sábado, 29 de junio de 2019

EL PUENTE DEL RÍO MURRELL


Soldados británicos atendiendo heridos en el campo de batalla



Hacía varios días que el mayor Oscar Ramón Jaimet, jefe del sector defensivo del Regimiento de Infantería 6 (RI6), venía informando desde monte Dos Hermanas un jeep enemigo cruzaba el cauce del río Murrell para hostigar sus posiciones con fuego de morteros.
Eso hizo pensar que posiblemente existía un pequeño PO a metros del puente sobre la vía acuática uniendo Puerto Argentino con San Carlos y seguramente desde allí se dirigían los ataques.
En vista de ello, Castagneto resolvió enviar una patrulla con el objeto de llevar a cabo un golpe de mano y montar una emboscada contra el vehículo enemigo.
Para esa operación fue convocado el teniente primero García Pinasco a quien se le encargó bordear el río y cruzarlo antes de llegar al puente, y de ese modo sorprender a los británicos donde menos se lo esperaban.
La operación se puso en marcha la noche del 6 de junio. Ese día, después de efectuar la correspondiente limpieza del armamento y alistar el equipo, los comandos abordaron tres Land Rover y dos motocicletas y a las 22.00, se pusieron en marcha, llevando al capitán Figueroa como segundo jefe.
Al alcanzar las posiciones de la Compañía B del RI6, García Pinasco decidió dejar uno de los automotores a cargo del sargento José Raúl Alarcón Ferreyra para que el mismo hiciera las veces de estación retransmisora entre las avanzadas y Puerto Argentino.
El pelotón se puso en marcha cuando se reiniciaba el cañoneo naval, el cual se fue haciendo más intenso a medida que se aproximaban al puente, tanto, que algunos proyectiles impactaron a menos de 200 metros de los Land Rover, poniendo a los comandos en situación de peligro.

Los buques británicos, situados en una bahía al sur de la capital de las islas, apuntaban preferentemente a las posiciones del Batallón de Infantería de Marina 5 en el monte Tumbledown, al Grupo de Artillería 4 y al Regimiento de Infantería 7.
Durante su desplazamiento, la sección de comandos, reforzada por efectivos del Escuadrón “Alacrán” de la Gendarmería Nacional, pudo escuchar claramente los silbidos de los proyectiles y las terribles explosiones que se sucedían después, iluminando tétricamente las alturas ubicadas al oeste.
Hacía mucho frío y lloviznaba cuando dejaron atrás la zona batida.
Al llegar al punto intermedio entre los montes Longdon y Dos Hermanas, los comandos establecieron contacto con el mayor Jaimet (00.45), corroborando que no se habían detectado movimientos enemigo y la zona parecía despejada. Por esa razón, quince minutos después reemprendieron la marcha a través de un campo minado, guiados por el teniente Anadón.
La sección fue bordeando el río hasta alcanzar un recodo que se formaba a tres kilómetros de las posiciones argentinas. En ese lugar, se dividió en dos: una patrulla de exploración integrada por el teniente Anadón, el sargento primero Ramón Vergara y el sargento José Rubén Guillén, debería cruzar la vía acuática y seguir el desplazamiento por la orilla opuesta (la oeste) y el grueso de la tropa, que lo haría por la misma ruta, evitando constituir un blanco rentable ante posibles emboscadas.
Anadón intentó cruzar antes de llegar al recodo, pero las aguas estaban tan crecidas y torrentosas, que no lo logró. Al establecer comunicación con García Pinasco, que avanzaba detrás, éste le sugirió buscar otra alternativa y de ese modo, continuaron en plena obscuridad, separados por una distancia de cincuenta metros, hasta que de pronto, el viento y la lluvia cesaron y las nubes se disiparon dando paso a una luna brillante que iluminaba majestuosamente los alrededores. Al mismo tiempo, el frío cesó y el clima se tornó misteriosamente agradable, algo raro en esa época del año.
Después de una hora y media de marcha, el teniente Anadón alzó el brazo derecho y sin pronunciar palabra, ordenó hacer alto porque a lo lejos, en medio de la obscuridad, parecía brillar algo.
Atentos y preparados, los hombres de la avanzada escrutaron la obscuridad pero por más esfuerzo que hicieron no alcanzaron a percibir nada. Guillen comentó que podía tratarse del reflejo de la luna en el agua y una exhaustiva inspección del sargento Vergara con sus visores nocturnos, pareció corroborar la suposición. Por medio de la radio se le comunicó a García Pinasco la novedad e inmediatamente después reanudaron la marcha, ignorando que estaban siendo observados por el enemigo. El brillo en cuestión era el reflejo de la luna sobre el poncho impermeable de un soldado inglés.
Así llegaron al puente del río Murrell, una construcción de madera, muy sólida aunque sin barandas, en cuyo extremo oriental decidieron esperar al grueso de la sección, que al poco tiempo se hizo presente.
García Pinasco intentó apostar a un grupo de hombres detrás de unas piedras de gran tamaño situadas a cierta distancia pues consideraba que desde allí podían dominar el puente cuando el jeep enemigo lo atravesase. Figueroa, por su parte, designó a cuatro efectivos para que cruzasen el río y se apostasen del otro lado, dejando detrás al escalón de asalto y el de reserva.
García Pinasco se opuso a la idea por considerar que aquella gente iba a quedar al descubierto y completamente aislada, pero Figueroa se hizo responsable y sin decir más, atravesó el puente y se ubicó con sus hombres detrás de un montículo de tierra que les serviría de protección. Después regresó y le ordenó a Anadón unirse a ellos.
El oficial obedeció y seguido por el sargento primero Vergara llegó donde se encontraba la avanzada. Por su parte, García Pinasco y el sargento Guillen, se encaminaron hacia las mencionadas piedras, a la izquierda del puente y desde allí hicieron puntería con sus fusiles, comprobando que se trataba de una buena ubicación.


Cuando los argentinos menos se lo esperaban, dio comienzo el combate.
Los ingleses abrieron fuego desde la elevación rocosa que ocupaban 70 metros delante del puente, obligando a la gente de García Pinasco a arrojarse cuerpo a tierra y responder (eran las 06.45).
Hubo un primer momento de sorpresa pero una vez superado, se generó un violento intercambio de fuego que saturó de trazadoras el lugar.
El sargento ayudante Rubén Poggi, García Pinasco y el sargento primero Miguel Ángel Tunini cruzaban el puente a todo correr, cuando el primero fue alcanzado por un disparo en la pierna y cayó herido.
Mientras Tunini intentaba socorrerlo, el sargento Guillen disparaba con su ametralladora en tanto sus compañeros lo hacían desde diferentes posiciones. Eso distrajo la atención de los británicos quienes forzados por la situación, cambiaron la orientación de sus armas intentando neutralizarla. Aquello trajo algo de alivió a Anadón por hallarse peligrosamente expuesto, permitiéndole tirar con mayor soltura.
Los fogonazos de las armas automáticas y las balas trazadoras resplandecían de manera espeluznante en medio de la negrura, rebotando aquí y allá contra las rocas.
Anadón comprobó por la radio, que el personal se encontraba bien y mucho más aliviado, se desplazó junto al sargento primero Ramón Vergara hacia otra leve ondulación del terreno de no más de 30 centímetros de altura, desde donde arrojó una granada de fusil que cayó en medio de la posición enemiga. En ese preciso instante, las ametralladoras británicas dejaron de disparar y la situación pareció descomprimirse, aunque el fuego de las armas automáticas continuaba con la misma intensidad.
Utilizando el aparato de radio, Anadón solicitó a García Pinasco un movimiento envolvente porque estaba seguro que el enemigo estaba apunto de replegarse y quería evitar su fuga, pero su superior se negó por considerar aquello extremadamente arriesgado y porque los británicos podían llegar a barrerlos con facilidad desde sus posiciones.
Lamentablemente García Pinasco no pudo establecer contacto radial con el jeep de enlace y por esa razón se perdió la oportunidad de batir la posición enemiga con fuego de artillería. En vista de ello, Figueroa le gritó a su gente, que se preparase para cargar porque estaba seguro de que los ingleses se estaban por replegar.

-¡Che García, vamos a acabar con esos hijos de puta!

Pero García Pinasco volvió a oponerse, insistiendo que desde sus posiciones, el enemigo iba a aniquilarlos. Desoyendo la advertencia, Figueroa se incorporó y echó a correr seguido por sus hombres y casi inmediatamente, por el propio García Pinasco, el sargento Orlando Díaz y su asistente de ametralladora, el sargento primero Vallejo, quienes cruzaron el puente para unirse a Anadón, quien disparaba frenéticamente desde la vecina orilla.

-¡¡Vamos a reventar a esos ingleses hijos de puta!! – gritó encrespado García Pinasco.

-¡De acuerdo, mi capitán. Estamos listos!

De esa manera, se lanzaron al ataque, en primer lugar Figueroa, que enardecido por la adrenalina inició una carrera extremadamente temeraria sin dejar de tirar, seguido por García Pinasco, Anadón y detrás de ellos, Vergara, Suárez, Quinteros y dos “alacranes” de la Gendarmería Nacional.
Los comandos se lanzaron hacia las posiciones enemigas, gritando para darse ánimo y disparando sin cesar. En la corrida, Anadón superó a sus compañeros y fue el primero en alcanzar la posición británica que por entonces, había sido abandonada.

-¡Vamos que se escapan, carajo! – gritó Figueroa sin dejar de oprimir el gatillo.

Efectivamente, el lugar estaba abandonado. Se trataba de un PO en el que sus moradores, a excepción del armamento, habían abandonado todo, a saberse: ocho bolsas de dormir, igual número de mochilas, cuatro paños de carpas, dos cascos de acero, una boina con las insignias del Para 3, una máquina fotográfica con su rollo a medio usar, una radio encendida y lo mejor de todo, una bandera británica (la Union Jack), que pasaría a adornar la sala del gimnasio que servía a los comandos de cuartel en Puerto Argentino.
Ocupado el campamento, el teniente Anadón, en su carácter de oficial de comunicaciones, pasó la frecuencia al suboficial de enlace y este hizo lo propio con la capital, estableciendo contacto con el capitán Pablo Llanos. Y fue el mismo Llanos quien les informó que minutos antes se había captado un desesperado pedido de auxilio a través del cual, el enemigo solicitaba de manera urgente la presencia de un helicóptero para evacuar heridos.
Los comandos no tardaron en corroborar la información porque a poco de cortar, vieron a lo lejos una bengala blanca y casi enseguida a un Sea King posándose en tierra, para remontar vuelo inmediatamente después. Como explica Ruiz Moreno, era evidente que los británicos habían sufrido bajas.
La persecución de aquellos efectivos a través de un terreno casi desconocido y en plena penumbra hubiese significado un esfuerzo inútil; quedarse allí representaba un serio peligro porque era seguro que el enemigo iba a hostilizar el lugar con fuego de artillería. Por esa razón, resolvieron cargar el equipo capturado y se retiraron hasta un grupo de rocas distante a 500 metros, que les proporcionó refugio seguro.
Excitados aún, necesitados de descargar tensiones, dieron cuenta de las raciones tomadas al enemigo (chocolates, pasas de uva, compota de diferentes gustos, galletas y nueces), no sin descuidar la vigilancia, pese a la certeza de que los británicos se habían retirado y que no había enemigos en varios kilómetros a la redonda.
Había sido una acción extenuante y frenética, plena de peligros y por esa razón, algo más relajados, se echaron a descansar necesitados como estaban de bajar la adrenalina y disminuir la aceleración.
Después de apostar una guardia, García Pinasco, Anadón y Tunini regresaron la zona de combate para recorrer sus alrededores en busca de heridos y algún otro material abandonado. No hallaron nada, clara evidencia de que el helicóptero había evacuado al total del PO atacado y la zona se hallaba desierta.
El único herido argentino fue el sargento ayudante Poggi, a quien evacuaron a bordo de una moto en dirección a la retaguardia, donde fue atendido por el capitán médico Llanos.
La patrulla permaneció en el lugar toda la mañana, observando el movimiento de los helicópteros británicos transportando sus cargas colgantes entre los montes Kent, Enriqueta y Dos Hermanas.
En vista de ello, los efectivos del capitán Figueroa solicitaron fuego de artillería para batir las posiciones y el mismo llegó en el acto alcanzando, incluso, el puesto de mando del general Jeremy Moore que se vio forzado a desplazarlo hacia otro sector, donde a poco de instalado, volvió a sentir sus consecuencias.
Según relata Ruiz Moreno, establecida la capitulación, los ingleses preguntaron qué clase de equipo se había utilizado durante el ataque al campamento de Moore y grande fue su sorpresa (incluso no creyeron las explicaciones), al escuchar que solo se había empelado un comando con sus binoculares y una radio.
En horas de la tarde, la gente de García Pinasco fue relevada por la 3ª Sección de la Compañía al mando del capitán Jándula y el teniente primero González Deibe, quienes permanecieron en el lugar hasta el 8 de junio, día en que se produjo el desastre británico de Bluff Cove, del que nos  más referiremos más adelante1.
La jornada del puente del río Murrell mostró, una vez más, cuan capaces eran los comandos argentinos de emprender misiones contraofensivas e incluso, de rechazar al enemigo y ponerlo en fuga.
Notas
1 A poco de producido el relevo, el teniente Elmiger detectó lo que parecía ser otro PO británico a escasos metros del puente.