La mañana del 19 de mayo, la Compañía de Comandos 601
estaba lista para efectuar el cruce a la Gran Malvina en cumplimiento de
una nueva misión. Informes enviados por el RI5 acantonado en Puerto Howard,
venían dando cuenta de movimientos extraños en el lugar y por esa razón era
imperioso efectuar una recorrida para determinar su origen.
Según un análisis efectuado por Castagneto y el mayor
Doglioli, el desembarco británico iba a tener lugar en Fitz Roy, San Carlos o el istmo de Darwin, entre el 19 y el 21 de ese mes y por esa razón llamó mucho la
atención que la compañía de comandos fuese enviada a una misión carente de sentido, lejos de las zonas de peligro, en áreas que
Inteligencia no había señalado.
Puerto Howard era el único punto ocupado por las fuerzas
argentinas que la aviación británica todavía no había atacado y por esa razón,
el mayor Castagneto suponía que debía enviarse hacia allí al grupo de emboscada
de la Compañía,
al mando del capitán Frecha, seguro de que el enemigo iba a realizar alguna
acción en ese sector.
Después de racionar en caliente, los efectivos seleccionados
recogieron sus equipos y echaron a andar hacia el campo de fútbol contiguo a la
casa del gobernador, donde esperaban posados tres helicópteros Puma para trasladarse
a la zona asignada.
Los aparatos, con capacidad para veinte personas cada uno,
estaban listos para levantar vuelo pero la niebla, extremadamente densa aquella
mañana, había hecho imposible su partida. Por esa razón, los soldados debieron
descender y esperar sentados sobre el césped hasta que el clima mejorase.
Cerca de las 12.30 la bruma se disipó y entonces los
comandos se incorporaron y abordaron las aeronaves. Una vez todos arriba, las
mismas se elevaron y poniendo proa al oeste enfilaron hacia la Gran Malvina, escoltados por un
Agusta A-109 de ataque.
A gran velocidad, desplazándose a muy baja altura, la
formación atravesó el sector norte de la isla Soledad, cruzó el gran brazo de
agua que baña Teal Inlet y sobrevoló Puerto San Carlos, localidad en la cual habían
estado 48 horas antes.
Cruzaron el estrecho al ras de las olas, casi en su misma
desembocadura y a la altura de Punta Roca viraron hacia el sur, en dirección a
Puerto Howard.
A medida que avanzaban, la niebla comenzó a concentrarse y a
tornarse más densa, dificultando notablemente la visión.
Eso preocupó a los pilotos y al mismo Castagneto porque los helicópteros
carecían del instrumental adecuado para volar a ciegas y existía el riesgo de
impactar contra los acantilados.
Hasta tal punto se hizo crítica la situación que por un
momento se pensó abortar la operación y regresar al punto de partida.
Afortunadamente, a los pocos minutos, la vista de un peñasco les permitió
orientarse y seguir avanzando y algo más adelante, comprobar que volaban sobre
tierra firme.
Como la bruma hacía prácticamente imposible la navegación,
el piloto se volvió hacia Castagneto y le preguntó si debía detenerse.
-¡¿Aterrizamos aquí?! – gritó por encima del ruido producido por el rotor.
-¡Si! – gritó el jefe de los comandos y acto seguido, las
máquinas comenzaron a descender posándose suavemente en las laderas del monte
Rosalía.
Los comandos saltaron a tierra y procedieron a montar el campamento, armando las carpas y desplegando sus bolsas
de dormir. Los pilotos, en cambio, permanecieron en el interior de sus
aparatos, al amparo de las inclemencias del tiempo, atentos a la radio.
Para protegerse de la helada y la ventisca, los hombres de
Castagneto colocaron sus mochilas junto a las bolsas de dormir y eso mitigó en
parte sus efectos. Y es que a esa altura, las ráfagas se habían tornado
realmente huracanadas, con una llovizna helada y un frío que calaba los huesos.
En
esas condiciones pasaron la noche, despertando a la mañana siguiente
completamente empapados y entumecidos, aunque dispuestos a seguir.
Recién a las 10.00 el tiempo mejoró un poco y eso les
permitió subir a los helicópteros y reemprender la marcha, sin embargo, quince
minutos después debieron posarse nuevamente porque el clima había vuelto a
empeorar.
Reanudaron el avance cerca del mediodía y así siguieron
hasta que en la lejanía se recortó la silueta de una casa solitaria1,
hacia la cual se aproximaron para hacer una inspección. Siguiendo las
instrucciones, adoptando las
correspondientes medidas precautorias, apuntando con sus armas en tanto
se hacían gestos con las manos para comunicarse entre sí.
La permanencia en aquel establecimiento no fue prolongada. Los
efectivos recorrieron los alrededores y las
14.00, después de comprobar que el paraje se hallaba deshabitado, siguieron
viaje bajo un cielo completamente despejado.
Al cabo de media hora, habiendo recorrido 30 kilómetros en dirección sudoeste, arribaron a destino, donde fueron recibidos por los integrantes
del Regimiento de Infantería 5, apostado en el lugar.
Ni bien se terminaron de instalar, Castagneto despachó dos
secciones de reconocimiento, una en cada helicóptero, para explorar las
regiones situadas el norte y noroeste de las posiciones del regimiento.
Pasada una hora, el mayor Roberto Oscar Yanzi, a cargo de las
aeronaves, manifestó a Castagneto su intención de regresar a Puerto Argentino porque
debía hacer recarga de combustible. Cuando terminó de hablar, el jefe de los
comandos se negó rotundamente; a su entender, era imperioso que los aparatos
permaneciesen allí porque el general Menéndez se los había asignado a la Compañía. Yanzi
se manifestó en desacuerdo y por esa razón llamó por radio a la capital
para
hablar con el general Parada y con su jefe, el teniente coronel Reveand.
Esa
actitud generó un fuerte intercambio de palabras entre Castagneto y el
piloto, el cual finalizó abruptamente cuando la gente de Yanzi emprendió
el regreso y los
cuarenta comandos quedaron allí, librados a su suerte.
Según argumentaba Reveand, las aeronaves debían preservarse
de los ataques aéreos y permaneciendo en Puerto Howard quedaban sumamente
expuestas. De nada le sirvió al jefe de la 601 insistir, ni aún después de manifestar
a los gritos que mucho más valía la vida de un soldado.
Los comandos pernoctaron en el galpón de esquila del
establecimiento, muy cerca del muelle donde se alojaba la sección de
Ingenieros, soportando el frío y la humedad.
El 21 por la mañana, antes del amanecer, el capitán Frecha
se dedicó a recorrer el caserío y sus alrededores, buscando un terreno donde instalar
la emboscada antiaérea. Fue así como dio con un punto próximo al puesto de
mando del RI5, en el centro del poblado, donde decidió apostar la sección antiaérea en forma escalonada. A la gente de Frecha ña ubicó a 150 metros de la costa, en proximidades de la
bahía, muy cerca de una pila de turba seca que los kelpers tenían allí; a la del
teniente primero Sergio Fernández en segundo lugar, algo retrasada y a la del cabo primero
Jorge Martínez a 20
metros de distancia, algo más cerca del pueblo, como
unidad de puntería 3.
Cerca de las 08.15 comenzaron a escucharse ruidos de rotores.
En un primer momento se pensó que se trataba de máquinas propias porque parecían
llegar desde el istmo de Darwin pero alguien informó que se trataba de una
máquina no identificada patrullando las inmediaciones del estrecho.
No podía
ser un helicóptero argentino por la sencilla razón de que ese no era el tipo de
tareas asignadas a ellos.
Castagneto reparó en ese detalle y recordó que la Aviación de Ejército solía
sortear el estrecho a baja altura, siempre por el sector más
angosto.
El aparato en cuestión era un Lynx artillado que se
aproximaba lentamente a Shag Cove, donde su silueta se pudo apreciar mejor. Una
vez sobre la caleta, se mantuvo estático en el aire algunos minutos y luego se
retiró a gran velocidad, pasando a 4 kilómetros al este de Puerto Howard, fuera
del alcance de sus baterías.
Superado el incidente, Castagneto corrió al puesto de
comunicaciones para llamar a Puerto Argentino y confirmar si su grupo iba a ser
recogido. En esas se encontraba ocupado cuando el poderoso sonido de unas turbinas, hizo
temblar el área. Un Harrier GR.3 se dirigía velozmente hacia el caserío.
El teniente primero Sergio Fernández lo vio venir y se dijo
a sí mismo “Bueno, llegó el momento.
Entramos en combate”. Inmediatamente después miró su reloj y vio que las
agujas señalaban las 09.55.
La gente del regimiento empezó a correr adoptando posiciones
de combate mientras los componentes de la sección de emboscada antiaérea
se colocaban sus Blow Pipe sobre los hombros y apuntaban hacia el sudeste, en
dirección a la bahía.
El avión enemigo llegaba en trayectoria oblicua, a
unos 20 metros
de la superficie y gran velocidad cuando Frecha y Fernández dispararon.
El Harrier hizo un giro tan brusco hacia la derecha que
pareció pronto a estrellarse al otro lado de la bahía, pero a 300 metros de la superficie
volvió a cambiar de rumbo y sin disminuir la velocidad, pasó sobre Puerto
Howard y se alejó. Los cohetes de Frecha y Fernández salieron al mismo tiempo,
siguieron de largo y explotaron a la distancia.
El avión sobrevoló el caserío a tal velocidad que la gente
del RI5 no tuvo tiempo de reaccionar. Sin percatarse de ello, el piloto enfiló
hacia el interior de la isla y se perdió más allá de los cerros, en dirección
oeste.
En ese mismo momento, Castagneto abandonó su posición y corrió
a toda prisa hacia donde se encontraban Frecha y Fernández, impelido por estar
junto a ellos en el momento de mayor peligro. Cuatro minutos después, llegó un
segundo Harrier, siempre por el mismo sector.
Frecha y Fernández lo vieron venir y lo dejaron aproximarse
para apuntar y disparar con mayor seguridad (lo hacía a 750 km/h). Ni ellos ni su
jefe imaginaban que se trataba del mismo Harrier GR.3. Era el aparato matrícula XZ972 (ex L/233 OCU) del teniente Jeff Glover2,
proveniente del “Hermes”. Había escoltando durante un trecho a su jefe
de sección pero debido a problemas en sus sistemas de a bordo, aquel
regresó dejándolo solo.
El propio Glover cuenta que había volado con su avión desde
Saint Mawgan, Cornwall, hasta el “Atlantic Conveyor” y una vez en la isla
Ascensión abordó el ferry “Norland” hacia a la zona de combate.
Aquel 21 de mayo hizo su primer vuelo para brindar apoyo
aéreo a los buques que operaban junto a las fuerzas desembarcadas en
San Carlos. Cuando su jefe emprendió el regreso, llamó al HMS “Antrim” solicitando
instrucciones y fue entonces que le ordenaron dirigirse a la zona de Howard.
Volando a 6000 metros de altura, el aviador divisó el caserío y cuando
iniciaba el descenso desde los 30 km de distancia, notó con preocupación
que los blancos se hallaban en pleno poblado. Eso lo perturbó
porque no se lo esperaba y no estaba dispuesto a descargar sus bombas
donde hubiera civiles.
Glover pasó sobre las casas y se dirigió velozmente hacia el
interior de la isla para tomar altura y establecer una nueva comunicación con
el “Antrim”.
A través e la radio, propuso al operador de a bordo efectuar
una segunda pasada con el objeto de utilizar su cámara de reconocimiento y
obtener tomas de las posiciones enemigas. Recibido el visto bueno se dirigió
nuevamente al poblado, volando a baja altura mientras accionaba su equipo
fotográfico.
Cuando Frecha y Fernández lo vieron venir, volvieron a
apuntar sus Blow Pipe y una vez el aparato en sus miras, dispararon.
El misil del primero se clavó en tierra, a solo 25 metros de donde se
hallaba apostado (finalizado el combate se lo debió detonar) pero el del
segundo, dio de lleno en Harrier, provocando una fuerte explosión que por una
fracción de segundos, lo ocultó de la vista. Casi al instante, su punta emergió
de la nube de humo e inmediatamente después,
comenzó a caer.
Al ver aquello, la guarnición argentina comenzó a lanzar
gritos de entusiasmo al tiempo que disparaba contra el avión, aún con pistolas
y fusiles livianos. El propio jefe del regimiento, coronel Juan Ramón
Mabragaña, lo hizo a cuerpo descubierto, accionando su FAL en medio del
dispositivo.
Glover notó su aeronave fuera de control y
comprendiendo que todo intento de preservarla era en vano, accionó la palanca bajo el asiento y se eyectó.
Al ver al piloto descender con su paracaídas, los argentinos
incrementaron su poder de fuego disparando frenéticamente mientras lanzaban sonoros
gritos de triunfo (incluyendo varios “sapucais”).
Puerto
Howard era un pandemonio con el fragor de las armas, los alaridos
frenéticos de los soldados, el llanto de las mujeres kelpers, los
chillidos de los niños y las expresiones de asombro de los adultos que
habían salido de sus moradas a presenciar la escena.
Mientras Glover caía desmayado, con el hombro derecho luxado
a causa del golpe contra el borde de la cabina, los soldados intentaban
abatirlo con sus armas.
Por
un momento la situación pareció desbordarse con los conscriptos
disparando de manera descontrolada contra el aviador abatido pero la oportuna
intervención de oficiales y suboficiales evitó que ocurriese algo similar a lo
acaecido ese mismo día en San Carlos, cuando la fracción del teniente primero
Esteban abatió a los pilotos de los helicópteros derribados.
Al caer al mar Glover recuperó el conocimiento pero
enseguida notó que se había enredado en el paracaídas y eso lo asustó. Haciendo
un esfuerzo supremo logró sacar la cabeza del agua y de esa manera, pese a los
dolores y el mareo, pudo mantenerse a flote.
Aunque le dolían mucho el brazo izquierdo y la cara, probó
nadar hacia la costa pero el paracaídas y su bote de goma inflable se lo
impidieron.
En tierra, mientras tanto, oficiales y tropa del RI5 y la Compañía de Comandos 601 corrieron
hacia el lugar para sacarlo del agua. Castagneto y Llanos se
aproximaron en dos motocicletas y con profundo alivio vieron que ninguno de los
disparos había alcanzado a Glover. En el lugar se encontraba el oficial médico
quien una vez en la orilla, se quedó observando fijamente a Glover sin atinar a hacer
nada. El inglés le devolvió la mirada algo atontado, con la vista perdida,
mientras se mecía lentamente por el movimiento del agua.
Decidido a inspeccionar el punto donde se había estrellado
el avión, Castagneto se alejó de la costa en tanto Llanos, acompañando a media docena de
efectivos del RI5, abordó un bote y comenzó a remar en dirección al británico.
Glover
los vio avanzar apuntándoles con sus armas y
permaneció quieto cuando lo liberaron de las correas que lo amarraban al
paracaídas. Una vez a bordo, el médico le preguntó si estaba lastimado y
recién
entonces hizo un gesto con su mano señalando que le dolía el hombro.
Tenía el
rostro muy varios hombres ayudaron a bajarlo, lo sentaron en la parte posterior de la motocicleta de Llanos y éste lo condujo al club
social del poblado, adaptado por los argentinos como improvisado hospital. En
esos momentos, las pocas camas que existían se hallaban ocupadas, por lo que al
británico le fue adaptada una mesa.
Glover fue bien atendido; en ningún momento se lo sometió a
presión ni a apremios. Ni bien llegó se le quitó la ropa, se le hizo un examen físico
e inmediatamente después se le entablilló el brazo. Previamente le fue aplicada una inyección de
morfina y finalizada su intervención, fue puesto a dormir, no sin antes entregar su tarjeta de identificación, tal como lo estipulaba la
Convención de Ginebra.
Mientras tanto, Castagneto llegaba a los restos en llamas
del Harrier, después de bordear la costa en paralelo a la bahía, cruzar
el río y avanzar un trecho más.
El avión era una maza de hierros retorcidos que, en su
caída, había matado a un caballo. El jefe de los comandos descendió de la
motocicleta y procedió a efectuar un exhaustivo análisis ocular cargando
después, la mayor cantidad de piezas para su posterior análisis.
Llevó esos restos a Puerto Howard y una vez allí los exhibió
ante sus hombres y las autoridades del RI5, destacando por sobre los demás, el trozo
de fuselaje con la escarapela británica3. Unos días después, el capitán
Frecha exhibió esas pruebas a la televisión, destacando especialmente la brújula del
tablero que el teniente Sergio Fernández conserva como recuerdo hasta el día de hoy.
Si exceptuamos la escaramuza nocturna del 4 de mayo, cuando
elementos desconocidos atacaron el puesto de mando del general Menéndez, aquel
fueel bautismo de fuego, tanto de la Compañía de Comandos 601
como del Regimiento de Infantería 5, apostado en el lugar desde el comienzo del
conflicto.
Los sucesos de aquella jornada ayudaron a mantener en alto
la moral pues no solo se había derribado un avión enemigo sino que además, se
había tomado un prisionero.
Pocas horas después, el personal apostado en el área fue
testigo de la gran batalla aeronaval de San Carlos, con el ir y venir de los
cazas propios, su lucha desigual con los Sea Harrier y el lejano accionar de la
artillería.
El
derribo del avión de Glover tuvo lugar a las 09.55 hora
argentina (12.55Z) sin que se produjese otra incidencia hasta las 15.20
(18.20Z) cuando una repentina alerta roja puso fin a la reunión que en
esos momentos
celebraban Castagneto, Mabragaña y personal de ambas unidades
(CC601/RI5), donde se analizaba la documentación capturada al piloto
inglés. En esos
momentos, tres cazas enemigos se acercaban a muy baja altura
provenientes del norte.
Ni
bien se recibió el alerta, el personal de ambas unidades
corrió a sus puestos de combate. Castagneto lo hizo impartiendo órdenes a
los gritos, indicándole al teniente Fernández que corriera hacia
donde se encontraba el lanzador del sargento Martínez y disparara con
él.
-¡Gallego, agarrá el Blow Pipe de Martínez y
tirales!4
Fernández
obedeció pero en plena carrera se
dio cuenta que no iba a llegar a tiempo y por ese motivo, enfrentando al
aparato que
se le venía encima se arrodilló, apuntó con su FAL y comenzó a disparar.
La actitud fue imitada por Castagneto y otros efectivos ni bien se
arrojaron cuerpo a tierra.
El avión británico pasó tan cerca de ambos
que según el jefe e la compañía, con solo estirar su brazo lo hubiera tocado.
Quien sí tuvo tiempo de agarrar el lanzamisiles
y disparar fue el sargento Martínez pero en el apresuramiento, apuntó mal y erró
al objetivo. Al mismo tiempo, el cañón Oerlikon de 20 mm y las ametralladoras del
RI5 abrieron fuego simultáneamente en tanto los conscriptos gritaban pidiendo más aviones, descargando de ese modo la tensión.
-¡¡Manden más aviones, carajo!! ¡¡Manden
más!!
El segundo caza pasó inclinado de costado, tratando ofrecer el menor blanco posible y como su compañero, tampoco atacó.
Mientras tanto, la batalla entre los Dagger y
Sea Harrier en San Carlos había cobrado sus dos primeras víctimas. Las tropas
argentinas apostadas en Puerto Howard vieron caer dos aparatos propios al
norte de sus posiciones y a sus pilotos descendiendo en paracaídas,generando las consabidas expectativas.
Sin perder tiempo, Castagneto despachó en su
búsqueda al capitán Frecha, al médico Pablo Llanos y al sargento Quintana,
quienes partieron raudamente en sus motocicletas, urgidos por socorrer a los aviadores.
Cuando se alejaban a campo abierto, el jefe de la Compañía
procedió a
montar una nueva emboscada y para ello mandó desplegar el paracaídas de
Glover, colocándolo sobre el terreno junto a su bote neumático y su
baliza de
radiollamadas.
La idea era montar un señuelo en torno a los
restos del Harrier abatido y hacerle creer a los británicos que su hombre se
hallaba en las inmediaciones, esperando ser rescatado. Con ese fin organizó una
sección de seis hombres al mando de García Pinasco, y la envió hacia el lugar
del desastre para que desplegase el señuelo.
Los comandos colocaron los objetos intentando
dar la sensación de que el piloto merodeaba por los alrededores y después de
encender la baliza tomaron posiciones en los alrededores. Alguien debería
acudir en auxilio y ellos lo emboscarían.
Pasaron cerca e dos horas cuando a las 17.00
(20.00Z), el teniente Anadón creyó percibir ruido de helicópteros. Minutos
después, apareció un Sea King al sur de la bahía el cual, en efecto, parecía
buscar a Glover.
Era el momento esperado. Los hombres de
García Pinasco controlaron el armamento y se mantuvieron estáticos en sus posiciones,
listos para abrir fuego ni bien su jefe lo ordenase. Pero cuando tenían al
helicóptero en la mira, alguien disparó un cañón sin
retroceso y una andanada de municiones antitanque y ametralladoras de 12.7, se
abatió sobre el aparato.
Al
ver que el helicóptero viraba velozmente y
emprendía la retirada, la gente de García Pinasco comenzó a maldecir,
presa del desconcierto y la furia. El regimiento había abierto fuego,
ignorando que las fuerzas especiales se aprestaban a abatir a la
aeronave,
evidenciando graves problemas de comunicación.
En la desesperación, Fernández apuntó con su
lanzamisiles pero falto de tiempo para guiarlo, falló por muy poco, perdiendo
de ese modo otra presa importante.
A varios kilómetros de allí, Frecha y Llanos se desplazaban a gran velocidad en pos de los pilotos abatidos cuando, repentinamente, a causa de un declive del terreno, perdieron el equilibrio y volaron por el aire. Quintana, que iba en el asiento trasero de Frecha se dio un fuerte golpe y no pudo seguir, razón por la cual sus compañeros se vieron en la necesidad de dejarlo allí.
Llegaron ambos a un alambrado cerrado por una
tranquera, donde Frecha se detuvo para abrirla y seguir por otros 30 kilómetros, hasta
que el inconfundible sonido de los Harrier los hizo detener.
Eran dos aparatos que avanzaban directamente
hacia ellos con la evidente intención de atacarlos. Al verlos venir, Frecha tomó
su fusil y se arrojó a la turba sin imaginar lo que estaba a punto de
presenciar.
Con los cazas encima de ellos, Llanos se
quitó la chaqueta y alzando sus brazos comenzó a saludar, esperando engañar a los pilotos.
Y en verdad lo logró. El primer inglés lo confundió con un pastor kelper y después de pasar sobre su cabeza, comenzó a tomar
altura para alejarse batiendo sus alas a modo de saludo.
Llanos estaba pálido pero Frecha lo estaba aún más al ver la decidida actitud
de su compañero.
La búsqueda de los aviadores no arrojó
resultados. Mucho tiempo después de la guerra, se supo que uno de ellos los
vio pasar pero prefirió mantenerse oculto por temor a que fueran
ingleses.
Comenzaba a anochecer cuando los motociclistas
emprendieron el regreso. De ese modo, desandando el camino, recogieron a Quintana
y dos horas después llegaron al punto de partida, apenados por no haber dado
con su gente.
Notas
1
Se trataba de Rosalía House.
2
Glover había nacido en Liverpool,
casualmente el 2 de abril de 1958.
3 Le habían pintado la franja blanca de azul.
4
Isidoro Ruiz Moreno, op. cit.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur