó del equipo y las armas.
Esa misma noche llegó el helicóptero Bell UH-1H matrícula AE-406 del valeroso teniente Guillermo Anaya y a bordo del mismo partieron hacia Puerto Argentino, aterrizando en la cancha de fútbol contigua a la Casa de Gobierno, en pleno bombardeo de los Sea Harrier.
Jándula y los suyos fueron recogidos por un Chinook cargado de heridos, proveniente de Darwin. Debieron agitar sus brazos y hasta un trapo blanco atado al extremo de uno de los fusiles para que se percatasen de su presencia. Alguien a bordo los detectó los movimientos y se los indicó al piloto.
Los comandos vieron al helicóptero efectuar un pronunciado giro y volver sobre sus pasos para recuperarlos. Grande fue su alivio cuando lo vieron posarse en la turba y a un suboficial haciéndoles señas para que se apurasen a subir.


En cuanto a los cuadros de la Armada y la Fuerza Aérea, sus acciones implicaron tareas de patrulla y exploración, similares a la de sus pares del Ejército.
Siguiendo el relato del primer teniente Eduardo Spadano, integrante del Grupo de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea Argentina, el 22 de mayo por la tarde la unidad recibió la orden de investigar el potencial enemigo en cercanías de de Colorado Pond. La tarde el 23, cuando el sol iniciaba su caída, sus integrantes se encaminaron hacia Moody Brook y una vez allí abordaron los helicópteros que debían llevarlos hasta la posición asignada. Media hora después estaban junto al lago Colorado y a poco de echar pie levantaron su campamento y montaron los puestos de guardia.
Por orden del primer teniente Ozán, fue apostado un vigía en las alturas y ya noche cerrada, los efectivos iniciaron el desplazamiento hacia el objetivo.
Llevaban tres horas de marcha cuando el inconfundible sonido del rotor de un helicóptero los hizo detener.
Los soldados se agazaparon y esperaron hasta que el mismo desapareciese y cuando hubo pasado un tiempo prudencial, reiniciaron su avance, siempre en plena obscuridad, cayendo de tanto en tanto a causa de las rocas, el musgo y los pantanos. Lo malo era que estaban siempre mojados, hacía mucho frío y la fatiga se hacía una carga, aumentando la sensación de que el enemigo se hallaba cerca y podía aparecer de un momento a otro. Pero eran hombres duros, entrenados para soportar todo tipo de privaciones y enfrentar la adversidad en situaciones extremas, razón por la cual, siguieron adelante en cumplimiento de la misión.
El 24 de mayo alcanzaron unos accidentes del terreno y allí se ocultaron hasta la noche. Amparados por la penumbra reiniciaron el avance, un avance que se tornó extremadamente peligroso cuando un helicóptero británico que sobrevolaba las inmediaciones comenzó a arrojar bengalas para ubicarlos.
Aún así, siguieron adelante, efectuando observaciones y realizando patrullajes durante todo el día siguiente.
A media tarde decidieron acampar para reponer fuerzas. Siguiendo las indicaciones, ni bien oscureció reiniciaron la marcha y continuaron hasta la madrugada del 26 de mayo cuando resolvieron dejar a nueve hombres a cubierto en un punto determinado del terreno y seguir los cinco restantes hasta donde, de acuerdo a lo planificado, debía finalizar el recorrido.
Encabezados por Spadano los efectivos, identificados con los indicativos “Gallo”, “Penélope”, “Perro”, “Amancay” y “Taño”, caminaron todo el 26 y parte del 27 de mayo, hasta alcanzar el objetivo (monte Osborne) donde, previa inspección, montaron un puesto de observación.
Permanecieron allí varias horas, sin ver nada a causa de la niebla pero escuchando el permanente sonido de los helicópteros enemigos desplazándose por las inmediaciones.
En la madrugada del 28 emprendieron el regreso y al llegar al punto de partida, donde esperaban sus nueve compañeros, embarcaron en un Bell UH-1H que vino a recogerlos.
El total de los comandos abordó la aeronave a excepción de “La Vieja”, el “Gato” y “Penélope” quienes permanecieron en el lugar con el equipo de radio.
Al día siguiente, 29 de mayo, se le encomendó al Grupo una nueva misión, nada más y nada menos que cortar el avance del enemigo.
Fue una extraña, orden que les generó muchas dudas y también de emoción porque ese era el tipo de tareas para las cuales habían sido preparados.
El plan consistía en marchar hacia el cerro Dos Hermanas, dejarse sobrepasar por el enemigo y luego atacarlo por la retaguardia. Tres helicópteros los esperaban en Moody Brook para trasladarlos, el primero, con efectivos del Ejército (Compañía de Comandos 601), el segundo para ellos (Grupo de Operaciones Especiales) y el tercero a tropas de Gendarmería (Escuadrón “Alacrán”).
Siguiendo el plan de operaciones, los comandos se concentraron en el cuartel de los Royal Marines y a las 09:00 comenzaron a embarcar. El primer aparato partió llevando a los efectivos del Ejército e inmediatamente después lo hizo el tercero, con las tropas de Gendarmería.
El que debía transportar al Grupo de Operaciones Especiales, se demoró por desperfectos mecánicos y cuando estaba a punto de elevarse, se le ordenó abortar la misión porque aviones Sea Harrier habían atacado a sus colegas en las laderas del cerro produciendo muertos y heridos en el Escuadrón “Alacrán”.
Todo ocurrido muy de prisa. Los comandos de la Fuerza Aérea estaban esperando para embarcar, cuando llegaron corriendo dos gendarmes con la novedad de que su helicóptero había sido abatido y que los efectivos del Ejército habían sido emboscados. La noticia cayó como un rayo porque el enemigo ya dominaba Dos Hermanas y la pésima dirección argentina no contaba con esa información.
El embarque se suspendió y los cuadros de la Fuerza Aérea fueron devueltos a su asiento donde debían aguardar la orden de movilización. Y en esas estaban cuando a las 23:50 horas, comenzó un nuevo cañoneo naval que mató a uno de sus oficiales más dinámicos, el primer teniente Luis Castagnari, caído en la zona del aeropuerto cuando intentaba ubicar a un grupo de subordinados que había quedado aislado. Junto a él, dos suboficiales sufrieron heridas de gravedad, los cabos primeros Walter Abal, alcanzado por las esquirlas en la pierna derecha y Juan Chiantore, en el brazo derecho.


Cuando el operativo de las fuerzas especiales ordenado por el general Parada se puso en marcha, a los comandos anfibios se les asignaron las alturas de Bombilla Hill y el cerro Montevideo, próximas a San Carlos, donde debían observar los movimientos del enemigo y hacer una evaluación de su potencial.
Los efectivos partieron de Moody Brook la mañana del 24, a las órdenes del capitán de corbeta de Infantería de Marina Dante Juan Manuel Camiletti, quien se ofreció como voluntario para encabezar la patrulla pese a no ser comando anfibio.
El pelotón embarcó en dos helicópteros del Ejército y se desplazó hasta Chata Hill, a unos 50 kilómetros al oeste de la capital, donde estableció su base de patrulla reducida (BPR) después de enterrar parte de su equipo para aligerar su peso. Ni bien reiniciaron el avance, acordaron que una vez cumplida la misión, regresarían todos al BPR, a efectos de reagruparse y retornar a la capital. La marcha hacia Bombilla Hill, se hizo bajo una tenue llovizna y un frío intenso, el típico clima malvinense previo al crudo invierno.
Bombilla Hill era una altura importante que domina buena parte de la ría de San Carlos y el cerro Montevideo, objetivo final de la misión.
Llegaron el 25 de mayo, después de una jornada extenuante y lo primero que hicieron fue montar un puesto de observación desde el cual pudieron seguir la intensa actividad enemiga en torno a la elevación. Tropas y vehículos, incluyendo helicópteros, iban y venían desde San Carlos en lo que parecía una operación de gran envergadura.
Pasado un período prudencial, el puesto de observación fue levantado y la patrulla se encaminó hacia el cerro Tercer Corral, otra altura importante ubicada algo más al sudoeste, desde la cual era posible cumplir la misión con mayor efectividad.
Fue en ese momento que comenzaron a surgir algunos roces entre Camiletti y sus subordinados debido a la velocidad que aquel pretendía imponer a la misión.
Dada la evidente proximidad del enemigo, el suboficial comando más antiguo, Miguel Ángel Basualdo, reclamaba el apego a los procedimientos propios de su entrenamiento y en eso tenía razón porque, durante el trayecto hacia Tercer Corral, los efectivos habían sido sobrevolados varias veces por una PAC de Sea Harrier que patrullaba el área.
Tras el intercambio de opiniones, la columna continuó el avance, cruzando un afluente del río San Carlos donde varios de sus componentes perdieron el equilibrio y cayeron al agua, empapándose de pies a cabeza.
Llegaron al cerro el 26 de mayo por la mañana y casi enseguida establecieron un nuevo puesto de observación desde el cual obtuvieron una excelente vista de Puerto San Carlos y el cerro Montevideo.
En ese punto surgieron nuevas discrepancias entre Camiletti y Basualdo debido a la exposición por demás innecesaria que el primero hizo del grupo, entusiasmado con los resultados de la misión. En vista de ello aunque preocupado porque todavía no se había establecido comunicación con Puerto Argentino, decidió dividir la patrulla en dos; la primera fracción, a las órdenes del suboficial Basualdo6, debía regresar a Puerto Argentino llevando la importante información obtenida y la segunda, a las del propio Camiletti y el cabo principal enfermero Jesús A. Pereyra7, permanecería en el área intentando ampliar el cuadro de situación y continuar su aproximación a San Carlos y el cerro Montevideo.
Cuando la fracción del suboficial Basualdo emprendió el regreso, ignoraba que iba a enfrentar momentos de altísimo riesgo.
Durante su paso por Teal Inlet, los británicos le tomaron prisionero al cabo principal Juan Carrasco que se había rezagado. A punto estuvieron de emboscarlos y entablar combate pero el oportuno hallazgo de una ruta de escape les permitió eludir las columnas enemigas y deslizarse detrás, siguiendo al ejército británico en su avance hacia el este. A esa altura, después de la captura de Carrasco, el enemigo estaba al tanto de la presencia de comandos argentinos en el área y los buscaba intensamente.
Para su fortuna, el 30 de mayo tomaron contacto con la recientemente llegada Compañía de Comandos 602 que estaba efectuando sus primeras misiones avanzadas y ello les permitió reingresar en las líneas propias y entregar al Comando Superior la vital información recogida.


Tras la partida de Basualdo, la fracción de Camiletti se desplazó unos 300 metros al oeste, en pos de los montes Verdes. Eso le permitió aproximarse un poco más a Establecimiento San Carlos y ampliar el reconocimiento del área.
Alcanzaron la base de los cerros de noche y en la madrugada siguiente comenzaron su ascenso para establecer una nueva base de observación en su cima. Desde esa posición y valiéndose de sus visores nocturnos, los comandos pudieron estudiar al detalle los movimientos del enemigo.
Intentando ampliar el campo visual, Camiletti decidió avanzar otro trecho, seleccionando para acompañarlo al cabo principal Pereyra.
Demostrando gran determinación, se desplazaron varios metros hacia delante, atentos al menor movimiento hasta que en un determinado momento, el cabo Pereyra manifestó su preocupación por el peligro que corría el total de la patrulla si los ingleses los descubrían. Camiletti le ordenó regresar y cuando las primeras luces comenzaban a asomar en el horizonte, reanudó la marcha solo.


Cuando el cabo Pereyra se reunió con el resto de la sección, una serie de descargas provenientes del sector donde se hallaba Camiletti hizo poner a los comandos en alerta. El oficial había sido descubierto y tras un breve intercambio de disparos, fue tomado prisionero, razón por la cual el resto de la patrulla, siguiendo sus indicaciones, decidió emprender el regreso.
El desplazamiento se hizo con mucha cautela dado que la captura de Camiletti había puesto en alerta a las fuerzas británicas las cuales, de manera inmediata, iniciaron un despliegue en cadena para cubrir la zona y evitar la salida de la patrulla argentina. Era necesario buscar cobertura y en esa acción, tres comandos se arrojaron dentro de un pozo inundado y allí permanecieron varias horas en cuclillas, con el agua helada hasta la cintura, cubiertos por unos pastizales que para su fortuna, los hicieron pasar desapercibidos.
El cabo Verón, no tuvo espacio dentro del pozo y por esa razón se arrojó de espaldas dentro de un hoyo de 20 centímetros de profundidad, con su fusil sobre el pecho, cubierto por el agua de un delgado manantial. Los británicos pasaron junto a ellos sin percatarse de su presencia y siguieron de largo avanzando muy lentamente, atentos a cualquier sonido o movimiento.
Comenzaba a anochecer y los hombres llevaban varias horas en esos lugares, con los cuerpos entumecidos por el agua helada y la baja temperatura. Repentinamente, desde la derecha se escuchó un disparo de fusil seguido por un nutrido tiroteo. Las balas pasaban a centímetros de sus cabezas y se perdían en diferentes direcciones, tragadas por la obscuridad. Al cabo de varios minutos, el fuego cesó y después de media hora de silencio, el sonido de los helicópteros se dejó oír nuevamente.
Con la noche ya avanzada, los comandos salieron de sus escondites y echaron a andar al amparo de la obscuridad, siempre con mucha dificultad por tener sus cuerpos tan agarrotados, que en algunas ocasiones necesitaban arrastrarse sobre la turba porque las piernas no les respondían. Cuando pudieron caminar, se desplazaron en cuatro patas y después de recuperar lentamente la movilidad, se pusieron de pie y siguieron la marcha hacia sus propias líneas, siempre rodeados por el enemigo que convergía sobre Darwin y Puerto Argentino. El lunes 31 de mayo los comandos transitaban un sendero al sudeste del monte Estancia cuando tropas británicas los emboscaron. A raíz de ello, se entabló un recio tiroteo en el que Pereyra y López cayeron gravemente heridos y sus compañeros Alvarado y López, fueron hechos prisioneros.
La fotografía de Camiletti esposado y con el rostro cubierto mientras efectivos británicos le apuntan con sus armas, dio la vuelta al mundo y se convirtió en una de las imágenes más famosas de la guerra. Tanto él como sus hombres fueron tratados de acuerdo a la Convención de Ginebra aunque con cierta dureza debido a su condición de tropas especiales.
Pese a los contratiempos, a los rigores del clima y a haber perdido algunos hombres, la misión alcanzó su objetivo cuando la sección del suboficial Basualdo logró llegar a las líneas propias y le entregó a Menéndez la información obtenida .

Notas
1 Isidoro Ruiz Moreno, op. cit.
2 Ídem.
3 480 metros de altura sobre el nivel del mar.
4 La integraban el capitán médico Llanos y los sargentos ayudantes Salazar, Vallejo y Silverio Arroyo, el más joven de todos
5 Uno de los Harrier pasó volando más bajo que la cumbre del cerro. Los hombres de Jándula tomaron rigurosa nota del tipo de aparatos, rumbos y trayectorias, ya que la información era de vital importancia para el alto mando argentino.
6 La integraban el suboficial Ramón López y los cabos principales de Infantería de Marina Juan Héctor Márquez, Osvaldo César Ozán, Juan Carrasco y Pedro Baccili.
7 Quedó constituida por el cabo primero de Infantería de Marina Pablo Alvarado y los cabos segundos de Infantería de Marina Omar A. López y Pedro C. Verón.
8 Debemos recordar que el resto de los comandos anfibios se encontraban en Río Gallegos (provincia de Santa Cruz), preparándose para una posible incursión sobre Malvinas (Operación Buitre).

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