RECRUDECE LA VIOLENCIA
Enero de 1972, el Ejército y las fuerzas policiales
llevan a cabo redadas en la Capital Federal
(Foto: "La Razón")
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El 2 de enero de 1972, el general Lanusse le tomó
juramente al nuevo comandante de la Armada, almirante Carlos Guido Natal Coda,
quien venía a reemplazar al veterano Pedro J. Gnavi, distanciado de la junta por
desacuerdos en determinadas políticas a encarar, la principal de ellas, el
llamado a elecciones generales en 1973.
De esa manera, se alejaba del entorno gubernamental
un alto oficial que como muchos de su camada, poseía experiencia de combate ya
que en septiembre de 1955 había comandado al destructor “La Rioja”, durante la
encarnizada batalla aeronaval del Río de la Plata, al reiniciarse la Revolución
Libertadora. Su reemplazante, nacido en Paraná, el 24 de diciembre de 1918,
venía de desempeñar diversas funciones de gobierno, entre ellas, la asesoría de
la delegación argentina ante la Junta Interamericana de Defensa, en la OEA, la
dirección de la Escuela Naval y la agregaduría de su arma en las embajadas de
nuestro país en el Reino Unido y Holanda.
Lanusse le tomó juramento en el Salón Blanco de la
Casa Rosada ante ministros, secretarios, oficiales de las tres armas y
representantes de la prensa, y ni bien el escribano Garrido terminó de labrar
el acta, pasaron todos a una habitación contigua donde mantuvieron una reunión
junto a altos oficiales de las tres armas, entre ellos, los generales Juan José
Montiel Forzano, Gregorio Pomar, Luis Noceda y Jorge Carcagno, el brigadier Carlos
Rey y los almirantes Eugenio Fuenterrosa, Rubén Raúl Giavedoni, Hermes Quijada
y Francisco Agustín Alemán. El acto central había contado con la presencia en
una ceremonia que contó con la presencia del arzobispo de Buenos Aires,
monseñor Antonio Caggiano.
De ahí se trasladaron posteriormente al Edificio
Libertad, sede del comando en jefe de la Armada, más precisamente al piso 14º,
donde tuvo lugar la ceremonia de recepción del comando, previa lectura de la
orden de despedida firmada por Gnavi.
Esa misma tarde, Lanusse presidió una reunión en la
Central de Inteligencia, organismo dependiente de la Secretaría de
Informaciones del Estado, cuya sede se hallaba ubicada en 25 de Mayo 11, frente
a la Casa de Gobierno, donde se encontraban presentes, además del ministro del
Interior, Dr. Arturo Mor Roig, el general Hugo Mario Miatello, titular del
Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE) y los jefes de los distintos
servicios de seguridad, convocados expresamente para tratar la situación de
los detenidos por razones políticas. En la ocasión, el presidente dio a conocer
su decisión de recibir a los representantes de la CGT el siguiente viernes, 7
de enero, a las 18 horas, para abordar diversos asuntos, entre ellos, la
derogación de las leyes represivas, la reforma de la ley de quiebras que debía
asegurar mayor protección a los trabajadores y una política en materia de
viviendas.
Lanusse promovía una estrategia de diálogo que apuntaba al llamado a elecciones nacionales, al tiempo que intentaba mostrar flexibilidad y predisposición. Sin embargo, las organizaciones guerrilleras no estaban dispuestas a negociar y eso quedó reflejado la madrugada del 3 de enero, cuando un grupo comando de Montoneros intentó apoderarse del destacamento Zárate, de la Prefectura Naval Argentina, sobre el río Paraná, empleando no menos de quince efectivos entre los que había cuatro mujeres.
Asume el nuevo integrante de la Junta Militar, almirante Carlos G. N. Coda |
Lanusse promovía una estrategia de diálogo que apuntaba al llamado a elecciones nacionales, al tiempo que intentaba mostrar flexibilidad y predisposición. Sin embargo, las organizaciones guerrilleras no estaban dispuestas a negociar y eso quedó reflejado la madrugada del 3 de enero, cuando un grupo comando de Montoneros intentó apoderarse del destacamento Zárate, de la Prefectura Naval Argentina, sobre el río Paraná, empleando no menos de quince efectivos entre los que había cuatro mujeres.
Los atacantes llegaron a bordo de tres vehículos
robados, un Peugeot 404 bordó, un Rambler Classic obscuro y una camioneta
pick-up Chevrolet, color azul, que apostaron a lo largo de la Av. Apolo XI, a
escasos 100 metros del puerto fiscal. A las 03:30 a.m., descendieron y se
desplegaron sobre el terreno, avanzando coordinadamente en dirección al
edificio, con sus armas largas listas para ser accionadas.
El primero de ellos se encaminó hasta la barrera
lateral que bloqueaba el acceso de los automotores e intentó reducir al
marinero de guardia en tanto el resto, lo hizo hacia la puerta principal, tratando
de sacar el máximo provecho del factor sorpresa.
Pese a lo cerrado de la noche, los imaginarias
advirtieron el movimiento y después de dar la voz de alerta abrieron fuego,
desencadenando un feroz tiroteo.
Los subversivos se pusieron a cubierto y
concentraron los disparos sobre las aberturas, devolviendo las ráfagas de
metralla con determinación.
De ese modo, alcanzaron al cabo primero Emilio
Markievicz, quien sufrió un impacto directo en su pierna derecha. Cuando sus
compañeros procedían a alejarlo de las ventanas, cayó también el cabo segundo
Humberto Aguilar, al recibir una certera descarga que le provocó seis graves heridas.
Más de 200 disparos perforaron el frente del
destacamento, evidenciando la intensidad del combate, pero los soldados se
mantuvieron firmes y lograron rechazar el ataque. A los montoneros no les quedó
más remedio que ordenar la retirada y correr de regreso a sus vehículos, no sin
antes arrojar numerosos volantes firmados por los comandos “Gustavo Ramus” y
“Abal Medina”.
Cuando los efectivos de la Prefectura retomaron el
control, descubrieron varios rastros de sangre sobre el pavimento, clara señal
de que al menos dos de los atacantes habían resultado heridos.
Markievicz y Aguilar fueron evacuados hacia una
clínica cercana mientras se radiaban mensajes a otras unidades, advirtiendo
sobre lo ocurrido, en especial a la policía provincial y la Federal. De esa
manera, se montó un operativo candado a efectos de cerrar las posibles vías de
escape.
Durante toda la mañana y buena parte de la tarde, se realizaron rastrillajes en toda el área, se efectuaron controles callejeros, se hicieron allanamientos y se practicaron algunas detenciones mientras se elaboraba el comunicado que el comando de la Prefectura Naval iba a emitir por la tarde.
Cuartel de la Prefectura Naval atacado en Zárate. En la imagen, los efectivos heridos durante el enfrentamiento (Foto: "La Nación") |
Durante toda la mañana y buena parte de la tarde, se realizaron rastrillajes en toda el área, se efectuaron controles callejeros, se hicieron allanamientos y se practicaron algunas detenciones mientras se elaboraba el comunicado que el comando de la Prefectura Naval iba a emitir por la tarde.
El 6 de enero, las autoridades detuvieron nuevamente
al padre Alberto Carbone, acusándolo de haber integrado el grupo atacante.
El hecho ocurrió a las 03:00 a.m., durante un
procedimiento en la Casa del Clero, dependiente del Arzobispado, sita en Rodríguez
Peña esquina Paraguay, contigua a la iglesia del Carmen, donde el sacerdote
vivía a junto a otros veinticuatro religiosos.
A esa hora, varios patrulleros se detuvieron frente
al edificio y de los mismos descendieron numerosos policías armados con
ametralladoras para rodear la dependencia por ambos lados. El oficial al mando
tocó el timbre y golpeó con violencia las puertas, al tiempo que un agente se
ubicaba en medio de la calle para desviar cualquier vehículo que atinase a
pasar por el lugar.
La voz del padre López Modere, portero de la
residencia, llegó desde el otro lado de la puerta preguntando quién era; los
uniformados le exigieron con tono imperativo que abriese inmediatamente y cuando
lo hubo hecho, le ordenaron guiarlos hasta la habitación del padre Carbone. El
desconcertado clérigo los condujo por un corredor hasta los ascensores y de ahí
hasta el tercer piso, donde se encontraba la dependencia; le ordenaron abrir
la puerta e ingresaron de manera poco ortodoxa, llevándose a su presa, sin
darle tiempo a vestirse.
Consultada por la prensa, la Policía Federal negó haber
realizado un procedimiento en la Casa del Clero, sin embargo, la noticia era
verdadera, como la detención del imprentero Ricardo M. Beltrán, también acusado
de haber tomado parte directa en el ataque al cuartel de la Prefectura.
Los detenidos quedaron incomunicados y poco después,
fueron trasladados a Zárate, hasta donde viajó en avión el juez de la Cámara
Federal en lo Penal, Dr. Jorge V. Quiroga, para interrogarlos. Al desembarcar
en el pequeño aeródromo local, la prensa pudo abordar al magistrado, quien
llegó acompañada por varios colaboradores.
Los imputados debieron esperar hasta la tarde porque
el Dr. Quiroga tomó primero declaración a los prefectos heridos (Markievich y
Aguilar), quienes convalecían aún en la clínica.
El padre Carbone estuvo patrocinado por el Dr.
Domingo Alfredo Mercante, hijo del célebre gobernador peronista de la provincia
de Buenos Aires y Hugo Amilcar Grimberg, en tanto de Beltrán se ocuparon
Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde, José Alfredo Zelaya Mas y Edgar Sa.
Permanecerían detenidos cinco meses, primero en la
alcaldía de Tribunales, donde fueron conducidos el 10 de enero a las 10:45,
bajo una fuerte custodia y luego en una cárcel común, donde recibieron el
mismo trato que el resto de los internos.
El padre Carbone nuevamente en la mira |
El 8 de enero las autoridades nacionales ordenaron
la libertad de Raimundo
Ongaro, quien se hallaba detenido desde el 13 de mayo del año anterior.
Tres días después, el Foro de los
Derechos Humanos denunció torturas sobre los prisioneros por parte de las
fuerzas de seguridad; entre el 12 y el 13 del mismo mes, se llevaron a cabo
diversos allanamientos en busca de elementos subversivos y el 14 se produjo el primer
gran atentado de la guerra subversiva argentina, al estallar un poderoso
artefacto explosivo que destruyó el domicilio del ministro Perriaux, ubicado en
Av. Gelly y Obes 2282, en el sector más elegante de la Recoleta, conocido
vulgarmente como “la Isla”.
Fue
un hecho que conmocionó a la ciudadanía por su magnitud y sus consecuencias.
Eran
las 19:40 del 14 de enero, cuando Rosa, la mucama del Dr. Perriaux, se
encontraba haciendo sus tareas habituales cuando creyó sentir ruidos en el
palier del departamento. Extrañada, llamó a Ana, la lavandera, para preguntarle
si escuchaba lo mismo. La doméstica se acercó a la puerta y después de unos
segundos manifestó que, efectivamente, parecía haber alguien afuera.
Al
asomarse ambas para ver, vieron a un individuo depositando un objeto del tamaño
de un pan dulce junto a la puerta del ascensor y sobre el mismo, un ramo de
flores de considerable tamaño.
Sin
perder tiempo, llamaron al portero y cuando éste se percató de la extraña
presencia, cruzó hasta el Ministerio de Justicia, ubicado enfrente, para
alertar al agente de guardia, quien a su vez, se puso en contacto con el
Comando Radioeléctrico.
Dos
patrulleros partieron desde la central, el Nº 203 y el Nº 206, al mando del el sargento principal Néstor Godoy y el sargento primero Rómulo Salvatierra y cuando lo hacían, se radió un mensaje a la Brigada
de Explosivos, solicitando su presencia en el lugar d elos hechos.
Los
vehículos llegaron juntos, el último a las órdenes del oficial subinspector bombero
Juan Roque Russo, quien lo hizo en compañía del cabo Rubén Pereda y el
conductor, provistos los dos primeros con el correspondiente equipo.
Los
terroristas habían conectado el aparato a la puerta del ascensor de ahí que
cuando los guardias del orden intentaron removerlo, el mismo estalló con inusitada
violencia.
Russo
y Pereda se acercaron con mucha cautela, cubiertas sus cabezas con cascos y sus
manos con guantes, seguidos de cerca por Godoy y Salvatierra. Afuera quedaron
el sargento Pedro Coronel, el cabo Roberto Fernández y los agentes Miguel Ángel
Tavalaro y Eduardo Santos, montando guardia e informando al comando de lo que estaba
sucediendo.
Los
expertos observaron detenidamente el objeto, primero de un lado, luego del otro
y cuando fueron a quitar el ramo, se produjo la explosión.
La
onda expansiva arrojó los cuerpos mutilados a varios metros de distancia.
Russo, Salvatiera y Godoy murieron en el acto en tanto Pereda quedó tirado
sobre la vereda en estado desesperante.
El
estallido provocó un gran orificio y arrancó de cuajo las rejas del balcón, que
prácticamente se incrustaron en uno de los patrulleros. Los daños fueron tan graves
que su planta baja y primer piso quedaron prácticamente arrasados, por lo que fue
necesario apuntalado. Una veintena de fincas resultaron también deterioradas, amén
de los vidrios de la cuadra, que quedaron hechos añicos.
Norberto
Morra y Claudia Fiori pasaban por la vereda de enfrente cuando se
produjo el
estallido. Una lluvia de vidrios cayó sobre ellos, provocándoles cortes y
laceraciones; Chabela Fernández de Montes, de 70 años de edad, cayó
aturdida
sobre la misma vereda, cuando la onda expansiva la arrojó al suelo,
ocasionándole la fractura de su brazo derecho y diversos golpes en el
cráneo.
Al
sentir la detonación, el ex juez federal Jorge Aguirre y el letrado Eduardo
Fargosi, subsecretarios de Justicia y Asuntos Legislativos ambos, corrieron
hacia las ventanas para ver que ocurría, lo miso el resto del vecindario, constatando
que del vecino edificio emanaba una densa columna de humo mientras agentes y
bomberos corrían desesperadamente hacia el lugar. En un primer momento,
pensaron que se trataba de un tiroteo al ver a varios uniformados cargando a
dos compañeros heridos, pero los daños y la humareda hablaban a las claras de
un atentado terrorista.
Estado en el que quedó el frente del edificio donde vivía el ex ministro de Justicia, Dr. Jaime Perriaux (Foto: "La Razón") |
Inmediatamente
después, comenzaron a sentirse las sirenas de la autobombas, ambulancias y más
móviles policiales acercándose a gran velocidad junto a personas de civil que corrían entre los
escombros dando órdenes.
Los
socorristas recogieron a los heridos y los introdujeron en las ambulancias en
tanto otros agentes ayudaban a los vecinos a evacuar los pisos superiores, sobre
todo a una señora anciana y las dos domésticas que resultaron milagrosamente
ilesas.
Ni
el Dr. Perriaux ni su familia se encontraban presentes en su domicilio cuando
se produjo el atentado. Muy cerca de allí, a escasos metros, vivían el Dr. José
Luis Cantilo, ex ministro de Defensa, emparentado al presidente de la Nación;
Ricardo Yofre, en esos momentos asesor del Ministerio del Interior y Adolfo
Mugica, padre del sacerdote tercermundista y ministro de Relaciones Exteriores
y Culto durante la gestión de Arturo Frondizi. Justo enfrente, se alzaba el
edificio de ocho pisos, de ladrillo a la vista, donde Perón había tenido el
lujoso apartamento, que le había obsequiado el magnate naviero Alberto A.
Dodero1 y algo más allá, la embajada británica.
En
el edificio mencionado, funcionaban las oficinas del Ministerio de
Justicia de
la Nación, cartera que en esos momentos ocupaba Ismael Bruno Quijano,
quien
había reemplazado a Perriaux el 11 de octubre de 1971; a escasos cien
metros a
la derecha, en dirección a las barrancas que dominaba el monumento a
Mitre, se encontraba la embajada del Reino Unido, antiguo palacio Berro
Madero. Si se desciende
por Guido hacia
Agüero, desde la plazoleta donde se encuentra el busto de Gelly y Obes,
el peatón se topa con el espantoso edificio de la Biblioteca Nacional
donde se alzaba la lujosa residencia
presidencial en la que el 26 de julio de 1952 falleció Evita,
absurdamente
demolida por la Revolución Libertadora. Toda el área había sufrido los
efectos
del bombardeo aéreo del 16 de junio de 1955, cuando aviones Beechkraft
de la
Marina atacaron la mencionada mansión, suponiendo que era uno de los
lugares
donde Perón podía hallarse escondido2.
Tanto la legación diplomática, como la sede ministerial y los domicilios de los doctores Cantilo y Mugica, habían sido víctimas de atentados explosivos en el pasado. En 1967 fue la residencia del primero, donde una bomba de mediano poder hizo volar una de las hojas de roble del gran portón de acceso. En 1970 estallaron bombas en la embajada y el Ministerio de Justicia y al año siguiente, hizo lo propio otra en el domicilio del ex canciller Mugica, las cuatro sin más consecuencias que los consabidos daños materiales.
Primer piso ("La Razón") |
Tanto la legación diplomática, como la sede ministerial y los domicilios de los doctores Cantilo y Mugica, habían sido víctimas de atentados explosivos en el pasado. En 1967 fue la residencia del primero, donde una bomba de mediano poder hizo volar una de las hojas de roble del gran portón de acceso. En 1970 estallaron bombas en la embajada y el Ministerio de Justicia y al año siguiente, hizo lo propio otra en el domicilio del ex canciller Mugica, las cuatro sin más consecuencias que los consabidos daños materiales.
Ni
los doctores Cantilo, Yofre y Mugica, ni el titular de la cartera de Justicia,
Ismael Bruno Quijano, se encontraban en sus domicilios al producirse el
estallido pues por ser enero, se hallaban de vacaciones.
Los
primeros en ser informados fueron el presidente de la Nación, el ministro del
Interior y el jefe de Policía, general Cáceres Monié, quien interrumpió su
descanso en la costa para regresar a la Capital Federal.
En
tanto los civiles heridos eran evacuados hacia el Hospital Fernández y el
Instituto del Diagnóstico, los suboficiales y agentes fueron derivados al hospital
policial Churruca, donde ingresaron todos con pronóstico reservado, en especial
el cabo Pereda, quien presentaba mutilaciones y quemaduras de tercer grado en
el 80% de su cuerpo.
La
pareja de novios y la señora de Montes fueron atendidas por personal de guardia
de los citados nosocomios y al cabo de unas horas, enviadas de regreso a sus
domicilios, la última con su brazo derecho enyesado. El Hospital Churruca se
negó a informar sobre el estado de los heridos por lo que los representantes de
la prensa debieron trasladarse hasta el Departamento Central de Policía para interiorizarse
de su situación.
Al
día siguiente, a las 4 a.m. fue montada la capilla ardiente en el gran patio
interior del Departamento Central de Policía, con los tres ataúdes cubiertos
por la bandera argentina y una guardia se honor formando delante. Una larga
hilera de coronas dio marco a la escena en medio de un agobiante silencio,
quebrado tan sólo por el llanto de los deudos y el metálico sonido de las
cámaras fotográficas. Las palabras pronunciadas por el padre Carlos Gardella,
capellán mayor de la Policía Federal, al despedir los restos del suboficial
inspector Russo, quedaron grabadas a fuego en la mente y el alma de los
presentes: “La muerte no es noche, sino
día resplandeciente, iluminado por la resurrección”.
La
cifra de muertos se elevó a cuatro cuando en los días posteriores, falleció el
cabo Pereda, víctima de las terribles lesiones que había recibido.
Al
día siguiente del atentado, el gobierno puso en marcha un operativo de búsqueda
que se inició a las 13:00, con varias patrullas del I Cuerpo de Ejército partiendo
desde la guarnición de Palermo.
En
combinación con la Policía Federal y su par de la provincia de Buenos Aires, se
efectuaron redadas y allanamientos en diferentes puntos de la ciudad, entre
ellos, Sucre 2538, Obligado 1460 y Av. Libertador 1650, partido de Vicente
López, sin registrarse detenciones.
Veinticuatro
horas después, las FAL se adjudicaron el atentado en un escueto comunicado que
dieron a conocer a la prensa.
No
fueron pocos los analistas que creyeron ver en el hecho una respuesta al mega
operativo antiguerrillero que fuerzas combinadas del Ejército y la Policía
Federal habían llevado a cabo los días 13 y 14, tanto en Buenos Aires como en
el interior del país, especialmente en Bahía Blanca, pero lo cierto es que la
mayoría coincidió en que el mismo debió haber sido planeado con varios días de
anticipación.
El
procedimiento capitalino tuvo lugar la tarde el 14 de enero, en un edificio de
once pisos ubicado en Av. Santa Fe 1168/70, provocando la consabida conmoción
entre moradores y transeúntes.
A
las 15:45, varios vehículos militares se detuvieron frente al inmueble de dos
cuerpos, mientras efectivos policiales y tropas portando armas largas y
automáticas, luciendo uniformes de campaña, procedían a desviar el tránsito e impedir
el paso de las personas.
La
columna motorizada llegó al mando de un mayor y estaba integrada por un Jeep y
una camioneta del Ejército, cuatro o cinco patrulleros del Cuerpo de Vigilancia
II y dos automóviles particulares, uno de ellos marca FIAT.
Buena parte de los uniformados ingresaron al edificio, algunos por el sótano, al que se accedía por el número 1168 de la mencionada arteria y el resto por el acceso principal (1170), apostando una guardia de soldados y policías en el hall principal y otra sobre la vereda. Solo al Dr. Juan Ángel Peña Gaona, director de Ceremonial de la Presidencia de la Nación, domiciliado en el tercer piso, se le permitió salir (la suya fue la única vivienda que no fue registrada), al resto de los moradores, fueran propietarios, inquilinos, personal doméstico o encargados, se los obligó a permanecer en el lugar en tanto se impedía el ingreso de quienes estaban fuera, incluyendo repartidores y mensajeros. A una muchacha rubia que vivía en el 7º piso “A”, se le autorizó a hablar con su madre por el portero eléctrico, pero a poco de intercambiar las primeras palabras, un sargento le ordenó retirarse.
Redada del Ejército en Av. Santa Fe 1170 ("La Razón") |
Buena parte de los uniformados ingresaron al edificio, algunos por el sótano, al que se accedía por el número 1168 de la mencionada arteria y el resto por el acceso principal (1170), apostando una guardia de soldados y policías en el hall principal y otra sobre la vereda. Solo al Dr. Juan Ángel Peña Gaona, director de Ceremonial de la Presidencia de la Nación, domiciliado en el tercer piso, se le permitió salir (la suya fue la única vivienda que no fue registrada), al resto de los moradores, fueran propietarios, inquilinos, personal doméstico o encargados, se los obligó a permanecer en el lugar en tanto se impedía el ingreso de quienes estaban fuera, incluyendo repartidores y mensajeros. A una muchacha rubia que vivía en el 7º piso “A”, se le autorizó a hablar con su madre por el portero eléctrico, pero a poco de intercambiar las primeras palabras, un sargento le ordenó retirarse.
El
operativo finalizó a las 16:55, cuando los efectivos partieron encolumnados,
sin hacer ningún tipo de declaración. Los reporteros intentaron dialogar con un
teniente que llevaba unas planillas debajo del brazo pero éste les dijo que no
iba a hacer comentarios.
Los
vehículos enfilaron hacia Retiro y poco a poco la situación volvió a la normalidad.
A
la señora Marina Essayag, propietaria del departamento del 2º piso “A”, tres o
cuatro soldados le pidieron los documentos y después de algunas preguntas,
entre ellas cuanto tiempo llevaba viviendo ahí, le hicieron llenar un
formulario.
-Es
un procedimiento para combatir a la subversión –se limitó a decir el suboficial
a cargo del grupo.
Soldados
y policías se retiraron sin haber hallado nada. El día anterior, el Ejército
rodeó la sede de la UOCRA en Bahía Blanca, así como los hogares de varios
dirigentes y detuvo a su asesor letrado junto a otros veinticuatro
gremialistas.
Tropas
del V Cuerpo de Ejército, también en uniforme de campaña y esgrimiendo armas
largas con bayonetas caladas, llegaron a bordo de Jeeps, camionetas y camiones
y procedieron a desviar el tránsito para poner en marcha el operativo.
Tres
días después, falleció en el hospital donde se hallaba internado, Guillermo
Ambrosio, militante peronista baleado el 3 de enero; el 20 se produjo el deceso de Enrique
Castro, herido durante un ataque a la sede del movimiento justicialista el 11
de noviembre de 1971 y el 22 un devastador incendio en el edificio de Radio
Centro, ubicado en Maipú 555, provocó la muerte de dos periodistas y lesiones a
otras cinco personas, acontecimiento que tras los primeros peritajes, llevó a
suponer, se trataba de un nuevo atentado.
El
hecho más resonante del mes se produjo el 29 de enero, cuando el ERP llevó a
cabo el espectacular asalto al Banco Nacional de Desarrollo (BANADE), ubicado en Leandro N. Alem 168, de donde
sustrajo $450.000.000, la cifra más alta apropiada por la guerrilla hasta
entonces.
La
operación se inició a las 22:00 cuando dos empleados de la entidad, el
sereno
Oscar Serrano (que también era taxista) y el ascensorista Ángel Abus,
franquearon el acceso a tres
desconocidos armados, los cuales redujeron a los seis guardias de
servicio, entre ellos un efectivo policial y tomaron prisioneros al
resto de los empleados, siete en total, cuando se encontraban abocados a
tareas de limpieza. Inmediatamente después, abrieron los portones del
garage (Leandro N. Alem 180), permitiendo el ingreso de un vehículos con
cuatro efectivos a bordo, quienes además del armamento, traían las
herramientas necesarias para abrir el tesoro.
Después
de inutilizar la alarma, descendieron todos hacia el subsuelo y a
través el conducto de aire acondicionado, llegaron hasta las cajas de
seguridad, donde desplegaron el equipo para abrir un gran boquete y
extraer el dinero. Debieron cortar setenta barrotes y dos rejas para
llegar a la caja fuerte y practicar un boquete de 60 centímetros de alto
por 1 metro de ancho y 40 centímetros de profundidad en el ángulo
superior derecho para llegar al objetivo.
En
plena tarea, llegaron al Banco su intendente (administrador), Martín
Campins y su esposa, quienes fueron tomados prisioneros. Los subversivos
le exigieron que se comunicara con su hijo, que se encontraba en el 8º
piso, donde la familia tenía su residencia y le indicaran bajar. Así se
hizo y de esa manera, sin ejercer violencia, los tres fueron retenidos
hasta la finalización del operativo.
Finalizada
la tarea, los comandos regresaron al estacionamiento y procedieron a
cargar el botín en el automóvil, junto con las armas sustraídas a la
gente de seguridad, a saberse, dos ametralladoras Halcón 9 mm, una
metralleta PAM, dos escopetas a repetición Ithaca, ocho revólveres 38,
una pistola Beretta 9 mm y municiones3.
De
esa manera, luego de pintar consignas y las estrellas de la
organización, los asaltantes se retiraron, no sin antes trabar las
puertas y recomendarle a los prisioneros mantenerse tranquilos, en
espera de su liberación. Varios grupos de apoyo que se habían apostado
en el exterior, partieron detrás de ellos para perderse en las calles,
con destino desconocido.
Fue
un golpe de mano espectacular, que se prolongó por espacio de siete horas y veinte minutos, a 150
metros de la Casa de Gobierno y solo 80 del SIDE.
Tanto
el sereno como el ascensorista y la esposa de éste último, Laura R. Zona de
Abus, actuaron como enlaces. Hoy, una película apologética los ha elevado a la
categoría de héroes4, una tendencia que se viene registrando desde
el advenimiento de la democracia, en 1983; incluso Serrano y
Abus, colaboraron en la misma, pero lo cierto es que la agrupación terrorista
emplearía ese dinero en su logística, es decir, la adquisición de armamento, la
elaboración de explosivos, los secuestros, asesinatos y atentados que
ensangrentarían al país por los siguientes siete años.
Imágenes
Patrullero destrozado luego de la explosión. A su lado la reja del balcón que impactó contra él (Foto: "La Razón") |
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Agentes de policía ayudan a esta anciana a evacuar el edificio (Foto: "La Razón") |
El cabo Rubén Pereda agoniza horriblemente mutilado en el Hospital Churruca. Morirá tres días después, víctima de las terribles quemaduras. Para él no hay películas reivindicatorias (Foto: "La Razón") |
El agente Eduardo Santos y el cabo de bomberos Roberto Fernández fuera de peligro (Foto; "La Razón") |
El sargento Pedro Coronel se repone de las heridas (Foto: "La Razón") |
Capilla ardiente en el patio del Departamento Central de Policía (Foto: "La Razón") |
Deudos de los policías caídos lloran a sus seres queridos Gente humilde que queda desprotegida (Foto: "La Razón") |
El padre Carlos Gardella, capellán mayor de la Policía Federal, despide los restos del oficial subinspector Russo (Foto: "La Razón") |
El incendio acaecido en el edificio de Maipú 555 donde funcionan varias radios pudo haber sido intencional. Costó la vida de dos periodistas y heridas a cinco personas más (Foto: "La Razón") |
Personal de la entidad bancaria y policías intercambian opiniones en la puerta de entrada. A la derecha, agentes de seguridad retiran objetos utilizados por los guerrilleros (Foto: "La Razón") |
Un maestranza del Banco hace declaraciones a la prensa. A la derecha, el juez Jorge Quiroga se hace presente en el lugar de los hechos (Foto: "La Razón") |
El tesorero de la institución rodeado por los reporteros. A la derecha el taxi de Oscar Serrano en el que llegaron algunos de los sediciosos (Foto: "La Razón") |
Tres de los subversivos involucrados en el asalto. Hoy una película los eleva a la categoría de héroes (Foto: "La Razón") |
Notas
1 Alberto Agustín Dodero, empresario naviero
nacido en Montevideo el 2 de enero de 1887, hijo del capitán Nicolás Dodero,
marino nacido en Génova y nieto de armadores italianos. Nacionalizado
argentino, fue un cercano colaborador de Perón y su esposa Eva, cuya comitiva
integró en 1947 cuando aquella emprendió su viaje europeo. Fue titular de una
poderosa empresa naval.
2 Alberto N. Manfredi (h), 1955 Guerra Civil. La Revolución
Libertadora y la caída de Perón
3 “Estrella Roja” Nº 12, abril de 1972, “Parte
de guerra. Expropiación realizada en el Banco Nacional de Desarrollo”, p. 6.
4 Se trata de Seré
millones (2013), dirigida por
Omar Neri, Fernando Krichmar y Mónica Simoncini. Hacer historia a través del
cine es bueno siempre y cuando se lo haga de manera objetiva. Cuando se toma
partido, en especial cuando la causa es la de una agrupación terrorista, se cae
en la apología del delito, por más rótulo que se le invente al género.
Publicado 27th June 2016 por Alberto N. Manfredi (h)