miércoles, 26 de junio de 2019

DARWIN Y PRADO DEL GANSO. LA GRAN BATALLA





El teniente coronel Italo Ángel Piaggi era un militar de carrera cuando estalló el conflicto del Atlántico Sur. De fuerte contextura física, su cráneo rapado le daba cierto aire de general prusiano, sensación que incrementaba su buen porte y su actitud marcial. Nacido en San Fernando, al norte del Gran Buenos Aires, el 17 de marzo de 1935, pertenecía a una conocida familia del vecindario de Victoria, donde sus antepasados itálicos se habían establecido en la segunda mitad del siglo XIX.
Al momento de estallar la guerra, Piaggi se desempeñaba como jefe del Regimiento de Infantería 12 “General Arenales”, cuyo asiento de paz era la ciudad de Mercedes, provincia de Corrientes, donde gozaba de un excelente concepto de parte de sus superiores. La unidad que comandaba, formaba parte de la III Brigada de Infantería cuyo comando se encontraba en Curuzú Cuatiá, la cual, como el resto de la fuerza, aplicaba el sistema de incorporación trimestral. De los conscriptos que cumplían el servicio militar hasta el 2 de abril, el 75% pertenecía a la clase 62 y terminaba su período de instrucción. El 25% restante acababa de ser dado de baja y comenzaba el alistamiento de la primera cuarta parte de la clase 63, pront a iniciar su etapa de adiestramiento de manera inmediata. Como dato curioso, el 45% de ellos eran analfabetos.

A partir de este punto, conviene seguir atentamente el diario de guerra del teniente coronel Piaggi, reproducido años después en su libro Ganso Verde (mala traducción de Prado del Ganso), por constituir una incuestionable fuente de información. Conoceremos así, la verdadera odisea del valeroso regimiento correntino, especialmente la de su jefe, denostado injustamente tras la derrota, acusado de ineptitud y pasado a situación de retiro obligatorio “por inepto” para las funciones de su rango. Por esos cargos fue sometido a procesó y condenado por la Corte Suprema de las Fuerzas Armadas que además de sancionarlo con 120 días de arresto, lo hizo responsable directo de la derrota. A partir de este momento, saque el lector sus propias conclusiones.


La odisea del teniente coronel Piaggi
Conocida la noticia de la toma de las islas, el jefe del Regimiento de Infantería 12 (RI12) convocó a una concentración cívico-militar en el centro de la ciudad de Mercedes donde, en su carácter de comandante de la guarnición, hizo uso de la palabra. Ante numeroso público, Piaggi destacó la importancia de aquella gesta, remarcando el hecho de que Gran Bretaña sería fiel a sus principios de política internacional, aquellos que en el pasado le habían permitido fundar un imperio de dudoso origen y por tal motivo no iba a permitir la mengua gratuita de su rol de potencia mundial. Según sus expresiones, era seguro que lejos de permanecer quieta, iba a vengar lo que creía era una afrenta a su soberanía y su imagen exterior, procediendo en consecuencia.
Tal vez hayan sido esas las primeras palabras sensatas por parte de un representante de las fuerzas armadas argentinas en lo que iba del conflicto.
Ante la multitud entusiasta, congregada en el lugar para exteriorizar su júbilo (vale recordar el fervor inicial de la totalidad del pueblo argentino y su apoyo a la gesta), Piaggi agregó: “Si ha llegado la hora del argentino tronar de los clarines llamando a la guerra, el Regimiento 12 de Infantería estará dispuesto a empeñar la sangre de sus hombres en cumplimiento de su sagrado deber militar”.
¡Y vaya que el “General Arenales” cumpliría fielmente ese deber!
Aquel día, por la noche, el Rotary Club de Mercedes ofreció un banquete en honor de la recuperación del archipiélago. Piaggi, en su carácter de invitado especial, fue agasajado por la concurrencia no solo como jefe de la unidad sino por ser el oficial más antiguo de la región.
Al agradecer la demostración, el militar hizo hincapié en el negativo tenor de sus presentimientos y en el hecho de que aquel paso podía acarrear graves dificultades para la Argentina. No olvidaría el silencio sombrío que siguió a continuación. Piaggi había advertido con prudencia, cual sería el desenlace de la contienda, cosa que ninguno de los presentes pareció percibir.
El 4 de abril el regimiento recibió la orden de comenzar el alistamiento, movilizar a los soldados clase 62 que habían sido dados de baja y preparar el equipo correspondiente. Se puso especial énfasis en la preparación de una subunidad formada con elementos de los regimientos 4 y 5 destinada a integrar la denominada Fuerza de Tareas “Litoral”, a cuya plana mayor fue asignado el mayor Ernesto Moore, oficial de operaciones de Piaggi, bajo cuyo mando estaría el jefe del Regimiento de Infantería 5 (RI5).
El 6 de abril llegó una nueva directiva desde la Brigada, ordenando completar la compañía con soldados clase 63, dada la demora en presentarse de algunos componentes de la 62.
En plena tarea se hallaba la unidad cuando a las 23.00 de ese mismo día se recibieron nuevas instrucciones en el sentido de disolver la Fuerza de Tareas “Litoral” ya que el regimiento completo sería movilizado hacia la zona del V Cuerpo de Ejército, en el litoral patagónico.
Transcurridos los primeros tres días se presentaron en la jefatura, oficiales y suboficiales procedentes del Comando de Institutos Militares, designados para completar los cuadros superiores y subalternos. Piaggi quiso dar realce y significación al suceso y por esa razón los recibió en la Sala Histórica de la unidad, pronunciando palabras de bienvenida que fueron agradecidas por cada uno de ellos. Inmediatamente después, se los despachó hacia sus destinos a efectos de interiorizarse y aclimatarse lo más rápidamente posible a la situación.
El 11 por la mañana la Brigada emitió la directiva especial Nº 11/82 disponiendo que un destacamento de vigilancia se hiciese cargo del cuartel. Al día siguiente, Piaggi recibió nuevas instrucciones, una de las cuales le mandaba presentarse en Comodoro Rivadavia junto a su plana mayor, antes de las 12.00 del 13 de abril, a efectos de acelerar el traslado de toda la unidad y dejar a cargo del regimiento en Mercedes a su segundo jefe, el mayor Alberto Frontera. Era la orden de movilización.
Para concretar la misma, se resolvió efectuar el desplazamiento en dos escalones; el primero por vía aérea, trasladando al personal por su rol de combate con todo el equipo, municiones y armamentos individuales y el segundo por vía terrestre, incluyendo el armamento pesado junto al personal de apoyo, al mando del jefe de la Compañía de Comandos, capitán Arnoldo Raúl Buompadre.
El traslado del primer escalón se hizo en dos etapas, la primera hasta Paraná, por vía férrea y desde allí en avión hasta su destino.
El segundo se verificó en dos columnas de marcha en tanto el resto se desplazó por ferrocarril hacia San Antonio Oeste, provincia de Río Negro y desde ese punto a Comodoro Rivadavia en camiones del Ejército.
Eran las 15.30 del 13 de abril cuando Piaggi y su plana mayor recibieron la orden de trasladarse a la ciudad de Corrientes, de donde partirían en avión con destino a Buenos Aires. Lo hicieron en dos jeeps pertenecientes al Escuadrón de Caballería Blindada 3, abordando la aeronave a las 20.30 horas.
Llegaron a Comodoro Rivadavia a las 11.30 del día siguiente, después de una prolongada escala en la Capital Federal, trasladándose todos, de manera inmediata, al puesto de comando de la Brigada III ubicado en el Liceo Militar “General Roca”, el mismo que sería atacado por elementos desconocidos a mediados de ese mes. Allí se les asignó una habitación como sala de trabajo y les pidieron aguardar nuevas instrucciones.
Pasada una hora tuvo lugar una reunión con el jefe de la División de Operaciones del Comando, teniente coronel Luis María Gil, quien los puso al tanto del operativo de protección para la defensa del litoral marítimo, aclarándoles que no había todavía una decisión definitiva al respecto.
El sector asignado al RI12 era un espacio de 80 kilómetros que cubría el Golfo de San Jorge, desde Comodoro Rivadavia hasta Caleta Olivia, el mismo sobre el que iban a operar comandos y fuerzas especiales del enemigo a fines de abril y principios de mayo. En vista de ello, Piaggi y sus subalternos dedicaron el resto del día a reunir información y mientras lo hacían, el capitán Pedro Horacio Lavaysse, oficial de Personal, salió de recorrida con el mayor Moore para reconocer el terreno.
El 14 de abril el comando no había resuelto el destino definitivo del regimiento. En vista de ello, Piaggi propuso incluir al área bajo su mando la localidad de Cañadón Seco, importante centro petrolero sin el cual corría el riesgo de quedar aislado del dispositivo de protección y defensa costera. Conjuntamente con ello, estableció contacto con las autoridades civiles y las fuerzas vivas de la región, muy útiles a la hora de solicitar su colaboración, a las que halló bien predispuestas y preparadas, tanto moral como materialmente.
Aprobada la propuesta de Piaggi, el 15 de abril procedió a estudiar el límite norte del litoral, realizando la correspondiente inspección junto al coronel Juan Ramón Mabragaña, jefe del Regimiento de Infantería 5.
Para entonces, el comando de la Brigada tenía dispuesto segregar a la Compañía B del RI12 a efectos de constituir, con otros elementos, una reserva a las órdenes del segundo comandante de la misma, coronel Horacio Chimeno. Más o menos por la misma época llegó la noticia de que el puente sobre el río Colorado se había roto debido a la inusual frecuencia de tránsito y la excesiva carga de los convoyes por lo que el traslado de la unidad se vería demorado.
Mientras tanto, en Rada Tilly, el mayor Ernesto Moore y el capitán Lavaysse tomaban las medidas pertinentes destinadas a ubicar las tropas. Para ello se asignaron escuelas, edificios públicos y demás instalaciones, incluyendo las barracas cedidas por YPF, donde se montó provisoriamente la sede del comando.
Al otro día, 16 de abril, llegó el escalón aéreo del regimiento, que fue a alojarse en las instalaciones del Regimiento de Infantería 8 (RI8). Por entonces, el segundo escalón se encontraba en marcha motorizada, la cual fue incrementada a 150 kilómetros de acuerdo a lo previsto inicialmente, sin apoyo de mantenimiento y librada a su propia suerte.
A las 07.00 horas del 17 de abril, Piaggi se dirigió a la localidad de Caleta Olivia a efectos de coordinar con las autoridades comunales la recepción del regimiento.
El primer escalón llegó alrededor de las 10.00 en camiones militares y ómnibus especialmente contratados, conducidos por personal propio y de Defensa Civil. El segundo lo hizo a las 12.30 del mismo día.
En horas de la tarde Piaggi dispuso una reunión con los integrantes de su plana mayor y los jefes de las diferentes compañías a efectos de impartir las primeras órdenes operacionales. Aunque resulte difícil de creer, aún no se habían recibido directivas precisas de la Brigada respecto al destino que se le daría a la unidad, cuyo equipo y material, imprescindible para la misión encomendada (la cobertura de 80 kilómetros de litoral marítimo), todavía se encontraba en viaje.
Al día siguiente, el regimiento procedió a ocupar sus posiciones. Lo hizo marchando a pie y posteriormente en camiones y vehículos de diversa procedencia, la mayoría provistos por Defensa Civil que volvió a demostrar su buena predisposición y operatividad.
A las 12.00 del 19 de abril llegó el coronel Horacio Chimeno, acompañado por el mayor Juan Groppo Vilar, llevando para Piaggi la esperada orden de operaciones. El recién llegado procedió a inspeccionar los trabajos realizados hasta el momento y después de formular algunas críticas, se retiró. El resto de la jornada fue dedicada a tareas de planeamiento.
El despliegue de la unidad se completó entre el 19 y el 20 de abril. La Compañía C (reforzada) se desplazó hacia el norte y ocupó las instalaciones de la estancia San Jorge y la B pasó a constituir la reserva que junto a otros elementos fue puesta a las órdenes del coronel Chimeno, en tanto la A (también reforzada) tomaría ubicación al sur, sobre Caleta Olivia y Cañadón Seco. De esa manera, quedaron disminuidas las compañías de Servicios y Comando mientras se instalaban patrullas fijas y se llevaban a cabo rondas a cargo de efectivos provistos de armas automáticas que se movilizaban a pie y en automotores jeep.
A las 10.00 del 20 de abril el teniente coronel Piaggi recibió una nueva orden: debía trasladarse a Río Gallegos en el primer vuelo que partiese con ese destino, a efectos de realizar un reconocimiento de la región fronteriza con Chile, entre las localidades de El Zurdo y El Turbio.
El jefe del RI12 llegó a las 13.45 y quedó impresionado por los progresos que había experimentado la ciudad desde la última vez que estuvo allí, a poco de haber egresado del Colegio Militar (debía prestar servicios en el Regimiento de Infantería  Motorizada 24, su primer destino como oficial de esa rama).
Ni bien descendió del avión, se presentó en el comando de la Brigada XI y junto a personal de la División de Operaciones, voló hacia el área mencionada en una avioneta civil que tuvo problemas al aterrizar debido al intenso viento que azotaba la región.
De regreso, por la noche, decidió pernoctar en el lugar y fue entonces que, a poco de instalarse, salió a recorrer el pueblo efectuando una larga caminata por sus calles, sumido en profundos pensamientos. De vuelta en la jefatura, disfrutó de una agradable cena en compañía de sus camaradas, entre quienes se encontraba el teniente coronel Gil. Eso lo ayudo a distenderse y despejar la cabeza luego de semejante ajetreo.
El 20 de abril llegó a Caleta Olivia el escalón terrestre de la unidad, al mando del capitán Buompadre. Los vehículos en los que viajaba la tropa se encontraban en un estado deplorable, con el 50% de ellos fuera de servicio después de tan larga y agotadora jornada. Luego de descargar a los efectivos se condujo a los transportes hasta los talleres y una vez allí se los sometió a trabajos de reparación y reacondicionamiento al tiempo que Piaggi volaba a Río Turbio urgentemente convocado a una reunión con los jefes del Regimiento de Infantería 37 (RI37). Lo acompañaba el capitán Arnaldo Luis Sánchez y una vez más volvió a padecer problemas durante el aterrizaje, debido al viento que cruzaba la pista.  Su regreso a Caleta Olivia coincidió con la llegada la segunda columna del escalón terrestre, a las órdenes del teniente primero Atilio Juan Perazzo.
Para entonces, el comando de la Brigada había impartido nuevas directivas al segundo jefe del regimiento, notificando otro cambio de planes: debían iniciar la marcha hacia la frontera con Chile en tres etapas, Caleta Olivia-Tres Cerros, Tres Cerros-Comandante Piedrabuena y Comandante Piadrabuena-El Zurdo.
La nueva disposición obligó a una rápida modificación del programa de recuperación por resultar imperioso para la movilización, sin embargo, debido a la falta total de apoyo por parte de la Brigada, debieron contratarse ómnibus de empresas de transporte particulares en Caleta Olivia.
La Compañía B del RI12, segregada como reserva según se ha dicho, arribó a la localidad a las 22.00 con una sección de la Compañía de Ingenieros 3, debiendo apresurarse todas las medidas para recibir de golpe a personal que no se esperaba.
El teniente coronel Piaggi procedió a reconocer el terreno en compañía de algunos oficiales, recorriendo el área comprendida entre Caleta Olivia, Río Turbio, Río Gallegos y la primera localidad. De regreso en Caleta Olivia, encontró a su regimiento preparado para el cruce de la Patagonia por lo que, pasadas las 14.30, se apresuró a completar el repliegue de los elementos estacionados en Cañadón Seco y San Jorge. Y una vez más debieron recurrir a medios civiles. No se habían cumplido 48 horas de su desplazamiento desde Corrientes cuando se le ordenaba un nuevo cambio de planes y ponerse en marcha para otra misión, completamente diferente.
A las 12.30 del 21 de abril llegaron al puesto de comando el coronel Arévalo y el teniente coronel Fernández Suárez con órdenes del Comando del Teatro de Operaciones, de asumir las correspondientes jefaturas en el sector. Dos horas después, a las 14.30, Piaggi aprobó las disposiciones adoptadas por el mayor Frontera y pasada media hora, despachó al capitán Lavaysse como adelantado, con instrucciones de reconocer el camino y los alojamientos dispuestos para la tropa en Tres Cerros.
El Regimiento de Infantería 12 inició la marcha entre las 19.30 y las 20.00. Transcurrida la primera hora, hallándose la unidad a 80 kilómetros de su destino (21.00), fue inesperadamente detenida en un solitario puesto caminero por agentes de la policía provincial. Era noche cerrada y el frío calaba los huesos. Muchos de los efectivos dormían cuando el teniente coronel Piaggi se enteró que a través de la red radioeléctrica, que se le ordenaba detener la marcha y regresar de inmediato a la zona de acción inicial (Caleta Olivia) para presentarse, antes de veinticuatro horas ante el comando de la Brigada donde se le tenían nuevas instrucciones. Era de no creer.
En medio de la noche, la columna entera giró y volvió sobre sus pasos.
Los últimos elementos del regimiento llegaron a Caleta Olivia a las 23.00 del 23 de abril, disponiéndose enseguida su alojamiento. Quince minutos después, Piaggi se presentó en la jefatura y una vez frente a sus superiores, fue impuesto de la novedad: el total de la unidad pasaría a las islas. La noticia lo tomó por sorpresa, lo mismo a su personal, pero no había tiempo para cavilaciones y quejas; era necesario adoptar las medidas pertinentes e iniciar el avance a la mayor brevedad posible.
A las 08.00 del 24 de abril, todavía sorprendido por la noticia, Piaggi designó una comisión encargada de contratar contenedores y carretones donde almacenar el material y el equipo a embarcar. El mismo debía ser cargado en el ELMA “Córdoba”, surto en las radas de Puerto Deseado, localidad distante a 200 kilómetros de Caleta Olivia y transportado en sus bodegas hasta Puerto Argentino, a las 14.00 horas del día siguiente.
Así se hizo mientras desde Comodoro Rivadavia, comenzaba el traslado de las tropas por vía aérea junto a su armamento, equipo liviano y raciones individuales. Un nuevo desplazamiento y una nueva movilización, con el agregado de que la retaguardia debería permanecer en la localidad a disposición del comandante del Teatro de Operaciones. Era evidente que el Estado Mayor argentino improvisaba sobre la marcha.
Los elementos embarcados en el “Córdoba” jamás llegarían a destino pues a mitad de camino la nave abortó su misión ante la presencia de submarinos enemigos.
Eran las 09.00 cuando Piaggi ordenó a los jefes de compañías iniciar el cruce. Una hora después, se enteró que los contenedores y carretones no habían podido contratarse y que de los diez que se necesitaban, apenas se consiguió uno. Fue una situación en la que debió haber intervenido directamente el Alto Mando porque las existencias locales habían sido agotadas por otras unidades, pero aquel no dio señales y la unidad debería embarcar sin ellos. El 24 de abril, ante la imposibilidad de conseguirlos, Piaggi notificó al comando de su brigada que por carecer de contenedores, no podría transportar el material hasta Puerto Deseado y proceder a su embarque, exigiendo al jefe de turno arbitrar las medidas necesarias para solucionar el problema.
A las 06.00, el mayor Moore voló a Puerto Argentino con instrucciones de efectuar el reconocimiento de la zona de reunión asignada al escalón aéreo y a las 12.00 el regimiento comenzó el desplazamiento hacia Comodoro Rivadavia, incluyendo su retaguardia que debería permanecer en el continente como reserva. En Caleta Olivia, en tanto, quedó el escalón marítimo en espera de los contenedores.
Mientras eso sucedía, Piaggi mantuvo una reunión con su superior a efectos de requerir información sobre la futura misión de su regimiento. Se le comunicó que el total de la III Brigada iba a pasar a la Gran Malvina y por esa razón, se lo autorizó a embarcar y trasladar al archipiélago el tipo y número de vehículos que creyera conveniente, arbitrando las medidas del caso.
A las 14.00 del 24 de abril el total del regimiento aguardaba en el aeropuerto de Comodoro Rivadavia, listo para abordar los transportes. Allí fue donde se produjo un nuevo inconveniente debido a una demora imprevista, ocasionada por el Regimiento de Infantería 5, que no había completado su salto a las islas.
El primer embarque se llevó a cabo a las 15.00 cuando equipo, tropa y plana mayor, con su jefe a la cabeza, abordaron un avión de la Fuerza Aérea Argentina y partieron hacia el archipiélago. Con ellos viajaban también el comandante de la brigada, general Omar Parada y su ayudante, el mayor José Tadeo Luis Bettolli.
El vuelo se efectuó sin inconvenientes y al cabo de tres horas, la visión de las primeras islas generó gran expectativa en la tropa. Piaggi experimentó una extraña sensación de orgullo e incertidumbre y lo más importante, sintió que estaban escribiendo un importante capítulo de la historia. ¡Y vaya que lo hacían! El mundo enero se hallaba pendiente de lo que sucedía en los confines del mundo y él era uno de los principales actores del drama.
Al echar un vistazo al interior del avión y ver a los jóvenes conscriptos apretujándose contra las ventanillas para contemplar el panorama, no pudo evitar una reflexión. Eran casi todos correntinos aunque se contaban también chaqueños y formoseños, ninguno de los cuales, había volado en su vida. Piaggi se preguntó muchas cosas y se lamentó de otras. ¿Se estaría forjando una nueva generación de hombres? ¿Deberían madurar en el fragor del combate? ¿Regresarían vivos? ¿Regresaría él mismo? El repentino grito de un suboficial lo volvió a la realidad.

-¡Viva la Patria!

-¡¡Viva!! – respondieron todos a una voz.

La aeronave comenzó a descender y a las 17.30 horas se posó sobre la pista, iniciando de inmediato el desembarco de la tropa. El mayor Moore los esperaba en el aeropuerto para presentar el informe de sus observaciones. Una vez todos reunidos, lo primero que señaló a los oficiales fue el terreno de playa a ocupar, distante a un kilómetro y medio al sur de la estación aérea y al oeste del camino que conducía a la capital insular.
Tras escuchar sus palabras, Piaggi se volvió hacia sus subalternos y les ordenó tomar posiciones; en esos momentos soplaban vientos de 110 a 130 kilómetros, lloviznaba y hacía frío.
Como primera medida, se decidió establecer el puesto de comando provisoriamente en el aeropuerto, con el objeto de recibir los vuelos, impartir instrucciones y guiar a las fracciones hasta sus emplazamientos.
Piaggi no pudo creer lo que le decían cuando alguien le manifestó que el racionamiento en caliente no estaba previsto y no se habían tomado medidas respecto a donde debían alojarse los hombres. Aquella primera noche, la unidad a su mando pernoctó casi a la intemperie, en medio de un clima inhóspito, sin alimento y con varios grados de temperatura bajo cero.


El Regimiento de Infantería 12 en Malvinas
El regimiento amaneció empapado y entumecido. A mediodía el teniente coronel Piaggi intentó conseguir raciones pero su pedido cayó en saco roto, por lo que, muy a su pesar, nadie merendó esa mañana.
Fue entonces que se le ordenó presentarse en el puesto de mando de la Brigada, ante el general Parada (14.30) donde se le informó que a partir de las 20.00 horas debía ocupar el establecimiento de Puerto Darwin y el poblado de Prado del Ganso, en el istmo que unía la parte norte de la isla con la península de Lafonia. Se resolvió movilizar a los hombres en dos escalones a pie, durante la noche y se le indicó que su misión consistiría en la defensa de la Base Aérea Militar “Cóndor” y los dos caseríos mencionados ya que, a esa altura, el paso a la Gran Malvina había sido descartado.
Para entonces, la tropa se hallaba bastante desmoralizada, no solo por el esfuerzo y la mala alimentación sino por los constantes cambios de órdenes y destinos.
Reforzado con la sección de Ingenieros incorporada en el continente, el regimiento se puso en marcha después de 24 horas a la intemperie, bajo un constante temporal.
Un estudio del terreno efectuado por los jefes de las compañías permitió determinar que el camino hasta el istmo de Darwin finalizaba a 17 kilómetros al oeste de Puerto Argentino y que, a partir de allí el suelo se tornaba blando y extremadamente húmedo, con varios cursos de agua, algunos permanentes y otros provocados por temporales, a los cuales se debería vadear. El relieve era montañoso y el camino (apenas una huella) se veía de tanto en tanto interrumpido por grandes acarreos de piedra que hacían variar su ancho en varios tramos.
Algo que llama poderosamente la atención es que, en lo que respecta a los isleños y sus propiedades, Piaggi no recibió ninguna instrucción.
La tropa se puso en marcha a las 17.00 horas, bajo una intensa lluvia, con vientos de 70 a 100 kilómetros, niebla, escarcha y heladas, cargando su equipo y prácticamente en ayunas. Para colmo de males, la plana mayor del regimiento carecía de la cartografía necesaria para el desplazamiento, situación que se agravaba por la falta de mochilas. En lugar de ellas, los hombres debían cargar el equipo en incómodos y poco adecuados bolsos con manija cuya capacidad no superaba los 30 kilogramos. Pero la falta de previsión del Alto Mando quedó aún más en evidencia con las escasas dos bolsas de curaciones con las que contaba la sección Sanidad, las cuales ni por asomo cubrían las necesidades.
Piaggi expuso todos los inconvenientes ante las máximas autoridades de la brigada, en especial el Comando Logístico y explicó que la unidad a su mando sería muy vulnerable a los ataques aéreos y el cañoneo naval, lo mismo a las emboscadas y los golpes de tipo comando. Pese al énfasis puesto en su informe verbal, a sus palabras se las llevó el viento.
Con el Comando Logístico se resolvió a último momento que el escalón que debía marchar a pie lo hiciera en vehículos automotores hasta el final del camino pavimentado y que a partir de ahí siguiera a pie hasta sus posiciones en el istmo. El equipo pesado y el armamento se trasladarían hasta las posiciones en helicópteros y embarcaciones.
La tropa abordó los camiones y a las órdenes del mismo Piaggi, se puso en movimiento.
A las 18.30 hizo un alto en el camino y aprovechó para racionar, algo que los soldados necesitaban imperiosamente. Así se hizo, en medio de vientos huracanados y un frío que cortaba la piel, con el clima amenazando empeorar y una marcha agotadora por delante. Consumida la ración, se procedió a levantar campamento y reanudar el avance. De esa manera dio comienzo una derrota a través de campos pantanosos, terrenos inundados, senderos pedregosos y una turba que parecía esponja, penosa jornada que se prolongó hasta la llegada del crepúsculo cuando, por consejo del capitán Lavaysse, se volvió a ordenar un alto. Era imposible seguir en horas de la noche, la columna estaba agotada y la helada aumentaba a cada minuto.
Mientras Lavaysse le explicaba los hechos a Piaggi, se apersonó el teniente coronel Higler, integrante del Comando Logístico, para interiorizarse de la situación. Eso dio paso a un intercambio de opiniones que terminó ni bien el recién llegado estableció contacto telefónico con sus superiores y tras un breve diálogo, transmitió a Piaggi la orden de suspender la marcha y establecer al día siguiente una zona de reunión. El jefe del RI12 preguntó cuál sería la nueva misión y entonces Higler le respondió que no sabía nada. Como medida precautoria, el oficial de Sanidad propuso que la tropa procediese a cavar una posición defensiva ya que, según sus palabras, no había efectivos propios a lo largo del camino.
Entre las 20.30 y las 21.00 llegó la columna motorizada integrada por vehículos Bedford, Dodge, MB-1114, MB-1124, Unimog 415 y 421 y tractores con acoplados, todos al mando del capitán Luis Alberto Requejado.
Con los relojes marcando las 22.00, la columna se puso nuevamente en caminoconformando tres escalones, con la jefatura y su plana mayor en primer término. Le seguían, inmediatamente después, la tropa y el equipo con los tractores encabezando el avance para regular la velocidad. Así cruzaron Puerto Argentino en dirección sudoeste, a través de un camino estrecho que dificultaba el desplazamiento.
Pasadas las 23.00, el regimiento atravesaba Town Hall, muy cerca de donde la III Brigada instaló el comando. En esa circunstancia, el mayor Bettolli detuvo la marcha para advirtiendo que cruzar el puente de Fitz Roy (2 kilómetros al oeste del punto donde finalizaba el camino) era peligroso porque la Infantería de Marina tenía montada una emboscada y no había manera de comunicarse con ella.
El recién llegado mayor Carlos Rodolfo Doglioli, jefe del Estado Mayor del general Menéndez, confirmó las palabras de Bettolli y aconsejó esperar porque los batallones de Infantería de Marina 5 y 3 se encontraban apostados a lo largo del camino y de no ser advertidos, podían abrir fuego. Una pregunta pasó entonces, por la cabeza de Piaggi: “¿No era que no había tropas propias en el camino a Darwin?”.
Por fortuna una directriz emanada desde la gobernación, es decir, desde el puesto de mando del general Menéndez, trajo un poco de alivio a la situación: se ordenaba detener la marcha y reiniciarla al amanecer, en mejores condiciones climáticas.
Piaggi mandó hacer alto y acampar. En ese preciso momento paró de llover y de esa manera, el vapuleado “General Arenales” se aprestó a racionar e iniciar un nuevo descanso a la intemperie, el segundo desde su llegada a Malvinas 48 horas atrás.
La unidad llegó al final del camino y  como estaba previsto, comenzó a transitar una huella apenas perceptible. Lo bueno de aquello fue que, efectivamente, el cielo estaba totalmente despejado y el sol brillaba intensamente, aligerando levemente el frío.
A las 10.15, descargado el armamento y equipo, los camiones giraron en redondo (con cierta dificultad) y regresaron a Puerto Argentino; quince minutos después, guiándose a través de los mapas y ayudados por una brújula, la plana mayor de Piaggi pudo establecer donde se encontraba realmente.
Se hallaban sobre la falda sur del monte Challenger, una ruta que, según el jefe del regimiento, podía llegar a ser utilizada como avenida de aproximación por el enemigo en su avance a la capital. Por esa razón, ordenó adoptar un dispositivo de defensa, conformado en primera línea por tres subunidades de tiradores con el límite de la retaguardia apoyado sobre la mencionada elevación y el resto desplegando hacia el oeste.
A las 15.00 y las 16.30 se distribuyó una sopa caliente y una manzana y finalizada la ración, se llevó a cabo el despliegue de las correspondientes compañías a efectos de reconocer y comenzar a ocupar los emplazamientos asignados, todo antes del anochecer.
Recién a las 20.00 llegó el tercer escalón. Lo hizo en plena noche, con mucho frío y niebla, distribuyéndose en plena obscuridad. Al mismo tiempo, procedió a desplegar el armamento sobre el terreno en tanto el teniente coronel Piaggi se hacía una nueva pregunta, desconcertado por la tardanza: “¡Más de veinticuatro horas para recorrer 17 kilómetros!; ¿Qué hubiera ocurrido si en ese momento el enemigo atacaba?, ¿qué, si hubieran tenido que trasladar todo el equipo del regimiento?”. Algo estaba funcionando mal en el dispositivo argentino, pero lo que más fastidio le ocasionaba al jefe del RI12 era que todos esos problemas eran ajenos a su unidad.
Fue durante aquella tercera jornada cuando aparecieron los primeros problemas de congelamiento en los pies. Varios soldados debieron ser evacuados, uno de ellos directamente al hospital de Puerto Argentino y otros atendidos sobre el terreno con los escasos recursos disponibles.
Ese mismo día Piaggi fue fue puesto al tanto de una agrupación de reserva al mando directo del jefe de la Brigada pasaría a formar parte su regimiento para cubrir Darwin y Prado del Ganso
El 27 de abril amaneció con fuertes lluvias y mucho frío. La tropa, helada, fue sometida a trabajos de organización en las posiciones para no entumecerse mientras se aguardaba el grueso de los componentes del equipo pesado que ya debía estar cruzando a bordo del “Córdoba”.
A las 12.15 el comando de la Brigada informó que se estaba organizando una agrupación denominada “Capitán Giachino”, la cual actuaría como reserva del Comando de las Fuerzas Terrestres al mando del capitán Horacio Osvaldo Chimeno, quien transmitió la novedad.
Entre las directivas que recibió Piaggi ese día, la principal establecía iniciar la ocupación del istmo de Darwin el día 28, ejecutando movimientos helitransportados en aparatos Chinook de la Fuerza Aérea Argentina. Para ello debía segregar la Compañía B y con ella reforzar la seguridad del Batallón de Aviación de Ejército 601 en el monte Dos Hermanas.
A las 12.30, encontrándose Piaggi ausente, se produjo un hecho curioso. El jefe del Regimiento de Infantería 4 (RI4), teniente coronel Diego Alejandro Soria, se apersonó en el puesto de mando del "General Arenales" para informar que su unidad se hallaba en la zona reconociendo el dispositivo pero que las mismas no le habían sido precisadas con exactitud (¡¿?!).
Demostrando sentido común, el capitán Frontera -segundo de Piaggi- se atrevió a sugerir que la unidad se ubicase en la falda sur del monte Wall para cubrir el sector de costas y el camino hasta el puente de Fitz Roy, entre el espacio ocupado por el Regimiento de Infantería 12  y el aguerrido Batallón de Infantería de Marina 5 (BIM5), propuesta que Soria vio aceptable.
El desplazamiento del RI4 se llevó a cabo entre las 14.30 y las 15.00, una vez que sus tropas cubrieron el trayecto a pie desde Puerto Argentino, bajo una lluvia torrencial, transportando su equipo por un terreno fangoso y anegado, muy difícil de transitar. El RI12 hizo apoyo con racionamiento en caliente y eso alivió en la situación de los recién llegados.
En medio del aguacero, los soldados procedieron a cavar trincheras y preparar sus posiciones. El trabajo fue extremadamente agotador y se vio entorpecido por la lluvia y los vientos feroces que sumados al frío y la escarcha, provocaron nuevos casos de congelamiento.
A las 15.00 el teniente coronel Piaggi se trasladó a la capital de las islas para exponer a sus superiores el plan de transporte hacia la zona asignada. A las 16.15 se encontraba de regreso cuando llegaron en helicóptero el jefe de la Brigada y su ayudante. Cuarenta y cinco minutos después hizo lo propio el general Menéndez a quien Piaggi expuso sus inquietudes y se atrevió a hacer algunas indicaciones. El alto oficial explicó que la flota enemiga se hallaba a 50 millas de la costa y que era muy probable el inicio de acciones, incluyendo operaciones de desembarco. Por esa misma razón, según sus palabras, debían estar preparados.
Cuando los generales se retiraron, Piaggi ordenó un alerta general y alistamiento máximo para el caso de que se originase un ataque.
Esa noche tuvo lugar el primer incidente serio con bajas en el personal. El cabo Héctor Colobardas de la Compañía B, ubicada al oeste del dispositivo, creyó ver algo extraño moviéndose en la obscuridad y armado con su fusil automático FAL, decidió ir a explorar, sin percatarse de que el soldado clase 63 Vicente Pérez lo seguía a cierta distancia.
En la obscuridad, Colobardas sintió ruido a sus espaldas y sin pensarlo dos veces, giró sobre sí mismo y disparó, hiriendo de gravedad a Pérez. El conscripto cayó sangrando sobre la turba, resultando alcanzados también el sargento Francisco Bazán en su mano derecha y  un tercer hombre apostado en su trinchera. Los tres fueron evacuados al hospital de Puerto Argentino, el primero en muy grave estado.
El 28 de abril amaneció, como era ya costumbre, lloviendo copiosamente, a las 08.00 se sirvió una primera ración y poco después la Compañía A comenzó a alistarse para ser helitransportada.
Con las condiciones climáticas mejorando lentamente, los soldados aguardaban a lo largo del camino la llegada de las máquinas de la Fuerza Aérea, una espera que resultó una eternidad porque las recién aparecieron a las 18.00, para cargar a la primera sección.
Piaggi recorrió el dispositivo e inmediatamente después solicitó al Comando un equipo radioeléctrico Thompson, para establecer comunicación con la Brigada. En ese sentido, despachó hacia la capital al teniente primero Carlos María López Cazo, quien debía presentar la solicitud y regresar con el aparato a la mayor brevedad posible.
Casi al mismo tiempo, llegó al puesto de mando una noticia que cayó como balde de agua fría: forzado por el bloqueo y ante la amenaza de los submarinos nucleares, el “Córdoba”, debió regresar al continente con el equipo pesado del regimiento en sus bodegas. Por resolución del Comando del TOAS, debería esperarse a que el mismo fuera desembarcado en Puerto Deseado y posteriormente transportado a Comodoro Rivadavia para ser acondicionado y despachado en aviones Hércules C-130. Nuevas demoras, nuevos inconvenientes.
El jefe del RI12 no lo podía creer; no se habían tomado las previsiones del caso y era evidente que las falencias en materia de logística comenzaban a tornarse en algo realmente preocupante. Se estaba improvisando y lo peor de todo, se improvisaba mal.
Para olvidar su indignación, Piaggi decidió efectuar una nueva recorrida por el dispositivo, a efectos de “masticar” más fácilmente la furia que sentía.
Solo y en silencio caminó toda la noche y mientras lo hacía, pensaba que apenas disponía de dos piezas sin retroceso de 105 mm y de igual número de jeeps, poco, por no decir nada, para lo que se venía.
Llovía furiosamente pero eso no importaba. Todo su regimiento estaba empapado y semienterrado en el fango y él nada podía hacer. La situación se tornaba intolerable y presagiaba un futuro angustiante. Todavía no lo sabía pero se avecinaba una verdadera odisea.
El 29 de abril, siempre bajo una persistente lluvia, comenzaron a embarcar las otras dos secciones que aún permanecían en el camino. Hacia el mediodía comenzó a aclarar lentamente y eso alivió un poco las condiciones.
A las 17.00 llegó un jeep con el segundo comandante de la Brigada. Piaggi le presentó un informe verbal poniendo especial énfasis en que la falta de coordinación entorpecía la movilización. El recién llegado explicó que el soldado Pérez, herido en el incidente la noche del 27 al 28 de abril, había fallecido y al sargento Bazán debieron amputarle tres dedos de su mano herida, razón por la cual, se lo iba a evacuar al continente. Por otra parte, el teniente primero López Cazo, a quien Piaggi había enviado a Puerto Argentino para traer el equipo radioeléctrico, había sido segregado de la unidad y afectado a la flamante Agrupación “Capitán Giachino” y por consiguiente, no iba a regresar. Fue algo desconcertante que sumió en nuevas cavilaciones a su jefe. Era evidente que no había otro aparato en todo el archipiélago porque se retiraba de su unidad a uno de los tres hombres especialista en la materia, para reforzar una sección de flamante creación. ¿No era función de la Brigada proveer de los medios necesarios a los regimientos?
A las 17.30 el alto oficial se retiró dejando a Piaggi más inseguro que nunca.
El 30 por la mañana llovía intensamente y así siguió hasta las 11.25 cuando aterrizó un helicóptero Chinook para embarcar a la sección de tiradores de la Compañía A. Con ellos abordaron también Piaggi, el capitán Lavaysse y el mayor Moore, quienes llegaron al istmo de Darwin media hora después, para recorrer el área y hacer la correspondiente evaluación.
Hemos dicho que Prado del Ganso, mal llamada Ganso Verde, es la segunda población del archipiélago, con algo más de un centenar de habitantes. El caserío contaba con un precario embarcadero, una pista de aterrizaje, un hipódromo y una importante escuela rural (en esos momentos en desuso), cuyo edificio de dos pisos, en forma de hélice tripala, había llegado a albergar a estudiantes pupilos provenientes del interior de las islas. Puerto Darwin era un poblado mucho más pequeño, un establecimiento rural sería más adecuado decir, cuya importancia radicaba en ser la residencia del administrador de la Falklands Island Company.
Cuando Piaggi y sus oficiales descendieron del helicóptero, lloviznaba ligeramente. Se encontraban a 2 kilómetros de Prado del Ganso, muy cerca del aeródromo de la localidad por lo que, de manera inmediata, iniciaron la recorrida. Pudieron comprobar, de esa manera, que el lugar era una típica  zona de potreros, protegido por campos minados, recientemente sembrados por la Compañía C del Regimiento de Infantería 25 luego de ocupar el sector el 5 de abril.
Durante la inspección pudieron comprobar que la BAM “Cóndor” estaba defendida por una compañía compuesta por dos secciones de tiradores, una sección de apoyo que contaba con dos morteros de 81 mm, otra de artillería antiaérea integrada por seis cañones de 20 mm, un escuadrón de servicios, uno de aviones Pucará IA-58 y otro de helicópteros.
Por boca del vicecomodoro Wilson Pedrozo a cargo de la base y el teniente primero Carlos Daniel Esteban (Compañía C del RI25), los recién llegados supieron todo lo necesario sobre el dispositivo de defensa por lo que a continuación, el teniente coronel Piaggi procedió a detallar la misión que se le había asignado.
Finalizada la exposición, el jefe del RI12 y su plana mayor pasaron a reconocer el área norte del istmo que quedaría a cargo de la Compañía A del RI12 y e inmediatamente después, el personal desplegado comenzó a ocupar la región, siempre bajo una lluvia torrencial, mientras se conocían nuevos casos de pie de trinchera.
Ese mismo día, en horas de la tarde, se completó el traslado del regimiento, más precisamente las compañías A y C, la primera de las cuales fue ubicada en el sector norte del istmo y la segunda algo más al sur.
Mientas eso ocurría, Piaggi se encaminó al puesto de mando del Regimiento de Infantería 25, anexo al establecimiento escolar, donde el teniente primero Esteban le expuso algunos detalles, uno de ellos, que la compañía a su cargo sería organizada como grupo comando (vale recordar que aún no se había producido el desembarco); que se disponía de cuatro secciones de tiradores, tres de ellas orgánicas y una perteneciente a la Compañía C del Regimiento de Infantería 8 (RI8) y que se carecía de una sección de apoyo porque la misma fue segregada y retenida en Puerto Argentino. Además, había 114 kelpers en el lugar (el total de los habitantes de Prado del Ganso) a quienes se les restringieron los movimientos, prohibiéndoseles terminantemente abandonar la población.
Así fue como las tropas del RI12 se dispusieron a ocupar la región. En algunos de los domicilios particulares se almacenaron las reservas de alimentos y se decidió emplazar el puesto de comando en una edificación de piedra ubicada al norte del pueblo, sobre la rada, después de confiscar el equipo de radioaficionado de su propietario.


Bajo fuego
La madrugada del 1 de mayo se desató una tormenta mucho peor. A las 04.30 horas llegó desde Puerto Argentino la primera alerta roja para el regimiento. Los británicos habían iniciado el bombardeo.
De manera inmediata, el teniente coronel Piaggi ordenó a la tropa estacionada en el límite norte de la pista de aterrizaje recoger equipo y armamentos y desplazarse unos 2 kilómetros al norte, hacia una zona explorada por la Compañía A. Los conscriptos tomaron sus pertenencias y salieron inmediatamente, salvando sus vidas gracias a la oportuna medida de su jefe.
A las 06.00, el alerta cesó. Acompañado por su estado mayor, Piaggi se encaminó hacia el puesto de mando de la base aérea donde el vicecomodoro Pedrozo lo puso al tanto de lo que estaba ocurriendo en Puerto Argentino. Al llegar, notó que había mucho nerviosismo en el personal y bastante incertidumbre, en especial cuando se dispuso el despliegue del escuadrón Pucará en previsión de un inminente ataque.
A las 08.25 tuvo lugar el bombardeo aéreo sobre la BAM “Cóndor” en el cual fallecieron el teniente Jukic y todo su personal técnico, una experiencia traumática que impresionó pero no amilanó a la guarnición. Otra bomba pegó en la banquina este del camino a Puerto Darwin estallando muy cerca de un vehículo que acababa de ser despachado en comisión (por un verdadero milagro no sufrió averías).
Los Sea Harrier batieron el área con mucha eficacia, barriéndola con el fuego de sus cañones y con los impactos de sus cargas. Dañaron instalaciones en la base, un tramo del camino y el extremo norte de la pista, alcanzando las carpas de los hombres que Piaggi, oportunamente había mandado desplazar. Hubieran sido muchas las bajas en ese sector si el jefe del regimiento no hubiera adoptado esa disposición.
A las 15.20 horas se produjo un nuevo alerta roja y desde la capital se informó que tres buques enemigos se dirigían hacia el seno Choiseul, al este del istmo. En vista de ello, Piaggi y Pedrozo se apresuraron a tomar las medidas necesarias para la defensa de la posición, una de ellas, alistar los morteros de 81 mm y ordenar a la Compañía A suspender la organización de su zona y ocupar posiciones en las elevaciones que dominaban el extremo norte de la rada.
Los helicópteros de la Fuerza Aérea comenzaron a desembarcar tropas en un sector no estipulado por Piaggi y eso demoró el operativo, obligando a los efectivos a realizar una nueva marcha a pie. Advertidos los aparatos, regresaron y corrigieron el error.
Por la noche, el teniente primero Esteban informó que el personal de la FAA en Darwin creía que alguien guiaba desde ese punto los ataques aéreos y por esa razón se inició de inmediato una búsqueda con las correspondientes requisas.
El 2 de mayo amaneció con mal tiempo. Previendo un ataque desde el mar, fueron reubicados los cañones de 20 mm que se habían desplegado sobre la costa en tanto la sección de 35 mm permanecería emplazada en el extremo oeste de la península, a 1 kilómetro y medio del aeródromo.
La malvinense June McMullen, nacida y criada en Prado del Ganso, casada con un pastor del lugar y madre de dos niños, cuenta en Hablando Claro que se asustaron mucho el día de la invasión pero la llegada de los argentinos no les resultó tan mala al principio. Sin embargo, tal como lo temía, comenzaron a empeorar con el transcurso del tiempo. Una cosa que la puso furiosa fue cuando los invasores adoptaron las primeras medidas y a dar directivas arbitrarias que nadie, y mucho menos ella, se atrevieron a refutar. La gente vio con verdadero temor como se colocaban los helicópteros entre las casas a efectos de evitar el bombardeo y como después del primer ataque, los pobladores eran sacados de sus viviendas a punta de fusil para ser concentrados en el centro administrativo (el edificio del ayuntamiento), donde los tuvieron encerrados hasta la llegada de los británicos. June salió de su casa con su hijo Mattew de tres meses y medio en sus brazos y la pequeña Lucille de 4 años, tomada de la mano. Junto a ella caminaban su esposo Tony, vecinos y familiares.
Al llegar a la edificación comprobaron que allí no había nada, solo su indumentaria y algún mobiliario y por esa razón, la primera noche pasaron mucho frío. Afortunadamente, al día siguiente, sus captores permitieron que algunos de ellos fuesen en busca de alimentos, mantas, colchones y demás provisiones, y eso alivió en parte la situación. Solo había dos baños en el lugar, con un inodoro y un lavatorio cada uno (en Malvinas no se conoce el bidet), y eso significó un verdadero inconveniente además de que los menos afortunados debieron dormir en el suelo, sin colchones.
Durante los días de cautiverio, los malvinenses rezaban todas las noches, comenzando por el Padrenuestro que dirigía Brook Hardcastle, administrador de la FIC local. Se llevaban todos muy bien, el humor era bueno y no hubo disputas. En días posteriores, algunos de los muchachos encontraron un viejo aparato de radio que procedieron a armar en secreto para sintonizar la BBC. Y así fue como se enteraron de lo que ocurría en el exterior, entre otras cosas, el hundimiento del “General Belgrano” y la destrucción del “Sheffield”.
El 4 de mayo las baterías antiaéreas abatieron al primer Sea Harrier. Su piloto, Nicholas Taylor, pereció cuando su avión se precipitó a tierra, cerca de la costa, a 150 metros de la pista de aterrizaje. Los argentinos celebraron la victoria lanzando sonoros vivas que los kelpers escuchaban a través de las explosiones. En pleno duelo de artillería, el sacerdote italiano Santiago Mora, capellán del regimiento, bendijo las posiciones a riesgo de su propia vida y fue él quien tuvo a su cargo el responso del infortunado piloto, una vez rescatado su cuerpo. La ceremonia se llevó a cabo el 6 de mayo a las 17.30, muy cerca de un tambo, a solo 300 metros de donde cayó el avión y fue documentada gráficamente.
Al día siguiente llegaron al lugar el periodista Nicolás Kasanzew y su camarógrafo, después que aviones enemigos sobrevolaran la región a gran altura. El corresponsal de guerra intentaba realizar una nota sobre las bombas británicas sin estallar y el mismo Piaggi se ofreció a guiarlo en una caminata de aproximadamente 45 minutos. Kasanzew notó que no se veía armamento pesado por ningún lado y por eso le preguntó al oficial donde se encontraba. La respuesta fue el más absoluto silencio.
En la mañana del 8 de mayo llegó un helicóptero con la primera sección de tiradores de la Compañía C, al mando del subteniente César Álvarez Berro, pero ninguna señal de los víveres solicitados.
Ese mismo día Piaggi fue llamado a Puerto Argentino para recibir nuevas directivas. Voló en un helicóptero Bell cuyos pilotos le informaron que las alertas rojas eran cada vez más frecuentes por lo que la incertidumbre fue aumentando a medida que se acercaban a la capital.
Al llegar al comando, una vez en presencia del general Menéndez, le fue comunicada la decisión de constituir con su unidad y la sección del Regimiento de Infantería 25, al Fuerza de Tareas “Mercedes”, así bautizada en honor de la ciudad asiento del 12 de Infantería en la lejana Corrientes.
Piaggi pernoctó en Puerto Argentino y regresó a las 19.00 del día siguiente sin haber recibido la orden de operaciones completa ni las instrucciones para la fuerza recientemente creada. Lo único que consiguió fue la confirmación del envío de dos cañones Otto Melara de 105 mm, pertenecientes a la dotación del Grupo de Artillería Aerotransportada 4 y la correspondiente munición.
Una vez de regreso, el jefe del RI12 impuso a su plana mayor de lo conversado en la capital de las islas mientras los capellanes Sessa y Mora oficiaban misa por sectores.
El día siguiente fue una jornada extremadamente fría, con numerosas alertas rojas durante la mañana y largas esperas del material solicitado. Los mismos (en realidad una reducida cantidad de víveres), llegaron pasado el mediodía junto con doce hombres de la Compañía de Comando que traían correspondencia para la tropa.
Ante la preocupante falta de raciones, Piaggi dispuso faenar una docena de ovejas porque el debilitamiento de los hombres y su insatisfacción comenzaban a hacerse notar.
El 11 a las 23.30 atracó en Prado del Ganso el “Monsunen”, a cuyo mando se encontraba el teniente de navío Jorge Gopcevich Canevari. Traía 100 tambores de 200 litros de combustible para helicópteros, 97 de nafta súper y 100 cajones de municiones calibre 105 mm para los Otto Melara1.
El 12 de mayo cuatro Sea Harrier que cruzaron el espacio aéreo a gran altura fueron repelidos por las baterías antiaéreas, provocando la consabida alegría de la tropa. Esos vuelos evidenciaban cautela por parte del enemigo debido al derribo de Nick Taylor y la avería de un segundo aparato el mismo 4 de mayo.
A todo esto, Piaggi se encontraba muy preocupado por la escasa cantidad (y no muy buena calidad) de raciones disponibles, hecho que incidía notablemente en la moral de los soldados. Por esa razón, solicitó una visita al Estado Mayor pero la misma no se concretó.
El 13 de mayo el Equipo de Combate “Güemes”, el cual, como se dijo al hablar de la batalla de San Carlos, fue organizado con efectivos del RI25 y una sección del RI12, se trasladó en dos helicópteros a la parte norte del estrecho, para cumplir una misión de patrulla y alerta a efectos de informar sobre posibles desembarcos en la zona. Al conocer la noticia, Piaggi se trasladó inmediatamente a Puerto Argentino dispuesto a manifestar su desacuerdo porque la medida debilitaba el dispositivo de defensa. De nada sirvieron sus argumentos y eso lo puso más furioso. Todo eran problemas; inconvenientes generados por la constante improvisación y nada se hacía por resolver las cosas, ni siquiera las cuestiones más sencillas.
Mascullando gruesos epítetos abandonó el puesto de comando mientras hombres de menor jerarquía se hacían a un lado para dejarlo pasar.
De regreso en Prado del Ganso, pidió agilizar el traslado de lo que quedaba de su regimiento y reiteró el pedido de armamento pesado junto con los indispensables medios de combate. Desde el Estado Mayor se le respondió que conocían perfectamente su situación y por eso se enviaría a la brevedad un equipo de Asuntos Civiles para hacerse cargo de la localidad y facilitar la atención de los problemas operacionales (¡!).
Al escuchar eso, Piaggi quedó por un momento en silencio, absorto, sin dar crédito a lo que acababa de oír. Estaba solicitando armamento y equipo para combatir a un enemigo pronto a iniciar el avance sobre su posición y le contestaban que le mandaban gente para atender a los civiles. La ineptitud de Menéndez y su entorno se tornaba en exasperante imbecilismo. Pese al esfuerzo supremo que hizo por mantenerse callado, no pudo evitar responder con dureza.

-¡¡Métanse los asuntos civiles en el c… y envíenme el equipo pesado de una vez, gran Dios!!

Un silencio hermético llegó del otro lado de la línea. Esa misma noche zarpó el “Monsunen” sin novedad.
Al otro día, las lluvias y el frío atormentaron a la tropa como nunca, lo mismo las alertas rojas que, para su fortuna, no tuvieron consecuencias. Las PAC seguían sobrevolando a gran altura sin efectuar ataques pero los inconvenientes continuaban.
El desplazamiento de los efectivos que esperaban en el monte Challenger fue suspendido hasta nueva orden y la noticia del hundimiento del “Isla de los Estados” esa misma noche dejó a los oficiales altamente preocupados.
El 15 de mayo a las 12.15 llegó a las posiciones del regimiento un helicóptero con la Compañía de Servicios y un nuevo cañón de 105 mm sin retroceso.
A las 17.00 sobrevolaron la región los dos helicópteros que habían transportado al Equipo de Combate “Güemes” hacia San Carlos y conducían de regreso a la capital a efectivos de la valerosa Compañía de Comandos 601.
Una repentina alerta roja obligó a las aeronaves a posarse sin detener sus rotores y mantenerse en espera. En ese mismo momento, el capellán Mora oficiaba una misa para la Compañía A del Regimiento de Infantería 12, la cual debió ser suspendida momentáneamente.
A las 09.00 del 16 de mayo dos Sea Harrier lanzaron bombas beluga sobre las posiciones ubicadas al noroeste de la pista de aterrizaje y las de la Compañía C, en el sector sur. El ataque no tuvo consecuencias y el resto de la jornada transcurrió sin mayores novedades. El día 18, el puesto de mando del teniente coronel Piaggi volvió a efectuar un nuevo pedido de armamento, recibiendo la siguiente respuesta:

-No se pongan exquisitos porque sino les bajamos la persiana.

El 19 de mayo el capitán Sánchez efectuó una recorrida por el dispositivo defensivo a efectos de supervisar la distribución del racionamiento, ello en cumplimiento de directivas de Piaggi. De esa manera, el oficial pudo comprobar las diferencias surgidas por la falta de efectos necesarios para la elaboración y distribución, un nuevo problema para el atribulado jefe del 12.
Desde monte Challenger se realizaron sucesivos vuelos de helicópteros con los que se completó el traslado de la sección Comunicaciones, aunque sin su equipo. Pese a que la misma no era de mucha utilidad, su jefe, el teniente primero Ernesto Kishimoto, se abocó a la tarea de acondicionar el sistema utilizando elementos descartados, pertenecientes a antiguas instalaciones de los  kelpers.
Entre las 09.00 y las 11.00 del 21 de mayo, las posiciones recibieron intenso fuego naval desde una fragata ubicada en Bahía Ruiz Puente, a 17 kilómetros al oeste de Prado del Ganso2. Por los lugares donde hicieron impacto los proyectiles, era evidente que los británicos buscaban las piezas de artillería antiaérea y que tenían ciertas nociones de sus emplazamientos.
Con el objeto de insuflar ánimo a la tropa, Piaggi y su plana mayor permanecieron de pie, al descubierto, cerca del puesto de mando, bebiendo té a riesgo de sus vidas.
Según informes de la Compañía A, el fuego estaba siendo reglado por un helicóptero situado al norte de la sección y si bien no se produjeron bajas, uno de los cañones de 20 mm del dispositivo de defensa fue destruido. Siguieron a continuación dos alertas rojas sin consecuencias, las cuales se repitieron constantemente durante la noche, mientras llovía intensamente.
Al día siguiente, entre las 09.00 y las 09.35, los Sea Harrier atacaron en dos veces en dirección norte-sur, arrojando sus bombas cerca de la pista. Pese a que las mismas estallaron cerca suyo, Piaggi permaneció imperturbable, bebiendo su té frente a la tropa.
Como contrapartida, uno de los aviones fue alcanzado y en esas condiciones se retiró hacia el este.
A las 11.00 un A4B atacó por error las posiciones del regimiento resultando más que oportuna la intervención del puesto de mando al evitar que el mismo fuera derribado por fuego propio. El piloto regresaba de una incursión sobre San Carlos y en el trayecto confundió a la tropa y le disparó.
Desde Puerto Argentino se despacharon a bordo de la lancha patrullera “Río Iguazú” dos Otto Melara pertenecienets al Grupo Aerotransportado 4, con sus respectivos servicios y municiones.
Ese día despegaron los Pucará de la sección “Tigre” para atacar las avanzadas británicas próximas a San Carlos (como se recordará, Brest no pudo despegar y tanto Tomba como Benítez fueron derribados). Poco después, la Agrupación “Litoral” dispuso adelantar patrullas al monte Alberdi a efectos de explorar y establecer contacto con el enemigo. Por falta de helicópteros, los efectivos debieron ser transportados en vehículos de la dotación hasta un punto intermedio y luego seguir a pie. A todo esto, doce soldados se encontraban internados en estado de desnutrición.
El 22 de mayo la aviación británica localizó a la patrullera “Río Iguazú” en la entrada del seno Choiseul y la atacó con fuego de cañones, provocando la rotura de su timón y otros daños. Fuera de eso, las patrullas desplegadas a lo largo de la jornada informaron que no había novedad en sus posiciones.
El 24 fue el día en que el teniente primero Esteban llamó desde Douglas Paddock (30 kilómetros al este de San Carlos), solicitando el rescate de su sección, la cual, como se recordará, dos días antes se había batido en San Carlos. De la gente del subteniente Reyes, nada se sabía.
A las 08.45 la “Río Iguazú” encalló sobre la margen oeste de la entrada del seno Choiseul. Helicópteros argentinos acudieron en su rescate para evacuar en primer lugar a sus quince tripulantes, incluyendo tres heridos. En sus bodegas quedaron los dos cañones con su munición y como la lancha se hallaba semisumergida, se necesitó la presencia de un buzo para desarmar las piezas y descargarlas parte por parte para su posterior rearme.
El subteniente Juan José Gómez Centurión, valeroso integrante de la Compañía C del Regimiento de Infantería 25, fue el encargado de llevar a cabo tan delicada operación, sumergiéndose en las inundadas bodegas con un traje de neoprene y mascarilla. Así se logró su desmantelamiento y posterior desembarco mientras patrullas terrestres proporcionaban seguridad.
Personal del RI12 fue quien llevó las piezas a tierra firme y las entregó a los encargados de su reacondicionamiento para proceder al ensamble. Los encargados de la tarea debieron lubricar cada parte aplicando aceite Castrol de fabricación nacional y una sustancia especial elaborada en Prado del Ganso con grasa animal.
Cuando todo estuvo listo, los artilleros pudieron comprobar con profunda decepción, que uno de los cañones estaba severamente dañado y por consiguiente, no funcionaba, por lo que no quedó más remedio que darlo de baja y retirarlo de servicio. Dos piezas más aguardaban en Puerto Argentino para ser trasladadas al istmo pero por falta de helicópteros, debieron esperar algunos días.
En tanto Gómez Centurión procedía a recuperar los cañones, los heridos eran atendidos en el puesto sanitario del regimiento. Allí fue donde fallecieron el cabo segundo Benítez, abatido mientras accionaba la ametralladora 12,7 de la embarcación y el soldado Salvador Riquelme de la Compañía A, como consecuencia de un paro cardíaco provocado por la desnutrición.
Conversando con Piaggi, la gente de Prefectura refirió la valerosa actitud del soldado clase 62 Rodolfo Sulín quien secundó a sus superiores con arrojo durante el incendio que se desató a bordo después del ataque.
Benítez y Riquelme fueron sepultados en las elevaciones que se extienden al noroeste de la pista de aterrizaje. La ceremonia tuvo lugar alrededor de las 18.00 horas y en ella el teniente coronel Piaggi hizo uso de la palabra asumiendo la responsabilidad de aquella muerte inútil (la de Riquelme) aunque endilgándosela también a sus superiores inmediatos.
Durante la noche, con la lluvia abatiéndose con fuerza sobre el área, cayó sobre las posiciones del RI12 una bengala de iluminación de alto poder que hizo cundir la alarma entre la tropa. Poco después, se recibió una de las órdenes más ridículas impartidas desde la Brigada; la de alejar a los efectivos de los caseríos y mantenerlos lo más lejos posible de los isleños, disposición que implicaba un esfuerzo innecesario y una considerable pérdida de tiempo.
Pese a la sugerencia del capitán Frontera de no llevarla a cabo, Piaggi procedió a cumplirla, muy a su pesar, pues aún a costa del esfuerzo, era imperioso mantener la disciplina. Era indignante ver como al alto mando argentino más parecían importarle la suerte de los kelpers que la propia tropa.
El 25 de mayo, día de la patria, llegó a Prado del Ganso el “Monsunen”. Lo hizo a remolque del “Forrest” cerca de las 01.00 horas atracando en el pequeño muelle del poblado, el primero con varios heridos a bordo, producto del ataque de la aviación enemiga. Junto a ellos, venían dos soldados del Regimiento 4 de Artillería que viajaban a las órdenes del sargento primero Marquetti, quien se había destacado durante las acciones, al rescatar del agua a uno de los tripulantes. Al presentarse en el puesto de mando del regimiento, el comandante de la embarcación, teniente de navío Jorge A. Gopcevich Canevari, refirió el hecho a Piaggi, quien se apresuró a apuntarlo en su diario.
Aquel día amaneció y despejado pero a causa de las continuas alertas rojas, Piaggi decidió suspender la ceremonia patria y mantener a sus hombres a cubierto, una excelente medida pues cerca de las 09.00, dos Skyhawk A4B atacaron por error, aunque sin consecuencias. Una vez más, el jefe del regimiento los reconoció a tiempo y evitó que las antiaéreas abriesen fuego.
Cuando los alertas hubieron cesado, personal del regimiento y la Prefectura Naval procedieron a descargar el “Monsunen” bajando a tierra una ametralladora de 12,7 mm para la Compañía A y una MAG de 7,62 para la C del RI12 con sus respectivas municiones.
A las 11.00 los helicópteros trajeron a la sección de Seguridad. Por la noche, más precisamente a las 20.00, se estableció un nuevo contacto radial con el teniente primero Esteban que desde hacía cinco días esperaba en Douglas Paddock para ser evacuado. Dado el tiempo transcurrido y la falta de indicios por parte del equipo de rescate, el valeroso oficial debió insistir con vehemencia dado el riesgo que su gente corría. Nadie mejor que él para confirmarlo: los ingleses se les venían encima y a cada minuto el peligro aumentaba.
Esa noche se destacaron nuevas patrullas hacia diferentes puntos y la artillería procedió a batir las tierras de Rams Gate y Monte Osborne, sin obtener respuesta. El tronar de los cañones provocó el consabido pánico entre los malvinenses cautivos, quienes con creciente temor habían visto incrementar el número de tropas invasoras. La angustia se apoderaba de ellos y el siniestro sonido de las descargas parecía indicar que se avecinaban momentos difísiles.


El avance británico
Como dice el general Thompson en No Picnic, el hundimiento del “Atlantic Conveyor” había dejado sin carpas a la 3ª Brigada de Comandos y al Grupo de Tareas Anfibio al mando del comodoro Michael Clapp. La pérdida de los helicópteros, a bordo del enorme portacontenedores también fue muy lamentada porque eso dificultaría notablemente los planes que se habían elaborado junto a su plana mayor. De todas maneras, durante la noche del 24 al 25 de mayo, el equipo de reconocimiento del Batallón D había llegado hasta el monte Kent, no así el resto de la unidad y eso retrasó la consolidación las posesiones.
En momentos en que las avanzadas del Batallón D alcanzaban la estratégica elevación, el Escuadrón 6 del SBS desembarcaba botes de goma de una de las fragatas y se dirigía a Puerto Salvador para infiltrase por ese sector y efectuar misiones de reconocimiento. Su propósito era utilizar las instalaciones de Teal Inlet, población ubicada al sur del gran brazo de mar que se adentra al norte de la isla Soledad, como etapa intermedia en la ruta hacia Puerto Argentino.
El plan de Thompson consistía en lanzar a sus efectivos tras el Batallón D Aerotransportado junto a la totalidad del Comando 42 y una batería de cañones. La idea era despacharlos en varios vuelos nocturnos para ocupasen las posiciones asignadas después de los desembarcos. Aquello constituía un proceso mucho más largo y complicado que el calculado durante la planificación de la operación; una operación sumamente arriesgada que no dejaba otra alternativa que caminar. Y para ello era necesario aguardar a la 5ª Brigada de Infantería además de los helicópteros.
A eso se hallaba abocado Thompson cuando fue llamado desde Northwooda a la Central de Comunicaciones Vía Satélite recientemente instalada en Bahía Ajax. Se le ordenaba montar nuevamente la descartado ataque a Darwin/Prado del Ganso y se le exigía mayor celeridad. Como dice el militar inglés acertadamente, la gente en Gran Bretaña estaba muy nerviosa.
De regreso en su puesto de mando, Thompson mandó llamar al coronel Herbert Jones y le planteó la necesidad de volver a planear el ataque al istmo. De esa manera, la 3ª Brigada quedaba liberada a sus propios medios y no recibiría apoyo ni ayuda de ninguna índole.  Los británicos sabían que los argentinos tenían destacadas dos compañías de Regimiento de Infantería 12 más una sección del 25 y otra del 8 con el posible aditivo de una anfibia y por esa razón, la pelea iba a ser dura. Además, estaban casi seguros de la existencia de dos cañones Oto Melara de 105 mm y media docena de antiaéreas de 35 mm pero no estaban muy convencidos de la presencia de una compañía de ingenieros y helicópteros de apoyo.
“H” Jones se dirigió al “Intrepid” para dialogar con los integrantes de una sección del SAS que el 2 de mayo había atacado el istmo al mando de Holroyd Smith y éstos le aseguraron que la zona estaba defendida por no más de una compañía.
Una vez de regreso, dio cuenta de la inminente puesta en marcha de la operación, detallando todo lo conversado con los comandos. Por su parte, el teniente coronel Andrew Whitehead recibió instrucciones de abandonar Bahía Ajax en las primeras horas del 27 de mayo y abordar un LCU (lanchón de desembarco) para dirigirse a San Carlos y avanzar desde allí hasta Douglas Paddock, siguiendo la ruta de New House. Al mismo tiempo, se le ordenó a Hew Pike prepararse para marchar a pie rumbo a Teal Inlet con la Compañía de Comandos 45.
Pike había hablado con un poblador de San Carlos y este le dijo que el mejor camino era el que pasaba al sur del cerro Bombilla, tomando luego al este.
Cuando Thompson fue notificado de ello, aprobó el cambio de planes y dio libertad a su subordinado para avanzar por esa ruta.
Los británicos iniciaron la marcha hacia una de las batallas terrestres más duras de la guerra, con sus enemigos esperándolos aferrados a sus posiciones, dispuestos a resistir y disputar el terreno, plenamente convencidos de la causa que defendían. Tal vez ambos bandos tuviesen razón o tal vez una de las partes; lo cierto es que quienes debieron haber combatido por lo suyo, los propios malvinenses, prefirieron mantenerse al margen y dejar que otros lo hicieran por ellos en una actitud llamativamente pasiva.
La opinión pública internacional, atenta al conflicto desde sus inicios, podría estar dividida en cuanto a si los residentes de las islas eran británicos (de hecho lo son) o si los argentinos tenían derecho sobre el archipiélago; lo que no se dudaba era que los kelpers eran los verdaderos pobladores y por esa razón, debieron empuñar el fusil para combatir junto a los soldados del Reino Unido en defensa de su tierra y sus hogares. Sin embargo, salvo un tímido y prácticamente inexistente atisbo de resistencia, apenas un kelper siguió a los ejércitos en su avance hacia Puerto Stanley. Ningún otro hizo nada pese a la rapidez a la hora de solicitar ayuda a la madre patria. Centenares de jóvenes británicos iban a perecer o quedar mutilados por ellos, pero en lugar de unírseles, optaron por observar a la distancia, como si se tratase de simples espectadores, ajenos a los hechos.
Thompson también retrasó el adelantamiento del Comando 42 al monte Kent porque no deseaba helicópteros posados cuando podría necesitarlos para brindar apoyo al 2 de Paracaidistas (Para 2). Por tal motivo, el referido batallón fue advertido de ello en tanto el Comando 40 enviaba a una de sus compañías para relevar a las anteriores en monte Sussex.
En la noche del 26 de mayo Herbert Jones guió a su unidad al sur de esa elevación y continuó avanzando hasta Caleta Camila. Al amanecer (27 de mayo), el Comando 45 se puso en movimiento desde San Carlos, seguido por el 3 de Paracaidistas (Para 3) que avanzaba en dos columnas en dirección a Teal Inlet.
En ese instante, el Para 2 procedía a ocupar las instalaciones de Caleta Camila y allí decidió permanecer oculto, temeroso de ser detectado por la aviación enemiga o, como dice Thompson, por sus satélites, una aseveración disparatada pues era bien sabido que la Argentina no contaba con ellos.
A las 09.30 de la mañana dos Harrier GR3 bombardearon posiciones en Prado del Ganso. En la tercera pasada el avión del teniente Robert Iveson fue abatido aunque sería rescatado después, según se ha dicho. Por su parte, patrullas adelantadas de la Compañía C informaron sobre asentamientos enemigos en las colinas de Darwin, al sur de Boca House y en los denominados Contornos 50, al noroeste del istmo. Informaban, además, que los argentinos se hallaban alerta porque habían abierto un nutrido fuego de cañones, obligando a los integrantes de la Compañía C a huir presurosamente en busca de cobertura. La batalla de Prado del Ganso estaba comenzando.
Era le mediodía del 27 de mayo cuando el Servicio Mundial de la BBC informó que el Para 2 avanzaba hacia Darwin mientras el Comando 45 lo hacía hacia Douglas Paddock y el Para 3 a Teal Inlet.
Los soldados británicos se pusieron furiosos al saber aquello porque la reconocida cadena de radio y televisión estaba dando a conocer el plan de ataque al enemigo, de ahí que, ni bien finalizó el conflicto, el gobierno le iniciara juicio.
Mascullando gruesas imprecaciones, el coronel Jones ordenó la dispersión y el atrincheramiento de su batallón dado que era posible un ataque de la artillería enemiga, pero los argentinos no respondieron porque en esos momentos estaban helitransportando a sus reservas estratégicas desde monte Kent hasta el istmo, a efectos de reforzar sus posiciones. Poco después, su Compañía C comenzó a recibir el fuego de la artillería británica y eso permitió a los hombres de Jones alejarse.
Cuando los comandos se retiraron, se toparon con un Land Rover azul que avanzaba por el área en misión de exploración. Los ingleses lo detuvieron y a punta de fusil, obligaron a sus ocupantes a descender. Se trataba de tres soldados argentinos que no tuvieron tiempo de utilizar la radio y no estaban advertidos de la situación. Luego de ser reducidos, fueron conducidos hasta el campamento de la brigada para ser sometidos a interrogatorio.
Una vez en el puesto el mando, el capitán Roderick Bell, que hablaba correctamente español (había nacido en Costa Rica donde su padre fue diplomático), los interrogó y de ese modo, se pudo determinar que las posiciones argentinas se hallaban en alerta total.
Por la tarde se produjo el ataque de los Skyhawk del capitán Carballo sobre Bahía Ajax, durante el cual, fue destruida la antena de la estación satelital y perecieron seis hombres además de resultar heridos otros 27.
Al llegar la noche, el comando ya tenía preparado el plan de avance, el cual fue transmitido a Jones para ponerlo en marcha de manera inmediata. Consistía en seis fases que establecían lo siguiente:

1- Patrullas de la Compañía C limpiarían el camino de minas, asegurando el paso hacia Burntside Pond y Caleta Camila.

2- La Compañía A debía limpiar las instalaciones de Burntside Pond en tanto la B haría lo mismo en los Contornos 50.

3- La Compañía A limpiaría Punta Coronación.

4- La Compañía B haría lo mismo con Boca House y patrullas de la C procederían a hacer lo propio con la pista de aterrizaje.

5- La Compañía A seguiría limpiando Darwin mientras las B y D lo haría en Prado del Ganso, reteniendo las posiciones.

6- Patrullas de la Compañía C se apoderarían de Caleta Brodie, procediendo luego a su despeje.

Las unidades recibirían cobertura y apoyo de la fragata “Arrow”, de la Batería de Comando Nº 8 y de la Artillería Real con sus cañones de 105 mm, más dos morteros de 81 cuyos proyectiles transportaban los fusileros del batallón. A su vez, dos helicópteros Scout al mando del capitán Jeff P. Niblett y otros dos Gazelles al del capitán N. Pounds, también brindarían soporte, lo mismo las dos secciones de Blowpipes del Regimiento 32 de Proyectiles Dirigidos de la Real Artillería y su Destacamento Aéreo, que debían cubrir la línea de cañones.
La compañía de apoyo del Para 2 tomó posiciones en los flancos, acompañando a las compañías A y B en su avance. Thompson despachó a su vez al mayor Gullan del Estado Mayor y al capitán David Constante, oficial de enlace de la Infantería de Marina, adscripto al Para 2, para ponerse a las órdenes de Jones y brindarle la información necesaria a medida que se fueran desarrollando los acontecimientos.
Por su parte, la sección de reconocimientos del Escuadrón de Ingenieros 59 del Comando, al mando del teniente Livingstone, debería limpiar los campos minados, desactivar posibles trampas cazabobos y destruir el equipo capturado, especialmente en la entrada del istmo.
Ese día, el “Alacrity” se aproximó al “Fearless” y traspasó al estado mayor del general Jeremy Moore, incluyendo al coronel M. J. Anthony Wilson, paso previo a su desembarco. Por la noche, un Sea King de la Escuadrilla 846 transportó tres cañones del Batallón 8 con sus 320 cargas (en un principio, de acuerdo a lo planificado, iban a ser 200).
“H” Jones solicitó también el apoyo de tanques livianos Scorpion y Scimitar pero Thompson rechazó el pedido porque consideraba acertadamente, que los blindados no iban a poder maniobrar sobre la turba, el fango y los pantanos que se extendían entre monte Sussex y Puerto Darwin.


Primeras acciones
A las 06.00 (09.00Z) la Compañía C del Para 2 inició su avance bajo una fuerte lluvia, guiada por el Escuadrón 59 de Ingenieros, precedido a su vez por un batallón al mando del mayor Dair Farrar-Hockley. Envueltos por la niebla, los soldados de ambos regimientos atravesaron varios arroyos, hundiéndose en el agua hasta la cintura.
Cuando el Para 2 se encontraba a 500 metros de Burntside Pond, los argentinos abrieron fuego produciéndose, de ese modo, el primer contacto entre ambas fuerzas.
Al recibir los primeros disparos, los británicos se arrojaron al suelo en busca de cobertura y respondieron disparando sus GPMG.
Sin dejar de tirar, los argentinos se replegaron hacia la cercana colina en tanto los paracaidistas ametrallaban Burntside Pond creyendo que en su interior se habían atrincherado varios soldados. Sin embargo, al aproximarse, pudieron comprobar la presencia de cuatro civiles aterrados, entre ellos dos ancianas, quienes se salvaron tras arrojarse al piso en busca de protección. El único herido en aquella ocasión fue el perro, al ser alcanzado por un perdigón en el hocico.
Aquello enfureció a los británicos porque, según la información suministrada por Inteligencia, la propiedad estaba ocupada por el enemigo y ningún poblador se encontraba en el área. De todas maneras, no tuvieron demasiado tiempo para descargar su ira porque en ese preciso instante la artillería argentina reanudó el fuego y al cabo de unos minutos, las balas trazadoras comenzaron a surcar la región, silbando muy cerca de sus cabezas.
Aquí, en este punto, es donde comienzan a chocar las versiones ya que, según el libro La batalla por las Malvinas de Hastings y Jenkins, en Burntside Pond los argentinos tuvieron dos bajas fatales:

Los hombres de Dair Farrar-Hockley avanzaron rápida y silenciosamente hacia su primer objetivo, Burntside House. Estaban a 500 metros cuando apareció el enemigo y abrió fuego. Los paracaidistas replicaron con un diluvio de GPMG, se refugiaron enseguida al pie de la colina para despejar la casa con fuego de armas livianas y granadas. Los argentinos se habían retirado dejando dos muertos. Adentro de la casa, aterrorizados y echados en el suelo, hallaron a cuatro civiles ingleses, dos de ellos mujeres de edad1.

Por su parte, Patrick Bishop del “Observer” y John Witerow del “The Times” sostienen en La Guerra de Invierno, capítulo “Síganme”, ¡que los muertos fueron cuarenta y cuatro!:

Los argentinos resistieron duramente, pero la relación 3 a 1 en el número de sus oponentes y el mayor poder de fuego de los paracaidistas los superó.

Y más adelante agregan:

La mayoría de los defensores argentinos fueron muertos o heridos en ese ataque. Media hora después la Compañía B atacó al pelotón que retenía el montículo al oeste de Burntside House, matando a 24 defensores. Los pocos que consiguieron escapar de ambos encuentros fueron perseguidos por la Compañía C, la que consiguió matar a otros veinte2.

Se nota a las claras que estos reporteros manejaban las cifras a su antojo y que eso dio pie a la versión de la enorme diferencia de bajas que, con el paso de los años, los mismos británicos se encargaron de desmentir.
Mientras la Compañía B llevaba a cabo la segunda fase del plan, la A esperaba agazapada que el fuego de artillería enemigo cesase para iniciar el avance. En ese momento (era de noche), comenzó a llover con intensidad.
El combate por el Contorno 50 quedó decidido tras una serie de choques agresivos que se sucedieron a partir de las 03.00, a cargo de la Compañía B. La D, por su parte (actuaba como reserva), comenzó a desplazarse entre aquella y la A, trabándose también en combate. Ahí fue donde los argentinos sufrieron algunas bajas y si no tuvieron más fue porque los cañones de la fragata “Arrow” evidenciaron fallas que la obligaron a suspender el fuego.
A las 04.00, la Compañía A comenzó a desplazarse hacia Punta Coronación pero el fuego de la artillería argentina la obligó a detenerse, poniendo en peligro los plazos acordados durante la planificación del ataque. Media hora después, la “Arrow” reparó sus desperfectos y reinició el cañoneo casi en el momento en que la Compañía A retomaba la marcha a toda carrera y alcanzaba sus objetivos.
Los argentinos habían tenido un agitado día 27 y comenzaban a evidenciar su desacertada estrategia de mantenerse aferrados al terreno; aun así combatían y estaban dispuestos a resistir.
Entre las 11.30 y las 11.50 del 28 de mayo se produjo un nuevo ataque aéreo y a las 12.40, las posiciones del RI12 comenzaron a escuchar ruido de combates muy intensos en el sector ocupado por la sección de Exploración; sin embargo, por falta de radio no se pudo establecer contacto con ella y de esa manera, se perdió la posibilidad de prestar apoyo. Se produjo, entonces, un segundo ataque aéreo sin consecuencia pero la sección desplegada en Caleta Camila al mando del teniente Carlos Morales fue atacada por un pelotón de tiradores que a las 14.30 la rodeó y terminó por reducirla. Sobre sus cabezas pasaron varios helicópteros británicos en dirección a la retaguardia, para desembarcar tropas.
A las 21.00 se combatía intensamente al norte de la Laguna Legna, sobre el camino que conduce a Creek House. Cincuenta minutos después, el comando superior ordenó al teniente coronel Piaggi ejecutar un ataque en base a la directiva 507, es decir, al norte y al sur, pero el mismo quedó sin efecto al iniciarse fuego de hostigamiento al este de monte Sussex (22.30) con dos cañones de 105 mm adelantados.
Reiniciado el cañoneo naval sobre las posiciones de la Compañía A (22.40), se combatía intensamente en el sector asignado a la sección de Exploración. En determinado momento, el área fue iluminada por bengalas de alto poder y eso permitió a los argentinos concentrar el fuego sobre las avenidas de aproximación y contener la presión ejercida por las diferentes unidades que avanzaban por allí.
Mientras tanto, en Puerto Argentino, el Equipo de Combate “Güemes”, con el teniente primero Esteban a la cabeza, se aprestaba a embarcar en el “Forrest” para trasladarse a la zona de combate. Sin embargo, cuando estaban a punto de abordar, una contraorden la detuvo, informándosele al bravo oficial que la operación se posponía para las 10.00 del día siguiente y que se haría por medio de helicópteros.


Se intensifican los combates
Con las primeras luces del 29 de mayo, el Para 2 lanzó su ataque masivo. Los británicos confiaban en una batalla rápida y de pocas bajas, basándose, posiblemente, en la suposición de que los argentinos no pelearían pero, lejos de lo imaginado, encontraron fuerte oposición.
El batallón se disponía a encarar una difícil batalla, tal vez la más crítica de la guerra y según Hastings y Jenkins, la de mayor magnitud que enfrentaban los británicos desde Corea.
Con los primeros intercambios de disparos, tanto de artillería como de armas livianas, la balanza comenzó a inclinarse bruscamente contra los británicos debido a que, mientras estos avanzaban, los argentinos, aferrándose al terreno, los batían con fuego de artillería para evitar su ingreso al istmo.
La Compañía A del Para 2 inició el avance dispuesta a iniciar el asalto a Puerto Darwin. Su comandante dejó una sección en Punta Coronación para que hostigara desde allí con fuego de protección en tanto el resto se desplazaba hacia el oeste, motivado por la expectativa y la confianza. Pero para su desazón, se toparon nuemanente con una fuerte resistencia.
Desde las 01.00 (04.00Z) los británicos disparaban sus morteros y la artillería naval batía las posiciones enemigas en el sector norte, apuntando preferentemente al Punto 402 y Grantham Hound. En vista de ello, Piaggi ordenó suspender momentáneamente el fuego y replegar la artillería con la Compañía A para atacar el monte Cantera.
Una hora y media después, la infantería británica y la Compañía A del Regimiento de Infantería 12, al mando del teniente primero Jorge A. Manresa, se trababan en combate. Esta última se replegó luchando en tanto caía sobre ella fuego de morteros y armas automáticas proveniente de monte Sussex y Camila Creek, pero se detuvo a los pocos metros, al encontrar un terreno propicio en las elevaciones ubicadas al norte del istmo.
Para sorpresa de los británicos, la batalla se tornaba cada vez más dura. Al fuego enemigo, la artillería argentina respondía con disparos de mortero de 81 y 120 mm, especialmente sobre la retaguardia británica, sin poder precisar sus resultados por falta de visores nocturnos. De todas maneras, hacia las 03.00 (06.00Z), la compañía combatía estoicamente tratando de no ceder terreno, mientras recibía apoyo de la artillería. La falta de comunicación impedía precisar los blancos en aquella noche cerrada, solo quebrada por los resplandores de los obuses y morteros y las balas trazadoras.
Como hemos dicho, los británicos hallaron una fuerte resistencia, sobre todo en las ruinas de Boca House, donde una sección del RI8 combatía tenazmente, intentando mantener la posición.
De esa manera, se vieron atrapados en terreno abierto, lejos de los refugios y con fuego frontal manteniéndolos a raya. Para colmo, en contra de toda suposición, los argentinos habían construido sólidas trincheras con techos fuertes y eso los protegía, no solamente del fuego frontal sino también del ataque de los Sea Harrier. Como aseguran Hasting y Jenkins en La batalla de las Malvinas, los ingleses pudieron comprobar que las versiones de un ejército argentino desganado y desmoralizado, carecían de fundamento. “Tantas mentiras que nos dijeron acerca de que no querían pelear y estaban peleando como leones”3.
El fuego de artillería de ambos bandos era realmente impresionante y las unidades británicas no tardaron en sentir sus efectos.
Antes del amanecer, el teniente coronel Piaggi intentó una maniobra destinada a contrarrestar la presión enemiga mediante un contraataque tendiente a recuperar el límite del principal campo de combate. Había conversado con el capellán de su regimiento, el padre Santiago Mora, quien conociendo la capacidad combativa de algunos de los hombres, le dijo:

-Señor Teniente Coronel, basado en mi propia experiencia durante la Segunda Guerra Mundial en Italia, estimo que, por el potente fuego de artillería enemiga que se recibe más el cansancio de los soldados, será muy difícil sostener las líneas defensivas. Si Ud. me permite, creo que sería conveniente utilizar la Sección de Tiradores Especiales, del teniente Roberto Estévez, a la que le reconozco un excelente espíritu para el combate.

Estévez era un valeroso joven de 25 años, oriundo de la provincia de Misiones, profundamente católico y nacionalista que, según el decir de Isidoro Ruiz Moreno, estaba dotado de una mística militar fuera de lo común. Pese a lo exigente que solía mostrarse con la tropa y consigo mismo, era sumamente apreciado y respetado por ella, más ahora que estaban bajo fuego. 
Para tener una idea de su personalidad, cuando su batallón fue notificado de que debía prepararse para tomar parte en la invasión del archipiélago, comenzó a alistarse con un entusiasmo fuera de lo común en tanto le manifestaba a sus compañeros, entre ellos, el subteniente Juan José Gómez Centurión, que no regresaría con vida de las islas. Antes de abandonar los cuarteles de Sarmiento, provincia de Chubut, escribió una carta a su padre que es ejemplo de patriotismo y del orgullo propio de un valiente.
Piaggi escuchó el consejo y respondió:

-Gracias, padre, lo pensaré; mis asesores también me dieron el mismo consejo; esta reserva es lo último de lo que disponemos.

Fue después de un rápido análisis con los oficiales de su plana mayor, en pleno fragor de la batalla, que el jefe del RI12 dispuso el contraataque, llamando a su presencia al mencionado oficial.

-Teniente Estévez, como último esfuerzo posible, para evitar la caída de la posición Darwin-Goose Green, su sección contraatacará en dirección noroeste, para aliviar la presión del enemigo sobre la Compañía A de nuestro regimiento. Tratará de recomponer, a toda costa, la primera línea. Sé que la misión que le imparto sobrepasa sus posibilidades, pero no me queda otro camino4.

-¡A la orden, mi teniente coronel! – respondió Estévez decidido mientras se cuadraba y hacía la venia.

Piaggi, que era un excelente oficial, estrechó en un abrazo a su subordinado y le ordenó partir de inmediato.
Una vez de regreso, Estévez pronunció una breve aunque emotiva arenga.

-Soldados, en nuestras capacidades están las posibilidades para ejecutar este esfuerzo final, y tratar de recomponer esta difícil situación. Estoy seguro de que el desempeño de todos será acorde a la calidad humana de cada uno de ustedes y a la preparación militar de que disponen.

Y a continuación, lanzó la orden que aún hoy todos los que sobrevivieron llevan grabada en sus mentes, la misma que pronunciaría “H” Jones unas horas después, antes de caer abatido:

-¡¡Síganme!!

Eran las 07.30 cuando la compañía de tiradores de la primera sección del RI25 al mando del teniente Roberto Néstor Estévez, inició el contraataque.
Tras recibir la orden de su jefe, el oficial y sus hombres emprendieron el avance hacia el noroeste, en dirección a Boca House, donde resistía heroicamente el Regimiento de Infantería 8.
Estévez llegó acosado por el fuego enemigo y rápidamente entró en combate, logrando frenar el avance británico. Lo primero que hizo fue solicitar apoyo al teniente primero Kishimoto, pues tenía numerosos heridos y debido al cañoneo y la metralla, no podían sacar sus cabezas de los pozos.

-Para la Sección, sobre las fracciones enemigas que se encuentran detrás del montículo, ¡fuego! Artilleros, sobre el lugar, deriva 20 grados, alza 400 metros, ¡fuego! Esté atento cabo Castro, en dirección a su flanco derecho, puede surgir alguna nueva amenaza.

El combate se tornó extremadamente duro, con los británicos disparando desde la costa y los argentinos resistiendo con tanta firmeza que finalmente, lograron bloquear el avance y aliviar en parte la presión.
En ese momento, Estévez recibió un balazo en la pierna derecha

-¡¡Cabo Castro, me hirieron en la pierna, pero no se preocupe, continuaré reglando el tiro de la artillería!!

Desoyendo la indicación de no preocuparse, el cabo Castro solicitó asistencia médica.

-¡¡Enfermero, atienda al teniente!! – gritó.

En ese mismo momento, otro disparo le dio a Estévez en el hombro izquierdo.

-¡¡Me dieron de nuevo, esta vez en el hombro. Cabo Castro no abandone el equipo de comunicaciones y continúe dirigiendo el fuego de artillería!!

Una explosión detrás de su pozo de zorro hizo vibrar la tierra y casi en el mismo momento comenzaron a llegar espeluznantes gritos de dolor. Cuando el oficial se volteó para ver que ocurría vio a un suboficial envuelto en llamas (lo habían alcanzado por proyectiles incendiarios) el cual pedía desesperadamente que alguien lo matara. Minutos después, dejaron de escucharlo.
Con las bombas silbando y cayendo a su alrededor, el soldado Rodríguez pensó que la muerte fue lo mejor para aquel pobre hombre.
A través de la radio, Estévez volvió a insistir sobre el pedido de fuego, comprobando con preocupación que este no se concretaba. Cuando terminó de hablar, una bala le perforó el pómulo derecho, arrojándolo de espaldas al barro. Al verlo caer, el cabo Castro corrió a su lado:

-¡Teniente Estévez! – gritó zamarreándolo - ¡¡Teniente Estévez!!

Pero el oficial no respondía. Presa de la ira, Castro se volvió a la tropa y aullando como poseído le gritó:

-¡¡Soldados, el teniente está muerto, me hago cargo!! – y en momentos en que tomaba la radio para insistir con el pedido, fue alcanzado por otro disparo que lo mató en el acto.

Fue el soldado Fabricio Carrascul quien se hizo cargo del mando.

-¡¡Camaradas, me hago cargo de la sección, nadie se mueve de su puesto, economicen la munición y apunten bien a los blancos que aparezcan!!

El puesto de mando del teniente coronel Piaggi recibió el angustioso pedido de Carrascul, solicitando apoyo e informando sobre lo ocurrido, además de dar cuenta que su posición se hallaba sometida a un fuego infernal.

-¡¡Me hago cargo de la sección; necesito órdenes!! – volvió a gritar el soldado a través del aparato.

Casi enseguida, los británicos iniciaron movimientos que evidenciaban un repliegue y entonces Carrascul informó:

-¡¡¡Los ingleses se repliegan, los hemos detenido y los obligamos a retirarse!!! ¡Viva la Patria!

Lamentablemente las órdenes no llegaron a ser oídas. Una ráfaga de metralla acabó con su vida, dejándolo tendido en el fondo de la trinchera.
El soldado Rodríguez se hallaba agazapado al lado suyo cuando Carrascul cayó abatido. Incorporándose levemente, se acercó hasta su cuerpo y al hacerlo, vio que un hilo de sangre corría por su rostro. En ese momento, una inesperada voz llegó hasta sus oídos sobresaliendo apenas en el fragor del combate.

-Póngase el casco, soldado.

Era Estévez, a quien creía muerto. Al volverse hacia él, el sobresaltado Rodríguez vio que el oficial agonizaba sobre la turba y poco después murió. Había caído como un héroe, defendiendo su posición y con el último aliento de vida, manifestaba su preocupación por la suerte de un subordinado.
El fuego de artillería solicitado por Estévez y la firme determinación de su sección de tiradores logró detener el avance enemigo y forzarlo a retirarse. La misión se había cumplido y sus cuadros pudieron replegarse para ponerse a cubierto.
A eso de las 08.30 la Compañía A del RI12 se encontraba disminuida en un 50%. Sus bajas eran numerosas e incluso había personal extraviado y otro en desordenado repliegue hacia Prado del Ganso. Su jefe intentó reorganizarla por todos los medios, en tanto la sección de apoyo de artillería se replegaba a las órdenes del subteniente Marcelo Colombo, ocupando las posiciones abandonadas recientemente por efectivos de la base aérea. Desde allí abrió fuego con los morteros de 81 mm, apuntando preferentemente hacia el norte, por donde el avance enemigo parecía haberse reiniciado.
A todo esto, los tenientes médicos Juan Carlos Adjigogovich del RI12 y Mendoza de la BAM "Cóndor" recorrían permanentemente las líneas atendiendo al personal herido. Demostrando mucho valor, el dragoneante Claudio García del RI8 evacuaba a los más graves en un Land Rover requisado, exponiéndose peligrosamente al fuego. Algo más allá, hacía lo propio el teniente de Intendencia Carlos Alberto Colugnatti, transportando víveres y municiones.
A las 09.00, tres Pucará de la escuadrilla “Nahuel”, al mando del capitán Roberto Arturo Vila (avión matrícula A-537) e integrada por los tenientes Hugo Eduardo Argañaráz (avión matrícula A-533) y Roberto Címbaro (avión matrícula A-532), atacaron posiciones británicas, recibiendo múltiples impactos. Así relató el ataque el teniente Argañaráz que el día anterior, bajo el indicativo “Pampa”, había cruzado desde el continente junto al alférez Luis Eugenio Blanchet, guiado por un Mitsubishi civil, que contaba con navegador tipo:

Nos reunimos en el puesto de comando: cumplía tales funciones un pozo techado con planchas de aluminio de la pista y cubierto de tierra. Allí por primera vez, escuché los pedidos de ayuda enviados por la Base “Cóndor” (Puerto Darwin). Se encontraban rodeados y solicitaban auxilio de cualquier tipo.
Organizamos enseguida una escuadrilla que saldría a hacer apoyo de fuego directo. El jefe era el capitán Vila (Nahuel) el número dos teniente Címbaro (Chino) y el tres, yo (Gaucho). (...)
En vuelo nos comunicamos con "Cóndor" (vicecomodoro Pedrozo), y supimos que la situación había empeorado; acorralados por el enemigo, habían abandonado Darwin, refugiándose en Pradera del Ganso. Desde allí nos informaban donde debíamos atacar.
El blanco se encontraba atrás de una humareda, pasando una loma. A partir de ese momento todo llegó muy rápido. Vi al guía pasar la loma y descargar todos sus cohetes produciendo una gran explosión.
Luego el numeral 2 hizo el mismo procedimiento y salió con un viraje muy cerrado a la izquierda.
Al cruzar yo la loma, se me presentó en la mira una casa y un grupo de hombres que convergían en ella desde varias direcciones. Desde allí vi salir una pequeña llamarada que ascendía velozmente hacia el avión Nº 2, y le grité por radio:
— ¡Dos, le tiraron un misil, cierre viraje!
En segundos, la explosión a escasos metros de la panza. El “Chino” Címbaro los había eludido. (...)
Disparé todos mis cohetes sobre la casa que tenía en la mira. En se instante todo se tornó rojo delante de mí; un fogonazo me hizo cerrar los ojos y sentí la frenada brusca del avión. Tenía gusto a sangre en la boca, como si me hubieran golpeado la nariz. El avión se invirtió y quedé cabeza abajo. Entonces comprendí que de la casa me habían lanzado un misil […] y este había impactado contra los cohetes que yo descargué; en ese momento, conciente de lo ocurrido, informé a mi guía que me eyectaba, pero me di cuenta que estaba invertido, a escasos metros del suelo, lo que equivalía a una muerte segura.
Probé enderezar el avión para mi eyección y al comprobar que los comandos me respondían normalmente, puse rumbo hacia donde se había ido el resto de la escuadrilla.
Sentí una gran alegría cuando, a los tres minutos de vuelo, los divisé, pero ellos no me habían visto e informaban que volvían dos. Podía escucharlos pero no comunicarme. El radar les decía que tenían tres aviones en la pantalla de observación.
Por fin, logré salir al aire.
-¡Claro que son tres! ¡El Gaucho también vuelve!

A continuación llegó la sección “Bagre” integrada por el capitán Ricardo Antonio Grunert (avión matrícula A-533) y el teniente Alcides Tadeo Russo (avión matrícula A-532), el primero de los cuales quedó fuera de servicio tras recibir cincuenta y ocho impactos en el fuselaje y cuatro en el motor izquierdo.
Diez minutos después, helicópteros argentinos desembarcaron a 3 kilómetros al este de Prado del Ganso a los cuadros del Equipo de Combate “Güemes” quienes, después de pernoctar en Puerto Argentino, se disponían a entrar nuevamente en combate. Bajo intenso fuego los efectivos, encabezados por el teniente primero Esteban, se dirigieron a toda prisa en dirección al poblado mientras los aparatos en los que habían llegado levantaban vuelo y regresaban a la capital llevando heridos a bordo.
En vista de la mencionada retirada británica en Boca House, Piaggi creyó poder revertir la situación si despachaba una sección para tomar las alturas del frente norte. Para ello habló personalmente con Esteban solicitándole que su compañía constituyese una primera línea en el sector central de las posiciones originales de la Compañía A, explicando que en 3000 metros al frente no había enemigos porque los ingleses se replegaban batidos por la artillería.
Esteban alistó a su gente y la formó en dos columnas poniendo una a su mando y la otra al del subteniente Juan José Gómez Centurión, pronunciando luego una breve arenga e impartiendo algunas directivas.
Los hombres de Seineldín se pusieron en marcha con la sección de Gómez Centurión bordeando la costa. Lloviznaba y la bruma dificultaba la visión pero los efectivos siguieron avanzando, con el sonido de la batalla atronando los alrededores.
Gómez Centurión despachó una partida de avanzada al mando del cabo Oviedo con órdenes patrullar el área que se extendía delante. El subteniente, oriundo de San Juan, hijo de un general de la nación, estaba ansioso por conocer la suerte de su amigo, el teniente Estévez, pues se negaba a pensar que le pudiese haber pasado algo y, mucho menos, que pudiese estar muerto.
La sección terminaba de pasar el edificio del gran colegio de Prado del Ganso cuando regresó a todo correr la gente de Oviedo informando que el enemigo avanzaba por el camino.


La muerte de “H” Jones
El teniente coronel Herbert Jones decidió reiniciar el ataque lanzándose al asalto en Boca House. Cuando la Compañía A se puso en marcha bajo la cobertura del Pelotón 3, comenzó a moverse una vez más sobre terreno descubierto. El desplazamiento fue advertido por Dair Farrar-Hockley, quien se encontraba ubicado frente a las colinas, tal como después informó.
Lo que en realidad ocurría, era que la columna avanzaba dividida en dos, en forma paralela al camino costero, junto a una extensión de alambrados y eso la puso al a la vista de Gómez Centurión cuyos hombres habían tomado ubicación en las inmediaciones y aguardaban cuerpo a tierra observando atentamente a los efectivos que se aproximaban. Ignoraban de quienes se tataba pero podían percibir su avance seguro sobre los campos minados.
Cuando la columna británica se encontraba a menos de 150 metros de distancia, los argentinos abrieron fuego y varios hombres cayeron mientras el resto se arrojaba al suelo buscando protección.
Los británicos respondieron pero, evidentemente, reinaba la confusión en sus filas porque lo hacían al azahar. Los argentinos estaban ubicados en una posición ventajosa y pese a la poca visibilidad, efectuaban un fuego violento y certero que inmovilizó a sus oponentes. Los hombres de Jones estaban atrapados en un verdadero cuello de botella y eso les impedía cualquier tipo de movimiento. Y para paor, no podían accionar sus morteros porque corrían el riesgo de abatir a su propia gente.
Valiéndose de un lanzador Instalaza, los argentinos dejaron caer proyectiles de fósforo blanco (tres en total) y dispararon los cohetes descartables capturados a los ingleses en los cuarteles de Moody Brook tras la toma de Puerto Argentino.
Fue al cabo de veinte minutos de intensa lucha, que el fuego cesó y el silencio se apoderó de los alrededores.
Por sobre la bruma, Gómez Centurión alcanzó a ver las siluetas de tres hombres que parecían agitar sus cascos. Evidentemente, les estaban haciendo señas.
Los soldados se incorporaron con cautela y comenzaron a avanzar alzando sus fusiles con el brazo derecho y sus cascos con el izquierdo. Gómez Centurión ordenó a su gente no disparar en tanto los británicos seguían acercándose muy lentamente. A mitad de camino, se detuvieron y solo uno de ellos siguió, era “H” Jones.
El británico se desvió un poco para atravesar el ángulo del alambrado por el cual se accedía al potrero, demostrando una vez más, que el enemigo conocía de sobra la ubicación de las minas.
Gómez Centurión se incorporó y esperó. El sargento García y uno de sus soldados hicieron lo mismo y al cabo de unos segundos, echaron a andar con cautela en dirección al inglés. En un  punto, a mitad del camino, el subteniente les ordenó detenerse.

-A partir de aquí sigo yo – dijo.

Estaba seguro que el inglés venía a rendir su pelotón o a pedir la evacuación, cosa que no permitiría bajo ningún punto de vista, pero su asombro no tuvo límites cuando una vez frente a frente, el anglosajón comenzó a hablar.

-Soy el jefe de los paracaidistas – dijo mientras se colocaba el casco – exijo la rendición de su unidad. Tiene todas las garantías de que serán tratados de acuerdo a la Convención de Ginebra.

Al percatarse de la treta, Gómez Centurión estalló indignado, presa de viva furia.

-¡¡Hijo de puta!! – respondió en inglés - ¡¡Te doy dos minutos para volver con tu gente antes de ordenar abrir fuego!!

-¡Tranquilo, tranquilo! – respondió Jones intentando serenar a su oponente en tanto subía y bajaba la mano izquierda pidiendo calma.

-¡Solo dos minutos! – volvió a decir el argentino – !!Fuera de aquí!!

Sin decir más, dieron ambos media vuelta y se retiraron hacia sus respectivas líneas decididos a reanudar el combate. Los británicos habían aprovechado el alto el fuego para efectuar un cambio de posiciones (algo deshonroso en términos militares) y al ver que las conversaciones fracasaban, abrieron fuego cuando Gómez Centurión se hallaba a unos diez metros de su gente.
Maldiciendo y lanzando imprecaciones, el oficial argentino giró y disparó, reiniciándose el enfrentamiento con mucha más violencia.
Jones atravesó el alambrado y se reunió con su gente para organizar el contraataque. Reiniciada la lucha, aferró con fuerza su Sterling, seleccionó a tres hombres y les ordenó seguirlo. Los paracaidistas corrieron en dirección a Boca House, con la intención de neutralizar una MAG que disparaba con fiereza desde ahí. Con los proyectiles de artillería estallando aquí y allá, enfilaron con decisión sin percatarse de que unos metros delante había una trinchera con tres efectivos del Regimiento de Infantería 12 y a un costado un pozo de zorro donde se encontraban ubicados el soldado Oscar Ledesma a cargo de otra MAG, sus abastecedor, Osvaldo Pecchio y los conscriptos Guillermo Huricapán y Jorge Osvaldo Testoni. El primero vio avanzar a los ingleses y se sorprendió al notar que los del RI12 no habían notado su presencia. Se lo comentó a Huricapán y este le advirtió que nada podían hacer porque de lo contrario, el enemigo los detectaría. Desesperado, Ledesma le pidió a Pecchio la caja de 600 municiones que tenía detrás.
-¡¡Osvaldo, tirame las municiones!! - le gritó.
-¡¡No puedo –respondió aquel agitado–, me van a matar!!
Al escuchar eso, Ledesma amartilló su pistola y apuntándole a su compañero, lo amenazó con disparar.
-¡¡Tirame las municiones, hijo de puta, o te mato yo!!
Volviendo en sí, Pecchio tomó la caja y se la alcanzó. Ledesma la tomó con una de sus manos y procedió a cargar la ametralladora mientras las trazadoras silbaban a su alrededor. Seguido por Huricapán y Testoni, se arrastró varios metros hacia adelante y una vez posicionado, ubicó el arma y apuntó. En ese momento, el combate pareció cobrar intensidad; la artillería, los obuses, las bazookas batían la zona y las armas livianas del enemigo casi no les permitían levantar la cabeza. Era impresionante escuchar los estampidos pero más aún la onda calórica de las trazadoras cuando pasaban a milímetros de sus rostros. Al oprimir el percutor, Ledesma se dio cuenta que la ametralladora se le había trabado.
-¡¿Qué pasa Oscar –le preguntó Huricapán–, tirá de una vez?!
-¡No puedo –dijo el cordobés–, está trabada!
Era desesperante ver a los ingleses avanzar hacia los correntinos del 12 y no poder hacer nada, pero mucho más percibir al enemigo moviéndose detrás mientras sus cañones batían con fuerza el sector. Según algunas versiones, el propio Ledesma destrabó la ametralladora pero el soldado contó, años después, que fueron dos sargentos que llegaron hasta donde se encontraba quienes lo hicieron. Un trozo de vaina se había atascado en la uña extractora y por esa razón fue necesario utilizar una pinza para quitarla y ponerla nuevamente en funcionamiento.  Cuando el soldado estuvo en condiciones de disparar, notó que a escasos 37 metros a su izquierda, Jones y sus hombres alcanzaban un pozo de zorro ocupado por dos soldados que acababan de agotar sus municiones. Al ver los rostros desencajados de aquellos, Ledesma oprimió el obturador y abrió fuego, abatiendo al oficial británico que corría en primer lugar. “H” se detuvo, se llevó una mano a la cintura y cayó hacia atrás, lanzando un alarido. Ledesma creyó que estaba buscando una granada y sin pensarlo dos veces levantó el arma y tiró por segunda vez, abatiendo al paracaidista. Justo en ese momento los británicos tiraron bombas de humo para facilitar su avance sin imaginar que el viento cambiaría y los dejaría al descubierto. Ledesma volvió a accionar la MAG y tumbó al portador de la radio, forzando al resto de la sección a buscar cobertura. Eran las 06:30 del 28 de mayo y Darwin aún resistía. 

Al ver caer a su jefe, Dair Farrar-Hockley corrió a socorrerlo pero el fuego de las ametralladoras argentinas se lo impidió. Jones recibió una nueva descarga cuando el cabo Melia, del Batallón de Ingenieros Reales caía mortalmente herido sobre la turba.
Con Jones agonizando, un proyectil dio en la cabeza del soldado Tuffen, de 17 años, matándolo en el acto. Sus compañeros corrieron desesperadamente tratando de mantenerlo despierto y evitar que entrase en coma cuando uno de ellos, el soldado Worrall, recibió al menos dos impactos. Los cabos Prior y Albols intentaron socorrerlo, exponiéndose valerosamente al fuego pero el primero fue abatido y el segundo fue forzado a arrojarse al suelo. Al verlo caer, su amigo, el cabo Hardman, se desesperó y se lanzó hacia él pero una bala le destrozó la cabeza, acabando con su vida.
Mientras tanto, la batalla crecía en intensidad. La sección de Gómez Centurión ya tenía cinco muertos y varios heridos en tanto los británicos cuatro y dos heridos graves, uno de ellos, agonizante.
Gómez Centurión ordenó al sargento García escoger a dos soldados para efectuar un rodeo de las posiciones enemigas y batirlas desde la retaguardia y en cumplimiento de la directiva, aquel seleccionó a los soldados Ricardo Andrés Austin y José Luis Allende, al frente de los cuales, partió a cumplir la orden.
Alcanzaron juntos la posición pero al llegar al lugar fueron tiroteados y cayeron heridos.
El cambio de posición efectuado durante el alto el fuego había beneficiado a los ingleses porque eso les permitió superar el cuello de botella y tomar ubicación en un sector más apto del terreno. La situación de los argentinos se comenzó a complicar, acosados desde el campo sin minas próximo a las elevaciones, de ahí la necesidad de efectuar un desplazamiento a una posición menos ventajosa, en busca de cobertura.
Por el lado británico, el capitán Chris Dent, intentó abrirse paso hacia las colinas cumpliendo una orden de Farra-Hockley, pero murió al recibir fuego de metralla durante el avance. Casi al mismo tiempo, pereció el capitán D. A. Word, hecho que movió al cabo Todd a solicitar autorización para evacuar la posición y retroceder hasta el punto de partida.
La versión que durante años sostuvieron los británicos, la de un Jones temerario, pereciendo al frente de sus hombres cuando avanzaba contra un nido de ametralladoras, es inexacta y a sido desmentida por estudios posteriores efectuados en el mismo Reino Unido. Incluso se ha debatido su actuación hasta tal punto que su condecoración póstuma fue cuestionada por varios integrantes de las fuerzas armadas británicas, uno de ellos el oficial del Para 2 y teórico militar Spencer Fitz-Gibbon quien escribió en 1995 que, a pesar de su indudable valor, Herbert Jones hizo más para impedir la victoria de la unidad a su mando que para obtenerla. Según su análisis, el aludido oficial perdió de vista el panorama general de la batalla e impidió a los jefes de las subunidades ejercer la misión de comandos a causa de su impaciencia y su dramática pretensión de intentar llevar adelante “su propia hazaña”, superando la posición en la que había quedado atascado.
La Compañía A del RI25 comenzó a ser atacada con cohetes de 66 mm y armas automáticas. Por entonces, el puesto de “H” fue ocupado por el mayor Chris Keeble, que procedió a cumplir el pedido que recibió por radio, pidiéndole que se hiciera cargo del pelotón lo antes posible, temerosos de que, al ver a su jefe muerto, cundiera el desánimo entre la tropa.
Un cohete disparado por el cabo Abols impactó dentro de una casamata ocupada por gente del RI8, silenciándola en el acto. De ese modo, una a una, las trincheras comenzaron a caer en poder del Para 2 en tanto el número de heridos crecía de manera alarmante.
Pese a la inyección de morfina que se le había aplicado, Jones agonizaba, razón por la cual se solicitó a San Carlos un helicóptero para evacuarlo de manera inmediata. A través de la radio, se informó que el pedido no iba a poder ser satisfecho pero ante la insistencia por parte de Farrar-Hockley, se despacharon dos Scouts, el matrícula XP902 piloteado por el capitán Jeff P. Niblett y el sargento J. W. Glaze y el XT629 tripulado por el teniente Richard Nunn y el sargento Bill A. Belcher como artillero.


Mientras el combate se desarrollaba en tierra, a las 11.30 (14.30Z) llegó desde Puerto Argentino la sección “Sombra” integrada por los Pucará de los tenientes Miguel Ángel Giménez (avión matrícula A-537) y Roberto Címbaro (avión matrícula A-532), con la misión de atacar Camila Creek.
Los aparatos aparecieron a baja altura, después de bordear las islas y una vez sobre los objetivos, detectaron a los helicópteros que se desplazaban con rumbo 020 en dirección a Darwin. Giménez consultó a la BAM “Cóndor” si había aeronaves propias en la zona y el operador de radio le dijo que no.

-¡Negativo! ¡Negativo! ¡¡Derríbenlos!!

Giménez impartió instrucciones y ambos se lanzaron al ataque. Durante la corrida de aproximación, los helicópteros se percataron de la presencia enemiga e iniciaron maniobras de evasión, uno hacia el este y otro al oeste.
Címbaro se abalanzó sobre el XP902 que escapaba en la última dirección en tanto Giménez, comenzó a perseguir al XT629, cuando volaba bajo en dirección a Puerto Argentino. El Scout del capitán Niblett efectuó maniobras para evadirlo pero no pudo evitar las ballas de Címbaro. Sin embargo, sus movimientos bruscos complicaron el ángulo de tiro de su perseguidor y el Scout logró zafar.
Giménez, mientras tanto, seguía al teniente Nunn y cuando lo tuvo en la mira, abrió fuego.
Aquí se produce un cruce de versiones. De acuerdo con algunas versiones, el derribo fue obra de Giménez, según otras, incluyendo al mismo piloto, el mismo lo provocó su numeral.
Según refieren los autores de Malvinas. La Guerra Aérea (Falklands. The Air War), el sargento Belcher fue alcanzado por un proyectil de 20 mm que prácticamente le arrancó la pierna derecha y balas 7,62 que le dieron en la espinilla izquierda. Su compañero Nunn recibió un disparo directo en el pecho que lo hirió de muerte. El aparato comenzó a caer y se estrelló una milla al sudeste de Camila Creek.
Nunn intentó por todos los medios dominar el suyo pero no lo logró.
Al pasar sobre los retos del helicóptero, el teniente Címbaro alcanzó a ver a Belcher saliendo de entre la masa de hierros retorcidos y por esa razón, supuso que la máquina abatida era el XP902, contra la que había disparado. Sin embargo, la misma volaba prácticamente indemne hacia San Carlos, solicitando auxilio radial para sus malogrados compañeros.
Belcher logró arrastrarse por la turba y con mucha dificultad se alejó de las llamas. Tenía una pierna prácticamente arrancada, doblada en un ángulo imposible y la otra gravemente lastimada. Fue un milagro que saliese vivo de aquel infierno. Haciendo un esfuerzo supremo extrajo una jeringa y clavándola en su pierna izquierda (a la otra la daba por perdida) se la aplicó una dosis de morfina. Si bien experimentó algo de alivio, los dolores siguieron siendo tremendos.
Iba a ser el Gazelle XX413, piloteado por el capitán N. Pounds y el cabo J. S. Woods el que lo localizaría horas después5.


Cuando Keeble tomó el mando, la Compañía A del Para 2 se encontraba en sus posiciones, no así la B que se batía en dura batalla.
Los paracaidistas británicos seguían avanzando trinchera por trinchera, disparando sus mortales cohetes antitanque sin dejar de recibir fuego y sufrir bajas. Donde caía uno de esos proyectiles, nadie sobrevivía.
Por entonces, Gómez Centurión se hallaba en una situación extremadamente comprometida, sin otra opción que ordenar el repliegue hasta el edificio del colegio, situado 2 kilómetros detrás de su posición. Iniciado el mismo, cayó herido el cabo Fernández a quien sus compañeros intentaron llevar a la rastra, sin conseguirlo.
Gómez Centurión evaluó la situación y viendo que el traslado de Fernández ponía en peligro a su gente, decidió dejarlo allí, sobre el terreno, lo más a cubierto posible y seguir adelante, no sin antes asegurarle que volvería por él. El bravo porteño cumpliría su promesa al pie de la letra.
En ese momento, el fuego de la artillería argentina logró detener a los británicos, facilitando la retirada de los hombres del RI25 hacia Bahía Carcass. Dejaban siete muertos y cargaban una docena de heridos, muchos de ellos graves.
Las tropas británicas que avanzaban a través de las trincheras eran testigo de verdaderas escenas de horror. El sargento Ian Aird vio a un soldado argentino al que le faltaba media cabeza; en otros pozos, espantosos cuadros de cuerpos sin extremidades o con las entrañas al descubierto daban cuenta de lo duro del combate y que los defensores del istmo no se habían movido de sus posiciones.
Cuando descendían por las lomas, los británicos quedaron al descubierto y las balas argentinas alcanzaron al soldado James Street que se desplomó gravemente herido. Su compañero Hull, comenzó a aullar cuando la metralla le perforó los riñones y mientras se revolcaba desesperadamente sobre la turba, corrieron a socorrerlo el cabo Leonard Stanish y los soldados Stephen Illingsworth y Andy Brook. El primero cayó muerto al recibir un disparo en la garganta y los dos restantes buscaron cobertura en los alrededores. El reportero Robert Fox de la BBC lloraba por la tensión en tanto, los helicópteros sobrevolaban la zona llevando heridos de ambos bandos a Bahía Ajax, donde eran atendidos por el cuerpo médico de Rick Jolly.
Llovía intensamente en el istmo cuando el capitán David Word fue abatido por las ametralladoras que la Compañía A del RI12 disparaba desde Boca House.
Dada la intensidad del fuego, los británicos intentaban mantenerse permanentemente en movimiento, evitando detenerse en un mismo lugar. Los soldados estaban cubiertos de barro y sus uniformes se hallaban empapados, aumentando el peso del equipo que transportaban.
En la retaguardia, helicópteros livianos Scout, Gazelle y Wasp depositaban municiones que traían desde San Carlos al tiempo que la Compañía B al mando de Cross Land, seguía debatiéndose en dura batalla al oeste. La unidad intentaba llegar a las ametralladoras que el RI8 montó en las ruinas de Boca House para rechazar cualquier intento de desembarco por ese sector, las cuales, vueltas hacia tierra firme constituían un arma tremendamente letal. Según Hastings y Jenkins, los argentinos lucharon encarnizadamente hasta agotar la munición.
Puerto Darwin había sido capturado pero la lucha seguía.
Cuando las compañías iniciaron la marcha a Prado del Ganso, el capitán Crossland ordenó al Pelotón 5 abrir fuego de apoyo desde las elevaciones que ocupaba al sur, ocasionando numerosas bajas.
En el edificio del colegio, el combate se tornó más encarnizado a causa de la férrea resistencia de los nidos de ametralladoras. El fuego era extremadamente preciso y concentrado pero los ingleses comenzaron a neutralizarlo utilizando sus mortíferos misiles antitanque.
En el fragor del combate, comenzó a agitarse una bandera blanca y los británicos suspendieron el tiroteo. Decidido a parlamentar, el teniente Jim Barry se incorporó y comenzó a avanzar, acompañado por dos soldados. Cuando hacían señales de que todo estaba ok, desde el edificio escolar alguien abrió fuego y los tres hombres fueron muertos. “Nunca te fíes de un argie” publicaría con grandes titulares el sensacionalista “The Sun” al conocer la noticia en Londres. Sin embargo, los autores británicos, entre ellos el general Thompson, no creen que haya sido un acto deliberado, sino producto de la enorme tensión, la confusión imperante y la densa niebla que en esos momentos cubría el área, dificultando la visión. Lo más probable es que no todas las posiciones argentinas hubieran sido alertadas a tiempo en cuanto al alto el fuego y desde alguna de ellas se hubiera disparado sobre Barry y su gente6. Lo cierto es que aquello enfureció a los británicos que, en esos momentos, después de diez horas de combate, no estaban de humor para reflexionar. El edificio fue arrasado con granadas de fósforo y M79, quedando convertido en una inmensa hoguera de la que nadie salió vivo. Cuando los paracaidistas ingresaron en su interior, se encontraron con una masa de cuerpos informes, completamente calcinados y como era imposible evacuarlos, allí quedaron hasta el fin de la batalla.
A las 11.10 horas, la colina Darwin fue totalmente ocupada por el Para 2, que avanzaba cubierto por las GPMG y las LAW de 66 mm de su sección de apoyo. Muchos de sus efectivos lo hacían armados con fusiles FAL tomados a los argentinos en los combates anteriores, después de arrojar a un lado sus poco efectivas ametralladoras Sterling.
Las compañías C y D se reorganizaban bajo el fuego de la artillería enemiga y los helicópteros recogían heridos en Puerto Darwin cuando aparecieron dos Skyhawk por el oeste, para atacar a la Compañía D.
Uno de ellos, piloteado por el capitán Guillermo Donadille, reparó en el Sea King matrícula ZA292 del teniente Nigel North y con él en la mira oprimió el obturador, perforando su fuselaje en varios puntos. De haber impactado su caja de engranajes y el sistema hidráulico, lo hubiera abatido.
Para alejarse del peligro, North se dirigió a San Carlos en tanto los atacantes lo hacían rumbo al continente, pasando cerca de otros tres Sea King que volaban hacia Douglas Paddock con una carga de mochilas Bergen para el Comando 45.
Cuando los Skyhawk atacaban, despegaba de Puerto Argentino una nueva sección de Pucará (indicativo “Fénix”), tripulada por el primer teniente Juan Micheloud (avión matrícula A-536) y el teniente Miguel Ángel Cruzado (avión matrícula A-555), armados con bombas, cohetes, cañones y napalm.
Veamos como relata el primero las incidencias de su vuelo:

No se apagaba la luz de “prohibido decolar” con ninguno de los procedimientos normales, pero como el funcionamiento era aparentemente correcto, decidí salir igual. [...] estaba completamente cubierto y el viento era de moderado a fuerte aunque bien orientado. No habría más de 150 metros de techo. [...] Íbamos, con unos 10 metros, sobre el ondulado terreno, lo que hacía un poco dificultosa la orientación.
Era una navegación prácticamente de memoria ya que lo característico y reducido del terreno hacía fácil su reconocimiento pero, el no poder ver la Cordillera de Rivadavia, nos restaba lo valioso de esta magnífica referencia rocosa. Contribuyó también a desorientarme un poco, una ventana abierta en el horizonte por donde se colaba el rojo resplandor de la puesta del sol y se la atribuí al incendio de la escuela de Darwin que había escuchado antes de la salida. 
[...] no tardaría en darme cuenta del desacierto cuando, a unos diez grados a la derecha, se notaba claramente el caserío de Goose Green y la agonizante columna de humo un poco más atrás. Nos abrimos hacia la izquierda para entrar sobre la línea de avance enemiga, en forma transversal, dejando a la escuela a la derecha.

Llegaron al istmo desde el noreste, inmediatamente detrás de los Skyhawk, volando bajo un techo de nubes grises que no superaba los 15 metros. Cuando los ingleses los vieron se zambulleron a la turba y se cubrieron. Los Pucará dispararon sus cohetes y arrojaron sus cargas de napalm, generando un incendio aterrador. Las bombas pegaron muy cerca de donde los paracaidistas se hallaban agazapados, dejándolos literalmente “cagados de miedo” según lo manifestó uno de ellos después de la guerra.

Cuando efectuamos la corrida final esperaba encontrarme con el grueso de las tropas, pero eran esporádicos grupos de cinco a diez hombres, y muy aislados. Me di cuenta, enseguida, que estábamos pasando por la retaguardia enemiga. Continuamos con la trayectoria que llevábamos al frente para, en un nuevo ataque, separado del primero por unos minutos, entrar sobre las posiciones que por VHF nos estaban indicando. Estas estaban referidas a una depresión, en forma de valle, entre Goose Green y la escuela.
Efectuamos una entrada, desde el noroeste, sobre el agua y muy bajos. A pesar de la falta de obstáculos, confiaba en tener algo de sorpresa por la escasa luz y el viento en contra que no delataba nuestros ruidos. Próximo a la costa, levanté más para ver algo, sólo unas figuras que se recortaban sobre el terreno, nada más. Puse rumbo hacia ellas buscando otro blanco más significativo y, una vez en distancia de tiro, abrí fuego con cañones. Se acabaron las siluetas y pese a la proximidad nada más se podía apreciar, sí en cambio, que comenzaban a venir hacia mí, desde el frente y muy lentamente al principio, un enjambre de trazantes.
La ráfaga de cañones cesó indicando que se habían trabado. El tiempo para llegar hasta el blanco parecía una eternidad sin el propio fuego protector. Fue imposible ver algo. Esto ya me había ocurrido en San Carlos, cuando la tropa se inmoviliza y aferra al terreno resulta muy difícil de ver, aún más teniendo en cuenta la hora.

En momentos en que el teniente Micheloud abría fuego, el teniente Cruzado enfilaba directamente al objetivo. Durante la corrida, vio que algo se movía sobre la superficie por lo que, elevándose unos cuantos metros, hizo una ráfaga de cohetes y siguió.

-¡¡Siga tirando, siga tirando que están ahí!! – gritaba alguien a través de la radio.

Cruzado accionaba sus cañones cuando numerosos impactos acribillaron su avión.  Agradeció a Dios el increíble poder de absorción de los Pucará porque, de la manera que le estaban pegando, parecía que en cualquier momento se iba a desintegrar.
Como el grueso de los disparos venía del lado derecho, viró hacia la izquierda e inició maniobras de evasión pero enseguida notó que los mandos no le respondían y para peor, comenzaba a caer en picada. Sin esperar más, accionó su asiento eyector y salió como un bólido, cuando se encontraba a solamente 10 metros del suelo.
Cinco segundos después sintió que pendía de su paracaídas y que caía rápidamente a tierra. En su retina llevaba todavía la imagen del Pucará pasando debajo suyo desprendiendo humo y el agujero de la cúpula, por donde había salido despedido.
Los ingleses seguían disparándole al avión cuando el piloto golpeó contra la turba.
El envión lo hizo rodar y enredarse en las correas del paracaídas pero sabiendo al enemigo cerca, se levantó e intentó correr. Al hacerlo, se complicó aún más y volvió a caer y al alzar la vista, vio junto a él a dos ingleses que le daban órdenes a los gritos mientras le apuntaban con sus armas. Varios más corrían en esa dirección.
Ignorando la suerte de su compañero, el primer teniente Micheloud batía las posiciones enemigas con sus bombas y cañones.

Sobre el punto que había visto movimientos en la entrada final, comencé a apretar el pulsador de bombas, una y otra vez, muchas más que las necesarias, pero me quería asegurar que saldrían. Sentí varios impactos en mi avión, me agaché un poco más y con la potencia a pleno que traía, seguí al frente unos segundos más donde puse un suave viraje por izquierda para ver si habían explotado las bombas, a la vez que escucho por VHF: ‘¡muy buenas bombas!’. No atiné a otra cosa que llamar a mi numeral para saber cómo salió pero no tuve respuesta. Sólo al repetirlo varias veces me contesta un operador de la base Cóndor para decirme que se había eyectado.
Con fallas en un motor y varias luces de alarmas encendidas, emprendí el regreso. Un helicóptero propio que estaba en vuelo, próximo al lugar, me alertó y prometió cubrir mi regreso por si lo necesitaba.
Aterricé bajo alerta roja, me aguardaba el mayor Argente y el jefe del escuadrón, quienes me dieron un abrazo. [...] No tuvimos respuesta al principal interrogante sobre la suerte corrida por el teniente Cruzado.

El que también se había perdido era el teniente Miguel Ángel Giménez. El piloto entrerriano volaba guiado por la BAM “Cóndor” por fallas en su instrumental hasta que la torre de control perdió contacto con él.
Al aterrizar en Puerto Argentino, el “Chino” Címbaro esperaba ver a su líder y al no hallarlo, preguntó por él. Nadie sabía nada salvo que se había cortado la comunicación mientras la torre lo guiaba. Ignoraban todos que debido al mal tiempo y la escasa visibilidad, Giménez se había estrellado contra el Cerro Azul (Blue Mountains), pereciendo instantáneamente. Su cuerpo sería hallados cuatro años después, entre los restos retorcidos de su avión7.


Los ingleses ayudaron a Cruzado a incorporarse, lo revisaron minuciosamente y después de despojarlo de su equipo de supervivencia, su cuchillo y su revolver, lo condujeron hasta las posiciones enemigas, para someterlo a interrogatorio. Cuando caminaban (sus captores no dejaban de apuntarle), un cañonazo de la artillería argentina pegó cerca obligándolos a arrojarse al suelo. Un soldado le cubrió la cabeza con un casco y así aguardaron un tiempo hasta que pudieron incorporarse y seguir. Minutos después llegaron a la retaguardia donde el piloto quedó alojado junto a un grupo de prisioneros, algunos de ellos heridos.
Pasó la noche a la intemperie, apenas protegido por su camiseta, su buzo de vuelo, la campera y una delgada bufanda que le habían enviado desde el continente.
Los prisioneros y él la pasaron muy mal, lo mismo varios soldados británicos que descansaban cerca, con el frío y la lluvia calándoles los huesos.
Fue la noche más larga de su vida y tanto fue lo que tembló, que por un momento llegó a creer que se le iban a partir los dientes.
Pasó la noche a la intemperie, bajo el cielo estrellado, sin poder dormir. Cerca suyo se lamentaba un herido y el hombre sentado a su lado apenas podía con el dolor de sus piernas. Aterido de frío trató de rezar y angustiado por la incertidumbre, recordó su tierra salteña y pensó mucho en los suyos. A la mañana siguiente los soldados preguntaron quien estaba en condiciones de caminar. Cruzado alzó la mano y pese a su pierna esguinzada, se puso de pie pero los guardias le ordenaron sentase porque, según le explicaron, un helicóptero iba a venir por él.
Hacía más de 24 horas que no comía pero las vicisitudes de su vuelo, el derribo, su captura y el frío le hicieron olvidar el hambre.
Cuando el aparato se posó, los británicos señalaron a Cruzado y le ordenaron ponerse de pie. Evidentemente temían algún ataque aéreo porque el piloto mantuvo el rotor en marcha y sus captores lo condujeron casi al trote, propinándole fuertes empujones. Cuando estaba por subir, un soldado enemigo lo detuvo y le quitó la bufanda. El aviador argentino se situó junto a la puerta y permanentemente apuntado por el arma de un inglés, levantaron vuelo y se alejaron.
Comprendió que allí ubicado se iba a congelar pero repentinamente, el piloto se volvió hacia él y después de arrojarle un paquete de caramelos le hizo señas indicándole acercase a la cabina, donde estaría más protegido de la helada. Cruzado obedeció gustoso y en su nueva posición, se quedó profundamente dormido.
Al llegar a San Carlos lo despertaron y antes de descender le cubrieron la cabeza con una capucha negra.
Lo llevaron a una tienda de campaña y ahí lo dejaron solo hasta que al cabo de varios minutos apareció el oficial Nick Van Der Bijl acompañado por un individuo de apellido García, para someterlo a interrogatorio.
Con García oficiando de traductor (se tomaron fotografías de la escena), le preguntaron la cantidad de tropas había acantonadas en el sector, cuantos aviones quedaban, de que armamentos disponían y si iban a recibir refuerzos del continente. Cruzado no dijo nada y en verdad, no fue necesario ya que, como bien relata el capitán Carballo en Halcones de Malvinas, sus captores estaban al tanto de todo.
Pese a que sus interlocutores le dieron un buen trato, no iba a tener tanta suerte como otros prisioneros.
El tal García se mostró correcto y hasta lo llamaba por su nombre, incluso lo cubrió con su casco durante un bombardeo, pero cuando se retiró del lugar, la cosa cambió. Fue obligado a sentarse con las piernas cruzadas, las manos en la nuca, el torso erguido y la cabeza cubierta, mientras un guardia le apuntaba amenazadoramente.
Permaneció así varias horas hasta que, débil y agotado, cayó hacia atrás y al hacerlo, golpeó fuertemente su cráneo. Aquello pareció preocupar a sus guardias porque enseguida llegaron corriendo dos médicos y uno de ellos, al verlo tan desmejorado, le preguntó quien le habían hecho eso.

-No lo sé – respondió el argentino - ¿Cómo quiere que vea con esta capucha?

El médico británico fue todo un caballero y de tanto en tanto, cuando pasaba a su lado, le daba ánimos.

-¿Cómo estás, Miguel? – le preguntaba palmeándole la espalda.

El aviador fue llevado junto a otros prisioneros al RFA “Sir Geraint” (L3027), buque de desembarco gemelo del “Sir Galahad” y el “Sir Tristam” y allí permaneció varios días, en mucha mejor situación.
En determinado momento, la nave se desplazó hacia el centro de la flota para recargar combustible y eso les permitió apreciar a la armada británica en todo su potencial; pasado un tiempo regresaron a San Carlos y allí permanecieron hasta el 11 de junio.
Mientras cavilaba y se angustiaba pensando en su familia, un oficial inglés se presentó en el salón donde los prisioneros se hallaban  alojados, para decirles que al día siguiente serían entregados en un puerto neutral (Montevideo). Fueron las palabras más hermosas que Cruzado escuchó en varios días, pero las que siguieron a continuación trocaron ese sentimiento en orgullo: “Eso si la Fuerza Aérea Argentina lo permite”, agregó el inglés mirándolo con una sonrisa.
Dos días después, Cruzado bajaba a tierra en la capital uruguaya y lo primero que hizo fue correr hasta el primer teléfono público que encontró para avisarle a su esposa que estaba vivo y que al día siguiente regresaba. Faltaban horas para la finalización de la guerra.


El que regresó ileso a la base, según se ha dicho, fue el teniente Címbaro, seguido a los pocos minutos por el primer teniente Micheloud que acababa de ametrallar a la infantería británica a campo abierto, después de lanzarle sus cohetes y bombas incendiarias.
Movido por la curiosidad, el piloto descendió rápidamente y una vez en tierra pudo corroborar sus dudas: el intenso fuego de armas automáticas que había recibido durante su última corrida de ataque le había perforado el fuselaje en varios puntos.
Thompson deja en claro la contundencia del Pucará cuando dice en No Picnic:

Los Pucará caían sobre Niblett desde todas las direcciones concebidas, en todas las alturas y con distintas velocidades, haciendo fuego con una combinación de su mortífero armamento: cohetes, cañones y ametralladoras. Desafiaron todas las tatitas esperadas de parte de aviones de alas fijas que, si bien son temidas por los helicópteros, por lo menos han sido anticipadas y hay adiestramiento para hacerle frente pero los Pucará podían reducir su velocidad y convertirse en un reflejo de las maniobras de los helicópteros, eran un enemigo letal.

En pleno duelo de artillería, aparecieron tres Sea Harrier para bombardear las piezas que batían a la infantería que ingresaba por el noroeste. En esos momentos salía el sol y los ingleses comenzaban a percibir el triunfo.
Una versión no confirmada que circuló en aquellos días, dio cuenta de que una bomba arrojada por la aviación británica cayó en una vivienda matando a doce civiles pero la misma fue desmentida por ambas partes.
A las 17.30 horas dos Chinook y seis Huey argentinos depositaron tropas de refuerzo en un punto situado 5 kilómetros al sudeste de Prado del Ganso.
Se trataba del Equipo de Combate “Solari”, proveniente del monte Kent, sobre el que cayó una verdadera lluvia de fuego que forzó a sus cuadros a dispersarse en dirección a las colinas cercanas, batidas desde el Contorno 100 por la Compañía B del Para 2.
En su puesto de mando, a 2 kilómetros al sur de Puerto Darwin, Keeble se preguntaba que diablos debía hacer para tomar Prado de Ganso. A través de la radio solicitó refuerzos a Thompson y este despachó a la Compañía J del Comando 42. Cuando aquel (Keeble) lo sondeó con respecto a la población, para saber si debía ser destruida en caso de ser necesario, éste le respondió que sí.
Mientras tanto, los Pucará seguían incursionando contra las fuerzas enemigas, lo mismo los Aermacchi MB-339 de la 1ª Escuadrilla de Caza y Ataque.
A las 15.15 (18.15Z) los aparatos tripulados por el teniente de fragata Daniel Miguel (avión matrícula 0765/4-A-114) y el jefe de la sección, capitán de corbeta Carlos Alberto Molteni (matrícula 0763/4-A-114), despegaron de Puerto Argentino para concretar una misión de apoyo aéreo cercano.
Los aparatos sobrevolaron Fitz Roy y al llegar a las inmediaciones de Prado del Ganso el comando de la Fuerza Aérea les ordenó abortar debido a la escasa visibilidad. Las dos máquinas regresaron y esperaron hasta las 16.45 (19.45Z), cuando volvieron a despegar detrás de los Pucará de Micheloud y Cruzado, volando bajo y con fuertes vientos cruzados.
Al ingresar al área de combate, los Aermacchi atacaron a las fuerzas británicas en torno al Colegio de Prado del Ganso disparando sus cohetes y batiéndolas con fuego de cañones. La reacción del enemigo fue rápida y tuvo consecuencias catastróficas. El marine Strange, de la sección Defensa Antiaérea, se incorporó, se colocó el lanzador Blowpipe sobre su hombro derecho, apuntó y disparó, alcanzando al avión de Miguel. Según versiones británicas, no fue el misil el que abatió al aparato sino el fuego reunido de armas livianas.
Al parecer, el piloto de 24 años nacido en Punta Alta, recibió los disparos en su cuerpo porque su aeronave inició una trayectoria descendente y se estrelló cerca de la base aérea, convirtiéndose en una gigantesca bola de fuego.
Molteni siguió adelante, sin percatarse de lo sucedido y así llegó a Puerto Argentino, deslizándose a baja altura y en zigzag. Recién cuando aterrizó supo por boca del personal que su compañero había perecido8.


Los cañones de la Compañía 601 de Artillería seguían disparando ferozmente, manteniendo a raya a la infantería enemiga en tanto la Batería 4 Aerotransportada empleaba sus piezas en posición de tiro vertical contra efectivos ubicado a 700/800 metros de distancia.
A las 18.00 horas, con las últimas luces del día, el fuego británico se concentró sobre el puesto de comando, recibiendo como respuesta el de las piezas de la Compañía 601 de Artillería.
El teniente coronel Piaggi se encontraba muy próximo a las ametralladoras de la Compañía C del RI25 cuando reparó en lo dantesco de la batalla nocturna, con sus estallidos, resplandores y fogonazos. Eso lo dejó sumamente impresionado y lo sumió en profundas reflexiones acerca de la naturaleza humana9.
La situación se iba complicando a medida que pasaba el tiempo. A las 18.25 (21.25Z) el subteniente Carlos Osvaldo Aldao, de la Sección C, quedó cercado y poco después, cayó prisionero tras batirse heroicamente. Por otra parte, el teniente primero Carlos Alberto Chanampa, jefe de la Batería 4, solicitó la suspensión del fuego sobre la primera línea enemiga por temor a batir a la propia tropa. Junto a sus oficiales y suboficiales, había estado atendiendo personalmente las piezas y casi todos presentaban quemaduras en sus brazos. Tanto la Compañía A como la C del RI25 habían consumido más del 60% de su munición y tenían varios heridos.
Ante el requerimiento de Chanampa, Piaggi ordenó concentrar el fuego en las avenidas de aproximación enemigas, casi al mismo tiempo que helicópteros ingleses evolucionaban al oeste de la posición norte, cerca de la costa. Se los atacó con fuego nutrido aunque, por falta de comunicación y de visores nocturnos, no se pudo precisar la eficacia del tiro.
A las 19.00 (22.00Z) se perdió contacto con Puerto Argentino en tanto los británicos interferían las líneas haciendo colapsar las comunicaciones. La batalla, poco a poco, iba bajando su intensidad.
Quince minutos después, en el puesto de mando argentino se efectuó un análisis de la situación, oportunidad en la que Piaggi resolvió dejar sin efecto algunas órdenes que recibió de la Brigada. A las 19.25 (22.25Z) se restableció el contacto con la capital y a las 19.40 (22.40Z) llegó a Prado del Ganso el subteniente Aldao, que había logrado evadirse de sus captores. Fue él quien informó que los británicos se estaban replegando para reagruparse y que mientras lo hacían, iban minando el terreno.
A las 19.45 (22.45Z) comenzó el fuego de reglaje naval sobre las posiciones apostadas en torno a la población. Al mismo tiempo, el puesto de socorro argentino atendía a numerosos heridos ignorando las alertas ante un posible desembarco en el seno Choiseul.
La noche cayó cerrada y con mucha niebla, envolviendo la zona de combate, mientras el sonido de los cañones comenzaba a hacerse más espaciado. 
El vicecomodoro Pedrozo propuso, entonces utilizar a la Compañía C del RI12 o la B del recientemente helitransportado Equipo de Combate “Solari”, para reforzar los sectores norte y oeste del dispositivo pero Piaggi se negó por considerarlo imprudente. La Compañía C tenía la misión de repeler todo ataque procedente del sur, desde Yeguada Rincón Saladero hasta las posiciones próximas al comando y su flanco derecho se encontraba trabado en combate. Utilizarla en el norte y el oeste dejaría desprotegido el cuadrante sur, facilitando cualquier ataque procedente de Lafonia. Por su parte, el Equipo de Combate “Solari” se hallaba trabado en lucha y se desconocía su verdadera situación.
A esa altura había una carencia casi total de municiones y los depósitos de combustible (100 tambores) corrían cada vez más peligro de ser alcanzados por la artillería enemiga y provocar una verdadera catástrofe.
Comprendiendo la situación, Piaggi comenzó a evaluar la posibilidad de continuar combatiendo ya que seguir haciéndolo en esas condiciones llevaría a su gente a una verdadera masacre y un sacrificio de vidas estéril. Por el contrario, deponer las armas provocaría serios cuestionamientos por parte del Estado Mayor Conjunto una vez finalizada la guerra y lo pondría en situación comprometida. En vista de ello, llamó a sus oficiales y se dispuso a tratar el asunto.
Esa misma noche, el subteniente Gómez Centurión procedió a cumplir su palabra y junto a dos hombres de su sección, partió armado con un fusil FAL, en busca del cabo Fernández.
Echaron a caminar con mucha cautela, atentos a cualquier movimiento y al pasar junto al edificio del colegio vieron a un helicóptero inglés disparando sobre Prado del Ganso al tiempo que recibía fuego de las defensas allí acantonadas.
Cuando el aparato se retiró, Gómez Centurión siguió avanzando hasta dar con el infortunado cabo. Lo halló semicongelado, tirado en la turba en un estado verdaderamente deplorable. El suboficial no podía creer lo que veía cuando sus compañeros corrieron hasta él pues una patrulla británica había pasado por allí hacía unos minutos, sin notar su presencia.
Los soldados cargaron a Fernández y cubiertos por Gómez Centurión, comenzaron a retroceder. Después de mucho andar, atravesando terrenos cenagosos en medio de la batalla, llegaron al puesto de socorro donde lo primero que le hicieron fue una transfusión de sangre que le salvó la vida.


Contra todo lo pronosticado con respecto a la actitud de los argentinos, especialmente en los días posteriores al 2 de abril, la lucha continuaba en el istmo de Darwin.
En esos momentos la situación seguía siendo crítica para buena arte de las avanzadas británicas, en especial el segundo jefe de la Compañía B, que corría serio riesgo de quedar rodeado y no ser evacuado, lo mismo el puesto de ayuda del regimiento al mando de Steve Hughes. Era imperioso lanzar un ataque frontal sobre Prado del Ganso, a más tardar en la mañana del día siguiente, si lo que se quería era revertir las difíciles circunstancias en las que se encontraban.
Al caer la noche el comando procedió a reorganizar las compañías. La tropa racionó y descansó con las armas en la mano, soportando el intenso frío y observando a muchos de sus hombres recogiendo los muertos y los heridos.
La Compañía J del Comando 42 llegó al puesto del mayor Keeble trayendo consigo tres cañones con su munición completa (2000 disparos), sietes morteros (uno de ellos un Cymbeline con radar) y bombas. Con todo ese equipo pasó a ocupar los accesos del sector sur del poblado, bloqueando posibles vías de escape y mientras lo hacía, un Wessex procedente de San Carlos intentó aproximarse para recoger a los heridos y evacuarlos hacia el hospital de Bahía Ajax. El aparato no logró acercarse porque antes de llegar fue atacado y obligado a retroceder.
Cuando Chris Keeble planeaba el asalto al caserío, sabía que su gente se hallaba exhausta, pero el enemigo lo estaba aún más y eso había que aprovecharlo. Y para hacerlo, lo mejor era demostrar su poder de fuego y con ello, lo que les esperaba en caso de persistir en su actitud. Tratando de reforzar esa acción, estableció contacto con el puesto de mando y sugirió el empleo de aviones Harrier.
Para entonces la tropa dormía a la intemperie y los prisioneros argentinos rezaban junto a un matorral incendiado adrede por los ingleses para mantenerlos calientes. Bell los observaba fascinado, con sus rosarios en las manos, de pie algunos, arrodillados otros, sobre el piso los heridos, todos ellos dirigidos por el teniente Peluffo que presentaba varias lesiones en el cuerpo, en especial en uno de sus ojos y su pierna derecha.
Según Hastings y Jenkins, ambos bandos eran conscientes de haber sobrevivido a una experiencia terrible y los argentinos lo agradecían de esa manera.
Los británicos tenían la esperanza de hacer entrar en razones a sus oponentes y por esa razón, seleccionaron a dos de los prisioneros para que llevasen un mensaje en español al teniente coronel Piaggi. Se los proveyó de banderas blancas y se les dio un plazo de una hora para regresar con una respuesta. Debían comunicar a sus superiores que sus fuerzas estaban rodeadas, que se les garantizaría la vida a todos los prisioneros y que se los responsabilizaría por la suerte de los 114 civiles cautivos en el edificio del ayuntamiento.
Los argentinos los vieron avanzar con cierto recelo y cuando comprobaron que se trataba de efectivos propios, los condujeron ante el estado mayor, donde entregaron la nota.
El jefe del Regimiento de Infantería 12 tenía ante sí una gran responsabilidad. Puerto Argentino le había dado vía libre al respecto y cuando todavía no habían pasado diez horas desde que recibiera el mensaje de la Brigada, felicitando a la guarnición por su brillante desempeño en batalla, él y solo él debía decidir.
Después de pensarlo bien, envió a los prisioneros de regreso, llevando como respuesta que accedía a una entrevista. Acto seguido, reunió a su plana mayor, incluyendo a los oficiales de la Fuerza Aérea y después de exponerles los términos planteados por los ingleses, sometió la decisión a votación. Las fuerzas argentinas estaban realmente exhaustas, carentes de municiones y escasas e víveres, razón por la cual, a efectos de no someterlas a una masacre, se planteó la capitulación. El vicecomodoro Pedrozo y el mayor Carlos Tomba manifestando su total desacuerdo por considerar eso una afrenta a los combatientes caídos. Querían seguir peleando y así lo hicieron saber.


La reunión entre británicos y argentinos se llevó a cabo a mitad de camino de sus respectivas líneas. Por parte del Reino Unido estuvieron presentes Chris Keeble, el mayor H. Gullen, oficial de enlace de la Brigada y su par Ferry Rice, comandante de artillería, quienes, previamente, se habían despojado de sus armas. Caminaron los tres hasta las barracas ubicadas al costado de la pista de aterrizaje y allí se detuvieron. Eran las 08.30 del 29 de mayo.
Del lado argentino se encontraban Piaggi, el vicecomodoro Pedrozo, a quien, según Hastings y Jenkins, tomaron como oficial naval y personal de ambas fuerzas (Ejército y Fuerza Aérea).
Las conversaciones se llevaron a cabo en un tono profesional y respetuoso, en presencia de los corresponsales Robert Fox y David Norris. Lo primero que se hizo fue llegar a un acuerdo con respecto a los civiles y a continuación se pasó al tema de la capitulación, que se haría con todos los honores.
Durante las conversaciones, Keeble hizo una aseveración que llenó de orgullo al oficial argentino:

-Le expreso mis más sinceras felicitaciones por la resistencia de sus hombres; nos han causado 250 bajas. Yo pensaba desayunar el 28 a la mañana en Goose Green, pero ustedes nos obligaron a combatir 24 horas más de lo previsto.

Emocionado, Piaggi respondió:

-Realmente, agradezco esas palabras

A las 13.00 horas de aquel memorable 29 de mayo, los 150 efectivos de la Fuerza Aérea y las tropas del Ejército formaron junto a las instalaciones de la base para entonar el Himno Nacional y escuchar las palabras del jefe del RI12:

La Fuerza de Tareas Mercedes ha combatido en defensa de la soberanía territorial de la nación. Sus hombres han cumplido esa misión, más allá de lo que pudieron, con los medios que las circunstancias y las contingencias que la guerra posibilitó poner a su disposición. Ha sido batida por la superioridad de la fuerza y medios de un enemigo profesional, entrenado y equipado para combatir en cualquier teatro de operaciones de la Tierra. La derrota de las armas no puede ni debe significar la quiebra moral del soldado ni del espíritu de cuerpo que anima al conjunto, como tampoco de la sagrada vigencia de la justicia de nuestra causa; ella perdurará en el tiempo, cualquiera fuere el resultado final de la guerra. Si la situación operacional lo hubiese exigido, aún imposibilitada de continuar la lucha, la Fuerza de Tareas habría seguido combatiendo hasta verter la sangre de su último hombre. Pongo a Dios por testigo. Retengo para mí, sin delegarla ni compartirla con comando alguno, la responsabilidad última de haber resuelto el cese del fuego y la rendición de la guarnición, cualesquiera fuesen las consecuencias. No asumiré jamás la resultante de las condiciones inverosímiles del poder de combate con que se debió enfrentar al enemigo en el cumplimiento de la misión. Felicito a todos y a cada uno por el espíritu de sacrificio, abnegación, valor y sentido del deber manifestados en todo el curso de la campaña y en combate que, aún en caliente, no disipado el humo de la batalla, permaneciendo aún los cuerpos de nuestros muertos y los del enemigo en el campo, han merecido el reconocimiento de los mandos británicos. Un abrazo; Dios os guarde.

Encabezados por el teniente coronel Piaggi, los 900 soldados del Ejército, incluyendo oficiales y suboficiales, marcharon portando su equipo y cargando a sus heridos.
La tropa arrojó las armas ante el enemigo y su jefe hizo entrega formal de la suya al mismo Keeble quien, previamente, le hizo el saludo militar. La pericia, el mejor armamento, la planificación y la información satelital habían primado sobre la desorganización, la negligencia y una estrategia absurda. Valor, refieren autores de diferentes nacionalidades, británicos especialmente, sobró en ambos lados, lo mismo el espíritu de sacrificio, la decisión y las acciones de arrojo y heroísmo.
Keeble condujo a sus hombres hasta el poblado y ni buen entraron los civiles los recibieron como a verdaderos libertadores. Y no era para menos; después de haber soportado penurias y apremios de todo tipo, estaban exultantes. La esposa del administrador regional, Eric Goss, les ofreció té, cosa que los paracaidistas aceptaron de buena gana. Las mujeres del pueblo corrieron a las viviendas y al cabo de un tiempo regresaron con la infusión y se la sirvieron a los soldados.
La kelper June McMullen nunca olvidará  la terrible angustia de los días de encierro en el ayuntamiento. Algunos hombres, jóvenes la mayoría, hicieron pozos debajo del piso de madera (cosa que les vino muy bien durante la batalla porque allí se refugiaron las mujeres con sus hijos) y en ellos ubicaron al viejo aparato de radio con el que finalizada la batalla, escucharon que Prado del Ganso había sido liberado.
Esa angustia e incertidumbre fueron aumentando con el paso de los días y se potenciaron cuando los invasores concentraron sus fuerzas en el pueblo, especialmente sus helicópteros, ubicándolos entre las casas para evitar los bombardeos aéreos.
Al momento de comenzar la batalla, el sonido de la artillería y las armas livianas argentinas había sido tremendo. Los niños lloraban aterrorizados mientras sus madres intentaban calmarlos disimulando su propio llanto, sobre todo porque los cañones disparaban muy cerca del centro comunitario. Debió ser espantoso estar allí pues si a ello le sumamos el rugir de los aviones, la metralla y los estallidos, ese fragor tuvo que ser estremecedor.
Fueron horas de pesadilla para June pues temía mucho por sus hijos, en especial el pequeño Mattew de solo seis meses, lo mismo otras madres en situación similar.
Como se ha dicho, la llegada de los ingleses fue una suerte de bendición para los pobladores, que no paraba de agasajar a “sus muchachos”, como comenzaron a llamarlos. En medio de la euforia les preparaban té, se sacaban fotografía, los abrazaban y entablaban diálogo con ellos. Un paracaidista le preguntó a June si se podía retratar junto al pequeño Mattew y ella accedió encantada en tanto otro le regalaba las insignias de su boina.
Lo realmente espantoso fue el estado en el que los kelpers encontraron su pueblo. Los argentinos habían saqueado el lugar, posiblemente en el momento cuando Piaggi y Keeble llevaban a cabo las negociaciones, haciendo un desastre en todos lados. Eso lo confirma, también, el soldado Barry Norman, sargento mayor del Para 2, quien llegó a afirmar que las tropas de ocupación dejaron el caserío hecho un chiquero, dañando considerablemente las viviendas. Para él fue un error haber permitido a los soldados enemigos circular por la aldea una vez finalizado el combate y aseguró sentir desprecio por los oficiales de un  ejército al que consideraba bueno10.
Según June McMullen, el pueblo quedó en ruinas a causa del saqueo. Los argentinos entraron en las casas y destrozado todo. Robaron placares, armarios y cajoneras dejando todo tirado. Pero lo peor fue el excremento desparramado adrede en diferentes lugares. Los soldados defecaron y orinaron sobre las camas, los sillones y los muebles, así como en las bañaderas y los pisos, provocando la ira y el malestar de los malvinenses.
Con la ayuda de los paracaidistas, los habitantes limpiaron todo, repararon los daños y pusieron las cosas en su lugar, tarea que les llevó varios días de trabajo.
Los británicos encontraron gran cantidad de cohetes quemados, armas y municiones, así como tanques de combustible y depósitos de napalm que los argentinos no llegaron a utilizar.
Uno de los hechos más curiosos de aquella batalla se produjo cuando los jefes de ambos bandos se hallaban empeñados en las negociaciones. Un radio operador británico  en contacto con los mandos, informó que una patrulla argentina avanzaba desde el sur, desplegada en cadena. En vista de ello, Keeble le comunicó con su artillería y le mandó prepararse para reabrir el fuego, lo mismo a la infantería para rechazar el contraataque (él mismo operó el equipo de transmisión). La intervención de Piaggi y Pedrozo evitó la tragedia y devolvió a todos la calma. Se trataba de elementos rezagados del Equipo de Combate “Solari”, intentando reunirse con su gente. Nunca imaginaron esos soldados, lo cerca que estuvieron de ser masacrados.
La compañía entró en el poblado celosamente vigilada por los paracaidistas. Según el jefe del RI12, habían caminado “en la cuerda floja”, apuntados por un sinfín de armas livianas, morteros y cañones.
Tras los saludos de rigor y después de supervisar la entrega del armamento y los correajes, Piaggi y Pedrozo fueron conducidos hasta dos helicópteros que acababan de posarse en las inmediaciones, donde permanecieron en espera hasta nueva orden. Comenzaba el lento traslado de los prisioneros hacia los establos ubicados en las afueras del caseríos, previa revisión a cargo de los oficiales británicos (el mayor Frontera actuó como supervisor). Allí quedaron alojados, en condiciones bastante precarias, aunque a efectos de ser sinceros, eran las únicas que se podían ofrecer.
Por decisión unánime, los prisioneros designaron al subteniente Gómez Centurión como intérprete y a su igual en el rango, Marcelo Raúl Colombo, como oficial de órdenes.
Los británicos solicitaron al mayor Frontera la colaboración de personal argentino para el desminado de los campos circundantes, algo que realmente les preocupaba. Tras un intercambio de opiniones, se decidió encomendar la tarea a un grupo de Ingenieros, quienes partieron a cumplir la misión en medio de un frío tan intenso que por momentos recordaba escenas del frente ruso en la Segunda Guerra Mundial.
Después de varias horas de espera, Piaggi y Pedrozo fueron trasladados a San Carlos. Los helicópteros partieron a baja altura y en formación de combate en previsión de un ataque aéreo argentino. Después de aterrizar, ambos jefes fueron conducidos a una carpa y una vez dentro, se los obligó a desprenderse de todo el equipo.
Tras ser interrogados, fueron separados y alojados en dos tiendas diferentes, muy reducidas, donde se los ubicó de cara al fondo y con un centinela apostado en la puerta. Pasados los primeros minutos, Piaggi vio como la escarcha se le empezaba a acumular en la ropa y comenzaba a tiritar.
Estuvieron catorce horas en esas condiciones, al cabo de las cuales, un oficial de Inteligencia llamado Aldo, se apersonó para comenzar un nuevo interrogatorio.
El individuo ingresó primero en la carpa de Piaggi y le efectuó una serie de preguntas referentes al armamento y ciertos componentes del equipo pesado. Les habló en perfecto español y se mostró particularmente interesado en el destino de ese material.
El oficial argentino se limitó a describir el armamento y las partes que quedaron en el continente pero el inglés no le creyó. Pese a ello, no hizo ningún tipo de presión y sin decir más se incorporó y salió de su campo visual. Piaggi percibió una suerte de cuchicheo a sus espaldas, un susurro leve que despertó su curiosidad. Sin poder contenerse, aun cuando lo tenía prohibido, se dio vuelta y vio al kelper Hard Castle orientando al oficial de Inteligencia en el cuestionario.
Piaggi comprendió al malvinense; estaba cumpliendo con su deber como ciudadano británico y poblador de las islas, razón por la cual no abrigó ningún tipo de resentimiento hacia él. Con quienes sí estaba furioso era con sus superiores en Puerto Argentino quienes, por medio de órdenes absurdas como la de dejar en libertad a los civiles, habían facilitado la fuga de Hard Castle para que ahora estuviese revelando detalles en cuanto a la ubicación de la tropa, tipo de armamento, distribución de minas y cosas por el estilo. Pero más lo estaba con los generales de escritorio en el continente, los mismos que mientras él combatía en la turba, bajo la lluvia helada y el fuego enemigo, daban directivas desde sus confortables oficinas, utilizando a los jóvenes conscriptos como choferes y haciéndose servir como reyes en tanto sucumbía en las islas lo mejor de una generación. 
El 30 de mayo amaneció con un frío tremendo. Ese día los ingleses interrogaron a los oficiales de rango menor, el primero de ellos el subteniente Gómez Centurión a quien le requirieron información sobre la combativa Compañía C del Regimiento de Infantería 25, sus posiciones y las del Regimiento de Infantería 6 (RI6).  Encabezados por un oficial del Para 2 y ayudados por varios kelpers, solicitaron detalles de la personalidad del general Daher, su desempeño y sus responsabilidades pero amparándose en la Convención de Ginebra, el oficial se negó a responder por lo que sus captores, no volvieron a insistir. Nadie fue presionado, ni psíquica ni físicamente; el trato fue siempre correcto y en líneas generales, no hubo excesos de ningún tipo. Sin embargo, en declaraciones formuladas al periodismo durante la conmemoración de la gesta, en el año 2010, el corresponsal de guerra Nicolás Kasanzew aseguró que el conscripto Ledesma fue sometido a una dura golpiza por parte de algunos soldados, furiosos por la muerte de su jefe, "H" Jones.
Mientras un grupo de oficiales británicos deliberaba con el mayor Ernesto Moore (querían a toda costa ubicar los campos de minas), el capellán italiano Santiago Mora denunció la desaparición de su cáliz (el mismo apareció tirado tras varias horas de búsqueda, ignorándose hasta hoy el nombre del arrepentido ladrón).
El sacerdote ofició una misa para los prisioneros y en su sermón, negó el perdón de los pecados y prohibió la comunión a todos aquellos que, a conciencia, no habían cumplido sus deberes militares durante la batalla.
Ese día, los ingleses procedieron a reunir los cuerpos de los soldados argentinos abatidos y los apilaron frente a uno de los galpones ocupado por la tropa.  Un total de 350 prisioneros fueron conducidos al campo de prisioneros en San Carlos donde los sometieron a un riguroso control personal y les secuestraron efectos particulares.
Esos soldados pasaron varios días a la intemperie y el 11 de junio, se los embarcó en el “Norland” para ser conducidos a Montevideo.
Los oficiales y suboficiales argentinos permanecieron junto a sus soldados,soportando el intenso frío tirados sobre el barro y el excremento de las ovejas. Se negaron terminantemente a ocupar un salón especialmente habilitado para ellos en el caserío, optando por correr la misma suerte de sus subordinados.
Cuando la Compañía C del RI25 fue revisada a raíz de los saqueos acaecidos en la localidad, a ningún soldado se le encontró nada
Los ingleses reconocieron su determinación a la hora de luchar y así lo dejaron ver en varias oportunidades. Algo llamativo en años posteriores es que en el total de los informes y tests realizados a los soldados, la mayoría manifestó estar dispuestos a volver al campo de batalla, aún sufriendo las mismas privaciones.
La situación era realmente precaria para los prisioneros en los galpones de esquila y por esa razón, el mayor Frontera elevó su queja a la oficialidad británica la cual, sometida la ponencia a análisis, prometió adoptar medidas.
A las 06.30 (09.30Z) Piaggi fue despertado; le dieron una ración en caliente consistente en un guiso de carne y verduras (que volverían a repetir a las doce horas) e inmediatamente después, lo condujeron a un edificio del pueblo para ser sometido a un nuevo interrogatorio. Allí lo esperaba una vez más Aldo quien al verlo entrar lo saludó correctamente y le manifestó:

-Ustedes son locos; nosotros si no tenemos armas, no combatimos.

El británico no podía creer que el grueso del equipo pesado del regimiento hubiese quedado en el continente.
Por la noche, Piaggi fue alojado en una carpa más amplia aunque el frío siguió siendo espantoso. El riesgo de posibles incursiones de la aviación argentina persistía, lo mismo el temor a algún contraataque terrestre y por ese motivo, helicópteros Gazelle patrullaban el área las 24 horas en busca de posiciones enemigas.
El 1 de junio ocurrió algo terrible. Los británicos le ordenaron a un grupo de soldados argentinos retirar los explosivos acumulados en las afueras de Establecimiento San Carlos pues los mismos representaban un verdadero peligro para la población civil e incluso los mismos prisioneros.
En momentos en que un grupo de conscriptos acarreaba una caja de municiones, la espoleta de una bomba se activó generando un desastre. La explosión mató en el acto a tres de ellos y provocó espantosas lesiones a un cuarto, que cayó sobre el barro sin piernas, gritando y agitándose desesperadamente. Al ver semejante escena, un paracaidista británico corrió hasta él y lo remató con una ráfaga de metralla, acabando con su sufrimiento. Médicos ingleses corrieron al lugar para socorrer a los heridos y ese mismo día se decidió no volver a utilizar prisioneros en tareas de esas características. Aún así, el mayor Frontera llenó una carta de la Cruz Roja donde dejó asentada la denuncia.
El 12 de junio zarpó el “Norland” hacia Montevideo y dos días después atracó en su puerto. Los argentinos pudieron comer e higienizarse y por la tarde abordaron el “Piloto Alsina”, que los condujo a Río Santiago, punto final de su odisea.
Durante la gran batalla de Prado del Ganso, las fuerzas argentinas sufrieron 250 bajas, 47 de ellas fatales. Los británicos perdieron 18 hombres y un centenar resultaron heridos, entre los primeros el legendario Herbert “H” Jones.
Por muchos años se sostuvo con absoluta ligereza que la cifra de muertos argentinos era de 250 pero con el paso del tiempo, la misma fue rectificada. Por otra parte, es probable que el número de decesos propios denunciados por Londres no se ajuste a la realidad y haya sido minimizado. Hoy se sabe que en los días posteriores, las bajas fatales se incrementaron como consecuencia de las lesiones.
Prado del Ganso significó una dura lección para las fuerzas argentinas, aferradas a tácticas obsoletas y estrategias inadecuadas. La permanente movilidad de sus oponentes, la coordinación a la hora de llevar a cabo los desplazamientos y el apoyo de fuego pesado fueron las estrellas del triunfo británico; la desorganización y la absurda idea de mantener a las tropas aferradas al terreno, los causales principales del desgaste y las bajas de sus oponentes.
“H” Jones y los 17 paracaidistas caídos fueron enterrados con honores en Prado del Ganso. Se los colocó en las típicas bolsas plateadas en tanto un oficial pronunciaba sus nombres y la tropa formada hacía la venia. Los kelpers también les rindieron tributo levantando en el mismo lugar un monumento a cuyo pie se depositaron ofrendas florales al son del clarín.
Había finalizado la mayor batalla terrestre que los británicos libraron desde la guerra de Corea y se hizo a costa e grandes sacrificios. Para los argentinos fue una experiencia que no vivían desde el 16 de septiembre de 1955 cuando en la provincia de Córdoba se iniciaron las hostilidades para derrocar a Perón11.
Era el primer capítulo de la campaña terrestre; la antesala de un choque de proporciones, un enfrentamiento  como nadie imaginaba, en condiciones extremas y un grado de violencia desconocido en la historia de América.

Referencias
1 Max Hastings y Simon Jenkins, La batalla de las Malvinas, Emece, Bs. As., 1984.
21 Ídem.
31 Ídem
4Tte Cnel. Italo Ángel Piaggi, Ganso Verde, Sudamericana-Planeta, Bs. As., 1986.
5 Vale aclarar que el malogrado teniente Nunn era hermano de aquel oficial que tomó parte en la reconquista de las Georgias y cuñado de David Constante del Para 2.
6 Nicolás Kasanzew ofrece una segunda versión según la cual, Barry habría perecido en combate a manos de Gómez Centurión.
7 El día anterior a su muerte, 27 de mayo de 1982, había cumplido 28 años de edad.
8 Poco tiempo después, se produjo el referido ataque con bombas beluga que destruyó el generador eléctrico del sistema de radar.
9 Italo Ángel Piaggi, op. cit.
10 Michael Bilton y Peter Kosminsky, Hablemos Claro. Testimonios inéditos sobre la guerra de Malvinas. Emecé Editores, Bs. As. 1991.
11 Durante la segunda fase de la Revolución Libertadora, la Escuela de Artillería, junto a sus pares de Aviación Militar y Tropas Aerotransportadas, iniciaron el ataque contra la Escuela de Infantería, que se mantenía leal a Perón. Fue el comienzo de una breve aunque cruenta guerra civil que había comenzado con el bombardeo a Buenos Aires el 16 de junio y finalizó el 21 de septiembre, dos días después de la renuncia del primer mandatario, luego de numerosos combates por aire, mar y tierra.

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