miércoles, 26 de junio de 2019

OTROS ACONTECIMIENTOS EN 1971

Marzo de 1971. La junta de comandantes destituye a Levingston


La escalada de violencia fue subiendo en la Argentina y pronto hubo marcadas evidencias de que la situación se salía de control; la subversión se mostraba cada vez más decidida, sus cúpulas aún más desafiantes y el gobierno desorientado y falto de ideas para enfrentarla.
Fue así como en 1971 se dieron nuevos hechos, que incrementaron el desasosiego de la atribulada opinión pública.


Ataque a un camión del Ejército en Pilar La tarde del 29 de abril, un camión militar se desplazaba hacia el sur por la Ruta Nacional Nº 8, procedente del Arsenal “José María Rojas” de la localidad de Holmberg, provincia de Córdoba.
En la cabina, junto al conductor, viajaba el teniente Mario César Asúa, encargado de la misIón y en la caja, sentados sobre los banquillos de madera, dos suboficiales y otros siete soldados, todos en silencio, algunos adormilados, otros con la mirada perdida, habituados hacía rato al monótono zumbido del motor después de aquel tedioso recorrido de seiscientos kilómetros.
Dos horas antes habían atravesado Pergamino y a la distancia se distinguía Pilar, la histórica localidad en la que en 1820, se había firmado el célebre tratado que puso fin a la guerra civil que enfrentó a Buenos Aires con la coalición de Entre Ríos y Santa Fe tras la primera batalla de Cepeda (1 de febrero de 1820).
Eso significaba que estaban cerca; veinticinco kilómetros más y llegaban a Campo de Mayo, la gran guarnición militar de 8000 hectáreas, al noroeste del cono urbano, donde debían descargar el armamento que transportaban embalado en cajas de madera.
En eso pensaba el teniente Asúa cuando a escasos metros del puente sobre el río Luján, un camión particular emergió bruscamente de una calle de tierra y les cerró el paso.
El conscripto que iba al volante apretó instintivamente el freno evitando por poco la colisión pero provocando la violenta sacudida que arrojó a unos sobre otros en la parte posterior. Al ver que un segundo camión los embestía por la parte posterior y que desde diferentes sectores hombres y mujeres armados corrían hacia ellos, Asúa desenfundó su Browning GP-35 y saltó a tierra que les ordenaba a sus hombres mantenerse a cubierto.
El decidido oficial abrió fuego pero superado en número por sus oponentes, cayó sobre el pavimento, gravemente herido. Consciente aún, alcanzó a ver a los guerrilleros rodear a la tropa y a una mujer que se le acercaba, esgrimiendo con decisión un fusil automático.
Cuando Asúa bajó del camión, varios soldados saltaron fuera, encabezados por Alberto Hugo Vacca, quien al ver a su superior tirado al borde de la ruta, corrió hacia él para cubrirlo. La vista de aquella mujer, apuntándole a la cabeza le dio mayor impulso pero una ráfaga proveniente del segundo camión, aquel que los había impactado por la parte de atrás, lo alcanzó de lleno, tumbándolo sobre la tierra.

 
Tte. Mario César Asúa

Los guerrilleros, encabezados por Marcos Osatinsky, rodearon el camión y redujeron a los conscriptos, destacando entre los más activos Teresa Celia Meschiati y su esposo Eduardo Molinete.
Fue en ese momento que Sara Solarz de Osatinsky, la misma guerrillera que había asesinado fríamente al cabo de policía Sulling en Garín, detuvo su carrera junto al exánime Asúa y apuntándole a la cabeza, le descerrajó un disparo que acabó con su vida.
Los insurgentes obligaron a los soldados a arrojar sus armas y colocar las manos contra el camión mientras varios de ellos transbordaban el armamento, consistente en 193 pistolas Ballester Molina, calibre 44 y 344 cargadores con sus respectivas municiones1.
Terminada la faena, abordaron los camiones y se alejaron a gran velocidad, en tanto algunos conscriptos corrían en pos de auxilio y otros intentaban reanimar a su superior. El teniente Asúa yacía muerto y el conscripto Vacca gravemente herido, ambos sobre la tierra, al costado del camino, sangrando abundantemente.
El sepelio del oficial, en el cementerio de la Chacarita, fue una multitudinaria muestra de pesar, a la que se dieron cita altas autoridades y jefes militares, encabezados por el general Alejandro Agustín Lanusse, quien dispuso que ese mismo día, fuese ascendido “post mortem” al grado de teniente primero2.
El soldado Vacca quedó parapléjico, luego de recibir cinco impactos en su cuerpo y cuatro años después, el 5 de febrero de 1975, murió como consecuencia de las heridas.

Copamiento de San Jerónimo Norte, provincia de Santa Fe
Un mes después de aquellos sucesos, los montoneros coparon San Jerónimo Norte, poblado de seismil habitantes, mayoritariamente descendientes de suizos, situado a 39 kilómetros al oeste de la ciudad de Santa Fe.
En la madrugada del martes 1 de junio, tres jóvenes armados se presentaron en el garage de Roberto Domingo Esquivel, ubicado en Junín 3554, ciudad de Santa Fe y después de reducir al sereno, Mario Cosiani, sustrajeron tres vehículos allí estacionados, un Ford Falcon 1969 patente S000062, una camioneta Ford F-100 chapa S021599 y otro Ford Falcon verde nilo, patente S93555, en los que huyeron hacia el sur, llevándose como rehén al cuidador, al que previamente maniataron y vendaron los ojos.
A las 02:30 a.m., un segundo grupo detuvo en plena ruta, cerca de San Jerónimo Norte, a Enrique Pérez, empleado de la telefónica ENTEL, de 47 años de edad, domiciliado en Moreno 269, de aquella localidad, cuando regresaba de San Carlos Centro, donde había ido a cumplir un encargo. Los asaltantes lo despojaron del furgón Citróen de la compañía y luego de atarlo, lo abandonaron a un costado de la ruta, en medio de la noche helada.
Media hora después, un total de veinticinco guerrilleros irrumpieron por la Ruta 19, divididos en tres pelotones: “Eva Perón”, que se apoderó del Juzgado de Paz y la Municipalidad, “Ramus”, que hizo lo propio en la contigua comisaría y “Abal Medina”, que se dirigió a la sucursal del Banco de la Provincia de Santa Fe, los tres en un movimiento perfectamente sincronizado, que no llevó más de veinte minutos.
En esta ocasión, los Montoneros actuaron con más brutalidad que de costumbre, sometiendo a sus víctimas a tratos crueles y humillantes.
Al irrumpir en la comisaría, los atacantes redujeron al sub-ayudante César Rómulo Cerigione, quien cubría el turno como oficial de guardia, al cabo Ignacio Clausen y al soldado conscripto Humberto Zenclussen, a cargo del armamento del Tiro Federal que allí se guardaba.
Los primeros en ingresar fueron una pareja joven que se presentó para radicar una denuncia por robo, hecho que, según manifestaron había ocurrido en la ruta. Cuando Cerigione les abrió, varios desconocidos irrumpieron apuntando con sus armas, algunos encapuchados, otros a cara descubierta. Los efectivos alzaron sus manos y permanecieron quietos mientras los asaltantes procedían a registrarlos.
Cerigione fue brutalmente golpeado para que entregase las llaves del Banco y como no las tenía, le colocaron una soga al cuello y se lo llevaron prácticamente a la rastra, hasta el domicilio del contador, Antonio Jordan, de 41 años3.
Mientras el grupo “Eva Perón” intentaba ingresar en el Juzgado y la Municipalidad, los subversivos sacaron a Jordán junto a su mujer y su pequeña hija y los condujeron hasta la sucursal bancaria en tanto otros combatientes hacían lo propio en las viviendas de los empleados Hugo Grasser y Roberto Colbrener.
Frente del Banco Provincial de San Jerónimo Norte tras la incursión guerrillera
(Fotografía: "La Nación")

Jordán le entregó las llaves al jefe del operativo (quien llevaba puestos guantes) en tanto una mujer le apuntaba amenazadoramente con una ametralladora Halcón. De esa manera, abrieron las cajas fuertes y se apoderaron de $82.440 Ley 18.188, amenazando a los rehenes con tomar represalias si se movían de ahí.
A escasos metros del lugar, tres guerrilleros treparon al poste 174 de la línea telefónica y cortaron los cables, dejando incomunicada a la población. Luego, al dirigirse a las oficinas de la empresa, intentaron ingresar para destruir los equipos pero el encargado, cuya casa se hallaba pegada al local, lo evitó, manteniendo su puerta atrancada.
Para entonces, los asaltantes de la Municipalidad se habían apoderado de numerosos sellos, planillas y documentos, entre ellos varios registros automotores e incluso un teodolito, que sería utilizado en el futuro para obtener los ángulos y las distancias de los objetivos a atacar.
Finalizada la incursión en el Banco, el jefe del operativo se comunicó a través de la radio y les ordenó a los efectivos que ocupaban la comisaría, evacuarla inmediatamente. Los guerrilleros encerraron en los calabozos a los agentes, al sereno que habían traído desde Santa Fe y a un vecino que pasó por el lugar y a las 05:20 a.m. se retiraron, llevándose consigo 26 fusiles, propiedad del Tiro Federal, una pistola ametralladora Pam, municiones y documentos, advirtiendo previamente a los prisioneros, que habían dejado bombas activadas y que las mismas iban a estallar en pocos minutos.
Quiso el destino, que justo en ese momento, un vecino que circulaba por las afueras de la localidad advirtiera la huida de los extraños al tiempo que esparcían clavos miguelitos sobre el asfalto y que, alarmado, diera aviso a la policía de Esperanza desde un teléfono rutero. Sin perder tiempo, los agentes de la mencionada población intentaron comunicarse con la seccional de San Jerónimo Norte y al no obtener respuesta, ni en la dependencia ni en la central telefónica, el comisario local pasó la información al cuartel central de la fuerza, en Santa Fe y se trasladó hacia el poblado, a efectos de constatar lo que sucedía.
Mientras tanto, en la comisaría, los prisioneros lograron aflojar un ladrillo y practicar un boquete, demostrando con ello que las celdas no eran demasiado seguras.
Al llegar a la localidad, el comisario de Esperanza pudo constatar que, efectivamente, se había producido una la incursión guerrillera al notar las pintadas alusivas en las paredes de la Municipalidad, el Juzgado y la comisaría. Seguido por sus agentes, ingresó en la dependencia policial y procedió a liberar a los cautivos, quienes aún pugnaban por salir de la celda. Minutos después, se apersonaron el jefe del departamento de Las Colonias, inspector mayor Félix Pallavidini, el jefe zonal, inspector general Elbio Crespo, el subgerente del Banco de la Provincia de Santa Fe, Pablo Ricardo Bay y el gerente departamental de Inspección de la entidad, Amado Botero, así como los primeros representantes de la prensa.
Interior de la comisaria luego de ser copada por los subversivos
A la izquierda, el cajón de madera abierto, donde se guardaban
las armas del Tiro Federal de la localidad
(Fotografía: "La Nación")

De esa manera, pudieron constatar el corte de las líneas telefónicas, el frustrado intento de asalto a las oficinas de ENTEL, el robo en la sucursal bancaria y los malos tratos a los que habían sido sometidos el subayudante Cerigione y el contador Jordán con su familia, además de las lesiones que se había provocado el sereno Cosiani, al intentar salir del encierro.
El inspector mayor Pallavidini fue quien brindó a la prensa los pormenores del copamiento y confirmó el hallazgo de tres de los vehículos utilizados por los atacantes, a saberse, la Pick-Up F-100 patente S021599, otra marca Chevrolet Súper, color crema, chapa S028807 y el Ford Falcon verde patente S93555. Un cuarto vehículo fue descubierto unas horas después, en la intersección de la Ruta 19 y el camino a San Carlos Centro.
“Comando Ramus” y “Perón o muerte” se leía en el frente de la comisaría, junto a la sigla “VP”, superpuesta, sinónimo de “Perón vuelve”, lo mismo en el Banco y el Juzgado de Paz.
La acción de los insurgentes motivó una reunión de urgencia en el cuartel central de la Policía de Santa Fe, a la que acudieron su titular, el inspector general Teodoro Perrone, el jefe del distrito militar de Las Colonias, coronel Héctor Jorge Iglesias junto a su jefe de Inteligencia, teniente coronel Oscar Rotta, quienes manifestaron su preocupación por los sucesos acaecidos y procedieron a elaborar un programa de acción destinado a contrarrestar futuras incursiones.
Ese mismo día, fue puesto en marcha el operativo de rastreo y se efectuaron los primeros allanamientos en la ciudad de Santa Fe y sus alrededores, al tiempo que el juez de Instrucción, Dr. Carlos Miella, labraba el sumario correspondiente.

La extraña muerte del Vasco Acebal en Timote
Blas Acebal
Otro hecho que llamó la atención de las autoridades aquel año, fue la extraña muerte del “Vasco” Acebal, el cuidador de la estancia de Timote, donde fue hallado el cuerpo del general Aramburu. El hombre, de 67 años, vivía solo y tenía buenas relaciones con el vecindario, de ahí que cuando su cadáver fue hallado desnudo sobre una pileta, sin signos de haber sido atacado, a todo el mundo le llamó la atención. La autopsia reveló un edema agudo de pulmón aunque otras fuentes mencionan un paro cardíaco y otras una mala ingesta. Que la muerte ocurriera a los pocos días de una entrevista que Acebal ofreciera a un canal de televisión de la Capital Federal, llamó mucho la atención. En ella el casero habló demasiado, brindando detalles precisos y eso despertó las primeras sospechas. Se dijo entonces que había sido asesinado y que el hecho tenía relación con el crimen de Aramburu pero la autopsia que se le practicó a su cadáver tiempo después de ser inhumado, no mostró signos de violencia.
La gente de Timote asegura que Acebal sabía más de lo que decía y en aquella oportunidad, durante la entrevista, largó algunas cosas, de ahí que comenzara a hablarse de un homicidio y que las dudas persistan hasta hoy4.


El Vivorazo A comienzos de 1971, se produjeron una serie de cambios en la provincia mediterránea, que presagiaron la inminente caída del presidente de facto.  El 2 de febrero el Poder Ejecutivo de la Nación nombró a Carlos Gigena Parker, interventor de la provincia de Córdoba, en reemplazo de Bernardo Bas, que venía ejerciendo esas funciones desde el año anterior. El nuevo funcionario, apenas estuvo en el cargo un mes porque el 2 de marzo, un Levingston cada vez más distanciado de la junta militar, lo reemplazó por José Cramilo Uriburu, sobrino nieto del general que había derrocado a Hipólito Yrigoyen y sobrino bisnieto de quien había gobernado la nación entre 1895 y 1898.
La decisión cayó como una bomba en la dirigencia sindical y el estudiantado, de ahí el llamado de Atilio López, secretario general de la CGT local, a un paro y una marcha de protesta, que contó con varias adhesiones, entre ellas las del intervenido sindicato de Luz y Fuerza, dirigido desde la clandestinidad por Agustín Tosco.
En ese clima, se llevó a cabo la tradicional fiesta del trigo en Leones, a la que concurrió el presidente de la Nación, acompañado por su esposa. Fue entonces que Uriburu lanzó la desafortunada frase que desencadenó aquella nueva jornada de protesta denominada el Vivorazo, que hizo recordar los días del Cordobazo, en mayo de 1969: Confundida entre la múltiple masa de valores morales que es Córdoba por definición, se anida una venenosa serpiente cuya cabeza pido a Dios me depare el honor histórico de cortar de un solo tajo”.
La reacción no se hizo esperar. El 3 de marzo, Tosco organizó el Comité de Huelga, convocando a todos los sindicatos, incluyendo los “clasistas”, el principal de ellos FIAT y comenzó a gestar la ocupación de las plantas fabriles para el día 12, llamando a una marcha que debía partir desde Ferreyra.
“La clase obrera luchará para que la verdadera serpiente venenosa que ha venido a anidar en Córdoba, sea inmediatamente expulsada”, manifestó en la oportunidad.
Los hechos se desarrollaron de acuerdo a lo programado. Aquel soleado viernes, los empleados de las fábricas (Grandes Motores Diesel, FIAT, Perkins, Thompson Ramco), abandonaron sus puestos de trabajo y después de tomar pacíficamente las fábricas, se concentraron en el paso a nivel de la planta MATERFER, donde se iba a desarrollar el acto central. Diarios, empresas, dependencias estatales y hasta el zoológico fueron copados por sus dependientes sin que se registraran hechos de violencia y casi todas las entidades gremiales se pronunciaron a favor.
Una vez más Tosco marcha al frente del sindicato Luz y Fuerza

En tanto la masa de trabajadores se dirigía hacia la Plaza Vélez Sársfield, donde se había programado celebrar el acto, los empleados de FIAT-Concord, perteneciente al sindicato comunista SITRAC-SITRAM, levantaron las primeras barricadas sobre la Ruta 9 e inmediatamente después, encabezados por sus dirigentes, se encaminaron hacia el Barrio Nicolás Avellaneda, en largas columnas de vehículos, motocicletas, bicicletas y a pie, con la intención de ocuparlo.
La llegada de la policía y los bomberos, al mando del comisario Ricardo Sanmartino, desencadenó una batahola de proporciones, que terminó en tragedia cuando en inmediaciones del ramal ferroviario, un agente policial disparó a la cara de Ángel Adolfo Cepeda, obrero de Poster Cemento de 18 años de edad, matándolo al instante. Mientras volaban piedras, botellas y trozos de hierro por un lado y bombas de gases y hasta balas por el otro, los trabajadores de FIAT se vieron obligados a retroceder, permitiendo el avance de los móviles policiales y carros hidrantes. Por orden del gobierno, el Ejército, la Fuerza Aérea y la Gendarmería se acuartelaron y se mantuvieron en estado de alerta, en espera de directivas.
Esa noche, mientras se sucedían enfrentamientos esporádicos con la policía, la dirigencia obrera organizó una reunión de emergencia para evaluar la situación y tras agitados debates, se resolvió convocar a un paro general el 15 de marzo a las 10 a.m., seguido de una movilización hasta la Plaza Vélez Sársfield, donde debía celebrarse un nuevo acto.
A través de un comunicado, la CGT local criticó duramente a la conducción nacional, encabezada por José Ignacio Rucci, por entender que al no pronunciarse ni adherir a la convocatoria, había mostrando su “complicidad” con el régimen.
Pero los recelos y las divisiones que había en el seno de la dirigencia obrera, no tardaron en aflorar. Aquel lunes, por la mañana, la gente de Tosco tomó la planta eléctrica EPEC de Villa Revol, principal proveedora de energía de la ciudad, provocando el rechazo de los sindicatos de izquierda (clasistas), quienes consideraron la medida como una traición a los pactos del día 9, motivando su repudio. Aún así, el secretario general de Luz y Fuerza los invitó a sumarse a la marcha pero aquellos no aceptaron, razón por la cual, los autoconvocados continuaron hacia el centro de la ciudad por su propia cuenta, donde se había organizado el acto central.
Al llegar a la plaza, los trabajadores de FIAT (clasistas) comprobaron que en el lugar no había dispuesto nada, ni palco, ni parlantes, ni instalaciones eléctricas y eso exacerbó los ánimos porque lo entendieron como un acto de sabotaje por parte de Tosco. Sus discursos fueron en extremo encendidos y a cada intervención, sus partidarios gritaban “¡Ni golpe ni elección, revolución!” y “¡Si Evita viviera, sería montonera!”, a lo que los seguidores del líder de Luz y Fuerza respondían “Y ya lo ve, y ya lo ve, hay una sola CGT!”, ¡El pueblo unido jamás será vencido! y “¡Unidad-CGT!”.
Por un momento se llegaron a temer enfrentamientos pero la masa obrera se lanzó a ocupar los barrios cercanos, coreando entre todos “¡Córdoba se mueve, por otro veintinueve!”.
A los trabajadores se les sumaron otras agrupaciones, entre ellas la Juventud Revolucionaria Peronista (JRP), los socialistas y militantes estudiantiles, desencadenando aquella segunda jornada de protesta que hizo temer por una reiteración del Cordobazo.
De esa manera, fueron ocupados los barrios Güemes, Colón, San Vicente y Observatorio, seguidos posteriormente por Clínicas y Alberdi donde, una vez más, se levantaron barricadas, se construyeron trincheras y se produjeron graves enfrentamientos con las fuerzas policiales.
Los manifestantes atacaron los supermercados de Villa Revol y Clínicas, así como el Banco de Galicia, el del Interior y el Jockey Club, proliferando los saqueos, incendios y la destrucción de comercios y autos particulares. Incluso se vieron flamear enseñas de organizaciones subversivas como el ERP, cuyos militantes se infiltraron entre los obreros para incitarlos a la violencia. Versiones no confirmadas, aseguraban que Mario Roberto Santucho había tomado parte en los enfrentamientos, pero de ello no existe ningín registro.
Lo que si es cierto, es que un comando de la organización se apoderó de los estudios Telecine, de la TV local y difundió una proclama en apoyo de la lucha obrera, pintando en sus paredes la estrella con sus siglas en el centro. En otro sector, tomaron por asalto un supermercado, distribuyeron la mercadería entre la población y antes de huir, incendiaron sus galpones.
Pese a que los manifestantes llegaron a ocupar unas seiscientas manzanas de la periferia, en esta ocasión, no pudieron alcanzar el centro: el interventor Uriburu y el intendente municipal Santos Manfredi habían solicitado refuerzos a Buenos Aires y en respuesta, el gobierno central envío la Brigada Antiguerrillera de la Policía Federal, la cual llegó a la capital provincial encabezada por el temible comisario Alberto Villar.
Desmanes en las calles, como en el Cordobazo

Las fuerzas del orden contaron, una vez más, con el apoyo de los paracaidistas de la IV Brigada Aerotransportada y efectivos del Ejército, quienes ingresaron en la ciudad en horas de la noche para desalojar, uno a uno las barricadas y los cantones, empujando a los manifestantes fuera de los barrios ocupados.
Esa misma noche, Levingston solicitó la renuncia de Uriburu y lo reemplazó por Helvio Guozden, sin embargo a esa hora, sus días como presidente estaban contados.

La caída de Levingston. Lanusse en el poder
Creyéndose aún con poder, el 22 de marzo se atrevió a destituir al comandante en jefe del Ejército, Alejandro Augustín Lanusse, el hombre fuerte desde la caída de Onganía, quien respondió al día siguiente, encabezando un golpe palaciego que lo desalojó del poder.

-Voy a dar lectura al comunicado Nº 1 de la Junta de Comandantes en jefe al pueblo de la República Argentina –anunció Lanusse en rueda de prensa acompañado por el almirante Pedro J. Ganvi y el brigadier Carlos Alberto Rey- Ante la resolución del señor presidente de la Nación de relevar sorpresivamente al presidente de la junta de comandantes en jefe, esta junta, en beneficio de la seguridad nacional, y con la firme determinación de mantener la cohesión de las Fuerzas Armadas, resuelve: Primero: comunicar al general Roberto Marcelo Levingston que cesa en el ejercicio del cargo que desempeñaba…

Así fue como la junta de comandantes se hizo cargo interinamente del gobierno y el 26 Lanusse juró como primer mandatario, cerrando el ciclo que había iniciado al incentivar la destitución de Onganía, en junio del año anterior.
Ese mismo día, el flamante presidente constituyó su gabinete designando al Dr. Arturo Mor Roig en la cartera de Interior, Alfredo José Girelli en Comercio, Gustavo Malek en Educación, Rubens San Sebastián en Trabajo y Oscar Colombo en Obras Públicas; confirmó en sus cargos a Luis María de Pablo Pardo en Relaciones Exteriores y Culto, Aldo Ferrer en Economía, Jaime Perriaux en Justicia y Jorge Rafael Cáceres Monié en Defensa y repuso a Francisco Guillermo Manrique en Bienestar Social5.
En el mes de julio Lanusse y Mor Roig lanzaron el Gran Acuerdo Nacional, buscando un acercamiento con la dirigencia política y al mismo tiempo evaluar la posibilidad de llamar a elecciones. Era un intento de salida honorable por parte de la cúpula militar y la posibilidad de alcanzar la normalización institucional que necesitaba el país. Por su puesto, la misma no fue bien vista por amplios sectores del quehacer nacional, entre ellos el peronismo, los círculos liberales y el ala dura de las Fuerzas Armadas, quienes cuestionaron la medida y rechazaron todo intento de diálogo.
El endeble general Levingston fue uno de los primeros en cuestionar la decisión; Perón por su parte la rechazó y poco después, anunció la organización del Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI), destinado a labrar su retorno al país.
En materia de política internacional, ese mismo año se afianzaron las relaciones con Gran Bretaña, permitiendo de ese modo vuelos regulares desde la Argentina continental hacia las islas Malvinas; el 23 de julio, tuvo lugar la cumbre de El Aybal, en Salta, donde el mandatario argentino se reunió con su par chileno, para abordar la espinosa cuestión del Canal de Beagle.
En materia científica y tecnológica, la Argentina siguió progresando en el terreno espacial, continuando el vigoroso programa espacial que se había puesto en marcha en tiempos de Onganía. En la Fábrica Militar de Aviones se siguió trabajando en torno al IA-58 Pucará, cuyo primer vuelo se efectuó en 1969 y el campo de la Medicina y la investigación se vio enlutado con el fallecimiento del Dr. Bernardo Alberto Houssay, primer Premio Nobel en ciencias de América Latina.

La devolución del cadáver de Evita
En mayo, el ambivalente Jacobo Timmerman lanzó el primer número de “La Opinión”, órgano informativo en extremo novedoso, con el que pretendía renovar el periodismo gráfico, sin embargo, lo más resonante del año fue la devolución del cadáver de Evita, el 3 de septiembre de 1971, luego de arduas tratativas entre Perón y el gobierno nacional.
La tarde el 24 de mayo, Jorge Daniel Paladino, delegado personal del líder justicialista, recibió un llamado telefónico en su oficina, informándole que el general Lanusse lo esperaba al día siguiente, a las 5 p.m., en la Quinta Presidencial de Olivos, para conversar sobre un tema en extremo delicado.
Paladino llegó acompañado por dos representantes de la Hora del Pueblo, Ricardo Balbín y Horacio Thedy6 y allí lo esperaban, además del primer mandatario, el ministro del Interior, Arturo Mor Roig, el brigadier Ezequiel Martínez, y el general Rafael A. Panullo, con quienes mantuvo una reunión a puertas cerradas.
Interpelado por su anfitrión, Paladino manifestó que la entrega del cuerpo constituía de por sí un gesto de pacificación, necesario ante la escalada de violencia que vivía el país; Balbín y Thedy manifestaron su acuerdo y el brigadier Martínez quien para entonces, mostraba sus intenciones de lanzarse al ruedo político con su propia agrupación, se pronunció en igual sentido.
Ricardo Balbín en una reunión de la Hora del Pueblo. A su izquierda
el delegado personal de Perón, Jorge Daniel Paladino

Lanusse escuchó atentamente y cuando Paladino terminó de hablar, dijo que ignoraba donde se encontraba enterrado el cuerpo, aún cuando todos sabían que era uno de los oficiales sindicados como responsable de su desaparición, sin embargo, dijo que una persona de su conocimiento, sí lo sabía y se comprometió a establecer contacto con ella.
Hubo una segunda reunión entre el presidente y el delegado de Perón, también en Olivos, esta vez a solas, en un pequeño escritorio de la residencia, donde el emisario aprovechó para plantear la necesidad de llamar a elecciones generales. El tercer encuentro se llevó a cabo en la Casa Rosada y en él, Lanusse se mostró más esquivo. Dijo que la persona de su conocimiento conocía, efectivamente, el paradero del cuerpo y que, por precaución, había depositado la documentación correspondiente en un Banco de Montevideo.
Eso llevó a los peronistas a iniciar una investigación por su cuenta dado que, según algunas versiones, propaladas principalmente por exiliados argentinos en Uruguay, el féretro con los restos yacía en el fondo del Río de la Plata y según otras, había sido incinerado.
Las tratativas sobre los despojos de Evita comenzaron a principios de 1971, cuando Paladino se reunió con el coronel Carlos Moori Koening, aquel que según rumores, había violentado el cadáver; la misma se llevó a cabo en un departamento del Microcentro porteño y entre ambos lograron determinar que el Vaticano algo tenía que ver en el asunto. Pocos días después, el representante personal de Perón viajó a Roma para entrevistarse con el Sumo Pontífice pero en su lugar lo recibió el padre jesuita Pedro Arrupe y Gondra, al que todo el mundo sindicaba como el Papa negro, hombre de peso dentro de la Iglesia, quien manejaba los asuntos más delicados.
Dado los avances logrados, Perón en persona le escribió a Paulo VI solicitando una respuesta, a lo que aquel respondió que nada sabía del asunto. Aún así, las pesquisas continuaron y de esa manera, la gente de Paladino se enteró que el cuerpo de Evita había salido del país junto a otros dos y que previo paso por Alemania Occidental, fue a recalar en un cementerio de Milán bajo el nombre de María Maggi de Magistris. Por su parte, Lanusse indagó en el Ejército, el arma que había llevado a cabo el operativo de desaparecer los restos y de esa manera, dio con el coronel Héctor Cabanillas, encargado por la Revolución Libertadora de ejecutarlo.
Con el primer mandatario cada vez más presionado, el 1 de septiembre Paladino regresó a Madrid para informar a Perón sobre la marcha de los asuntos. Ni bien se instaló en la residencia, lo llamó el embajador argentino en España, el recientemente designado brigadier Jorge Rojas Silveyra, para informarle que debía acudir enseguida al Hotel “Gran Castilla”, donde se iba a llevar a cabo una importante reunión. El representante diplomático había sido escogido por Lanusse para iniciar diálogos con Perón y como condición, éste le exigió la devolución del cadáver a su esposo.
Cuando Paladino llegó al hotel, fue conducido por un conserje hasta un salón reservado, donde además del diplomático se encontraban el coronel Cabanillas y el agregado cultural de la legación, Manuel Gómez Carrillo. Una vez allí, Rojas Silveyra le informó que Cabanillas era el hombre que había tenido a su cargo la misión de hacer desaparecer el cuerpo y que si no surgían inconvenientes, el mismo sería entregado al día siguiente.
Perón junto a su tercera
esposa en Puerta de Hierro
Paladino se dirigió inmediatamente a Puerta de Hierro para informar a Perón y a la mañana siguiente recibió un nuevo llamado de Rojas Silveyra para informarle que el cónsul español en Milán había hecho algunas observaciones con respecto a la documentación que se necesitaba para cruzar la frontera y eso demoraría las cosas un día más.
Subsanado el inconveniente, un vehículo fúnebre salió del cementerio Mussocco de Milán y se dirigió a la frontera con Francia, atravesando previamente Turín. En el límite entre ambos países, la misteriosa carga que transportaba fue transferida a un furgón simulado como transporte de flores, en una zona descampada, e inmediatamente después partió con destino a España.
El 3 de septiembre a las 21:30, el vehículo atravesó los portones de hierro de la Quinta “17 de Octubre” y se detuvo frente a la gran vivienda, en cuyo interior, aguardaban Perón, Paladino, Rojas Silveyra, Cabanillas, Isabel Perón, José López Rega y Gómez Carrillo, todos luciendo trajes y ella púlcramente vestida.
A la vista de los presentes, los empleados de la funeraria, sacaron el féretro de la parte posterior del furgón y lo introdujeron en la residencia, para depositarlo sobre la gran mesa que dominaba el hall principal. Inmediatamente después se retiraron, dejando a Perón y Paladino solos, junto a un empleado de la casa, los dos últimos provistos de martillos y cortafierros. De esa manera, cuando las puertas se hubieron cerrado, procedieron a abrir el féretro en tanto el líder observaba circunspecto, con las manos tomadas por delante.
Debieron recurrir a ese método porque el soplete que habían adquirido para fundir la chapa de zinc no funcionó. La tarea les llevó casi una hora y cuando hubieron terminado, le preguntaron al ex presidente si podía reconocer el cuerpo.

-Si –respondió con grave tono de voz- es ella.

Hay quienes dicen que buscó un detalle detrás de las orejas del cadáver y luego, conmovido, manifestó su emoción, recordando los días de gloria junto a aquella mujer.
Esos fueron, a grandes rasgos, los acontecimientos que marcaron 1971, un año clave en la historia política nacional, donde la guerrilla incrementó su accionar, tornándolo más violento y decidido.

Fuga de la Cárcel de Mujeres
El sábado 26 de junio de 1971, se presentaron en el edificio de la Cárcel Correccional de Mujeres, Unidad Penitenciaria 3 de la Capital Federal, tres hombres y una mujer pulcramente vestidos, manifestando su intención de ver a cinco reclusas allí alojadas. Ingresaron a las 13:30 por la entrada principal, ubicada en Humberto 1º 378 y una vez en recepción, mostraron las credenciales que los acreditaban como letrados, junto con una nota firmada por un juez, autorizando la entrevista.
Evidenciando un proceder muy poco profesional, los guardias les franquearon el acceso sin adoptar los recaudos de rutina que contemplaban, entre otras cosas, la revisión de sus pertenencias y de ese modo los condujeron directamente a la sala de reuniones, destinada a las audiencias con los detenidos.
Una vez allí, los supuestos abogados abrieron sus portafolios y sin mediar palabra extrajeron varias granadas y las arrojaron en diferentes direcciones, intentando despejar el camino hacia las celdas. Uno de ellos se abalanzó sobre sor Domitila, la monja encargada de las llaves y después de propinarle un fuerte culatazo en la cabeza, le arrebató el manojo y procedió a abrir los calabozos donde se hallaban las prisioneras. Sólo una se negó a escapar en tanto las restantes, Ana María de las Mercedes Solari, Lidia Marina Malamud de Aguirre, Ana María Papiol de Teoer y Amanda Beatriz Peralta de Diéguez, la conocida guerrillera de Taco Ralo, salieron a toda prisa detrás de sus liberadores.
Cuando los guardias reaccionaron, se produjo un intenso intercambio de disparos en el que cayeron heridos los agentes Schower, Pereiro y Giménez, uno de ellos alcanzado en un hombro.
La confusión les permitió a los subversivos abandonar a la carrera el edificio y dirigirse a los tres automóviles que aguardaban fuera, mientras sus compañeros, desde la vereda opuesta, disparaban contra el frente intentando cubrirlos.
La "Negra" Peralta llega detenida a Buenos Aires tras la experiencia
de Taco Ralo. En la imagen, el momento en que ingresa en la unidad
penal atacada (1968)
(Fotografía: "La Nación")

Un niño que pasaba por el lugar pudo ver la escena antes de ponerse a cubierto en tanto un transeúnte que caminaba por Defensa, en dirección al bar ubicado en la esquina noreste con Humberto 1º, se arrojó al piso buscando protección. En plena balacera, pudo distinguir a un joven vestido de gris, parado en la misma vereda de la cárcel, que esgrimía una pistola. El sujeto se veía muy nervioso, de ahí el brusco empujón que le propinó a dos de las liberadas cuando corrían hacia los vehículos, empujándolas, para que acelerasen el paso.
En pleno tiroteo, un grupo de estudiantes de arquitectura que se encontraba haciendo un trabajo práctico sobre San Telmo, corrió hacia la escuela ubicada frente a la antigua iglesia de San Pedro González Telmo (Humberto 1º 340), y golpeó desesperadamente las puertas intentando que les abrieran. Como la portera no encontraba las llaves, se apretujaron contra el marco de entrada, en espera de que el tiroteo amainase, mientras los muchachos trataban de cubrir a sus compañeras, que lloraban presas del pánico.
Las reclusas abordaron un Valiant IV que aguardaba estacionado en la esquina y una pick-up Jeep Gladiator celeste, detenida frente a la puerta y cuando estuvieron dentro, partieron a toda velocidad, seguidos por un Chevrolet 400 color crema, que hizo resonar sus neumáticos sobre el asfalto.
Antes de ello, uno de los atacantes extrajo una granada de entre sus ropas y la arrojó hacia el interior del edificio, provocando un violento estallido que hirió gravemente a un cuarto guardia.
En ese preciso instante, apareció por Balcarce un patrullero que se dispuso a seguir a los atacantes (al parecer, una vecina había dado aviso a la policía) pero debió detener la marcha al pinchar sus cuatro neumáticos con los clavos miguelitos que los delincuentes arrojaron desde el Chevrolet.
Según testigos, al cruzar Defensa, el Valiant y la camioneta se subieron a la vereda para esquivar a un colectivo de la línea 126, contra el que casi chocan. Hicieron por allí algunos metros y bajaron nuevamente al pavimento, sin atropellar a nadie de milagro. Durante la maniobra, la Jeep se fue de cola y casi hace un trompo, como en las carreras de autos, pero su conductor logró recuperar el control y desapareció hacia el oeste, a gran velocidad.
En tanto se daba aviso a distintas dependencias policiales, gran número de patrulleros y efectivos convergían sobre el lugar para constatar lo sucedido y asistir  a los heridos, comprobando que tirada en la vereda, yacía la pistola de uno de los subversivos.
Los curiosos que se acercaron hasta el lugar vieron como sacaban a los heridos y los subían a tres ambulancias que partieron velozmente hacia el Instituto Neurológico Costa Buero, para su inmediata atención. También pudieron constatar el estado en el que quedó el frente del penal, con numerosos impactos en sus paredes, amén de los daños causados por la granada en la puerta de entrada.
Poco después hizo su arribo personal de la Brigada de Explosivos de la Policía Federal para desactivar una de las granadas arrojadas dentro del edificio, que permanecía sin estallar. Finalizada su labor, se permitió el ingreso de los periodistas aunque no se brindaron declaraciones pues, según se informó, el director del Servicio Penitenciario Federal, coronel (RE) Miguel Ángel Paiva, iba a dar los detalles en una conferencia de prensa.
Los insurgentes fueron abandonando los vehículos a lo largo del trayecto, el primero en inmediaciones del Parque Lezama, el segundo en cercanías de la estación Sáenz, pleno barrio de Nueva Pompeya y el Valiant IV en Parque Patricios, donde tuvo lugar otro enfrentamiento con efectivos de la comisaría 32ª.

El Valiant IV abandonado por los atacantes en Parque Patricios
(Fotografía: "La Nación")

Durante el tiroteo un suboficial fue alcanzado en una pierna y uno de los delincuentes cayó gravemente herido, falleciendo horas después en el hospital (se trataba de uno de los que se habían presentado como abogados en el penal)7.
Durante la rueda de prensa, el coronel Paiva explicó que entre diez y doce personas habían tomado parte en el ataque, dos de las cuales eran realmente abogados; que la incursión duró apenas unos minutos, que en los enfrentamientos dentro de la unidad los insurgentes habían utilizado granadas de mano, bombas incendiarias y armas cortas con las cuales hirieron a cuatro guardias y una religiosa; confirmó que los asaltantes huyeron en tres vehículos abandonados poco después en la vía pública y que en el enfrentamiento de Parque Patricios fue herido un policía y abatido uno de los atacantes que se había presentado como abogado.
En el operativo que se montó para dar con los agresores, intervinieron la Guardia de Infantería de la Policía Federal, las divisiones de Tránsito y Vigilancia, personal del Servicio Penitenciario Nacional y las comisarías jurisdiccionales; se realizaron allanamientos y un par de horas después de los hechos, se llevó a cabo una redada en Catalinas al Sur luego de una falsa denuncia según la cual, dos personas heridas se habían refugiado en un edificio de la zona.
Era evidente que las fuerzas de seguridad estaban siendo desbordadas y que iba a ser necesario pasar a una segunda instancia, de ahí la determinación de hacer realidad el anuncio que el gobierno había hecho una semana antes, de recurrir a las Fuerzas Armadas para neutralizar la acción subversiva8.
Se trataba de un proyecto de ley elevado al Poder Ejecutivo por los ministros del Interior, Justicia y Defensa, que abarcaba a todo el país, ya en tierra firme como en sus aguas y el espacio aéreo y contemplaba la intervención de la Cámara Federal e incluso, la justicia militar a efectos de condenar los delitos, todo de acuerdo al artículo 10º de la Ley Nº 19.081, cuyo texto completo, fue difundido por cadena nacional el día 19.
El contenido del proyecto, fue elaborado de manera conjunta a lo largo del mes y decía textualmente: 

Tenemos el honor de dirigirnos a V.E. elevando para su consideración el siguiente proyecto de ley, por el que se encara y regla la eventual utilización de las Fuerzas Armadas de la Nación, en determinados supuestos, ante hechos de subversión interna y terrorismo que hagan necesario ese empleo para prevenir y combatir ese conjunto de catos que atentan contra la seguridad de la Nación, la paz interior, la tranquilidad pública, la seguridad de las personas y bienes y el respeto a las instituciones existentes.
Ha quedado demostrado que la intensificación de los hechos e referencia obedece a planes de organizaciones extremistas en curso de ejecución progresiva, tendientes a destruir las bases mismas de nuestras instituciones sociales y políticas, democráticas y republicanas, a la par que sembrar el terror y el caos.
En tales circunstancias, y rigiendo el estado de sitio, puede resultar procedente ocurrir al empleo de las Fuerzas Armadas y los medios de que disponen, a los fines señalados en el primer párrafo, y ello encuentra sustento suficiente en los artículos 67, incisos 23 y 24 y 86, incisos 15, 17 y 19 de la Constitución Nacional.
La legitimidad de las medidas que se proponen ha sido confirmada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en los casos de subversión doméstica grave y mientras ella perdure.
Además el empleo de las Fuerzas Armadas en operaciones militares, el proyecto autoriza también a disponer que ellas actúen en la prevención e investigación militar de los delitos de competencia de la Cámara Federal en lo Penal de la Nación.
Cuando se recurra al empleo de las Fuerzas Armadas, para los fines antes mencionados, las fuerzas de seguridad y las policías, nacionales y provinciales, quedarán bajo la autoridad operacional del comando que intervenga y sujetas a la jurisdicción militar, a los fines del juzgamiento y represión de las infracciones delictivas o disciplinarias en que incurran durante el desempeño de las actividades que les imponga el comando.
También contempla el proyecto adjunto la posibilidad de que el Poder Ejecutivo nacional autorice al comandante de las fuerzas que se empleen a ejecutar requisiciones, debiéndose observar las normas legales y reglamentarias vigentes sobre la materia.
Por último, se establece que las autoridades políticas y administrativas provinciales y municipales deberán prestar al comandante de las fuerzas en operaciones la colaboración necesaria.
Consideramos que la sanción y promulgación del proyecto de ley adjunto constituirá, si se debe llegar a aplicarlo, un eficaz e indispensable instrumento legal para conjura la grave situación existente.
Cabe destacar, por fin, que este proyecto encuentra su amplio apoyo en las Políticas Nacionalistas 1; 134, Inciso a) y 136, Inciso a), b), c) y d).
Dios guarde a Vuestra Excelencia.

El texto de la nueva ley era el siguiente:

Artículo 1º.- Facúltase al Poder Ejecutivo nacional a emplear durante la vigencia del estado de sitio, en territorio de la Nación, en sus aguas jurisdiccionales y su espacio aéreo, las fuerzas armadas que considere conveniente, en operaciones militares, a fin de prevenir y combatir la subversión interna, el terrorismo y demás hechos conexos.
Art. 2º.- Sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo anterior, facúltase al Poder Ejecutivo nacional a emplear las Fuerzas Armadas en la prevención e investigación militar de los delitos de competencia de la Cámara Federal en lo Penal de la Nación.
Art. 3º.- El Poder Ejecutivo nacional, dispondrá del empleo de las Fuerzas Armadas, conforme a los artículos anteriores, mediante las órdenes e instrucciones que le imparta, en ejercicio de las facultades que le competen como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
Art. 4º.- En todos los casos en que el Poder Ejecutivo nacional recurra al empleo de las Fuerzas Armadas para los fines indicados en esta ley, las fuerzas de seguridad y las policiales, nacionales y provinciales, existentes en el lugar y las que se asignen al comando respectivo como refuerzo y a requerimiento de éste, quedarán bajo control operacional de dicho comando y sus integrantes ejecutarán las funciones, misiones y tareas que se les impongan. Las infracciones delictivas o disciplinarias en que incurra el personal de las fuerzas de seguridad y policiales en el desempeño de las actividades que les imponga el comando mencionado, quedarán sujetas a la jurisdicción castrense y serán juzgadas y reprimidas conforme a las normas del Código de Justicia Militar (ley 14.029) y su reglamentación.
Art. 5º.- El Poder Ejecutivo nacional podrá autorizar por decreto al comandante de las fuerzas que se empleen, a ejecutar dentro de su jurisdicción las requisiciones que fueren necesarias para el cumplimiento de los objetivos de esta ley, debiéndose observar a tales fines las normas legales y reglamentarias vigentes sobre la materia.
Art. 6º.- en el caso del empleo de las Fuerzas Armadas conforme a las disposiciones de esta ley, y durante la ejecución de las operaciones que se practiquen para lograr los objetivos previstos, las autoridades políticas y administrativas provinciales y municipales de cualquier naturaleza continuarán en el ejercicio ordinario de sus funciones y cargos, pero deberán prestar al comandante de las fuerzas en operaciones toda la colaboración que les fuere requerida para aquellos fines.


Fue una seguidilla de decretos destinados a contener el desborde. El 17 de mayo, Lanusse había promulgado la Ley 18.953 mediante la cual, se le efectuaron importantes modificaciones al Código Penal, aumentando las condenas. El 28 fue creada la Cámara Federal en lo Penal de la Nación (Ley 19.053), ideada por el ministro de Justicia Jaime Perriaux. La componían tres salas, integradas por igual número de jueces, designándose para conformarlas a los doctores Er­nes­to Ure, Juan Car­los Díaz Rey­nolds, Car­los En­ri­que Malbrán (Sala 1); Cé­sar Black, Eduar­do Mu­ni­lla La­ca­sa y Jai­me Smart (Sala 2); To­más Ba­rre­ra Agui­rre (lue­go re­em­pla­za­do por Es­te­ban Ver­ga­ra), Jor­ge Vi­cen­te Qui­ro­ga y Ma­rio Fer­nán­dez Ba­de­sich (Sala 3), cada una con su correspondientes secretario y fiscal. Su función: juzgar los delitos de naturaleza subversiva, en reemplazo de la desactualizada Ley 18.670, ello a partir del 6 de julio, cuando se la puso en vigencia mediante el decreto Ley 19.110. El 19 del mismo mes, los delitos en cuestión, es decir, aquellos enmarcados dentro de la actividad subversiva y una vez promulgada la Ley 19.081, el 16 de junio, el Poder Ejecutivo quedó facultado para emplear las Fuerzas Armadas en tanto durase el estado de sitio, una medida urgente ante el incremento de la violencia y la carencia de herramientas adecuadas para combatirla.


La muerte de José Sabino Navarro
En el interín, la organización Montoneros sufrió otro golpe demoledor al perder a su segundo en el escalafón jerárquico.
El 21 de julio de 1971, tres vehículos particulares se desplazaban por la Ruta Nacional Nº 36 en dirección a Córdoba, para apoyar los reclamos de los trabajadores de FIAT. Sus ocupantes venían de asaltar un garage en Río Cuarto, de donde habían sustraído los vehículos y se encontraban fuertemente armados, listos para repeler cualquier intento de detención por parte de las autoridades.
José Sabino Navarro
En primer lugar, abriendo camino, avanzaba un Peugeot 504 en el que viajaba el cabecilla del grupo, José Sabino Navarro; Cecilio Manuel Salguero iba al volante y Juan Antonio Díaz (el “Negro”), en el asiento posterior. Los seguía a pocos metros una pick-up Chevrolet con otros dos compañeros a bordo y detrás un Peugeot 404 con cuatro militantes más, conducido por el joven estudiante santafesino Jorge Cottone.
Alertada la policía, se habían establecido piquetes a lo largo del recorrido donde los automovilistas eran detenidos y sus vehículos inspeccionados.
Los insurgentes acababan de sobrepasar Alcira Gigena, en el cruce de la Ruta Provincial Nº 11, cuando notaron que eran seguidos por otro vehículo al que presumieron guiado por fuerzas de seguridad.
Desconcertados ante la inesperada presencia, quienes viajaban en el 404 abandonaron el vehículo y se dieron a la fuga, tratando de mimetizarse en el terreno. Percatado de aquella acción, Sabino Navarro le ordenó a Salguero volver sobre sus pasos y al alcanzar a sus compañeros, les gritó a sus hombres que regresaran al rodado y reanudaran la marcha. Así se hizo y, de esa manera, la improvisada columna retomó el camino atravesando Berrotarán, población rural de menos de seis mil habitantes, distante a 133 kilómetros de la capital mediterránea, a la que llegaron media hora después.
Ya habían pasado Despeñaderos cuando desde un puesto de control, en medio de la carretera, fuerzas policiales les hicieron señales para que se detuvieran y al ver que no acataban la directiva, abrieron fuego.
Intentando esquivar las balas, Salguero hizo un violento giro a la derecha y después de salirse del camino, se detuvo junto al alambrado que se extendía a la derecha. Jorge Cottone, el conductor del Peugeot 404 hizo otro tanto al tiempo que la pick-up aceleraba para tratar de alejarse.
El “Negro” Díaz echó a correr por el campo, en tanto los agentes policiales se desplegaban por el terreno para cerrarles el paso. Sabino Navarro intentó cubrir la retirada pero se desconcertó al ver caer a Salguero alcanzado por un disparo y a los guardias del orden correr hacia él. Fue entonces que vio a la camioneta detenida en la banquina y trató de correr hacia ella, mientras le ordenaba a su gente que lo siguiera. Pero su intento se vio frustrado porque para entonces, la pick-up había sido rodeada y al menos uno de sus ocupantes, capturado.
Eso los obligó a volver sobre sus pasos y alejarse en sentido contrario, corriendo con Cottone y Díaz a través el campo hasta alcanzar un zanjón, en cuyo lecho se arrojaron, luego de cruzar las vías, no lejos del puente ferroviario sobre el río Segundo9.
Una vez dentro de la acequia, se cubrieron con ramas y hojas y se dispusieron a esperar la noche esperando el momento adecuado para poder escapar. Recién entonces Díaz y su compañero se dieron cuenta que Navarro presentaba una herida en su pierna izquierda y que sangraba abundantemente.
Mientras tanto, las fuerzas policiales batían los alrededores y cercaban las poblaciones próximas, tratando de dar con ellos.
La noticia no tardó en correr y para ese momento, la prensa daba cuenta de lo que sucedía, al tiempo que las autoridades provinciales reforzaban el área, enviando patrullas de apoyo que incluían guías civiles y perros rastreadores.
Navarro comprendió la difícil situación en la que se encontraban y después de hacerse un torniquete, se dispuso a esperar, consciente de que el momento era extremadamente peligroso; las batidas policiales se tornaron intensas, con amplio despliegue de infantería y al menos dos helicópteros comenzaron a sobrevolar la zona, para tratar de ubicarlos. Había que hacer algo y pronto, porque el frío iría en aumento y la humedad se tornaría en escarcha; era necesario conseguir alimentos y sobre todo, burlar el cerco y evadirse hacia donde fuera.
Así pasaron la primera noche y todo el segundo día. Ni bien el sol se ocultó, los subversivos abandonaron el escondite y echaron a andar en dirección al pueblo, guiándose por las vías del ferrocarril. Lo hicieron por separado hasta llegar a la ruta, donde detuvieron un vehículo que viajaba hacia el sur. El conductor les permitió subir y de esa manera, regresaron a Berrotarán, donde llegaron a altas horas de la noche, famélicos y agotados.
Lo primero que hicieron fue dirigirse a la estación del ferrocarril para averiguar a que hora pasaba la siguiente formación hacia Córdoba; cuando les dijeron que lo haría en dos horas, regresaron sobre sus pasos y luego de cruzar la calle, se introdujeron en un bar, necesitados como estaban de racionar. Pidieron unos sándwiches, gaseosas y se dispusieron a saciar el hambre pero antes, Navarro y Cottone acordaron una inspección del lugar, para estudiar una posible ruta de escape en caso de que las fuerzas policiales irrumpieran repentinamente. Se dirigieron al baño y de esa manera pudieron comprobar la existencia de una puerta que daba a un patio, al fondo de un estrecho pasillo, y una tapia que dividía la propiedad de la vivienda lindera, lo que les proporcionaría una salida en caso de emergencia. Cuando regresaron a la mesa, notaron que Díaz había salido, pero estaban tan hambrientos que se sentaron y comenzaron a comer, sin embargo, ni bien lo hicieron, sintieron fuera una fuerte frenada y casi enseguida una seguidilla de disparos y luego un motor que se alejaba.
Los pocos parroquianos y los propietarios del bar se pusieron a cubierto en tanto los insurgentes desenfundaban sus armas y salían al exterior. Grande fue su sorpresa al ver a Díaz tendido en el suelo sobre un charco de sangre, por lo que volviendo sobre sus pasos, arrojaron un billete sobre el mostrador y se fugaron por la parte posterior, saltando dos o tres paredes antes de ganar la calle.
A los pocos metros asaltaron al conductor de un Renault que en esos momentos se desplazaba por las calles del pueblo, apuntándole con sus armas y obligándolo a descender.
Una vez a bordo, se dieron a la fuga en tanto el desconcertado vecino corría hacia la comisaría para dar aviso, cargando las cosas de valor que había logrado sacar antes de que los asaltantes se perdiesen por las calles laterales.
Pese a que la localidad se encontraba prácticamente ocupada por la policía, los subversivos lograron salir a la ruta, doblaron hacia el sur y se alejaron en dirección a Villa General Belgrano.
Puente ferroviario sobre el río Segundo

Cruzaron la población perseguidos por la policía, a metros de Santa Rosa de Calamuchita se tirotearon con un patrullero y a poco de divisar Yacanto, abandonaron el rodado para perderse en la noche en lo profundo de un monte.
Caminaron toda la mañana bajo un sol que con sus rayos mitigaba el frío invernal y al obscurecer, se volvieron a ocultar, atentos a cualquier sonido y movimiento.
Reanudaron la marcha al día siguiente, mal dormidos y hambrientos, urgidos por dar con algo de alimento y sobre todo, una via de escape que les permitiese burlar la persecución. Así fue como al cabo de dos horas, divisaron un riacho y hacia allí se encaminaron, ignorando que del otro lado los estaban esperando.
Navarro y su compañero confiaban en que si seguían la vía de agua, podían dar con ayuda pero al llegar a la orilla, fueron recibidos a balazos, por lo que giraron sobre sus pasos y escaparon a la carrera; la policía había detectado su presencia y apostada a lo largo del cauce, abrió fuego desde diferentes posiciones.
Mientras los subversivos retrocedían, iban tirando al azhar y sin dejar de correr, llegaron a un nuevo bosquecillo en cuyo interior lograron mimetizarse, burlando una vez más a sus perseguidores. Y así fue como dieron con una casa abandonada, que se erguía solitaria entre árboles y rocas, en medio de un paraje fascinante y a la vez, peligroso.
Como llevaban consigo un manojo de llaves, se dispusieron a probar si alguna funcionaba, ello después de cerciorarse de que ni en el interior ni en las inmediaciones había gente y grande fue su sorpresa cuando una de ellas funcionó y les permitió ingresar.
La vivienda constituía un refugio ideal, con todo lo necesario para pasar la noche, en especial, ropa y alimentos. Ingresaron por lo que parecía ser el living-comedor y después de una rápida inspección, se dirigieron a la cocina, urgidos como estaban de saciar el apetito. Revisaron la alacena, abrieron cuidadosamente los muebles e inspeccionaron la heladera, comprobando con satisfacción que había alimento de sobra.
Comieron sobre la mesa de madera que se encontraba en el lugar y luego de asearse y cambiar algunas prendas, se echaron sobre las camas que si bien no eran del todo mullidas, les parecieron el paraíso sobre la Tierra.
Los gritos de la dueña de casa los despertó a la mañana siguiente; habían cometido un error al no turnarse en la guardia y eso terminaría por costarles caro.
No hubo manera de calmar a la mujer pues ni sus palabras, ni el dinero que le ofrecieron, ni las amenazas lograron serenarla. Incluso la pusieron peor y por esa razón, no les quedó más remedio que darse a la fuga, corriendo hasta un pequeño bosquecillo, donde pasaron la cuarta noche.
Al otro día llegaron a Villa General Belgrano. Entraron caminando sigilosamente y con los pesos que tenían compraron algo de alimento: queso, dulce, unas latas de carne picada y dos gaseosas, y con todo ello se dirigieron a las afueras, para racionar, lejos de miradas indiscretas, sobre las márgenes del río El Sauce.
Lo hicieron bajo un cielo que comenzaban ser cubierto por las nubes aunque, como el día anterior, el sol seguía calentando y mitigando en parte el frío, todo en medio del deslumbrante paisaje que rodeaba a la localidad serrana. Pero no lo pudieron disfrutar demasiado porque la situación los obligó a mantenerse siempre ocultos. Regresaron al mismo montecito donde habían pernoctado y ahí permanecieron largas horas, ateridos por el frío, hasta el siguiente anochecer, cuando se pusieron nuevamente en marcha, con Navarro aquejado por la fiebre y el dolor.
Con Navarro, muy debilitado, tomaron un óminbus hacia Alta Gracia donde pensaban hacer trasbordo para dirigirse a Córdoba. El jefe montonero se sentó adelante, junto a un pasajero y su compañero hizo lo propio detrás y una vez en destino, se apoderaron de un Citroen que debieron abandonar a los pocos minutos, al ser detectados por la policía. Una vez más, se desató un nuevo enfrentamiento que terminó con Navarro herido en un hombre aunque con suficientes fuerzas como para escapar del encierro.
A la carrera abandonaron el vehículo y se apoderaron de un colectivo con el que salieron a la ruta, siempre perseguidos y tiroteados. Era 28 de julio y hacía una semana exacta que habían iniciado aquel raid demencial, cada vez con menos esperanzas de librarse de sus perseguidores.
Navarro tomó el volante pero extenuado por la pérdida de sangre, se desvaneció y terminó estrellando el pesado vehículo contra la gran pared de piedras y tierra que constituían las sierras, al costado del camino. Cuando recuperó el sentido, notó que Cottone lo había sacado del interior y lo arrastraba bajo una lluvia torrencial, lejos de la ruta, en vista de lo cual, hizo un esfuerzo sobrehumano y luego de incorporarse, se internó con su compañero en otro monte.
Llegaron casi a la rastra a una pequeña caverna, donde el jefe insurgente, sin fuerzas y con la munición agotada, ordenó un nuevo alto10.
En ese momento, Cottone comprendió que su superior no podía seguir; aún así, insistió para continuar el avance pero aquel le manifestó que estaba exhausto y ya no se podía mantener en pie. Había perdido mucha sangre y las fuerzas lo abandonaban.

-No puedo más; seguí vos –le dijo a su subordinado- Yo me quedo acá.

Cottone se negó, agregando que por nada del mundo lo iba a dejar ahí, a merced de sus perseguidores pero Navaro insistió, esta vez con tono imperativo.

-¡Yo no puedo caer vivo! ¡¡Yo soy el jefe y se lo ordeno; usted se salva!!

El combatiente se dio cuenta que su superior hablaba en serio y que debía obedecer. No hay referencias de esto pero se deben haber estrechado en un abrazo para luego separarse; cuando el joven estudiante se incorporó y se dispuso a alejarse, Navarro yacía en el suelo, con la espalda apoyada contra las rocas y la mirada perdida.
Cottone comenzó a trepar la ladera casi en la penumbra pues en esos momentos anochecía y las nubes ocultaban la luna y en esas estaba, cuando a 200 metros de la caverna, escuchó un disparo que lo detuvo en seco. José Sabino Navarro se había quitado la vida.
El joven combatiente sintió un extraño escalofrío recorrerle el cuerpo pero sobreponiéndose, reanudó la marcha, intentando alejarse lo más posible de aquel sitio.
La policía tardó algunas semanas en dar con el cuerpo de Navarro, lo halló dentro de la cueva, rodeado de rocas, con el Colt 38 aún en la mano y en avanzado estado de descomposición.
Su cuerpo fue trasladado a la capital provincial en una ambulancia de la morgue judicial y una vez en la dependencia, le amputaron las manos y lo hicieron desaparecer. Una historia demasiado parecida a la del Che Guevara.
Navarro fue enterrado bajo otro féretro, en el cementerio de Córdoba y allí permaneció escondido hasta principios de 1974, cuando el entonces gobernador Ricardo Obregón Cano dio con él y lo mandó desenterrar para entregárselo a la familia11.
Cottone siguió escalando las sierras hasta la mañana siguiente y de esa manera, extenuado, llegó a Anisacate. Entró caminando lentamente, famélico, empapado y falto de fuerzas y en esas condiciones divisó la iglesia, ubicada sobre la Ruta Provincial Nº 5, justo en el preciso momento en que un patrullero pasaba por el lugar, desplazándose lentamente sobre el asfalto.
El subversivo notó que los agentes lo miraban y empezaban a seguirlo pero hizo como que no se daba cuenta y siguió andando, intentando fingir naturalidad.
“Si me paran, me entrego”, pensó. No podía más; sus fuerzas flaqueaban y comenzaba a experimentar mareos. Aún así, siguió merodeando en torno al templo hasta que finalmente, los agentes descendieron del vehículo y apuntándole con sus armas, le ordenaron detenerse.

-¡Alto! ¡Levante las manos!

Cottone no ofreció resistencia; tampoco hubiera podido hacerlo. Los policías lo pusieron contra un alambrado, lo palparon de armas, lo desarmaron y después de colocarle las esposas, lo subieron al patrullero, para conducirlo a la seccional de Alta Gracia, la ciudad donde había transcurrido la infancia del Che. Su aventura había terminado, pero la violencia en la Argentina, recrudecía.


El asesinato del mayor Julio Ricardo Sanmartino
Un día después de la captura de Cottone, un operativo conjunto de las FAR, las FAP y Montoneros, terminó con la vida del mayor Julio Ricardo Sanmartino, ex jefe de Policía y actual director del Servicio Penitenciario de la provincia de Córdoba, sindicado por los terroristas como uno de los principales responsables de la represión contra los trabajadores, durante las protestas del Vivorazo.
El hecho tuvo lugar el 29 de julio de 1971, a las 13:15, cuando el alto oficial regresaba a su domicilio, cito en Isabel la Católica 736, Alta Córdoba, para almorzar junto a su familia.
Sanmartino llegó conduciendo su Valiant blanco de techo negro, patente X134798 y cuando se disponía a descender, un FIAT 1600 color azul y un 600 claro se le pusieron a la par y desde el primero, un hombre de tupidos bigotes asomó medio cuerpo por la ventana y le efectuó dos disparos a quemarropa, dándose ambos rodados inmediatamente a la fuga.
El primer proyectil alcanzó de lleno al oficial, en tanto el segundo se incrustó en una cortina metálica próxima a la vivienda, provocándole un orificio de dos centímetros de diámetro, a menos de un metro de distancia del suelo. Sanmartino murió al instante en tanto sus hijos, alertados por los disparos, salieron a la calle para ver que sucedía.
Para entonces, vecinos y transeúntes se acercaban al lugar y pocos minutos después, se hicieron presentes varios patrulleros, en uno de los cuales llegaron el jefe de la policía provincial, Rodolfo Latella Frías y su segundo, el inspector general Faustino Villegas. Poco después hizo su arribo el juez de Instrucción y detrás suyo representantes de la prensa, a quienes algunos de los testigos manifestaron haber visto un hombre de anteojos obscuros conduciendo el vehículo atacante (el Fiat 1600), al que había efectuado los disparos, quien lucía bigotes tupidos y que en la parte posterior a un tercer sujeto de tez obscura.
“Estrella Roja” justificó el asesinato en su edición Nº 6, correspondiente al mes de septiembre, publicando el comunicado que FAR, FAP y Montoneros, dieron a conocer el 3 de agosto.

Para fundamentar la máxima sentencia dictada contra Julio Ricardo San Martino sólo hace falta repasar su biografía. Coronó su carrera como profesional de la persecución y el encarcelamiento de los militantes del pueblo. Pasó sus últimos años corriendo de su cargó en la policía de Córdoba a la Dirección de Servicios Penitenciarios. La prensa burguesa se ha esforzado en estos días por pintarle una imagen positiva; la del San Martino decente, la del hombre partidario del diálogo pacífico. Pero no se estafa tan fácilmente a un pueblo orgulloso y combativo que no ha perdido ni la dignidad ni la memoria. A este profesor de Geopolítica y Defensa Nacional lo han valorado sus alumnos de la escuela de Ciencias Políticas de la Universidad Católica que en la asamblea del 22 de abril de 1971 pidieron su expulsión sin derecho a la renuncia, "por falta de autoridad moral" (Leer diario "Córdoba”, 23 de abril de 1971). Lo que los estudiantes repudiaban en él, no era justamente su vocación por el diálogo: "no puede ser profesor universitario quien empuñe sus armas contra el pueblo", señalaron ese día. Quien no recuerda la figura de aquél sujeto de poncho y metralleta que el 13 de marzo se paseaba en patrullero por las calles de Ferreyra. Ni la madre de Adolfo Cepeda ni sus compañeros podrán olvidarlo.
Era la misma figura que se dejó fotografiar pistola en mano, la mañana del 29 de diciembre de 1970. Esa mañana había muerto en combate, Raquel Celin y a los cuatro compañeros que pelearon junto a e, lía les esperaba ocho días de torturas despiadadas.
Julio Ricardo San Martino dirigía la policía que organizó y ejecutó ese martirio. Hasta la justicia del régimen tuvo que reconocer la evidencia de la brutalidad de los "guardianes de orden". Roberto Cornejo Yofre, magistrado de feria, ante la denuncia por apremios ilegales, solicitó urgente informe al médico forense de feria, doctor Raúl Dorrego Zunino quien constató su existencia el jueves 7 de enero. Esto hizo que el fiscal de feria, Dr. José Wamba Carmona, considerara procedente la denuncia y ordenara la investigación por lo que el Dr. Cornejo Yofre debió requerir al jefe de policía un informe sobre los hechos.
Julio Ricardo San Martino respondió con la arrogancia acostumbrada, é hizo saber que él y su institución saldrían del paso de semejante inquisición, con su tradicional "espíritu de cuerpo".
Pocos días después este polizonte tan esforzado cuando se trata de perseguir guerrilleros, tan rápido y decidido para reprimir manifestaciones obrero-estudiantiles, permanecía impasible ante la saña del "Escuadrón de la Muerte" que al viernes 5 de febrero atentó contra el estudio del abogado de los compañeros torturados.
No hemos recorrido más que unas páginas de la foja de servicios de Julio Ricardo San Martino. Queda muy claro a quienes prestó esos servicios y a quienes enfrentó con ellos. Nuestro pueblo ya lo había juzgado pero los tribunales del régimen no Batán hechos para interpretar ni ejecutar las sentencias populares. Es que toda la justicia del sistema, es tan injusta como la explotación que le sirve de sustentación.
Las Organizaciones Armadas Peronistas hemos aplicado otra justicia, la Justicia Revolucionaria. No puede sorprendernos que la oligarquía, sus letrados, su prensa y sus guardianes armados, manifiesten a gritos su escándalo e intenten rebajar esta ejecución a la categoría de venganza personal.
Y no engañan a nadie: ni el pueblo ni sus combatientes han elegido la violencia, simplemente han decidido dejar de padecer.
Y al ejecutar a un promotor de las torturas y el asesinato, lo que quisiéramos haber liquidado es la tortura y el asesinato como método.
De los enemigos del pueblo dependerá en el futuro, la cantidad de veces que este tipo de operaciones tendrá que repetirse.
SOLO LA GUERRA DEL PUEBLO SALVARA AL PUEBLO. CAIGA QUIEN CAIGA Y CUESTE LO QUE CUESTE VENCEREMOS. LIBRES 0 MUERTOS DAMAS ESCLAVOS. PERÓN O MUERTE. VIVA LA PATRIA.

Sin la destrucción de las fuerzas armadas reaccionarias será imposible edificar una nueva sociedad sin explotadores (De le declaración de SITRAC y SITRAM en el congreso de gremios clasistas.)12.


Grupos parapoliciales en acción
A las FAR las movían otros motivos, además de la justicia por los trabajadores en huelga. Desde mediados de año venían sucediendo extraños sucesos que hacían suponer la aparición de escuadrones de la muerte en diferentes puntos del país.
El martes 13 de julio, un grupo de desconocidos, presumiblemente elementos parapoliciales, secuestraron a Juan Pablo Maestre y su pareja, Mirta Misetich, cuando salían de la casa del padre de la joven, ubicada sobre la calle Amenábar, del barrio de Belgrano. Los individuos aparecieron de la nada, esgrimiendo sus armas para introducirlos en dos vehículos que aguardaban estacionados en las sombras.

Juan Pablo Maestre y Mirta Misetich

Antes de ser abordada, Mirta alcanzó pedir auxilio y cuando Maestre intentó socorrerla, le dispararon dos veces desde corta distancia. Los desconocidos metieron al subversivo en un segundo automóvil y se lo llevaron, para desaparecer por las calles de Buenos Aires, sin dejar rastros.
A la mañana siguiente, el cadáver de Juan Pablo apareció en un área descampada de Escobar, presentando los dos impactos de bala que había recibido la noche anterior, al momento de ser secuestrado. Según el comunicado que emitieron las FAR, había integrado el grupo que copó Garín el 30 de julio del año anterior y el que atacó el camión militar en Pilar, donde fue asesinado el teniente Asúa y quedo paralítico de por vida el conscripto Vacca. De Mirta Misetich no se supo más nada y hasta el día de hoy permanece desaparecida.
Once días antes, la mañana del 2 de julio de 1971, ocurrió lo mismo con sus compañeros de armas, Marcelo Verd (odontólogo) y Sara Eugenia Palacio (obstetra). En la oportunidad, ocho desconocidos vistiendo ropas civiles, se apersonaron en el domicilio que la pareja alquilaba en el barrio Villa del Carril, de la ciudad de San Juan, calle Arenales al 937, donde también funcionaba el consultorio de Verd y tocaron el timbre. Cuando la mujer abrió, irrumpieron de manera violenta y a plena luz del día sacaron a ambos de la vivienda y los subieron a dos de los tres automóviles en los que habían llegado, dejando abandonadas a sus dos hijas pequeñas.
Marcelo Verd
Verd fue sometido a interrogatorio, una verdadera sesión de torturas en la que terminó revelando los nombres y direcciones de los principales cabecillas de la organización, entre ellos Roberto Quieto y Juan Pablo Maestre y lo que más interesaba a sus captores, los de quienes habían copado Garin y atacado el camión militar en Pilar. Cinco días después, otro escuadrón intentó secuestrar a Quieto cuando iba a buscar a su esposa, Alicia Testai, a la casa ubicada frente a la plaza de Villa Urquiza, donde vivía, pero el operativo terminó por ser descubierto al atraer la atención de un vehículo policial.
Por razones de seguridad, Quieto y su mujer vivían separados y se veían de tanto en tanto, para no atraer la atención de las fuerzas policiales.
Según relata Juan B. Yofre, Inteligencia Militar había infiltrado un espía en la organización y coordinando su accionar con la Policía Federal, logró determinar que esa noche, el subversivo pasaría a buscar a su pareja.
Al menos dos vehículos se apostaron en las inmediaciones y esperaron que ambos salieran pero sus ocupantes debieron pasar la noche en vela porque recién a las 10:10 de la mañana, la puerta se abrió dejando ver a ambos.
Los desconocidos intentaron secuestrar al subversivo pero siguiendo el procedimiento establecido para esos casos, éste y su esposa comenzaron a gritar y eso atrajo la atención de un patrullero que pasaba por el lugar.

-¡¡Me llamo Roberto Quieto y me quieren secuestrar!! – gritó varias veces el imputado.

Los agentes bajaron apuntando con sus armas y a los paramilitares no les quedó más remedio que identificarse y entregarles sus presas.
Quieto fue juzgado y condenado a reclusión, por lo que una vez cumplidos los procedimientos legales, fue remitido a la unidad U6 del penal de Rawson, donde ya purgaban condenas otros subversivos.
Ni Mirta Misetich ni el matrimonio Verd volvieron a aparecer. Dada la repercusión que tuvieron los hechos, un equipo de abogados de izquierda integrado por Silvio Frondizi, Roberto Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde, Roberto Sinigaglia, Susana Delgado y Mario Hernández13 trabajó con ahínco para aportar pruebas, confirmando que fuerzas de seguridad habían tomado parte en el primer operativo (secuestro de Maestre), incluyendo las escuchas efectuadas por varios radioaficionados en la frecuencia policial, pero las mismas fueron desestimadas. Enfrentamiento policial en Córdoba
El 22 de mayo de 1971, tuvo lugar en Córdoba un hecho sin precedentes, cuyo principal protagonistas fue la Brigada Antisubversiva de la Policía Federal que el gobierno envió desde Buenos Aires al mando del comisario Alberto Villar y que estuvo a punto de desembocar en un enfrentamiento de proporciones.
El día mencionado, fecha en la que las centrales obreras habían previsto un paro activo en apoyo de los obreros presos, Eduardo Romero, un joven distribuidor de producto químicos de 25 años de edad, circulaba por la calle Hipólito Yrigoyen, en jurisdicción de la Comisaría 4ª, cuando al llegar a una intersección, distante a escasos 300 metros de la seccional, fue detenido por personal de la Brigada Antisubversiva que operaba en la capital provincial desde los días del Vivorazo. El conductor frenó bruscamente y ante el gesto del uniformado, que más que un policía parecía un soldado de infantería, pensó que le indicaba doblar hacia la derecha, cosa que hizo, para toparse imprevistamente con un piquete que obstruía la arteria.
Comisario Alberto Villar
El desconcertado Romero detuvo la marcha y sin saber bien que hacer, se adelantó unos metros para preguntar como debía proceder. Para su sorpresa, una docena de uniformados con marcado acento porteño rodeó su vehículo y apuntándole amenazadoramente con sus ametralladoras y pistolas, le ordenaron en muy mal tono, descender. Sin comprender lo que ocurría, el conductor se dispuso a obedecer en tanto varios de los agentes la tomaban a patadas contra su vehículo y lo increpaban con duros epítetos. Aún desconcertado, sintió un fuerte empellón en la espalda y de ese modo, a los golpes, fue conducido hasta un carro de asalto estacionado frente a la comisaría a bordo del cual, le propinaron varios puñetazos y puntapiés que le provocaron hematomas y un corte sangrante en el arco superciliar derecho.
Sin parar de insultarlo, aquellos verdaderos matones le propinaron nuevos golpes en el torso y el vientre y mientras lo hacían, lo insultaban de la peor manera, rebajándolo incluso, por su condición de cordobés y provinciano y hasta humillándolo en su hombría, sin ninguna razón de ser.
Los federales retuvieron a Romero por más de cuarenta minutos hasta que, finalmente, llamaron a un médico para que revisase sus heridas, sin embargo, cuando éste se hizo presente, le impidieron acercarse hasta él.

Después, y tras varios conciliábulos, los policías devolvieron sus documentos de identidad a Romero y lo obligaron a alejarse del lugar entre insultos y manoseos. Este concurrió luego a sanidad policial de la provincia, dónde le expresaron que necesitará diez días para su curación14.

Al tomar conocimiento de los hechos, la Comisaría 4ª procedió a labrar el correspondiente sumario, dejando constancia del proceder de la Federal y las lesiones recibidas por Romero.
Ya existía animosidad entre la Brigada Antiguerrillera y la dependencia porque a principios de abril, había hecho lo propio (levantar un acta) con dos oficiales, un suboficial y dos agentes federales luego de la denuncia radicada por un taxista según la cual, mientras conducía a tres de ellos vestidos de civil, tuvo la certeza de que iba a ser asaltado. Por esa razón, buscando un pretexto, detuvo el coche y ya en la calle, extrajo un revolver, los desarmó y los condujo a la citada comisaría.
Pese a que la Federal desmintió el hecho, el juez de instrucción tomó la denuncia como válida y le dio curso.
La situación se agravó cuando en las primeras horas de la tarde, el comisario Carlos Fariña, titular de la seccional, se apersonó en la Dirección de Complementación Educativa, ubicada en la isla Crisol, en pleno Parque Sarmiento, donde la fuerza venida de Buenos Aires había establecido su cuartel, para informarle al comisario Villar que estaba instruyendo el nuevo sumario.
Fariña se retiró y a los pocos minutos se encontraba nuevamente en su despacho, cumpliendo sus funciones de rutina.
Los relojes señalaban las 14:15 cuando intempestivamente, varios vehículos frenaron bruscamente frente de la comisaría y de ellos descendieron numerosos efectivos de la Brigada Antisubversiva para irrumpir a los gritos en su interior.

Los efectivos federales se presentaron (en la comisaría) en medio de gran despliegue de vehículos, según una relación de testigos que fueron detenidos frente a la comisaría. De su interior descendieron a la carrera algunos de los efectivos, penetrando en la comisaría, otros tomaron posiciones frente a las puertas de entrada de las casas de las Inmediaciones, cuyas hojas fueron cerradas por fuera, impidiéndose la entrada o salida de los moradores.
Los agentes -que entraron al local con fusiles ametralladoras Fal, pistolas lanza-gases y armas cortas al mando de un oficial de alta graduación- redujeron inmediatamente al personal de la policía provincial, que cumplía sus labores habituales, a los que obligaron a colocarse de cara contra la pared, con las manos en alto.
Seguidamente los atacantes procedieron a arrancar los cables telefónicos, a la vez que destrozaron muebles y archivos de la dependencia policial local. Algunos agentes provinciales que no sallan de su sorpresa por el insólito ataque, pretendieron inquirir la razón de tan extraño procedimiento; pero sólo recibieron golpes y culatazos de los atacantes. Algunos recibieron lesiones y contusiones tales que obligaron a su internación en el Hospital San Roque.
En la casa que lleva el número 156 de la calle Rondeau, donde funciona un comedor particular, se hallaban varios policías provinciales almorzando; al ver que cerraban las puertas de las casas quisieron salir para indagar la razón del hecho, pero los policías federales los obligaron, apuntándoles con armas largas, a que reingresaran al Interior de la casa. Algunos policías locales pretendieron resistirse a la indicación, por lo que fueron golpeados a puñetazos y con las culatas de las armas15.

La revista “Así” de la Capital Federal fue en extremo gráfica al relatar los hechos.

Los hombres de la policía cordobesa que estaban en la seccional creyeron, al principio, estar presenciando un operativo en previsión de un eventual ataque subversivo. Sólo comprendieron cuando comenzaron a recibir patadas y culatazos… Copados e imposibilitados de reaccionar, los cordobeses debieron entregar sus armas, que fueron despojadas de sus cargadores y estos de los proyectiles, esparcidos en el suelo. Después, los policías locales fueron conducidos al fondo y colocados cara a la pared. El titular de la comisaría, Carlos Fariña, pidió explicaciones sobre lo que estaba ocurriendo; se le respondió que buscaban la cabeza del sumario iniciado a causa de la denuncia del joven Romero… El comisario fue enviado a hacerle compañía a sus hombres, manos en alto contra la pared. Según trascendió luego, el sumario había sido puesto a buen recaudo por el oficial interviníente y los federales no pudieron dar con él.
“Quizás haya sido eso lo que exacerbó su ferocidad. Un grupo se dedicó sistemáticamente a destrozar cuanto mueble o útil halló a su alcance. Las máquinas de escribir eran arrojadas al aire y estrelladas contra el piso. Los muebles eran volcados o desfondados a puntapiés. El estupor de los policías provinciales se había convertido en indignada impotencia. La rabia de algunos agentes y oficiales los hacía llorar sin tapujos. El desborde alcanzó a varias detenidas acusadas de ejercer la prostitución … fueron golpeadas y vejadas. Otra víctima de la energía policial fue el abogado Mariano Arbonés, quien se encontraba en la seccional atendiendo a un cliente. Primero fue encerrado en los calabozos y cuando se dio a conocer como abogado lo encerraron en un baño, tras despojarlo de sus anteojos. Según Los Principios (diario católico cordobés) en un memorando reservado elevado por las autoridades de la seccional, consta que también fue golpeada una criatura de siete años que estaba en el lugar con una persona mayor. .. Hay que destacar que, mientras los efectivos policiales copaban la seccional 4ª, manifestaron a viva voz que después procederían a “volar” el diario La Voz del Interior16.

Como no podía ser de otro modo, la reacción de la policía provincial no se hizo esperar y de esa manera, decenas de efectivos acudieron a sus unidades para tomar las armas y escarmentar a los porteños. Un verdadero milagro evitó un enfrentamiento de características catastróficas, luego de que un carro de asalto de la Brigada Antisubversiva se abalanzó sobre un vehículo de similares características de la provincia de Córdoba, pasándole a escasos centímetros en un nuevo acto de provocación.
Luego de solicitarle por radio su detención, varios patrulleros y carros locales procedieron a rodearlo, obligándolo a detener la marcha, pero para asombro de todos, el oficial a cargo descendió pistola en mano y esgrimiendo una granada en la otra, ordenó abrir paso bajo amenaza de arrojarla.
A efectos de prevenir el tan temido enfrentamiento, los agentes cordobeses les permitieron alejarse, no sin antes dar parte al comando central.
En la Comisaría 4ª, mientras tanto, los policías se preparaban para dar caza a los federales pero sus superiores los hicieron entrar en razón, obligándolos a deponer la actitud. Todo era nervios e indignación e incluso, algunos agentes sufrieron crisis de nervios.
Fue necesaria la presencia del jefe de la policía provincial, teniente coronel (R) Rodolfo Latella Frías, así como su segundo, el inspector general Faustino Villegas, para calmar los ánimos e imponerse de la situación.
En ese preciso momento, varias unidades locales, advertidas de lo que había sucedido, se dirigían a toda prisa hacia el acantonamiento de la Isla Crisol para enfrentarse a los federales, quienes habían reforzado la posición para resistir cualquier intento de ataque.

Ante el cariz que amenazaban tomar los sucesos, el teniente coronel Latella Frías solicitó la Intervención del comandante del Cuerpo de Ejército III, general Alcides López. También el gobernador, contralmirante Helvio N. Guozden, se comunicó con el general López Aufranc, solicitándole que dispusiera el inmediato retiro de las fuerzas federales, colocadas bajo la autoridad militar. El jefe de la policía local se hizo presente en el Parque Sarmiento calmando los ánimos de sus subordinados y logrando que estos se replegaran. «Se necesita más valor (habría dicho) para sofrenar los Impulsos que para
accionar un arma.» Restablecida la calma, el contingente de la Policía Federal recibió orden de trasladarse a la Escuela de Aviación Militar, para ser llevado desde allí a la Capital Federal17.

Dado el escándalo y el cariz que habían tomado los hechos, a las 19:00 de ese mismo día, el comandante del III Cuerpo de Ejército, general Alcides López Aufranc, emitió un comunicado tratando de explicar lo ocurrido. Según sus palabras, todo se debió al “celo profesional” con el que habían actuado los cuadros federales, aclarando que ya se le había dado intervención al juez militar para que actuase en consecuencia. Fue una explicación absurda, que motivó el inmediato pedido de disculpas por parte del jefe de la fuerza, general Jorge Cáceres Monié, así como la detención del comisario Villar y el retiro de la Brigada Antisubversiva de la provincia, previo traslado a la Escuela de Aviación Militar.
El contenido de la disculpa pública, dirigida al jefe de la Policía de Córdoba, teniente coronel (RE) Rodolfo Latella Frías, decía textualmente:

En nombre de la Policía Federal y en el mío propio, presento ante usted y por su Intermedio a todos los cuadros subordinados, mis formales excusas por el agravio absolutamente gratuito inferido a la institución hermana. El desasociego -injustificado e injustificable- que revela el procedimiento consumado contra la comisaría 4º de esa ciudad me exime de toda explicación racional posible, ya que supera todo límite de razón, de equidad y de prudencia. De ahí entonces el impostergable imperativo de desagraviar a la policía de Córdoba, en su dimensión institucional y personal.

Al día siguiente, la fuerza emitió el siguiente comunicado, tratando de apaciguar los ánimos y restablecer la concordia:

Por orden del jefe de policía, general Jorge Esteban Cáceres Monié, y en virtud de los bochornosos hechos ocurridos en la ciudad de Córdoba, con responsabilidad para el personal de esta institución que enloda la trayectoria de 150 años de vida de la misma y en desagravio hacia la policía de la provincia de Córdoba, se ha dispuesto dejar sin efecto todos los actos celebratorios por realizarse con motivo del sesquicentenario de la institución, tanto en el ámbito de esta capital como en todas las delegaciones del interior del país, con la sola excepción de la misa en acción de gracias18.
El sitio Ruinas Digitales reproduce la nota que publicó en la oportunidad el “Buenos Aires Herald”, resaltando la gravedad de los hechos y la situación de extrema tensión que vivía el país, acicalada, en buena medida, por las desacertadas medidas del gobierno:
El público, tiene motivos para estar agradecido por la lealtad y dignidad con que la policía provincial resistió. Lo que la gente va a tener más en cuenta es si se hubiera tomado alguna medida si no fuera porque la Policía Federal cometió la equivocación de tratar de destruir cualquier posible evidencia en contra del abogado Arbonés, sin embargo, apuntó que era “estúpido” pretender rescatar un documento como el sumario, que puede volver a reconstruirse tantas veces como se desee. La Policía Federal fue específicamente acusada de golpear a un taxista en marzo y de violencia innecesaria al llevar a cabo controles de seguridad… Es lógico preguntarse quién lleva a cabo esta importante tarea (la de vigilancia) en la Capital Federal.
Se ha puesto bien en evidencia desde hace ya bastante tiempo que uno de los aspectos más problemáticos para hacer que Argentina vuelva a tener un gobierno representativo, va a ser el suprimir el virtual ejército de represión que ha Ido constituyendo en los últimos años. Las patrullas de represión de la Policía Federal han sido equipadas con considerable armamento como para disolver demostraciones callejeras. Su arsenal va más allá de lo requerido para su mero control de multitudes. Va a ser muy difícil refrenar a hombres que parecen no reconocer límites a su autoridad. Lo más importante de la «riña de gallos» (el gallo es el símbolo de la Policía Federal) ayer en Córdoba fue que el incidente no es más que la décima parte de un témpano de hielo. Aún sin aclarar  -y por consiguiente sospechosas- son las inexplicables desapariciones de personas buscadas por la policía, los arbitrarios arrestos de estudiantes y curas católicos y los tiroteos que a menudo parecen terminar en una sumaria justicia para conocidos criminales y terroristas sospechosos... Lo ocurrido debe de haber aclarado completamente a las autoridades que es necesario un cambio en el procedimiento -como también el reemplazo- de algunos oficiales de la policía si se pretende devolver la confianza al pueblo y devolver al país a una auténtica democracia19.
Era un hecho palpable; en la Argentina había estallado la guerra y el caos, con su correspondiente secuela de descomposición social, se esparcía como una mancha de aceite por toda su geografía. Ya había tenido lugar la violencia armada en otros tiempos, la primera vez entre junio y septiembre de 1955 y la segunda en 1962 y 1963, cuando el enfrentamiento entre Azules y Colorados, pero ahora la situación era distinta, con un enfrentamiento de proporciones en puerta, diferente, atípico y no convencional, para el cual, las Fuerzas Armadas y la Nación no estaban preparadas. Iba a ser necesario adoptar medidas y aplicar nuevas tácticas si lo que se pretendía era evitar caer en la anarquía, tácticas desconocidas, jamás empleadas en la región20. El asalto a la unidad penal de Villa Urquiza (Tucumán) El 6 de septiembre de 1971, a las 16.30 horas, una fuerza combinada del ERP y el ELN (Ejército de Liberación Nacional) atacó la unidad carcelaria de Villa Urquiza, en la ciudad de San Miguel de Tucumán, para liberar a los detenidos políticos que se encontraban allí recluidos. La operación llamó la atención por la temeridad y la sincronización con la que actuaron los insurgentes, quienes demostraron gran determinación a la hora de ejecutar las acciones.  Siguiendo el plan al pie de la letra, el destacamento guerrillero se dividió en tres grupos, adoptando las correspondientes precauciones para iniciar la aproximación al objetivo. El primero de ellos tenía por misión apoderarse de la Sala de Guardia, controlar la parte posterior del complejo que daba a los pabellones y abrir los portones de rejas para permitir la fuga.
Bosquejo del asalto a la cárcel de Villa Urquiza, Tucumán
(Imagen: "Estrella Roja" Nº 25, 21 de septiembre de 1973)

Lo integraban 10 hombres, nueve de los cuales eran reclusos que debían proveerse del armamento, extrayéndolo de uno de los depósitos. Siete de ellos tomarían la Guardia, reducirían al personal y cortarían las líneas telefónicas mientras los tres restantes se apostarían en la entrada, junto a la garita, para prevenir cualquier intento desde el exterior. 
El Grupo Nº 2, formado por 3 combatientes, llegaría en un camión, simulando traer las garrafas y tubos de gas para el penal. Una vez dentro, debía dominar a los dos soldados que custodiaban el ingreso y apostarse en ese punto para mantener las puertas abiertas. El Grupo Nº 3; formado por dos milicianos, tenía la misión de posicionarse fuera del penal, junto a un automóvil estacionado frente a los portones, en la intersección de las calles México y Marco Avellaneda, con el objeto de neutralizar a los guardias que vigilaban desde las garitas, una acción de alto riesgo dada la fortificación de aquellos y su ángulo de tiro.  Aprovechando el horario de recreo, los internos tomaron uno de los depósitos de armas y tras hacerse de pistolas y revólveres21, corrieron hacia la Sala de Guardia, para reducir a su personal. Los encabezaba Ramón Rosa Jiménez (nombre de guerra “Zurdo”), joven hachero de Santa Lucía, localidad situada a 50 kilómetros al sur de la capital provincial, célebre por ser uno de los fundadores del ERP. Al irrumpir en la oficina, se produjo un enfrentamiento en el que fueron abatidos el oficial a cargo y el sargento ayudante, evitando que por muy poco el último diera la alarma. Una vez franqueado el acceso, el grupo de asalto ingresó velozmente y con el apoyo de los internos, se apoderó del vestíbulo, dos dependencias contiguas y la administración, abatiendo a otros tres policías. Al salir del edificio, se produjo un nuevo enfrentamiento, en el que otros tres guardiacárceles resultaron heridos. Los sediciosos apenas sufrieron uno leve, el cual logró retirarse por sus propios medios, sin mayores inconvenientes y así se retiraron, abordando el camión de gas y varios vehículos estacionados en las inmediaciones. Veinticuatro subversivos fueron liberados aunque solo dieciocho lograron escapar22, entre ellos, José Benito Urteaga y el mencionado Ramón Rosa Jiménez. José Ricardo Mena, Segundo Suárez y cuatro compañeros más quedaron en el interior y pocos días después, fueron trasladados a la cárcel de Rawson. Durante la acción, que duró escasos minutos, las fuerzas de seguridad fueron tomadas por sorpresa, de ahí la diferencia en el número de bajas. La deficiencia del sistema defensivo y la confianza con la que se manejaron los insurgentes, fueron objeto de un profundo análisis por parte de las autoridades.  El combate de Ferreyra23.
El 3 de noviembre, tuvo lugar en las afueras de Córdoba un nuevo enfrentamiento que dejó un saldo de cuatro subversivos muertos y al menos un detenido, en lo que fue una nueva acción conjunta de Montoneros, las Fuerzas Armadas Revolucionarias y las Fuerzas Armadas Peronistas.
Carlos Olmedo
A finales del mes anterior, las tres organizaciones habían comenzado a trazar un arriesgado plan con el objeto de secuestrar a un alto dirigente de la FIAT, en represalia por la ocupación de su planta industrial por efectivos del III Cuerpo de Ejército, así como los los allanamientos y detenciones decretadas por su comandante, el general Alcides López Aufranc, la quita de la personería jurídica al combativo sindicato SITRAC-SITRAM y el despido de doscientos cuarenta y ocho trabajadores de la empresa y su par MATERFER, también tomada por las tropas. Al margen de ello, Montoneros necesitaba reponerse de la muerte de José Sabino Navarro y las FAR de la serie de secuestros, arrestos y detenciones que habían debilitado a su cúpula.
A las 6 a.m., del día indicado, dos vehículos particulares se apostaron a la vera de la Ruta 9, frente estación de servicio ESSO, cerca del acceso al complejo industrial de la FIAT, en espera del ejecutivo en cuestión. Se trataba de un Ford Falcon gris y una camioneta pick-up, con dos combatientes a bordo cada uno.
Al mando del operativo se encontraba Carlos Enrique Olmedo (“Germán”, “José” o “El Rubio”), provisto de un arma corta, secundado por el tucumano Agustín Villagra (nombre de guerra “Tin”), armado con una escopeta recortada calibre 12 mm y una Browning 38. Vestían ambos uniformes de la Policía Federal pero debido al incidente ocurrido en el mes de mayo entre la Brigada Antisubversiva al mando del comisario Villar y la policía local, llevaban sobre ellos sacos civiles, para evitar inconvenientes.
A metros de allí, de pie junto a uno de los surtidores de la estación de servicio, aguardaba Juan Carlos Baffi, con una pistola 45 del Ejército escondida entre sus ropas, producto del ataque al camión militar en Pilar y al otro lado de la ruta, plazoleta de por medio, Raúl Juan Paressini, con su Colt 38 y al menos una granada, en tanto en la camioneta, esperaba listo al volante un quinto combatiente.
Las tareas de inteligencia previa, había revelado que el empresario llegaba a su lugar de trabajo entre las 06:30 y las 07:00 a.m., y que venía a bordo de un Fiat sedán, conducido por un chofer. El plan establecía que los cuadros de las FAR y las FAP se encargarían del secuestro y Montoneros del cautiverio, de ahí que el escuadrón de ataque estuviese integrado por elementos de las dos primeras organizaciones.
Los del auto que seguía al ejecutivo portaban fusiles FAL y ametralladoras Pam, amén de las armas cortas que calzaban en sus cinturas, sin embargo, pese a ese arsenal, la consigna era secuestrar a la presa y sólo actuar en caso de ser interceptados por las fuerzas del orden.
Agustín Villagra
En la plazoleta que se extendía por la ruta, frente a la estación de servicio y la entrada a la planta industrial, Olmedo y Villagra consultaban sus relojes con cierta preocupación porque ya daban las 7 a.m. y el Fiat del empresario no aparecía. De acuerdo con el plan, ahí mismo debieron abortar la misón pero el jefe del operativo decidió prolongar la esperar, lo que, a la corta, terminaría por desencadenar el desastre pues, para entonces, su presencia había llamado la atención de los trabajadores de la ESSO y la policía se hallaba en camino.
A los pocos minutos apareció un patrullero procedente del noroeste, aminorando la velocidad a medida que se acercaba a los surtidores. Una vez junto al Ford Falcon, tres de los cuatro agentes que venían a bordo descendieron y dos se les acercaron para pedirles los documentos en tanto el tercero permanecía junto al rodado, con su FAL preparado.
El efectivo que parecía estar al mando hizo la venia y después de ojear los papeles, les ordenó a Olmedo y Villagra bajar y colocar las manos sobre el techo del automóvil. Los aludidos procedieron a cumplir la directiva pero cuando estaban en tierra extrajeron sus armas y dispararon a quemarropas, sin herir a ningún policía.
Todo ocurrió en una fracción de segundo. Al ver a Olmedo forcejeando con el jefe del operativo, Baffi apuntó con su carabina recortada desde los surtidores pero el agente que había quedado de guardia junto al patrullero fue mucho más rápido y lo mató al primer disparo. En ese momento, Peressini cruzó la ruta a la carrera llevando su Colt en la mano derecha, y al llegar a una camioneta particular que se encontraba estacionada junto a la plazoleta, trepó a su techo y apuntó desde allí, intimando a rendición.

-¡¡Ríndane, están rodeados!! – gritó mientras extraía una granada de entre sus prendas.

Había cometido un grave error, porque le dio tiempo de reaccionar a sus adversarios. El mismo agente que había abatido a Baffi, giró sobre su cintura y rápido como el rayo, abrió fuego, hiriéndolo mortalmente a la altura del pecho. Peressini cayó sin vida al pavimento, en tanto el conductor de la pick-up ponía primera y se alejaba a toda velocidad.
Para entonces, Olmedo se había liberado de su contrincante, arrojándolo al suelo pero al igual que Villagra, fue alcanzado por varios disparos, pereciendo ambos en el acto.
Habían cometido dos graves faltas tácticas, que terminaron por costarles la vida: no abortaron la misión cuando debieron hacerlo y como se dijo anteriormente, le dieron demasiado tiempo a la policía, al intimarla a la rendición. Si Peressini hubiese disparado o arrojado la granada antes de hacerse ver, distinta habría sido la historia.
Fue otro golpe duro para las fuerzas subversivas, que en sólo cuestión de minutos había perdido a cuatro de sus más valiosos cuadros en manos de una simple patrulla policial.
De las batidas y los allanamientos que tuvieron lugar en los días posteriores, resultó detenida María Antonia Berger, socióloga de 29 años, nacida en la Capital Federal, militante de las FAR y pareja de Villagra, de quien averiguaciones posteriores permitieron determinar que tuvo parte en el copamiento de Garín y el ataque al camión militar en Pilar, el 29 de abril. Dos semanas antes, había atacado a un soldado de apellido Dufour, perteneciente al Regimiento de Infantería Aerotransportada 14, despojándolo de su fusil automático FAL, cuatro cargadores y una bayoneta, demostrando gran determinación a la hora de actuar. Fue juzgada, condenada y enviada al penal de Rawson, donde ya se encontraban detenidos otros cuadros insurgentes
Juan Carlos Baffi acaba de ser abatido. Dos policías revisan su cuerpo
(Imagen: "El Descamisado")

¿Por qué razón Olmedo y Villagra ocultaban sus uniformes federales cuando aguardaban a su víctima antes del combate de Ferreyra? ¿Cuál era la causa por la cual no deseaban ser identificados como tales por la policía provincial?

Imágenes

Frente de la comisaría de San Jerónimo Norte la mañana del copamiento
(Fotografía: "La Nación")

Operarios reparan los corets
efectuados por los insurgentes
en el poste 174 de la localidad
(Fotografía. "La nación")

Plano del centro de San Jerónimo Norte
con los puntos atacados por la guerrilla
(Imagen: "La Nación")

El 23 de marzo, la junta de comandantes
destituye a Levingston

Jorge Daniel Paladino
representante personal de Perón

Marcha de los trabajadores durante el Vivorazo

Agustín Tosco

Otro aspecto del Vivorazo

Perón en Puerta de Hierro, Madrid

Juan Carlos Baffi
Raúl Juan Peressini
María Antonia Berger
pareja de Agustín Villagra
detenida tras el combate
de Ferreyra


Plano del combate de Ferreyra
(Imagen: "El Descamisado")





Notas

1 Según otras fuentes, el número de pistolas secuestradas fue de 196.

2 En homenaje a su memoria, le fue impuesto su nombre a una calle de Pergamino.

3 Jordán se hallaba interinamente a cargo de la institución.

4 Tras el hallazgo del cuerpo de Aramburu, Acebal estuvo dos días detenido pero fue liberado por falta de mérito.

5 Manrique había ejercido las mismas funciones durante el gobierno de Levingston, quien le tomó juramente el mismo 18 de junio de 1970 en que asumió la presidencia. Renunció por desacuerdos, el 9 de febrero de 1971 y regresó con la llegada de Lanusse, para desempeñarse de manera brillante durante ambos ejercicios. Fue sucedido el 8 e agosto de 1972 por Oscar Puiggrós, hermano del polémico rector izquierdista de la Universidad de Buenos Aires.

6 Agrupación multipartidaria organizada para exigirle al gobierno militar la apertura democrática. La integraban el Partido Justicialista, representado por Jorge Daniel Paladino, la Unión Cívica Radical, por Ricardo Balbín, el Partido Demócrata Progresista, por Horacio Thedy, el Partido Conservador Popular, por Vicente Solano Lima, el Socialista Argentino, con Américo Ghioldi a la cabeza, el Bloquista de San Juan de Leopoldo Bravo y otras agrupaciones.

7 “La Nación”, domingo 27 de junio de 1971, Año 102, Nº 35.801, páginas 3 y 10. Los otros ocupantes lograron darse  a la fuga.

8 Ídem, 19 de junio de 1971, año 102, Nº 35.793.

9 También llamado Xanaes.

10 Según algunas versiones, volvieron a la ruta y detuvieron un automóvil, obligando a su conductor que los llevara a Córdoba pero apareció un patrullero y les efectuó varias ráfagas de metralla, lo que parece otro de los tantos adornos que se le agregaron a los hechos para acrecentar la “hazaña” de los combatientes.

11 El cuerpo fue trasladado a Buenos Aires y enterrado en el cementerio de Olivos, operativo en el que tomó parte activa el militante montonero Arnaldo Lizaso.

12 “Estrella Roja” Nº 6, septiembre de 1971, pp. 6-7. El ERP ya se había solidarizado con las organizaciones mencionadas en su edición anterior.

13 Hoy figuran entre los muertos y desaparecidos de aquella guerra a excepción de Duhalde.

14 “La Voz del Interior”, Córdoba. Extraído de Ruinas Digitales  (http://www.ruinasdigitales.com/descamisado/descamisadolahistoriadevillar939/)

15 “La Prensa”, Buenos Aires, ídem.

16 Revista “Así”, Buenos Aires, ídem.

17 Ídem.

18 Ruinas Digitales, “La historia de Villar”, ídem.

19 Ídem
20 En el mes de noviembre, el teniente coronel auditor Reynaldo S. Rigazzio, titular del Juzgado de Instrucción Militar Nº 72, dictó prisión preventiva atenuada para el personal implicado en los incidentes, condenando al comisario Juan S. Giacchino, a los oficiales principales Armando Alberto Baredes y Jorge Muñoz y los oficiales inspectores Gustavo Eklud y Félix Farías, quienes hicieron oír su protesta a viva voz.El comisario Villar fue exonerado.  21 Se apoderaron de pistolas calibre 45, 9 mm y 7,65, así como de revólveres 32 y 38. 22 Las versiones difieren de acuerdo a las fuentes. Según "Estrella Roja", los liberados fueron 18; según la prensa, 14. Otras fuentes hablan de 16. 23 Conocido también como el combate de la FIAT.

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