DARWIN Y PRADO DEL GANSO. LA GRAN BATALLA
El teniente
coronel Italo Ángel Piaggi era un militar de carrera cuando estalló el
conflicto del Atlántico Sur. De fuerte contextura física, su cráneo rapado le
daba cierto aire de general prusiano, sensación que incrementaba su buen porte y su actitud marcial.
Nacido en San Fernando, al norte del Gran Buenos Aires, el 17 de marzo de 1935, pertenecía a una conocida familia del
vecindario de Victoria, donde sus antepasados itálicos se habían establecido en
la segunda mitad del siglo XIX.
Al momento de
estallar la guerra, Piaggi se desempeñaba como jefe del Regimiento de
Infantería 12 “General Arenales”, cuyo asiento de paz era la ciudad de Mercedes,
provincia de Corrientes, donde gozaba de un excelente concepto de parte de sus
superiores.
La unidad que comandaba, formaba parte de la III Brigada
de
Infantería cuyo comando se encontraba en Curuzú Cuatiá, la cual, como el
resto de la fuerza, aplicaba el
sistema de incorporación trimestral. De los conscriptos que cumplían el
servicio militar hasta el 2 de abril, el 75% pertenecía a la clase 62 y
terminaba su período de instrucción. El 25% restante acababa de ser dado
de baja y comenzaba el alistamiento de la primera cuarta parte
de la clase 63, pront a iniciar su etapa de adiestramiento de manera inmediata. Como
dato curioso, el 45% de ellos eran analfabetos.
A partir de
este punto, conviene seguir atentamente el diario de guerra del teniente
coronel Piaggi, reproducido años después en su libro Ganso Verde
(mala traducción de Prado del Ganso), por constituir
una incuestionable fuente de información. Conoceremos así, la verdadera
odisea
del valeroso regimiento correntino, especialmente la de su jefe,
denostado injustamente tras la
derrota, acusado de ineptitud y pasado a
situación de retiro obligatorio “por inepto” para las funciones de su
rango. Por esos cargos fue sometido a procesó y condenado por la Corte Suprema de las
Fuerzas Armadas que además de sancionarlo con 120 días de arresto, lo hizo responsable directo de la derrota.
A partir de este momento, saque el lector sus propias conclusiones.
La odisea del teniente coronel Piaggi
Conocida la
noticia de la toma de las islas, el jefe del Regimiento de Infantería 12 (RI12)
convocó a una concentración cívico-militar en el centro de la ciudad de
Mercedes donde, en su carácter de comandante de la guarnición, hizo uso de la
palabra.
Ante numeroso público, Piaggi destacó la importancia de aquella gesta, remarcando
el hecho de que Gran Bretaña sería fiel a sus principios de política
internacional, aquellos que en el pasado le habían permitido fundar un imperio de
dudoso origen y por tal motivo no iba a permitir la mengua gratuita de su
rol de potencia mundial. Según sus expresiones, era seguro que lejos de
permanecer quieta, iba a vengar lo que creía era una afrenta a su soberanía
y su imagen exterior, procediendo en consecuencia.
Tal vez hayan
sido esas las primeras palabras sensatas por parte de un representante de las
fuerzas armadas argentinas en lo que iba del conflicto.
Ante la
multitud entusiasta, congregada en el lugar para exteriorizar su
júbilo (vale recordar el fervor inicial de la totalidad del pueblo argentino y
su apoyo a la gesta), Piaggi agregó: “Si
ha llegado la hora del argentino tronar de los clarines llamando a la guerra,
el Regimiento 12 de Infantería estará dispuesto a empeñar la sangre de sus
hombres en cumplimiento de su sagrado deber militar”.
¡Y vaya que
el “General Arenales” cumpliría fielmente ese deber!
Aquel día,
por la noche, el Rotary Club de Mercedes ofreció un banquete en
honor de la recuperación del
archipiélago. Piaggi, en su carácter de invitado especial, fue agasajado por la concurrencia no
solo como jefe de la unidad sino por ser el oficial más antiguo de la región.
Al agradecer
la demostración, el militar hizo hincapié en el negativo tenor de sus
presentimientos y en el hecho de que aquel paso podía acarrear
graves dificultades para la
Argentina. No olvidaría el silencio sombrío que siguió
a continuación. Piaggi había advertido con prudencia, cual sería el
desenlace de la contienda, cosa que ninguno de los presentes pareció percibir.
El
4 de abril
el regimiento recibió la orden de comenzar el alistamiento, movilizar a
los soldados clase 62 que habían sido dados de baja y preparar
el equipo correspondiente. Se puso especial énfasis en la preparación de
una
subunidad formada con elementos de los regimientos 4 y 5 destinada a integrar la
denominada Fuerza de Tareas “Litoral”, a cuya plana mayor fue asignado el mayor
Ernesto Moore, oficial de operaciones de Piaggi, bajo cuyo mando estaría el
jefe del Regimiento de Infantería 5 (RI5).
El
6 de abril
llegó una nueva directiva desde la Brigada, ordenando completar la
compañía con soldados clase 63, dada la demora en presentarse de algunos
componentes de la 62.
En plena
tarea se hallaba la unidad cuando a las 23.00 de ese mismo día se recibieron
nuevas instrucciones en el sentido de disolver la Fuerza de Tareas “Litoral”
ya que el regimiento completo sería movilizado hacia la zona
del V Cuerpo de Ejército, en el litoral patagónico.
Transcurridos los primeros tres días se presentaron en la jefatura, oficiales y suboficiales
procedentes del Comando de Institutos Militares, designados para completar los
cuadros superiores y subalternos. Piaggi quiso dar realce y significación
al suceso y por esa razón los recibió en la Sala Histórica
de
la unidad, pronunciando palabras de bienvenida que fueron agradecidas
por cada
uno de ellos. Inmediatamente después, se los despachó hacia sus destinos
a efectos de interiorizarse y aclimatarse lo más rápidamente
posible a la situación.
El 11 por la
mañana la Brigada emitió la directiva especial Nº 11/82 disponiendo que un destacamento de vigilancia se
hiciese cargo del cuartel. Al día siguiente, Piaggi recibió nuevas
instrucciones, una de las cuales le mandaba presentarse en
Comodoro Rivadavia junto a su plana mayor, antes de las 12.00 del 13 de abril, a efectos de acelerar el
traslado de toda la unidad y dejar a cargo del regimiento en Mercedes a su
segundo jefe, el mayor Alberto Frontera. Era la orden de movilización.
Para
concretar la misma, se resolvió efectuar el desplazamiento en dos
escalones; el
primero por vía aérea, trasladando al personal por su rol de combate con
todo el equipo, municiones y armamentos individuales y el segundo por
vía
terrestre, incluyendo el armamento pesado junto al personal de apoyo, al
mando del jefe de la Compañía de Comandos,
capitán Arnoldo Raúl Buompadre.
El traslado del primer escalón se hizo en dos etapas, la primera hasta Paraná, por vía férrea y desde allí en
avión hasta su destino.
El
segundo
se verificó en dos columnas de marcha en tanto el resto se desplazó por
ferrocarril hacia San Antonio Oeste, provincia de Río Negro y
desde ese punto a Comodoro Rivadavia en camiones del Ejército.
Eran las
15.30 del 13 de abril cuando Piaggi y su plana mayor recibieron la orden de
trasladarse a la ciudad de Corrientes, de donde partirían en
avión con destino a Buenos Aires. Lo hicieron en dos jeeps
pertenecientes al Escuadrón de Caballería Blindada 3, abordando la aeronave a las
20.30 horas.
Llegaron a
Comodoro Rivadavia a las 11.30 del día siguiente, después de una prolongada
escala en la Capital
Federal, trasladándose todos, de manera inmediata, al puesto
de comando de la Brigada
III ubicado en el Liceo Militar “General Roca”, el mismo que
sería atacado por elementos desconocidos a mediados de ese mes. Allí se les asignó una
habitación como sala de trabajo y les pidieron aguardar nuevas instrucciones.
Pasada una hora tuvo lugar una reunión con el jefe de la División de Operaciones
del Comando, teniente coronel Luis María Gil, quien los puso al tanto del
operativo de protección para la defensa del litoral marítimo, aclarándoles que no había todavía
una decisión definitiva al respecto.
El sector
asignado al RI12 era un espacio de 80 kilómetros que cubría el Golfo de San Jorge,
desde Comodoro Rivadavia hasta Caleta Olivia, el mismo sobre el que iban a
operar comandos y fuerzas especiales del enemigo a fines de abril y principios de mayo. En
vista de ello, Piaggi y sus subalternos dedicaron el resto del día a reunir
información y mientras lo hacían, el capitán Pedro Horacio Lavaysse, oficial de
Personal, salió de recorrida con el mayor Moore para reconocer el terreno.
El
14 de
abril el comando no había resuelto el destino definitivo del regimiento.
En
vista de ello, Piaggi propuso incluir al área bajo su mando
la localidad de Cañadón Seco, importante centro petrolero sin el cual
corría el riesgo de quedar aislado del dispositivo de protección y
defensa costera. Conjuntamente con ello, estableció contacto con las
autoridades civiles y las fuerzas vivas de la región, muy útiles a la
hora de solicitar
su colaboración, a las que halló bien predispuestas y preparadas, tanto
moral
como materialmente.
Aprobada la propuesta
de Piaggi, el 15 de abril procedió a estudiar el límite norte del litoral, realizando la correspondiente inspección junto al
coronel Juan Ramón Mabragaña, jefe del Regimiento de Infantería 5.
Para
entonces, el comando de la
Brigada tenía dispuesto segregar a la Compañía B
del RI12 a
efectos de constituir, con otros elementos, una reserva a las órdenes
del
segundo comandante de la misma, coronel Horacio Chimeno. Más o menos por
la misma época llegó la noticia de que el puente sobre el río Colorado
se había roto debido a la inusual frecuencia de tránsito y la excesiva carga de los convoyes por lo que el traslado de la unidad se vería demorado.
Mientras
tanto, en Rada Tilly, el mayor Ernesto Moore y el capitán Lavaysse
tomaban las
medidas pertinentes destinadas a ubicar las tropas. Para ello se
asignaron escuelas, edificios públicos y demás instalaciones, incluyendo
las barracas cedidas por YPF, donde se montó provisoriamente la sede
del
comando.
Al otro día,
16 de abril, llegó el escalón aéreo del regimiento, que fue a alojarse en las
instalaciones del Regimiento de Infantería 8 (RI8). Por entonces, el segundo
escalón se encontraba en marcha motorizada, la cual fue incrementada a 150 kilómetros de
acuerdo a lo previsto inicialmente, sin apoyo de mantenimiento y librada a su
propia suerte.
A las 07.00
horas del 17 de abril, Piaggi se dirigió a la localidad de
Caleta Olivia a efectos de coordinar con las autoridades comunales la recepción del
regimiento.
El
primer escalón llegó alrededor de las 10.00 en camiones militares y
ómnibus especialmente contratados, conducidos por personal propio y de
Defensa Civil. El segundo lo hizo a las 12.30 del mismo día.
En horas de
la tarde Piaggi dispuso una reunión con los integrantes de
su plana mayor y los jefes de las diferentes compañías a efectos de impartir
las primeras órdenes operacionales. Aunque resulte difícil de creer, aún no se
habían recibido directivas precisas de la Brigada respecto al destino que se le daría a la
unidad, cuyo equipo y material, imprescindible para la misión encomendada (la cobertura de 80 kilómetros de litoral marítimo), todavía se
encontraba en viaje.
Al
día
siguiente, el regimiento procedió a ocupar sus posiciones. Lo hizo
marchando a pie y posteriormente en camiones y vehículos de diversa
procedencia, la mayoría provistos
por Defensa Civil que volvió a demostrar su buena predisposición y
operatividad.
A las 12.00
del 19 de abril llegó el coronel Horacio Chimeno, acompañado
por el mayor Juan Groppo Vilar, llevando para Piaggi la esperada orden de
operaciones. El recién llegado procedió a inspeccionar los trabajos realizados hasta el momento y después
de formular algunas críticas, se retiró. El resto de la jornada fue dedicada a
tareas de planeamiento.
El despliegue
de la unidad se completó entre el 19 y el 20 de abril. La Compañía C (reforzada)
se desplazó hacia el norte y ocupó las instalaciones de la estancia San Jorge y la B pasó a constituir la reserva
que junto a otros elementos fue puesta a las órdenes del coronel Chimeno, en
tanto la A (también
reforzada) tomaría ubicación al sur, sobre Caleta Olivia y Cañadón Seco.
De esa manera, quedaron disminuidas las compañías de Servicios y Comando
mientras se instalaban patrullas fijas y se llevaban a cabo rondas a cargo de
efectivos provistos de armas automáticas que se movilizaban a pie y en
automotores jeep.
A las 10.00
del 20 de abril el teniente coronel Piaggi recibió una nueva orden: debía trasladarse a
Río Gallegos en el primer vuelo que partiese con ese destino, a efectos de
realizar un reconocimiento de la región fronteriza con Chile, entre las
localidades de El Zurdo y El Turbio.
El jefe del
RI12 llegó a las 13.45 y quedó impresionado por los progresos que
había experimentado la ciudad desde la última vez que estuvo allí, a
poco de haber egresado del Colegio Militar (debía prestar servicios en el
Regimiento de Infantería Motorizada 24,
su primer destino como oficial de esa rama).
Ni bien
descendió del avión, se presentó en el comando de la Brigada XI y junto a personal de la División de Operaciones, voló hacia el área mencionada en una avioneta civil que tuvo
problemas al aterrizar debido al intenso viento que azotaba la región.
De regreso,
por la noche, decidió pernoctar en el lugar y fue entonces que, a poco de
instalarse, salió a recorrer el pueblo efectuando una larga caminata por sus
calles, sumido en profundos pensamientos.
De vuelta en la jefatura, disfrutó de
una agradable cena en compañía de sus camaradas, entre quienes se encontraba el
teniente coronel Gil. Eso lo ayudo a distenderse y despejar la cabeza luego de semejante ajetreo.
El 20 de
abril llegó a Caleta Olivia el escalón terrestre de la unidad, al mando del
capitán Buompadre. Los vehículos en los que viajaba la tropa se encontraban
en un estado deplorable, con el 50% de ellos fuera de servicio
después de tan larga y agotadora jornada.
Luego de descargar a los efectivos se condujo a los transportes hasta los talleres
y una vez allí se los sometió a trabajos de reparación y reacondicionamiento al
tiempo que Piaggi volaba a Río Turbio urgentemente convocado a una reunión con los jefes del Regimiento de Infantería 37 (RI37). Lo acompañaba el capitán Arnaldo Luis Sánchez y una vez más volvió a padecer problemas durante el aterrizaje, debido al viento que cruzaba la pista.
Su
regreso a
Caleta Olivia coincidió con la llegada la segunda columna del escalón
terrestre, a las órdenes del teniente primero Atilio Juan Perazzo.
Para
entonces, el comando de la
Brigada había impartido nuevas directivas al segundo jefe del
regimiento, notificando otro cambio de planes: debían iniciar la marcha
hacia la frontera con Chile en tres etapas, Caleta Olivia-Tres Cerros, Tres
Cerros-Comandante Piedrabuena y Comandante Piadrabuena-El Zurdo.
La
nueva
disposición obligó a una rápida modificación del programa de
recuperación por resultar imperioso para la movilización, sin embargo,
debido a la falta total de apoyo por parte de la Brigada, debieron
contratarse ómnibus de empresas de transporte particulares en Caleta Olivia.
La Compañía B del RI12, segregada como reserva según se ha dicho, arribó a la localidad a las 22.00 con una sección de la
Compañía de Ingenieros 3, debiendo apresurarse todas las
medidas para recibir de golpe a personal que no se esperaba.
El teniente
coronel Piaggi procedió a reconocer el terreno en compañía de
algunos oficiales, recorriendo el área comprendida entre Caleta Olivia, Río
Turbio, Río Gallegos y la primera localidad. De regreso en
Caleta Olivia, encontró a su regimiento preparado para el cruce de la Patagonia por lo que,
pasadas las 14.30, se apresuró a completar el repliegue de los elementos
estacionados en Cañadón Seco y San Jorge. Y una vez más debieron recurrir a medios civiles. No se habían
cumplido 48 horas de su desplazamiento desde Corrientes cuando se le ordenaba
un nuevo cambio de planes y ponerse en marcha para otra misión, completamente diferente.
A las
12.30 del 21 de abril llegaron al puesto de comando el coronel Arévalo y
el teniente coronel Fernández Suárez con órdenes del Comando del Teatro de Operaciones, de asumir las correspondientes jefaturas
en el sector. Dos horas después, a las 14.30, Piaggi aprobó las disposiciones
adoptadas por el mayor Frontera y pasada media hora, despachó al
capitán Lavaysse como adelantado, con instrucciones de reconocer el
camino y los alojamientos dispuestos para la tropa en Tres Cerros.
El Regimiento
de Infantería 12 inició la marcha entre las 19.30 y las 20.00. Transcurrida la primera hora, hallándose la unidad a 80 kilómetros de su
destino (21.00), fue inesperadamente detenida en
un solitario puesto caminero por agentes de la policía provincial. Era
noche cerrada y el frío calaba los huesos. Muchos de los
efectivos dormían cuando el teniente coronel Piaggi se enteró que a
través de
la red radioeléctrica, que se le ordenaba detener la marcha y regresar
de inmediato a la zona
de acción inicial (Caleta Olivia) para presentarse, antes de
veinticuatro
horas ante el comando de la
Brigada donde se le tenían nuevas instrucciones. Era de no
creer.
En medio de
la noche, la columna entera giró y volvió sobre sus pasos.
Los
últimos
elementos del regimiento llegaron a Caleta Olivia a las 23.00 del 23 de
abril,
disponiéndose enseguida su alojamiento. Quince minutos después, Piaggi
se presentó en la jefatura y una vez frente a sus superiores, fue
impuesto de la novedad: el total de la
unidad pasaría a las islas.
La noticia lo tomó por
sorpresa, lo mismo a su personal, pero no había tiempo para cavilaciones y
quejas; era necesario adoptar las medidas pertinentes e iniciar el
avance a la mayor brevedad posible.
A las 08.00
del 24 de abril, todavía sorprendido por la noticia, Piaggi designó una comisión encargada de contratar
contenedores y carretones donde almacenar el material y el equipo a
embarcar. El mismo debía ser cargado en el ELMA “Córdoba”,
surto en las radas de Puerto Deseado, localidad distante a 200 kilómetros de
Caleta Olivia y transportado en sus bodegas hasta Puerto Argentino, a las
14.00 horas del día siguiente.
Así se hizo
mientras desde Comodoro Rivadavia, comenzaba el traslado de las tropas por
vía aérea junto a su armamento, equipo liviano y raciones individuales. Un
nuevo desplazamiento y una nueva movilización, con el agregado de que la
retaguardia debería permanecer en la localidad a disposición del comandante del
Teatro de Operaciones. Era evidente que el Estado Mayor argentino improvisaba sobre la marcha.
Los elementos
embarcados en el “Córdoba” jamás llegarían a destino pues a mitad de camino la nave abortó su misión ante la presencia de submarinos enemigos.
Eran las
09.00 cuando Piaggi ordenó a los jefes de compañías iniciar el cruce. Una hora
después, se enteró que los contenedores y carretones no habían podido
contratarse y que de los diez que se necesitaban, apenas se consiguió uno.
Fue una situación en la que debió haber intervenido directamente el Alto Mando
porque las existencias locales habían sido agotadas por otras unidades, pero
aquel no dio señales y la unidad debería embarcar sin
ellos. El 24 de abril, ante la imposibilidad de conseguirlos, Piaggi notificó
al comando de su brigada que por carecer de contenedores, no podría
transportar el material hasta Puerto Deseado y proceder a su embarque, exigiendo al
jefe de turno arbitrar las medidas necesarias para solucionar el problema.
A las 06.00,
el mayor Moore voló a Puerto Argentino con instrucciones de efectuar el reconocimiento de la
zona de reunión asignada al escalón aéreo y a las 12.00 el regimiento comenzó el
desplazamiento hacia Comodoro Rivadavia, incluyendo su
retaguardia que debería permanecer en el continente como reserva. En Caleta
Olivia, en tanto, quedó el escalón marítimo en espera de los contenedores.
Mientras eso
sucedía, Piaggi mantuvo una reunión con su superior a efectos de requerir
información sobre la futura misión de su regimiento. Se le comunicó que el total de la III
Brigada iba a pasar a la Gran Malvina y por
esa razón, se lo autorizó a embarcar y trasladar al archipiélago el tipo y
número de vehículos que creyera conveniente, arbitrando las medidas del
caso.
A las 14.00
del 24 de abril el total del regimiento aguardaba en el aeropuerto de Comodoro Rivadavia, listo para abordar los transportes. Allí fue donde se produjo
un nuevo inconveniente debido a una demora imprevista, ocasionada por el
Regimiento de Infantería 5, que no había completado su salto a las islas.
El primer
embarque se llevó a cabo a las 15.00 cuando equipo, tropa y plana mayor, con su
jefe a la cabeza, abordaron un avión de la Fuerza Aérea
Argentina y partieron hacia el archipiélago. Con ellos viajaban también el
comandante de la brigada, general Omar Parada y su ayudante, el mayor José
Tadeo Luis Bettolli.
El
vuelo se
efectuó sin inconvenientes y al cabo de tres horas, la visión de
las primeras islas generó gran expectativa en la tropa. Piaggi
experimentó una extraña sensación de orgullo e incertidumbre y lo más
importante, sintió que estaban escribiendo un importante capítulo de la historia. ¡Y vaya que lo hacían! El mundo enero
se hallaba pendiente de lo que sucedía en los confines del mundo y él era uno de los
principales actores del drama.
Al
echar un
vistazo al interior del avión y ver a los jóvenes
conscriptos apretujándose contra las ventanillas para contemplar el
panorama, no pudo evitar una reflexión. Eran casi todos correntinos
aunque se contaban también chaqueños
y formoseños, ninguno de los cuales, había volado en su vida. Piaggi se
preguntó muchas cosas y se lamentó de otras. ¿Se estaría forjando una
nueva
generación de hombres? ¿Deberían madurar en el fragor del combate?
¿Regresarían
vivos? ¿Regresaría él mismo? El repentino grito de un suboficial lo
volvió a la
realidad.
-¡Viva la Patria!
-¡¡Viva!! –
respondieron todos a una voz.
La aeronave comenzó
a descender y a las 17.30 horas se posó sobre la pista, iniciando de inmediato el desembarco
de la tropa. El mayor Moore los esperaba en el aeropuerto para presentar el
informe de sus observaciones. Una vez todos reunidos, lo primero que señaló a los oficiales fue el terreno de playa
a ocupar, distante a un kilómetro y medio al sur de la estación aérea y al
oeste del camino que conducía a la capital insular.
Tras escuchar
sus palabras, Piaggi se volvió hacia sus subalternos y les ordenó
tomar posiciones; en esos momentos soplaban vientos de 110 a 130 kilómetros,
lloviznaba y hacía frío.
Como primera
medida, se decidió establecer el puesto de comando provisoriamente en el aeropuerto,
con el objeto de recibir los vuelos, impartir instrucciones y guiar a las
fracciones hasta sus emplazamientos.
Piaggi no
pudo creer lo que le decían cuando alguien le manifestó que el racionamiento en
caliente no estaba previsto y no se habían tomado medidas respecto a donde
debían alojarse los hombres. Aquella primera noche, la unidad a su mando
pernoctó casi a la intemperie, en medio de un clima inhóspito, sin alimento y
con varios grados de temperatura bajo cero.
El Regimiento de Infantería 12 en Malvinas
El regimiento
amaneció empapado y entumecido. A mediodía el teniente coronel Piaggi intentó
conseguir raciones pero su pedido cayó en saco roto, por lo que, muy a su pesar,
nadie merendó esa mañana.
Fue entonces
que se le ordenó presentarse en el puesto de mando de la Brigada,
ante el general
Parada (14.30) donde se le informó que a partir de las 20.00 horas
debía ocupar el establecimiento de Puerto Darwin y el poblado de Prado
del
Ganso, en el istmo que unía la parte norte de la isla con la península
de
Lafonia. Se resolvió movilizar a los hombres en dos escalones a pie,
durante la noche y se le indicó que su misión consistiría en la defensa
de la Base Aérea Militar
“Cóndor” y los dos caseríos mencionados ya que, a esa altura, el paso a la Gran Malvina había
sido descartado.
Para
entonces, la tropa se hallaba bastante desmoralizada, no solo por el
esfuerzo y la mala alimentación sino por los constantes cambios de
órdenes y
destinos.
Reforzado con
la sección de Ingenieros incorporada en el continente, el
regimiento se puso en marcha después de 24 horas a la intemperie, bajo un
constante temporal.
Un estudio
del terreno efectuado por los jefes de las compañías permitió determinar que el
camino hasta el istmo de Darwin finalizaba a 17 kilómetros al
oeste de Puerto Argentino y que, a partir de allí el suelo se tornaba blando y
extremadamente húmedo, con varios cursos de agua, algunos permanentes y otros provocados por temporales, a los cuales se debería vadear. El relieve era montañoso y el camino
(apenas una huella) se veía de tanto en tanto interrumpido por grandes acarreos
de piedra que hacían variar su ancho en varios tramos.
Algo que
llama poderosamente la atención es que, en lo que
respecta a los isleños y sus propiedades, Piaggi no recibió ninguna
instrucción.
La tropa se puso en marcha a las 17.00 horas, bajo
una intensa lluvia, con vientos de 70
a 100
kilómetros, niebla, escarcha y heladas, cargando su
equipo y prácticamente en ayunas. Para colmo de males, la plana mayor del
regimiento carecía de la cartografía necesaria para el desplazamiento,
situación que se agravaba por la falta de mochilas. En lugar de ellas, los
hombres debían cargar el equipo en incómodos y poco adecuados bolsos con manija
cuya capacidad no superaba los 30 kilogramos. Pero la falta de previsión del
Alto Mando quedó aún más en evidencia con las escasas dos bolsas de curaciones
con las que contaba la sección Sanidad, las cuales ni por asomo cubrían las necesidades.
Piaggi expuso todos los inconvenientes ante las máximas autoridades de la
brigada, en especial el Comando Logístico y explicó que la
unidad a su mando sería muy vulnerable a los ataques aéreos y el cañoneo naval,
lo mismo a las emboscadas y los golpes de tipo comando. Pese al énfasis puesto en su informe verbal, a sus palabras se las llevó el viento.
Con el Comando Logístico se resolvió a último momento que el escalón
que debía marchar a pie lo hiciera en vehículos automotores hasta el final del camino pavimentado y que a partir de ahí
siguiera a pie hasta sus posiciones en el istmo. El equipo pesado y el
armamento se trasladarían hasta las posiciones en helicópteros y embarcaciones.
La tropa abordó los camiones y a las órdenes del mismo Piaggi, se puso en movimiento.
A las 18.30 hizo un alto en el camino y aprovechó para racionar, algo que los soldados necesitaban imperiosamente. Así
se hizo, en medio de vientos huracanados y un frío que cortaba la piel, con el clima amenazando empeorar y una marcha agotadora por delante.
Consumida
la ración, se procedió a
levantar campamento y reanudar el avance. De esa manera dio comienzo una
derrota a través de campos pantanosos, terrenos inundados, senderos
pedregosos y una turba que parecía esponja, penosa jornada que se
prolongó hasta la llegada
del crepúsculo cuando, por consejo del capitán Lavaysse, se volvió a
ordenar un
alto. Era imposible seguir en horas de la noche, la columna estaba
agotada y la helada aumentaba a cada minuto.
Mientras
Lavaysse le explicaba los hechos a Piaggi, se apersonó el teniente
coronel Higler, integrante del
Comando Logístico, para interiorizarse de la situación. Eso dio paso a
un
intercambio de opiniones que terminó ni bien el recién llegado
estableció
contacto telefónico con sus superiores y tras un breve diálogo,
transmitió a
Piaggi la orden de suspender la marcha y establecer al día siguiente una
zona de reunión. El jefe del RI12 preguntó cuál sería la nueva misión y
entonces Higler le respondió que no sabía nada. Como medida
precautoria, el oficial de
Sanidad propuso que la tropa procediese a cavar una posición defensiva
ya que, según sus palabras, no había efectivos propios a lo largo del
camino.
Entre las 20.30 y las 21.00 llegó la
columna motorizada integrada por vehículos Bedford, Dodge, MB-1114, MB-1124,
Unimog 415 y 421 y tractores con acoplados, todos al mando del capitán Luis Alberto Requejado.
Con
los relojes marcando las 22.00, la columna se
puso nuevamente en caminoconformando tres escalones, con la jefatura y
su plana mayor en primer
término. Le seguían, inmediatamente después, la tropa y el equipo con
los tractores encabezando el avance para regular la velocidad. Así
cruzaron
Puerto Argentino en dirección sudoeste, a través de un camino estrecho
que
dificultaba el desplazamiento.
Pasadas las 23.00, el regimiento atravesaba
Town Hall, muy cerca de donde la III
Brigada instaló el comando. En esa circunstancia, el mayor Bettolli detuvo la marcha para advirtiendo que cruzar el puente de
Fitz Roy (2 kilómetros
al oeste del punto donde finalizaba el camino) era peligroso porque la Infantería de Marina
tenía montada una emboscada y no había manera de comunicarse con ella.
El
recién llegado mayor Carlos Rodolfo Doglioli, jefe
del Estado Mayor del general Menéndez, confirmó las palabras de Bettolli
y aconsejó esperar porque los batallones de Infantería de
Marina 5 y 3 se encontraban apostados a lo largo del camino y de no ser
advertidos,
podían abrir fuego. Una pregunta pasó entonces, por la cabeza de Piaggi:
“¿No era que no había tropas propias en el
camino a Darwin?”.
Por fortuna una directriz emanada desde la gobernación, es decir, desde el puesto de mando del general Menéndez, trajo un
poco de alivio a la situación: se ordenaba detener la marcha y reiniciarla al
amanecer, en mejores condiciones climáticas.
Piaggi mandó hacer alto y acampar. En ese preciso
momento paró de llover y de esa manera, el vapuleado “General Arenales” se aprestó a racionar e iniciar un nuevo descanso a la
intemperie, el segundo desde su llegada a Malvinas 48 horas atrás.
La unidad llegó al final del camino y como estaba previsto, comenzó a
transitar una huella apenas perceptible. Lo
bueno de aquello fue que, efectivamente, el cielo estaba totalmente
despejado y el sol brillaba intensamente, aligerando levemente el
frío.
A las 10.15, descargado el
armamento y equipo, los camiones giraron en redondo (con cierta dificultad)
y regresaron a Puerto Argentino; quince minutos después, guiándose a través de
los mapas y ayudados por una brújula, la plana mayor de Piaggi pudo establecer
donde se encontraba realmente.
Se hallaban sobre la falda sur del monte Challenger,
una ruta que, según el jefe del regimiento, podía llegar a ser utilizada como
avenida de aproximación por el enemigo en su avance a la capital. Por esa
razón, ordenó adoptar un dispositivo de defensa, conformado en primera línea por
tres subunidades de tiradores con el límite de la retaguardia apoyado sobre la
mencionada elevación y el resto desplegando hacia el oeste.
A las 15.00 y las 16.30 se distribuyó una
sopa caliente y una manzana y finalizada la ración, se llevó a cabo el despliegue de las
correspondientes compañías a efectos de reconocer y comenzar a ocupar los
emplazamientos asignados, todo antes del anochecer.
Recién a las 20.00 llegó el tercer escalón. Lo hizo en plena noche, con
mucho frío y niebla, distribuyéndose en plena obscuridad. Al mismo tiempo, procedió a
desplegar el armamento sobre el terreno en tanto el teniente coronel Piaggi se
hacía una nueva pregunta, desconcertado por la tardanza: “¡Más de veinticuatro horas para recorrer 17 kilómetros!; ¿Qué
hubiera ocurrido si en ese momento el enemigo atacaba?, ¿qué, si hubieran
tenido que trasladar todo el equipo del regimiento?”. Algo estaba
funcionando mal en el dispositivo
argentino, pero lo que más fastidio
le ocasionaba al jefe del RI12 era que todos esos problemas eran ajenos a su unidad.
Fue
durante aquella tercera jornada cuando aparecieron
los primeros problemas de congelamiento en los pies. Varios soldados
debieron
ser evacuados, uno de ellos directamente al hospital de Puerto Argentino
y otros atendidos sobre el terreno con los escasos recursos
disponibles.
Ese mismo día Piaggi fue fue puesto al tanto de una agrupación de reserva al mando directo del jefe de la Brigada pasaría a formar parte su regimiento para cubrir Darwin y Prado del Ganso
El 27 de abril amaneció con fuertes lluvias y mucho
frío. La tropa, helada, fue sometida a trabajos de organización en las posiciones
para no entumecerse mientras se aguardaba el grueso de los componentes del
equipo pesado que ya debía estar cruzando a bordo del “Córdoba”.
A las 12.15 el comando de la Brigada
informó que se estaba organizando una agrupación denominada “Capitán
Giachino”, la cual actuaría como reserva del Comando de las Fuerzas
Terrestres al mando del
capitán Horacio Osvaldo Chimeno, quien transmitió la novedad.
Entre las directivas que recibió Piaggi ese día, la
principal establecía iniciar la ocupación del istmo de Darwin el día
28, ejecutando movimientos helitransportados en aparatos Chinook de la Fuerza Aérea
Argentina. Para ello debía segregar la Compañía B y con ella reforzar la seguridad del Batallón de Aviación de
Ejército 601 en el monte Dos Hermanas.
A las 12.30, encontrándose Piaggi ausente, se produjo un
hecho curioso. El jefe del Regimiento de Infantería 4 (RI4), teniente coronel
Diego Alejandro Soria, se apersonó en el puesto de mando del "General Arenales" para
informar que su unidad se hallaba en la zona reconociendo
el dispositivo pero que las mismas no le habían sido precisadas
con exactitud (¡¿?!).
Demostrando sentido común, el capitán Frontera -segundo de Piaggi- se
atrevió a sugerir que la unidad se ubicase en la falda sur del monte Wall para
cubrir el sector de costas y el camino hasta el puente de Fitz Roy, entre el espacio ocupado por el Regimiento de Infantería 12
y el aguerrido Batallón de Infantería de Marina 5 (BIM5), propuesta que Soria vio
aceptable.
El
desplazamiento del RI4 se llevó a cabo entre las
14.30 y las 15.00, una vez que sus tropas cubrieron el trayecto a pie
desde
Puerto Argentino, bajo una lluvia torrencial, transportando su equipo
por un terreno fangoso y anegado, muy difícil de transitar. El RI12 hizo
apoyo
con racionamiento en caliente y eso alivió en la situación de los
recién llegados.
En medio del aguacero, los soldados procedieron a
cavar trincheras y preparar sus posiciones. El trabajo fue extremadamente
agotador y se vio entorpecido por la lluvia y los vientos feroces que sumados al
frío y la escarcha, provocaron nuevos casos de congelamiento.
A las 15.00 el teniente coronel Piaggi se trasladó a
la capital de las islas para exponer a sus superiores el plan de transporte
hacia la zona asignada. A las 16.15 se encontraba de
regreso cuando llegaron en helicóptero el jefe de la Brigada y su ayudante.
Cuarenta y cinco minutos después hizo lo propio el general Menéndez a quien
Piaggi expuso sus inquietudes y se atrevió a hacer algunas indicaciones. El alto oficial explicó que la flota enemiga se
hallaba a 50 millas
de la costa y que era muy probable el inicio de acciones, incluyendo
operaciones de desembarco. Por esa misma razón, según sus palabras,
debían estar preparados.
Cuando los generales se retiraron, Piaggi ordenó un alerta general y alistamiento máximo para el caso de
que se originase un ataque.
Esa noche tuvo lugar el primer incidente serio con
bajas en el personal. El cabo Héctor Colobardas de la Compañía B, ubicada al
oeste del dispositivo, creyó ver algo extraño moviéndose en la obscuridad y
armado con su fusil automático FAL, decidió ir a explorar, sin percatarse de
que el soldado clase 63 Vicente Pérez lo seguía a cierta distancia.
En la obscuridad, Colobardas sintió ruido a sus
espaldas y sin pensarlo dos veces, giró sobre sí mismo y disparó, hiriendo de
gravedad a Pérez. El conscripto cayó sangrando sobre la turba, resultando alcanzados también el sargento Francisco
Bazán en su mano derecha y un tercer hombre apostado en su trinchera. Los tres fueron evacuados al hospital de Puerto
Argentino, el primero en muy grave estado.
El 28 de abril amaneció, como era ya costumbre, lloviendo copiosamente, a las 08.00 se sirvió una primera ración
y poco después la Compañía A
comenzó a alistarse para ser helitransportada.
Con las condiciones climáticas mejorando lentamente,
los soldados aguardaban a lo
largo del camino la llegada de las máquinas de la Fuerza Aérea, una espera que resultó una eternidad porque las recién aparecieron a las 18.00, para cargar a la primera sección.
Piaggi recorrió el dispositivo e inmediatamente
después solicitó al Comando un equipo radioeléctrico Thompson, para establecer comunicación con la
Brigada. En ese sentido, despachó hacia la capital al
teniente primero Carlos María López Cazo, quien debía presentar la solicitud y regresar con
el aparato a la mayor brevedad posible.
Casi
al mismo tiempo, llegó al puesto de mando una
noticia que cayó como balde de agua fría: forzado por el bloqueo y ante
la amenaza de los submarinos nucleares, el “Córdoba”, debió regresar al
continente con el equipo pesado del regimiento en sus bodegas.
Por resolución del Comando del TOAS, debería esperarse a que el mismo
fuera desembarcado en Puerto Deseado y posteriormente transportado
a Comodoro Rivadavia para ser acondicionado y despachado en
aviones Hércules C-130.
Nuevas demoras, nuevos inconvenientes.
El jefe del RI12 no lo podía creer; no
se habían tomado las previsiones del caso y era evidente que las
falencias en materia de logística comenzaban a tornarse en algo realmente
preocupante. Se estaba improvisando y lo peor de todo, se improvisaba mal.
Para olvidar su indignación, Piaggi decidió efectuar
una nueva recorrida por el dispositivo, a efectos de “masticar” más fácilmente
la furia que sentía.
Solo y en silencio caminó toda la noche y mientras
lo hacía, pensaba que apenas disponía de dos piezas sin retroceso de 105 mm y de igual número de
jeeps, poco, por no decir nada, para lo que se venía.
Llovía furiosamente pero eso no importaba. Todo su
regimiento estaba empapado y semienterrado en el fango y él nada podía hacer.
La situación se tornaba intolerable y presagiaba un futuro angustiante. Todavía
no lo sabía pero se avecinaba una verdadera odisea.
El 29 de abril, siempre bajo una persistente lluvia,
comenzaron a embarcar las otras dos secciones que aún permanecían en el camino.
Hacia el mediodía comenzó a aclarar lentamente y eso alivió un poco las condiciones.
A las 17.00 llegó un jeep con el segundo comandante
de la Brigada. Piaggi
le presentó un informe verbal poniendo especial énfasis en que la falta
de coordinación entorpecía la movilización. El recién llegado explicó
que el soldado Pérez,
herido en el incidente la noche del 27 al 28 de abril, había fallecido y
al
sargento Bazán debieron amputarle tres dedos de su mano herida, razón
por la
cual, se lo iba a evacuar al continente. Por otra parte, el teniente
primero
López Cazo, a quien Piaggi había enviado a Puerto Argentino para traer
el
equipo radioeléctrico, había sido segregado de la unidad y afectado a la
flamante Agrupación “Capitán Giachino” y por consiguiente, no iba a
regresar.
Fue algo desconcertante que sumió en nuevas cavilaciones a su jefe. Era
evidente que no había
otro aparato en todo el archipiélago porque se retiraba de su unidad a
uno de
los tres hombres especialista en la materia, para reforzar una sección
de flamante
creación. ¿No era función de la
Brigada proveer de los medios necesarios a los regimientos?
A las 17.30 el alto oficial se retiró dejando a
Piaggi más inseguro que nunca.
El 30 por la mañana llovía intensamente y así siguió
hasta las 11.25 cuando aterrizó un helicóptero Chinook para embarcar a la sección
de tiradores de la
Compañía A. Con ellos abordaron también Piaggi, el capitán
Lavaysse y el mayor Moore, quienes llegaron al istmo de Darwin media hora
después, para recorrer el área y hacer la correspondiente evaluación.
Hemos dicho que Prado del Ganso, mal llamada Ganso
Verde, es la segunda población del archipiélago, con algo más de un centenar de
habitantes. El caserío contaba con un precario embarcadero, una pista de
aterrizaje, un hipódromo y una importante escuela rural (en esos momentos en
desuso), cuyo edificio de dos pisos, en forma de hélice tripala, había llegado
a albergar a estudiantes pupilos provenientes del interior de las islas. Puerto
Darwin era un poblado mucho más pequeño, un establecimiento rural sería más
adecuado decir, cuya importancia radicaba en ser la residencia del
administrador de la
Falklands Island Company.
Cuando
Piaggi y sus oficiales descendieron del helicóptero, lloviznaba ligeramente. Se
encontraban a 2
kilómetros de Prado del Ganso, muy cerca del
aeródromo
de la localidad por lo que, de manera inmediata, iniciaron la recorrida.
Pudieron comprobar, de esa manera, que el lugar era una típica zona de
potreros, protegido por campos
minados, recientemente sembrados por la
Compañía C del Regimiento de Infantería 25 luego de ocupar el
sector el 5 de abril.
Durante la
inspección pudieron comprobar que la
BAM “Cóndor” estaba defendida por una compañía compuesta por dos secciones de tiradores, una sección de apoyo que contaba con
dos morteros de 81 mm,
otra de artillería antiaérea integrada por seis cañones de 20 mm, un escuadrón de
servicios, uno de aviones Pucará IA-58 y otro de helicópteros.
Por
boca del
vicecomodoro Wilson Pedrozo a cargo de la base y el teniente primero
Carlos Daniel Esteban (Compañía C del RI25), los recién llegados
supieron todo lo necesario sobre el dispositivo de defensa por lo que a
continuación, el teniente coronel Piaggi procedió a detallar la misión
que se
le había asignado.
Finalizada
la exposición, el jefe del RI12 y su plana mayor pasaron a reconocer el área norte
del istmo que quedaría a cargo de la Compañía A
del RI12 y e inmediatamente después,
el personal desplegado comenzó a ocupar la región, siempre bajo una
lluvia torrencial, mientras se conocían nuevos casos de pie de
trinchera.
Ese mismo
día, en horas de la tarde, se completó el traslado del regimiento, más
precisamente las compañías A y C, la primera de las cuales fue ubicada en el
sector norte del istmo y la segunda algo más al sur.
Mientas eso
ocurría, Piaggi se encaminó al puesto de mando del Regimiento de Infantería 25,
anexo al establecimiento escolar, donde el teniente primero Esteban le expuso
algunos detalles, uno de ellos, que la compañía a su cargo sería organizada
como grupo comando (vale recordar que aún no se había producido el desembarco);
que se disponía de cuatro secciones de tiradores, tres de ellas orgánicas y una
perteneciente a la Compañía
C del Regimiento de Infantería 8 (RI8) y que se carecía de
una sección de apoyo porque la misma fue segregada y retenida en Puerto
Argentino. Además, había 114 kelpers en el lugar (el total de los habitantes de
Prado del Ganso) a quienes se les restringieron los movimientos, prohibiéndoseles terminantemente abandonar la población.
Así fue como
las tropas del RI12 se dispusieron a ocupar la región. En algunos de los
domicilios particulares se almacenaron las reservas de alimentos y se decidió emplazar el puesto de comando en una edificación
de piedra ubicada al norte del pueblo, sobre la rada, después de confiscar el
equipo de radioaficionado de su propietario.
Bajo fuego
La madrugada del 1 de mayo se desató una tormenta mucho peor. A las 04.30
horas llegó desde Puerto Argentino la primera alerta roja para el regimiento. Los británicos habían iniciado el bombardeo.
De manera
inmediata, el teniente coronel Piaggi ordenó a la tropa estacionada en el límite norte de la pista de aterrizaje
recoger equipo y armamentos y desplazarse unos 2 kilómetros al norte,
hacia una zona explorada por la
Compañía A. Los conscriptos tomaron sus pertenencias y
salieron inmediatamente, salvando sus vidas gracias a la oportuna medida
de su jefe.
A las 06.00,
el alerta cesó. Acompañado por su estado mayor, Piaggi se
encaminó
hacia el puesto de mando de la base aérea donde el vicecomodoro Pedrozo
lo
puso al tanto de lo que estaba ocurriendo en Puerto Argentino. Al
llegar, notó que
había mucho nerviosismo en el personal y bastante incertidumbre, en
especial cuando se dispuso el despliegue del escuadrón Pucará en
previsión
de un inminente ataque.
A las 08.25
tuvo lugar el bombardeo aéreo sobre la BAM “Cóndor” en el cual fallecieron el teniente Jukic y todo su personal técnico, una experiencia
traumática que impresionó pero no amilanó a la guarnición. Otra bomba pegó en
la banquina este del camino a Puerto Darwin
estallando muy cerca de un vehículo que acababa de ser despachado en comisión (por un verdadero milagro no sufrió averías).
Los Sea
Harrier batieron el área con mucha eficacia, barriéndola con el fuego de sus
cañones y con los impactos de sus cargas. Dañaron instalaciones en la base, un
tramo del camino y el extremo norte de la pista, alcanzando las carpas de los
hombres que Piaggi, oportunamente había mandado desplazar. Hubieran sido muchas
las bajas en ese sector si el jefe del regimiento no hubiera adoptado esa
disposición.
A las 15.20
horas se produjo un nuevo alerta roja y desde la capital se informó que tres buques enemigos se dirigían hacia el seno Choiseul, al este
del istmo. En vista de ello, Piaggi y Pedrozo se apresuraron a tomar las
medidas necesarias para la defensa de la posición, una de ellas, alistar los
morteros de 81 mm
y ordenar a la Compañía A
suspender la organización de su zona y ocupar posiciones en las elevaciones
que dominaban el extremo norte de la rada.
Los
helicópteros de la Fuerza
Aérea comenzaron a desembarcar tropas en un sector no estipulado por Piaggi y eso demoró el operativo, obligando a los efectivos a
realizar una nueva marcha a pie. Advertidos los aparatos, regresaron y
corrigieron el error.
Por la
noche, el teniente primero Esteban informó que el personal de la FAA
en Darwin creía que
alguien guiaba desde ese punto los ataques aéreos y por esa razón se
inició de inmediato una búsqueda con las correspondientes requisas.
El 2 de mayo
amaneció con mal tiempo. Previendo un ataque desde el mar, fueron reubicados los cañones de 20 mm que se habían
desplegado sobre la costa en tanto la
sección de 35 mm
permanecería emplazada en el extremo oeste de la península, a 1 kilómetro y medio del
aeródromo.
La
malvinense June McMullen, nacida y criada en Prado del Ganso, casada con un
pastor del lugar y madre de dos niños, cuenta en Hablando Claro
que se asustaron mucho el día de la invasión pero la llegada de los
argentinos no les resultó tan mala al principio. Sin embargo, tal como
lo temía, comenzaron a empeorar con el transcurso del tiempo.
Una cosa que la puso
furiosa fue cuando los invasores adoptaron las primeras medidas y a dar directivas
arbitrarias que nadie, y mucho menos ella, se atrevieron a refutar. La
gente
vio con verdadero temor como se colocaban los helicópteros entre las
casas a
efectos de evitar el bombardeo y como después del primer ataque, los
pobladores eran sacados de sus
viviendas a punta de fusil para ser concentrados en el centro
administrativo (el edificio del ayuntamiento), donde los tuvieron
encerrados hasta
la llegada de los británicos. June salió de su casa con su hijo Mattew
de tres
meses y medio en sus brazos y la pequeña Lucille de 4 años, tomada de la
mano. Junto a
ella caminaban su esposo Tony, vecinos y familiares.
Al
llegar a
la edificación comprobaron que allí no había nada, solo su indumentaria y
algún mobiliario y por esa razón, la primera noche pasaron mucho frío.
Afortunadamente, al día siguiente, sus captores permitieron que algunos
de
ellos fuesen en busca de alimentos, mantas, colchones y demás
provisiones, y eso alivió en parte la situación. Solo había dos baños en
el lugar, con un
inodoro y un lavatorio cada uno (en Malvinas no se conoce el bidet), y
eso significó un verdadero inconveniente además de que los menos
afortunados debieron dormir en el suelo, sin colchones.
Durante los
días de cautiverio, los malvinenses rezaban todas las noches, comenzando por el
Padrenuestro que dirigía Brook Hardcastle, administrador de la FIC local. Se llevaban todos
muy bien, el humor era bueno y no hubo disputas. En días posteriores, algunos de
los muchachos encontraron un viejo aparato de radio que procedieron a armar en
secreto para sintonizar la BBC. Y así
fue como se enteraron de lo que ocurría en el exterior, entre otras cosas, el
hundimiento del “General Belgrano” y la destrucción del “Sheffield”.
El 4 de mayo
las baterías antiaéreas abatieron al primer Sea Harrier. Su piloto, Nicholas
Taylor, pereció cuando su avión se precipitó a tierra, cerca de la costa, a 150 metros
de la pista
de aterrizaje. Los argentinos celebraron la victoria lanzando sonoros
vivas que los kelpers escuchaban a través de las explosiones. En pleno
duelo de
artillería, el sacerdote italiano Santiago Mora, capellán del
regimiento,
bendijo las posiciones a riesgo de su propia vida y fue él quien tuvo a
su
cargo el responso del infortunado piloto, una vez rescatado su cuerpo.
La ceremonia
se llevó a cabo el 6 de mayo a las 17.30, muy cerca de un tambo, a solo 300 metros de donde cayó
el avión y fue documentada gráficamente.
Al
día
siguiente llegaron al lugar el periodista Nicolás Kasanzew y su
camarógrafo,
después que aviones enemigos sobrevolaran la región a gran altura. El
corresponsal de guerra intentaba realizar una nota sobre las bombas
británicas sin
estallar y el mismo Piaggi se ofreció a guiarlo en una caminata de
aproximadamente 45 minutos. Kasanzew notó que no se veía armamento
pesado por ningún lado y por eso le preguntó al oficial donde se
encontraba. La respuesta fue el más absoluto silencio.
En la mañana
del 8 de mayo llegó un helicóptero con la primera sección de
tiradores de la Compañía C,
al mando del subteniente César Álvarez Berro, pero ninguna señal de los víveres
solicitados.
Ese mismo
día Piaggi fue llamado a Puerto Argentino para recibir nuevas directivas. Voló
en un helicóptero Bell cuyos pilotos le informaron que las alertas rojas eran
cada vez más frecuentes por lo que la incertidumbre fue
aumentando a medida que se acercaban a la capital.
Al llegar al
comando, una vez en presencia del general Menéndez, le fue comunicada la
decisión de constituir con su unidad y la sección del Regimiento de Infantería
25, al Fuerza de Tareas “Mercedes”, así bautizada en honor de la ciudad asiento
del 12 de Infantería en la lejana Corrientes.
Piaggi
pernoctó en Puerto Argentino y regresó a las 19.00 del día siguiente sin
haber
recibido la orden de operaciones completa ni las instrucciones para la
fuerza recientemente creada. Lo único que consiguió fue la confirmación
del
envío de dos cañones Otto Melara de 105 mm, pertenecientes a la dotación del Grupo
de Artillería Aerotransportada 4 y la correspondiente munición.
Una vez de
regreso, el jefe del RI12 impuso a su plana mayor de lo conversado en la
capital de las islas mientras los capellanes Sessa y Mora oficiaban misa por
sectores.
El día
siguiente fue una jornada extremadamente fría, con numerosas alertas rojas durante
la mañana y largas esperas del material solicitado. Los mismos (en realidad una
reducida cantidad de víveres), llegaron pasado el mediodía junto con doce
hombres de la Compañía
de Comando que traían correspondencia para la tropa.
Ante la
preocupante falta de raciones, Piaggi dispuso faenar una
docena de ovejas porque el debilitamiento de los hombres y su insatisfacción
comenzaban a hacerse notar.
El 11 a las 23.30 atracó en Prado
del Ganso el “Monsunen”, a cuyo mando se encontraba el teniente de navío Jorge Gopcevich
Canevari. Traía 100 tambores de 200 litros de combustible para helicópteros, 97
de nafta súper y 100 cajones de municiones calibre 105 mm para los Otto Melara1.
El
12 de
mayo cuatro Sea Harrier que cruzaron el espacio aéreo a gran altura
fueron repelidos por las baterías antiaéreas, provocando la consabida
alegría de la
tropa. Esos vuelos evidenciaban
cautela por parte del enemigo debido al derribo de Nick Taylor y la
avería de un segundo aparato el mismo 4 de mayo.
A todo esto,
Piaggi se encontraba muy preocupado por la escasa cantidad (y no muy buena
calidad) de raciones disponibles, hecho que incidía notablemente en la moral de
los soldados. Por esa razón, solicitó una visita al Estado Mayor pero la misma
no se concretó.
El
13 de
mayo el Equipo de Combate “Güemes”, el cual, como se dijo al hablar de
la batalla de
San Carlos, fue organizado con efectivos del RI25 y una sección del
RI12,
se trasladó en dos helicópteros a la parte norte del estrecho, para
cumplir una
misión de patrulla y alerta a efectos de informar
sobre posibles desembarcos en la zona. Al conocer la noticia, Piaggi se
trasladó inmediatamente a Puerto Argentino dispuesto a manifestar su
desacuerdo
porque la medida debilitaba el dispositivo de defensa. De nada
sirvieron sus argumentos y eso lo puso más furioso. Todo eran problemas;
inconvenientes generados por la constante improvisación y nada se hacía
por
resolver las cosas, ni siquiera las cuestiones más sencillas.
Mascullando
gruesos epítetos abandonó el puesto de comando mientras hombres de menor
jerarquía se hacían a un lado para dejarlo pasar.
De regreso
en Prado del Ganso, pidió agilizar el traslado de lo que quedaba de
su regimiento y reiteró el pedido de armamento pesado junto con los
indispensables medios de combate. Desde el Estado Mayor se le respondió que
conocían perfectamente su situación y por eso se enviaría a la brevedad un equipo
de Asuntos Civiles para hacerse cargo de la localidad y facilitar la atención
de los problemas operacionales (¡!).
Al
escuchar
eso, Piaggi quedó por un momento en silencio, absorto, sin dar crédito a
lo que
acababa de oír. Estaba solicitando armamento y equipo para combatir a un
enemigo pronto a iniciar el avance sobre su posición y le
contestaban que le mandaban gente para atender a los civiles. La
ineptitud de
Menéndez y su entorno se tornaba en exasperante imbecilismo. Pese al
esfuerzo supremo que hizo por mantenerse callado, no pudo evitar
responder con dureza.
-¡¡Métanse
los asuntos civiles en el c… y envíenme el equipo pesado de una vez, gran
Dios!!
Un silencio
hermético llegó del otro lado de la línea. Esa misma noche zarpó el “Monsunen”
sin novedad.
Al otro día,
las lluvias y el frío atormentaron a la tropa como nunca, lo mismo las alertas
rojas que, para su fortuna, no tuvieron consecuencias. Las PAC seguían
sobrevolando a gran altura sin efectuar ataques pero los inconvenientes
continuaban.
El
desplazamiento de los efectivos que esperaban en el monte Challenger fue
suspendido hasta nueva orden y la noticia del hundimiento del “Isla de los
Estados” esa misma noche dejó a los oficiales altamente preocupados.
El 15 de
mayo a las 12.15 llegó a las posiciones del regimiento un helicóptero con la Compañía
de Servicios y un nuevo cañón de 105
mm sin retroceso.
A las 17.00
sobrevolaron la región los dos helicópteros que habían transportado al Equipo
de Combate “Güemes” hacia San Carlos y conducían de regreso a la capital a
efectivos de la valerosa Compañía de Comandos 601.
Una
repentina alerta roja obligó a las aeronaves a posarse sin detener sus
rotores y mantenerse en espera. En ese mismo momento, el capellán Mora
oficiaba una
misa para la
Compañía A del Regimiento de Infantería 12, la cual debió ser
suspendida momentáneamente.
A las 09.00
del 16 de mayo dos Sea Harrier lanzaron bombas beluga sobre las posiciones
ubicadas al noroeste de la pista de aterrizaje y las de la Compañía C, en el
sector sur. El ataque no tuvo consecuencias y el resto de la jornada transcurrió sin
mayores novedades. El día 18, el puesto de mando del teniente coronel Piaggi
volvió a efectuar un nuevo pedido de armamento, recibiendo la siguiente
respuesta:
-No se
pongan exquisitos porque sino les bajamos la persiana.
El 19 de
mayo el capitán Sánchez efectuó una recorrida por el dispositivo defensivo a efectos de supervisar la distribución del racionamiento, ello en cumplimiento de directivas de
Piaggi. De esa manera, el oficial pudo comprobar las diferencias surgidas por
la falta de efectos necesarios para la elaboración y distribución, un nuevo
problema para el atribulado jefe del 12.
Desde monte
Challenger se realizaron sucesivos vuelos de helicópteros con los que se
completó el traslado de la sección Comunicaciones, aunque sin su
equipo. Pese a que la misma no era de mucha utilidad, su jefe, el
teniente primero Ernesto Kishimoto, se abocó a la tarea de acondicionar el
sistema utilizando elementos descartados, pertenecientes a antiguas
instalaciones de los kelpers.
Entre las
09.00 y las 11.00 del 21 de mayo, las posiciones recibieron intenso fuego naval
desde una fragata ubicada en Bahía Ruiz Puente, a 17 kilómetros al
oeste de Prado del Ganso2. Por los lugares donde hicieron
impacto
los proyectiles, era evidente que los británicos buscaban las piezas de
artillería antiaérea y que tenían ciertas nociones de sus
emplazamientos.
Con el
objeto de insuflar ánimo a la tropa, Piaggi y su plana mayor permanecieron de
pie, al descubierto, cerca del puesto de mando, bebiendo té a riesgo de sus
vidas.
Según
informes de la Compañía A,
el fuego estaba siendo reglado por un helicóptero situado al norte de la
sección y si bien no se produjeron bajas, uno de los cañones de 20 mm del dispositivo de
defensa fue destruido. Siguieron a continuación dos alertas rojas sin consecuencias, las cuales se
repitieron constantemente durante la noche, mientras llovía intensamente.
Al día
siguiente, entre las 09.00 y las 09.35, los Sea Harrier atacaron en dos
veces en dirección norte-sur, arrojando sus bombas cerca de la pista. Pese
a que las mismas estallaron cerca suyo, Piaggi permaneció imperturbable,
bebiendo su té frente a la tropa.
Como
contrapartida, uno de los aviones fue alcanzado y en esas condiciones se retiró
hacia el este.
A las 11.00
un A4B atacó por error las posiciones del regimiento resultando más que
oportuna la intervención del puesto de mando al evitar que el mismo fuera
derribado por fuego propio. El piloto regresaba de una incursión sobre San
Carlos y en el trayecto confundió a la tropa y le disparó.
Desde Puerto
Argentino se despacharon a bordo de la lancha patrullera “Río Iguazú” dos Otto
Melara pertenecienets al Grupo Aerotransportado 4, con sus respectivos
servicios y municiones.
Ese día
despegaron los Pucará de la sección “Tigre” para atacar las avanzadas británicas
próximas a San Carlos (como se recordará, Brest no pudo despegar y tanto Tomba como
Benítez fueron derribados). Poco después, la Agrupación “Litoral”
dispuso adelantar patrullas al monte Alberdi a efectos de explorar y establecer
contacto con el enemigo. Por falta de helicópteros, los efectivos debieron ser
transportados en vehículos de la dotación hasta un punto intermedio y luego
seguir a pie. A todo esto, doce soldados se encontraban internados en estado de
desnutrición.
El 22 de
mayo la aviación británica localizó a la patrullera “Río Iguazú” en la entrada
del seno Choiseul y la atacó con fuego de cañones, provocando la rotura de su timón y
otros daños. Fuera de eso, las patrullas desplegadas a lo largo de la
jornada informaron que no había novedad en sus posiciones.
El 24 fue el
día en que el teniente primero Esteban llamó desde Douglas Paddock (30 kilómetros al este
de San Carlos), solicitando el rescate de su sección, la cual, como se recordará, dos días antes se había batido en San Carlos. De la gente del subteniente Reyes,
nada se sabía.
A las 08.45
la “Río Iguazú” encalló sobre la margen oeste de la entrada del seno Choiseul.
Helicópteros argentinos acudieron en su rescate para evacuar en primer lugar a
sus quince tripulantes, incluyendo tres heridos. En sus bodegas quedaron los
dos cañones con su munición y como la lancha se hallaba semisumergida, se
necesitó la presencia de un buzo para desarmar las piezas y descargarlas parte
por parte para su posterior rearme.
El
subteniente Juan José Gómez Centurión, valeroso integrante de la Compañía C del
Regimiento de Infantería 25, fue el encargado de llevar a cabo tan delicada
operación, sumergiéndose en las inundadas bodegas con un traje de neoprene y
mascarilla. Así se logró su desmantelamiento y posterior desembarco mientras
patrullas terrestres proporcionaban seguridad.
Personal del
RI12 fue quien llevó las piezas a tierra firme y las entregó a los
encargados de su reacondicionamiento para proceder al ensamble. Los encargados de la tarea debieron lubricar
cada parte aplicando aceite Castrol de fabricación nacional y una sustancia
especial elaborada en Prado del Ganso con grasa animal.
Cuando
todo
estuvo listo, los artilleros pudieron comprobar con profunda decepción,
que
uno de los cañones estaba severamente dañado y por consiguiente, no
funcionaba,
por lo que no quedó más remedio que darlo de baja y retirarlo de
servicio. Dos
piezas más aguardaban en Puerto Argentino para ser trasladadas al istmo
pero por falta de helicópteros, debieron esperar algunos días.
En tanto Gómez Centurión procedía a recuperar los cañones, los heridos eran atendidos en
el puesto sanitario del regimiento. Allí fue donde fallecieron el cabo segundo
Benítez, abatido mientras accionaba la ametralladora 12,7 de la embarcación y el
soldado Salvador Riquelme de la
Compañía A, como consecuencia de un paro cardíaco provocado
por la desnutrición.
Conversando
con Piaggi, la gente de Prefectura refirió la valerosa actitud del soldado
clase 62 Rodolfo Sulín quien secundó a sus superiores con arrojo durante el
incendio que se desató a bordo después del ataque.
Benítez
y
Riquelme fueron sepultados en las elevaciones que se extienden al
noroeste de
la pista de aterrizaje. La ceremonia tuvo lugar alrededor de las 18.00
horas y en ella el teniente coronel Piaggi hizo uso de la palabra
asumiendo la responsabilidad de aquella muerte inútil (la de Riquelme)
aunque endilgándosela también a sus superiores inmediatos.
Durante la
noche, con la lluvia abatiéndose con fuerza sobre el área, cayó sobre las posiciones del RI12 una
bengala de iluminación de alto poder que hizo cundir la alarma entre la tropa.
Poco después, se recibió una de las órdenes más ridículas impartidas desde la Brigada; la de alejar a
los efectivos de los caseríos y mantenerlos lo más lejos posible de los
isleños, disposición que implicaba un esfuerzo innecesario y una considerable
pérdida de tiempo.
Pese a la
sugerencia del capitán Frontera de no llevarla a cabo, Piaggi procedió a
cumplirla, muy a su pesar, pues aún a costa del esfuerzo, era imperioso
mantener la disciplina. Era indignante ver como al alto mando argentino más
parecían importarle la suerte de los kelpers que la propia tropa.
El
25 de
mayo, día de la patria, llegó a Prado del Ganso el “Monsunen”. Lo hizo a
remolque del “Forrest” cerca de las 01.00 horas atracando en el pequeño
muelle del
poblado, el primero con varios heridos a bordo, producto del ataque de
la aviación enemiga. Junto a ellos, venían dos soldados del
Regimiento 4 de Artillería que viajaban a las órdenes del sargento
primero
Marquetti, quien se había destacado durante las acciones, al rescatar
del agua a
uno de los tripulantes. Al presentarse en el puesto de mando del
regimiento, el
comandante de la embarcación, teniente de navío Jorge A. Gopcevich
Canevari, refirió el hecho
a Piaggi, quien se apresuró a apuntarlo en su diario.
Aquel día amaneció y despejado pero a causa de las continuas alertas rojas,
Piaggi decidió suspender la ceremonia patria y mantener a sus hombres a
cubierto, una excelente medida pues cerca de las 09.00, dos
Skyhawk A4B atacaron por error, aunque sin consecuencias. Una
vez más, el jefe del regimiento los reconoció a tiempo y evitó que las
antiaéreas abriesen fuego.
Cuando los
alertas hubieron cesado, personal del regimiento y la Prefectura Naval
procedieron a descargar el “Monsunen” bajando a tierra una ametralladora de 12,7 mm para la Compañía A y una MAG de
7,62 para la C
del RI12 con sus respectivas municiones.
A las
11.00 los helicópteros trajeron a la sección de Seguridad. Por la noche,
más precisamente a las 20.00, se estableció un nuevo contacto radial con el
teniente primero Esteban que desde hacía cinco días esperaba en Douglas Paddock
para ser evacuado.
Dado el tiempo transcurrido y la falta de indicios por parte del equipo de rescate, el
valeroso oficial debió insistir con vehemencia dado el riesgo que su
gente corría. Nadie mejor que él para confirmarlo: los ingleses se les
venían encima y a cada minuto el peligro
aumentaba.
Esa
noche se
destacaron nuevas patrullas hacia diferentes puntos y la artillería
procedió a
batir las tierras de Rams Gate y Monte Osborne, sin obtener respuesta.
El tronar de los cañones provocó el consabido pánico entre los
malvinenses cautivos, quienes con creciente
temor habían visto incrementar el número de tropas invasoras. La
angustia se
apoderaba de ellos y el siniestro sonido de las descargas parecía
indicar que
se avecinaban momentos difísiles.
El avance británico
Como dice el
general Thompson en No Picnic, el
hundimiento del “Atlantic Conveyor” había dejado sin carpas a la 3ª Brigada de
Comandos y al Grupo de Tareas Anfibio al mando del comodoro Michael Clapp. La
pérdida de los helicópteros, a bordo del enorme portacontenedores también fue
muy lamentada porque eso dificultaría notablemente los planes que se habían
elaborado junto a su plana mayor. De todas maneras, durante la noche del 24 al
25 de mayo, el equipo de reconocimiento del Batallón D había llegado hasta el
monte Kent, no así el resto de la unidad y eso retrasó la consolidación las
posesiones.
En momentos
en que las avanzadas del Batallón D alcanzaban la estratégica elevación, el
Escuadrón 6 del SBS desembarcaba botes de goma de una de las fragatas y se
dirigía a Puerto Salvador para infiltrase por ese sector y efectuar misiones de
reconocimiento. Su propósito era utilizar las instalaciones de Teal Inlet,
población ubicada al sur del gran brazo de mar que se adentra al norte de la
isla Soledad, como etapa intermedia en la ruta hacia Puerto Argentino.
El plan de
Thompson consistía en lanzar a sus efectivos tras el Batallón D
Aerotransportado junto a la totalidad del Comando 42 y una batería de cañones. La idea era despacharlos en varios vuelos nocturnos para ocupasen las posiciones asignadas después
de los desembarcos. Aquello constituía un proceso mucho más largo y complicado
que el calculado durante la planificación de la operación; una operación sumamente
arriesgada que no dejaba otra alternativa que caminar. Y para ello era
necesario aguardar a la 5ª Brigada de Infantería además de los helicópteros.
A eso se
hallaba abocado Thompson cuando fue llamado desde Northwooda a la Central de Comunicaciones
Vía Satélite recientemente instalada en Bahía Ajax. Se le ordenaba montar nuevamente la descartado ataque a Darwin/Prado del
Ganso y se le exigía mayor celeridad. Como dice el militar inglés acertadamente, la gente en Gran Bretaña
estaba muy nerviosa.
De regreso en
su puesto de mando, Thompson mandó llamar al coronel Herbert Jones y le
planteó la necesidad de volver a planear el ataque al istmo. De esa manera, la 3ª Brigada
quedaba liberada a sus propios medios y no recibiría apoyo
ni ayuda de ninguna índole.
Los británicos sabían que los argentinos tenían
destacadas dos compañías de Regimiento de Infantería 12 más una
sección del 25 y otra del 8 con el posible aditivo de una anfibia y por
esa razón, la pelea iba a ser dura. Además, estaban casi seguros de la existencia
de dos cañones Oto Melara de 105
mm y media docena de antiaéreas de 35 mm pero no estaban muy
convencidos de la presencia de una compañía de ingenieros y helicópteros de
apoyo.
“H” Jones se
dirigió al “Intrepid” para dialogar con los integrantes de una sección del SAS
que el 2 de mayo había atacado el istmo al mando de Holroyd Smith y éstos le
aseguraron que la zona estaba defendida por no más de una compañía.
Una vez de
regreso, dio cuenta de la inminente puesta en marcha de la operación,
detallando todo lo conversado con los comandos. Por su
parte, el teniente coronel Andrew Whitehead recibió instrucciones de abandonar
Bahía Ajax en las primeras horas del 27 de mayo y abordar un LCU (lanchón de
desembarco) para dirigirse a San Carlos y avanzar desde allí hasta Douglas
Paddock, siguiendo la ruta de New House. Al mismo tiempo, se le ordenó a Hew
Pike prepararse para marchar a pie rumbo a Teal Inlet con la Compañía de Comandos 45.
Pike había
hablado con un poblador de San Carlos y este le dijo que el
mejor camino era el que pasaba al sur del cerro
Bombilla, tomando luego al este.
Cuando
Thompson fue notificado de ello, aprobó el cambio de planes y dio libertad a su
subordinado para avanzar por esa ruta.
Los
británicos iniciaron la marcha hacia una de las batallas
terrestres más duras de la guerra, con sus enemigos esperándolos aferrados a
sus posiciones, dispuestos a resistir y disputar el terreno, plenamente
convencidos de la causa que defendían. Tal vez ambos bandos tuviesen razón o
tal vez una de las partes; lo cierto es que quienes debieron haber combatido
por lo suyo, los propios malvinenses, prefirieron
mantenerse al margen y dejar que otros lo hicieran por ellos en una actitud llamativamente pasiva.
La
opinión
pública internacional, atenta al conflicto desde sus inicios, podría
estar dividida
en cuanto a si los residentes de las islas eran británicos (de hecho lo
son) o si los argentinos tenían derecho sobre el archipiélago; lo que no
se
dudaba era que los kelpers eran los verdaderos pobladores y por esa
razón,
debieron empuñar el fusil para combatir junto a los soldados del Reino
Unido en
defensa de su tierra y sus hogares. Sin embargo, salvo un tímido y
prácticamente inexistente atisbo de resistencia, apenas un kelper siguió
a
los ejércitos en su avance hacia Puerto Stanley. Ningún otro hizo nada
pese a la rapidez a la hora de solicitar ayuda a la madre patria.
Centenares de
jóvenes británicos iban a perecer o quedar mutilados por ellos, pero en
lugar
de unírseles, optaron por observar a la distancia, como si se tratase de
simples
espectadores, ajenos a los hechos.
Thompson
también retrasó el adelantamiento del Comando 42 al monte Kent porque no
deseaba helicópteros posados cuando podría necesitarlos para brindar apoyo al 2
de Paracaidistas (Para 2). Por tal motivo, el referido batallón fue advertido
de ello en tanto el Comando 40 enviaba a una de sus compañías para relevar a las anteriores en monte Sussex.
En la noche
del 26 de mayo Herbert Jones guió a su unidad al sur de esa elevación y
continuó avanzando hasta Caleta Camila. Al amanecer (27 de mayo), el
Comando 45 se puso en movimiento desde San Carlos, seguido por el 3 de Paracaidistas (Para 3) que
avanzaba en dos columnas en dirección a Teal Inlet.
En ese
instante, el Para 2 procedía a ocupar las instalaciones de Caleta Camila y allí
decidió permanecer oculto, temeroso de ser detectado por la aviación enemiga o,
como dice Thompson, por sus satélites, una aseveración disparatada pues era
bien sabido que la Argentina
no contaba con ellos.
A las 09.30
de la mañana dos Harrier GR3 bombardearon posiciones en Prado del Ganso. En la
tercera pasada el avión del teniente Robert Iveson fue abatido aunque sería
rescatado después, según se ha dicho. Por su parte, patrullas adelantadas de la Compañía C informaron
sobre asentamientos enemigos en las colinas de Darwin, al sur de Boca House y en
los denominados Contornos 50, al noroeste del istmo. Informaban, además, que
los argentinos se hallaban alerta porque habían abierto un nutrido fuego de
cañones, obligando a los integrantes de la Compañía C a huir presurosamente en busca de cobertura. La batalla de Prado del Ganso estaba
comenzando.
Era le
mediodía del 27 de mayo cuando el Servicio Mundial de la BBC informó que el Para 2
avanzaba hacia Darwin mientras el Comando 45 lo hacía hacia Douglas Paddock y
el Para 3 a Teal Inlet.
Los soldados
británicos se pusieron furiosos al saber aquello porque la reconocida
cadena de radio y televisión estaba dando a conocer el plan de ataque al enemigo, de ahí que, ni bien
finalizó el conflicto, el gobierno le iniciara juicio.
Mascullando
gruesas imprecaciones, el coronel Jones ordenó la dispersión y el
atrincheramiento de su batallón dado que era posible un ataque de la artillería
enemiga, pero los argentinos no respondieron porque en esos momentos estaban
helitransportando a sus reservas estratégicas desde monte
Kent hasta el istmo, a efectos de reforzar sus posiciones. Poco después, su
Compañía C comenzó a recibir el fuego de la artillería británica y eso permitió
a los hombres de Jones alejarse.
Cuando los
comandos se retiraron, se toparon con un Land Rover azul que avanzaba por el
área en misión de exploración. Los ingleses lo detuvieron y a punta de fusil,
obligaron a sus ocupantes a descender. Se trataba de tres soldados argentinos
que no tuvieron tiempo de utilizar la radio y no estaban advertidos de la
situación. Luego de ser reducidos, fueron conducidos hasta el campamento de la
brigada para ser sometidos a interrogatorio.
Una vez en el
puesto el mando, el capitán Roderick Bell, que hablaba correctamente español
(había nacido en Costa Rica donde su padre fue diplomático), los
interrogó y de ese modo, se pudo determinar que las posiciones argentinas se
hallaban en alerta total.
Por la tarde se produjo el ataque de los Skyhawk del capitán Carballo sobre Bahía Ajax,
durante el cual, fue destruida la antena de la estación satelital y perecieron
seis hombres además de resultar heridos otros 27.
Al llegar la
noche, el comando ya tenía preparado el plan de avance, el cual fue
transmitido a Jones para ponerlo en marcha de manera inmediata. Consistía en seis fases que establecían lo siguiente:
1- Patrullas
de la Compañía C
limpiarían el camino de minas, asegurando el paso hacia Burntside Pond y Caleta
Camila.
2- La Compañía A debía
limpiar las instalaciones de Burntside Pond en tanto la B haría lo mismo en los
Contornos 50.
3- La Compañía A limpiaría
Punta Coronación.
4- La Compañía B haría lo
mismo con Boca House y patrullas de la C procederían a hacer lo propio con la pista de
aterrizaje.
5- La Compañía A seguiría
limpiando Darwin mientras las B y D lo haría en Prado del Ganso, reteniendo las
posiciones.
6- Patrullas
de la Compañía C
se apoderarían de Caleta Brodie, procediendo luego a su despeje.
Las unidades
recibirían cobertura y apoyo de la fragata “Arrow”, de la Batería de Comando Nº 8 y de
la Artillería Real
con sus cañones de 105 mm,
más dos morteros de 81 cuyos proyectiles transportaban los fusileros del
batallón. A su vez, dos helicópteros Scout al mando del capitán Jeff P. Niblett
y otros dos Gazelles al del capitán N. Pounds, también brindarían
soporte, lo mismo las dos secciones de Blowpipes del Regimiento 32 de
Proyectiles Dirigidos de la
Real Artillería y su Destacamento Aéreo, que debían cubrir la
línea de cañones.
La compañía
de apoyo del Para 2 tomó posiciones en los flancos, acompañando
a las compañías A y B en su avance. Thompson despachó a su vez al mayor Gullan
del Estado Mayor y al capitán David Constante, oficial de enlace de la Infantería de Marina, adscripto al Para 2, para ponerse a las órdenes de Jones y brindarle la
información necesaria a medida que se fueran desarrollando los acontecimientos.
Por su parte,
la sección de reconocimientos del Escuadrón de Ingenieros 59 del Comando, al
mando del teniente Livingstone, debería limpiar los campos minados, desactivar posibles
trampas cazabobos y destruir el equipo capturado, especialmente en la entrada del
istmo.
Ese día, el
“Alacrity” se aproximó al “Fearless” y traspasó al estado mayor del general
Jeremy Moore, incluyendo al coronel M. J. Anthony Wilson, paso previo a su desembarco. Por la noche, un Sea King de la Escuadrilla 846
transportó tres cañones del Batallón 8 con sus 320 cargas (en un principio, de
acuerdo a lo planificado, iban a ser 200).
“H” Jones
solicitó también el apoyo de tanques livianos Scorpion y Scimitar pero Thompson
rechazó el pedido porque consideraba acertadamente, que los blindados no iban
a poder maniobrar sobre la turba, el fango y los pantanos que se extendían entre
monte Sussex y Puerto Darwin.
Primeras acciones
A las 06.00
(09.00Z) la Compañía C
del Para 2 inició su avance bajo una fuerte lluvia, guiada por el Escuadrón 59
de Ingenieros, precedido a su vez por un batallón al mando del mayor Dair
Farrar-Hockley. Envueltos por la niebla, los soldados de ambos regimientos atravesaron varios arroyos,
hundiéndose en el agua hasta la cintura.
Cuando el
Para 2 se encontraba a 500
metros de Burntside Pond, los argentinos abrieron fuego
produciéndose, de ese modo, el primer contacto entre ambas fuerzas.
Al recibir
los primeros disparos, los británicos se arrojaron al suelo en busca de cobertura
y respondieron disparando sus GPMG.
Sin
dejar de tirar,
los argentinos se replegaron hacia la cercana colina en tanto los
paracaidistas
ametrallaban Burntside Pond creyendo que en su interior se habían
atrincherado varios soldados. Sin embargo, al aproximarse, pudieron
comprobar la presencia de cuatro civiles aterrados, entre ellos dos
ancianas, quienes se salvaron tras arrojarse al piso en busca de
protección. El único herido
en aquella ocasión fue el perro, al ser alcanzado por un perdigón en el
hocico.
Aquello
enfureció a los británicos porque, según la información suministrada por
Inteligencia, la propiedad estaba ocupada por el enemigo y ningún
poblador se encontraba en el área. De todas maneras, no tuvieron
demasiado tiempo
para descargar su ira porque en ese preciso instante la artillería
argentina reanudó
el fuego y al cabo de unos minutos, las balas trazadoras comenzaron a
surcar la región, silbando muy cerca de sus cabezas.
Aquí, en este
punto, es donde comienzan a chocar las versiones ya que, según el libro La batalla por las Malvinas de Hastings
y Jenkins, en Burntside Pond los argentinos tuvieron dos bajas fatales:
Los hombres de Dair Farrar-Hockley avanzaron
rápida y silenciosamente hacia su primer objetivo, Burntside House. Estaban a 500 metros cuando
apareció el enemigo y abrió fuego. Los paracaidistas replicaron con un diluvio
de GPMG, se refugiaron enseguida al pie de la colina para despejar la casa con
fuego de armas livianas y granadas. Los argentinos se habían retirado dejando
dos muertos. Adentro de la casa, aterrorizados y echados en el suelo, hallaron
a cuatro civiles ingleses, dos de ellos mujeres de edad1.
Por
su parte, Patrick Bishop del “Observer” y John Witerow del “The Times”
sostienen en La Guerra de Invierno, capítulo “Síganme”, ¡que
los muertos fueron cuarenta y cuatro!:
Los argentinos resistieron duramente, pero la
relación 3 a
1 en el número de sus oponentes y el mayor poder de fuego de los paracaidistas
los superó.
Y
más adelante agregan:
La mayoría de los defensores argentinos
fueron muertos o heridos en ese ataque. Media hora después la Compañía B atacó al
pelotón que retenía el montículo al oeste de Burntside House, matando a 24
defensores. Los pocos que consiguieron escapar de ambos encuentros fueron
perseguidos por la Compañía
C, la que consiguió matar a otros veinte2.
Se nota a las
claras que estos reporteros manejaban las cifras a su antojo y que eso dio pie
a la versión de la enorme diferencia de bajas que, con el paso de los años, los
mismos británicos se encargaron de desmentir.
Mientras la Compañía B llevaba a
cabo la segunda fase del plan, la A
esperaba agazapada que el fuego de artillería enemigo cesase para iniciar el
avance. En ese momento (era de noche), comenzó a llover con intensidad.
El combate
por el Contorno 50 quedó decidido tras una serie de choques agresivos que se
sucedieron a partir de las 03.00, a cargo de la Compañía B.
La D, por su parte (actuaba como reserva), comenzó a desplazarse entre aquella y la A, trabándose también en
combate. Ahí fue donde los argentinos sufrieron
algunas bajas y si no tuvieron más fue porque los cañones de la fragata “Arrow”
evidenciaron fallas que la obligaron a suspender el fuego.
A las 04.00, la Compañía A comenzó a desplazarse
hacia Punta Coronación pero el fuego de la artillería argentina la obligó a
detenerse, poniendo en peligro los plazos acordados durante la planificación
del ataque. Media hora después, la “Arrow” reparó sus desperfectos y reinició
el cañoneo casi en el momento en que la Compañía A retomaba la marcha a toda carrera y
alcanzaba sus objetivos.
Los
argentinos habían tenido un agitado día 27 y comenzaban a evidenciar su
desacertada estrategia de mantenerse aferrados al terreno; aun así combatían y
estaban dispuestos a resistir.
Entre las
11.30 y las 11.50 del 28 de mayo se produjo un nuevo ataque aéreo y a las
12.40, las posiciones del RI12 comenzaron a escuchar ruido de combates muy intensos
en el sector ocupado por la sección de Exploración; sin embargo, por falta de
radio no se pudo establecer contacto con ella y de esa manera, se perdió la
posibilidad de prestar apoyo.
Se produjo, entonces, un segundo ataque aéreo sin
consecuencia pero la sección desplegada en Caleta Camila al mando del teniente
Carlos Morales fue atacada por un pelotón de tiradores que a las 14.30 la rodeó
y terminó por reducirla. Sobre sus cabezas pasaron varios helicópteros británicos
en dirección a la retaguardia, para desembarcar tropas.
A las 21.00
se combatía intensamente al norte de la Laguna Legna, sobre el camino que conduce a Creek
House. Cincuenta minutos después, el comando superior ordenó al teniente
coronel Piaggi ejecutar un ataque en base a la directiva 507, es decir, al
norte y al sur, pero el mismo quedó sin efecto al iniciarse fuego de
hostigamiento al este de monte Sussex (22.30) con dos cañones de 105 mm adelantados.
Reiniciado el
cañoneo naval sobre las posiciones de la Compañía A
(22.40), se combatía intensamente en
el sector asignado a la sección de Exploración. En determinado momento,
el área fue iluminada por bengalas de alto poder y eso permitió a los
argentinos
concentrar el fuego sobre las avenidas de aproximación y contener
la presión ejercida por las diferentes unidades que avanzaban por allí.
Mientras
tanto, en Puerto Argentino, el Equipo de Combate “Güemes”, con el teniente
primero Esteban a la cabeza, se aprestaba a embarcar en el “Forrest” para
trasladarse a la zona de combate. Sin embargo, cuando estaban a punto de abordar,
una contraorden la detuvo, informándosele al bravo oficial que la operación se
posponía para las 10.00 del día siguiente y que se haría por medio de
helicópteros.
Se intensifican los combates
Con las
primeras luces del 29 de mayo, el Para 2 lanzó su ataque masivo. Los británicos
confiaban en una batalla rápida y de pocas bajas, basándose, posiblemente, en
la suposición de que los argentinos no pelearían pero, lejos de lo imaginado, encontraron
fuerte oposición.
El batallón
se disponía a encarar una difícil batalla, tal vez la más crítica de la guerra
y según Hastings y Jenkins, la de mayor magnitud que enfrentaban los británicos
desde Corea.
Con los
primeros intercambios de disparos, tanto de artillería como de armas livianas,
la balanza comenzó a inclinarse bruscamente contra los británicos debido a que,
mientras estos avanzaban, los argentinos, aferrándose al terreno, los batían con
fuego de artillería para evitar su ingreso al istmo.
La Compañía A del Para 2 inició el avance dispuesta
a iniciar el asalto a Puerto Darwin. Su comandante dejó una sección en Punta
Coronación para que hostigara desde allí con fuego de protección en tanto el
resto se desplazaba hacia el oeste, motivado por la expectativa y
la confianza. Pero para su desazón, se toparon nuemanente con una fuerte resistencia.
Desde las
01.00 (04.00Z) los británicos disparaban sus morteros y la artillería naval
batía las posiciones enemigas en el sector norte, apuntando preferentemente al
Punto 402 y Grantham Hound. En vista de ello, Piaggi ordenó
suspender momentáneamente el fuego y replegar la artillería con la Compañía A para atacar
el monte Cantera.
Una hora y
media después, la infantería británica y la Compañía A del
Regimiento de Infantería 12, al mando del teniente primero Jorge A. Manresa, se
trababan en combate. Esta última se replegó luchando en tanto caía sobre ella fuego
de morteros y armas automáticas proveniente de monte Sussex y Camila Creek,
pero se detuvo a los pocos metros, al encontrar un
terreno propicio en las elevaciones ubicadas al norte del istmo.
Para sorpresa
de los británicos, la batalla se tornaba cada vez más dura. Al fuego enemigo,
la artillería argentina respondía con disparos de mortero de 81 y 120
mm, especialmente sobre la
retaguardia británica, sin poder precisar sus resultados por falta de visores
nocturnos. De todas maneras, hacia las 03.00 (06.00Z), la compañía combatía
estoicamente tratando de no ceder terreno, mientras recibía apoyo de la
artillería.
La falta de comunicación impedía precisar los blancos en aquella
noche cerrada, solo quebrada por los resplandores de los obuses y morteros y
las balas trazadoras.
Como hemos dicho, los
británicos hallaron una fuerte resistencia, sobre todo en las ruinas
de Boca House, donde una sección del RI8 combatía tenazmente, intentando
mantener la posición.
De esa
manera, se vieron atrapados en terreno abierto, lejos de los refugios y con
fuego frontal manteniéndolos a raya. Para colmo, en contra de toda suposición,
los argentinos habían construido sólidas trincheras con techos fuertes y eso
los protegía, no solamente del fuego frontal sino también del ataque de los
Sea Harrier. Como aseguran Hasting y Jenkins en La batalla de las Malvinas, los ingleses pudieron comprobar que las versiones de un ejército argentino desganado y desmoralizado, carecían
de fundamento. “Tantas mentiras que nos
dijeron acerca de que no querían pelear y estaban peleando como leones”3.
El fuego de
artillería de ambos bandos era realmente impresionante y las unidades
británicas no tardaron en sentir sus efectos.
Antes del
amanecer, el teniente coronel Piaggi intentó una maniobra destinada a contrarrestar
la presión enemiga mediante un contraataque tendiente a recuperar el límite del principal campo de combate. Había conversado con
el capellán de su regimiento, el padre Santiago Mora, quien conociendo la
capacidad combativa de algunos de los hombres, le dijo:
-Señor
Teniente Coronel, basado en mi propia experiencia durante la Segunda Guerra
Mundial en Italia, estimo que, por el potente fuego de artillería enemiga que
se recibe más el cansancio de los soldados, será muy difícil sostener las
líneas defensivas. Si Ud. me permite, creo que sería conveniente utilizar la Sección de Tiradores
Especiales, del teniente Roberto Estévez, a la que le reconozco un excelente
espíritu para el combate.
Estévez era
un valeroso joven de 25 años, oriundo de la provincia de Misiones,
profundamente católico y nacionalista que, según el decir de Isidoro Ruiz
Moreno, estaba dotado de una mística militar fuera de lo común. Pese a lo exigente que solía mostrarse con la tropa y consigo mismo, era sumamente
apreciado y respetado por ella, más ahora que estaban bajo fuego.
Para tener
una idea de su personalidad, cuando su batallón fue notificado de que debía
prepararse para tomar parte en la invasión del archipiélago, comenzó a
alistarse con un entusiasmo fuera de lo común en tanto le manifestaba a sus
compañeros, entre ellos, el subteniente Juan José Gómez Centurión, que no
regresaría con vida de las islas.
Antes de abandonar los cuarteles de
Sarmiento, provincia de Chubut, escribió una carta a su padre que es ejemplo
de patriotismo y del orgullo propio de un valiente.
Piaggi
escuchó el consejo y respondió:
-Gracias,
padre, lo pensaré; mis asesores también me dieron el mismo consejo; esta
reserva es lo último de lo que disponemos.
Fue después
de un rápido análisis con los oficiales de su plana mayor, en pleno fragor de
la batalla, que el jefe del RI12 dispuso el contraataque, llamando a su
presencia al mencionado oficial.
-Teniente
Estévez, como último esfuerzo posible, para evitar la caída de la posición
Darwin-Goose Green, su sección contraatacará en dirección noroeste, para
aliviar la presión del enemigo sobre la Compañía A de nuestro regimiento. Tratará de
recomponer, a toda costa, la primera línea. Sé que la misión que le imparto
sobrepasa sus posibilidades, pero no me queda otro camino4.
-¡A la orden,
mi teniente coronel! – respondió Estévez decidido mientras se cuadraba y hacía
la venia.
Piaggi, que
era un excelente oficial, estrechó en un abrazo a su subordinado y le
ordenó partir de inmediato.
Una vez de
regreso, Estévez pronunció una breve aunque emotiva arenga.
-Soldados, en
nuestras capacidades están las posibilidades para ejecutar este esfuerzo final,
y tratar de recomponer esta difícil situación. Estoy seguro de que el desempeño
de todos será acorde a la calidad humana de cada uno de ustedes y a la
preparación militar de que disponen.
Y a continuación,
lanzó la orden que aún hoy todos los que sobrevivieron llevan grabada en sus
mentes, la misma que pronunciaría “H” Jones unas horas después, antes de caer
abatido:
-¡¡Síganme!!
Eran las
07.30 cuando la compañía de tiradores de la primera sección del RI25 al mando
del teniente Roberto Néstor Estévez, inició el contraataque.
Tras recibir
la orden de su jefe, el oficial y sus hombres emprendieron el avance hacia el
noroeste, en dirección a Boca House, donde resistía heroicamente el Regimiento de
Infantería 8.
Estévez llegó
acosado por el fuego enemigo y rápidamente entró en combate, logrando frenar el
avance británico. Lo primero que hizo fue solicitar apoyo al teniente
primero Kishimoto, pues tenía numerosos heridos y debido al cañoneo y la metralla,
no podían sacar sus cabezas de los pozos.
-Para la Sección, sobre las
fracciones enemigas que se encuentran detrás del montículo, ¡fuego! Artilleros,
sobre el lugar, deriva 20 grados, alza 400 metros, ¡fuego! Esté
atento cabo Castro, en dirección a su flanco derecho, puede surgir alguna nueva
amenaza.
El combate se
tornó extremadamente duro, con los británicos disparando desde la costa y los
argentinos resistiendo con tanta firmeza que finalmente, lograron bloquear el
avance y aliviar en parte la presión.
En ese
momento, Estévez recibió un balazo en la pierna derecha
-¡¡Cabo
Castro, me hirieron en la pierna, pero no se preocupe, continuaré reglando el
tiro de la artillería!!
Desoyendo la
indicación de no preocuparse, el cabo Castro solicitó asistencia médica.
-¡¡Enfermero,
atienda al teniente!! – gritó.
En ese mismo
momento, otro disparo le dio a Estévez en el hombro izquierdo.
-¡¡Me dieron
de nuevo, esta vez en el hombro. Cabo Castro no abandone el equipo de
comunicaciones y continúe dirigiendo el fuego de artillería!!
Una
explosión
detrás de su pozo de zorro hizo vibrar la tierra y casi en el
mismo momento comenzaron a llegar espeluznantes gritos de dolor. Cuando
el
oficial se volteó para ver que ocurría vio a un suboficial envuelto en
llamas (lo habían alcanzado por proyectiles incendiarios) el cual pedía
desesperadamente
que alguien lo matara. Minutos después, dejaron de escucharlo.
Con las
bombas silbando y cayendo a su alrededor, el soldado Rodríguez pensó que la
muerte fue lo mejor para aquel pobre hombre.
A través de
la radio, Estévez volvió a insistir sobre el pedido de fuego, comprobando con
preocupación que este no se concretaba. Cuando terminó de hablar, una bala le
perforó el pómulo derecho, arrojándolo de espaldas al barro. Al verlo caer, el
cabo Castro corrió a su lado:
-¡Teniente
Estévez! – gritó zamarreándolo - ¡¡Teniente Estévez!!
Pero el
oficial no respondía. Presa de la ira, Castro se volvió a la tropa y aullando como poseído le gritó:
-¡¡Soldados,
el teniente está muerto, me hago cargo!! – y en momentos en que tomaba la radio
para insistir con el pedido, fue alcanzado por otro disparo que lo mató en el
acto.
Fue el
soldado Fabricio Carrascul quien se hizo cargo del mando.
-¡¡Camaradas,
me hago cargo de la sección, nadie se mueve de su puesto, economicen la
munición y apunten bien a los blancos que aparezcan!!
El
puesto de
mando del teniente coronel Piaggi recibió el angustioso pedido de
Carrascul, solicitando apoyo e informando sobre lo ocurrido, además de
dar cuenta que su
posición se hallaba sometida a un fuego infernal.
-¡¡Me hago
cargo de la sección; necesito órdenes!! – volvió a gritar el soldado a través
del aparato.
Casi
enseguida, los británicos iniciaron movimientos que evidenciaban un repliegue y
entonces Carrascul informó:
-¡¡¡Los
ingleses se repliegan, los hemos detenido y los obligamos a retirarse!!! ¡Viva la Patria!
Lamentablemente
las órdenes no llegaron a ser oídas. Una ráfaga de metralla acabó con su vida,
dejándolo tendido en el fondo de la trinchera.
El soldado
Rodríguez se hallaba agazapado al lado suyo cuando Carrascul cayó abatido.
Incorporándose levemente, se acercó hasta su cuerpo y al hacerlo, vio que un
hilo de sangre corría por su rostro. En ese momento, una inesperada voz llegó
hasta sus oídos sobresaliendo apenas en el fragor del combate.
-Póngase el
casco, soldado.
Era
Estévez,
a quien creía muerto. Al volverse hacia él, el sobresaltado Rodríguez
vio que el oficial agonizaba sobre la turba y poco después murió. Había
caído
como un héroe, defendiendo su posición y con el último aliento de vida,
manifestaba su preocupación por la suerte de un subordinado.
El fuego de
artillería solicitado por Estévez y la firme determinación de su sección de
tiradores logró detener el avance enemigo y forzarlo a retirarse. La misión se había cumplido
y sus cuadros pudieron replegarse para ponerse a cubierto.
A eso de las
08.30 la Compañía A
del RI12 se encontraba disminuida en un 50%. Sus bajas eran numerosas e incluso
había personal extraviado y otro en desordenado repliegue hacia Prado
del Ganso.
Su jefe intentó reorganizarla por todos los medios, en tanto la sección
de
apoyo de artillería se replegaba a las órdenes del subteniente Marcelo
Colombo, ocupando las posiciones abandonadas recientemente por efectivos
de la base
aérea. Desde allí abrió fuego con los morteros de 81 mm, apuntando preferentemente hacia el
norte, por donde el avance enemigo parecía haberse reiniciado.
A todo esto,
los tenientes médicos Juan Carlos Adjigogovich del RI12 y Mendoza de la BAM "Cóndor" recorrían permanentemente
las líneas atendiendo al personal herido. Demostrando mucho valor, el
dragoneante Claudio García del RI8 evacuaba a los más graves en un Land Rover requisado,
exponiéndose peligrosamente al fuego. Algo más allá, hacía lo propio el
teniente de Intendencia Carlos Alberto Colugnatti, transportando víveres y municiones.
A las 09.00,
tres Pucará de la escuadrilla “Nahuel”, al mando del capitán Roberto Arturo
Vila (avión matrícula A-537) e integrada por los tenientes Hugo Eduardo
Argañaráz (avión matrícula A-533) y Roberto Címbaro (avión matrícula A-532),
atacaron posiciones británicas, recibiendo múltiples impactos. Así relató el ataque
el teniente Argañaráz que el día anterior, bajo el indicativo “Pampa”, había
cruzado desde el continente junto al alférez Luis Eugenio Blanchet, guiado por
un Mitsubishi civil, que contaba con navegador tipo:
Nos reunimos en el puesto de comando: cumplía
tales funciones un pozo techado con planchas de aluminio de la pista y cubierto
de tierra. Allí por primera vez, escuché los pedidos de ayuda enviados por la Base “Cóndor” (Puerto
Darwin). Se encontraban rodeados y solicitaban auxilio de cualquier tipo.
Organizamos enseguida una escuadrilla que saldría a hacer apoyo de fuego directo. El jefe era el capitán Vila (Nahuel) el número dos teniente Címbaro (Chino) y el tres, yo (Gaucho). (...)
En vuelo nos comunicamos con "Cóndor" (vicecomodoro Pedrozo), y supimos que la situación había empeorado; acorralados por el enemigo, habían abandonado Darwin, refugiándose en Pradera del Ganso. Desde allí nos informaban donde debíamos atacar.
El blanco se encontraba atrás de una humareda, pasando una loma. A partir de ese momento todo llegó muy rápido. Vi al guía pasar la loma y descargar todos sus cohetes produciendo una gran explosión.
Luego el numeral 2 hizo el mismo procedimiento y salió con un viraje muy cerrado a la izquierda.
Al cruzar yo la loma, se me presentó en la mira una casa y un grupo de hombres que convergían en ella desde varias direcciones. Desde allí vi salir una pequeña llamarada que ascendía velozmente hacia el avión Nº 2, y le grité por radio:
— ¡Dos, le tiraron un misil, cierre viraje!
En segundos, la explosión a escasos metros de la panza. El “Chino” Címbaro los había eludido. (...)
Organizamos enseguida una escuadrilla que saldría a hacer apoyo de fuego directo. El jefe era el capitán Vila (Nahuel) el número dos teniente Címbaro (Chino) y el tres, yo (Gaucho). (...)
En vuelo nos comunicamos con "Cóndor" (vicecomodoro Pedrozo), y supimos que la situación había empeorado; acorralados por el enemigo, habían abandonado Darwin, refugiándose en Pradera del Ganso. Desde allí nos informaban donde debíamos atacar.
El blanco se encontraba atrás de una humareda, pasando una loma. A partir de ese momento todo llegó muy rápido. Vi al guía pasar la loma y descargar todos sus cohetes produciendo una gran explosión.
Luego el numeral 2 hizo el mismo procedimiento y salió con un viraje muy cerrado a la izquierda.
Al cruzar yo la loma, se me presentó en la mira una casa y un grupo de hombres que convergían en ella desde varias direcciones. Desde allí vi salir una pequeña llamarada que ascendía velozmente hacia el avión Nº 2, y le grité por radio:
— ¡Dos, le tiraron un misil, cierre viraje!
En segundos, la explosión a escasos metros de la panza. El “Chino” Címbaro los había eludido. (...)
Disparé todos mis cohetes sobre la casa que
tenía en la mira. En se instante todo se tornó rojo delante de mí; un fogonazo
me hizo cerrar los ojos y sentí la frenada brusca del avión. Tenía gusto a
sangre en la boca, como si me hubieran golpeado la nariz. El avión se invirtió
y quedé cabeza abajo. Entonces comprendí que de la casa me habían lanzado un
misil […] y este había impactado contra los cohetes que yo descargué; en ese
momento, conciente de lo ocurrido, informé a mi guía que me eyectaba, pero me
di cuenta que estaba invertido, a escasos metros del suelo, lo que equivalía a
una muerte segura.
Probé enderezar el avión para mi eyección y
al comprobar que los comandos me respondían normalmente, puse rumbo hacia donde
se había ido el resto de la escuadrilla.
Sentí una gran alegría cuando, a los tres
minutos de vuelo, los divisé, pero ellos no me habían visto e informaban que
volvían dos. Podía escucharlos pero no comunicarme. El radar les decía que
tenían tres aviones en la pantalla de observación.
Por fin, logré salir al aire.
-¡Claro que son tres! ¡El Gaucho también
vuelve!
A
continuación llegó la sección “Bagre” integrada por el capitán Ricardo Antonio
Grunert (avión matrícula A-533) y el teniente Alcides Tadeo Russo (avión
matrícula A-532), el primero de los cuales quedó fuera de servicio tras recibir
cincuenta y ocho impactos en el fuselaje y cuatro en el motor izquierdo.
Diez minutos
después, helicópteros argentinos desembarcaron a 3 kilómetros al este
de Prado del Ganso a los cuadros del Equipo de Combate “Güemes” quienes,
después de pernoctar en Puerto Argentino, se disponían a entrar nuevamente en
combate. Bajo intenso fuego los efectivos, encabezados por el teniente primero
Esteban, se dirigieron a toda prisa en dirección al poblado mientras los
aparatos en los que habían llegado levantaban vuelo y regresaban a la capital llevando
heridos a bordo.
En vista de
la mencionada retirada británica en Boca House, Piaggi creyó poder revertir
la situación si despachaba una sección para tomar las alturas del frente norte.
Para ello habló personalmente con Esteban solicitándole que su compañía
constituyese una primera línea en el sector central de las posiciones
originales de la Compañía A,
explicando que en 3000
metros al frente no había enemigos porque los ingleses se
replegaban batidos por la artillería.
Esteban
alistó a su gente y la formó en dos columnas poniendo una a su mando y la otra
al del subteniente Juan José Gómez Centurión, pronunciando luego una breve
arenga e impartiendo algunas directivas.
Los hombres
de Seineldín se pusieron en marcha con la sección de Gómez Centurión bordeando
la costa. Lloviznaba y la bruma dificultaba la visión pero los efectivos
siguieron avanzando, con el sonido de la batalla atronando los alrededores.
Gómez
Centurión despachó una partida de avanzada al mando del cabo Oviedo con órdenes
patrullar el área que se extendía delante. El subteniente, oriundo de San Juan,
hijo de un general de la nación, estaba ansioso por conocer la suerte
de su amigo, el teniente Estévez, pues se negaba a pensar que le pudiese haber
pasado algo y, mucho menos, que pudiese estar muerto.
La sección terminaba
de pasar el edificio del gran colegio de Prado del Ganso cuando regresó a todo
correr la gente de Oviedo informando que el enemigo avanzaba por el camino.
La muerte de “H” Jones
El teniente
coronel Herbert Jones decidió reiniciar el ataque lanzándose al asalto en Boca
House. Cuando la Compañía A
se puso en marcha bajo la cobertura del Pelotón 3, comenzó a moverse una vez más
sobre terreno descubierto. El desplazamiento fue advertido por Dair Farrar-Hockley, quien se
encontraba ubicado frente a las colinas, tal como después informó.
Lo que en
realidad ocurría, era que la columna avanzaba dividida en dos, en forma
paralela al camino costero, junto a una extensión de alambrados y eso
la puso al a la vista de Gómez Centurión cuyos hombres habían tomado ubicación
en las inmediaciones y aguardaban cuerpo a tierra observando atentamente a los
efectivos que se aproximaban. Ignoraban de quienes se tataba pero podían percibir su avance seguro sobre los campos minados.
Cuando la columna
británica se encontraba a menos de 150 metros de distancia, los argentinos
abrieron fuego y varios hombres cayeron mientras el resto se arrojaba al suelo
buscando protección.
Los
británicos respondieron pero, evidentemente, reinaba la confusión en sus
filas porque lo hacían al azahar. Los argentinos estaban ubicados en una
posición ventajosa y pese a la poca visibilidad, efectuaban un fuego
violento y
certero que inmovilizó a sus oponentes. Los hombres de Jones estaban
atrapados en un
verdadero cuello de botella y eso les impedía cualquier tipo de
movimiento. Y para paor, no podían accionar sus morteros porque corrían
el riesgo de abatir a su
propia gente.
Valiéndose de un lanzador Instalaza, los
argentinos dejaron caer proyectiles de fósforo blanco (tres en total) y dispararon los cohetes descartables
capturados a los ingleses en los cuarteles de Moody Brook tras la toma de
Puerto Argentino.
Fue al cabo
de veinte minutos de intensa lucha, que el fuego cesó y el
silencio se apoderó de los alrededores.
Por sobre la
bruma, Gómez Centurión alcanzó a ver las siluetas de tres hombres que parecían
agitar sus cascos. Evidentemente, les estaban haciendo señas.
Los soldados
se incorporaron con cautela y comenzaron a avanzar alzando sus fusiles
con el brazo derecho y sus cascos con el izquierdo. Gómez Centurión ordenó a su
gente no disparar en tanto los británicos seguían acercándose muy lentamente. A
mitad de camino, se detuvieron y solo uno de ellos siguió, era “H”
Jones.
El británico
se desvió un poco para atravesar el ángulo del alambrado por el cual se accedía al potrero, demostrando una vez
más, que el enemigo conocía de sobra la ubicación de las minas.
Gómez
Centurión se incorporó y esperó. El sargento García y uno de sus soldados
hicieron lo mismo y al cabo de unos segundos, echaron a andar con cautela en dirección al inglés. En un
punto, a mitad del camino, el subteniente les ordenó detenerse.
-A partir de
aquí sigo yo – dijo.
Estaba seguro que el inglés venía a rendir su pelotón o a pedir la evacuación, cosa que
no permitiría bajo ningún punto de vista, pero su asombro no tuvo límites
cuando una vez frente a frente, el anglosajón comenzó a hablar.
-Soy el jefe
de los paracaidistas – dijo mientras se colocaba el casco – exijo la rendición
de su unidad. Tiene todas las garantías de que serán tratados de acuerdo a la Convención de Ginebra.
Al percatarse de la treta, Gómez Centurión estalló indignado, presa de viva furia.
-¡¡Hijo de
puta!! – respondió en inglés - ¡¡Te doy dos minutos para volver con tu gente
antes de ordenar abrir fuego!!
-¡Tranquilo,
tranquilo! – respondió Jones intentando serenar a su oponente en tanto subía y
bajaba la mano izquierda pidiendo calma.
-¡Solo dos
minutos! – volvió a decir el argentino – !!Fuera de aquí!!
Sin decir
más, dieron ambos media vuelta y se retiraron hacia sus respectivas líneas
decididos a reanudar el combate. Los británicos habían aprovechado el alto el
fuego para efectuar un cambio de posiciones (algo
deshonroso en términos militares) y al ver que las conversaciones fracasaban,
abrieron fuego cuando Gómez Centurión se hallaba a unos diez metros de su
gente.
Maldiciendo y
lanzando imprecaciones, el oficial argentino giró y disparó, reiniciándose el
enfrentamiento con mucha más violencia.
Jones
atravesó el alambrado y se reunió con su gente para organizar el
contraataque. Reiniciada la lucha, aferró con fuerza su Sterling,
seleccionó a tres hombres y les ordenó seguirlo. Los paracaidistas
corrieron en dirección a Boca House, con la intención de neutralizar una
MAG que disparaba con fiereza desde ahí. Con los proyectiles de
artillería estallando aquí y allá, enfilaron con decisión sin percatarse
de que unos metros delante había una trinchera con tres efectivos del
Regimiento de Infantería 12 y a un costado un pozo de zorro donde se
encontraban ubicados el soldado Oscar Ledesma a cargo de otra MAG, sus
abastecedor, Osvaldo Pecchio y los conscriptos Guillermo Huricapán y
Jorge Osvaldo Testoni.
El primero vio avanzar a los ingleses y se sorprendió al notar que los
del RI12 no habían notado su presencia. Se lo comentó a Huricapán y este
le advirtió que nada podían hacer porque de lo contrario, el enemigo
los detectaría.
Desesperado, Ledesma le pidió a Pecchio la caja de 600 municiones que tenía detrás.
-¡¡Osvaldo, tirame las municiones!! - le gritó.
-¡¡No puedo –respondió aquel agitado–, me van a matar!!
Al escuchar eso, Ledesma amartilló su pistola y apuntándole a su compañero, lo amenazó con disparar.
-¡¡Tirame las municiones, hijo de puta, o te mato yo!!
Volviendo en sí, Pecchio tomó la caja y se la alcanzó. Ledesma la tomó con una de sus manos y procedió a cargar la ametralladora mientras las trazadoras silbaban a su alrededor. Seguido por Huricapán y Testoni, se arrastró varios metros hacia adelante y una vez posicionado, ubicó el arma y apuntó. En ese momento, el combate pareció cobrar intensidad; la artillería, los obuses, las bazookas batían la zona y las armas livianas del enemigo casi no les permitían levantar la cabeza. Era impresionante escuchar los estampidos pero más aún la onda calórica de las trazadoras cuando pasaban a milímetros de sus rostros. Al oprimir el percutor, Ledesma se dio cuenta que la ametralladora se le había trabado.
-¡¿Qué pasa Oscar –le preguntó Huricapán–, tirá de una vez?!
-¡No puedo –dijo el cordobés–, está trabada!
Era desesperante ver a los ingleses avanzar hacia los correntinos del 12 y no poder hacer nada, pero mucho más percibir al enemigo moviéndose detrás mientras sus cañones batían con fuerza el sector. Según algunas versiones, el propio Ledesma destrabó la ametralladora pero el soldado contó, años después, que fueron dos sargentos que llegaron hasta donde se encontraba quienes lo hicieron. Un trozo de vaina se había atascado en la uña extractora y por esa razón fue necesario utilizar una pinza para quitarla y ponerla nuevamente en funcionamiento. Cuando el soldado estuvo en condiciones de disparar, notó que a escasos 37 metros a su izquierda, Jones y sus hombres alcanzaban un pozo de zorro ocupado por dos soldados que acababan de agotar sus municiones. Al ver los rostros desencajados de aquellos, Ledesma oprimió el obturador y abrió fuego, abatiendo al oficial británico que corría en primer lugar. “H” se detuvo, se llevó una mano a la cintura y cayó hacia atrás, lanzando un alarido. Ledesma creyó que estaba buscando una granada y sin pensarlo dos veces levantó el arma y tiró por segunda vez, abatiendo al paracaidista. Justo en ese momento los británicos tiraron bombas de humo para facilitar su avance sin imaginar que el viento cambiaría y los dejaría al descubierto. Ledesma volvió a accionar la MAG y tumbó al portador de la radio, forzando al resto de la sección a buscar cobertura. Eran las 06:30 del 28 de mayo y Darwin aún resistía.
Al ver caer a su jefe, Dair Farrar-Hockley corrió a socorrerlo pero el fuego de las ametralladoras argentinas se lo impidió. Jones recibió una nueva descarga cuando el cabo Melia, del Batallón de Ingenieros Reales caía mortalmente herido sobre la turba.
-¡¡Osvaldo, tirame las municiones!! - le gritó.
-¡¡No puedo –respondió aquel agitado–, me van a matar!!
Al escuchar eso, Ledesma amartilló su pistola y apuntándole a su compañero, lo amenazó con disparar.
-¡¡Tirame las municiones, hijo de puta, o te mato yo!!
Volviendo en sí, Pecchio tomó la caja y se la alcanzó. Ledesma la tomó con una de sus manos y procedió a cargar la ametralladora mientras las trazadoras silbaban a su alrededor. Seguido por Huricapán y Testoni, se arrastró varios metros hacia adelante y una vez posicionado, ubicó el arma y apuntó. En ese momento, el combate pareció cobrar intensidad; la artillería, los obuses, las bazookas batían la zona y las armas livianas del enemigo casi no les permitían levantar la cabeza. Era impresionante escuchar los estampidos pero más aún la onda calórica de las trazadoras cuando pasaban a milímetros de sus rostros. Al oprimir el percutor, Ledesma se dio cuenta que la ametralladora se le había trabado.
-¡¿Qué pasa Oscar –le preguntó Huricapán–, tirá de una vez?!
-¡No puedo –dijo el cordobés–, está trabada!
Era desesperante ver a los ingleses avanzar hacia los correntinos del 12 y no poder hacer nada, pero mucho más percibir al enemigo moviéndose detrás mientras sus cañones batían con fuerza el sector. Según algunas versiones, el propio Ledesma destrabó la ametralladora pero el soldado contó, años después, que fueron dos sargentos que llegaron hasta donde se encontraba quienes lo hicieron. Un trozo de vaina se había atascado en la uña extractora y por esa razón fue necesario utilizar una pinza para quitarla y ponerla nuevamente en funcionamiento. Cuando el soldado estuvo en condiciones de disparar, notó que a escasos 37 metros a su izquierda, Jones y sus hombres alcanzaban un pozo de zorro ocupado por dos soldados que acababan de agotar sus municiones. Al ver los rostros desencajados de aquellos, Ledesma oprimió el obturador y abrió fuego, abatiendo al oficial británico que corría en primer lugar. “H” se detuvo, se llevó una mano a la cintura y cayó hacia atrás, lanzando un alarido. Ledesma creyó que estaba buscando una granada y sin pensarlo dos veces levantó el arma y tiró por segunda vez, abatiendo al paracaidista. Justo en ese momento los británicos tiraron bombas de humo para facilitar su avance sin imaginar que el viento cambiaría y los dejaría al descubierto. Ledesma volvió a accionar la MAG y tumbó al portador de la radio, forzando al resto de la sección a buscar cobertura. Eran las 06:30 del 28 de mayo y Darwin aún resistía.
Al ver caer a su jefe, Dair Farrar-Hockley corrió a socorrerlo pero el fuego de las ametralladoras argentinas se lo impidió. Jones recibió una nueva descarga cuando el cabo Melia, del Batallón de Ingenieros Reales caía mortalmente herido sobre la turba.
Con Jones agonizando, un proyectil dio en la cabeza del soldado Tuffen, de 17 años, matándolo en
el acto. Sus compañeros
corrieron desesperadamente tratando de mantenerlo despierto y evitar que
entrase en coma cuando uno de ellos, el soldado Worrall, recibió al
menos dos impactos. Los cabos Prior y Albols intentaron
socorrerlo, exponiéndose valerosamente al fuego pero el primero fue
abatido y el
segundo fue forzado a arrojarse al suelo. Al verlo caer, su amigo, el
cabo
Hardman, se desesperó y se lanzó hacia él pero una bala le destrozó la
cabeza,
acabando con su vida.
Mientras
tanto, la batalla crecía en intensidad. La sección de Gómez Centurión ya tenía
cinco muertos y varios heridos en tanto los británicos cuatro y dos heridos
graves, uno de ellos, agonizante.
Gómez
Centurión ordenó al sargento García escoger a dos soldados para efectuar un
rodeo de las posiciones enemigas y batirlas desde la retaguardia y en cumplimiento de la directiva, aquel
seleccionó a los soldados Ricardo Andrés Austin y José Luis Allende, al frente de los cuales, partió a
cumplir la orden.
Alcanzaron juntos
la posición pero al llegar al lugar fueron tiroteados y cayeron heridos.
El cambio de
posición efectuado durante el alto el fuego había beneficiado a los ingleses
porque eso les permitió superar el cuello de botella y tomar ubicación en un
sector más apto del terreno. La situación de los argentinos se comenzó a
complicar, acosados desde el campo sin minas próximo a las elevaciones, de ahí
la necesidad de efectuar un desplazamiento a una posición menos ventajosa,
en busca de cobertura.
Por el lado
británico, el capitán Chris Dent, intentó abrirse paso hacia las colinas cumpliendo una orden de Farra-Hockley, pero murió al
recibir fuego de metralla durante el avance. Casi al mismo tiempo, pereció el
capitán D. A. Word, hecho que movió al cabo Todd a solicitar autorización para
evacuar la posición y retroceder hasta el punto de partida.
La versión
que durante años sostuvieron los británicos, la de un Jones temerario, pereciendo al frente de sus hombres cuando
avanzaba contra un nido de ametralladoras, es inexacta
y a sido desmentida por estudios posteriores efectuados en el mismo Reino
Unido. Incluso se ha debatido su actuación hasta tal punto que su
condecoración póstuma fue cuestionada por varios integrantes de las fuerzas armadas
británicas, uno de ellos el oficial del Para 2 y
teórico militar Spencer Fitz-Gibbon quien escribió en 1995 que, a pesar de su
indudable valor, Herbert Jones hizo más para impedir la victoria de la unidad a
su mando que para obtenerla. Según su análisis, el aludido oficial perdió de
vista el panorama general de la batalla e impidió a los jefes de las
subunidades ejercer la misión de comandos a causa de su impaciencia y su
dramática pretensión de intentar llevar adelante “su propia hazaña”, superando la posición en la que había quedado atascado.
La Compañía A del RI25 comenzó a ser atacada con
cohetes de 66 mm
y armas automáticas. Por entonces, el puesto de “H” fue ocupado por el
mayor Chris Keeble, que procedió a cumplir el pedido que recibió por radio,
pidiéndole que se hiciera cargo del pelotón lo antes posible, temerosos de que,
al ver a su jefe muerto, cundiera el desánimo entre la tropa.
Un cohete
disparado por el cabo Abols impactó dentro de una casamata ocupada por gente
del RI8, silenciándola en el acto. De ese modo, una a una, las trincheras
comenzaron a caer en poder del Para 2 en tanto el número de heridos crecía de
manera alarmante.
Pese a la
inyección de morfina que se le había aplicado, Jones agonizaba, razón por la
cual se solicitó a San Carlos un helicóptero para evacuarlo de manera
inmediata. A través de la radio, se informó que el pedido no iba a poder ser
satisfecho pero ante la insistencia por parte de Farrar-Hockley, se despacharon
dos Scouts, el matrícula XP902 piloteado por el capitán Jeff P. Niblett y el
sargento J. W. Glaze y el XT629 tripulado por el teniente Richard Nunn y el
sargento Bill A. Belcher como artillero.
Mientras el combate se desarrollaba en tierra, a las 11.30 (14.30Z) llegó desde Puerto Argentino la sección “Sombra” integrada por los Pucará de los tenientes Miguel Ángel Giménez (avión matrícula A-537) y Roberto Címbaro (avión matrícula A-532), con la misión de atacar Camila Creek.
Los aparatos
aparecieron a baja altura, después de bordear las islas y una vez sobre los
objetivos, detectaron a los helicópteros que se desplazaban con rumbo 020 en
dirección a Darwin. Giménez consultó a la BAM “Cóndor” si había aeronaves propias en la
zona y el operador de radio le dijo que no.
-¡Negativo!
¡Negativo! ¡¡Derríbenlos!!
Giménez
impartió instrucciones y ambos se lanzaron al ataque. Durante la corrida de
aproximación, los helicópteros se percataron de la presencia enemiga e
iniciaron maniobras de evasión, uno hacia el este y otro al oeste.
Címbaro
se
abalanzó sobre el XP902 que escapaba en la última dirección en tanto
Giménez, comenzó
a perseguir al XT629, cuando volaba bajo en dirección a Puerto
Argentino. El Scout
del capitán Niblett efectuó maniobras para evadirlo pero no pudo evitar
las ballas de Címbaro. Sin embargo, sus movimientos bruscos complicaron
el
ángulo de tiro de su perseguidor y el Scout logró zafar.
Giménez,
mientras tanto, seguía al teniente Nunn y cuando lo tuvo en la mira, abrió
fuego.
Aquí se
produce un cruce de versiones. De acuerdo con algunas versiones, el derribo fue obra de Giménez, según otras,
incluyendo al mismo piloto, el mismo lo provocó su numeral.
Según
refieren los autores de Malvinas. La Guerra Aérea (Falklands. The Air War), el sargento
Belcher fue alcanzado por un proyectil de 20 mm que prácticamente le arrancó la pierna
derecha y balas 7,62 que le dieron en la espinilla izquierda. Su compañero
Nunn recibió un disparo directo en el pecho que lo hirió de muerte. El aparato
comenzó a caer y se estrelló una milla al sudeste de Camila Creek.
Nunn intentó
por todos los medios dominar el suyo pero no lo logró.
Al pasar sobre los retos del helicóptero, el
teniente
Címbaro alcanzó a ver a Belcher saliendo de entre la masa de hierros
retorcidos y por esa razón, supuso que la máquina abatida era el XP902,
contra la que había
disparado. Sin embargo, la misma volaba prácticamente indemne hacia San
Carlos,
solicitando auxilio radial para sus malogrados compañeros.
Belcher logró
arrastrarse por la turba y con mucha dificultad se alejó de las llamas. Tenía
una pierna prácticamente arrancada, doblada en un ángulo imposible y la otra
gravemente lastimada. Fue un milagro que saliese vivo de aquel infierno. Haciendo un esfuerzo supremo extrajo una
jeringa y clavándola en su pierna izquierda (a
la otra la daba por perdida) se la aplicó una dosis de morfina. Si bien experimentó algo de alivio, los dolores
siguieron siendo tremendos.
Iba a ser el
Gazelle XX413, piloteado por el capitán N. Pounds y el cabo J. S. Woods el que
lo localizaría horas después5.
Cuando Keeble tomó el mando, la Compañía A del Para 2 se encontraba en sus posiciones, no así la B que se batía en dura batalla.
Los
paracaidistas británicos seguían avanzando trinchera por trinchera, disparando
sus mortales cohetes antitanque sin dejar de recibir fuego y sufrir bajas.
Donde caía uno de esos proyectiles, nadie sobrevivía.
Por
entonces,
Gómez Centurión se hallaba en una situación extremadamente comprometida,
sin otra opción que ordenar el repliegue hasta el edificio del colegio,
situado 2 kilómetros
detrás de su posición. Iniciado el mismo, cayó herido el cabo Fernández a quien
sus compañeros intentaron llevar a la rastra, sin conseguirlo.
Gómez
Centurión evaluó la situación y viendo que el traslado de Fernández ponía en
peligro a su gente, decidió dejarlo allí, sobre el terreno, lo más a cubierto
posible y seguir adelante, no sin antes asegurarle que volvería por él. El
bravo porteño cumpliría su promesa al pie de la letra.
En ese
momento, el fuego de la artillería argentina logró detener a los británicos,
facilitando la retirada de los hombres del RI25 hacia Bahía Carcass. Dejaban
siete muertos y cargaban una docena de heridos, muchos de
ellos graves.
Las
tropas
británicas que avanzaban a través de las trincheras eran testigo de
verdaderas
escenas de horror. El sargento Ian Aird vio a un soldado argentino al
que le
faltaba media cabeza; en otros pozos, espantosos cuadros de cuerpos sin
extremidades o con las entrañas al descubierto daban cuenta de lo duro
del combate y que los defensores del istmo no se habían movido de sus
posiciones.
Cuando
descendían por las lomas, los británicos quedaron al descubierto y las balas
argentinas alcanzaron al soldado James Street que se desplomó gravemente
herido. Su compañero Hull, comenzó a aullar cuando la metralla le perforó los
riñones y mientras se revolcaba desesperadamente sobre la turba, corrieron a
socorrerlo el cabo Leonard Stanish y los soldados Stephen Illingsworth y Andy
Brook. El primero cayó muerto al recibir un disparo en la garganta y los dos
restantes buscaron cobertura en los alrededores. El reportero
Robert Fox de la BBC
lloraba por la tensión en tanto, los helicópteros sobrevolaban la zona llevando
heridos de ambos bandos a Bahía Ajax, donde eran atendidos por el cuerpo médico
de Rick Jolly.
Llovía
intensamente en el istmo cuando el capitán David Word fue abatido por las
ametralladoras que la
Compañía A del RI12 disparaba desde Boca House.
Dada la
intensidad del fuego, los británicos intentaban mantenerse permanentemente en
movimiento, evitando detenerse en un mismo lugar. Los soldados estaban
cubiertos de barro y sus uniformes se hallaban empapados, aumentando el peso
del equipo que transportaban.
En la
retaguardia, helicópteros livianos Scout, Gazelle y Wasp depositaban municiones
que traían desde San Carlos al tiempo que la Compañía B al mando de Cross Land, seguía debatiéndose en dura batalla al oeste.
La unidad intentaba llegar a las ametralladoras que el RI8 montó en las
ruinas de Boca House para rechazar cualquier intento de desembarco por ese
sector, las cuales, vueltas hacia tierra firme constituían un arma tremendamente
letal. Según Hastings y Jenkins, los argentinos lucharon encarnizadamente hasta
agotar la munición.
Puerto Darwin
había sido capturado pero la lucha seguía.
Cuando las compañías iniciaron la marcha a Prado del Ganso, el capitán Crossland ordenó al Pelotón 5 abrir
fuego de apoyo desde las elevaciones que ocupaba al sur, ocasionando numerosas bajas.
En el
edificio del colegio, el combate se tornó más encarnizado a causa de la férrea
resistencia de los nidos de ametralladoras. El fuego era extremadamente preciso
y concentrado pero los ingleses comenzaron a neutralizarlo utilizando sus
mortíferos misiles antitanque.
En el fragor
del combate, comenzó a agitarse una bandera blanca y los británicos
suspendieron el tiroteo. Decidido a parlamentar, el teniente Jim Barry se
incorporó y comenzó a avanzar, acompañado por dos soldados. Cuando hacían señales de que todo estaba ok, desde el
edificio escolar alguien abrió fuego y los tres hombres fueron muertos. “Nunca te fíes de un argie” publicaría
con grandes titulares el sensacionalista “The Sun” al conocer la noticia en
Londres. Sin embargo, los autores británicos, entre ellos el general Thompson,
no creen que haya sido un acto deliberado, sino producto de la enorme
tensión, la confusión imperante y la densa niebla que en esos momentos cubría
el área, dificultando la visión.
Lo más probable es que no todas las posiciones
argentinas hubieran sido alertadas a tiempo en cuanto al alto el fuego y desde
alguna de ellas se hubiera disparado sobre Barry y su gente6.
Lo
cierto es que aquello enfureció a los británicos que, en esos momentos,
después
de diez horas de combate, no estaban de humor para reflexionar. El
edificio fue arrasado con granadas de fósforo y M79, quedando convertido
en una inmensa hoguera de la que nadie salió vivo. Cuando los
paracaidistas ingresaron en su interior, se encontraron con una masa de
cuerpos
informes, completamente calcinados y como era imposible evacuarlos, allí
quedaron hasta el fin de la batalla.
A las 11.10
horas, la colina Darwin fue totalmente ocupada por el Para 2, que avanzaba
cubierto por las GPMG y las LAW de 66 mm
de su sección de apoyo. Muchos de sus efectivos lo
hacían armados con fusiles FAL tomados a los argentinos en los combates
anteriores, después de arrojar a un lado sus poco efectivas ametralladoras
Sterling.
Las compañías
C y D se reorganizaban bajo el fuego de la artillería enemiga y los helicópteros
recogían heridos en Puerto Darwin cuando aparecieron dos Skyhawk por el oeste, para
atacar a la Compañía D.
Uno de ellos,
piloteado por el capitán Guillermo Donadille, reparó en el Sea King matrícula
ZA292 del teniente Nigel North y con él en la mira oprimió el obturador,
perforando su fuselaje en varios puntos. De haber impactado su caja de
engranajes y el sistema hidráulico, lo hubiera abatido.
Para alejarse
del peligro, North se dirigió a San Carlos en tanto los atacantes lo hacían
rumbo al continente, pasando cerca de otros tres Sea King que volaban hacia
Douglas Paddock con una carga de mochilas Bergen para el Comando 45.
Cuando los
Skyhawk atacaban, despegaba de Puerto Argentino una nueva sección de Pucará
(indicativo “Fénix”), tripulada por el primer teniente Juan Micheloud (avión
matrícula A-536) y el teniente Miguel Ángel Cruzado (avión matrícula A-555),
armados con bombas, cohetes, cañones y napalm.
Veamos como
relata el primero las incidencias de su vuelo:
No se apagaba la luz de “prohibido decolar” con
ninguno de los procedimientos normales, pero como el funcionamiento era
aparentemente correcto, decidí salir igual. [...]
estaba completamente cubierto y el viento era de moderado a fuerte aunque bien
orientado. No habría más de 150
metros de techo. [...] Íbamos, con unos 10
metros, sobre el ondulado terreno, lo que hacía un poco
dificultosa la orientación.
Era una navegación prácticamente de memoria ya que
lo característico y reducido del terreno hacía fácil su reconocimiento pero, el
no poder ver la Cordillera
de Rivadavia, nos restaba lo valioso de esta magnífica referencia rocosa.
Contribuyó también a desorientarme un poco, una ventana abierta en el horizonte
por donde se colaba el rojo resplandor de la puesta del sol y se la atribuí al
incendio de la escuela de Darwin que había escuchado antes de la salida.
[...] no tardaría en darme cuenta del desacierto
cuando, a unos diez grados a la derecha, se notaba claramente el caserío de
Goose Green y la agonizante columna de humo un poco más atrás. Nos abrimos
hacia la izquierda para entrar sobre la línea de avance enemiga, en forma
transversal, dejando a la escuela a la derecha.
Llegaron al
istmo desde el noreste, inmediatamente detrás de los Skyhawk, volando bajo un
techo de nubes grises que no superaba los 15 metros.
Cuando los
ingleses los vieron se zambulleron a la turba y se cubrieron. Los Pucará
dispararon sus cohetes y arrojaron sus cargas de napalm, generando un
incendio aterrador. Las bombas pegaron muy cerca de donde los
paracaidistas se hallaban
agazapados, dejándolos literalmente “cagados de miedo” según lo
manifestó uno de ellos después de la guerra.
Cuando efectuamos la corrida final esperaba
encontrarme con el grueso de las tropas, pero eran esporádicos grupos de cinco
a diez hombres, y muy aislados. Me di cuenta, enseguida, que estábamos pasando
por la retaguardia enemiga. Continuamos con la trayectoria que llevábamos al
frente para, en un nuevo ataque, separado del primero por unos minutos, entrar
sobre las posiciones que por VHF nos estaban indicando. Estas estaban referidas
a una depresión, en forma de valle, entre Goose Green y la escuela.
Efectuamos una entrada, desde el noroeste, sobre
el agua y muy bajos. A pesar de la falta de obstáculos, confiaba en tener algo
de sorpresa por la escasa luz y el viento en contra que no delataba nuestros
ruidos. Próximo a la costa, levanté más para ver algo, sólo unas figuras que se
recortaban sobre el terreno, nada más. Puse rumbo hacia ellas buscando otro
blanco más significativo y, una vez en distancia de tiro, abrí fuego con
cañones. Se acabaron las siluetas y pese a la proximidad nada más se podía
apreciar, sí en cambio, que comenzaban a venir hacia mí, desde el frente y muy
lentamente al principio, un enjambre de trazantes.
La ráfaga de cañones cesó indicando que se
habían trabado. El tiempo para llegar hasta el blanco parecía una eternidad sin
el propio fuego protector. Fue imposible ver algo. Esto ya me había ocurrido en
San Carlos, cuando la tropa se inmoviliza y aferra al terreno resulta muy
difícil de ver, aún más teniendo en cuenta la hora.
En momentos
en que el teniente Micheloud abría fuego, el teniente Cruzado enfilaba
directamente al objetivo. Durante la corrida, vio que algo se movía
sobre la superficie por lo que, elevándose unos cuantos metros, hizo una ráfaga
de cohetes y siguió.
-¡¡Siga
tirando, siga tirando que están ahí!! – gritaba alguien a través de la radio.
Cruzado accionaba
sus cañones cuando numerosos impactos acribillaron su avión. Agradeció a Dios el increíble poder de
absorción de los Pucará porque, de la manera que le estaban pegando, parecía
que en cualquier momento se iba a desintegrar.
Como
el
grueso de los disparos venía del lado derecho, viró hacia la izquierda e
inició
maniobras de evasión pero enseguida notó que los mandos no le respondían
y para peor, comenzaba a caer en picada. Sin esperar más, accionó su
asiento eyector y salió como un bólido, cuando se encontraba a solamente
10 metros del suelo.
Cinco
segundos después sintió que pendía de su paracaídas y que caía
rápidamente a tierra.
En su retina llevaba todavía la imagen del Pucará pasando debajo suyo
desprendiendo humo y el agujero de la cúpula, por donde había salido
despedido.
Los ingleses
seguían disparándole al avión cuando el piloto golpeó contra la turba.
El envión lo
hizo rodar y enredarse en las correas del paracaídas pero sabiendo
al enemigo cerca, se levantó e intentó correr. Al hacerlo, se complicó
aún más y volvió a caer y al alzar la vista, vio junto a él a dos
ingleses que le daban órdenes a los gritos mientras le apuntaban con sus armas.
Varios más corrían en esa dirección.
Ignorando la
suerte de su compañero, el primer teniente Micheloud batía las posiciones
enemigas con sus bombas y cañones.
Sobre el punto que había visto movimientos en
la entrada final, comencé a apretar el pulsador de bombas, una y otra vez,
muchas más que las necesarias, pero me quería asegurar que saldrían. Sentí
varios impactos en mi avión, me agaché un poco más y con la potencia a pleno
que traía, seguí al frente unos segundos más donde puse un suave viraje por
izquierda para ver si habían explotado las bombas, a la vez que escucho por
VHF: ‘¡muy buenas bombas!’. No atiné a otra cosa que llamar a mi numeral para
saber cómo salió pero no tuve respuesta. Sólo al repetirlo varias veces me
contesta un operador de la base Cóndor para decirme que se había eyectado.
Con fallas en un motor y varias luces de
alarmas encendidas, emprendí el regreso. Un helicóptero propio que estaba en
vuelo, próximo al lugar, me alertó y prometió cubrir mi regreso por si lo
necesitaba.
Aterricé bajo alerta roja, me aguardaba el
mayor Argente y el jefe del escuadrón, quienes me dieron un abrazo. [...] No
tuvimos respuesta al principal interrogante sobre la suerte corrida por el
teniente Cruzado.
El que
también se había perdido era el teniente Miguel Ángel Giménez. El piloto entrerriano volaba guiado por la
BAM “Cóndor” por fallas en su instrumental hasta que la torre
de control perdió contacto con él.
Al aterrizar
en Puerto Argentino, el “Chino” Címbaro esperaba ver a su líder y al no
hallarlo, preguntó por él. Nadie sabía nada salvo que se había cortado la
comunicación mientras la torre lo guiaba. Ignoraban todos que debido al mal
tiempo y la escasa visibilidad, Giménez se había estrellado contra el Cerro
Azul (Blue Mountains), pereciendo instantáneamente. Su cuerpo sería hallados
cuatro años después, entre los restos retorcidos de su avión7.
Los ingleses ayudaron a Cruzado a incorporarse, lo revisaron minuciosamente y después de despojarlo de su equipo de supervivencia, su cuchillo y su revolver, lo condujeron hasta las posiciones enemigas, para someterlo a interrogatorio. Cuando caminaban (sus captores no dejaban de apuntarle), un cañonazo de la artillería argentina pegó cerca obligándolos a arrojarse al suelo. Un soldado le cubrió la cabeza con un casco y así aguardaron un tiempo hasta que pudieron incorporarse y seguir. Minutos después llegaron a la retaguardia donde el piloto quedó alojado junto a un grupo de prisioneros, algunos de ellos heridos.
Pasó la noche
a la intemperie, apenas protegido por su camiseta, su buzo de vuelo, la campera
y una delgada bufanda que le habían enviado desde el continente.
Los
prisioneros y él la pasaron muy mal, lo mismo varios soldados británicos que
descansaban cerca, con el frío y la lluvia calándoles los huesos.
Fue la noche
más larga de su vida y tanto fue lo que tembló, que por un momento llegó a creer
que se le iban a partir los dientes.
Pasó la noche a la intemperie, bajo el cielo estrellado, sin
poder dormir. Cerca suyo se lamentaba un herido y el hombre sentado a
su lado apenas podía con el dolor de sus piernas. Aterido de frío trató
de rezar y angustiado por la incertidumbre, recordó su tierra salteña y pensó mucho en los suyos.
A la mañana
siguiente los soldados preguntaron quien estaba en condiciones de caminar.
Cruzado alzó la mano y pese a su pierna esguinzada, se puso de
pie pero los guardias le ordenaron sentase porque, según le explicaron, un
helicóptero iba a venir por él.
Hacía más de
24 horas que no comía pero las vicisitudes de su vuelo, el derribo, su captura
y el frío le hicieron olvidar el hambre.
Cuando
el
aparato se posó, los británicos señalaron a Cruzado y le ordenaron
ponerse de
pie. Evidentemente temían algún ataque aéreo porque el piloto mantuvo el
rotor en marcha y sus captores lo condujeron casi al trote, propinándole
fuertes empujones.
Cuando estaba por subir, un soldado enemigo lo detuvo y le quitó la
bufanda. El
aviador argentino se situó junto a la puerta y permanentemente apuntado
por el arma de un inglés, levantaron vuelo y se alejaron.
Comprendió que allí ubicado se iba a congelar pero
repentinamente, el piloto se volvió
hacia él y después de arrojarle un paquete de caramelos le hizo señas
indicándole acercase a la cabina, donde estaría más protegido de la
helada. Cruzado
obedeció gustoso y en su nueva posición, se quedó profundamente dormido.
Al llegar a San Carlos lo despertaron y antes de descender le cubrieron la cabeza con una
capucha negra.
Lo llevaron a
una tienda de campaña y ahí lo dejaron solo hasta que al cabo de varios minutos apareció el oficial Nick Van
Der Bijl acompañado por un individuo de apellido García, para someterlo a
interrogatorio.
Con García oficiando
de traductor (se tomaron fotografías de la escena), le preguntaron la cantidad
de tropas había acantonadas en el sector, cuantos aviones quedaban, de que
armamentos disponían y si iban a recibir refuerzos del continente. Cruzado no
dijo nada y en verdad, no fue necesario ya que, como bien relata el capitán
Carballo en Halcones de Malvinas, sus
captores estaban al tanto de todo.
Pese a que
sus interlocutores le dieron un buen trato, no iba a tener tanta suerte como
otros prisioneros.
El tal García
se mostró correcto y hasta lo llamaba por su nombre, incluso lo cubrió con su
casco durante un bombardeo, pero cuando se retiró del lugar, la cosa cambió.
Fue obligado a sentarse con las piernas cruzadas, las manos en la nuca, el
torso erguido y la cabeza cubierta, mientras un guardia le apuntaba amenazadoramente.
Permaneció así
varias horas hasta que, débil y agotado, cayó hacia atrás y al hacerlo, golpeó fuertemente
su cráneo. Aquello pareció preocupar a sus guardias porque enseguida llegaron
corriendo dos médicos y uno de ellos, al verlo tan desmejorado, le preguntó
quien le habían hecho eso.
-No lo sé –
respondió el argentino - ¿Cómo quiere que vea con esta capucha?
El médico
británico fue todo un caballero y de tanto en tanto, cuando pasaba a su lado,
le daba ánimos.
-¿Cómo estás,
Miguel? – le preguntaba palmeándole la espalda.
El aviador
fue llevado junto a otros prisioneros al RFA “Sir Geraint” (L3027),
buque de desembarco gemelo del “Sir Galahad” y el “Sir Tristam” y allí
permaneció varios días, en mucha mejor situación.
En
determinado momento, la nave se desplazó hacia el centro de la flota para
recargar combustible y eso les permitió apreciar a la armada británica en todo
su potencial; pasado un tiempo regresaron a San Carlos y allí permanecieron hasta
el 11 de junio.
Mientras
cavilaba y se angustiaba pensando en su familia, un oficial inglés se presentó
en el salón donde los prisioneros se hallaban alojados, para decirles que al día siguiente
serían entregados en un puerto neutral (Montevideo). Fueron las palabras más
hermosas que Cruzado escuchó en varios días, pero las que siguieron a
continuación trocaron ese sentimiento en orgullo: “Eso si la Fuerza Aérea
Argentina lo permite”, agregó el inglés mirándolo con una sonrisa.
Dos días después,
Cruzado bajaba a tierra en la capital uruguaya y lo primero que hizo fue correr hasta
el primer teléfono público que encontró para avisarle a su esposa que estaba
vivo y que al día siguiente regresaba. Faltaban horas para la finalización de
la guerra.
El que regresó ileso a la base, según se ha dicho, fue el teniente Címbaro, seguido a los pocos minutos por el primer teniente Micheloud que acababa de ametrallar a la infantería británica a campo abierto, después de lanzarle sus cohetes y bombas incendiarias.
Movido por la curiosidad, el piloto
descendió rápidamente y una vez en tierra pudo
corroborar sus dudas: el intenso fuego de armas automáticas que había recibido
durante su última corrida de ataque le había perforado el fuselaje en varios
puntos.
Thompson deja
en claro la contundencia del Pucará cuando dice en No Picnic:
Los Pucará caían sobre
Niblett desde todas las direcciones concebidas, en todas las alturas y con
distintas velocidades, haciendo fuego con una combinación de su mortífero
armamento: cohetes, cañones y ametralladoras. Desafiaron todas las tatitas
esperadas de parte de aviones de alas fijas que, si bien son temidas por los
helicópteros, por lo menos han sido anticipadas y hay adiestramiento para
hacerle frente pero los Pucará podían reducir su velocidad y convertirse en un
reflejo de las maniobras de los helicópteros, eran un enemigo letal.
En pleno
duelo de artillería, aparecieron tres Sea Harrier para bombardear las piezas
que batían a la infantería que ingresaba por el noroeste. En esos momentos
salía el sol y los ingleses comenzaban a percibir el triunfo.
Una
versión
no confirmada que circuló en aquellos días, dio cuenta de que una bomba
arrojada por la aviación británica cayó en una vivienda matando a doce
civiles pero la misma fue desmentida por ambas partes.
A las 17.30
horas dos Chinook y seis Huey argentinos depositaron tropas de refuerzo en un punto situado 5 kilómetros al
sudeste de Prado del Ganso.
Se trataba
del Equipo de Combate “Solari”, proveniente del monte Kent, sobre el que cayó
una verdadera lluvia de fuego que forzó a sus cuadros a dispersarse en dirección a las
colinas cercanas, batidas desde el Contorno 100 por la
Compañía B del Para 2.
En su puesto de mando, a 2 kilómetros al sur de Puerto Darwin, Keeble se preguntaba que diablos debía hacer para tomar Prado de Ganso. A través
de la radio solicitó refuerzos a Thompson y este despachó a la Compañía J del Comando
42. Cuando aquel (Keeble) lo sondeó con respecto a la población, para saber si debía ser destruida en
caso de ser necesario, éste le respondió que sí.
Mientras
tanto, los Pucará seguían incursionando contra las fuerzas enemigas, lo mismo
los Aermacchi MB-339 de la 1ª Escuadrilla de Caza y Ataque.
A las 15.15
(18.15Z) los aparatos tripulados por el teniente de fragata Daniel Miguel (avión
matrícula 0765/4-A-114) y el jefe de la
sección, capitán de corbeta Carlos Alberto Molteni (matrícula 0763/4-A-114),
despegaron de Puerto Argentino para concretar una misión de
apoyo aéreo cercano.
Los aparatos
sobrevolaron Fitz Roy y al llegar a las inmediaciones de Prado del Ganso el
comando de la Fuerza Aérea
les ordenó abortar debido a la escasa visibilidad. Las dos
máquinas regresaron y esperaron hasta las 16.45 (19.45Z), cuando volvieron a
despegar detrás de los Pucará de Micheloud y Cruzado, volando bajo y con fuertes vientos cruzados.
Al ingresar
al área de combate, los Aermacchi atacaron a las fuerzas británicas en torno al
Colegio de Prado del Ganso disparando sus cohetes y batiéndolas con fuego de
cañones. La reacción del enemigo fue rápida y tuvo consecuencias
catastróficas. El marine Strange, de la sección Defensa Antiaérea, se
incorporó, se colocó el lanzador Blowpipe sobre su hombro derecho, apuntó y
disparó, alcanzando al avión de Miguel. Según versiones británicas, no fue el
misil el que abatió al aparato sino el fuego reunido de armas livianas.
Al
parecer,
el piloto de 24 años nacido en Punta Alta, recibió los disparos en su
cuerpo porque su aeronave inició una trayectoria descendente y se
estrelló
cerca de la base aérea, convirtiéndose en una gigantesca bola de fuego.
Molteni
siguió adelante, sin percatarse de lo sucedido y así llegó a
Puerto Argentino, deslizándose a baja altura y en zigzag. Recién cuando aterrizó supo por
boca del personal que su compañero había perecido8.
Los cañones de la Compañía 601 de Artillería seguían disparando ferozmente, manteniendo a raya a la infantería enemiga en tanto la Batería 4 Aerotransportada empleaba sus piezas en posición de tiro vertical contra efectivos ubicado a 700/800 metros de distancia.
A las 18.00
horas, con las últimas luces del día, el fuego británico se concentró sobre el
puesto de comando, recibiendo como respuesta el de las piezas de la Compañía 601 de
Artillería.
El teniente
coronel Piaggi se encontraba muy próximo a las ametralladoras de la Compañía C del RI25
cuando reparó en lo dantesco de la batalla nocturna, con sus estallidos,
resplandores y fogonazos. Eso lo dejó sumamente impresionado y lo sumió en profundas
reflexiones acerca de la naturaleza humana9.
La situación
se iba complicando a medida que pasaba el tiempo. A las 18.25 (21.25Z) el
subteniente Carlos Osvaldo Aldao, de la Sección
C, quedó cercado y poco después, cayó prisionero tras batirse heroicamente. Por otra parte, el teniente primero Carlos Alberto
Chanampa, jefe de la Batería
4, solicitó la suspensión del fuego sobre la primera línea enemiga por temor a
batir a la propia tropa. Junto a sus oficiales y suboficiales, había estado
atendiendo personalmente las piezas y casi todos presentaban quemaduras en sus
brazos. Tanto la Compañía A
como la C del RI25
habían consumido más del 60% de su munición y tenían varios heridos.
Ante el
requerimiento de Chanampa, Piaggi ordenó concentrar el fuego en las avenidas
de aproximación enemigas, casi al
mismo tiempo que helicópteros ingleses evolucionaban al oeste de la
posición norte, cerca de la costa. Se los atacó con fuego nutrido aunque, por
falta de comunicación y de visores nocturnos, no se pudo precisar la eficacia
del tiro.
A las 19.00
(22.00Z) se perdió contacto con Puerto Argentino en tanto los británicos
interferían las líneas haciendo colapsar las comunicaciones. La batalla, poco a
poco, iba bajando su intensidad.
Quince
minutos después, en el puesto de mando argentino se efectuó un análisis de la
situación, oportunidad en la que Piaggi resolvió dejar sin efecto algunas
órdenes que recibió de la
Brigada. A las 19.25 (22.25Z) se restableció el contacto con
la capital y a las 19.40 (22.40Z) llegó a Prado del Ganso el subteniente Aldao,
que había logrado evadirse de sus captores. Fue él quien informó que los
británicos se estaban replegando para reagruparse y que mientras lo hacían,
iban minando el terreno.
A las 19.45
(22.45Z) comenzó el fuego de reglaje naval sobre las posiciones apostadas en torno a la
población. Al mismo tiempo, el puesto de socorro argentino atendía a
numerosos heridos ignorando las alertas ante un posible desembarco en el seno Choiseul.
La noche cayó
cerrada y con mucha niebla, envolviendo la zona de combate, mientras el sonido de los
cañones comenzaba a hacerse más espaciado.
El
vicecomodoro Pedrozo propuso, entonces utilizar a la Compañía C del RI12 o la B del recientemente
helitransportado Equipo de Combate “Solari”, para reforzar los sectores norte y
oeste del dispositivo pero Piaggi se negó por considerarlo
imprudente. La Compañía C
tenía la misión de repeler todo ataque procedente del sur, desde Yeguada
Rincón
Saladero hasta las posiciones próximas al comando y su flanco derecho se
encontraba trabado en combate. Utilizarla en el norte y el oeste dejaría
desprotegido el cuadrante sur, facilitando cualquier ataque procedente
de Lafonia. Por su parte, el
Equipo de Combate “Solari” se hallaba trabado en lucha y se desconocía
su
verdadera situación.
A esa altura
había una carencia casi total de municiones y los depósitos de combustible (100
tambores) corrían cada vez más peligro de ser alcanzados por la artillería
enemiga y provocar una verdadera catástrofe.
Comprendiendo
la situación, Piaggi comenzó a evaluar la posibilidad de continuar
combatiendo ya que seguir haciéndolo en esas condiciones llevaría a su
gente a una
verdadera masacre y un sacrificio de vidas estéril. Por el contrario,
deponer
las armas provocaría serios cuestionamientos por parte del Estado Mayor
Conjunto una vez finalizada la guerra y lo pondría en situación
comprometida. En vista de ello, llamó a sus oficiales y se dispuso a
tratar el asunto.
Esa misma noche,
el subteniente Gómez Centurión procedió a cumplir su palabra y junto a dos
hombres de su sección, partió armado con un fusil FAL, en busca del cabo
Fernández.
Echaron a caminar
con mucha cautela, atentos a cualquier movimiento y al pasar junto al edificio
del colegio vieron a un helicóptero inglés disparando sobre
Prado del Ganso al tiempo que recibía fuego de las defensas allí acantonadas.
Cuando el
aparato se retiró, Gómez Centurión siguió avanzando hasta dar con el
infortunado cabo. Lo halló semicongelado, tirado en la turba en un estado verdaderamente deplorable. El suboficial no
podía creer lo que veía cuando sus compañeros corrieron hasta él pues una patrulla
británica había pasado por allí hacía unos minutos, sin notar su presencia.
Los soldados
cargaron a Fernández y cubiertos por Gómez Centurión, comenzaron a retroceder.
Después de mucho andar, atravesando terrenos cenagosos en medio de la batalla,
llegaron al puesto de socorro donde lo primero que le hicieron fue una
transfusión de sangre que le salvó la vida.
Contra todo lo pronosticado con respecto a la actitud de los argentinos, especialmente en los días posteriores al 2 de abril, la lucha continuaba en el istmo de Darwin.
En esos
momentos la situación seguía siendo crítica para buena arte de las avanzadas
británicas, en especial el segundo jefe de la Compañía B, que corría
serio riesgo de quedar rodeado y no ser evacuado, lo mismo el puesto de ayuda
del regimiento al mando de Steve Hughes. Era imperioso lanzar un ataque frontal
sobre Prado del Ganso, a más tardar en la mañana del día siguiente, si lo que se
quería era revertir las difíciles circunstancias en las que se encontraban.
Al caer la
noche el comando procedió a reorganizar las compañías. La tropa racionó y
descansó con las armas en la mano, soportando el intenso frío y observando a muchos
de sus hombres recogiendo los muertos y los heridos.
La Compañía J
del Comando 42 llegó al puesto del
mayor Keeble trayendo consigo tres cañones con su munición completa
(2000
disparos), sietes morteros (uno de ellos un Cymbeline con radar) y
bombas. Con
todo ese equipo pasó a ocupar los accesos del sector sur del poblado,
bloqueando posibles vías de escape y mientras lo hacía, un Wessex
procedente de
San Carlos intentó aproximarse para recoger a los heridos y evacuarlos
hacia el
hospital de Bahía Ajax. El aparato no logró acercarse porque antes de
llegar
fue atacado y obligado a retroceder.
Cuando Chris
Keeble planeaba el asalto al caserío, sabía que su gente se hallaba
exhausta, pero el enemigo lo estaba aún más y eso había que aprovecharlo. Y
para hacerlo, lo mejor era demostrar su poder de fuego y con ello, lo que les
esperaba en caso de persistir en su actitud. Tratando de reforzar esa acción, estableció
contacto con el puesto de mando y sugirió el empleo de aviones Harrier.
Para entonces
la tropa dormía a la intemperie y los prisioneros argentinos rezaban junto a un
matorral incendiado adrede por los ingleses para mantenerlos calientes. Bell
los observaba fascinado, con sus rosarios en las manos, de pie algunos,
arrodillados otros, sobre el piso los heridos, todos ellos dirigidos por el
teniente Peluffo que presentaba varias lesiones en el cuerpo, en especial en
uno de sus ojos y su pierna derecha.
Según
Hastings y Jenkins, ambos bandos eran conscientes de haber sobrevivido a una
experiencia terrible y los argentinos lo agradecían de esa manera.
Los
británicos tenían la esperanza de hacer entrar en razones a sus oponentes y por
esa razón, seleccionaron a dos de los prisioneros para que llevasen un mensaje
en español al teniente coronel Piaggi. Se los proveyó de banderas blancas y se
les dio un plazo de una hora para regresar con una respuesta. Debían comunicar
a sus superiores que sus fuerzas estaban rodeadas, que se les garantizaría la
vida a todos los prisioneros y que se los responsabilizaría por la suerte de
los 114 civiles cautivos en el edificio del ayuntamiento.
Los
argentinos los vieron avanzar con cierto recelo y cuando
comprobaron que se trataba de efectivos propios, los condujeron ante el estado
mayor, donde entregaron la nota.
El jefe del
Regimiento de Infantería 12 tenía ante sí una gran responsabilidad. Puerto
Argentino le había dado vía libre al respecto y cuando todavía no habían pasado
diez horas desde que recibiera el mensaje de la Brigada, felicitando a la
guarnición por su brillante desempeño en batalla, él y solo él debía decidir.
Después de
pensarlo bien, envió a los prisioneros de regreso, llevando como respuesta que
accedía a una entrevista. Acto seguido, reunió a su plana mayor,
incluyendo a los oficiales de la Fuerza Aérea y después de exponerles los términos planteados por los ingleses, sometió la
decisión a votación. Las fuerzas argentinas estaban realmente exhaustas,
carentes de municiones y escasas e víveres, razón por la cual, a efectos de no
someterlas a una masacre, se planteó la capitulación. El vicecomodoro Pedrozo y el
mayor Carlos Tomba manifestando su total desacuerdo por considerar eso una
afrenta a los combatientes caídos. Querían seguir peleando y así lo hicieron saber.
La reunión entre británicos y argentinos se llevó a cabo a mitad de camino de sus respectivas líneas. Por parte del Reino Unido estuvieron presentes Chris Keeble, el mayor H. Gullen, oficial de enlace de la Brigada y su par Ferry Rice, comandante de artillería, quienes, previamente, se habían despojado de sus armas. Caminaron los tres hasta las barracas ubicadas al costado de la pista de aterrizaje y allí se detuvieron. Eran las 08.30 del 29 de mayo.
Del lado
argentino se encontraban Piaggi, el vicecomodoro Pedrozo, a quien, según Hastings y
Jenkins, tomaron como oficial naval y personal de ambas fuerzas
(Ejército y Fuerza Aérea).
Las
conversaciones se llevaron a cabo en un tono profesional y respetuoso, en
presencia de los corresponsales Robert Fox y David Norris. Lo primero que se
hizo fue llegar a un acuerdo con respecto a los civiles y a continuación se
pasó al tema de la capitulación, que se haría con todos los honores.
Durante las
conversaciones, Keeble hizo una aseveración que llenó de orgullo al oficial
argentino:
-Le expreso
mis más sinceras felicitaciones por la resistencia de sus hombres; nos han
causado 250 bajas. Yo pensaba desayunar el 28 a la mañana en Goose Green, pero ustedes nos
obligaron a combatir 24 horas más de lo previsto.
Emocionado,
Piaggi respondió:
-Realmente,
agradezco esas palabras
A las 13.00
horas de aquel memorable 29 de mayo, los 150 efectivos de la Fuerza Aérea y las tropas
del Ejército formaron junto a las instalaciones de la base para entonar el
Himno Nacional y escuchar las palabras del jefe del RI12:
La
Fuerza
de Tareas Mercedes ha combatido en defensa de la soberanía territorial de la
nación. Sus hombres han cumplido esa misión, más allá de lo que pudieron, con
los medios que las circunstancias y las contingencias que la guerra posibilitó
poner a su disposición. Ha sido batida por la superioridad de la fuerza y
medios de un enemigo profesional, entrenado y equipado para combatir en
cualquier teatro de operaciones de la Tierra. La derrota de las armas no puede ni debe
significar la quiebra moral del soldado ni del espíritu de cuerpo que anima al
conjunto, como tampoco de la sagrada vigencia de la justicia de nuestra causa;
ella perdurará en el tiempo, cualquiera fuere el resultado final de la guerra.
Si la situación operacional lo hubiese exigido, aún imposibilitada de continuar
la lucha, la Fuerza
de Tareas habría seguido combatiendo hasta verter la sangre de su último
hombre. Pongo a Dios por testigo. Retengo para mí, sin delegarla ni compartirla
con comando alguno, la responsabilidad última de haber resuelto el cese del
fuego y la rendición de la guarnición, cualesquiera fuesen las consecuencias.
No asumiré jamás la resultante de las condiciones inverosímiles del poder de
combate con que se debió enfrentar al enemigo en el cumplimiento de la misión.
Felicito a todos y a cada uno por el espíritu de sacrificio, abnegación, valor
y sentido del deber manifestados en todo el curso de la campaña y en combate
que, aún en caliente, no disipado el humo de la batalla, permaneciendo aún los
cuerpos de nuestros muertos y los del enemigo en el campo, han merecido el
reconocimiento de los mandos británicos. Un abrazo; Dios os guarde.
Encabezados
por el teniente coronel Piaggi, los 900 soldados del Ejército, incluyendo
oficiales y suboficiales, marcharon portando su equipo y cargando a
sus heridos.
La tropa
arrojó las armas ante el enemigo y su jefe hizo entrega formal de la suya al
mismo Keeble quien, previamente, le hizo el saludo militar. La
pericia, el mejor armamento, la planificación y la información
satelital habían primado sobre la desorganización, la negligencia y una estrategia absurda. Valor, refieren autores de diferentes nacionalidades,
británicos especialmente, sobró en ambos lados, lo mismo el espíritu
de sacrificio, la decisión y las acciones de arrojo y heroísmo.
Keeble
condujo a sus hombres hasta el poblado y ni buen entraron los civiles los recibieron
como a verdaderos libertadores. Y no era para menos; después de haber soportado
penurias y apremios de todo tipo, estaban exultantes.
La esposa del administrador
regional, Eric Goss, les ofreció té, cosa que los paracaidistas aceptaron de buena
gana. Las mujeres del pueblo corrieron a las viviendas y al cabo de un tiempo regresaron con la infusión y se la sirvieron a los soldados.
La kelper
June McMullen nunca olvidará la terrible angustia de los días de encierro en
el ayuntamiento. Algunos hombres, jóvenes la mayoría, hicieron
pozos debajo del piso de madera (cosa que les vino muy bien durante la
batalla
porque allí se refugiaron las mujeres con sus hijos) y en ellos ubicaron
al viejo aparato de radio con el que finalizada la batalla, escucharon
que Prado del Ganso había sido liberado.
Esa angustia
e incertidumbre fueron aumentando con el paso de los días y se
potenciaron cuando los invasores concentraron sus fuerzas en el pueblo,
especialmente sus helicópteros, ubicándolos entre las casas para evitar
los bombardeos aéreos.
Al momento de comenzar la
batalla, el sonido de la artillería y las armas livianas argentinas había
sido tremendo. Los niños lloraban aterrorizados mientras sus madres intentaban calmarlos disimulando su propio llanto, sobre todo porque los cañones disparaban muy cerca del centro comunitario. Debió ser espantoso estar allí pues si a ello
le sumamos el rugir de los aviones, la metralla y los estallidos, ese fragor tuvo que ser estremecedor.
Fueron horas
de pesadilla para June pues temía mucho por sus hijos, en especial el pequeño
Mattew de solo seis meses, lo mismo otras madres en situación similar.
Como se ha
dicho, la llegada de los ingleses fue una suerte de bendición para los
pobladores, que no paraba de agasajar a “sus muchachos”, como comenzaron a
llamarlos. En medio de la euforia les preparaban té,
se sacaban fotografía, los abrazaban y entablaban diálogo con ellos. Un
paracaidista le preguntó a June si se podía retratar junto al pequeño Mattew y ella accedió encantada en tanto otro le regalaba las insignias de su
boina.
Lo realmente espantoso fue el estado en el que los kelpers encontraron su pueblo.
Los argentinos habían saqueado el lugar, posiblemente en el momento cuando Piaggi y Keeble llevaban a cabo las negociaciones, haciendo un desastre en
todos lados. Eso lo confirma, también, el soldado Barry Norman, sargento mayor
del Para 2, quien llegó a afirmar que las tropas de ocupación dejaron el
caserío hecho un chiquero, dañando considerablemente las viviendas. Para
él fue un error haber permitido a los soldados enemigos circular por la aldea
una vez finalizado el combate y aseguró sentir desprecio por los
oficiales de un ejército al que
consideraba bueno10.
Según June
McMullen, el pueblo quedó en ruinas a causa del saqueo. Los
argentinos entraron en las casas y destrozado todo. Robaron placares, armarios y cajoneras dejando todo tirado. Pero lo peor fue el excremento desparramado adrede en diferentes lugares. Los soldados defecaron y orinaron sobre las camas, los sillones y los muebles, así como en las bañaderas y los pisos, provocando la ira y el
malestar de los malvinenses.
Con la ayuda
de los paracaidistas, los habitantes limpiaron todo, repararon los daños y
pusieron las cosas en su lugar, tarea que les llevó varios días de trabajo.
Los
británicos encontraron gran cantidad de cohetes quemados, armas y municiones,
así como tanques de combustible y depósitos de napalm que los
argentinos no llegaron a utilizar.
Uno
de los
hechos más curiosos de aquella batalla se produjo cuando los jefes de
ambos
bandos se hallaban empeñados en las negociaciones. Un radio operador
británico en contacto con los mandos, informó que una patrulla
argentina
avanzaba desde el sur, desplegada en cadena. En vista de ello, Keeble le comunicó con su
artillería y le mandó prepararse para reabrir el fuego, lo mismo a la
infantería para rechazar el contraataque (él mismo operó el equipo de
transmisión). La intervención de Piaggi y Pedrozo evitó la tragedia y devolvió a todos la calma.
Se trataba de elementos rezagados del Equipo de Combate “Solari”, intentando reunirse con su gente. Nunca imaginaron esos
soldados, lo cerca que estuvieron de ser masacrados.
La compañía
entró en el poblado celosamente vigilada por los paracaidistas. Según el
jefe del RI12, habían caminado “en la cuerda floja”, apuntados por un
sinfín de armas livianas, morteros y cañones.
Tras los
saludos de rigor y después de supervisar la entrega del armamento y los
correajes, Piaggi y Pedrozo fueron conducidos hasta dos helicópteros que acababan de posarse en las inmediaciones, donde permanecieron en espera hasta nueva orden.
Comenzaba el lento traslado de los prisioneros hacia los establos ubicados en
las afueras del caseríos, previa revisión a cargo de los oficiales británicos (el mayor Frontera actuó como supervisor). Allí quedaron
alojados, en condiciones bastante precarias, aunque a efectos de ser sinceros,
eran las únicas que se podían ofrecer.
Por decisión unánime, los
prisioneros designaron al subteniente Gómez Centurión como intérprete y a
su igual en el rango, Marcelo Raúl Colombo, como oficial de órdenes.
Los
británicos solicitaron al mayor Frontera la colaboración de personal argentino para el desminado de los campos circundantes, algo
que realmente les preocupaba. Tras un intercambio de opiniones, se decidió
encomendar la tarea a un grupo de Ingenieros, quienes partieron a cumplir la
misión en medio de un frío tan intenso que por momentos recordaba escenas del
frente ruso en la
Segunda Guerra Mundial.
Después de
varias horas de espera, Piaggi y Pedrozo fueron trasladados a San Carlos. Los helicópteros partieron a baja altura y en formación de combate en previsión de un
ataque aéreo argentino. Después de aterrizar, ambos jefes fueron conducidos a una carpa y una vez dentro, se los obligó a desprenderse de todo el equipo.
Tras ser interrogados, fueron separados y alojados en dos tiendas diferentes, muy reducidas,
donde se los ubicó de cara al fondo y con un centinela apostado en la
puerta. Pasados los primeros minutos, Piaggi vio como la escarcha se le
empezaba a acumular en la ropa y
comenzaba a tiritar.
Estuvieron catorce
horas en esas condiciones, al cabo de las cuales, un oficial de Inteligencia
llamado Aldo, se apersonó para comenzar un nuevo interrogatorio.
El individuo ingresó primero en la carpa de Piaggi y le efectuó una serie de preguntas referentes al armamento y ciertos componentes del
equipo pesado. Les habló en perfecto español y se mostró particularmente interesado en el destino de ese material.
El oficial
argentino se limitó a describir el armamento y las partes que quedaron en el continente pero el inglés no le creyó. Pese a ello, no hizo
ningún tipo de presión y sin decir más se incorporó y salió de su campo visual. Piaggi percibió una suerte de cuchicheo a sus espaldas, un susurro leve que despertó su curiosidad. Sin poder contenerse, aun cuando lo tenía prohibido, se
dio vuelta y vio al kelper Hard Castle orientando al oficial de Inteligencia en el cuestionario.
Piaggi
comprendió al malvinense; estaba cumpliendo
con su deber como ciudadano británico y poblador de las islas, razón por la cual no
abrigó ningún tipo de resentimiento hacia él. Con quienes sí estaba furioso
era con sus superiores en Puerto Argentino quienes, por medio de órdenes
absurdas como la de dejar en libertad a los civiles, habían facilitado la fuga
de Hard Castle para que ahora estuviese revelando detalles en cuanto a la
ubicación de la tropa, tipo de armamento, distribución de minas y cosas por el
estilo. Pero más lo estaba con los generales de escritorio en el continente, los mismos
que mientras él combatía en la turba, bajo la lluvia helada y el fuego enemigo,
daban directivas desde sus confortables oficinas, utilizando a los jóvenes conscriptos
como choferes y haciéndose servir como reyes en tanto sucumbía en las islas lo mejor de una generación.
El 30 de mayo
amaneció con un frío tremendo. Ese día los ingleses interrogaron a los oficiales de rango menor, el primero de ellos el
subteniente Gómez Centurión a quien le requirieron información sobre la
combativa Compañía C del Regimiento de Infantería 25, sus posiciones y las
del Regimiento de Infantería 6 (RI6).
Encabezados por un
oficial del Para 2 y ayudados por varios kelpers, solicitaron detalles de la personalidad del general
Daher, su desempeño y sus responsabilidades pero amparándose en la
Convención de Ginebra, el oficial se negó a responder por lo
que sus captores, no volvieron a insistir.
Nadie fue presionado, ni psíquica ni
físicamente; el trato fue siempre correcto y en líneas generales, no hubo
excesos de ningún tipo. Sin embargo, en declaraciones formuladas al periodismo
durante la conmemoración de la gesta, en el año 2010, el corresponsal de guerra
Nicolás Kasanzew aseguró que el conscripto Ledesma fue sometido a una dura golpiza
por parte de algunos soldados, furiosos por la muerte de su jefe, "H" Jones.
Mientras un
grupo de oficiales británicos deliberaba con el mayor Ernesto Moore (querían a
toda costa ubicar los campos de minas), el capellán italiano Santiago Mora
denunció la desaparición de su cáliz (el mismo apareció tirado tras
varias horas de búsqueda, ignorándose hasta hoy el nombre del arrepentido
ladrón).
El sacerdote ofició una misa para los prisioneros y en su sermón, negó el perdón de
los pecados y prohibió la comunión a todos aquellos que, a conciencia, no
habían cumplido sus deberes militares durante la batalla.
Ese día, los
ingleses procedieron a reunir los cuerpos de los soldados argentinos abatidos y
los apilaron frente a uno de los galpones ocupado por la tropa.
Un total de 350
prisioneros fueron conducidos al campo de prisioneros en San
Carlos donde los sometieron a un riguroso control personal y les
secuestraron efectos particulares.
Esos soldados
pasaron varios días a la intemperie y el 11 de junio, se los embarcó en el
“Norland” para ser conducidos a Montevideo.
Los
oficiales y suboficiales argentinos permanecieron junto a sus
soldados,soportando el intenso frío tirados sobre el barro y el
excremento de las
ovejas. Se negaron terminantemente a ocupar un salón especialmente habilitado para ellos en el caserío, optando por correr la misma suerte de sus subordinados.
Cuando la
Compañía C del RI25 fue revisada a raíz de los
saqueos acaecidos en la localidad, a ningún soldado se le encontró nada
Los ingleses reconocieron su
determinación a la hora de luchar y así lo dejaron ver en varias oportunidades. Algo llamativo en años
posteriores es que en el total de los informes y tests realizados a los
soldados, la mayoría manifestó estar dispuestos a volver al campo de batalla, aún
sufriendo las mismas privaciones.
La situación
era realmente precaria para los prisioneros en los galpones de esquila y
por esa razón, el mayor Frontera elevó su queja a la oficialidad británica la cual, sometida la ponencia a análisis, prometió adoptar medidas.
A las 06.30
(09.30Z) Piaggi fue despertado; le dieron una ración en caliente consistente en
un guiso de carne y verduras (que volverían a repetir a las doce horas) e
inmediatamente después, lo condujeron a un edificio del pueblo para ser
sometido a un nuevo interrogatorio. Allí lo esperaba una vez más Aldo quien al
verlo entrar lo saludó correctamente y le manifestó:
-Ustedes son
locos; nosotros si no tenemos armas, no combatimos.
El británico no podía creer que el grueso del equipo pesado del regimiento
hubiese quedado en el continente.
Por la noche,
Piaggi fue alojado en una carpa más amplia aunque el frío siguió
siendo espantoso. El riesgo de posibles incursiones de la aviación argentina
persistía, lo mismo el temor a algún contraataque terrestre y por ese motivo,
helicópteros Gazelle patrullaban el área las 24 horas en busca de posiciones
enemigas.
El 1 de junio
ocurrió algo terrible. Los británicos le ordenaron a un grupo de soldados argentinos retirar los explosivos acumulados en las afueras de Establecimiento San Carlos pues los mismos representaban un verdadero peligro
para la población civil e incluso los mismos prisioneros.
En momentos
en que un grupo de conscriptos acarreaba una caja de municiones, la espoleta de
una bomba se activó generando un desastre. La explosión mató en el acto a tres
de ellos y provocó espantosas lesiones a un cuarto, que cayó sobre el barro sin
piernas, gritando y agitándose desesperadamente. Al ver semejante escena, un paracaidista británico corrió
hasta él y lo remató con una ráfaga de metralla, acabando con su sufrimiento.
Médicos ingleses corrieron al lugar para socorrer a los heridos y ese mismo día
se decidió no volver a utilizar prisioneros
en tareas de esas características. Aún así, el mayor Frontera llenó una carta
de la Cruz Roja donde dejó asentada la denuncia.
El 12 de
junio zarpó el “Norland” hacia Montevideo y dos días después atracó en su
puerto. Los argentinos pudieron comer e higienizarse y por la tarde abordaron
el “Piloto Alsina”, que los condujo a Río Santiago, punto final de su odisea.
Durante la
gran batalla de Prado del Ganso, las fuerzas argentinas sufrieron 250 bajas, 47
de ellas fatales. Los británicos perdieron 18 hombres y un centenar resultaron
heridos, entre los primeros el legendario Herbert “H” Jones.
Por muchos
años se sostuvo con absoluta ligereza que la cifra de muertos argentinos
era de 250 pero con el paso del tiempo, la misma fue rectificada. Por otra
parte, es probable que el número de decesos propios denunciados por Londres no
se ajuste a la realidad y haya sido minimizado. Hoy se sabe que en los días posteriores, las bajas fatales se incrementaron como
consecuencia de las lesiones.
Prado
del
Ganso significó una dura lección para las fuerzas argentinas, aferradas a
tácticas obsoletas y estrategias inadecuadas. La permanente movilidad de
sus oponentes, la coordinación a la hora de llevar a cabo los
desplazamientos y el
apoyo de fuego pesado fueron las estrellas del triunfo británico; la
desorganización y la absurda idea de mantener a las tropas aferradas al
terreno, los causales principales del desgaste y las bajas de sus
oponentes.
“H” Jones y
los 17 paracaidistas caídos fueron enterrados con honores en Prado del Ganso. Se los colocó
en las típicas bolsas plateadas en tanto un oficial pronunciaba sus
nombres y la tropa formada hacía la venia. Los kelpers también les rindieron tributo levantando en el mismo lugar
un monumento a cuyo pie se depositaron ofrendas florales al son del clarín.
Había
finalizado la mayor batalla terrestre que los británicos libraron desde
la guerra de Corea y se hizo a costa e grandes sacrificios. Para los
argentinos fue una experiencia que no vivían desde el 16 de
septiembre de 1955 cuando en la provincia de Córdoba se iniciaron las
hostilidades para derrocar a Perón11.
Era el primer
capítulo de la campaña terrestre; la antesala de un choque de proporciones, un enfrentamiento como nadie imaginaba, en condiciones extremas y un grado de violencia desconocido en la historia de América.
Referencias
1 Max Hastings y Simon Jenkins, La batalla de las Malvinas, Emece, Bs. As., 1984.
21 Ídem.
31 Ídem
4Tte Cnel. Italo Ángel
Piaggi, Ganso Verde, Sudamericana-Planeta, Bs. As., 1986.
5 Vale aclarar que el
malogrado teniente Nunn era hermano de aquel oficial que tomó parte en la
reconquista de las Georgias y cuñado de David Constante del Para 2.
6 Nicolás Kasanzew
ofrece una segunda versión según la cual, Barry habría perecido en combate a
manos de Gómez Centurión.
7 El día anterior a su
muerte, 27 de mayo de 1982, había cumplido 28 años de edad.
8
Poco
tiempo después, se produjo el referido ataque con bombas beluga que destruyó el
generador eléctrico del sistema de radar.
9 Italo Ángel Piaggi,
op. cit.
10 Michael Bilton y
Peter Kosminsky, Hablemos Claro.
Testimonios inéditos sobre la guerra de Malvinas. Emecé Editores, Bs. As.
1991.
11 Durante la segunda
fase de la Revolución
Libertadora, la
Escuela de Artillería, junto a sus pares de Aviación Militar y Tropas Aerotransportadas, iniciaron el
ataque contra la Escuela
de Infantería, que se mantenía leal a Perón. Fue el comienzo de una breve aunque
cruenta guerra civil que había comenzado con el bombardeo a Buenos Aires el 16
de junio y finalizó el 21 de septiembre, dos días después de la renuncia del
primer mandatario, luego de numerosos combates por aire, mar y tierra.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur