BAHIA AGRADABLE. EL DESASTRE DE BLUFF COVE
Desastre británico en Bahía Agradable (Ilustración; capitán VGM Exequiel Martínez") |
Producida la caída de Prado del Ganso, el “Canberra” regresó
a las seguras aguas de San Carlos llevando a bordo los refuerzos de la 5ª
Brigada de Infantería integrada por los guardias escoceses, los guardias galeses
y el batallón de rifleros gurkhas, quienes habían llegado al Teatro de
Operaciones en el requisado “Queen Elisabeth II”, anclado en esos momentos en
las Georgias.
Con
ellos venía también, el general de división Jeremy Moore
que desembarcó al día siguiente para inspeccionar el puesto de mandos
instalado
en el Club Social de San Carlos y pasar revista a las tropas allí
acantonadas.
Lo esperaba el teniente coronel Malcolm Hunt, jefe del Comando 40 de
Infantería
de Marina, encargado de la vigilancia y defensa de la cabeza de playa,
cuyas órdenes eran aguardar a la 5ª Brigada y marchar con ella a Puerto
Argentino.
Las fuerzas británicas estaban incentivadas por su victoria
en el istmo de Darwin y porque el mismo 29 de mayo, finalizada la
batalla, habían interceptado una comunicación con Buenos
Aires donde se vaticinaba una derrota inevitable.
De esa manera, comenzó a planificarse lo que debía
ser el ataque definitivo entre los días 6 o 7 de junio. Pero cuando todo parecía
definido, el alto mando cambió bruscamente los planes.
Desde
el “Fearless” llegó la orden de poner en marcha a la 5ª Brigada y
mantener a los infantes de marina donde se encontraban para brindar
protección a la denominada Área de Mantenimiento de
Fuerzas, una suerte de almacén-depósito y hospital montado en el antiguo
edificio del frigorífico abandonado de Bahía Ajax.
Aquello
puso furioso a Hunt porque
interpretó que sus tropas estaban siendo relegadas. Por esa razón, en
horas de
la noche se encaminó al mencionado buque para expresarle a Moore su
malestar; a su entender, la medida era errónea pues su tropas estaban
perfectamente entrenadas
para llevar a cabo cualquier tipo de tarea, tanto o más que escoceses,
galeses
y gurkhas. Y como ejemplo puso el de aquel soldado galés llorando
extenuado
después de caminar 400
metros con el peso de su mochila.
Moore escuchó sin inmutarse y ni bien su interlocutor terminó
de hablar, le explicó que era muy probable un ataque argentino sobre la cabeza
de playa, tal vez con el lanzamiento de paracaidistas. Cuando Hunt intentó
replicar, su superior se mantuvo firme en su postura y no hubo más nada que
hablar.
Hunt regresó a San Carlos más furioso y en ese estado debió escuchar
las quejas de sus subordinados.
Durante la planificación efectuada a bordo del “Fearless”,
se decidió que guardias (escoceses y galeses) y gurkhas fuesen trasladados a
Fitz Roy y Bluff Cove, puntos que ya habían sido ocupados por el Para 2 al
mando del brigadier Wilson, después de la famosa llamada telefónica del
comandante Crossland.
Entre las medidas adoptadas, se resolvió el traslado
de la Compañía B
a bordo de un helicóptero Chinook en el que comenzó a embarcar a la tropa, pero
como su capacidad no fue suficiente, se desencalló el viejo buque malvinense
“Monsunen” para trasladar equipo, hombres y municiones.
Una
jovencita kelper, experta en buceo, destrabó la hélice
de la embarcación y una vez liberada, fue abordada por escoceses,
galeses y rifleros gurkhas, quienes se ubicaron como mejor pudieron, ya
en
el interior, ya en la cubierta.
Cuando todo estuvo listo, se estableció comunicación con el
“Fearless”, para pedirle al mayor Ewen Southby-Tailyour, experto en geografía
malvinense que había prestado servicio en las islas entre 1977 y 1979, que
condujese en persona a la Guardia Escocesa
desde San Carlos hasta la isla Lively, próxima al Seno Choiseul. Debería
hacerlo a bordo del HMS “Intrepid” y desde ese punto pasar a Bluff Cove en
cuatro barcazas de desembarco.
El “Monsunen” zarpó en la mañana del día 6 y al llegar a
destino, procedió a bajar a sus hombres, después de un viaje sin
inconvenientes.
En
la isla Lively, Southby-Tailyour mandó transferir a los
efectivos a las barcazas e inmediatamente después cubrió con ellos el
trayecto hasta las playas de Bluff Cove, bajo un cielo límpido y
completamente
despejado, donde las últimas estrellas brillaban radiantes.
La tensión dominaba a la tropa y
quienes tripulaban las embarcaciones porque se podían percibir los resplandores
de la artillería en la lejanía y el radar que debía guiarlos había dejado de
funcionar.
El susto fue tremendo, especialmente para Southby-Tailyour,
al distinguir en la obscuridad la silueta de dos grandes buques que
se les acercaban. Para agravar las cosas, cuando pasaban por Punta
Peligrosa, la corriente cobró fuerza y puso en peligro la navegación.
Southby-Tailyour
creía que las barcazas utilizadas para el desplazamiento no eran
apropiadas para aquella misión y mucho menos para
enfrentar buques enemigos y por esa razón, al no tener noticias de naves
británicas navegando por esas aguas, decidió huir hacia el Seno
Choiseul.
Estaba a punto de dar la orden de virar cuando, aliviado, se
dio cuenta que uno de los barcos era el HMS “Cardiff”, enviado al lugar para
brindar apoyo logístico.
Mientras las barcazas seguían su avance, el clima comenzó a
empeorar, con vientos de 70 nudos y un oleaje cada vez más peligroso que tras
cinco horas de navegación, dejó a los hombres a bordo completamente
empapados.
Al día siguiente le llegó el turno a los guardias galeses
pero el plan debió ser alterado porque el capitán del “Fearless”, Jeremy
Larken, decidió aproximar su barco a la isla Dirección, mucho más cercana a la
zona de desembarco, para facilitar el movimiento.
Los galeses se sintieron bendecidos al abordar el
buque y quedar al abrigo de su sistema de calefacción. Aprovechando eso, se
quitaron las ropas, las pusieron a secar y de ese modo, después de cinco
días a la intemperie, bajo el agua y con un frío polar, disfrutaron de una
comida caliente y buena bebida. Mucho más animados, rogaban que ese momento no terminase nunca y un cambio de planes los
mantuviera allí el mayor tiempo posible.
Las pésimas condiciones climáticas terminaron demorando el desembarco.
El
“Fearless” tenía dos barcas para el transporte de tropas y en ellas se
decidió repentinamente, embarcar a la mayor cantidad de
efectivos posibles, tarea que se llevó a cabo con gran celeridad. Los
guardias
que quedaron en el buque agradecieron al cielo no estar en el lugar de
sus
compañeros.
-Gracias a Dios que no nos tocó a nosotros – se le escuchó
decir a más de uno.
El “Fearless” regresó a San Carlos y desde allí se despachó
al “Sir Galahad”, uno de los cinco buques auxiliares de la flota británica que
llevaba el nombre de los caballeros del rey Arturo, con numerosos chinos
formando parte de su tripulación.
Los galeses quedaron impresionados por los daños causados
por una bomba sin explotar que impactó en el buque el 21 de mayo, destrozándole
casi por completo la sección de los camarotes. Eso los acercó abruptamente al
peligro de la guerra, sensación que aumentó cuando se enteraron que navegarían
sin escolta, es decir, sin ningún tipo de protección.
A la mañana siguiente se produjo un nuevo cambio de planes
que vino a alterar el proceso de movilización. La marea baja impedía la navegación y
por esa razón el buque se dirigió a Fitz Roy para encontrarse con el “Sir
Tristam”, llegado la noche anterior con equipos y provisiones.
Fitz Roy es un lugar de playas estrechas y pedregosas cortadas a pico, un sitio poco ideal para un asalto y mucho
menos, para operaciones de descarga. Otra dificultad la constituía el puente
volado por los argentinos el 2 de junio, lo cual obligó a los guardias a efectuar
un prolongado rodeo de 12
millas que iba a dificultar y retrasar en extremo los
movimientos.
En vista de ello, se decidió mantener a los hombres a
bordo, en espera de que subiese la marea, una medida imprudente que se transformaría en el mayor error británico de la
guerra.
Lo que las fuerzas de desembarco ignoraban, era que un PO
argentino seguía sus movimientos desde las alturas cercanas, enviando la
información al CIC Malvinas que a su vez las retransmitía al continente.
El comando del FAS comprendió que si se lograba mantener a
los Sea Harrier a distancia, el desembarco podía constituir un blanco rentable.
A las 10.00 horas (13.00Z) el Grupo 5 de Caza recibió la
orden de alistar dos escuadrillas de cuatro Skyhawk A4B cada una, para llevar a
cabo un ataque sobre la nueva cabeza de playa y retrasar los movimientos del
enemigo. En esos momentos, a sus pilotos les faltaban dos días para ser
relevados y viajar de regreso a Villa Reynolds.
El primer teniente Carlos Eduardo Cachón se colocaba
el traje antiexposición en la sala de pilotos de la base de Río Gallegos,
ignorando que estaba a punto de convertirse en el artífice del mayor desastre
británico de la guerra.
Ni
bien terminó de vestirse, tomó su casco y llevándolo sujeto por las
correas, caminó hasta su avión, junto al capitán Pablo Marcos Carballo,
el teniente Carlos
Rinke y el alférez Leonardo Carmona (integrantes de escuadrilla “Dogo”).
Los
seguían, unos pasos detrás, el primer teniente Alberto Filippini, el
teniente
Daniel Gálvez, el teniente Vicente Autiero y el alférez Hugo Gómez,
(escuadrilla “Mastín”).
Al pie de sus aeronaves, el capitán Carballo reunió a sus hombres en torno a sí, impartió las
últimas directivas y después de una minuciosa supervisión, en especial las
bombas de 250
kilogramos de fabricación argentina que colgaban de sus
soportes, treparon a sus cabinas y comenzaron el control de los tableros
mientras se ataban a los asientos.
Una vez todo listo, la torre de control dio
autorización y lentamente, uno a uno, los cazas echaron a rodar hacia la
cabecera de la pista, seguidos por los mecánicos y personal de la base que
corrían detrás lanzando vivas y agitando sus gorras. Minutos después
carreteaban con sus turbinas a máxima potencia despegando en primer lugar los “Dogo”
del capitán Carballo y después los “Mastín” de Filippini, trepando hasta los 10.000 pies de altura
en busca de los aviones cisterna.
Como la noche anterior había sido extremadamente fría,
algunas de las válvulas de las lanzas de reabastecimiento estaban congeladas y
por esa razón, ni Carballo ni Autiero pudieron cargar. Habían
sufrido el congelamiento de sus estructuras de reabastecimiento y no podían
desplegarlas para recibir el combustible.
Siguiendo
al primer teniente Filippini, quien minutos antes debió abortar la
misión debido a problemas de presión de aceite en su motor,
los pilotos viraron y emprendieron el regreso para aterrizar veinte
minutos
después en Río Gallegos.
El primer teniente Cachón refiere en Dios y los Halcones,
el libro escrito por su superior, el capitán
Carballo, que por un golpe del destino, se vio de repente al frente no
solo de una sino de dos escuadrillas al mismo tiempo, circunstancia que
lo
llenaba de preocupación. Y no era para menos porque si bien estaba habilitado como jefe de escuadrilla, nunca ejerció el mando.
-Ataquen con intervalos de un minuto, tres aviones delante y
dos detrás… -le ordenó Carballo antes de retirarse- ¡Y llévelos a la gloria!1.
Pavada
de pedido, según palabras del propio Cachón quien al
escuchar la directiva, sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Sin embargo, hombre profundamente católico, enseguida se sobrepuso
seguro como estaba de volar en gracia de Dios. Además, los hombres bajo
su mando estaban
altamente capacitados para llevar a cabo la misión y sobreponerse a
cualquier situación. Aún así, comprendía que el
éxito de la misma dependía pura y exclusivamente de su conducción.
Haciendo a un lado esos pensamientos, respiró profundo, dio un vistazo al tablero y estableció comunicación con los
aviones, impartiendo las primeras indicaciones: debían volar a gran
altura y una vez detectado el objetivo, descender al ras del agua, una maniobra
de apenas unos segundos que implicaba muchísimo riesgo. Confiaban todos en sus bombas
de fabricación argentina, las cuales venían dando mucho mejor resultado que las de 500
y 1.000 kilos pues aquellas traspasaban los barcos y explotaban en el agua.
Los controles obligaron a Cachón a concentrarse en el vuelo
y de ese modo, a 10.000
pies de altura alcanzaron el Cabo Belgrano, donde se
introdujeron en una zona lluviosa que se prolongó varios segundos.
Al cruzar el estrecho por el sur notaron un mar
extremadamente calmo, con gaviotas que parecían flotar estáticas en el aire y
nubes pequeñas esparcidas aquí y allá. Una vez sobre la Isla del Águila, entraron en una segunda zona de lluvias y desde ese punto enfilaron directamente
hacia Fitz Roy, dejando atrás la
Bahía del Laberinto donde las precipitaciones se transformaron
en diluvio, un aguacero que duró cerca de medio minuto2.
Mientras volaban, Cachón comenzó a dudar si debían continuar
o emprender el regreso pues temía que los densos nubarrones cubrieran el
objetivo e imposibilitasen el ataque. Para su fortuna, pasado ese lapso de
tiempo alcanzó a distinguir claridad en el horizonte y eso lo animó a seguir.
Así arribaron al Seno Choiseul, al sudeste de Puerto Darwin,
iniciando el descenso a 900
km/h.
Cuarenta segundos antes del blanco la formación detectó un
Sea King enemigo que cumplía la función de vigía pero el mismo no advirtió su
presencia. Los cazas siguieron su trayectoria pegándose a
unas lomas para evitar su detección y veinte segundos después,
alcanzaron a ver un Sea Lynx posado en tierra, que tampoco los vio. Las alertas
tempranas del enemigo fallaron por completo ese día.
Los cazas argentinos llegaron a Fitz Roy pero, para su
sorpresa, no encontraron nada. Desconcertados por tanta quietud, decidieron
volar treinta segundos más, hasta la llamada Hondonada Norte donde, en caso de
no detectar presencia enemiga, emprenderían el regreso, efectuando un
pronunciado viraje a la derecha.
El mayor Ewen Southby-Tailyour quedó pasmado cuando se dio
cuenta que era el medio día y los guardias galeses todavía seguían en el “Sir Galahad”.
Sabiendo el peligro que corrían, se
encaminó a la playa para hablar con el comandante a cargo, un oficial de la 5ª
Brigada e intentó convencerlo de bajar urgentemente a los soldados, sea donde
fuere.
Todo fue en vano porque el oficial, sorprendido y molesto
por la observación, le explicó que estaba seguro que los guardias habían sido
transferidos al “Fearless” la noche anterior.
Casualmente, esa misma noche, Southby-Tailyour había apuntado
en su diario que el mencionado buque corría serio peligro de ser atacado por la
mañana y por esa razón insistió, basándose en sus profundos conocimientos de la
geografía malvinense, a sabiendas de lo que eran capaces los argentinos.
Casi desesperado, viendo a los galeses todavía a bordo, corrió hasta el buque, en cuya popa se
hallaba el oficial de mayor rango que encontró y encarándolo directamente le
dijo, casi con desesperación, que muy probablemente los argentinos atacasen
esa misma mañana y por esa razón, era imperioso bajar a los hombres a
tierra. Basaba su opinión en sus conocimientos y en su experiencia profesional
como oficial de lanchas de desembarco pero pese al énfasis puesto en sus palabras, el aludido oficial se
mostró imperturbable. El sujeto le explicó con increíble calma y parsimonia que el
destino de su gente era Bluff Cove y no Fitz Roy y por esa razón debían esperar.
Southby-Tailyour
se mantuvo firme en su postura, generándose una áspera discusión en la
que ninguno de los dos se puso de acuerdo. Southby
insistía en transferir hombres y municiones a las lanchas de desembarco y
el
oficial respondía que no.
-¡¡Estamos en una guerra, no en una misión de práctica!! –
gritó el primero indignado, sin convencer a su interlocutor.
Desgraciadamente, los hechos le darían la razón. De haberse
escuchado sus consejos, se habrían bajado a las tropas en aproximadamente
veinte minutos pero la discusión demoró todo.
Southby-Tailyour acusó al oficial de actuar de manera
irresponsable, poco profesional y de no escuchar el consejo de quien había
dedicado su vida a aquellas misiones y había visto la contundencia de los
ataques argentinos. La respuesta lo dejó pasmado; el
oficial interrumpió abruptamente la conversación diciendo que solamente
recibiría órdenes de un oficial superior y hasta tanto eso no sucediese, no
iba a hacer absolutamente nada.
Después de espetarle al obtuso individuo que su comportamiento ponía en riesgo muchas vidas Southby-Tailyour abordó furioso una lancha y se dirigió a
tierra. Una vez en la playa, subió una pronunciada loma hasta la
casa de unos isleños y allí permaneció la siguiente media hora, en espera de
novedades.
Mientras intentaba calmarse bebiendo una taza de café preparada para él por los propietarios, fue testigo del horror.
Cuando llegaban a la Hondonada Norte,
los argentinos detectaron numerosos soldados enemigos desplazándose a la carrera por el terreno. En el preciso
momento en que los aviones finalizaban un pronunciado viraje a la izquierda, un
misil pasó detrás de la línea de vuelo en un ángulo aproximado de 30º, de
derecha a izquierda y casi enseguida, la voz del alférez Gómez alertó sobre la presencia de embarcaciones enemigas.
-¡¡Ahí están los barcos!! – gritó.
Sus compañeros vieron dos buques grises recostados sobre la
costa dando la sensación de haber desembarcado tropas y elementos (o de estar a
punto de hacerlo) y su líder ordenó iniciar la corrida de ataque.
-¡Saquen viraje e inclinen aviones a la izquierda! – gritó
Cachón, y como explica acertadamente en Dios y los Halcones, ahí nomás empezó el
baile.
Ewen Southby-Tailyour no alcanzó a ver nada. Solo escuchó el
tétrico rugir de los cazas y a unas adolescentes kelpers que lloraban en la
cocina. Como catapultado saltó de la silla y corrió hacia las jovencitas con la
evidente intención de calmarlas, perdiéndose lo más terrible de las escenas.
Eran las 11.10 (14.10Z) aproximadamente cuando los Skyhawk atacaron. Los aviones aparecieron súbitamente desde Puerto
Pleasseant, como si se hubieran materializado en el aire, volando a baja altura
y gran velocidad.
Al verlos venir, la gente que se encontraba en la playa y
las trincheras recientemente cavadas, se desesperó al no poder dar aviso a las
embarcaciones.
Con el “Sir Galahad” y el “Sir Tristam”, como blancos
completamente indefensos, las tropas en tierra incrementaron su poder de fuego
sabiendo que nada podían hacer para evitar la tragedia. Solo dañaron levemente
al avión del teniente Gálvez alcanzando su fuselaje con unos pocos impactos.
Cachón accionó la manivela y a de 900 km/h
lanzó sus bombas
para saltar por encima de su presa e iniciar maniobras de evasión,
“buscando
agua”, como se dice en la jerga aeronáutica. Detrás suyo el teniente
Rinke se
aprestaba a hacer lo mismo cuando un grito de Carmona distrajo su
atención,
impidiéndole lanzar sus explosivos a tiempo. Rinke pensaba que su joven
compañero había sido alcanzado por un misil (recordaba perfectamente que
segundos antes pasó uno entre él y su líder) pero el joven alférez
acababa de lanzar. Sus cargas erraron por muy poco, rebotaron en el agua
y pasaron a escasos centímetros del casco, provocando su rugido de
impotencia.
Eso no impidió que Rinke acribillara al “Sir
Galahad” con sus cañones, arrasando sus cubiertas y buena parte de su estructura, cosa que
también hizo Carmona mientras seguían al primer teniente Cachón.
Gálvez y Gómez se abalanzaron sobre el “Sir Tristam”
impactándolo el primero con sus tres bombas y errando por escaso margen el
segundo. Los daños en ese buque fueron tremendos aunque no
tan cruentos como los de su gemelo porque para ese entonces, la tropa y parte del
equipo habían sido bajados.
Las bombas de Cachón dieron de lleno en el “Sir Galahad”
desatando un verdadero infierno, con explosiones e incendios que se sucedieron
uno tras otro a una velocidad impresionante.
Las dos primeras salieron al mismo tiempo
y alcanzaron la proa para explotar sobre la cubierta. La tercera perforó el
centro del barco, en la zona de máquinas, traspasó la primera cubierta y explotó
en la segunda, donde los galeses esperaban para descender.
El lugarteniente Roberts se hallaba impartiendo instrucciones
a un sargento de pelotón y se disponía a regresar a cubierta cuando escuchó
voces aterrorizadas que advertían sobre el peligro.
-¡¡Al suelo, al suelo!! – Y casi enseguida, un ruido sordo y
un estallido aterrador.
Parecía que el mundo se venía abajo cuando el interior del
“Sir Galahad” quedó envuelto en llamas. Había personas que aullaban y corrían
por todas partes, muchas de ellas convertidas en antorchas, y en todas
partes se podían sentir lamentos desgarradores y desesperados pedidos de
auxilio.
Roberts miró hacia determinado sector y vio a varios
hombres ardiendo mientras corrían entre cadáveres y escombros.
El mismo se vio envuelto en llamaradas al incendiársele la ropa y el pelo. La piel y la carne de sus manos
comenzaron a derretirse y presa del pánico, gritó pidiendo auxilio,
en especial, cuando sintió espantosas quemaduras en el rostro. Intentó apagarse
las llamas pero todo esfuerzo fue inútil.
Mientras esas escenas se multiplicaban en las entrañas de la
embarcación, las municiones almacenadas a bordo comenzaron a estallar,
alcanzadas por el fuego. Casi al mismo tiempo explotaron dos Land Rover matando
a quienes se encontraban a su alrededor.
Varios marineros intentaron correr escaleras arriba pero en
la desesperación chocaron entre sí y cayeron todos al suelo. Lo más
impresionante eran los aullidos de agonía y desesperación llegando de todas partes, cada vez en mayor número.
Roberts sintió que alguien le envolvía la cabeza con un
trapo e intentaba apagarle las manos, a esa altura convertidas en dos llagas en
carne viva. Se asustó terriblemente al ver la expresión de sus salvadores
cuando lo miraron de frente pues a esa altura, ya era un monstruo deforme. Aún
así, intentaron tranquilizarlo y procedieron a evacuarlo subiéndolo a cubierta,
donde se apiñaban numerosos heridos y moribundos. Había gente que corría hacia
todos lados.
Al cabo de un tiempo, lo bajaron a un bote salvavidas, cosa
que le generó mucha angustia porque no sabía nadar pero enseguida se repuso
al ver a varias personas que podían ayudarlo.
Al producirse el ataque, el cabo de los guardias galeses, Mike Price llegó a
escuchar la orden de arrojarse al piso pero el
terror lo paralizó y permaneció de pie. El soldado John Strutt, que se hallaba
cerca suyo, voló por los aires a consecuencia del primer estallido,
estrellándose contra una pared. Cuando segundos después se despertó, vio que
varios objetos le habían caído encima. Como estaba herido, lo cargaron y lo traspasaron
a uno de los botes, salvando de ese modo su vida.
Al
tomar contacto con las llamas, el petróleo almacenado entró en
ignición, matando a numerosos hombres que intentaban abordar un lanchón
de desembarco. Fue algo realmente espantoso. Muchas otras personas
murieron en
la cafetería y otras más, movidas por la desesperación, se arrojaron a
las
aguas. Había soldados luchando por apagar las llamas de sus cuerpos y
otros que
se asfixiaban a causa del humo pero lo peor fueron quienes en el momento
del
ataque se encontraban en sus camarotes y debido al calor, quedaron
atrapados en el interior al deformarse y fundirse sus puertas,
pereciendo todos
carbonizados. Sus gritos desgarradores y los desesperados golpes
intentando
abrir las puertas, seguirían retumbando por varios años en los oídos de
quienes
lograron salir a ese infierno.
Los
cinco Skyhawk escaparon hacia el sur dejando detrás un caos de muerte y
destrucción. Ignorantes de la tragedia que habían desatado y sobre todo
de su magnitud, los pilotos proferían gritos de júbilo, más para
descargar la tremenda tensión que para festejar.
Habían sacado el máximo provecho de un error garrafal y eso
demostraba que pese a las bajas y el desgaste, la Fuerza Aérea
Argentina seguía siendo un enemigo formidable.
Southby-Tailyour corrió barranca abajo para ayudar a evacuar
a los heridos, conmovido por las escenas que veía pero tranquilo por haber
intentado todo por evitar la catástrofe.
El
soldado Chris White se sobresaltó al sentir las alarmas. Se encontraba
en la sala de recreación viendo un video y como sus compañeros, esperaba
la orden de desembarco de un momento a otro. Justo
en ese momento escuchó voces de
alerta, advirtiendo sobre un ataque aéreo e indicando dirigirse a los
puestos de combate. Soldados y tripulantes corrieron a colocarse los
trajes
antiflama y en esas estaban cuando una terrible detonación sacudió la
nave. A
partir de ese instante, todo pareció sucederse vertiginosamente.
Gran número de personas voló por el aire, cayendo con
fuerza hacia la izquierda. Las luces se apagaron y comenzaron a sucederse una
serie de estallidos que hicieron vibrar con violencia la estructura de la nave.
White
notó que su cabeza sangraba pero aun estaba consciente
porque podía escuchar claramente los pedidos de socorro de sus
compañeros en tanto aspiraba el humo increíblemente denso que invadió
los pasillos. Caminó como
pudo hasta la salida, pasando por encima de escombros y cuerpos
mutilados
mientras tosía semiasfixiado. Un muchacho joven gritaba enloquecido en
algún
lugar, diciendo que había perdido una pierna y no la podía encontrar.
Mientras pensaba si debía ir a socorrerlo o salir al exterior, sintió un
fuerte
puñetazo en el rostro el cual, por un momento le hizo perder el
equilibrio. Era su
amigo Kevin Woodford, a quien también le faltaba una pierna, quien se
hallaba completamente
fuera de sí.
White
buscó su provisión de morfina para inyectársela y
tranquilizarlo, pero no la encontró; tampoco la que su amigo debería
llevar
encima, así que tomándolo de la ropa y un brazo, lo empezó a arrastrar
hacia
las escalinatas con la esperanza de que alguien lo ayudase a subirlo. En
el
trayecto pisó el muñón ensangrentado de otro mutilado y fue en ese
instante cuando se dio cuenta que comenzaban a faltarle las fuerzas y lo
peor, estaba a punto de perder el conocimiento. Decidió dejar a
Woodford ahí mismo porque en
verdad, era imposible sacarlo al exterior y prometió regresar. Su amigo
quedó
tirado en silencio, sin mover un solo músculo.
Poco después, tras un ascenso que le pareció eterno,
logró ganar el exterior, absorbiendo una profunda bocanada de oxigeno fresco
que pareció devolverle la vida. Desde la cubierta pudo ver una negra y
gigantesca columna de humo desprendiéndose del centro de la nave y a los helicópteros que se acercaban para socorrerlos.
Una
vez fuera, buscó desesperadamente ayuda, atormentado
por haber abandonado a su amigo y al no logra que nadie le prestase
atención, corrió hasta la popa donde vio mucha gente apiñada, lista para
ser
evacuada. Le llamó la atención la calma de muchos de aquellos
individuos, cosa
que, después averiguó, se debía a los efectos de la morfina. Se veían
hombres con
espantosas mutilaciones, la mayoría con alguno de sus miembros
cercenados y
otros con terribles quemaduras.
Sin
darle tiempo a hablar, lo subieron a uno de los
helicópteros y lo condujeron primero a tierra firme y después al buque
hospital “Uganda”
donde, en un par de ocasiones, intentó quitarse la vida debido al
sentimiento
de culpa que lo agobiaba. Ni siquiera la noticia de que Woodford logró
sobrevivir (aunque estaba en terapia intensiva) logró tranquilizarlo.
Una vez
terminada la guerra, White se convertiría en una verdadera pesadilla
para su
familia.
David Grimshaw se quitó inmediatamente los correajes porque
tenía municiones sujetas a ellos y su vida corría peligro. Había fuego y humo
por todas partes.
Estaba
tirado en el suelo cuando reaccionó y al intentar
incorporarse, notó que le faltaba una pierna. Volvió a caer entre
numerosos
escombros y allí permaneció varios segundos hasta que decidió
arrastrarse
hasta la salida. Para colmo de males, tenía su mano izquierda en carne
viva y
eso dificultaba sus movimientos. Detrás de él estallaron los Land Rover
que
mataron a tanta gente y provocaron los alaridos de los
heridos al ser izados hasta la cubierta superior después de pedir ayuda
desesperadamente. Allí vio, con verdadero espanto, como la gente corría y
hablaba a los gritos, todos al mismo tiempo, extremadamente excitados.
Enseguida le hicieron un torniquete y le aplicaron morfina para
evacuarlo en un
helicóptero.
Wayne Traig acababa de colocar las municiones en el
centro del buque cuando este fue alcanzado. Casi inmediatamente, los lamentos y
los desesperados pedidos de auxilio invadieron el recinto y eso le hizo pensar
que su hora había llegado.
Con su cuerpo envuelto en llamas corrió en busca de la
salida gritando voz en cuello y en el trayecto chocó con otro marino herido. Una vez
en cubierta le apagaron las llamas y procedieron a evacuarlo mientras
observaba con verdadero horror la piel de sus derretidas manos colgándole como
si fueran guantes vacíos.
Simon Weston y su pelotón aguardaban junto a una lancha de desembarco, listos para abordar,
cuando la primera bomba estalló. Llevaba puesta su mochila y estaba recibiendo
órdenes de un teniente que en esos momentos explicaba el plan a seguir para la
captura de Sapper Hill.
Una feroz sacudida le hizo perder el equilibrio dando con su humanidad por el suelo.
La explosión provocó el estallido de dos camiones cargados con combustible para misiles y
eso desató un verdadero infierno. Weston recordaría años después las llamas y
la sangre derramada.
El galés voló envuelto en
llamas. El calor era tan intenso que sintió como se le derretían las suelas de
sus borceguíes. Pensó en alzar a un compañero herido, pero no tuvo fuerzas
porque buena parte de su cuerpo estaba quemado. Alguien lo empujó hasta la
cubierta superior y enseguida perdió el conocimiento. Lo último que recuerda a
bordo fue la vista del helicóptero en el cual fue evacuado.
El aparato lo depositó en Fitz
Roy, donde fue transferido a otro aparato para seguir en él hasta el hospital de la enlatadora de
carne, The Red
and Green Co. de las Falklands, donde no se había tenido la precaución de
pintar ninguna cruz roja para identificarlo como tal. Dos horas después comenzarían
a caer bombas ahí también y por eso todo el mundo salió corriendo dejándolo solo, aún quienes lo estaban atendiendo.
Uno de esos proyectiles mató a
cinco hombres fuera del edificio y otros dos impactaron cerca, sin
estallar.
En el “Sir Tristam” el jefe de máquinas terminaba de
impartir una serie de instrucciones a su gente, entre ellos numerosos
tripulantes chinos, cuando se oyó el alerta roja y las terribles explosiones
que siguieron después. El buque pareció estremecerse mientras en la cubierta se
escuchaban las descargas de los Bofors disparándole a la nada.
Oficiales y tripulantes se abrieron paso a través de llamas
y escombros en tanto los estallidos se sucedían unos a otros. Para su fortuna,
el buque no estaba tan cargado de gente como el “Sir Galahad” y por esa razón,
escapar de su interior fue menos traumático. En la cubierta
exterior pudieron comprobar que la nave había sido seriamente dañada y los
incendios se extendían por toda su estructura, razón por la cual, muchos de los
tripulantes bendijeron el hecho que al momento de producirse el ataque, los
guardias escoceses y buena parte de la tripulación estuviesen en tierra.
Sin demorar un instante, comenzaron a abordar los botes y
minutos después remaban hacia la costa al tiempo que otras balsas de la dotación se
aproximaban al “Sir Galahad” para brindar ayuda.
Los helicópteros no tardaron en aparecer, todos ellos
comandados por Hugo Clark, quien a través de la radio solicitaba urgentemente
el envío de todos los aparatos disponibles.
Muchos de los sobrevivientes fueron rescatados de las aguas
por esos aparatos, en especial aquellos que flotaban entre las llamas generadas
por el combustible derramado y a otros se los extrajo directamente de las
entrañas del buque.
Un Sea King logró recuperar a un galés que se había aferrado
al ancla y casos similares se repitieron durante todo el día, con hombres desesperados, sujetos a las cadenas de la nave.
Al ver el bombardeo, efectivos del Para 2 abandonaron sus trincheras
y corrieron hacia la playa para auxiliar a quienes iban llegando. Así
estuvieron hasta la noche haciendo un esfuerzo realmente titánico.
Algunas balsas empujadas por el viento regresaban a las
llamas y estallaban al ser abrazadas por el fuego. Por esa razón, los
helicópteros intentaron alejarlas haciendo viento en contra con sus hélices;
incluso un Lynx introdujo uno de sus esquíes en el agua para recoger a un
náufrago y otro se aproximó temerariamente al buque para retirar heridos.
Mientras eso sucedía, el resto aguardaba su turno suspendidos en el aire, prontos para
socorrer a más gente. En verdad, aquellos pilotos dieron muestras de gran valor
y profesionalidad ese día.
En las playas el espectáculo era realmente dantesco;
espeluznante sería más adecuado decir.
Cuando el “Sir Galahad” estallaba, la tierra parecía
temblar; los heridos que llegaban a la orilla se hallaban en estado de
shock, muchos de ellos, semiinconscientes y tambaleantes; los quemados y
mutilados eran atados a tanques y vehículos, para evitar que se movieran y
facilitar su traslado a los hospitales de campaña; los chinos iban de aquí para
allá, temblando atontados y se veía a hombres que daban unos pasos,
trastabillaban y ayudados por sus compañeros, se incorporaban de nuevo, para volver
a caer. Parecía una procesión salida del infierno.
Según Marion Stock, del Real Servicio de Enfermeras “Reina
Alejandra”, al llegar a la Sala
de Oficiales del “Uganda”, a esas horas convertida en barraca para recibir a los heridos,
experimentó una fuerte sensación de estupor, en especial cuando sintió el
penetrante olor de la carne quemada. Al ingresar, en compañía de una colega,
vio unas cuarenta camas con gente deformada por las quemaduras, muchas de ellas
quejándose lastimosamente. Su primer impulso fue dar media vuelta y salir
corriendo pero se sobrepuso y con bastante dificultad, intentó sonreír para
comenzar a atender a aquellos pobres individuos.
Lo más llamativo fue ver a varios argentinos allí, a
quienes las enfermeras y los médicos trataban con mucho esmero. A uno que por
sus lesiones no podía comer, heridos ingleses lo ayudaban a llevar el alimento
a la boca, lo mismo a otro imposibilitado de incorporarse. Afortunadamente a bordo
había un sacerdote que hablaba español.
A las 13.50 (16.50Z) arribaron a San Carlos cinco Mirages V
Dagger pertenecientes a las escuadrillas “Perro” y “Gato”, del Grupo 6 de Caza,
procedentes de Río Grande3.
Integraban la primera el capitán Carlos Rodhe, a bordo del
avión matrícula C-415, el primer teniente José Gabari, en el C-417 y el primer
teniente Jorge Ratti en el C-414, todos armados con dos bombas retardadas por
paracaídas de 250 kgr.
La segunda escuadrilla estaba conformada por el capitán
Amilcar Cimatti (avión matrícula C-435), el mayor Napoleón Martínez (C-418) y
el teniente Carlos Antonietti (C-431), quienes portaban el mismo tipo de
armamento y, como sus compañeros, tenían como objetivo los buques de desembarco
y las tropas apostadas en Fitz Roy.
La fragata HMS “Plymouth” bombardeaba Monte Rosalía al norte
de la Gran Malvina,
cuando se le ordenó navegar en dirección a Bahía Agradable para ofrecer
cobertura. El buque viró y enfiló hacia el sitio indicado y mientras dejaba atrás
la boca del estrecho, cayeron sobre ella los cinco cazas, arrojándole un total
de diez bombas, cuatro de las cuales impactaron en su estructura.
El
capitán Rodhe fue el primero en lanzar sus cargas. Gabari, que venía detrás a
toda potencia, no pudo hacerlo pero ametralló el casco perforándolo en varios puntos, seguido
inmediatamente después por el primer teniente Ratti que si soltó y también
disparó.
El
buque logró lanzar un Sea Cat pero erró por amplio margen y pese a que en un
primer momento Gran Bretaña aseguró haber derribado dos aviones, debió
reconocer posteriormente que ninguno de los jets resultó alcanzado.
De las
cuatro bombas que tocaron la nave, una atravesó su chimenea y estalló en el
mar; la segunda explotó en la cabina de vuelo, haciendo detonar una carga de
profundidad que desató un feroz incendio, la tercera destrozó su mortero Limbo
antisubmarino (no estalló) y la cuarta rebotó en la proa y explotó en el aire.
Afortunadamente los Sea Harrier se hallaban ausentes, distraídos por una
escuadrilla de diversión y eso permitió a los argentinos escapar sanos y salvos
rumbo al continente.
Las
escuadrillas de diversión estaban integradas por dos Mirages III E del Grupo 8
de Caza tripuladas por el capitán Carlos A. Arnau a bordo del avión matrícula
I-014 y el mayor Carlos Alberto Luna en el I-017 (indicativo “Flecha”), armados
ambos con cañones y misiles Matra. Les siguieron los “Lanza” piloteados por los
capitanes, Roberto A. González y Guillermo A. Ballesteros, provistos de misiles
Magic, quienes llegaron al Teatro de Operaciones con el objeto de desviar la
atención de las PAC.
Al
respecto, dicen los autores británicos de Malvinas.
La Guerra Aérea:
Su primer empleo operacional
parece haber sido en el rol de señuelo mientras otros aviones de combate
llevaban a cabo el ataque real. Una de esas misiones parece haber sido parte
del elaborado, y muy exitoso, ataque sobre los buques británicos en Puerto
Pleasant el 8 de junio. El primer rol del Grupo 8 parece haber sido poner
cuatro Mirages en el aire, posiblemente en dos parejas, en un ataque simulado
sobre las cabezas de playa británicas en la zona de San Carlos. Volando en un
perfil simulado de vuelo de ataque de un Dagger, los Mirages entraron por el
noroeste de la Gran Malvina
poco antes de las 1645Z, pero interrumpieron el “ataque” tan pronto como la PAC de Sea Harriers mostró
interés en su presencia. Así, durante muchos minutos, los Sea Harrier se
mantuvieron ocupados y su atención fue alejada de los Daggers y Skyhawks
realmente encargados de la misión sobre Puerto Pleasant4.
Ese
mismo día, dos escuadrillas de Dagger armadas solo con cañones, alcanzaron el
Seno Choiseul en busca de naves enemigas. Integraban la primera el vicecomodoro
Luis Domingo Villar, el primer teniente Mario Miguel Callejo y el teniente
Daniel Oscar Valente (indicativo “Carta”) y la segunda, el capitán Carlos Alberto
Maffeis, el primer teniente Carlos Alberto Musso y el teniente Gustavo E. Aguirre
Faget (indicativo “Sobre”). Guiados por el Learjet LR-35 tripulado por el
capitán Miguel Ángel Arques y el teniente Enrique Gabriel Felice (indicativo
“Galgo”), alcanzaron la zona de combate sin encontrar el objetivo.
La
“Plymouth” navegó hacia el este, despidiendo una gruesa columna de humo,
llevando a bordo cinco heridos graves y diez más de distinta consideración (se
supone que alguno de ellos falleció posteriormente). Se alejó del lugar a
escasos 3 nudos de velocidad, buscando aguas abiertas, mientras su interior se
incendiaba y una bomba sin estallar incrementaba la amenaza de un
nuevo desastre a medida que pasaba el tiempo.
Son inexactos los dichos de Hasting y Jenkins, cuando dicen que el Sea
Cat alcanzó a uno de los Dagger y que uno de los cañones Oerlikon de a bordo,
derribó otro. Como hemos dicho, los cinco aviones regresaron sanos y salvos e
Inglaterra debió admitir, posteriormente, que la fragata no produjo ningún
derribo. Tampoco suministró información sobre las bajas, pese a reconocer el
ataque y admitir serios daños5.
Los
pilotos fueron recibidos en la base con grandes manifestaciones de
júbilo en tanto la FAS
se aprestaba a lanzar nuevas misiones de ataque.
Menos
afortunadas fueron las escuadrillas “Mazo” y “Martillo”, que llegaron a Fitz
Roy a las 15.53 (18.30Z) para atacar objetivos navales en cumplimiento de las
órdenes fragmentarias 1296 y 1297.
Componían
la primera tres Skyhawk A4B tripulados por el primer teniente Danilo
Bolzán a bordo del avión matrícula C-204, el alférez Guillermo Dellepiane en el
C-239 y el teniente Juan “Turco” Arrarás en el C-226. La segunda, formada por
tres aparatos similares, estaba integrada por el primer teniente Oscar Berrier
(avión matrícula C-212), el alférez Alfredo Vázquez (C-228) y el primer
teniente Héctor “Pipi” Sánchez (C-231), quienes habían despegado de Río
Gallegos a las 15.00 (18.00Z).
Por su parte, desde la base aérea de San Julián, despegó la
escuadrilla “Yunque”, cuatro Skyhawk A4C, también armados con bombas retardadas
por paracaídas (tres cada uno), tripulados por el capitán Mario Caffaratti, el
teniente Atilio Zattara, el teniente Daniel Alberto Paredi y el alférez Carlos
Codrington quienes volaron hacia el punto de reunión con el Hércules KC-130
(indicativo “Parca”), al comando de los vicecomodoros Alfredo Cano y Eduardo
Servatico, para hacer reabastecimiento. El pesado cisterna despegó de
Río Gallegos a las 11.55 (14.55Z) y se mantuvo en posición sobre las
coordenadas 52º 00’
S / 66º 00’
O en espera de los cazas.
Siguiendo la ruta de Cachón, los “Mazo” y los “Martillo”
llegaron a la zona de los objetivos donde los esperaba un enemigo prevenido,
con sus baterías de misiles Rapier montadas en las alturas circundantes
e instaladas emboscadas antiaéreas con misiles Blow Pipe.
Para entonces, el alférez Dellepiane había regresado por
problemas mecánicos y por consiguiente, las escuadrillas llevaban a Danilo
Bolzán y al Turco Arrarás como punta de lanza.
Después
del reabastecimiento, los aviones siguieron vuelo a las islas, a las
que ingresaron en formación escalonada cuarenta minutos
después. Fue cuando el primer
teniente Sánchez notó que uno de los tanques externos comenzó a
transferir menos
cantidad de combustible y enseguida comprendió que eso
ponía en peligro su regreso al continente. Sin embargo, hallándose tan
cerca
del archipiélago, optó por la más difícil: seguir adelante y alcanzar el
objetivo. Un acto realmente temerario
De ese modo, pasaron entre los cerros y aparecieron sobre
las posiciones enemigas donde los recibió una cortina de fuego realmente
nutrida, conformada por proyectiles de 20 y 30 mm, misiles antiaéreos y
municiones de diverso tipo, a la que sobrepasaron a una velocidad de 900 km/h.
En esos momentos, el numeral 4 (teniente Vázquez) superó al
avión del primer teniente Sánchez dejándolo en cuarto lugar, obligándolo a dar
máxima potencia para retomar su posición. Como sus compañeros, ignoraba
que en esos momentos dos Sea Harrier del Escuadrón 800 en patrulla sobre el
noreste de la Isla Soledad,
viraban hacia Fitz Roy para interceptarlos.
El primer teniente Sánchez se percató de su presencia al girar la cabeza y ver cerca de su cola los
disparos del enemigo levando grandes columnas de agua.
Sánchez sobrepasaba al alférez Vázquez por la derecha cuando
el líder de la formación detectó una LCU de la dotación del “Fearless”, navegando
entre Prado del Ganso y Fitz Roy. Se trataba de la “Foxtrot 4”, comandada por el sargento
Brian Johnston, quien una vez más, subestimado los consejos de Southby-Tailyour,
se desplazaba imprudentemente en horas del día.
Al ver la lancha, Bolzán hizo un repentino viraje y seguido por sus hombres se lanzó al ataque, obligando a Sánchez a tomar
altura para no embestirlos.
La maniobra dejó absortos a los pilotos británicos, quienes
a toda prisa, se lanzaron en su persecución.
Mientras tanto, en el mar, el sargento Johnston, a cargo de
la “Foxtrot 4”
vio a los aviones que se le venían encima y a toda velocidad intentó maniobrar
para evitar la embestida.
Bolzán fue el primero en atacar, seguido por Vázquez, pero
al no poder arrojar sus bombas acribilló a la nave con sus cañones. Vázquez
llegó inmediatamente después errando por muy poco al lanzar las suyas pero el
Turco Arrarás, que venía detrás, sí la alcanzó provocando un incendio a bordo
que mató a Johnston y todos sus tripulantes6.
Pero los argentinos estaban condenados. Mientras el LCU se
hundía en el Seno Choiseul, los pilotos ingleses iniciaban la aproximación para
evitar la retirada de sus enemigos.
El “Pipi” Sánchez vio cuando Dave Morgan (avión matrícula
ZA177) lanzó su Sidewinder, y de manera inmediata dio el alerta.
-¡Misil en el aire!, ¡misil en el aire! ¡Dos Sea Harrier!
Arrarás efectuó maniobrar para esquivar el proyectil pero
fue alcanzado en la parte posterior y aunque logró eyectarse, no sobrevivió,
estrellándose en la isla Philimore a las 16.46 (19.46Z).
Dave Smith (avión matrícula XZ499) vio el repliegue de
Vázquez y también disparó, alcanzándolo en la parte posterior. El piloto
argentino también se eyectó pero al no desplegarse su paracaídas, pereció al
impactar en el mar.
Bolzán no tuvo mejor suerte porque además de ser alcanzado
por los cañones del implacable Morgan, recibió el impacto de su segundo
Sidewinder que lo dejó envuelto en llamas, estrellándose en las dunas de Rain
Cove (Bahía de las Lluvias), cerca de la isla Creek, al norte de Lafonia.
Solo Sánchez logró escapar, en lo que fue una verdadera odisea.
Por
un
breve espacio de tiempo, el piloto argentino perdió de vista a los Sea
Harrier y eso lo puso en extremo nervioso; sin embargo, al alzar la
cabeza los vio sobre su cabina justo cuando iniciaban maniobras para
atacarlo.
Sin
pensarlo un segundo, se desprendió de todo el peso extra (tanques
suplementarios, soportes, etc.) y pegándose al mar, puso proa al
oeste, muy tenso y shockeado por la forma en la que había visto morir a
sus
compañeros.
Una
rápida mirada al tablero le permitió comprobar que escaso de
combustible como estaba, no llegaba a ningún lado excepto a Puerto
Argentino donde seguramente al intentar aterrizar, iba a ser abatido por
sus propias
defensas.
A
riesgo de su vida, jugado como estaba, tomó altura y redujo la potencia de
motor a efectos de ahorrar la mayor cantidad de combustible posible.
Mientras
Sánchez escapaba hacia la
Patagonia, la escuadrilla “Yunque” entraba en la zona de
combate para atacar por segunda vez a las tropas que habían desembarcado en
Bahía Agradable.
Lo
primero que vieron fue al “Sir Galahad” y al “Sir Tristam” recostados sobre la
costa, desprendiendo gruesas columnas de humo y eso les sirvió para
orientarse. Una vez sobre Bluff Cove, divisaron a las tropas desplegándose por el terreno, disparándose.
Un
misil pasó cerca del “Gordo” Paredi, forzándolo a maniobrar para
esquivarlo.
Pasó muy cerca de su cola pero siguió de largo casi cuando un proyectil
de Blow Pipe estallaba delante suyo. El piloto creyó que habían
alcanzado la nariz de su avión pero no fue así. Con gran alivio comprobó
que
estaba intacto y de esa manera, atacó a las fuerzas de tierra, arrojando
sus
bombas y disparando sus cañones.
Un
segundo misil fue apenas esquivado por el alférez Codrington, quien realizaba verdaderas
acrobacias para evitar ciertas ráfagas de metralla que resultaron ser las de
sus propios cañones pues, a causa de los nervios, mantenía oprimido el
obturador efectuando disparos sin darse cuenta.
Al
girar hacia la izquierda dispuesto a emprender la retirada, Paredi vio una luz roja
que perseguía al teniente Zattara, numeral del capitán Caffaratti, quienes
acababan de lanzar sus bombas y escapaban rumbo al oeste.
Cuando
Paredi giró la cabeza para el otro lado, distinguió al alférez
Codrington perseguido por un misil que volaba muy cerca de su timón. A
ambos quiso
avisarles pero para su desazón, la radio no le funcionaba. En ese
momento fue
alcanzado por disparos y su tobera comenzó a despedir humo.
Las
bombas estallaron en medio del dispositivo inglés, provocando serios
daños en
hombres y material (varias de ellas lo hicieron en el puesto sanitario
donde era atendido Simon Weston). Los aviones emprendieron el regreso a 1400 libras de
aceleración, alcanzando el norte de la Gran Malvina a los veinte minutos, donde los
esperaban los Sea Harrier listos para abatirlos. Sin embargo, para su fortuna,
lograron evadirlos porque en ese momento, los ingleses carecían de
munición y tenían el combustible al
límite.
Mientras
eso ocurría cerca de la isla Borbón, el primer teniente Sánchez llamaba
angustiosamente en frecuencia de reabastecimiento para ver si algún
avión
cisterna se encontraba en la zona. Sabía que eso era muy difícil por
encontrarse fuera del radio de alcance de los KC-130 pero era imperioso
que alguien le
respondiera porque sus medidores indicaban que estaba pronto a caer al
mar. Con
gran decisión había desechado la opción de eyectarse sobre las islas y
caer
prisionero pues todavía creía tener una chance de salvar su aeronave
pero posibilidad
iba a desaparecer si en el término de quince minutos no lograba hacerse
de
combustible.
Después
de varios llamados, la voz del vicecomodoro Cano llegó clara hasta sus oídos;
como si fuera la voz de Dios. Sánchez creyó revivir y se desesperó por ubicar
al Hércules, cuyo comandante le pidió las posiciones geográficas.
Con su
vista clavada en la aguja del indicador de combustible, Sánchez informó que por
carecer de radar a bordo, no podía pasar esa información. Extremadamente tenso,
sabiéndose a punto de precipitarse al océano, indicó que solo le
quedaban 400 litros
y en unos minutos comenzaría a caer.
-Quedate
tranquilo, pibe –le contestó el vicecomodoro Cano- Estamos yendo para allá.
En esos
momentos, los Skyhawk de la escuadrilla “Yunque” volaban a 12.000 metros
de
altura y sus pilotos escuchaban preocupados la conversación entre
Sánchez y el comandante del Hércules quien aún a riesgo de ser detectado
por los Sea
Harrier, comenzó a acercarse a las islas.
Sánchez
optó por no mirar más el tablero porque eso lo ponía cada vez más tenso y le
impedía razonar. Para su fortuna, en medio del cielo azul, en la lejanía,
alcanzó a ver la silueta del Hércules y hacia él se dirigió con desesperación.
La
visión del cisterna con sus mangueras extendidas, fue una de las mejores cosas
que le pasaron en la vida. Se fue aproximando lentamente y extendiendo el
conducto de carga logró acoplarse sin problemas para comenzar a trasvasar el
preciado líquido, salvando milagrosamente su vida. Muchos años después de la
guerra Sánchez dirá en un documental que para él, Cano es su
segundo padre7.
Mientras
tanto, en otro punto del océano, el teniente Paredi también comenzó a
experimentar fallas. Su indicador de aceite comenzó a fluctuar, señal inequívoca de que
estaba perdiendo líquido y eso terminaría por engranar el motor.
Siguiendo
las indicaciones del manual, hizo una serie de ajustes pero los mismos
de nada sirvieron. Intentó varias veces repasando una y otra vez los
procedimientos sin lograr solucionar el inconveniente. Creyéndose
perdido, decidió extraer una fotografía de su esposa y sus hijos y
la colocó en el tablero, delante suyo, bien a la vista, pensando que esa
iba a
ser la última vez que los veía. “Bueno, si
me voy a estrellar, que sea echando una última mirada a mis seres queridos”,
se dijo. Y en silencio se puso a rezar.
En esas
estaba cuando, repentinamente, la aguja del indicador regresó a su lugar. Su
familia lo había ayudado a pasar tan difícil momento y Dios respondido
sus plegarias.
Los
“Yunque” divisaron al KC-130 del vicecomodoro Pessana (indicativo “Parca 2”), y hacia allí enfilaron,
reabasteciéndose sin problemas. Media hora después, aterrizaban en San Julián,
poniendo fin a tan arriesgada misión.
Sánchez
lo hizo de noche, shockeado, transpirado y agarrotado por el stress.
Acababa de vivir una experiencia límite y estaba realmente extenuado.
Nunca olvidaría, ni bien bajó del avión, a los mecánicos de sus
camaradas caídos, aguardando en la plataforma.
Aquel
fue un día terrible para Gran Bretaña; la jornada más negra de la
Task Force, con cincuenta y siete muertos y
un centenar de heridos graves, sin contar las bajas de la fragata “Plymouth”,
todo ello porque una vez más, los altos mandos habían subestimado al
enemigo. Argentina había demostrado que todavía podía asestar golpes muy duros
y pese al desgaste y el castigo recibido a lo largo de la
campaña, disminuida y debilitada por la pérdida de hombres y aparatos, la Fuerza Aérea seguía siendo un
arma implacable, capaz de lanzar terribles zarpazos aún en agonía.
Por
el
lado británico, jerarquías y competencias personales habían llevado a un
sangriento desenlace, el cual de haberse escuchado al hombre que más
sabía de Malvinas y la guerra anfibia, se podría haber evitado.
Muchos
más hombres murieron en días posteriores como consecuencia de los ataques en
Bahía Agradable, lo mismo al término de la guerra y muchas cabezas iban a rodar
en el alto mando por esa causa.
Bluff
Cove demoró una semana el avance británico sobre Puerto Argentina aunque a
costa de otros tres heroicos argentinos que ofrendaron sus vidas en
cumplimiento del deber.
Notas
1 Pablo Marcos Rafael Carballo, Dios y los Halcones, Revista “Siete Días”, Suplemento 9, Bs. As.,
Marzo de 1983; Halcones de Malvinas,
Ediciones Argentinidad, Bs. As. 2005.
2 El tiempo que se tardaba en recorrer 8 kilómetros.
3 Habían despegado a las 13.00 hora local.
4 Rodney A. Burden, Michael I. Drapper, Douglas A. Rouge, Colin R. Smith
y David A. Wilton , op. cit.
5 Mucho tiempo después se hablaría de cinco heridos
graves a bordo.
6 Sargento Brian Johnston (comandante), sargento
Rotherham, marinero Anthony Rundell, señalizador Robert Griffin, suboficiales
Dusty Miller y James.
7 César Turturro, op. Cit.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur