SOBRE LA GUERRA DE GUERRILLAS Y LOS CONFLICTOS DE BAJA INTENSIDAD
Se suele definir a la guerra de guerrillas como un
conflicto bélico de baja intensidad que unidades irregulares, por lo general
reducidas, llevan
a cabo contra ejércitos regulares -generalmente invasores-, o un gobierno
establecido al que desean combatir.
Su
principio básico es el hostigamiento del enemigo mediante emboscadas, actos de
sabotaje y ataques rápidos y sorpresivos. Se basa, principalmente, en el
conocimiento del terreno y suele llevarse a cabo tanto en el ámbito rural, por
lo general regiones boscosas y montañosas, como el urbano, ésta última a partir
de la Segunda Guerra Mundial, cuando grupos de resistencia emprendieron
operaciones contra las fuerzas de ocupación nazis, fascistas e imperiales del
Japón. Por medio de ella, se intenta debilitar al enemigo, desgastándolo con
ataques relámpago e intentando eludir, por lo general, el enfrentamiento
frontal con grandes unidades. Grupos pequeños escogen y acometen contra un
determinado objetivo, buscando dañarlo en su punto más vulnerable y se repliegan
velozmente luego de cada acción.
En
numerosas ocasiones, la guerrilla actúa como complemento de los ejércitos
profesionales y en caso de guerra abierta suele estar subordinada a sus mandos.
Busca desempeñarse en terrenos de difícil acceso y evita en lo posible hacerlo
a campo abierto.
Numerosos
revolucionarios han teorizado sobre ella, desde Mao Tsé Tung y Lenín hasta el
Che Guevara, volcando sus enseñanzas en sendos manuales.
En cuanto a la definición de la Guerra de Baja
Intensidad, el Manual de Campo 100-20 del Ejército de los Estados Unidos, Military
Operations in Low Intensity Conflict, la define como “una confrontación político-militar entre estados o grupos, por debajo
de la guerra convencional y por encima de la competencia pacífica entre
naciones […] involucra a menudo luchas
prolongadas de principios e ideologías y se desarrolla a través de una
combinación de medios políticos, económicos, de información y militares”1.
Este tipo de contienda, según el mencionado Manual,
suele darse en los países del Tercer Mundo, pero tiene implicancias mucho más
complejas, tanto de seguridad regional como global. Por otra parte, los
profundos problemas sociales, económicos y políticos que caracterizan a las
naciones de esa región son los que crean el ámbito adecuado para su desarrollo
y propagación.
Existen cuatro imperativos que conllevan las guerras
de baja intensidad: las operaciones de dominio político, la unidad de acción,
su adaptabilidad y perseverancia y se las clasifica en igual número de
categorías: insurgencia
y contrainsurgencia, lucha contra el terrorismo, operaciones para el
mantenimiento de la paz y operaciones de contingencia en tiempos de paz2.
En la Argentina, la guerra antisubversiva superó a una
y a otra pues lo acaecido entre 1970 y 1979 no se limitó a una simple
conflagración guerrillera y por la magnitud de las acciones, superó ampliamente
el concepto de guerra de baja e incluso media intensidad.
En cuanto a la Guerra de Guerrillas, explica Lenín en
su libro:
La cuestión de la acción guerrillera es de sumo
interés para nuestro Partido y para las masas obreras. Ya nos hemos referido de
paso a ella más de una vez, y ahora, tal como lo habíamos prometido, nos
proponemos ofrecer una exposición más completa de nuestras ideas al respecto.
I
Comencemos por el principio. ¿Cuáles son las
exigencias fundamentales que todo marxista debe presentar para el análisis de
la cuestión de las formas de lucha? En primer lugar, el marxismo se distingue
de todas las formas primitivas del socialismo pues no liga el movimiento a una
sola forma determinada de lucha. El marxismo admite las formas más diversas de
lucha; además, no las "inventa", sino que generaliza, organiza y hace
conscientes las formas de lucha de las clases revolucionarias que aparecen por
sí mismas en el curso del movimiento. El marxismo, totalmente hostil a todas
las fórmulas abstractas, a todas las recetas doctrinas, exige que se preste
mucha atención a la lucha de masas en curso que, con el desarrollo del
movimiento, el crecimiento de la conciencia de las masas y la agudización de
las crisis económicas y políticas, engendra constantemente nuevos y cada vez
más diversos métodos de defensa y ataque. Por esto, el marxismo no rechaza
categóricamente ninguna forma de lucha El marxismo no se limita, en ningún
caso, a las formas de lucha posibles y existentes sólo en un momento dado,
admitiendo la aparición inevitable de formas de lucha nuevas, desconocidas de
los militantes de un período dado, al cambiar la coyuntura social. El marxismo,
en este sentido, aprende, si puede decirse así, de la práctica de las masas,
lejos de pretender enseñar a las masas formas de lucha inventadas por
"sistematizadores" de gabinete. Sabemos -- decía, por ejemplo,
Kautsky, al examinar las formas de la revolución social -- que la próxima
crisis nos traerá nuevas formas de lucha que no podemos prever ahora.
En segundo lugar, el marxismo exige que la cuestión
de las formas de lucha sea enfocada históricamente. Plantear esta cuestión
fuera de la situación histórica concreta significa no comprender el abecé del
materialismo dialéctico. En los diversos momentos de la evolución económica,
según las diferentes condiciones políticas, cultural-nacionales, costumbrales,
etc., aparecen en primer plano distintas formas de lucha, y se convierten en
las formas de lucha principales; y, en relación con esto, se modifican a su vez
las formas de lucha secundarias, accesorias. Querer responder sí o no a
propósito de un determinado procedimiento de lucha, sin examinar en detalle la
situación concreta de un movimiento dado, la fase dada de su desenvolvimiento,
significa abandonar completarnente la posición del marxismo.
Estos son los dos principios teóricos fundamentales
que deben guiarnos. La historia del marxismo en Europa Occidental nos suministra
innumerables ejemplos que confirman lo dicho. La socialdemocracia europea
considera, en el momento actual, el parlamentarismo y el movimiento sindical
como las principales formas de lucha; en el pasado reconocía la insurrección y
está plenamente dispuesta a reconocerla en el porvenir si la situación cambia,
pese a la opinión de los liberales burgueses, como los kadetes y los bezzaglavtsi rusos. La socialdemocracia negaba la huelga general en la década del 70
como panacea social, como medio para derribar de golpe a la burguesía por la
vía no política, pero admite plenamente la huelga política de masa (sobre todo,
después de la experiencia rusa de 1905) como uno de los procedimientos de
lucha, indispensable en ciertas condiciones. La socialdemocracia, que admitía
la lucha de barricadas en la década del 40 del siglo XIX, y la rechazaba,
basándose en datos concretos, a fines del siglo XIX, se ha declarado plenamente
dispuesta a revisar esta última opinión y a reconocer la conveniencia de la
lucha de barricadas después de la experiencia de Moscú, que ha iniciado según
las palabras de Kautsky, una nueva táctica de las barricadas3.
El Che Guevara, por su parte, sostenía, refiriéndose al guerrillero:
…es el combatiente de la libertad por excelencia; es el elegido del pueblo, la vanguardia combatiente del mismo en su lucha por la liberación. Porque la guerra de guerrillas no es como se piensa, una guerra minúscula, una guerra de un grupo minoritario contra un ejército poderoso, no; la guerra de guerrillas es la guerra del pueblo entero contra la opresión dominante. El guerrillero es su vanguardia armada; el ejército lo constituyen todos los habitantes de una región o de un país. Esa es la razón de su fuerza, de su triunfo, a la larga o a la corta, sobre cualquier poder que trate de oprimirlo; es decir, la base y el substratum de la guerrilla está en el pueblo.
Y luego, hablando ya de las tácticas guerrilleras:
No se puede concebir que pequeños grupos armados,
por más movilidad y conocimiento del terreno que tengan, puedan sobrevivir a la
persecución organizada de un ejército bien pertrechado sin ese auxiliar
poderoso. La prueba está en que todos los bandidos, todas las gavillas de
bandoleros, acaban por ser derrotados por el poder central, y recuérdese que
muchas veces estos bandoleros representan, para los habitantes de la región,
algo más que eso, representan también aunque sea la caricatura de una lucha por
la libertad.
El ejército guerrillero, ejército popular por
excelencia, debe tener en cuanto a su composición individual las mejores
virtudes del mejor soldado del mundo. Debe basarse en una disciplina estricta.
El hecho de que las formalidades de la vida militar no se adapten a la
guerrillera, que no haya taconeo ni saludo rígido, ni explicación sumisa ante
el superior, no demuestran de manera alguna que no haya disciplina. La
disciplina guerrillera es interior, nace del convencimiento profundo del
individuo, de esa necesidad de obedecer al superior, no solamente para mantener
la efectividad del organismo armado que está integrado, sino también para
defender la propia vida. Cualquier pequeño descuido en un soldado de un
ejército regular es controlado por el compañero más cercano. En la guerra de
guerrillas, donde cada soldado es unidad y es un grupo, un error es fatal.
Nadie puede descuidarse. Nadie puede cometer el más mínimo desliz, pues su vida
y la de los compañeros le va en ello.
Esta disciplina informal, muchas veces no se
ve. Para la gente poco informada, parece mucho más disciplinado el soldado
regular con todo su andamiaje de reconocimientos de las jerarquías que el
respeto simple y emocionado con que cualquier guerrillero sigue las
instrucciones de su jefe. Sin embargo, el ejército de liberación fue un
ejército puro donde ni las más comunes tentaciones del hombre tuvieron cabida;
y no había aparato represivo, no había servicio de inteligencia que controlara
al individuo frente a la tentación. Era su autocontrol el que actuaba. Era su
rígida conciencia del deber y de la disciplina.
El guerrillero es, además de un soldado
disciplinado, un soldado muy ágil, física y mentalmente. No puede concebirse
una guerra de guerrillas estática. Todo es nocturnidad. Amparados en el
conocimiento del terreno, los guerrilleros caminan de noche, se sitúan en la
posición, atacan al enemigo y se retiran. No quiere decir esto que la retirada
sea muy lejana al teatro de operaciones; simplemente tiene que ser muy rápida
del teatro de operaciones.
El enemigo concentrará inmediatamente sobre
el punto atacado todas sus unidades represivas. Irá la aviación a bombardear,
irán las unidades tácticas a cercarlos, irán los soldados decididos a tornar
una posición ilusoria.
El guerrillero necesita sólo presentar un
frente al enemigo. Con retirarse algo, esperarlo, dar un nuevo combate, volver
a retirarse, ha cumplido su misión específica. Así el ejército puede estar
desangrándose durante horas o durante días. El guerrero popular, desde sus
lugares de acecho, atacará en momento oportuno4.
Mao Tsé Tung, por su parte, aseguraba en sus Problemas estratégicos de la guerra de guerrillas contra el Japon5:
Cuando
el enemigo realiza un ataque convergente desde varias direcciones, para una
unidad guerrillera es difícil mantener la iniciativa y fácil perderla. En
tal caso, si hace una apreciación incorrecta de la situación y adopta
disposiciones erróneas, caerá fácilmente en una posición pasiva y, por lo
tanto, no podrá desbaratar el ataque convergente del enemigo. Esto puede
ocurrir también cuando el enemigo se encuentra a la defensiva y nosotros a la
ofensiva. Por consiguiente, la iniciativa es producto de una correcta
apreciación de la situación (tanto la del enemigo como la nuestra) y de
acertadas disposiciones militares y políticas. Una apreciación pesimista,
disconforme con las condiciones objetivas, y las consiguientes decisiones de
carácter pasivo, nos privarán sin duda de la iniciativa y nos lanzarán a la
pasividad. Del mismo modo, una apreciación demasiado optimista, disconforme con
las condiciones objetivas, y las consiguientes decisiones arriesgadas
(injustificadamente arriesgadas), nos privarán de la iniciativa y al Final nos
conducirán al mismo camino que la apreciación pesimista. La iniciativa no es
atributo innato de un genio, sino algo que un jefe inteligente alcanza mediante
un estudio exento de prejuicios y una apreciación correcta de las condiciones
objetivas y gracias a acertadas disposiciones militares y políticas. De ello se
desprende que la iniciativa no es algo ya hecho, sino que requiere un esfuerzo
consciente.
Cuando, a consecuencia de una apreciación y disposiciones
erróneas o de una presión irresistible del enemigo, una guerrilla se ve
reducida a una posición pasiva, su tarea consiste en esforzarse por salir de
ella. La forma de conseguirlo depende de las circunstancias. En muchos casos es
necesario "marcharse". Saber marcharse es uno de los rasgos
característicos de la guerrilla. Marcharse es el medio principal, pero no el
único, de escapar a la pasividad y reconquistar la iniciativa. El momento en
que el enemigo ejerce la máxima presión y en que nosotros afrontamos las
mayores dificultades, es con frecuencia el mismo momento en que las cosas
comienzan a volverse contra el enemigo y a favor nuestro. A menudo, una situación
favorable reaparece y la iniciativa se recupera como resultado de los esfuerzos
para "sostenerse un poco más.
Para los autores de Guerra de Guerrillas,
la definición de esta última palabra está rodeada de de gran confusión y
tal vez se la pueda definir como "una guerra irregular llevada a cabo
por grupos independientes"6..
Antes
de la Segunda Guerra Mundial, la misma raramente tenía matices
revolucionarios; se la consideraba en términos de guerras irregulares,
con fuerzas operando contra un ejército enemigo, por lo general de
ocupación, castigando preferentemente sus líneas de abastecimiento y
comunicaciones, en apoyo de operaciones militares convencionales7.
Como en Irlanda y Colombia, como en el Perú de Sendero
Luminoso y el MRTA, el caso argentino se circunscribe en el marco de un
conflicto de dimensiones, nuevo si se quiere, desconocido hasta entonces, pero
perfectamente equiparable a una guerra de proporciones, tal como veremos a
continuación.
Notas
1
http://www.nodo50.org/pchiapas/chiapas/documentos/gbi1.htm
2
Ídem.
3 V.I. Lenin, La guerra de guerrillas, Proletari, Nº 5, 30 de septiembre de 1906
4 Ernesto “Che”
Guevara, “¿Qué es un guerrillero?”, 1959, Escritos
y discursos, Tomo I. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1972.
5 Mao Tsé Tung, Obras Escogidas, Ediciones en
Lenguas Extranjeras Pekin 1976,
primera edición 1968, (3a impresión 1976), Tomo II, págs. 75-112.
6 John Pimlott,
Ian Beckett, David Johnson, Nigel De Lee, Peter Reed y Francis Toase, op. cit, p. 4.
7 Ídem.
Publicado 27th June 2016 por Alberto N. Manfredi (h)