ATAQUE AL “INVINCIBLE”
El día 30 de
mayo de 1982 tuvo lugar el que posiblemente hay sido el hecho más controvertido
y polémico de la guerra.
Como se
dijo en páginas anteriores, desde hacía varios días la FAS venía estudiando la
posibilidad de llevar a cabo una operación conjunta entre la Fuerza Aérea y la Aviación Naval
sobre un objetivo de envergadura, a saberse, uno de los portaviones que
integraban la Task Force.
El 29 de mayo
por la mañana la 2ª Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque recibió la orden de
alistar sus unidades para atacar un blanco ubicado en el radial 090º, a 80 millas al este de las
Malvinas y 560 del litoral patagónico. Aunque no estaba confirmado, todo
parecía indicar que la nave en cuestión era el HMS “Invincible” (R05), y contra ella la Argentina
pensaba utilizar el último Exocet de su arsenal.
Un
estudio
detenido permitió ubicar el blanco en un punto realmente
complicado por la distancia. Tras los demoledores golpes del 4 y 25 de
mayo, el comando británico desplazó sus unidades hacia el este,
posicionándolas en un punto equidistante entre Puerto Deseado y Río
Grande, lo más lejos posible del alcance enemigo. Igualmente, los portaaviones no podían superar las 100 millas náuticas del
archipiélago porque de hacerlo, quedarían fuera del radio de acción de sus
aeronaves.
La suerte
corrida por el “Sheffield” y el “Atlantic Conveyor” llevó al extremo
los recelos británicos y su temor por el binomio Super Etendard/Exocet, los
obligó a reforzar los sistemas de vigilancia.
Aquella mañana, el capitán de fragata Jorge Colombo, jefe de la 2ª Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque, notificó a su par, Alejandro Francisco y al teniente de navío Luis Collavino, que se estaban ultimando los detalles para una misión conjunta con unidades de la Fuerza Aérea.
Los pilotos
se sorprendieron y pidieron más detalles pero como no se los pudieron dar,
solicitaron suspender la operación con el objeto de planificarla mejor. En verdad, se
trataba de algo fuera de lo usual y por esa razón, era necesario adoptar todos los
recaudos si lo que se deseaba era al menos un 50% de probabilidades de éxito.
Colombo les
explicó que eso no era posible y les ordenó abordar sus máquinas y mantenerse
atentos a la orden de partida.
Cuando los
aviadores controlaba sus paneles, llegó la noticia de que el
avión cisterna alistado para reabastecerlos tenía problemas y por esa razón,
la misión se cancelaba.
Francisco y
Collavino respiraron aliviados y después de descender de sus aparatos, se
encaminaron a la sala de prevuelo a ultimar los detalles de la operación. Los
inconvenientes del Hércules resultaron providenciales porque permitieron trazar
planes mucho más sofisticados y mejor elaborados.
En la
Base Aérea de San Julián, mientras tanto,
el jefe del Grupo 4 de Caza, Juan José Antonio Lupiañez, citó en su despacho a
los jefes de escuadrillas para ponerlos al tanto de que se estaba programando
una misión extremadamente difícil, la cual se llevaría a cabo junto a
aviones Super Etendard de la Aviación Naval.
Los pilotos se sorprendieron al saber que el objetivo era uno de los portaaviones
enemigos y que el mismo se encontraba a gran distancia, en una posición
extremadamente difícil de alcanzar.
Cuando
Lupiañez terminó de hablar miró fijamente a sus hombres y preguntó quien se
ofrecía. Un profundo silencio siguió a sus palabras, roto al cabo de unos
segundos por la voz del primer teniente Ernesto Rubén Ureta:
-Yo voy.
-Yo también - agregó el primer teniente José Daniel Vázquez, amigo y compañero de muchos años.
El jefe del
grupo se sintió una profunda emoción frente a esos hombres que se
ofrecían voluntariamente como parte en una misión de la cual iba a resultar sumamente difícil regresar. Les dijo entonces
que Vázquez estaría al mando y que debían ser ellos los encargados de escoger a
sus numerales.
Ureta era un cuadro experimentado y eso le daba confianza a sus superiores. Nacido en
Avellaneda en 1950, se había graduado como alférez en 1973, como
aviador militar en 1974 y como piloto de combate al año siguiente. Destinado
primero a la Base Aérea
de Villa Mercedes, provincia de San Luis, pasó luego a la VI Brigada Aérea con
asiento en El Plumerillo, provincia de Mendoza, donde llevó a cabo numerosos
vuelos de práctica y maniobra hasta la gran movilización decretada por la crisis del
Canal de Beagle.
Al ser
consultado por los mandos, Ureta señaló a su igual en el
rango, Omar Jesús Castillo, al alférez Gerardo Guillermo Isaac y al teniente
Daniel Paredi que debería conducir hasta Río Grande a un quinto aparato que
actuaría en calidad de reserva.
Al ingresar
en la sala de prevuelo, Ureta y sus compañeros vieron al jefe de la unidad
inclinado sobre la mesa, concentrado en el gran mapa allí desplegado. Lo
rodeaba personal del comando y varios de sus colegas del Grupo 4, quienes al
verlos acercarse, los saludaron efusivamente.
Los pilotos
escucharon el plan de operaciones, reparando en algunos
detalles y solicitando información sobre otros; tomaron nota de las órdenes
impartidas y a las 12.34 abordaron sus aviones con destino a Tierra del
Fuego (12.44) donde los aguardaban sus colegas de la Aviación Naval con
que debían concretar el ataque.
El
viaje
hacia el sur se realizó sin inconvenientes, aterrizando uno detrás de
otro con
una diferencia de escasos segundos. Inmediatamente después llegó el
Learjet con el jefe del Grupo, quien traía consigo el plan de
operaciones y los cálculos de
combustible. Desde allí se dirigieron al salón de pilotos para coordinar
los
detalles con el personal de la
Armada que esperaba desde temprano.
Tras
las correspondientes presentaciones, después de estrecharse las manos,
se concentraron sobre los mapas y cartas marinas para analizar a fondo
la que sería, sin ninguna duda, la misión más compleja y arriesgada de
la
guerra.
Los aviones
deberían rodear el archipiélago por el sur, a 200 millas de sus costas, remontar hacia
el norte y atacar a las naves enemigas desde el este, después de recorrer una
distancia aproximada de 1800 kilómetros.
El 30 de mayo amanecido nublado y frío, con mucha escarcha y algunos charcos congelados. Una actividad casi febril mantenía a la Base de Río Grande ocupada, en especial a los pilotos, quienes se hallaban concentrados sobre el amplio mapa de las Malvinas desplegado sobre la mesa. Allí, junto a los aviadores navales, se encontraban Vázquez y sus compañeros de la Fuerza Aérea, siguiendo en conjunto los detalles de la misión.
En determinado momento, el capitán Francisco preguntó que ocurriría si uno de los A4
fallase. El primer teniente Vázquez, inclinado en esos momentos sobre el plano,
se incorporó y mirándolo directamente a los ojos le respondió que en ese caso continuarían con los otros tres, lo
mismo si llegaba a fallar un segundo avión. Un silencio profundo siguió a sus
palabras porque recién comprendieron que la misión solo se cancelaría si tres de los Skyhawk
experimentasen problemas, lo mismo si lo hacía el Super Etendard portador del Exocet o uno de los cisternas.
A
las 12.00
horas de aquella fría mañana (15.00Z), los seis pilotos se encontraban
en sus
cabinas, aguardando pacientemente la orden partir. Habían efectuado el
control
de sus paneles una docena de veces y con el paso de los minutos sentían
la adrenalina acumulándose en sus venas, lo mismo sus corazones,
latiendo con celeridad.
No es fácil mantener la serenidad en semejante situación, cuando se está
pronto
a desafiar a la muerte con gran riesgo de no salir airoso.
Media hora
después, la torre de control dio la autorización y como un acto reflejo, los
pilotos dieron potencia a sus motores y uno a uno, comenzaron a rodar hacia la
cabecera de la pista mientras el personal de tierra los despedía efusivamente,
agitando brazos y gorras y lanzando estruendosos gritos de guerra.
El
primero en
decolar fue el capitán Francisco, seguido inmediatamente detrás por el
teniente
Collavino. Con cinco minutos de diferencia comenzaron a carretear los
cuatro
aviadores de la Fuerza Aérea encabezados por su jefe, el primer teniente
Vázquez. Lo seguían en este orden, el primer teniente Ureta, el
teniente
Castillo y el alférez Isaac1.
Una vez en el
aire, la formación ascendió hasta los 12.000 metros y a 900 km/h puso proa al este, con muy buen
tiempo y excelente visibilidad.
Entre las
12.50 (15.50Z) y las 12.55 (15.55Z) alcanzaron el punto de reabastecimiento, donde los KC-130 aguardaban con
sus mangueras extendidas para efectuar el enganche. El acople se hizo
sin inconvenientes, los Super Etendard en el avión Nº 1, piloteado por
el vicecomodoro Litrenta2 y los Skyhawk turnándose por duplas,
en el Nº 2, al mando del vicecomodoro Noé3. Vázquez y Ureta lo hicieron primero,
Castillo e Isaac después.
Efectuada la
recarga, los gigantescos Hércules recogieron sus mangueras y se alejaron al
tiempo que los cazas enfilaban rumbo a las islas, volando juntos a lo largo de los siguientes 300 kilómetros.
Separados por
una milla de distancia, lo aviones atravesaron un frente de tormenta con bancos
de nubes y niebla, volando rasantes a solo 30 metros el agua,
siempre a la misma velocidad.
Con cierta preocupación notaron que la sal se les empezaba a pegar en los parabrisas pero para su fortuna,en
ese tramo la lluvia se hizo intensa y eso evitó la
cristalización. De todas
maneras, hubo pérdida de contacto visual y con ello un leve desvío de
ruta, el cual fue corregido gracias al excelente sistema de navegación
de los Super
Etendard.
Volaban sobre un mar embravecido, manteniendo el riguroso silencio de
radio (de tanto en tanto se hacían alguna seña), rogando a Dios para que nada fallase.
En esas
condiciones rebasaron el archipiélago, pasando 300 kilómetros
al
sur de las islas de los Leones Marinos y alcanzaron el punto extremo
desde donde viraron hacia el noroeste para dirigirse a la flota. Los
cazas navales en
el centro, un tanto adelantados y los Skyhawks a ambos lados, a modo de
escoltas.
A 30 millas de distancia,
los Super Etendard se elevaron unos metros y efectuaron la primera emisión de
radar. Debían hacerlo rápidamente, a efectos de no ser detectados
y regresar a la antigua posición para seguir varios kilómetros más. Numerosos ecos dispersos iluminaron las
pantallas evidenciando una actividad naval no convencional.
Al pegarse
nuevamente al mar, Francisco y Collavino estaban convencidos de haber detectado la flota por lo que, al ascender por segunda vez, lograron
confirmar la información y señalar inmediatamente un blanco.
Fue entonces
que el primero rompió el silencio de radio para comunicar que tenía enganchada la
presa.
-¡20 millas
al frente en proa. Disparo misil!
Al
sentir
esas palabras, los pilotos experimentaron una fuerte tensión que creció
notablemente cuando el aviador naval oprimió el obturador y lanzó el
proyectil.
Ahí mismo se dieron cuenta que había comenzado el
combate.
El Exocet se
desprendió del ala derecha de Francisco y comenzó a caer hacia el mar. Y como
aconteció durante los ataques al “Sheffield” y al “Atlantic Conveyor”, antes de impactar contra las olas encendió su motor y
se estabilizó, iniciando su vuelo al ras de la superficie. Segundos después, los
Super Etendard viraron a la izquierda y se alejaron, dejando el campo libre a los aparatos de la Fuerza Aérea.
Mientras
observaban al terrorífico “pez volador” perderse de vista, los bravos aviadores
llevaron sus turbinas al máximo y se lanzaron al ataque siguiendo su estela,
siempre a muy baja altura y 900
km/h de velocidad.
En este punto
es donde comienzan las discrepancias.
Según la
versión argentina, repentinamente apareció ante ellos una gruesa columna de
humo que se elevaba desde un enorme buque gris, cuyo color parecía mimetizarse
con el cielo y el agua.
Desplazándose
a solo 30 metros
del mar, los pilotos se concentraron sobre el objetivo, listos para
abrir fuego
con sus cañones y en esas estaban cuando el primer teniente Ureta vio
que el avión del primer teniente Vázquez había sido alcanzado por un
proyectil. Un
Sea Wolf pegó en su ala izquierda provocando un fuerte estallido que
desprendió
varias piezas de su fuselaje.
El jefe de la
escuadrilla comenzó a caer y se estrelló en el mar, desapareciendo para siempre en su inmensidad.
Seguido por
sus compañeros, Ureta se hizo cargo de la escuadrilla y así continuó mientras
preparaba el armamento. Los ingleses disparaban con todo su
potencial en tanto a bordo del buque sonaban las alarmas y la tripulación permanecía
inmóvil, aplastada contra el suelo.
El alférez
Isaac sintió una impresionante sacudida cuando el avión del teniente Castillo
se desintegró a su lado. Horrorizado y con un nudo en la garganta, continuó su
vertiginosa derrota, maniobrando de un lado a otro para evitar los proyectiles.
Antes de
accionar sus cañones, Ureta creyó distinguir la inconfundible silueta de
un portaaviones, con su pista de
aterrizaje, la isla, la torre y las bochas blancas de los radomos de proa y
popa y pese a la tremenda tensión que
experimentaba, intentó guardar en su memoria hasta el más mínimo detalle.
Con el objetivo en la mira, el aviador oprimió el percutor y disparó comprobando con gran desazón que
apenas salió una ráfaga corta porque sus cañones se habían trabado. Casi
enseguida tiró su palanca hacia atrás, se elevó y dejó caer las bombas,
saltando por encima de la estructura. Detrás suyo llegó el alférez Isaac disparando
ráfagas de metralla que perforaron el casco en distintos puntos. Antes de
estrellarse contra las antenas, se elevó, lanzó sus cargas
explosivas y escapó, notando que el buque parecía haberse detenido pues
no vio la típica estela blanca en el agua.
Los
pilotos
viraban hacia el oeste cuando vieron a la gran embarcación cubierta por
una densa nube de humo grisáceo y lo más llamativo, que nadie les
disparaba.
En plena
maniobra, los Skyhawk se perdieron de vista y minutos después reestablecieron
el contacto visual gracias al buen tiempo imperante.
Volando en
silencio de radio, llegaron al punto donde los aguardaba el vicecomodoro Litrenta y a 5000 metros de altura procedieron a enganchar sus mangueras.
Tuvieron
dificultades para embocar las lanzas debido a la enorme tensión
experimentada durante la misión, pero al cabo de varios intentos, lo
lograron.
El vuelo de
regreso fue normal, sin mayores alternativas y en esas condiciones aterrizaron
en Río Grande, primero Ureta y segundos después Isaac.
Mucha gente
los esperaba en la base, entre ellos el capitán Francisco y el teniente
Collavino, ambos visiblemente conmovidos por la muerte de Vázquez y Castillo.
En realidad, todos los presentes se hallaban sumamente acongojados y ese
sentimiento creció cuando Ureta e Isaac se estrecharon en un abrazo y lloraron
amargamente recordando a sus camaradas. Otros dos valientes argentinos habían caído
para siempre en la helada inmensidad del mar.
Cada uno por
separado, explicó a sus superiores los
detalles de la misión, describiendo las características de la embarcación, los
pormenores de la incursión y las incidencias del vuelo.
Las
versiones
inglesas difieren de las argentinas y todo parece indicar que ocultan
algunos
detalles. Según ellas, el Exocet de Francisco habría impactado en el
casco
todavía humeante del “Atlantic Conveyor” una vez desviado
por las contramedidas adoptadas en el último tramo de su trayecto. Lo
curioso
es que según un informe elaborado por el Ministerio de Defensa del Reino
Unido,
para entonces, el gran portacontenedores ya estaba hundido. Sin embargo,
otros
informes, algunos muy cercanos a fuentes oficiales, lo dan como hundido
el día 30 e incluso el 31, uno de ellos la página que la Marina Mercante dedicó al capitán Ian North.
Según otras
fuentes, la nave atacada
fue la fragata HMS “Avenger” (F185), a la cual las bombas argentinas erraron
por muy poco, en tanto el misil habría sido destruido por uno de los cañones
MK-8 de a bordo.
Por su parte, los aviadores argentinos describieron un buque cuya silueta y dimensiones
no coinciden ni con las del “Atlantic Conveyor”, ni con el “Avenger”, ni con
ningún otro navío de la Task Force
salvo el portaaviones “Invincible”.
Al respecto,
el alférez Isaac cierra su relato en el libro Halcones de Malvinas, con las siguientes palabras:
[…] Luego vino la deformación de la
información, pero, sin embargo, ellos enviaron un buque para reparar navíos en
alta mar a la zona de conflicto, pidieron a un país sudamericano (Venezuela)
que les permitiera repararlo, enviaron dos turbinas del tipo de las que usaba
el portaaviones convencional que más tiempo estuvo en alta mar sin entrar en
ningún puerto (evidentemente para que no lo vieran), fue reparado y pintado
solo parcialmente, por lo que se notaban dos colores de pintura, entró finalmente
al puerto, en Inglaterra, en forma totalmente opuesta a la habitual,
evidentemente para que no se viera el lado reparado, un oficial de otro país
(Canadá), dijo haber visto, con oficiales ingleses, la película del ataque (los
ingleses se cansaron de mostrar las películas
de nuestros ataques y sin embargo este ataque nunca fue mostrado), los
ingleses dijeron que se había atacado por error los restos del “Atlantic
Conveyor”. Evidentemente esto era algo imposible, ya que nuestros pilotos
tienen diez décimas, o sea muy Buenavista y no podían haber confundido un buque
derruido y quemado con el buque insignia de la flota, además había sido atacado
el 25 de mayo, incendiándose totalmente, y por lo tanto no podía volver a arder
cinco días después. Otra cosa, ¿Cómo hizo un buque destruido par derribar dos
aviones nuestros?
Cuando el orgullo está herido hay algunos que
pueden llegar a cambiar las reglas de juego: los ingleses descubren sus
secretos de guerra cada treinta años, pero la campaña de Malvinas será develada
recién dentro de noventa años…4
Para más
datos, según ciertas investigaciones realizadas después de la guerra, el
“Invincible” recién apareció por Malvinas en el mes de agosto, llevando algunos
corresponsales a bordo. ¿Qué fue de él hasta entonces? ¿Dónde había
estado?
Los
británicos continuaron operando sus aviones Sea Harrier y Harrier GR.3 desde el
“Hermes” y la pista desplegada en Puerto Argentino ya que, según parece, el
“Invincible” fue retirado hacia un punto del Caribe a efectos de ser
reparado. Al llegar a Portsmouth el 17 de noviembre, su banda de estribor
presentaba signos de haber sido recientemente reparada y su óxido era
insignificante comparados al del “Hermes” y el resto de las embarcaciones. Esa es una de las pruebas más contundentes
esgrimidas por los argentinos y efectivamente, parece indicar algo.
Otro dato
curioso es que antes de la guerra, el “Invincible” estaba prácticamente vendido
a la marina de guerra de Australia pero un mes después del cese de las
hostilidades (julio de 1982), el Ministerio de Defensa británico anunció oficialmente la cancelación de la operación.
Es verdad que
mucho se había especulado en Buenos Aires con respecto a los los portaaviones,
en especial su desvergonzado periodismo.
Como se sabe,
el “Hermes” jamás fue alcanzado y sus averías fueron producto del impacto de un
Sea Harrier (posiblemente averiado por las antiaéreas argentinas) que perdió el
control cuando se disponía a posarse en la cubierta.
Todo parece
indicar que el Exocet de Francisco no alcanzó al portaaviones y solo se
perdió en el mar, sin tocar ningún blanco. En cuanto al “Invincible”,
seguiría prestando servicios hasta su desguace, en abril de 2011. Sin embargo,
no sería descabellado suponer que aquel 30 de mayo haya sido alcanzado, al
menos por una de las bombas de los A4C y en consecuencia, los ingleses hayan ocultado el
hecho para encubrir aún más las falencias de sus sistemas defensivos y alerta
temprana.
Notas
1
El
día anterior, dos de los Skyhawk debieron volar de regreso a su base
en San Julián para ser sometido a exámenes y reparaciones por fallas
detectadas durante los exámenes de control.
El
teniente Vázquez fue uno de ellos, oportunidad que aprovechó para llamar a su
esposa en Mendoza y preguntarle por su hijo recién nacido. No lo sabía, pero
aquella iba a ser su última conversación con ella. Los aparatos regresaron
a Río Grande al día siguiente, en horas de la mañana, para ser sometidos a un
nuevo control de rutina.
2
Lo
tripulaban el capitán Guillermo Destefanis, el mayor Francisco Mensi, los cabos
principales Juan Domingo Perón y Juan Tello y los suboficiales auxiliares Hugo
González y Vicente Reynoso.
3
Tripulado
por el mayor Roberto Briend, el capitán Osvaldo Bilmezis, el suboficial mayor
Juan Cufré, el cabo principal Carlos Golier, el suboficial principal Roberto
Caravaca y los suboficiales principales Héctor Sosa y Juan Moroni.
4
Pablo
Marcos Rafael Carballo, Halcones de
Malvinas, Ediciones Argentinidad, Bs, As.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur