miércoles, 26 de junio de 2019

RECRUDECE LA VIOLENCIA

Enero de 1972, el Ejército y las fuerzas policiales
llevan a cabo redadas en la Capital Federal
(Foto: "La Razón")

El 2 de enero de 1972, el general Lanusse le tomó juramente al nuevo comandante de la Armada, almirante Carlos Guido Natal Coda, quien venía a reemplazar al veterano Pedro J. Gnavi, distanciado de la junta por desacuerdos en determinadas políticas a encarar, la principal de ellas, el llamado a elecciones generales en 1973.
De esa manera, se alejaba del entorno gubernamental un alto oficial que como muchos de su camada, poseía experiencia de combate ya que en septiembre de 1955 había comandado al destructor “La Rioja”, durante la encarnizada batalla aeronaval del Río de la Plata, al reiniciarse la Revolución Libertadora. Su reemplazante, nacido en Paraná, el 24 de diciembre de 1918, venía de desempeñar diversas funciones de gobierno, entre ellas, la asesoría de la delegación argentina ante la Junta Interamericana de Defensa, en la OEA, la dirección de la Escuela Naval y la agregaduría de su arma en las embajadas de nuestro país en el Reino Unido y Holanda.

Lanusse le tomó juramento en el Salón Blanco de la Casa Rosada ante ministros, secretarios, oficiales de las tres armas y representantes de la prensa, y ni bien el escribano Garrido terminó de labrar el acta, pasaron todos a una habitación contigua donde mantuvieron una reunión junto a altos oficiales de las tres armas, entre ellos, los generales Juan José Montiel Forzano, Gregorio Pomar, Luis Noceda y Jorge Carcagno, el brigadier Carlos Rey y los almirantes Eugenio Fuenterrosa, Rubén Raúl Giavedoni, Hermes Quijada y Francisco Agustín Alemán. El acto central había contado con la presencia en una ceremonia que contó con la presencia del arzobispo de Buenos Aires, monseñor Antonio Caggiano.
De ahí se trasladaron posteriormente al Edificio Libertad, sede del comando en jefe de la Armada, más precisamente al piso 14º, donde tuvo lugar la ceremonia de recepción del comando, previa lectura de la orden de despedida firmada por Gnavi.
Esa misma tarde, Lanusse presidió una reunión en la Central de Inteligencia, organismo dependiente de la Secretaría de Informaciones del Estado, cuya sede se hallaba ubicada en 25 de Mayo 11, frente a la Casa de Gobierno, donde se encontraban presentes, además del ministro del Interior, Dr. Arturo Mor Roig, el general Hugo Mario Miatello, titular del Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE) y los jefes de los distintos servicios de seguridad, convocados expresamente para tratar la situación de los detenidos por razones políticas. En la ocasión, el presidente dio a conocer su decisión de recibir a los representantes de la CGT el siguiente viernes, 7 de enero, a las 18 horas, para abordar diversos asuntos, entre ellos, la derogación de las leyes represivas, la reforma de la ley de quiebras que debía asegurar mayor protección a los trabajadores y una política en materia de viviendas.
Asume el nuevo integrante de la Junta Militar, almirante Carlos G. N. Coda

Lanusse promovía una estrategia de diálogo que apuntaba al llamado a elecciones nacionales, al tiempo que intentaba mostrar flexibilidad y predisposición. Sin embargo, las organizaciones guerrilleras no estaban dispuestas a negociar y eso quedó reflejado la madrugada del 3 de enero, cuando un grupo comando de Montoneros intentó apoderarse del destacamento Zárate, de la Prefectura Naval Argentina, sobre el río Paraná, empleando no menos de quince efectivos entre los que había cuatro mujeres.
Los atacantes llegaron a bordo de tres vehículos robados, un Peugeot 404 bordó, un Rambler Classic obscuro y una camioneta pick-up Chevrolet, color azul, que apostaron a lo largo de la Av. Apolo XI, a escasos 100 metros del puerto fiscal. A las 03:30 a.m., descendieron y se desplegaron sobre el terreno, avanzando coordinadamente en dirección al edificio, con sus armas largas listas para ser accionadas.
El primero de ellos se encaminó hasta la barrera lateral que bloqueaba el acceso de los automotores e intentó reducir al marinero de guardia en tanto el resto, lo hizo hacia la puerta principal, tratando de sacar el máximo provecho del factor sorpresa.
Pese a lo cerrado de la noche, los imaginarias advirtieron el movimiento y después de dar la voz de alerta abrieron fuego, desencadenando un feroz tiroteo.
Los subversivos se pusieron a cubierto y concentraron los disparos sobre las aberturas, devolviendo las ráfagas de metralla con determinación.
De ese modo, alcanzaron al cabo primero Emilio Markievicz, quien sufrió un impacto directo en su pierna derecha. Cuando sus compañeros procedían a alejarlo de las ventanas, cayó también el cabo segundo Humberto Aguilar, al recibir una certera descarga que le provocó seis graves heridas.
Más de 200 disparos perforaron el frente del destacamento, evidenciando la intensidad del combate, pero los soldados se mantuvieron firmes y lograron rechazar el ataque. A los montoneros no les quedó más remedio que ordenar la retirada y correr de regreso a sus vehículos, no sin antes arrojar numerosos volantes firmados por los comandos “Gustavo Ramus” y “Abal Medina”.
Cuando los efectivos de la Prefectura retomaron el control, descubrieron varios rastros de sangre sobre el pavimento, clara señal de que al menos dos de los atacantes habían resultado heridos.
Markievicz y Aguilar fueron evacuados hacia una clínica cercana mientras se radiaban mensajes a otras unidades, advirtiendo sobre lo ocurrido, en especial a la policía provincial y la Federal. De esa manera, se montó un operativo candado a efectos de cerrar las posibles vías de escape.
Cuartel de la Prefectura Naval atacado en Zárate. En la imagen, los efectivos
heridos durante el enfrentamiento

(Foto: "La Nación")

Durante toda la mañana y buena parte de la tarde, se realizaron rastrillajes en toda el área, se efectuaron controles callejeros, se hicieron allanamientos y se practicaron algunas detenciones mientras se elaboraba el comunicado que el comando de la Prefectura Naval iba a emitir por la tarde.
El 6 de enero, las autoridades detuvieron nuevamente al padre Alberto Carbone, acusándolo de haber integrado el grupo atacante.
El hecho ocurrió a las 03:00 a.m., durante un procedimiento en la Casa del Clero, dependiente del Arzobispado, sita en Rodríguez Peña esquina Paraguay, contigua a la iglesia del Carmen, donde el sacerdote vivía a junto a otros veinticuatro religiosos.
A esa hora, varios patrulleros se detuvieron frente al edificio y de los mismos descendieron numerosos policías armados con ametralladoras para rodear la dependencia por ambos lados. El oficial al mando tocó el timbre y golpeó con violencia las puertas, al tiempo que un agente se ubicaba en medio de la calle para desviar cualquier vehículo que atinase a pasar por el lugar.
La voz del padre López Modere, portero de la residencia, llegó desde el otro lado de la puerta preguntando quién era; los uniformados le exigieron con tono imperativo que abriese inmediatamente y cuando lo hubo hecho, le ordenaron guiarlos hasta la habitación del padre Carbone. El desconcertado clérigo los condujo por un corredor hasta los ascensores y de ahí hasta el tercer piso, donde se encontraba la dependencia; le ordenaron abrir la puerta e ingresaron de manera poco ortodoxa, llevándose a su presa, sin darle tiempo a vestirse.
Consultada por la prensa, la Policía Federal negó haber realizado un procedimiento en la Casa del Clero, sin embargo, la noticia era verdadera, como la detención del imprentero Ricardo M. Beltrán, también acusado de haber tomado parte directa en el ataque al cuartel de la Prefectura.
Los detenidos quedaron incomunicados y poco después, fueron trasladados a Zárate, hasta donde viajó en avión el juez de la Cámara Federal en lo Penal, Dr. Jorge V. Quiroga, para interrogarlos. Al desembarcar en el pequeño aeródromo local, la prensa pudo abordar al magistrado, quien llegó acompañada por varios colaboradores.
Los imputados debieron esperar hasta la tarde porque el Dr. Quiroga tomó primero declaración a los prefectos heridos (Markievich y Aguilar), quienes convalecían aún en la clínica.
El padre Carbone estuvo patrocinado por el Dr. Domingo Alfredo Mercante, hijo del célebre gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires y Hugo Amilcar Grimberg, en tanto de Beltrán se ocuparon Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde, José Alfredo Zelaya Mas y Edgar Sa.
El padre Carbone
nuevamente en la mira
Permanecerían detenidos cinco meses, primero en la alcaldía de Tribunales, donde fueron conducidos el 10 de enero a las 10:45, bajo una fuerte custodia y luego en una cárcel común, donde recibieron el mismo  trato que el resto de los internos.
El 8 de enero las autoridades nacionales ordenaron la libertad de Raimundo Ongaro, quien se hallaba detenido desde el 13 de mayo del año anterior. Tres  días después, el Foro de los Derechos Humanos denunció torturas sobre los prisioneros por parte de las fuerzas de seguridad; entre el 12 y el 13 del mismo mes, se llevaron a cabo diversos allanamientos en busca de elementos subversivos y el 14 se produjo el primer gran atentado de la guerra subversiva argentina, al estallar un poderoso artefacto explosivo que destruyó el domicilio del ministro Perriaux, ubicado en Av. Gelly y Obes 2282, en el sector más elegante de la Recoleta, conocido vulgarmente como “la Isla”.
Fue un hecho que conmocionó a la ciudadanía por su magnitud y sus consecuencias.
Eran las 19:40 del 14 de enero, cuando Rosa, la mucama del Dr. Perriaux, se encontraba haciendo sus tareas habituales cuando creyó sentir ruidos en el palier del departamento. Extrañada, llamó a Ana, la lavandera, para preguntarle si escuchaba lo mismo. La doméstica se acercó a la puerta y después de unos segundos manifestó que, efectivamente, parecía haber alguien afuera.
Al asomarse ambas para ver, vieron a un individuo depositando un objeto del tamaño de un pan dulce junto a la puerta del ascensor y sobre el mismo, un ramo de flores de considerable tamaño.
Sin perder tiempo, llamaron al portero y cuando éste se percató de la extraña presencia, cruzó hasta el Ministerio de Justicia, ubicado enfrente, para alertar al agente de guardia, quien a su vez, se puso en contacto con el Comando Radioeléctrico.
Dos patrulleros partieron desde la central, el Nº 203 y el Nº 206, al mando del el sargento principal Néstor Godoy y el sargento primero Rómulo Salvatierra  y cuando lo hacían, se radió un mensaje a la Brigada de Explosivos, solicitando su presencia en el lugar d elos hechos.
Los vehículos llegaron juntos, el último a las órdenes del oficial subinspector bombero Juan Roque Russo, quien lo hizo en compañía del cabo Rubén Pereda y el conductor, provistos los dos primeros con el correspondiente equipo.
Los terroristas habían conectado el aparato a la puerta del ascensor de ahí que cuando los guardias del orden intentaron removerlo, el mismo estalló con inusitada violencia.
Russo y Pereda se acercaron con mucha cautela, cubiertas sus cabezas con cascos y sus manos con guantes, seguidos de cerca por Godoy y Salvatierra. Afuera quedaron el sargento Pedro Coronel, el cabo Roberto Fernández y los agentes Miguel Ángel Tavalaro y Eduardo Santos, montando guardia e informando al comando de lo que estaba sucediendo.
Los expertos observaron detenidamente el objeto, primero de un lado, luego del otro y cuando fueron a quitar el ramo, se produjo la explosión.
La onda expansiva arrojó los cuerpos mutilados a varios metros de distancia. Russo, Salvatiera y Godoy murieron en el acto en tanto Pereda quedó tirado sobre la vereda en estado desesperante.
El estallido provocó un gran orificio y arrancó de cuajo las rejas del balcón, que prácticamente se incrustaron en uno de los patrulleros. Los daños fueron tan graves que su planta baja y primer piso quedaron prácticamente arrasados, por lo que fue necesario apuntalado. Una veintena de fincas resultaron también deterioradas, amén de los vidrios de la cuadra, que quedaron hechos añicos.
Norberto Morra y Claudia Fiori pasaban por la vereda de enfrente cuando se produjo el estallido. Una lluvia de vidrios cayó sobre ellos, provocándoles cortes y laceraciones; Chabela Fernández de Montes, de 70 años de edad, cayó aturdida sobre la misma vereda, cuando la onda expansiva la arrojó al suelo, ocasionándole la fractura de su brazo derecho y diversos golpes en el cráneo.
Al sentir la detonación, el ex juez federal Jorge Aguirre y el letrado Eduardo Fargosi, subsecretarios de Justicia y Asuntos Legislativos ambos, corrieron hacia las ventanas para ver que ocurría, lo miso el resto del vecindario, constatando que del vecino edificio emanaba una densa columna de humo mientras agentes y bomberos corrían desesperadamente hacia el lugar. En un primer momento, pensaron que se trataba de un tiroteo al ver a varios uniformados cargando a dos compañeros heridos, pero los daños y la humareda hablaban a las claras de un atentado terrorista.
Estado en el que quedó el frente del edificio donde vivía
el ex ministro de Justicia, Dr. Jaime Perriaux

(Foto: "La Razón")

Inmediatamente después, comenzaron a sentirse las sirenas de la autobombas, ambulancias y más móviles policiales acercándose a gran velocidad junto a  personas de civil que corrían entre los escombros dando órdenes.
Los socorristas recogieron a los heridos y los introdujeron en las ambulancias en tanto otros agentes ayudaban a los vecinos a evacuar los pisos superiores, sobre todo a una señora anciana y las dos domésticas que resultaron milagrosamente ilesas.
Ni el Dr. Perriaux ni su familia se encontraban presentes en su domicilio cuando se produjo el atentado. Muy cerca de allí, a escasos metros, vivían el Dr. José Luis Cantilo, ex ministro de Defensa, emparentado al presidente de la Nación; Ricardo Yofre, en esos momentos asesor del Ministerio del Interior y Adolfo Mugica, padre del sacerdote tercermundista y ministro de Relaciones Exteriores y Culto durante la gestión de Arturo Frondizi. Justo enfrente, se alzaba el edificio de ocho pisos, de ladrillo a la vista, donde Perón había tenido el lujoso apartamento, que le había obsequiado el magnate naviero Alberto A. Dodero1 y algo más allá, la embajada británica.
En el edificio mencionado, funcionaban las oficinas del Ministerio de Justicia de la Nación, cartera que en esos momentos ocupaba Ismael Bruno Quijano, quien había reemplazado a Perriaux el 11 de octubre de 1971; a escasos cien metros a la derecha, en dirección a las barrancas que dominaba el monumento a Mitre, se encontraba la embajada del Reino Unido, antiguo palacio Berro Madero. Si se desciende por Guido hacia Agüero, desde la plazoleta donde se encuentra el busto de Gelly y Obes, el peatón se topa con el espantoso edificio de la Biblioteca Nacional donde se alzaba la lujosa residencia presidencial en la que el 26 de julio de 1952 falleció Evita, absurdamente demolida por la Revolución Libertadora. Toda el área había sufrido los efectos del bombardeo aéreo del 16 de junio de 1955, cuando aviones Beechkraft de la Marina atacaron la mencionada mansión, suponiendo que era uno de los lugares donde Perón podía hallarse escondido2.
Primer piso
("La Razón")

Tanto la legación diplomática, como la sede ministerial y los domicilios de los doctores Cantilo y Mugica, habían sido víctimas de atentados explosivos en el pasado. En 1967 fue la residencia del primero, donde una bomba de mediano poder hizo volar una de las hojas de roble del gran portón de acceso. En 1970 estallaron bombas en la embajada y el Ministerio de Justicia y al año siguiente, hizo lo propio otra en el domicilio del ex canciller Mugica, las cuatro sin más consecuencias que los consabidos daños materiales.
Ni los doctores Cantilo, Yofre y Mugica, ni el titular de la cartera de Justicia, Ismael Bruno Quijano, se encontraban en sus domicilios al producirse el estallido pues por ser enero, se hallaban de vacaciones.
Los primeros en ser informados fueron el presidente de la Nación, el ministro del Interior y el jefe de Policía, general Cáceres Monié, quien interrumpió su descanso en la costa para regresar a la Capital Federal.
En tanto los civiles heridos eran evacuados hacia el Hospital Fernández y el Instituto del Diagnóstico, los suboficiales y agentes fueron derivados al hospital policial Churruca, donde ingresaron todos con pronóstico reservado, en especial el cabo Pereda, quien presentaba mutilaciones y quemaduras de tercer grado en el 80% de su cuerpo.
La pareja de novios y la señora de Montes fueron atendidas por personal de guardia de los citados nosocomios y al cabo de unas horas, enviadas de regreso a sus domicilios, la última con su brazo derecho enyesado. El Hospital Churruca se negó a informar sobre el estado de los heridos por lo que los representantes de la prensa debieron trasladarse hasta el Departamento Central de Policía para interiorizarse de su situación.
Al día siguiente, a las 4 a.m. fue montada la capilla ardiente en el gran patio interior del Departamento Central de Policía, con los tres ataúdes cubiertos por la bandera argentina y una guardia se honor formando delante. Una larga hilera de coronas dio marco a la escena en medio de un agobiante silencio, quebrado tan sólo por el llanto de los deudos y el metálico sonido de las cámaras fotográficas. Las palabras pronunciadas por el padre Carlos Gardella, capellán mayor de la Policía Federal, al despedir los restos del suboficial inspector Russo, quedaron grabadas a fuego en la mente y el alma de los presentes: “La muerte no es noche, sino día resplandeciente, iluminado por la resurrección”.
La cifra de muertos se elevó a cuatro cuando en los días posteriores, falleció el cabo Pereda, víctima de las terribles lesiones que había recibido.
Al día siguiente del atentado, el gobierno puso en marcha un operativo de búsqueda que se inició a las 13:00, con varias patrullas del I Cuerpo de Ejército partiendo desde la guarnición de Palermo.
En combinación con la Policía Federal y su par de la provincia de Buenos Aires, se efectuaron redadas y allanamientos en diferentes puntos de la ciudad, entre ellos, Sucre 2538, Obligado 1460 y Av. Libertador 1650, partido de Vicente López, sin registrarse detenciones.
Veinticuatro horas después, las FAL se adjudicaron el atentado en un escueto comunicado que dieron a conocer a la prensa.
No fueron pocos los analistas que creyeron ver en el hecho una respuesta al mega operativo antiguerrillero que fuerzas combinadas del Ejército y la Policía Federal habían llevado a cabo los días 13 y 14, tanto en Buenos Aires como en el interior del país, especialmente en Bahía Blanca, pero lo cierto es que la mayoría coincidió en que el mismo debió haber sido planeado con varios días de anticipación.
El procedimiento capitalino tuvo lugar la tarde el 14 de enero, en un edificio de once pisos ubicado en Av. Santa Fe 1168/70, provocando la consabida conmoción entre moradores y transeúntes.
A las 15:45, varios vehículos militares se detuvieron frente al inmueble de dos cuerpos, mientras efectivos policiales y tropas portando armas largas y automáticas, luciendo uniformes de campaña, procedían a desviar el tránsito e impedir el paso de las personas.
La columna motorizada llegó al mando de un mayor y estaba integrada por un Jeep y una camioneta del Ejército, cuatro o cinco patrulleros del Cuerpo de Vigilancia II y dos automóviles particulares, uno de ellos marca FIAT.
Redada del Ejército en Av. Santa Fe 1170
("La Razón")

Buena parte de los uniformados ingresaron al edificio, algunos por el sótano, al que se accedía por el número 1168 de la mencionada arteria y el resto por el acceso principal (1170), apostando una guardia de soldados y policías en el hall principal y otra sobre la vereda. Solo al Dr. Juan Ángel Peña Gaona, director de Ceremonial de la Presidencia de la Nación, domiciliado en el tercer piso, se le permitió salir (la suya fue la única vivienda que no fue registrada), al resto de los moradores, fueran propietarios, inquilinos, personal doméstico o encargados, se los obligó a permanecer en el lugar en tanto se impedía el ingreso de quienes estaban fuera, incluyendo repartidores y mensajeros. A una muchacha rubia que vivía en el 7º piso “A”, se le autorizó a hablar con su madre por el portero eléctrico, pero a poco de intercambiar las primeras palabras, un sargento le ordenó retirarse.
El operativo finalizó a las 16:55, cuando los efectivos partieron encolumnados, sin hacer ningún tipo de declaración. Los reporteros intentaron dialogar con un teniente que llevaba unas planillas debajo del brazo pero éste les dijo que no iba a hacer comentarios.
Los vehículos enfilaron hacia Retiro y poco a poco la situación volvió a la normalidad.
A la señora Marina Essayag, propietaria del departamento del 2º piso “A”, tres o cuatro soldados le pidieron los documentos y después de algunas preguntas, entre ellas cuanto tiempo llevaba viviendo ahí, le hicieron llenar un formulario.

-Es un procedimiento para combatir a la subversión –se limitó a decir el suboficial a cargo del grupo.

Soldados y policías se retiraron sin haber hallado nada. El día anterior, el Ejército rodeó la sede de la UOCRA en Bahía Blanca, así como los hogares de varios dirigentes y detuvo a su asesor letrado junto a otros veinticuatro gremialistas.
Tropas del V Cuerpo de Ejército, también en uniforme de campaña y esgrimiendo armas largas con bayonetas caladas, llegaron a bordo de Jeeps, camionetas y camiones y procedieron a desviar el tránsito para poner en marcha el operativo.
Tres días después, falleció en el hospital donde se hallaba internado, Guillermo Ambrosio, militante peronista baleado el 3 de enero; el 20 se produjo el deceso de Enrique Castro, herido durante un ataque a la sede del movimiento justicialista el 11 de noviembre de 1971 y el 22 un devastador incendio en el edificio de Radio Centro, ubicado en Maipú 555, provocó la muerte de dos periodistas y lesiones a otras cinco personas, acontecimiento que tras los primeros peritajes, llevó a suponer, se trataba de un nuevo atentado.
El hecho más resonante del mes se produjo el 29 de enero, cuando el ERP llevó a cabo el espectacular asalto al Banco Nacional de Desarrollo (BANADE), ubicado en Leandro N. Alem 168, de donde sustrajo $450.000.000, la cifra más alta apropiada por la guerrilla hasta entonces.
La operación se inició a las 22:00 cuando dos empleados de la entidad, el sereno Oscar Serrano (que también era taxista) y el ascensorista Ángel Abus, franquearon el acceso a tres desconocidos armados, los cuales redujeron a los seis guardias de servicio, entre ellos un efectivo policial y tomaron prisioneros al resto de los empleados, siete en total, cuando se encontraban abocados a tareas de limpieza. Inmediatamente después, abrieron los portones del garage (Leandro N. Alem 180), permitiendo el ingreso de un vehículos con cuatro efectivos a bordo, quienes además del armamento, traían las herramientas necesarias para abrir el tesoro. Después de inutilizar la alarma, descendieron todos hacia el subsuelo y a través el conducto de aire acondicionado, llegaron hasta las cajas de seguridad, donde desplegaron el equipo para abrir un gran boquete y extraer el dinero. Debieron cortar setenta barrotes y dos rejas para llegar a la caja fuerte y practicar un boquete de 60 centímetros de alto por 1 metro de ancho y 40 centímetros de profundidad en el ángulo superior derecho para llegar al objetivo. En plena tarea, llegaron al Banco su intendente (administrador), Martín Campins y su esposa, quienes fueron tomados prisioneros. Los subversivos le exigieron que se comunicara con su hijo, que se encontraba en el 8º piso, donde la familia tenía su residencia y le indicaran bajar. Así se hizo y de esa manera, sin ejercer violencia, los tres fueron retenidos hasta la finalización del operativo.  Finalizada la tarea, los comandos regresaron al estacionamiento y procedieron a cargar el botín en el automóvil, junto con las armas sustraídas a la gente de seguridad, a saberse, dos ametralladoras Halcón 9 mm, una metralleta PAM, dos escopetas a repetición Ithaca, ocho revólveres 38, una pistola Beretta 9 mm y municiones3 De esa manera, luego de pintar consignas y las estrellas de la organización, los asaltantes se retiraron, no sin antes trabar las puertas y recomendarle a los prisioneros mantenerse tranquilos, en espera de su liberación. Varios grupos de apoyo que se habían apostado en el exterior, partieron detrás de ellos para perderse en las calles, con destino desconocido.
Fue un golpe de mano espectacular, que se prolongó por espacio de siete horas y veinte minutos, a 150 metros de la Casa de Gobierno y solo 80 del SIDE.
Tanto el sereno como el ascensorista y la esposa de éste último, Laura R. Zona de Abus, actuaron como enlaces. Hoy, una película apologética los ha elevado a la categoría de héroes4, una tendencia que se viene registrando desde el advenimiento de la democracia, en 1983; incluso Serrano y Abus, colaboraron en la misma, pero lo cierto es que la agrupación terrorista emplearía ese dinero en su logística, es decir, la adquisición de armamento, la elaboración de explosivos, los secuestros, asesinatos y atentados que ensangrentarían al país por los siguientes siete años.
Imágenes



Estado en el que quedó el hall de entrada al edificio del Dr. Perriaux
(Foto: "La Razón")


Patrullero destrozado luego de la explosión. A su lado
la reja del balcón que impactó contra él

(Foto: "La Razón") 


Caídos en cumplimiento del deber. Desde la izquierda oficial subinspector Juan Roque Russo, sargento primero Rómulo Salvatierra y sargento principal Néstor Godoy (Foto: "La Razón")
Agentes de policía ayudan a esta anciana
a evacuar el edificio

(Foto: "La Razón")


El cabo Rubén Pereda agoniza horriblemente mutilado en
el Hospital Churruca. Morirá tres días después, víctima de las
terribles quemaduras. Para él no hay películas reivindicatorias

(Foto: "La Razón")


El agente Eduardo Santos y el cabo de bomberos Roberto Fernández fuera de peligro
(Foto; "La Razón")


El sargento Pedro Coronel se repone de las heridas (Foto: "La Razón")


Capilla ardiente en el patio del Departamento Central de Policía
(Foto: "La Razón")


Deudos de los policías caídos lloran a sus seres queridos
Gente humilde que queda desprotegida

(Foto: "La Razón")


El padre Carlos Gardella, capellán mayor de la Policía Federal,
despide los restos del oficial subinspector Russo

(Foto: "La Razón")


Allanamientos en la Capital Federal
(Foto: "La Razón")


El incendio acaecido en el edificio de Maipú 555 donde funcionan
varias radios pudo haber sido intencional. Costó la vida de dos
periodistas y heridas a cinco personas más

(Foto: "La Razón")


Personal de la entidad bancaria y policías intercambian opiniones en la puerta
de entrada. A la derecha, agentes de seguridad retiran objetos utilizados por
los guerrilleros

(Foto: "La Razón")


Un maestranza del Banco hace declaraciones a la prensa. A la derecha,
el juez Jorge Quiroga se hace presente en el lugar de los hechos

(Foto: "La Razón")



El tesorero de la institución rodeado por los reporteros. A la derecha
el taxi de Oscar Serrano en el que llegaron algunos de los sediciosos
(Foto: "La Razón")


Tres de los subversivos involucrados en el asalto. Hoy una película los eleva
a la categoría de héroes

(Foto: "La Razón")
Notas
1 Alberto Agustín Dodero, empresario naviero nacido en Montevideo el 2 de enero de 1887, hijo del capitán Nicolás Dodero, marino nacido en Génova y nieto de armadores italianos. Nacionalizado argentino, fue un cercano colaborador de Perón y su esposa Eva, cuya comitiva integró en 1947 cuando aquella emprendió su viaje europeo. Fue titular de una poderosa empresa naval.
2 Alberto N. Manfredi (h), 1955 Guerra Civil. La Revolución Libertadora y la caída de Perón
3 “Estrella Roja” Nº 12, abril de 1972, “Parte de guerra. Expropiación realizada en el Banco Nacional de Desarrollo”, p. 6.
4 Se trata de Seré millones (2013), dirigida por Omar Neri, Fernando Krichmar y Mónica Simoncini. Hacer historia a través del cine es bueno siempre y cuando se lo haga de manera objetiva. Cuando se toma partido, en especial cuando la causa es la de una agrupación terrorista, se cae en la apología del delito, por más rótulo que se le invente al género.

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