EXPEDICIÓN AL MONTE WALL
Una vez de regreso, los comandos fueron empleados en
misiones menores como patrullajes alrededor de Puerto Argentino, guardias y
escoltas, algo que podían hacer perfectamente otras unidades e incluso,
pelotones integrados por conscriptos.
El 1 de junio Inteligencia pudo determinar que efectivos
ingleses intentaban infiltrarse por el pequeño hipódromo de la localidad y por
esa razón, esa misma noche, solicitó a los hombres de la CC601 establecer una
emboscada en el lugar a efectos de contrarrestar cualquier intento.
Las tropas de Castagneto se ubicaron en los alrededores de
la pista y esperaron toda la noche un ataque que nunca se realizó. Se tenían
evidencia, también de un posible golpe contra los depósitos de misiles Tiger
Cat y por esa razón, se apostó en las inmediaciones un pelotón de la CC602 destinado a prevenirlo.
El 3 de junio, por la mañana, se despachó una sección hacia
el monte Challenger, muy por delante de las líneas propias1, al mando del teniente primero Jorge Vizoso Posse.
Este oficial tucumano, iba a ser protagonista de uno de
los sucesos más curiosos y espectaculares de la guerra. Hombre de confianza de Aldo Rico, para él, las acciones de combate no eran nada nuevo porque
había luchado contra las fuerzas subversivas que operaron en su provincia natal
entre 1975 y 1976, tomando parte en numerosos encuentros y golpes comando
contra campamentos enemigos. Por esa razón, al momento de llegar a las islas,
era todo un veterano.
Su misión consistía en alcanzar la mencionada elevación,
efectuar observaciones y luego replegarse hacia las líneas propias.
La sección partió de Puerto Argentino a media tarde, a bordo
de dos Land Rover requisados a los malvinenses. A eso de las 17.00 los
dejaron en la base del monte desde donde se pusieron en contacto con el
teniente primero Carlos Arroyo, jefe de la sección del RI4 allí apostada, para informar su presencia en el área.
Vizoso Posse sabía perfectamente que los radares enemigos
iban a detectar cualquier movimiento efectuado por su pelotón, porque contaban
con sofisticados equipos de detección y eso lo obligó a trazar un plan.
Hombre sumamente ilustrado, miembro de una de las familias
más distinguidas de Tucumán, observó que en las islas los rebaños de
ovejas pastaban libremente sobre la turba y eso le proporcionó una idea.
Como relata Ruiz Moreno, el experimentado oficial recordó las hazañas de Ulises
durante su viaje de regreso a Itaca y enseguida supo que hacer. El héroe griego
y sus guerreros habían escapado del gigante Polifemo disfrazándose de ovejas y
Vizoso haría algo parecido aunque con una pequeña variante. El gigante al que
debía enfrentarse era diferente al cíclope del sur de Sicilia porque aquel solo
tenía un ojo, en tanto éste otro poseía decenas. Por esa razón se
desplazaría con su gente siguiendo el movimiento de los rebaños, es decir,
adelantándose unos metros en medio de ellos, deteniéndose cuando estos lo
hacían, arriándolos hacia donde debían ir, parando cuando aquellos lo hacían y
así sucesivamente hasta alcanzar el monte Challenger2.
El plan dio excelentes resultados y de esa manera, cuando
los relojes marcaban las 22.00, llegaron a lo alto del cerro para montar su
PO. Enfocaron el monte Kent en el preciso momento en que las nubes
se disipaban y una luna espléndida iluminaba la región.
Provistos de visores nocturnos, los comandos pudieron
observar el incesante despliegue de helicópteros transportando sus cargas
colgantes (especialmente artillería), algo realmente impresionante para un
inexperto pero no para ellos, habituados al espectáculo como estaban.
Permanecieron
en la cima toda la noche, tomando nota de cada movimiento y antes del
amanecer emprendieron el regreso recurriendo a la misma
estratagema que habían utilizado para llegar.
En el monte Enriqueta los esperaba Aldo Rico y
desde ahí se dirigieron a Stanley House, el puesto de mando de la X Brigada, donde se
reunieron con el general Jofre para ponerlo al tanto de las últimas novedades.
Cuando entraron en su puesto de manso, el alto oficial miró con desagrado a Vizoso Posse por hallarse empapado y cubierto de
barro de pies a cabeza. En esos detalles reparaban los generales argentinos.
El
comando relató con lujo de detalles lo observado pero a poco de
comenzar se dio cuenta que su superior no le creía y hasta ponía en duda
sus dichos, entonces Vizoso intentó dar su parecer pero su superior lo
cortó en seco ordenándole no hacer apreciaciones
personales. Eso preocupó a Rico y al propio teniente primero quienes
comprendieron que el general, como todo el alto mando, carecía por
completo de
reacción ofensiva y de esa manera iba a ser imposible ganar la guerra.
Finalizado el poco agradable encuentro, Rico y Castagneto
decidieron planear una incursión sobre el monte Wall y otra en el puente del
río Murrell donde se había detectado presencia enemiga.
El Regimiento de Infantería 4 venía informando desde hacía
algún tiempo que en las laderas del mencionado cerro se observaban movimientos
y que una sección enviada hacia allí recibió fuego graneado. Por esa razón, el 5
de junio Rico resolvió atacar, poniendo en marcha una operación tendiente a
desalojar a los británicos del área.
Para ello, despachó previamente un pelotón de avanzada
integrado por cinco hombres al mando del capitán Fernández Funes y su segundo, el
subteniente Dámaso Soraides.
La patrulla se puso en marcha hacia el sur y al cabo de varias horas pudo
determinar que el camino a Fitz Roy se hallaba despejado. En vista de ello, Rico
y sus hombres se desplazaron hacia el monte Enriqueta donde el teniente primero
Roberto Eito los guió a través de un campo minado.
El día anterior, el jefe del Para 2 hizo la famosa
llamada telefónica al administrador de Swan House, quien le había
informado que la zona (Fitz Roy), se hallaba despejada de argentinos.
Después
de coordinar el apoyo de fuego de artillería con el
Grupo 3 al mando del teniente coronel Martín A. Balza y de incorporar a
la 3ª Sección del capitán Ferrero, los doce comandos echaron a andar con
rumbo al
sudoeste, en busca del monte Wall.
La gente de Rico avanzaba sobre el terreno de turba cuando,
antes de obscurecer, notaron movimiento enemigo en las inmediaciones de Bluff
Cove, muy cerca del poblado de Fitz Roy. Se trataba de efectivos del Para 2 que
venía de combatir en el istmo de Darwin y se desplazaban hacia una nueva
posición.
En vista de ello, Rico decidió regresar al monte Enriqueta
para comunicar sus observaciones al teniente primero Arroyo (RI4), quien en
esos momentos reglaba los disparos de artillería del Batallón de Infantería
de Marina 5 (BIM5).
Rico se percató que los mismos caían cortos y en vista
de ello, tomó el teléfono en sus manos y él mismo comenzó a reglar, mejorando
notablemente el alcance de fuego (aunque el primero de los disparos casi cae
en medio de su gente).
Los comandos de la 602 comieron en el puesto de Arroyo, con
quien coordinaron los siguientes movimientos y a eso de las 21.30 reiniciaron
la marcha, dejando con la gente del regimiento al oficial
de comunicaciones, Enrique Stel, para que hiciera de enlace con los
cañones de Balza.
Los comandos argentinos se desplazaron con los inconvenientes
que generaba el terreno de turba y una hora después, a pocos metros del cerro. se
detuvieron porque de acuerdo a lo planeado, los cañones del Grupo 3 de Artillería
comenzaron a batir la región.
Los proyectiles, orientados por el mismo Rico a través de la
radio, machacaron el campo en torno a la elevación, en especial su cima, hasta
que a pedido suyo la gente de Balza cesó el cañoneo. Era el momento
de iniciar el asalto, ocupar el cerro y desalojar de allí a los ingleses,
razón por la cual, a partir de ese momento los siguientes disparos deberían
hacerse por expreso pedido del jefe de los comandos.
A una señal de su superior, los hombres de Rico comenzaron a
trepar la pendiente, desplazándose en cadena y en el más absoluto silencio, siempre
al amparo de la obscuridad. Durante el avance pasaron junto al cuerpo de un
soldado del RI4 abatido días atrás, seguramente cuando el teniente primero Arroyo
mandó en esa dirección a su sección de observación y poco después alcanzaron el
primer punto señalado durante la planificación de la misión, donde los soldados
buscaron protección detrás de unas rocas. Allí esperaron hasta que su jefe les dio
la orden de ponerse de pie y cargar hacia arriba precedidos
por el teniente primero Lauría, cuyo excelente estado físico le permitió ganar
la delantera y dejar atrás a sus compañeros.
Lauría no hubiese detenido su marcha si una sombra que se movía
delante suyo no lo hubiera obligado a frenar y cubrirse.
El
oficial se arrojó al suelo, aplastándose sobre el terreno detrás de una
roca y apuntó con su arma hacia el bulto. Pero casi enseguida la bajó
porque quien se hallaba allí parado no era otro que el mismísimo Aldo
Rico llegado a la cima antes que la sección.
Una vez en la cumbre, los argentinos comprobaron que no
había nadie; el lugar se hallaba desierto y no se veían enemigos por ninguna
parte. Hostigados por el fuego de artillería, los británicos habían evacuado el lugar, retrocediendo en desorden.
Se trataba de un típico puesto de observación montado en el
lugar para reglar el fuego de los cañones y los ataques de la aviación3.
En
su retirada, el enemigo dejó abandonado su su equipo, a saberse,
carpas, bolsas de dormir, un cargador manual de pilas, códigos de
comunicación (sin sus claves), lámparas, raciones, un teléfono y hasta
una radio encendida, además de mochilas con objetos de menor
importancia.
Revisando los objetos, los comandos encontraron una trampa cazabobos, dos granadas activadas debajo de un poncho y algunas piedras
con manchas de sangre, evidencia de que al menos uno de los ingleses resultó herido.
Versiones británicas ofrecen una idea de lo que significó
aquella pequeña victoria argentina:
El
ejemplo de que las cosas pudieron haber sido de otro modo llegó el 2 de junio,
cuando dos equipos de observación adelantada de la artillería del control aéreo
adelantado escoltado por la
Tropa de Exploración del Comando 42 liderada por el teniente
Mawhood se metieron en graves problemas. Después de atraer gratuitamente la
atención de los argentinos disparando contra una patrulla del RI4 al otro lado
del valle, los soldados de Mawhood quedaron atónitos cuando el Comando 602 de
Rico avanzó velozmente en camiones sobre Wall desde Puerto Argentino y comenzó
a escalar la cuesta. Los infantes de Marina y los equipos de control de fuego
se retiraron precipitadamente, dejando atrás sus morrales, bolsas de dormir y
otros enseres. Entre los elementos abandonados estaba uno de los dos
indicadores láser enviados a las islas para guiar a las “bombas inteligentes”
que los Harriers comenzaron a arrojar –nuevamente por cortesía de Caspar
Weinberger- hacia el final del conflicto. El controlador aéreo de avanzada
destruyó el láser antes de huir, pero igualmente fue un revés mayor. Todavía
peor fue que la Tropas
de Exploración se viera forzada a dejar las alturas por Caleta Trullo, porque
para entonces ya nadie podía sobrevivir en el Monte Challenger sin bolsas de
dormir. Pero lo peor de todo fue haber perdido el Monte Wall, cosa que le causó
una enorme angustia a Vaux hasta que el monte fue nuevamente ocupado
veinticuatro horas más tarde4.
Los comandos cargaron los objetos capturados para entregárselo
a la gente de Inteligencia y procedieron a abandonar el monte porque sabiendo que habían sido recapturado, los
británicos iniciarían el cañoneo sobre él.
Rico emprendió personalmente un recorrido por los
alrededores, descendiendo la cumbre por el lado opuesto mientras a lo lejos el
enemigo seguía sus desplazamientos. Fue entonces que una vez más tomó la la dio para solicitar fuego de artillería y el mismo no se hizo esperar.
La gente de Balza y los británicos iniciaron un violento
intercambio de disparos que mantuvo a la gente de Rico inmovilizada en el medio.
En pleno cañoneo, el teniente primero Enrique Stel comunicó desde el monte Enriqueta que debían retirarse del área porque Inteligencia esperaba
un ataque masivo sobre el sector. Y como ya no se justificaba su
presencia allí, Rico ordenó el repliegue, dando comienzo a una penosa marcha
que se hizo extremadamente agobiante cuando al llegar al punto acordado, los
Land Rover que debían recogerlos no estaban.
En vista de ello y viendo el estado de agotamiento de sus hombres, el jefe de la CC602
ordenó hacer un alto para reponer fuerzas y racionar, cosa que aquellos recibieron
con verdadero beneplácito, echándose sobre la turba helada.
En
ese preciso instante comenzó el rutinario cañoneo naval, obligando a
los comandos a incorporarse y reiniciar la marcha. Treinta minutos
después aparecieron los Land Rover al mando del capitán De la Serna y sobre ellos treparon
presurosos después de ubicar en su interior el equipo propio y el material capturado.
Llegaron a Puerto Argentino sin mayores inconvenientes, sabiendo
que habían hecho retroceder al enemigo, obligándolo a abandonar buena parte de
sus pertrechos (en el trayecto habían consumido las raciones). Lamentablemente para ellos, el
cansancio les impidió seguir saboreando el triunfo porque ni bien llegaron
al gimnasio se quedaron profundamente dormidos.
Al día siguiente, el general Menéndez y sus asistentes
inspeccionaron el equipo capturado, todo material de excelente calidad.
En cierto momento, mientras le explicaban los pasos de la
operación sobre un mapa, el gobernador militar desconcertó a los presentes al preguntar la distancia que
separaba al monte Wall de Puerto Stanley. Eso irritó profundamente al capitán
Ferrero quien, indignado y olvidando por un momento las jerarquías, dijo:
-¡General, aquí no hay ningún Puerto Stanley. Usted se
refiere a Puerto Argentino!
Después de eso, el vacilante gobernador militar no formuló
más preguntas y se retiró.
Notas
1 Las mismas llegaban hasta el monte Enriqueta (Harriet en la nomenclatura británica).
2 Isidoro Ruiz Moreno, op. cit.
3 Monte Harriet para los británicos.
4 Por las siglas bordadas en una boina tirada, se pudo determinar que los efectivos británicos pertenecían
al Batallón 42 de los Royal Marines.
5 Hugh Bicheno, Al
filo de la navaja, pp. 303-304.