Boletin 57 -
septiembre 2004 -
"La nueva revolución", "Las FARC están aca" y ¿De que terrorismo habla?
"OTROSÍ" Nro. 57 – septiembre del 2004
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Los
piquetes no son movimientos inocentes así como no son espontáneos.
Habría que incursionar en la política menuda para comprender algo de su
significado y entonces contemplaríamos los bastardos intereses y las
perversas intenciones que se mueven detrás de estas algazaras más
espectaculares que numerosas.; y algo también sobre estas organizaciones
que han hecho de la trasgresión por la trasgresión misma, un estilo y
una metodología. Apuntemos, simplemente, que su presencia en las
ciudades argentinas, aparte de su significación pre-revolucionaria que
aquí denunciamos, está poniendo de relieve la clausura del
desgastado y pervertido sistema institucional argentino que permite
este tipo de manifestaciones precisamente por la obstrucción de sus vías
naturales. Sin embargo no es este aspecto, si se quiere relativamente
secundario aunque no por ello menos irritante, el que debe ahora
llamarnos la atención ni alarmarnos, más allá del obvio y comprensible
fastidio que provoca ese continuo y sistemático reclamo que altera
nuestra vida cotidiana y nuestra actividad habitual, lesionando –en el
marco de la más insólita impunidad- los derechos del ciudadano que
quiere trabajar y transitar con la normalidad que se puede esperar de la
civilización.-
El
“piqueterismo” encierra y supone una intencionalidad y una estrategia
más trascendentes que la que se quiere hacer creer. No son sola ni
simplemente reclamos y quejas por mayores subsidios al desempleo, más
puestos de trabajo o cuestiones semejantes; algunas de las cuales son,
sin duda, atendibles y merecen satisfacción. Aunque tampoco caeremos en
la ingenuidad de aceptar por completo la sinceridad de los mismos desde que la mayor parte de las organizaciones que gustan interrumpir calles, rutas y puentes y
agredir a las fuerzas de seguridad incluyen en sus petitorios programas
tan radicalizados como imposibles de cumplir (así el rompimiento con
los centros multilaterales de crédito internacional sin atenerse a las
consecuencias ni prever otra alternativa). Hay detrás de esta
gesticulación nerviosa, de este paroxismo sobreactuado un ideologismo
tosco e infantil que nadie se ha
propuesto descifrar con sinceridad y que, de hecho, nadie toma en serio.
Pero más allá de estas consideraciones –que nos limitamos a apuntar- se
abre y se extiende un panorama mucho más tétrico que, aunque oculto
todavía para los argentinos, ya ha empezado a manifestarse en su
verdadera dimensión y en su auténtica pretensión en otros países de nuestro continente.-
Se
trata de lo que algunos investigadores (como Carlos Manuel Acuña)
denominan “La guerra social”, definiéndola como “estrategia del siglo
XXI”. Veamos en que consiste porque habrá que estar sumamente atento a
sus avatares porque de ella vuelve a depender nuestro destino individual
y como comunidad.-
Es,
por supuesto, una nueva modalidad de la vieja revolución que se viene
arrastrando desde la instalación del comunismo soviético en la mitad de
Europa, su exaltación y explicitación durante la Guerra Fría (en modo
especial en la periferia) y el giro que sus ideólogos y responsables le
imprimieron a partir de la caída del imperio soviético en los 90. Como
se sabe, la URSS había desatado sobre el espacio de influencia que
Estados Unidos se había reservado para sí, una táctica terrorista y
guerrillera que se extendió a todos los estados hispanoamericanos
durante la mítica década de los 70, la misma que nuestro actual
presidente añora sin disimularlo.
Esa experiencia militar terminó en un fracaso como tal, es decir como
movimiento armado aunque sus secuelas se extienden hasta nuestros días
de diversas formas, como la
persecución de los vencedores, la reimplantación y reivindicación de un
ideario –justamente y no por casualidad ni inocentemente denominado
“setentista” que, impreciso como es, nadie sabe qué es- , el retorno de
sus hombres más significativos, el olvido de los numerosos actos de
crueldad perpetrados por los “jóvenes idealistas” de entonces, en fin
una persistente actividad mediática, política y judicial que ha
introducido una espantosa confusión en la sociedad argentina; de manera que
los victimarios de ayer son las víctimas de hoy y a la inversa. Nadie
entiende bien lo que ocurrió hace 30 años, muchos de los comunicadores
deforman o niegan los acontecimientos, otros los ignoran o los olvidan o
pasan por alto sobre los crímenes de la subversión. Se ha conseguido
instalar una suerte de “ortodoxia” política e ideológica de la cual a
nadie le es dable apartarse en lo más mínimo. Para esta “nueva izquierda” (nueva en cuanto a la estrategia que planifica y se
propone llevar a la práctica) es fundamental que el pasado como tal se
clausure para los argentinos de hoy de modo que la sociedad se
conforme y adecue a la versión estereotipada, que terminó por
imponerse, de aquellos “años de plomo”; que lo fueron efectivamente ya
que el terrorismo instalado entre nosotros se cobró vidas sin cuento en
aras de una reivindicación inmediata, total y definitiva (pura utopía en
su más perversa acepción) de la justicia, la democracia y la igualdad.
Para que la revolución se renueve y se continúe es imprescindible que su
imagen siga siendo idílica, casi romántica, comprensible y simpática
¿Cómo podría el pueblo argentino juzgar a un movimiento –que a pesar de
su discurso nunca fue masivo sino producto de minorías de mentes
enfermizas- que, primero por un Perón ausente y luego por un Perón
presente, se dedicó con sistemática fruición a matar, secuestrar y
destruir? Les es imprescindible a sus actuales protagonistas olvidar y
hacer olvidar su pretérito. No les queda, entonces, más que tachar a la
represión de genocidio y a la subversión de revolución justiciera.-
Lo
que ocurrió en nuestro país se repitió, con variantes, en los otros del
continente; de manera que la derrota militar de los subversivos, con la
excepción de Colombia donde la revolución lleva varias décadas, fue
completa y simultanea, dio lugar a un proceso de democracias liberales,
proceso sobre el que no corresponde pronunciarnos en esta oportunidad.
Así las cosas, los restos
terroristas tuvieron que optar por reinsertarse en el sistema que habían
combatido (y lo hicieron sin demasiado prurito ni inconveniente) o
encarar una nueva acción violenta pero de características distintas. Y
aquí es donde se produce un acontecimiento en el que debemos detenernos
porque, de prosperar la iniciativa y la estrategia puestas en práctica,
la Argentina y muchos territorios latinoamericanos podrán volver a ser
escenarios de una forma renovada del terrorismo de otrora.-
En julio del 2000 en la ciudad ecuatoriana de Mantas se llevó a cabo una reunión clandestina de los grupos subsistentes de la
violencia militar que se había ido acabando en las postreras décadas
del siglo XX. La experiencia armada había finalizado y era imposible
retomarla ni reanudarla. Las sociedades que la habían sufrido preferían
olvidarla en la medida en que habían entendido que lo ocurrido (para la
mayoría se trató de una violencia sin sentido, un elitista dispendio de
energías que muy pocos comprendían y menos admitían) ¿Qué hacer
entonces?
A la cita concurrieron todos los que habían quedado con
vida luego de la tragedia que ellos mismos protagonizaron; y estuvieron
previsiblemente ausentes todos los que se habían reinsertado en el
régimen liberal económico que no suele preguntar mucho acerca de los
antecedentes de los pretendientes a ingresar (caso patético e insólito
el de Roberto Galimberti que pasó a servir al mismo empresario que había
secuestrado poco tiempo antes) Se decidió, por evidente necesidad,
abandonar la antigua táctica foquista y “entrista”, tan cara a los
guevaristas, al punto que le costó la vida a su ideólogo e inventor. No
es que se haya renunciado a la violencia como instrumento político sino
que se resolvió matizarla para adaptarla a las circunstancias
posbélicas. Se optó no por insertarla como se había intentado antes,
esto es imponerla desde fuera de la sociedad con lo que no se podía
superar un tono exógeno, algo de artificial y de elitista que marcó
desde un comienzo al terrorismo continental tanto urbano como rural. A
partir de Mantas se trató que esa violencia –más o menos armada y
radicalizada según los casos nacionales- apareciese como expresión de
cada comunidad y no como aplicación de una estrategia global. En otras
palabras, se “nacionalizó” el reclamo apoyándolo en necesidades reales y concretas y se buscó arraigarlo en las honduras sociales de suerte
que esa actividad pudiera ser captada, interpretada y aceptada por cada
sociedad; se procuraría en adelante que el terrorismo dejase de ser una
emoción y una abstracción, un divertimento para los jóvenes idealistas
(de ordinario universitarios y burgueses) sino que se transformase en
cosa de hombres y mujeres de bajo pueblo, una actividad en la que
pudiesen participar los marginales y, si fuese preciso, el lumpen
siempre dispuesto a las tropelías. La nueva violencia –que no recurriría
en un primer momento al terror estructural como en la etapa anterior-
adquiriría así un carácter popular del que virtualmente careció.
Recuérdese a este respecto que el montonerismo hasta su alianza con el
ERP, había intentado enquistarse en el peronismo, adoptando su
terminología y su folklore, infiltrándole su propia problemática y
captando sus resortes sentimentales (“Luche y vuelve”, “si Evita viviera
sería montonera” y varios eslóganes similares) proporcionándole a estos lemas un soporte programático inédito.-
La nueva táctica centra su ataque sobre la sociedad “inorgánica” antes que sobre el estado, como
anteriormente.. Por eso apuesta a contar con la aquiescencia de la
sociedad misma y con la tolerancia –casi cómplice- del poder político
que tiende a facilitarle su actividad y a desincriminar sus agresiones.
La primera etapa consistió en una auténtica guerra (la guerra
revolucionaria) con organización militar simiesca pero tomada muy en
serio por esos “oficiales” y con objetivos también militares, como la
toma de guarniciones y el libramiento de combates como los de Tucumán.
Todo esto, según la doctrina de Mantas, ha quedado provisoriamente atrás
o postergado.-
Se consiguió ya la caída de un presidente constitucional –bien que harto corrupto- como Sánchez de Losada en Bolivia en tanto que en Perú, Alejandro Toledo se encuentra a punto de desplomarse bajo los impulsos de masas
indígenas pauperizadas que recorren el país con disciplinado pero
genuino odio tras siglos de explotación. Es posible que el movimiento se
extienda a otros sitios donde las circunstancias lo permitan por lo que
el peligro de un estallido colectivo se encuentra latente a lo largo y
ancho de la geografía americana. Menos gramsciano y menos trotskista que
la experiencia anterior, la actual tiene elementos de ambas
proposiciones y debe considerarse como un paso previo al ataque final en
el que, sin duda alguna, participarán todas las izquierdas por más
laxas y democráticas que se presenten y que se pretendan.-
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Círculos
de la inteligencia colombiana han advertido que varios de sus miembros
han llegado a la Argentina, entre otros países, con el propósito de
“expandir su organización”. No es, como se recordará, la primera vez que
un dato de semejante gravedad corre entre nosotros; incluso se ha
hablado de la presencia de una suerte de embajador permanente que, de
hecho, circula con entera libertad por agrupaciones ye instituciones
que, es de suponer, tienen afinidad; y hasta se dijo que tuvo reuniones con el ex presidente Alfonsín.-
Ya
han surgido voces tranquilizadoras que señalan que los tales elementos
infiltrados serían simplemente traficantes de drogas en busca de
nuevos mercados o de bocas de expansión hacia Europa. Aun siendo exacta
esta versión, no podemos dejar de resaltar el horror que este comercio
degradante –practicado por los terroristas de la FARC, pretendidos
reivindicadores de la dignidad human- constituye para quienes lo
realizan y que demuestra la laxitud de su ética. Pero además no se debe
caer en la ingenuidad de suponer que los infiltrados mercaderes –cuyos
ingreso y egreso del país están oficialmente comprobado se limitan a esa
actividad. “Los sin tierra” de Brasil, por ejemplo, integran una
organización (que también asistió junto con los colombianos al cónclave
de Mantas) que sugieren con demasiada claridad que está dispuesta y en
condiciones de retomar las armas en cuanto el momento le sea propicio.
Si los traficantes de drogas están asociados a los terroristas en
Colombia, colaborando unos con otros en beneficio recíproco, ¿qué les
impide seguir colaborando y fusionados entre sí fuera de su escenario de
nacimiento?-
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El
presidente Kirchner, en su intervención en la Asamblea de la ONU,
condeno con énfasis al terrorismo; hombre astuto se alineó gustoso a los
reclamos nortemericanos aunque su colega Bush no lo recibió. Nos
preguntamos desorientados a qué terrorismo se refiere. Porque es la
misma persona que colocó en su gobierno a terroristas de antaño, que
homenajea a los que cayeron y que los
reivindica cada vez que puede ¿Es que en la mentalidad presidencial
existen dos terrorismos, uno buen y otro malo, como el colesterol? Si es
así hemos de enseñarle que la práctica infundada d e la violencia es
siempre condenable y que han hecho bien –y muy bien- aquellos que la
combatieron en el mismo terreno y con los mismos recursos elegidos por
ella. Que se coordine, pues, el primer magistrado y procure no caer en
contradicciones que lo desnudan ante la opinión pública ¿Qué diferencia
hay entre la Bonafini y Ben Laden, en sus objetivos y en sus medios, en
su moral y en su metodología?
Víctor Eduardo Ordóñez
"CUANDO LA GUERRA ES JUSTA
EL QUE NO MATA PECA"
(San Agustín)
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Dr. Víctor Eduardo Ordóñez
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