LA MUERTE DEL “PERRO” CISNERO
El
martes 8 de junio treinta efectivos de la Compañía de Comandos 602 reforzados por cuadros
del Escuadrón “Alacrán”, abordaron dos Land Rover y se encaminaron hacia el
monte Dos Hermanas.
A poco
de andar, en medio de la niebla, la sección alcanzó las posiciones del RI4 cuyo
jefe, el teniente coronel Diego Alejandro Soria, dejó su puesto de mando para
recibirlos.
Tras
una breve reunión, los comandos reiniciaron la marcha divididos en dos
columnas, la primera al mando de Aldo Rico y la segunda al del capitán Eduardo
Villarruel quien, a poco de echar a andar extravió el camino y ya no volvería a
reunirse con el grueso de la sección.
Reducida
a la mitad, la CC602
alcanzó la base del cerro donde se hallaba apostada una avanzada del RI4 al
mando del subteniente Marcelo Alberto Llambías, oficial a cargo de una veintena
de conscriptos y media docena de cabos, que habían rechazado varios intentos de
infiltración enemiga. La sección había perdido dos efectivos, cuyos cadáveres
yacían tirados unos metros más adelante y no habían podido ser recuperados1.
La
aparición de Rico fue como una bendición para aquella sacrificada vanguardia,
un verdadero alivio y un descanso psicológico según lo referiría Llambías, al
término de la guerra2, porque venía a romper la soledad y el
aislamiento en la que se encontraba su gente.
A poco
de llegar, Rico decidió montar una emboscada apostando a sus efectivos delante
de la avanzada, previa inspección de los alrededores. Efectuada la misma, el
sargento Cisnero escogió un promontorio rocoso ubicado a la izquierda de donde
se hallaba ubicado Llambías y allí montó su MAG, asistido por el teniente
primero Horacio Guglielmone, ambos a las órdenes del capitán Tomás Fernández.
Así
llegó la noche, particularmente clara ese día, con su cielo despejado y las
estrellas titilando como pocas veces suele verse en las Malvinas en esa época
el año. Cada hombre aguardaba en su posición, expectante y tenso, compenetrado
en extremo con la misión aunque sumido también en pensamientos personales.
En
esas estaba el Perro Cisnero cuando alcanzó a distinguir
una columna enemiga que, al menos en apariencia, se estaba replegando.
Enseguida
se lo comentó a su compañero y al mismo tiempo hizo señas al capitán
Fernández,
indicándole el lugar por donde estaba pasando la hilera de hombres. Pese
al esfuerzo, su superior, cubierto por las rocas y parte de la ladera,
no alcanzó a
distinguir nada.
En vista de ello, Cisnero corrió a su lado y le preguntó si
podía disparar pero para su sorpresa y desagrado, la respuesta fue negativa.
Según Fernández, los británicos se hallaban a 800 metros de distancia
y era seguro que desde esa posición, la ametralladora no los podría alcanzar.
Cisnero
volvió a su posición y el enemigo desapareció en la
noche, sin haber notado la presencia argentina. Inmediatamente después
Rico impartió la orden de iniciar el repliegue y así se hizo rápidamente
porque el
jefe de la compañía no quería que las primeras luces el día los
sorprendiese
mal ubicados.
Los comandos levantaron la emboscada y regresaron al puesto
de mando del teniente coronel Soria, acordando regresar al día siguiente.
Mientras se decidía el apoyo de fuego del
Grupo 3 de Artillería, hizo su arribo al monte Enriqueta el capitán De la Serna trayendo en tres Land
Rover al Equipo de Comunicaciones que debía ocupar la cumbre y constituir el
enlace entre la CC602,
el RI4 y Puerto Argentino3.
No pudieron haber escogido peor momento para llegar porque a
esa hora, la elevación estaba siendo bombardeada por la artillería de campaña
enemiga, obligando a De la
Serna a dejar al Equipo cerca de las posiciones del BIM5 y retirarse
presurosamente a los efectos de no poner en riesgo los vehículos. Los hombres debieron
desplazarse en medio del cañoneo, aprovechando las pausas entre cada disparo y
escalar la altura por la parte posterior.
En determinado momento, el cabo primero Tossi tomó por un
brazo a Stel y le pidió no seguir avanzando más.
El oficial se dio cuenta que su compañero estaba asustado y por
esa razón se detuvo e intentó tranquilizarlo recordándole las palabras del
general San Martín: “Nada es
más importante en tiempos de guerra que la celeridad de las comunicaciones”.
La frase del máximo prócer de los argentinos pareció surtir
efecto porque el joven suboficial, comprendiendo su significado y
viendo la necesidad de concretar la misión, juntó coraje y comenzó a
caminar presurosamente. Una vez en la cima desplegaron los equipos y
esperaron.
Esa misma noche Aldo Rico volvió a ponerse en marcha,
precedido por una sección adelantada al mando del capitán Andrés Ferrero a la
que se había incorporado al teniente primero Daniel Oneto.
El grueso de la
Compañía llegó a las 21.00 para montar nuevamente la
emboscada. La misma quedó constituida de la siguiente manera: al pie del
monte, sobre unas
estribaciones rocosas situadas en la vanguardia, el teniente primero
Vizoso
Posse, de quien dijimos, era veterano de la campaña antiguerrillera en
Tucumán;
junto a él montó su ametralladora el sargento Cisnero; más arriba Aldo
Rico con
el capitán Ferrero y cerca de ellos, un poco más abajo a la derecha, la
segunda
ametralladora pesada a cargo del teniente primero Enrique Rivas, quien
tenía
al sargento Miguel Franco como servidor.
Por su parte, el escalón de asalto quedó dividido en dos
grupos, uno a cada lado del dispositivo; el de la derecha a las órdenes del capitán
Tomás Fernández y el de la izquierda a las del segundo comandante del Escuadrón
“Alacrán”, Eduardo Miguel Santo, con una ametralladora y varios hombres
provistos de fusiles.
Por encima de Rico se ubicó el capitán-médico Hugo Ranieri,
armado con un fusil de caza mayor y unos 150 metros más arriba,
el escalón de protección a las órdenes del capitán Villarruel, cubiertos todos
por la avanzada del RI4 del subteniente Llambías, que también disponía de una
ametralladora pesada.
En
medio de una noche de quietud, con un frío que calaba los huesos, los
comandos atisbaban en silencio, atentos al menor movimiento, tratando de
penetrar con la vista la negrura, algunos de ellos
espalda con espalda, provistos de visores nocturnos.
Había mucha tensión.
El Perro Cisnero se hallaba extremadamente atento detrás de
su roca, aferrando con ambas manos la ametralladora mientras hacía un
exhaustivo repaso de su vida. Cerca
de allí se encontraba Vizoso Posse, listo para abrir fuego ni bien se hiciera
presente el primer soldado inglés.
En esos momentos, en vista del sosiego y el silencio, el
teniente primero Mario Quiroga aprovechó para acercarse hasta donde se
encontraba el Perro a efectos de intercambiar algunas palabras. Al verlo
llegar, el catamarqueño lo saludó y después guardó silencio, siempre
escudriñando la noche. Fue entonces que una extraña sensación invadió a Quiroga
porque, iluminado por la luz de la luna, el rostro del Perro parecía irradiar una
extraña paz.
-¿Todo bien?- le preguntó.
-Sí, todo bien –contestó Cisnero extremadamente compenetrado.
Quiroga intuyó algo e insistió.
-¿Hay algo que te preocupa? ¿Está todo tranquilo?
-Está todo bien.
-¿Estás cansado?
-No, para nada. Estaba pensando y haciendo un balance de mi vida.
-Pero Perro, ¿justo ahora? ¿Por qué me hablas de esas cosas?
-No sé.
Y una vez más, el silencio se adueñó del lugar.
-Estuve pensando sobre mi vida, recordando mi infancia, a mis padres –dijo el Perro quebrando la quietud- ¿Y vos? ¿Tuviste noticias de tu familia?4
Quiroga respondió afirmativamente y después de referir algunos pormenores pasaron a hablar de la emboscada. Inmediatamente después, el oficial volvió a su lugar y fue entonces Vizoso Posse quien habló para ofrecerle al Perro un pedazo de chocolate.
-Se lo agradezco mucho, mi teniente primero –dijo Cisnero- Con la hambruna que tenemos de varios días sin comer, me parece admirable que lo comparta conmigo.
-Es que los comandos debemos ser como los mosqueteros
–respondió Vizoso- uno para todos y todos para uno, y compartir esto con usted
me permite comer a mí también.
El Perro, entonces, retomó la palabra.
-Aunque a usted le parezca mentira le tengo mucho aprecio. Mi familia conoce a la suya y son de buena semilla, se lo digo de todo corazón porque en estas circunstancias no caben las obsecuencias.
-Le agradezco su sinceridad, sargento. Nosotros compartimos los mismos sentimientos respecto de la suya. Sabemos que son hombres de palabra.
-Al igual que ustedes, buscamos siempre la verdad. Usted me permitió que tuviese la ametralladora y no se va a arrepentir. Estoy muy contento por eso.
-Somos personas simples –respondió Vizoso- Estamos en peligro de muerte y las cosas que valoro son las espirituales y no quisiera presentarme ante el Creador sorprendido en medio de mis vicios.
-Tiene razón, mi teniente primero, pienso lo mismo. Lo único que me interesa es mantener, aun a costa de mi vida, los ideales de Dios, Patria y Familia.
-Sargento, creo firmemente que estamos en este mundo para probar nuestro amor, mantener la verdad más allá de los sufrimientos. La mentira está por todas partes con sus atracciones que nos arrastran por el lodo, pero cuando uno se encuentra en un lugar olvidado de Dios, con un hombre que se sabe los quilates que pesa, me llena de fuerza para continuar la lucha. Ambos sabemos que las cosas no están bien pero, a pesar de ello, estoy dispuesto a dar todo de mí, cueste lo que cueste.
-Esas últimas palabras me resultan familiares. Se las puse a los míos en una carta.
-Usted es famoso por su perseverancia, fidelidad a sus principios y por eso le dicen el Perro. Sé que esta noche no será fácil para nosotros, pero también sé que tanto la vida actual como la muerte no tienen sentido si no pensamos en la Resurrección, donde los que compartimos los ideales cristianos nos volveremos a ver.
-En la Resurrección nos veremos, mi teniente primero – respondió el Perro sonriendo.
-Sargento, en el encuentro con la Eternidad hace mucho frío, tuve una experiencia muy desagradable en la Cordillera de los Andes. Me siento entumecido. Allí aprendí que la unión hace la fuerza. ¿Por qué no nos juntarnos espalda contra espalda y conformamos nuestros sectores de fuego?
- Estoy de acuerdo5.
Y así lo hicieron. El Perro quedó mirando hacia el sector izquierdo y Vizoso Posse hacia el derecho, en mejores condiciones para enfrentar al enemigo. A aquella conversación le siguió nuevamente el silencio y así pasaron las horas hasta la medianoche, cuando los cañones del enemigo comenzaron a retumbar a lo lejos.
En ese momento, el cielo se iluminó con la luz de varias
bengalas que buscaban marcar los objetivos para la artillería mientras los
fogonazos resplandecían iluminando el horizonte. Sin embargo,
el fuego no duró mucho y al tiempo calló devolviendo el silencio, silencio que los hombres de Rico mantuvieron calados hasta los huesos por el intenso
frío, entumecidos y helados.
En esa situación se encontraban los argentinos cuando a eso
de las 02.00 el teniente primero Rivas creyó distinguir movimientos sospechosos
a la derecha. No tardó mucho en darse cuenta que se trataba de una columna
británica y que la misma comenzaba a pasar delante suyo.
El oficial cometió un terrible error táctico al no abrir
fuego. En lugar de ello se desplazó hacia donde se encontraba Rico para
comunicar la novedad y pedirle instrucciones. En lugar de ello recibió una
severa reprimenda porque de haber disparado, habría ocasionado numerosas
bajas.
-¡¿Por qué no tiraste?! – le espetó su superior.
-Pensé que no debía. Así se aproximaba más gente6.
Molesto, Rico lo despachó de regreso a su puesto e
inmediatamente después le ordenó a Ferrero que corriese a alertar a los
elementos adelantados. Según Ruiz Moreno, al incorporarse alcanzó a ver la
silueta de un soldado enemigo en cuando se perdía tras la pared rocosa
de enfrente.
Ferrero se apresuró a cumplir la directiva y mientras echaba
a andar, una poderosa explosión sacudió el monte. El enemigo tomaba la
delantera atacando a quienes habían intentado emboscarlos.
Se trataba de una treintena de hombres pertenecientes al SAS,
que acababan de detectar los movimientos en torno al puesto de mando de la Compañía gracias a sus
poderosos visores nocturnos.
Cuando los argentinos respondieron el fuego, cuatro ingleses
se desprendieron de la columna y a todo correr, comenzaron a subir la pendiente
disparando sus armas automáticas.
El Perro los vio venir y accionó su ametralladora,
efectuando varias ráfagas hasta que un cohete Law de 66 mm
le pegó directamente en
el pecho matándolo en el acto. La explosión arrojó hacia delante al
teniente
primero Vizoso Posse, provocándole una fuerte herida en la cabeza por la
cual comenzó a perder abundante sangre. Al incorporarse notó que
acababa de extraviar
su fusil y que el Perro Cisnero no respondía sus llamados.
Instintivamente buscó la MAG e intentó
tirar pero al hacerlo, se dio cuenta que había quedado completamente inutilizada.
Así relataría tiempo después aquellos sucesos:
Su
presencia [la de los ingleses] había sido advertida por el escalón de seguridad
del teniente Rivas que estaba ahí y nosotros del otro lado. Mientras daban la
voz de alarma, dejaron pasar la vanguardia inglesa compuesta por alrededor de
10 soldados, lo que indicaba que se trataba de una fuerza completa de entre 20
y 30 hombres. Entraron por la derecha y nosotros estábamos casi en el extremo
izquierdo, y por esas cosas de la guerra, el alerta rojo no llegó al escalón
apoyo que integrábamos Cisnero y yo7.
Casi en el mismo momento en que tomaba la ametralladora,
Vizoso Posse escuchó voces en inglés.
Fingiendo estar muerto se arrojó al suelo y permaneció inmóvil, pensando que había llegado su
última hora. Mientras lo hacía, llegó a sus oídos el furioso intercambio de disparos y
la voz de Rico llamando desesperadamente al Perro.
Cuatro soldados enemigos aparecieron donde yacían tirados Vizoso
y el cadáver de Cisnero y como no vieron sus movimientos, decidieron
rematarlos, descerrajándoles una ráfaga de metralla a cada uno.
Y entonces se produjo el milagro.
El retroceso del arma del efectivo inglés que tenía parado a
su lado hizo imprecisa la descarga y solo la primera bala le pegó. La misma le
entró por el hombro derecho y haciendo un recorrido oblicuo, le salió por el
cuello, sin tocar ni la columna vertebral, ni la arteria cava, ni la carótida, incrustándose
en una de las cuentas del Rosario que llevaba colgado.
Como Vizoso no había perdido el conocimiento, sintió el
violento puntapiés que el soldado le propinó para darlo vuelta y dejarlo boca
arriba.
Pensando
en el Perro, permaneció en esa posición, con los
ojos abiertos, sin mover un solo músculo de su cuerpo, casi sin
respirar. Los británicos intercambiaron unas palabras, luego giraron y
comenzaron
a descender la loma por la cual habían llegado, intentando cubrirse de
los
disparos argentinos que pegaban amenazadoramente cerca. Era el
momento indicado.
Rápido como el rayo, Vizoso se incorporó, corrió hasta su
fusil, lo tomó firme en sus manos y apuntando desde la cadera, disparó,
vaciándoles el cargador. Como se ha dicho, era un hombre fogueado que ya
conocía la guerra, una guerra distinta y lejana pero cruenta y dura como
aquella.
Los ingleses cayeron mortalmente heridos, atravesados por
las balas del comando y como el tucumano creyó que se habían arrojado cuerpo a
tierra, les siguió tirando hasta acabar con ellos.
Debilitado
por la pérdida de sangre, Vizoso Posse llamó al
mayor Rico para comunicarle lo que acababa de suceder e informarle el
cambio de posición en dirección al puesto de mando. Rico le preguntó si
estaba en condiciones físicas y el bravo oficial le dijo que sí8.
A esa altura, el intercambio de disparos se había tornado intenso,
con las ametralladoras, granadas y fusiles retumbando por todas partes,
haciendo volar piedras y grandes trozos de turba; los proyectiles y las
esquirlas rebotaban por todas partes y las trazadoras cortaban la obscuridad.
Un inglés intentó cubrir a su gente con humo pero el escalón
al mando del capitán Fernández se lo impidió; desde lo alto, la ametralladora
pesada del RI4 mantenía inmovilizados a varios hombres, accionada por el valeroso subteniente Llambías en tanto Rico, fuera de sí, vaciaba cargador tras cargador.
Tal era su poder de fuego, que en
determinado momento el teniente primero Lauría le gritó que se
controlase porque se iba a quedar sin municiones pero
para entonces, el jefe de los comandos se hallaba completamente
enajenado. Sin escuchar a nadie, enardecido por el fragor del combate,
seguía tirando y maldiciendo porque aún retumbaban en sus oídos las
burlas de un soldado británico imitando sus llamados al Perro.
-¡Cisnerou! ¡Cisnerou!9
Como intentando darse ánimo, los comandos gritaban mientras disparaban, lo mismo el enemigo, que maldecía a los argentinos
permanentemente.
-¡¡¡Vengan ingleses hijos de puta, que los vamos a matar!!!
– aullaba Lauría.
-¡¡Bastards!!
¡¡Are all sons of bitchers!! – gritaban los británicos.
En esos momentos, un cohete estalló muy cerca de Lauría y
del mismo Rico.
-¡¡¡Hijos de puta!!! – gritaba este último oprimiendo el gatillo y luego repetía el improperio en inglés para hacerse entender.
Así
continuaron, impulsados por la intensidad del
enfrentamiento, hasta que en determinado momento se miraron con Lauría y
se
echaron a reír, como ignorando el riesgo que estaban corriendo. Y no era
para
menos porque la situación era por demás grotesca, con dos bandos
tratando de masacrarse mientras se insultaban como si fuesen
espectadores de una competencia deportiva. Tampoco sentían el frío ni la
intensa humedad que afectaba la zona. El combate crecía y la adrenalina
estaba en su máximo nivel.
Un poco más arriba, a aproximadamente 500 metros hacia la
derecha, comenzó a concentrarse el fuego de morteros, el cual se iba corrigiendo a
medida que se aproximaba a las posiciones de Villarruel. Y entonces, se
produjo el segundo milagro de la noche pues ninguno de los estallidos provocó
víctimas y solo forzó a los soldados a arrojarse cuerpo a tierra en tanto el
barro y las piedras cubrían sus cuerpos.
Los
comandos británicos intentaban aferrar a sus oponentes
con el fuego cruzado de sus ametralladoras pesadas, tanto desde la
derecha como a izquierda, obligándolos a pegarse al suelo lo más
posible. Como respuesta, Lauría y Oviedo lanzaron granadas con sus
fusiles PDF, impactando prácticamente encima de las bocas de fuego
británicas.
Por su parte, el capitán-médico Ranieri tiraba con su Mágnum 300
Weatherby al
tiempo que vociferaba contra toda Gran Bretaña junta.
En ese preciso momento, Vizoso Posse se le acercó a la
rastra y entonces el facultativo le preguntó si estaba bien.
-¡Si!
Ranieri le hizo una rápida revisión y al ver que podía
seguir combatiendo le dijo:
-¡Macho, agarrá el fusil y seguí tirando!
En ese momento, alcanzaron a ver a un británico que les disparaba
desde una distancia de 40
metros. Vizoso se asomó por entre las rocas y le tiró,
obligándolo a efectuar un brusco cambio de posición.
Por su parte, Lauría y Aguirre hacían lo propio contra las
ametralladoras pesadas, alcanzando a destruir una y manteniendo a raya a los
servidores de la otra. Entonces se hizo evidente que los británicos comenzaban
a disminuir la intensidad de fuego aun cuando por momentos, parecía que el
cerro iba a estallar.
Concentrado
en hacer fuego, Rico se dio cuenta que, había
dejado de impartir instrucciones y temiendo quedar envuelto por el
enemigo (con la muerte de Cisnero la cobertura había disminuido), le
ordenó al teniente primero Enrique Rivas ponérsele a la par.
Esa
orden fue mal interpretada por los efectivos del
Escuadrón “Alacrán” quienes a raíz de ello comenzaron a replegarse,
error que terminó costándoles
caro porque al desguarnecer el sector defendido, comenzaron a
recibir sobre sí fuego de bazookas descartables. Allí pereció uno de
aquellos bravos, el sargento primero Ramón Gumersindo Acosta10 y sufrió
heridas un suboficial.
De esa manera, el flanco derecho argentino quedó
completamente desguarnecido por lo que Rivas debió esforzarse en extremo para
poder cubrirlo. El joven oficial cumplió su misión con verdadero celo,
compensando así el grave error que había cometido anteriormente.
La artillería británica comenzó a hostigar desde monte Kent
en el preciso momento en que se escuchaban voces en inglés ordenando el repliegue.
En vista de ello, Lauría propuso ir en busca del enemigo que huía pero Rico,
mucho más frío y sereno, se lo impidió, indicándole con energía mantener las
posiciones un tiempo más con la idea de iniciar, posteriormente el regreso hasta las
líneas del Regimiento de Infantería 4.
Mientras Rico intentaba pedir
fuego de artillería, los británicos se retiraban presurosamente.
En esas se encontraban los comandos cuando Ferrero partió en
busca del cuerpo de Acosta, a quien halló boca arriba tirado entre las rocas.
Alguien propuso por ahí rescatar también al Perro pero Rico, a pesar del enorme
afecto que le tenía, ordenó que nadie se moviese pues el intento iba a ser un
suicidio.
Enardecido
por la lucha, Lauría volvió a insistir con
perseguir a los ingleses y tal era su estado de excitación, que llegó al
borde
del amotinamiento. Rico lo tomó de la chaqueta y zamarreándolo con
fuerza trató de hacerlo entrar en razones; incluso casi le propina un
fuerte puñetazo pero,
conteniéndose, le ordenó tomar a su cargo el repliegue.
Aún así, Lauría indicó a seis de sus efectivos que revisasen
la munición porque partían enseguida en busca del enemigo. Sus
hombres lo miraron en silencio, viendo como efectuaba el recuento y revisaba su
armamento en tanto Rico, Fernández Funes, Ferrero y Ranieri permanecían en sus
lugares, manteniendo la cobertura.
Lauría recién entró en razón al percatarse de lo escaso
que estaba de municiones; solo le quedaban cuatro cargadores de 80 tiros
y unas pocas granadas. Era evidente que Rico tenía razón.
Bajo la guía y el reglaje del propio jefe de la CC602, el Grupo 3 de Artillería
comenzó a bombardear al enemigo en retirada. Los comandos se hallaba tan
cerca de donde impactaban los proyectiles, que el teniente coronel Balza
llegó a temer por su integridad física. Preocupado, preguntó si estaban pidiendo
fuego sobre su posición, a lo que Rico respondió afirmativamente.
El fuego argentino persiguió a los británicos por espacio de
400 metros
mientras Rico y su gente iniciaban el repliegue llevando consigo el material
capturado, en especial, las raciones.
Cuando
alcanzaron las posiciones del RI4, encontraron al extraviado capitán
Villarruel y enseguida, completamente extenuados, se desplomaron sobre
el suelo.
A Vizoso Posse y el suboficial de la Gendarmería debió
atenderlos el teniente primero Daniel Atilio Oneto porque Ranieri aún no había
llegado. Fue entonces que pudieron comprobar el milagro de la bala incrustada
en la cuenta del rosario y eso dejó a todos estupefactos. En su
trayectoria, el proyectil terminó cauterizando la herida, evitando la pérdida de
sangre. El capitán Fernández, se hallaba junto a Oneto y Vizoso cuando el primero
lo revisaba, sin dar crédito a lo que veía. No cabía ninguna duda de que ese día se había
producido un milagro.
En la madrugada del 10 de junio (aniversario argentino de
las Islas Malvinas), el total de la
Compañía 602 inició el regreso a pie en el más completo
silencio, conmovida todavía por las fuertes experiencias vividas y por las
muertes del suboficial Acosta y el querido Perro Cisnero. Y como era de
esperar, durante el desplazamiento, Vizoso Posse comenzó a experimentar los
primeros síntomas de dolor, los cuales fueron en aumento a medida que se acercaban a
las posiciones de la Compañía
B del RI6, cuyo comandante era el mayor Jaimet.
Los comandos acamparon junto a esa unidad y allí
permanecieron hasta que la abnegada columna de Land Rover del capitán De la Serna, llegó para recogerlos
y conducirlos a Puerto Argentino.
Vizoso
Posse fue hospitalizado y sometido a una exitosa intervención
quirúrgica. Finalizada la misma, permaneció en reposo, negándose
en todo momento a ser evacuado al continente.
El
13 de junio se hallaba completamente repuesto y
colaboraba en tareas diversas, ayudando a cargar heridos en los aviones
Hércules cuando repentinamente alguien lo tomó del brazo y le dijo que
debía partir. Vizoso se negó rotundamente pero pese a su firme deseo,
fue
obligado a subir y regresar en el último vuelo del puente aéreo.
Apenas faltaban veinticuatro horas para el final de la
guerra.
El de Dos Hermanas fue uno de los combates más duros de la
campaña terrestre y aunque las cifras exactas de bajas británicas nunca fueron
reportadas, se sabe que las hubo porque, tal como lo explica Isidoro Ruiz
Moreno, varios años después, el teniente Lauría vio en un documental compaginado
por la BBC a poco
de terminadas las acciones, que el enemigo reconocía varios muertos durante el
enfrentamiento, algunos de ellos en los días posteriores, a causa de las
heridas. Por su parte, el capitán Ferrero, prisionero a bordo del MV “Saint
Edmund”, llegó a escuchar algo al respecto.
Lo cierto es que tanto ingleses como argentinos creyeron
haberse enfrentado a la vanguardia de una fuerza superior y una vez más, el
enemigo había chocado contra la férrea oposición de los comandos.
Finalizada la guerra, el capitán Villarruel explicaría a un
medio de prensa la importancia de contar con un jefe de la experiencia y
agallas de Aldo Rico, ejemplo de valentía, coraje y decisión en la lucha y en el reglaje
de la artillería de campaña.
Notas
1 A causa del
frío, no habían entrado en descomposición.
2 “Tiempo Argentino”, mayo de 1983.
3 Lo integraban el teniente
primero Enrique Stel y el cabo primero Luis Tossi.
4 Isidoro Ruiz Moreno, op. cit.
5 Ídem.
6 Ídem.
7 Ídem.
8 Poco después fue enviado a
retaguardia para que el capitán-médico Ranieri revisase sus heridas.
9 Isidoro Ruiz Moreno, op. cit.
10 Era la séptima baja fatal que padecía la Gendarmería Nacional
desde su llegada a Malvinas. Había hecho el curso de comandos en 1973.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur