sábado, 29 de junio de 2019

"OTROSI" Nº57-Septiembre 2004 - "La nueva revolución", "Las FARC están aca" y ¿De que terrorismo habla?

Significado de la palabra:

OTROSÍ. (Del lat. alterum, otro, y sic, así.) adv. c. Demás de esto, además. Ú. por lo común en lenguaje forense. Il m. Der. Cada una de las peticiones que se ponen después de la principal.

Boletin 57 - 

septiembre 2004 - 

"La nueva revolución", "Las FARC están aca" y ¿De que terrorismo habla?





"OTROSÍ" Nro. 57 – septiembre del 2004
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Los piquetes no son movimientos inocentes así como no son espontáneos. Habría que incursionar en la política menuda para comprender algo de su significado y entonces contemplaríamos los bastardos intereses y las perversas intenciones que se mueven detrás de estas algazaras más espectaculares que numerosas.; y algo también sobre estas organizaciones que han hecho de la trasgresión por la trasgresión misma, un estilo y una metodología. Apuntemos, simplemente, que su presencia en las ciudades argentinas, aparte de su significación pre-revolucionaria que aquí denunciamos, está poniendo de relieve la clausura del desgastado y pervertido sistema institucional argentino que permite este tipo de manifestaciones precisamente por la obstrucción de sus vías naturales. Sin embargo no es este aspecto, si se quiere relativamente secundario aunque no por ello menos irritante, el que debe ahora llamarnos la atención ni alarmarnos, más allá del obvio y comprensible fastidio que provoca ese continuo y sistemático reclamo que altera nuestra vida cotidiana y nuestra actividad habitual, lesionando –en el marco de la más insólita impunidad- los derechos del ciudadano que quiere trabajar y transitar con la normalidad que se puede esperar de la civilización.-

El “piqueterismo” encierra y supone una intencionalidad y una estrategia más trascendentes que la que se quiere hacer creer. No son sola ni simplemente reclamos y quejas por mayores subsidios al desempleo, más puestos de trabajo o cuestiones semejantes; algunas de las cuales son, sin duda, atendibles y merecen satisfacción. Aunque tampoco caeremos en la ingenuidad de aceptar por completo la sinceridad de los mismos desde que la mayor parte de las organizaciones que gustan interrumpir calles, rutas y puentes y agredir a las fuerzas de seguridad incluyen en sus petitorios programas tan radicalizados como imposibles de cumplir (así el rompimiento con los centros multilaterales de crédito internacional sin atenerse a las consecuencias ni prever otra alternativa). Hay detrás de esta gesticulación nerviosa, de este paroxismo sobreactuado un ideologismo tosco e infantil que nadie se ha propuesto descifrar con sinceridad y que, de hecho, nadie toma en serio. Pero más allá de estas consideraciones –que nos limitamos a apuntar- se abre y se extiende un panorama mucho más tétrico que, aunque oculto todavía para los argentinos, ya ha empezado a manifestarse en su verdadera dimensión y en su auténtica pretensión en otros países de nuestro continente.-
Se trata de lo que algunos investigadores (como Carlos Manuel Acuña) denominan “La guerra social”, definiéndola como “estrategia del siglo XXI”. Veamos en que consiste porque habrá que estar sumamente atento a sus avatares porque de ella vuelve a depender nuestro destino individual y como comunidad.-
Es, por supuesto, una nueva modalidad de la vieja revolución que se viene arrastrando desde la instalación del comunismo soviético en la mitad de Europa, su exaltación y explicitación durante la Guerra Fría (en modo especial en la periferia) y el giro que sus ideólogos y responsables le imprimieron a partir de la caída del imperio soviético en los 90. Como se sabe, la URSS había desatado sobre el espacio de influencia que Estados Unidos se había reservado para sí, una táctica terrorista y guerrillera que se extendió a todos los estados hispanoamericanos durante la mítica década de los 70, la misma que nuestro actual presidente añora sin disimularlo. Esa experiencia militar terminó en un fracaso como tal, es decir como movimiento armado aunque sus secuelas se extienden hasta nuestros días de diversas formas, como la persecución de los vencedores, la reimplantación y reivindicación de un ideario –justamente y no por casualidad ni inocentemente denominado “setentista” que, impreciso como es, nadie sabe qué es- , el retorno de sus hombres más significativos, el olvido de los numerosos actos de crueldad perpetrados por los “jóvenes idealistas” de entonces, en fin una persistente actividad mediática, política y judicial que ha introducido una espantosa confusión en la sociedad argentina; de manera que los victimarios de ayer son las víctimas de hoy y a la inversa. Nadie entiende bien lo que ocurrió hace 30 años, muchos de los comunicadores deforman o niegan los acontecimientos, otros los ignoran o los olvidan o pasan por alto sobre los crímenes de la subversión. Se ha conseguido instalar una suerte de “ortodoxia” política e ideológica de la cual a nadie le es dable apartarse en lo más mínimo. Para esta “nueva izquierda” (nueva en cuanto a la estrategia que planifica y se propone llevar a la práctica) es fundamental que el pasado como tal se clausure para los argentinos de hoy de modo que la sociedad se conforme y adecue a la versión estereotipada, que terminó por imponerse, de aquellos “años de plomo”; que lo fueron efectivamente ya que el terrorismo instalado entre nosotros se cobró vidas sin cuento en aras de una reivindicación inmediata, total y definitiva (pura utopía en su más perversa acepción) de la justicia, la democracia y la igualdad. Para que la revolución se renueve y se continúe es imprescindible que su imagen siga siendo idílica, casi romántica, comprensible y simpática ¿Cómo podría el pueblo argentino juzgar a un movimiento –que a pesar de su discurso nunca fue masivo sino producto de minorías de mentes enfermizas- que, primero por un Perón ausente y luego por un Perón presente, se dedicó con sistemática fruición a matar, secuestrar y destruir? Les es imprescindible a sus actuales protagonistas olvidar y hacer olvidar su pretérito. No les queda, entonces, más que tachar a la represión de genocidio y a la subversión de revolución justiciera.-
Lo que ocurrió en nuestro país se repitió, con variantes, en los otros del continente; de manera que la derrota militar de los subversivos, con la excepción de Colombia donde la revolución lleva varias décadas, fue completa y simultanea, dio lugar a un proceso de democracias liberales, proceso sobre el que no corresponde pronunciarnos en esta oportunidad. Así las cosas, los restos terroristas tuvieron que optar por reinsertarse en el sistema que habían combatido (y lo hicieron sin demasiado prurito ni inconveniente) o encarar una nueva acción violenta pero de características distintas. Y aquí es donde se produce un acontecimiento en el que debemos detenernos porque, de prosperar la iniciativa y la estrategia puestas en práctica, la Argentina y muchos territorios latinoamericanos podrán volver a ser escenarios de una forma renovada del terrorismo de otrora.-
En julio del 2000 en la ciudad ecuatoriana de Mantas se llevó a cabo una reunión clandestina de los grupos subsistentes de la violencia militar que se había ido acabando en las postreras décadas del siglo XX. La experiencia armada había finalizado y era imposible retomarla ni reanudarla. Las sociedades que la habían sufrido preferían olvidarla en la medida en que habían entendido que lo ocurrido (para la mayoría se trató de una violencia sin sentido, un elitista dispendio de energías que muy pocos comprendían y menos admitían) ¿Qué hacer entonces?
A la cita concurrieron todos los que habían quedado con vida luego de la tragedia que ellos mismos protagonizaron; y estuvieron previsiblemente ausentes todos los que se habían reinsertado en el régimen liberal económico que no suele preguntar mucho acerca de los antecedentes de los pretendientes a ingresar (caso patético e insólito el de Roberto Galimberti que pasó a servir al mismo empresario que había secuestrado poco tiempo antes) Se decidió, por evidente necesidad, abandonar la antigua táctica foquista y “entrista”, tan cara a los guevaristas, al punto que le costó la vida a su ideólogo e inventor. No es que se haya renunciado a la violencia como instrumento político sino que se resolvió matizarla para adaptarla a las circunstancias posbélicas. Se optó no por insertarla como se había intentado antes, esto es imponerla desde fuera de la sociedad con lo que no se podía superar un tono exógeno, algo de artificial y de elitista que marcó desde un comienzo al terrorismo continental tanto urbano como rural. A partir de Mantas se trató que esa violencia –más o menos armada y radicalizada según los casos nacionales- apareciese como expresión de cada comunidad y no como aplicación de una estrategia global. En otras palabras, se “nacionalizó” el reclamo apoyándolo en necesidades reales y concretas y se buscó arraigarlo en las honduras sociales de suerte que esa actividad pudiera ser captada, interpretada y aceptada por cada sociedad; se procuraría en adelante que el terrorismo dejase de ser una emoción y una abstracción, un divertimento para los jóvenes idealistas (de ordinario universitarios y burgueses) sino que se transformase en cosa de hombres y mujeres de bajo pueblo, una actividad en la que pudiesen participar los marginales y, si fuese preciso, el lumpen siempre dispuesto a las tropelías. La nueva violencia –que no recurriría en un primer momento al terror estructural como en la etapa anterior- adquiriría así un carácter popular del que virtualmente careció. Recuérdese a este respecto que el montonerismo hasta su alianza con el ERP, había intentado enquistarse en el peronismo, adoptando su terminología y su folklore, infiltrándole su propia problemática y captando sus resortes sentimentales (“Luche y vuelve”, “si Evita viviera sería montonera” y varios eslóganes similares) proporcionándole a estos lemas un soporte programático inédito.-
La nueva táctica centra su ataque sobre la sociedad “inorgánica” antes que sobre el estado, como anteriormente.. Por eso apuesta a contar con la aquiescencia de la sociedad misma y con la tolerancia –casi cómplice- del poder político que tiende a facilitarle su actividad y a desincriminar sus agresiones. La primera etapa consistió en una auténtica guerra (la guerra revolucionaria) con organización militar simiesca pero tomada muy en serio por esos “oficiales” y con objetivos también militares, como la toma de guarniciones y el libramiento de combates como los de Tucumán. Todo esto, según la doctrina de Mantas, ha quedado provisoriamente atrás o postergado.-
Se consiguió ya la caída de un presidente constitucional –bien que harto corrupto- como Sánchez de Losada en Bolivia en tanto que en Perú, Alejandro Toledo se encuentra a punto de desplomarse bajo los impulsos de masas indígenas pauperizadas que recorren el país con disciplinado pero genuino odio tras siglos de explotación. Es posible que el movimiento se extienda a otros sitios donde las circunstancias lo permitan por lo que el peligro de un estallido colectivo se encuentra latente a lo largo y ancho de la geografía americana. Menos gramsciano y menos trotskista que la experiencia anterior, la actual tiene elementos de ambas proposiciones y debe considerarse como un paso previo al ataque final en el que, sin duda alguna, participarán todas las izquierdas por más laxas y democráticas que se presenten y que se pretendan.-
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Círculos de la inteligencia colombiana han advertido que varios de sus miembros han llegado a la Argentina, entre otros países, con el propósito de “expandir su organización”. No es, como se recordará, la primera vez que un dato de semejante gravedad corre entre nosotros; incluso se ha hablado de la presencia de una suerte de embajador permanente que, de hecho, circula con entera libertad por agrupaciones ye instituciones que, es de suponer, tienen afinidad; y hasta se dijo que tuvo reuniones con el ex presidente Alfonsín.-
Ya han surgido voces tranquilizadoras que señalan que los tales elementos infiltrados serían simplemente traficantes de drogas en busca de nuevos mercados o de bocas de expansión hacia Europa. Aun siendo exacta esta versión, no podemos dejar de resaltar el horror que este comercio degradante –practicado por los terroristas de la FARC, pretendidos reivindicadores de la dignidad human- constituye para quienes lo realizan y que demuestra la laxitud de su ética. Pero además no se debe caer en la ingenuidad de suponer que los infiltrados mercaderes –cuyos ingreso y egreso del país están oficialmente comprobado se limitan a esa actividad. “Los sin tierra” de Brasil, por ejemplo, integran una organización (que también asistió junto con los colombianos al cónclave de Mantas) que sugieren con demasiada claridad que está dispuesta y en condiciones de retomar las armas en cuanto el momento le sea propicio. Si los traficantes de drogas están asociados a los terroristas en Colombia, colaborando unos con otros en beneficio recíproco, ¿qué les impide seguir colaborando y fusionados entre sí fuera de su escenario de nacimiento?-
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El presidente Kirchner, en su intervención en la Asamblea de la ONU, condeno con énfasis al terrorismo; hombre astuto se alineó gustoso a los reclamos nortemericanos aunque su colega Bush no lo recibió. Nos preguntamos desorientados a qué terrorismo se refiere. Porque es la misma persona que colocó en su gobierno a terroristas de antaño, que homenajea a los que cayeron y que los reivindica cada vez que puede ¿Es que en la mentalidad presidencial existen dos terrorismos, uno buen y otro malo, como el colesterol? Si es así hemos de enseñarle que la práctica infundada d e la violencia es siempre condenable y que han hecho bien –y muy bien- aquellos que la combatieron en el mismo terreno y con los mismos recursos elegidos por ella. Que se coordine, pues, el primer magistrado y procure no caer en contradicciones que lo desnudan ante la opinión pública ¿Qué diferencia hay entre la Bonafini y Ben Laden, en sus objetivos y en sus medios, en su moral y en su metodología?


Víctor Eduardo Ordóñez


"CUANDO LA GUERRA ES JUSTA
EL QUE NO MATA PECA"
(San Agustín)




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Dr. Víctor Eduardo Ordóñez

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