ATAQUE AL PETROLERO NORTEAMERICANO “HÉRCULES”
Un Hércules C-130 transformado en cazabombardero ataca al petrolero norteamericano "Hércules" (Ilustración; capitán VGM Exequiel Martínez") |
El 8 de
junio de 1982, el mismo día en que la Task Force sufría el estrepitoso descalabro de Bluff Cove, tuvo
lugar uno de los hechos más extraños y controvertidos de la guerra.
Cerca
de las 12.15 (15.15Z), el supertanquero “Hércules”, un gigantesco buque
cisterna norteamericano de 220.000 toneladas de desplazamiento, 250 metros de eslora y
una manga superior a los 50
metros, navegaba hacia el Cabo de Hornos proveniente de
la costa este de los EE.UU.
La
gigantesca embarcación había hecho escala en las islas Vírgenes, en pleno mar
Caribe, donde se detuvo a descargar sus tanques de petróleo en las
refinerías Amerada Hess.
Según el acuerdo firmado en Nueva York, la petrolera
contrató los servicios de la
United Carriers Inc., corporación
estadounidense con sede en Liberia, propietaria de la gigantesca embarcación, para
transportar petróleo crudo desde el oleoducto Trans-Alaska en Valdez, hasta su
refinería en las islas Vírgenes, donde debía descargarlo.
El
buque inició su viaje de regreso el 25 de mayo, cerca del mediodía, bajo
el mando del capitán italiano Renzo Bataliari, llevando a bordo una tripulación
de medio centenar de hombres1.
Como el
calado de esas embarcaciones les impedía cruzar el Canal de Panamá, la travesía
se hacía a través del Cabo de Hornos, bordeando el litoral americano hacia el
extremo sur, por el océano Atlántico y remontando por el Pacífico hasta su
destino final.
El
gigantesco VLCC (Very Large Crude Carrier), que como toda unidad de la reserva
naval
estadounidense, ostentaba bandera liberiana (bandera de conveniencia),
hizo una primera escala en Río de Janeiro para reabastecerse de combustible,
agua y provisiones.
Pasado
el mediodía de aquel 8 de junio, cuando se encontraba a 600 millas de náuticas
de la Argentina
y 500 de las islas Malvinas (46º S/49º O), el capitán Bataliari procedió a
elaborar el informe de rutina dirigido a Buenos Aires, detallando su ubicación, nombre del buque, call sign
internacional, registro, velocidad, curso y descripción del viaje.
Por entonces, pocos buques se aventuraban por las agitadas
aguas del Atlántico Sur, entre ellos mercantes y petroleros norteamericanos y
algún otro de origen ruso. Por esa razón, Estados Unidos tenía al tanto a
los gobiernos de Argentina y Gran Bretaña de los buques de su bandera y de
todos aquellos con enseña liberiana (es decir, buques americanos
bajo banderas de conveniencia) los cuales, en esos momentos, atravesaban el Atlántico
Sur, entre ellos el supertanquero de la United Carriers.
A bordo de cada uno de ellos, se seguían con preocupación
las alternativas del enfrentamiento y las terribles novedades del frente
estremecían a sus patrones.
Cuando el capitán Bataliari elaboraba su informe, comenzaron
a llegar por radio las primeras noticias de lo que sucedía en Bluff Cove y en
ese sentido, todos los buques mercantes fueron puestos en alerta.
En esa labor se encontraba la máxima autoridad del buque
cuando cerca de las 13.00
(16.00Z), un avión militar no identificado comenzó a sobrevolarlos en
círculos.
La tripulación puso al tanto de ello al capitán quien al asomarse para
observar, alcanzó a ver al avión alejándose rumbo al horizonte.
Bataliari
no dio mayor trascendencia al asunto y siguió redactando su escrito, ignorando
que la Inteligencia
argentina acababa de detectar su paso y tenía indicios de que sus tanques de
almacenamiento transportaban petróleo procesado,
destinado a las unidades de la
Task Force.
Seis
minutos después, aparecieron por el sudoeste otros dos aviones, primero un
Hércules C-130H (era el mismo aparato que los había sobrevolado) y luego un
Canberra MK-62, volando directamente hacia él.
Nadie
lo sabía a bordo pero el primero era el típico producto del ingenio criollo: un
pesado avión de transporte convertido en cazabombardero al que los técnicos
argentinos habían provisto de un sistema de tiro SFON, perteneciente a un IA-58 Pucará y lanzadores de bombas subalares, sujetas a pilones extraídos de un Canberra. Una obra maestra de la improvisación, como
el disparador Exocet MM-38 tierra-tierra ITB, montado días después en Puerto
Argentino para destruir al HMS “Glamorgan”.
Se
trataba del avión matrícula TC-68 de la I Brigada Aérea con asiento en El Palomar, casualmente el primer Hércules que aterrizó
en Malvinas (2 de abril) y arrojó por paracaídas los contenedores con suministros sobre Puerto Darwin, el 19 de mayo.
Había despegado de Comodoro Rivadavia alrededor de las 10.00 (13.00Z), piloteado por el vicecomodoro Alberto Vianna y tenía como misión atacar al
supertanquero.
La
tripulación, integrada por los capitanes, Andrés Francisco Valle y Roberto
Mario Cerrutti, el suboficial principal Pedro Esteban Razzini, el cabo
primero Carlos Alberto Ortiz y los suboficiales auxiliares Carlos Domingo
Nazzari y Juan Eduardo Marnoni2, voló en el más absoluto silencio de
radio y recién a las 13.00 (15.00Z), avistó a la embarcación.
Su acondicionamiento como bombardero se llevó a cabo
en el más estricto secreto después del 20 de mayo, en una base no especificada
de la FAA, pues
se trataba de una nueva arma que la Argentina pensaba utilizar para dañar a la
Task Force en misiones de largo alcance.
El
aparato fue equipado con la mencionada mira SFON y dos
afustes subalares MER de tipo múltiple (según algunas fuentes, extraídos
de un Canberra, según otras, de un Pucará), para seis y ocho bombas de 250 kilogramos de
fabricación nacional, las cuales debía dejar caer sobre el petrolero.
Su primera misión se llevó a cabo una semana después de
entrar en los hangares, más precisamente el 29 de mayo, cuando atacó a escasas
millas de las Georgias al petrolero británico “British Wye”, mientras navegaba al
norte de ese archipiélago, a 47º 54´ S y 30º 19´ O.
El avión hizo una primera pasada a baja altura y quince
minutos después se aproximó a 550
km/h, intentando acometer desde los 150 pies de altura, en un ángulo de
45º. Desde esa posición arrojó las ocho bombas que portaba bajo sus alas, a las cuales el suboficial Razzini les
había quitado dos vueltas de espoleta para que explotaran antes.
Cuatro de ellas cayeron en el mar, sin explotar, tres
estallaron a babor, muy cerca del casco y la última rebotó en la cubierta y
explotó al caer al agua. Al tiempo que eso sucedía, el pesado carguero
ascendió y se perdió entre las nubes con rumbo oeste, dejando a sus espaldas a
un enemigo sorprendido y extremadamente preocupado.
Entre esa incursión y la del supertanquero norteamericano,
el TC-68 (indicativo "Tigre") llevó a cabo otras siete misiones, todas de relativa eficacia.
Pasado el mediodía del 8 de junio, mientras en Bahía
Agradable se desataba el infierno, el avión detectó al petrolero y efectuó
varias vueltas sobre su estructura para alejarse hacia el sudoeste y reaparecer
a los seis minutos en corrida de bombardeo.
La tripulación del vicecomodoro Vianna se hallaba
concentrada en sus controles cuando lanzó las seis bombas de 250 kilogramos en
ángulo de 45º. Inmediatamente después inició maniobras de evasión, retirándose en dirección noroeste.
De acuerdo
a la célebre pintura del capitán Exequiel Martínez3,
dos de ellas quedaron cortas, dos estallaron muy cerca del casco por babor y
las restantes cayeron a estribor, levantando gruesas columnas de agua.
Inmediatamente
después, en momentos en que el capitán Batagliari ordenaba a sus marinos izar
bandera blanca, llegó el Canberra MK-62, matrícula B-105, piloteado por el
mayor Jorge Chevalier y el primer teniente Ernesto Lozano, quienes habían despegado
de Mar del Plata cerca de las 11.30 (14.30Z).
El bombardero se acercó a 870 km/h y arrojó sus tres
bombas MK-17 de 500
kilogramos de peso, una de las cuales impactó la
cubierta del navío y se alojó en una cuaderna de su interior, sin estallar.
Chevalier
efectuó un prolongado viraje al sudoeste y se alejó rumbo al continente
en tanto desde el puente de mando, el capitán Batagliari
notificaba a la Agencia Marítima
Internacional que acababa de sufrir un ataque, que no se habían registrado víctimas
a bordo y que navegaba de regreso a Río de Janeiro para efectuar reparaciones,
mensaje captado y registrado por el CONATRIM (Comando Naval de Tránsito
Marítimo de la Armada
Argentina).
Según
consignaba el capitán, los aviones eran dos cuatrimotores sin
insignias, color verde y amarillo, detalle que llevó a suponer a la opinión
pública internacional que la embarcación había sido atacada por la aviación
argentina.
Con una
bomba sin explotar en sus entrañas y la banda de babor dañada, el “Hércules” revertió la marcha y puso
proa a Río de Janeiro, el puerto neutral más cercano, navegando a 15 nudos de
velocidad.
Según
varias fuentes, la principal de ellas, el informe elaborado por mismo capitán
del supertanquero, horas
mas tarde 14.30 (17.30Z), un jet argentino gris y blanco, con la parte inferior
color azul (al parecer un Skyhawk A4Q de la Aviación Naval, sin insignias),
alcanzó al buque con un cohete aire-superficie ocasionando serios daños en su
cubierta.
Tras estos ataques, el petrolero redujo su velocidad
y desoyendo la exigencia de la Armada
Argentina indicándole navegar hacia la base de Puerto
Belgrano, se alejó a toda velocidad en busca de un puerto seguro.
Al día siguiente el Boeing 707 de la Fuerza Aérea Argentina,
matrícula TC-91, piloteado por el vicecomodoro Eduardo Fontaine, sobrevoló la
embarcación durante su misión de exploración y reconocimiento lejano en el
Atlántico meridional, sobresaltando con su paso a la atribulada tripulación.
Para entonces, el personal a bordo había efectuado una detenida inspección
de los daños y eso les permitió determinar que la extracción de bomba alojada
en el tanque Nº 2 del buque iba a resultar sumamente difícil y que el barco
corría serio peligro.
Dos días después el supertanquero se detenía frente
las costas de Río de Janeiro, en medio de un riguroso dispositivo de seguridad que involucró a la Armada, la prefectura y la
policía militar de esa nación.
Las autoridades
brasileras impidieron su ingreso a puerto porque en esas condiciones
representaba un potencial peligro para las
instalaciones y el personal de la estación naval. Por esa razón, debió echar
anclas fuera de las radas y aguardar allí, custodiado por naves de guerra
brasileras hasta que Brasilia, Washington y la empresa propietaria llegasen a una
decisión.
El “Hércules”
estuvo fondeado varios días frente al litoral carioca, esperando ser sometido a
peritajes por parte de las autoridades militares y portuarias así como por
representantes de la
United Carriers.
Los expertos
navales arribaron a la antigua capital de Brasil dos días después y tras una
detenida evaluación, llegaron a la conclusión de que la gigantesca embarcación
había sufrido importantes daños en la cubierta y el casco y llevaba una bomba sin
detonar en su tanque Nº 2, poniendo en alto riesgo al buque,
a su carga y al personal. Por su inestabilidad y el modo como había
quedado encajado el proyectil, era prácticamente imposible extraerlo y por esa
razón se descartó su desactivación.
El hundimiento era inevitable pues el estallido de la
bomba podía provocar una catástrofe de magnitud y hasta un desastre ecológico.
Los recuerdos del “Antelope” estaban frescos aún y nadie quería correr riesgos.
Después de elevar un informe al alto mando naval brasilero y
de notificar las conclusiones a la empresa propietaria, el 20 de julio, el gran
petrolero fue remolcado 250
millas mar adentro y unas horas después, la bomba
fue detonada en su interior. Antes de eso, le fue
extraída la mayor parte del combustible almacenado en sus tanques, tarea
en la que intervinieron varios buques petroleros y fue supervisada por
un destructor brasilero
que previamente procedió a evacuar al personal que aún quedaba a bordo
Como el gigantesco buque carecía de válvulas de hundimiento,
se colocaron cargas explosivas cerca de la bomba y una vez a la distancia, se
las hizo detonar, provocando su estallido.
Existen fotografías donde se observa el hundimiento del
supertanquero. En una de ellas se ve su proa apuntando al cielo, con el nombre
“Hércules” pintado de blanco resaltando sobre el fondo negro del casco. A poco
más de un mes de finalizada la guerra, la aviación argentina había alcanzado un
nuevo objetivo.
Mientras el cisterna se hundía lentamente a 4000 metros de
profundidad, su tripulación era conducida a puerto y desde ahí
trasladada al aeropuerto internacional de Galeao, donde abordó un avión con
destino a Europa, sin tomar contacto con la prensa. Era evidente que ni a los Estados
Unidos ni al Reino Unido les convenía ventilar demasiado el asunto4.
Por
supuesto no faltaron quienes salieron a especular y
fabular con el hundimiento del “Hércules”, argumentando que todo fue una
artimaña para cobrar un gigantesco seguro; que se había tratado de una
maniobra
de desinformación o que la misión no existió, reduciéndola a un simple
invento
de Gran Bretaña con el propósito desacreditar a la Argentina5. Sin embargo, muchos años
después la propia tripulación del C-130H, encabezada por el brigadier
Alberto Vianna, dio a conocer los detalles del ataque6
cuando la Asociación
de Tripulantes de Transportes Aéreos donó a la I Brigada Aérea de El
Palomar el magnífico óleo del capitán Exequiel Martínez, donde se reproduce la acción.
El “Hércules” fue el buque de mayor tonelaje y tamaño hundido en una guerra, quince veces mayor que el “Atlantic Conveyor” y
cincuenta y cinco más que el “Sheffield”. Fue el único, que no pertenecía
a ninguno de los bandos en pugna aunque sí a la nación que apoyaba abiertamente
a Gran Bretaña desde el estallido del conflicto, es decir, a uno de sus aliados; fue además, el segundo barco
norteamericano hundido en acción de guerra desde 19457.
Tiempo después, la petrolera Amerada Hess, la
United Carriers, propietaria del buque y la naviera
Intertanko, entablaron una demanda contra la Argentina por daños y
reparaciones, exigiendo la suma de u$s 10.000.000 por la nave y u$s 1.900.000
por el combustible no recuperado, solicitud denegada
por la Corte Suprema
de los EE.UU., al fallar en contra de los demandantes, entre otros motivos, por
entender que el supertanquero navegaba subarrendado con bandera ajena a las
leyes de ese país.
De todas
maneras, a raíz de la demanda entablada contra nuestro país, las siluetas del
buque pintada en los fuselajes del Canberra MK-62 matrícula B-105, que se exhibe en la base
aérea de Mar del Plata y el Hércules C-130H matrícula TC-68, fueron borradas.
Notas
1 Regresaba a Alaska.
2 La misma tripulación que había reemplazado a la del
vicecomodoro Cano en el Hércules, la cual comandaba el comodoro Javier Martínez.
3 Veterano de guerra de Malvinas y notable artista
plástico.
4 Tampoco se permitió a los periodistas visitar la
embarcación.
5 Uno de los principales “negadores” del ataque al
supertanquero norteamericano fue el comodoro Rubén Oscar Moro, quien sostiene
en su libro La guerra inaudita. Historia
del conflicto del Atlántico Sur. Editorial Pleamar, Bs. As., que esas
misiones nuca se llevaron a cabo y que el buque fue hundido por sus
propietarios para cobrar el seguro. El relato del ataque que los mismos
tripulantes del TC-68 hicieron a la señal NCA TV, echa por tierra esa
versión. Con la misma ligereza, Moro intentó restar el mérito del hundimiento
del HMS “Sheffield” a al Aviación Naval para adjudicárselo a la Fuerza Aérea.
6 Reportaje de la señal NCA TV a la tripulación
del TC-68, año 2009.
7 El primero fue el portaaviones USS “Card”, minado en
el puerto de Saigón por un equipo de zapadores de Vietnam del Norte, el 2 de
mayo de 1964. Fue reflotado y puesto nuevamente en servicio.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur