sábado, 22 de junio de 2019
Tentaciones de Cristo y la Iglesia (Repost)– Por Leonardo Castellani
De las
Tentaciones de Cristo hay mucho que hablar; pero seamos breves y notemos tres
puntos principales: el Tentador, el Tentado y nosotros.
El
espíritu maligno no sabía seguro si Cristo era el Mesías, ni mucho menos si era
Dios o no. Parece increíble, con el talento que tiene el diablo, y conociendo
las profecías mesiánicas mejor que cualquier rabino, que no sacara la
conclusión que tantos hombres sacaron. Pero es así, basta leer los Evangelios;
además San Pablo dice expresamente que el diablo no hubiera crucificado –por
medio de los judíos– a Cristo, si hubiese sabido que era el Hijo de Dios (I Cor
II, 8).
Que un
Dios se haga hombre es un Misterio Absoluto; es como si dijéramos un Absurdo:
no cabe en ninguna cabeza creada. Eso no se puede conocer y saber si no es
mediante un acto de fe sobrenatural, un acto que es imposible sin la gracia de
Dios; la cual el diablo no tiene. La ciencia no basta para alcanzar la fe; es
necesaria también la buena voluntad, de que el diablo carece.
Por
eso el fin del Tentador fue, como aparece claramente, no sólo hacer pecar a
Cristo sino también sacarse él esa duda; lo cual no consiguió: “Si eres Hijo de
Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan.” Pero hay que reconocerle al
diablo que su atrevimiento es infinito: es un sinvergüenza, porque no tiene ya
nada que perder. ¡Sospechando que Cristo era una persona divina, haberlo sin
embargo agarrado y llevado al Campanario! “¡Qué miedo tendría el maldito –dice
Santa Teresa– mientras iba volando!”... Pero en realidad no sabemos si fue
volando.
El diablo tiene un poder grandísimo –eso
muestra este evangelio– y por otra parte es un poder vano, porque se puede
vencer “de palabra”, con la palabra Dios.
Gran
encomio de la Escritura Sagrada hay en este evangelio: Cristo vence las Tres
Tentaciones con el arma de la Escritura. Pero el poder del diablo es tremendo
en los que están desarmados. Cuando le dijo a Cristo: “'Todo esto es mío y a
quien yo quiera se lo doy”, mostrándole los Reinos de la Tierra –en la política
se puede decir que el diablo no tiene rival– Cristo no le respondió:
“¡Mentiroso! Todo esto es de Dios, no tuyo”; no se metió a discutir con él,
porque en algún sentido todo eso es, en efecto, del diantre; en el sentido de
que hoy día, por nuestros pecados, él mangonea todo. Él es el Fuerte Armado, es
la Potencia de las Tinieblas, es el Príncipe de este Mundo, como lo designó
Cristo en otros lugares. Es probable que Satán de nacimiento haya sido el
Arcángel que estaba predestinado al manejo y control del mundo material; o por
lo menos, de este planeta; y por haber pecado, no perdió ese poder connatural
para con el pobre “planeta mudo” . Pero todo poder de Dios es.
Eso
que llamaban nuestros mayores “vender el alma al diablo” es posible: es la
operación que se propuso a Cristo en la Tercera Tentación. Cuando en este mundo
a un malvado le va bien incesantemente, se trata un demoníaco; a los inicuos
comunes, la moral los castiga a corto plazo. Si Dios no se lo impide, el diablo
puede hacer cosas rarísimas con los hombres; y eso yo lo sé por los libros;
pero si yo dijera que lo sé solamente por los libros, mentiría.
¿Por
qué tentó a Cristo con esas cosas raras? Con la Bobobrígida o algunas de las
otras animalitas de Dios que nos hacen el honor de divertir a la plebe porteña;
con la llave del Banco Central; o con las urnas llenas de votos en el Congreso,
yo lo tiento a cualquiera. Pero ¿con piedras, con vuelos sin motor, con
promesas fantásticas de imperios universales?...
El
diablo sabía que Cristo era un varón religioso –lo había visto prepararse para
su misión religiosa con el ayuno de Moisés, lo había visto arder como una gran
fogata en oración continua–; y lo tentó como a un hombre religioso: en el plano
religioso, no en el plano carnal. Una nota del Evangelio traducido por
Straubinger dice: “la primera fue una tentación de sensualidad”... Es un error.
Las tres fueron tentaciones de soberbia. El diablo tienta de soberbia, no de
sensualidad, a los que hacen Cuaresmas tan rigurosas como Cristo.
El
diablo es la mona de Dios, puesto que querer ser como Dios fue su caída y es su
constante manía. El diablo tienta prometiendo o dando las cosas de Dios: lo
mismo que Dios nos ha de dar si tenemos espero y fidelidad: Cristo podía
procurarse pan con esperar un poco –“y los ángeles se lo sirvieron”– sin
necesidad de un milagro. El diablo nos empuja, nos precipita, es la espuela del
mundo: nos invita a anticipar, a desflorar, a llegar antes. A los primeros
hombres les dijo: “Seréis como dioses” que es efectivamente lo que Dios se
propuso hacer y hace, por medio de la adopción divina (la gracia elevante) y la
visión beatífica, con el hombre. “Entonces seremos como El, porque le veremos
como Él es”, dice San Juan. Eva pecó porque codició una anticipación de la
visión divina. No podemos ser tentados sino de acuerdo a nuestro natural.
Así
pues a Jesús lo tentó de acuerdo a su natural con lo mismo que Él había de
lograr un día: Cristo había de convertir las piedras de la gentilidad en el pan
de su Cuerpo Místico, conforme a aquello: “Creéis vosotros que de estas piedras
no puedo yo sacar hijos de Abraham?”. Cristo había de volar visiblemente a los
cielos delante de sus apóstoles y unos quinientos discípulos. Finalmente,
Cristo algún día ha de ser Rey Universal del mundo entero, como lo es desde ya
en derecho y esperanza.
El
diablo está hoy día tentando a la Humanidad con un Reino Universal obtenido sin
Cristo con las solas fuerzas del hombre. Todo ese gran movimiento del mundo de
hoy (la ONU, la UNESCO, la Unión de las Iglesias Protestantes, los Grandes
Imperialismos, las promesas de “mil años de paz” por parte de los Conductores)
representa esa aspiración irrestrañable de la Humanidad al Milenio, a su unidad
natural y pacífica, a su integración como Género Humano.
Es
inútil oponerse a esa aspiración actualísima –se equivocan los
ultra-nacionalistas– porque es un anhelo que está en las entrañas de la
evolución histórica del mundo, como que es una promesa divina. Pero el diablo
quiere llegar antes. Los cristianos sabemos que esto vendrá, pero que sólo
puede venir con y por Cristo; y que esta manera como se está haciendo ahora, no
podemos aceptarla, porque es la vasta preparación del Anticristo. “Si esto es
servir a la patria, a mí no me gusta el cómo.” De manera que aparecemos como
impotentes por un lado; como atrasados y reaccionarios por otro. Paciencia.
La
Iglesia hoy día aparece en plena crisis; no puede conseguir la paz de los
pueblos, la necesidad más urgente del mundo, está contusionada dentro de sí
misma; no hace más que tomar medidas y actitudes aparentemente negativas:
Syllabus, Juramento antimodernístico, prohibo esto, prohibo lo otro. No está a
la cabeza de la “civilización” como en otros tiempos, no hace más que tirar
hacia atrás: es que la “civilización” ha entrado por un mal camino; por el de
la Torre de Babel. Camino satánico.
“Todo
esto es mío y lo doy a quien yo quiero; todo esto te daré si cayendo a mis pies
me adorares.”
Un
hombre algún día aceptará este trato. No sé qué día…
No es
necesario saber mucho griego ni latín para predecir que la Iglesia será
tentada, si Cristo fue tentado; y lo será con las mismas tentaciones de Cristo.
Podríamos
decir quizá que en la Edad Media fue la primera, en el Renacimiento la segunda
y ahora la tercera tentación. Así para entendernos; aunque las tres funcionan
juntas, mirándolo bien.
La
primera tentación es ésta: por medio de lo religioso procurarse cosas
materiales –como si dijéramos cambiar milagros por pan– la cual puede llegar a
un extremo que se llama simonía, o venta de lo sagrado. Pero los curas también
tienen que comer y la Iglesia necesita bienes. Yo no niego que la Iglesia
necesita bienes, lo que yo sé es que hay una rayita finita, pasada la cual los
“bienes” se convierten en males. De modo que el efecto más bien viene a ser
tomar el pan y convertirlo en piedra; milagro al revés; como por ejemplo hacer
grandes templos de piedra donde falta el pan de la palabra divina, “de la cual,
como del pan, vive el hombre”, contestó Cristo a Satán.
La
segunda tentación es por medio de la religión procurarse prestigio, poder,
pomposidades y “la gloria que dan los hombres”. Y también es verdad que la
Iglesia necesita buen nombre, porque una de las notas distintivas de la
verdadera religión es que sea santa. Y así uno de los principales argumentos de
San Agustín contra los herejes y paganos eran las admirables “costumbres” de la
Iglesia primitiva contrapuestas a las malas costumbres de ellos. Véanse sus
libros: De Civitate Dei, De Moribus Ecclesiae, De Moribus Manichoeorum...
Pero
una cosa es que los demás lo prediquen a uno santo; y otra, predicarse a sí
mismo. Días pasados oí a un predicador que se mandó una alabanza de la orden a
que él pertenecía, que tembló el Campanario de la Iglesia (o sea el Pináculo
del Templo); y no pude menos que pensar: “Esto sería mejor que lo dijese el
pueblo”.
La
tercera tentación es desembozadamente satánica; postrarse ante el diablo a fin
de dominar al mundo. ¿Puede la Iglesia ser tentada así? La Iglesia no es más
que Cristo. La crueldad, por ejemplo, es demoniaca. Lo santo y lo demoníaco son
contrarios y por tanto están en el mismo plano; y la corrupción de lo mejor, es
la peor. Hablando de Savonarola, el cardenal Newman dijo: “La Iglesia no puede
ser reformada por la desobediencia...”, y su interlocutor le contestó: “Mucho
menos por la crueldad, mi caro Cardenal”. El Asceta puede ser tentado de dureza
de corazón, de inhumanidad, de crueldad. “Mi hija se ha vuelto cruel como el
avestruz”, dice Dios por el Profeta.
Ésta
es la última tentación, de la cual Dios me libre y guarde; y sobre todo, que
Dios libre y guarde a los otros. Como dijo el jachalero Ramón Ibarra cuando se
peleó a cuchillo con Dionisio Mendoza y lo querían sujetar: “¡Asujetelón!
¡Asujetelón! ¡Asujetelón al otro! ¡Que yo, mal que bien, me asujeto solo!”.
LEONARDO
CASTELLANI – “El Evangelio de Jesucristo” Domingo 1° de Cuaresma – 1957
Nacionalismo Católico San Juan Bautista