INFILTRADOS TRAS LAS LÍNEAS ENEMIGAS
El 22 de mayo por la tarde, el ayudante del jefe de la III Brigada, mayor
José Luis Bettolli, informó a su par, Mario Castagneto, que en pocos minutos
más cuatro helicópteros de la Aviación de Ejército a las órdenes del mayor
Roberto Oscar Yanzi, partían para evacuar a los comandos de Puerto Howard.
Tres
Puma SA-330L del Batallón de Aviación de Combate 601
(BAC601) permanecían con sus motores en marcha esperando la orden de
decolar. Se trataba del aparato matrícula AE-508 al comando del primer
teniente Hugo Alberto Pérez
Cometto; el AE-500, a cargo del mayor Roberto Oscar
Yanzi (segundo comandante de la unidad) y el AE-503 piloteado por el teniente Enrique Argentino Magnaghi.
Las aeronaves se elevaron
lentamente desde Moody Brook para dirigirse al oeste, seguidos
por el Agusta A-109 de escolta armada, matrícula AE-337, tripulado por el
teniente Félix Enrique Riis. Partieron a media tarde bajo el indicativo
“Mango” y al anochecer llegaron a Prado del Ganso, después de un vuelo sin
problemas.
Al momento de tocar tierra, un alerta roja generado por la
presencia de una PAC de al menos dos Harrier
mantenía en vilo a la localidad pero eso no fue
impedimento para que los helicópteros se posaran suavemente y volvieran a
decolar para seguir en línea recta hacia el estrecho de
San Carlos, volando a muy baja altura.
Después de atravesar el brazo de agua, desplazándose en forma paralela a la costa, sobre la Gran Malvina, la tripulación creyó distinguir la silueta de un buque
semicubierto
por la niebla. Temiendo que se tratase del enemigo y estuviese provisto
de misiles tierra-aire, dieron media vuelta y regresaron
al istmo por la misma ruta.
Una vez en la
BAM “Cóndor”, las tripulaciones fueron informadas de que la
nave en cuestión era el averiado “Río Carcarañá”, atacado por la aviación
enemiga el 16 de mayo.
Temprano, al día siguiente, la gente de Aviación de Ejército
volvió a abordar los helicópteros y partió hacia la Gran Malvina cruzando nuevamente el estrecho, muy cerca del “Carcarañá”, cuyo casco aún seguía humeando.
Viajaban
al ras del suelo, desplazándose sobre la turba, a la cual veían pasar
debajo a velocidad vertiginosa y recién a las 10.30 horas
alcanzaron Shag Cove, donde la tripulación del AE-500 detectó la
presencia de
dos cazas enemigos.
Para advertir al resto de la escuadrilla, el piloto dio el
alerta radial y casi enseguida, las aeronaves iniciaron maniobras de evasión,
dispersándose en diferentes direcciones. El Sea Harrier matrícula ZA192 del
Escuadrón 800, tripulado por el teniente Dave Morgan, se arrojó sobre el Puma
AE-503 desde una altura cercana a los 8000 pies y disparó sus cañones en momentos en
que atravesaba una pequeña zona de agua.
El helicóptero intentó maniobrar pero su piloto perdió el
control y se estrelló, afortunadamente, sin consecuencias. Debido a lo cerca
que se encontraba, Morgan no pudo volver a utilizar sus cañones y por esa razón
se alejó, después de sobrevolar a su presa y ver como sus tripulantes lo
abandonaban por las puertas de emergencia. Minutos después, el aparato estalló
y se incendió.
Pérez Cometto experimentó una angustia tremenda al ver caer
a su gente pero como el Sea Harrier matrícula ZA191 del teniente John Leeming
se le venía encima, viró bruscamente hacia el norte y se
posó cerca de los restos del AE-500, buscando cobertura.
Por su parte, el Agusta del teniente Riis hizo lo propio en
una hondonada situada a 2000
metros al sudoeste, sin poder impedir que Leeming lo
ubicara y le disparase con sus cañones. Los proyectiles de 30 mm
perforaron su
estructura y el helicóptero estalló envuelto en una bola de fuego a poco
de que sus ocupantes lo hubiesen abandonado, para buscar refugio en las
cercanías.
Mientras el AE-500 y el Agusta se consumían, los otros dos
aparatos se posaron en tierra y sus tripulantes se apresuraron a descargar el
equipo que transportaban, en especial los lanzamisiles Blow Pipe destinados al
RI5.
A esa altura, Dave Morgan los había detectado y como un ave
de presa picó hacia ellos decidido a acabarlos, pero al ver agotadas sus cargas, emprendió el regreso al
portaaviones.
Quince minutos después, aparecieron otros dos cazas,
el ZA190 del capitán de corbeta Dave Braitwithe y el XZ494, de Tim Gedge, que
tenía el mismo rango, ambos del Escuadrón 801.
Los pilotos británicos picaron sobre el AE-503 y lo destruyeron
con sus descargas de metralla. Para fortuna de los combatientes argentinos,
como no pudieron localizar al AE-508, se elevaron y emprendieron el
regreso al “Invincible”.
Pérez
Cometto levantó vuelo y pasó sobre los restos del AE-503, creyendo que
sus tripulantes habían perecido pero repentinamente, su copiloto
señaló hacia un grupo de matorrales y allí los vio, a unos 50 o 60 metros del aparato,
haciendo señas con los brazos.
El piloto volvió a posarse y los “náufragos” abordaron la
máquina corriendo como poseídos por el campo. Hubo abrazos y efusivos saludos y al levantar vuelo para
buscar al resto del personal, aparecieron otros dos Sea Harrier, que
obligaron a efectuar un nuevo aterrizaje, muy cerca de un arroyuelo.
En vista de aquel peligro, Pérez Cometto le ordenó a
su gente retirar todo el cargamento del helicóptero y correr en busca de
protección. Así se hizo y mientras el aviador intentaba establecer contacto
radial con la capital de las islas, su gente comenzó a descargar armamento y
municiones, atenta a la llegada de nuevos aviones.
Pérez Cometto no pudo establecer comunicación y por esa razón,
descendió también él y se encaminó donde se hallaban sus hombres, quienes montaban un improvisado campamento una vez finalizada la descarga.
Pero el aviador no se contentó con eso y después de impartir
algunas directivas partió a pie en busca de las tripulaciones abatidas,
acompañado por dos de los conscriptos que habían viajado con él.
Al momento de iniciar la caminata sus esperanzas eran
mínimas pero sabía en lo más profundo de su ser que valía la pena intentarlo.
Así anduvieron varios kilómetros, en la más absoluta soledad y silencio
mientras, de tanto en tanto, uno de los soldados lanzaba silbidos para llamar
la atención.
Al cabo de varias horas estaban por desistir cuando notaron movimientos a lo lejos.
Adoptando precauciones, aguardaron agazapados, pensando que podía tratarse del enemigo pero enseguida se dieron
cuenta que eran argentinos, más exactamente los miembros de las otras
tripulaciones. Primero fueron
los del Puma quienes aparecieron y después los del Agusta, con Riis a la cabeza. El segundo
milagro se había cumplido (el primero fue que nadie hubiese resultado herido tras el ataque de los Harrier).
De regreso en el campamento procedieron a racionar e
inmediatamente después se dispusieron a descansar, echándose todos al
lado del AE-508. Previamente establecieron una guardia de un hombre con instrucciones de rotar cada una
hora.
A la mañana siguiente abordaron la aeronave y sin perder tiempo se
dirigieron a Puerto Howard, donde llegaron alrededor de las 17.30, cuando
comenzaba lentamente a obscurecer.
Los Blow Pipe fueron muy bien recibidos por el personal del
RI5 que ayudó a descargarlos, lo mismo las municiones y el resto del equipo.
Poco antes de que los helicópteros de Yanzi y Pérez Cometto fuesen atacados por la aviación enemiga (domingo 23 de mayo por la mañana), el padre Nicolás Solonyzny celebraba una misa al aire libre en Puerto Howard, bajo un cielo despejado y un clima agradable.
El sacerdote y la tropa se hallaban en pleno oficio cuando
repentinamente aparecieron dos Sea Harrier que, para alivio y asombro del
regimiento, no atacaron. Aún así, fueron repelidos por fuego antiaéreo pero
ninguno de los dos fue alcanzado. Eran las máquinas de Morgan y Leeming volando al encuentro de los aparatos de la Aviación de Ejército que se desplazaban a uno 20 kilómetros de
distancia en dirección sur.
Cuando el Puma AE-508 llegó al poblado, se lo ubicó junto a
un galpón y se lo cubrió con una red de camuflaje a efectos de evitar su detección.
El 25 de mayo se celebró el día de la patria con una
formación especial en la que los comandos se alinearon junto a los efectivos
del RI5 para saludar la bandera y entonar el Himno Nacional. Frente a ellos,
hizo uso de la palabra el mayor Castagneto y a continuación, habiéndose izado la enseña
patria, se realizó un almuerzo especial a
base de gansos y otras aves recientemente capturadas.
El miércoles 26
a las 04.40, el puesto de mando del RI5 retransmitió a
los comandos una directiva recién recibida desde Puerto Argentino. Se les ordenaba el cruce a la Isla Soledad y dirigirse a la capital para recibir nuevas órdenes.
La
decisión causó cierta preocupación porque no hacía mucho, una fragata enemiga
había cañoneado las posiciones del RI8 en Bahía Fox (Puerto Zorro), 50 kilómetros al sur
de Puerto Howard. Aun así, Castagneto, decidido a cumplirla, mandó a sus hombres
alistarse y poco después abordó con ellos el Puma AE-508, que aguardaba sobre la
turba.
Antes
de partir, el mayor Yanzi advirtió acerca del
sobrepeso pues además de la tripulación
propia, llevaba las de los tres aparatos atacados y los pilotos
recientemente recuperados, a saberse, el mayor Piuma, el primer teniente
Senn y el capitán Donadille.
Si a ello se sumaban los efectivos de la 601, la capacidad de
20 personas del helicóptero, se vería sobrepasada en número de diez y eso pondría en riesgo la
operación. Además, había que tomar en cuenta la presencia de una fragata
enemiga en las inmediaciones.
Analizando
esos riesgos y existiendo la posibilidad de que
el helicóptero no pudiese soportar el exceso de peso, Castagneto optó
por dejar parte de su gente allí, al mando de los tenientes primeros
Sergio Fernández y
José M. Duarte, quienes serían recuperados más tarde, en un segundo
viaje.
Cuando la máquina decoló a las 05.00, había incertidumbre y
temor en su interior; tripulantes y tropas viajaban apiñados y sumamente
incómodos, sabiendo que los riesgos eran elevados.
Para facilitar la travesía, el jefe de los comandos le
entregó al copiloto sus visores nocturnos, los cuales fueron muy bien recibidos y de
esa manera, con el cuerpo inclinado hacia delante con el fin de evitar las luces del
tablero, el segundo de a bordo pudo orientar a su comandante hasta la costa
opuesta, evitando la cercanía de los cerros que se extendían a lo largo del
trayecto.
Tras un vuelo sumamente tensionante, el helicóptero llegó a
Prado del Ganso donde se posó a las 05.40. A los pocos minutos volvió a
elevarse y alrededor de las 06.00, cuando aún era noche cerrada, aterrizó en
Puerto Argentino, después de haber perdido el rumbo por unos instantes. Llegaba
a su fin uno de los pocos vuelos nocturnos que los argentinos llevaron a cabo
en las islas1.
Una vez en la capital, Castagneto decidió relevar a los
integrantes de la 3ª sección que todavía se hallaba apostada en San Carlos y
para ello mandó alistar a elementos de la 2ª, al mando del teniente primero
García Pinasco, a quien estaría secundado por el capitán José Ramón Negretti.
En cumplimiento de esa misión, el 27 de mayo, muy temprano,
los componentes de la fracción treparon a los dos Bell UH-1H en Moody Brook y a poco despegaron para volar hasta las orillas del río San Carlos, donde los
hombres de la 3ª sección aguardaban prácticamente sin víveres.
Efectuado el relevo, la gente de García Pinasco inició el
patrullaje y la observación de las posiciones enemigas emprendiendo una larga caminata
hacia la Gran Montaña
(Big Mountain) cuyas laderas comenzaron a trepar hasta alcanzar la cima, donde
montaron un nuevo PO (puesto de observación).
Desde ese punto, pudieron observar el dispositivo enemigo en San Carlos, con su gran despliegue de hombres, equipo y máquinas.
Decidido a lograr una mejor observación, el jefe de la sección dispuso avanzar
hacia el monte Jack, pero a poco de andar, la espesa niebla malvinense los
rodeó y les impidió continuar.
En cierto modo eso benefició a los argentinos pues les permitió desplazarse sin ser
detectados (la visibilidad que no superaba los 5 metros). De esa manera ladearon el río San Carlos y siguiendo su cauce, se
aproximaron a la elevación, cargando sus pesadas mochilas y aferrando sus armas
livianas, atentos al menor movimiento.
Casi todos llevaban gorros de lana y cubrían sus rostros con
negros pasamontañas que solo les dejaban a la vista los ojos, cosa que, junto
al resto de la indumentaria, les daba un aire un tanto tenebroso.
Los
efectivos se encontraban en pleno avance cuando en forma
repentina, la niebla se disipó dejándolos completamente al descubierto.
Lanzando algunas imprecaciones, corrieron hacia un grupo de rocas y allí
se ocultaron hasta el anochecer.
La
sección buscaba ponerse a cubierto cuando alcanzó a percibir el
característico sonido de un rotor en aproximación. Eso los obligó a
permanecer inmóviles, aferrados al terreno, listos para entrar en
combate en caso de ser descubiertos. Se trataba de un enorme Sea King
que
atravesaba los cerros en dirección a la Gran Montaña el cual, afortunadamente, no se percató de su presencia.
Los comandos lo siguieron con la vista y lo vieron posarse
sobre la ladera del cerro y mantenerse allí con sus motores encendidos. Era
evidente que si no hacían un rápido cambio de posición, iban a ser descubiertos
porque, al parecer, el aparato había desembarcado efectivos.
El regreso de la niebla les vino de perillas y sirvió para
que Negretti intentase establecer contacto radial con Puerto Argentino, aunque
sin conseguirlo.
Así llegó la noche, el momento más esperado por las tropas
especiales y de ese modo, a una orden de García Pinasco, toda la sección se
puso en marcha dando inicio a una travesía más que dificultosa, con sus
borceguíes hundiéndose en el fango mientras llovía y soplaba un viento helado
que hacía descender la temperatura a 10º bajo cero.
Atravesaron un río de piedras de 50 metros de ancho donde
patinaron y cayeron varias veces y siguieron su avance muy lentamente, todo en
medio de un tiempo inclemente.
La marcha demoró tanto que en vista de semejante lentitud y
dado lo extenuados que se encontraban los cuadros, García Pinasco alzó su brazo
derecho y mandó hacer un alto, orden que sus hombres recibieron como una
bendición.
Mientas la sección descansaba a campo abierto, García
Pinasco y Negretti resolvieron suspender el desplazamiento y despachar solamente a dos
hombres hacia el punto a explorar. El jefe de los comandos seleccionó al
teniente Marcelo Anadón, abanderado de la compañía y éste hizo lo propio con el
sargento José Rubén Guillén, de 30 años de edad, ambos en excelente estado
físico.
Cuando
los relojes marcaban las 19.30, los efectivos se despojaron de sus
mochilas (a efectos de aligerar su paso lo más posible) y
partieron, llevando solamente sus fusiles automáticos, sus raciones y
elementos
de primeros auxilios; en una palabra, lo mínimo e indispensable para la
supervivencia.
Anadón quiso dejar también su chaqueta de abrigo pero sus compañeros se
lo
impidieron.
Antes de partir, García Pinasco les entregó su brújula pero
se quedó con el mapa de la región porque lo iba a necesitar. En ese momento, el
capitán Negretti intentó una nueva comunicación con la capital del
archipiélago, y para alegría de todos, la consiguió.
Establecido el tan deseado contacto, los comandos dieron
cuenta del paso de helicópteros hacia Darwin y monte Kent y del incesante
tráfico de tropas junto y equipo, además de otros detalles que resultaron de gran utilidad al alto mando argentino.
Pasaron la noche en espera de novedades por parte de Anadón
y Guillén pero las mismas no llegaron. Por tal motivo, a las 04.00 del día
siguiente, resolvieron regresar al punto de partida en la Gran Montaña, por ser
el único lugar que conocían en profundidad.
Mientras la fracción retrocedía, el desplazamiento de
helicópteros seguía constantemente hacia Puerto Darwin, Prado del
Ganso y el monte Kent, clara evidencia de que los británicos preparaban algo
grande.
De
tanto en tanto la fracción se detenía y Negretti
efectuaba contacto radial, breve y con mucha cautela a efectos de no ser
detectado. Eso les servía para mantenerse informados y, en cierto modo,
elevar la moral, sin
embargo, en una oportunidad se vieron forzados a efectuar un brusco
cambio de
posiciones porque el operador de Puerto Argentino les pidió a viva voz
que repitieran la información (Negretti le estaba pasando las
observaciones
efectuadas a partir del último contacto). La imprudencia, además de la
consabida alarma, les
provocó mucho fastidio.
Esa noche comenzó a caer nieve mientras el viento hizo descender la temperatura por debajo de los -10º. El repentino
cambio de clima vino a dificultar el avance aunque no lo detuvo porque los comandos
siguieron caminando a fin de no entumecerse. Sin embargo, tan pesada se hizo la
marcha que no les quedó más remedio que desprenderse de las mochilas de Anadón y
Guillén.
La Gran Montaña se hallaba despejada; no se veía nadie en los alrededores y los helicópteros ya no se sentían. Aquello sirvió para elevar la moral porque los hombres, exhaustos como estaban, habían creído perder el rumbo. La insistencia de su jefe, instándolos a seguir en la misma dirección los había salvado, pero de todas maneras, García Pinasco estaba muy preocupado por la suerte de los dos exploradores y eso no le permitió expresar ningún sentimiento de alegría.
En ese lugar, sobre la ladera oeste del gran cerro, armaron
sus carpas, tendieron sus bolsas de dormir y racionaron al tiempo que Negretti
intentaba una nueva comunicación.
Lejos de allí,
cerca del Establecimiento San Carlos, Anadón y su compañero se
acercaban a las alturas que dominaban el poblado, topándose
repentinamente con
un serio impedimento: el río San Carlos, posiblemente el más caudaloso y
torrentoso
de las islas, imposible de cruzar en esos momentos, al menos por el
lugar donde se encontraban. Durante el trayecto, los comandos debieron
arrojarse varias veces cuerpo a tierra para evitar ser detectados por
los
helicópteros que iban y venían desde la bahía a través de la región, muy
cerca de su ruta.
Para
colmo, buscando un paso por donde pasar, la brújula quedó estática y eso los
hizo extraviar, con el agravante de que la radio tampoco funcionaba.
Bajo un
torrente de lluvia y granizo, Guillén resbaló y cayó pesadamente, lastimándose
una rodilla contra las rocas. Eran las 03.00 y Anadón decidió hacer un alto
para reponer fuerzas. Sentados sobre la turba, los efectivos hicieron una
evaluación de la situación y después de mucho cavilar decidieron emprender el
regreso en busca de sus compañeros y en caso de no encontrarlos, seguir
solos hasta Puerto Argentino. Y así fue como reemprendieron la marcha,
deshaciendo el camino que los había llevado hasta allí.
A esa
altura, ninguno de los dos, como tampoco el resto de la fracción que vivaqueaba
en la Gran Montaña,
eran conscientes de que la misión había sido un esfuerzo inútil porque pese las
importantes observaciones practicadas, no había sido posible pasarlas
al comando.
El
grupo adelantado (Anadón y Guillén) reinició el avance al amanecer pero al cabo
de unos metros, el segundo dio claras señales de no poder continuar. En vista
de ello, Anadón trepó el cerro para ver si lograba orientarse pero al no conseguirlo,
descendió y forzó a su compañero a reanudar la marcha,
repitiendo la tentativa en dos oportunidades. Era necesario establecer contacto
con García Pinasco pues no iban a soportar otra noche como aquella.
Cuando
Anadón escaló el tercer cerro, una vez en la cima, encendió la radio y con gran alegría pudo sintonizar con su superior y así dar cuenta del lugar donde
se encontraba. De esa manera, después de informar que su compañero estaba
herido, resolvió reemprender la caminata utilizando sus aparatos de
comunicaciones para guiarse, único modo posible de hacerlo.
Ni bien
terminó de hablar, corrió en busca de su compañero y lo ayudó a
incorporarse. Echaron a andar con mucha dificultad y al detenerse en un punto
determinado encendieron la radio para ubicarse, pese a que en la Gran Montaña, Negretti
le hizo ver a García Pinasco que las emisiones podían atraer la atención de los
ingleses. Sin embargo, más pudo el sentimiento que la razón y gracias a ello, a
las 19.30 la fracción logró reunirse, con Anadón y su compañero exhaustos y
casi famélicos.
Los hombres de García
Pinasco se apresuraron a meter a los recién llegados en sus
bolsas de dormir y les dieron alimentos calientes con un postre de lujo:
“Mantecol”, que a aquellos les pareció maná del Cielo. Debido a su extremo
agotamiento, debieron meterles los trozos en la boca, pedacito por
pedacito, “como si fuesen supositorios”2 y así lograron que los comieran.
Al
amanecer del 29 de mayo, el incansable Anadón se levantó y partió solo en busca
de sus mochilas a las que, pese a la exhaustiva recorrida, no pudo
encontrar. Perdía con ellas su pistola, su radio, su bolsa de dormir, su poncho
impermeable, el paño para la carpa y sus raciones alimenticias.
Lejos
de lo acordado al planificar la misión, aquel día la 2ª Sección
no fue recuperada porque la batalla de Darwin/Prado del Ganso había impedido
todo tipo de movimientos hacia ese sector.
Los
hombres de la Compañía
de Comandos 601 comprendieron que su situación era crítica: estaban rodeados
por el enemigo y eso los obligaba a quebrar el dispositivo británico para
alcanzar por sus medios las líneas propias.
Notas
1 El AE-508 fue destruido el 30 de
mayo en monte Kent, cuando intentaba depositar en las laderas del cerro al escuadrón
“Alacrán”, de la
Gendarmería Nacional y a elementos de la Compañía de Comandos 602.
2 Isidoro Ruiz Moreno, op. cit.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur