sábado, 29 de junio de 2019

EL COMBATE DE TOP MALO HOUSE


Los helicópteros Bell UH-1H del Ejército Argentino volaban a gran velocidad, pegados a la superficie, transportando a la sección de la Compañía de Comandos 602, al mando del capitán Vercesi.

Los hombres aguardaban en silencio la entrada en acción, confiados en la información proporcionada por Inteligencia, dando cuenta que el punto hacia el cual se dirigían estaba libre de enemigos. Mientras atravesaban las posiciones propias, jóvenes conscriptos saludaban su paso desde sus trincheras, a medida que se desplazaban rumbo al oeste, escoltados por el Agusta A-109 artillado.

El primer aparato, el AE-406, iba piloteado por teniente Guillermo Anaya y llevaba al cabo primero Roberto Maggio como copiloto. En la parte posterior se apiñaban varios efectivos, entre ellos, el sargento primero Mateo Sbert cargando su ametralladora MAG, el teniente primero Juan José Gatti con la radio Thompson y su igual en el rango, Luis Alberto Brun, con su fusil.

El capitán José Arnobio Vercesi volaba en el segundo helicóptero (matrícula AE-418), tripulado por el abnegado teniente Horacio Sánchez Mariño y el cabo primero Ramón Alvarado. Cerca suyo, el teniente primero Losito, segundo jefe de la sección, parecía sumido en profundas cavilaciones.

Las aeronaves aterrizaron a 5 kilómetros del monte Simmons, 40 kilómetros al oeste de Puerto Argentino, donde los comandos saltaron a la turba helada y se desplegaron por el terreno después de descargar el equipo. Minutos después, cuando las máquinas se elevaban, comenzaron a avanzar, con Vercesi a la cabeza y Losito detrás. Lo hicieron en medio de un silencio profundo, apenas quebrado por el viento

El peso del equipo y lo blando del terreno hicieron extremadamente dificultoso el desplazamiento pero los hombres estaban preparados y por esa razón vadearon riachos de piedra, chapotearon entre los pastizales, rodearon peñascos y volvieron a incorporarse luego de resbalar y caer.
Debido a la lentitud del avance, el teniente primero Losito, ordenó a los efectivos dispersarse a efectos de evitar convertirse en un blanco fácil.
Hacia el medio día hicieron un alto y el jefe de la sección le ordenó al teniente Espinosa que se adelantase a reconocer la base del cerro y comprobar si había presencia enemiga.
Portando su ametralladora liviana, el joven oficial se apresuró a partir en tanto sus compañeros se agazapaban y esperaban entre la hierba.
Espinosa llegó al lugar indicado y viendo la zona desierta, se volvió hacia la sección y le hizo señas, indicándole aproximarse. Los soldados se incorporaron y al cabo de unos minutos llegaron al pie de la elevación donde esperaba su compañero.
Si el avance a través del terreno llano fue dificultoso, el ascenso al monte fue todavía peor.
Cuando llegaron a la cumbre descubrieron que desde allí, la vista de los alrededores era extraordinaria; lo único malo era el frío, extremadamente intenso en esos momento, motivo de seria preocupación para todos porque el sudor generado por el esfuerzo se pegaba al cuerpo y los congelaba.
Casi inmediatamente Vercesi les ordenó al teniente Daniel Martínez y al sargento primero Humberto Omar Medina que se adelantasen en dirección oeste y explorasen las inmediaciones en tanto ellos establecían una suerte de campamento en el lugar. Los efectivos partieron a cumplir la misión y una vez de regreso, dieron cuenta de que la zona se encontraba despejada.
Después de racionar y reponer un poco las fuerzas, la sección divisó a lo lejos los primeros helicópteros enemigos desplazándose sobre Teal Inlet, transportando cargas colgantes desde San Carlos al monte Kent. En vista de ello, se le ordenó al teniente primero Gatti establecer contacto con Puerto Argentino, informar la novedad y solicitar instrucciones pero la comunicación se cortó a los pocos minutos. De nada valieron los esfuerzos del operador por recobrarla aunque, para alivio de Vercesi, antes de producirse el percance, su subordinado había alcanzado a pasar buena parte de la información.
Con la ayuda del teniente primero Brun se intentó afanosamente extender la antena con un cable, a efectos de conseguir mayor señal, pero todo fue inútil. El inconveniente tornó la situación extremadamente crítica porque sin radio, resultaría imposible cumplir la misión. Para colmo de males, todo parecía indicar que los británicos preparaban un ataque importante y era imperioso comunicarlo.
Obscurecía cuando los hombres de Vercesi creyeron escuchar ruido de helicópteros. Como impulsados por una catapulta, se incorporaron y corrieron hasta un grupo de rocas que se extendían a su derecha, detrás de las cuales se pusieron a cubierto y esperaron. En ese momento Gatti encendió la radio, abrigando la esperanza de captar las emisiones del enemigo y en eso se encontraba ocupado cuando, al poco tiempo aparecieron a lo lejos dos aparatos en cuya cola destacaba la franja amarilla, señal inequívoca de que se trataba de unidades propias. Eran los helicópteros que transportaban a Castagneto hacia Big Mountain en busca de la fracción de García Pinasco.
Cuando al cabo de varios minutos las aeronaves regresaban, Gatti enganchó con sus tripulaciones y de esa manera, pudo retransmitir a Puerto Argentino la información en código, detallando todo lo observado desde la última comunicación.
Para fortuna de todos, en especial de los comandos, la señal fue captada por personal propio, apostado en las alturas próximas a la capital y éste la reenvió al puesto de mando de la X Brigada.
De acuerdo a lo vaticinado por Brun, esa noche nevó; sin embargo, al día siguiente amaneció despejado aunque con el suelo cubierto por un manto blanco hasta donde alcanzaba la vista.
Fue el mismo Brun el encargado de manifestar a su superior que iba a ser imposible pasar otra noche como aquella y por consiguiente, era imperioso hacer algo. Los hombres se despertaron entumecidos, casi congelados, razón por la cual, la mayoría debió ser reanimada con golpes y fricciones.
Ese día era domingo, razón por la cual, los comandos se pusieron de rodillas y oraron.
A las 10.00 decidieron abandonar las alturas por considerar que no se justificaba su permanencia en el sector y después de recoger sus mochilas comenzaron a desplazarse muy lentamente rumbo al camino de Fitz Roy.
Durante la marcha, Brun le propuso a Losito ubicar algún punto donde montar una emboscada antiaérea con los Blow Pipe; la idea era derribar alguno de los helicópteros que atravesaban libremente la región pero Vercesi la desechó porque se necesitaba sortear una distancia de 20 kilómetros hasta un lugar adecuado y en las condiciones en que se encontraban, era realmente imposible hacerlo. Además, el jefe de la sección no pensaba exponer a sus hombres dando a conocer su presencia en el área.
La patrulla comenzó a moverse en dirección sur, intentando atravesar las alturas Rivadavia y alcanzar el puesto de vigilancia a cargo de la sección de Ingenieros, el mismo al que habían llegado Jándula y sus hombres días antes. Al conocer la decisión, el sargento primero Helguero le dijo a su superior que muy cerca de allí corría el arroyo Malo, junto al cual se erguía una granja abandonada, utilizada como refugio por la gente de Castagneto, tiempo atrás. Viendo el agotamiento de su gente y dada la proximidad de una amenazadora tormenta de nieve, Vercesi se manifestó interesado y se dirigió hacia allá.
El teniente primero González Deibe aconsejó no pernoctar en el lugar porque en caso de que hubiese tropas enemigas en el área, ese sería el primer sitio donde buscarían. Sin embargo, el agotamiento físico y la necesidad de dormir a cubierto pudieron más que las tácticas del manual de entrenamiento y por amplia mayoría se decidió dirigirse a la finca, un gravísimo error táctico que les costaría muy caro.
Desoyendo los consejos de González Deibe, la sección se encaminó hacia Top Malo House, a la que divisó al cabo de una hora de marcha. Se trataba de un complejo habitacional integrado por una casa principal de dos pisos con paredes de madera y techos rojos a dos aguas y tres edificaciones menores, a metros del mencionado arroyo.
Cuando se encontraban a un kilómetro y medio de distancia, Vercesi alzó su brazo derecho y el pelotón se detuvo. El lugar era un páramo helado en el cual no se percibían movimientos salvo el de un distante Harrier que pasó a muy elevada altura, tomando fotografías.
En ese momento el teniente Gatti encendió la radio y los hombres pudieron escuchar el desesperado mensaje del sargento primero Alfredo Flores de la 2ª Sección, dando cuenta de haber caído en una emboscada y hallarse empeñado en combate, aferrado al terreno y con bajas.
Flores solicitaba desesperadamente instrucciones y desde Puerto Argentino se le exigía hostigar al enemigo y replegarse, a lo que el suboficial respondió que aquello era imposible por hallarse completamente  rodeados.

-¡¡Repliéguense como puedan!! – volvieron a ordenarle desde la capital1.

Al obscurecer, la columna de Vercesi alcanzó el arroyo Malo y comenzó a cruzarlo con el agua hasta la rodilla, cayendo y tropezando a causa de las piedras.
Mientras se acercaban a la casa, a Brun lo asaltó el temor de que estuviese habitada y alguien pudiese delatarlos, por lo que tras solicitar permiso para hablar, se ofreció para ir a explorar.
Concedida su petición, el abnegado comando se alejó lentamente en tanto sus compañeros, agazapados entre los pastizales, seguían su desplazamiento hasta alcanzar el edificio principal; minutos después volvió a salir y alzando su fusil le indicó a sus compañeros que se podían acercar. La vivienda estaba deshabitada.
Cuando los comandos ingresaban en el edificio, Brun se encaminó a la cocina y se comió entero un pan de manteca que había visto durante la inspección. Para el resto de la sección el lugar fue como una suerte de bendición, al amparo del viento helado y la inminente nevada.
Ni bien estuvo adentro, el sargento primero Mateo A. Sbert dejó sobre el piso la MAG de 12 kilogramos que cargaba sobre los hombros y el sargento primero Miguel Ángel Castillo hizo lo propio con el lanzacohetes Instalaza y las municiones. Estaban todos exhaustos, congelados y empapados, por lo que se quitaron la ropa y la pusieron a secar. El teniente primero Losito encontró un par de zapatos y se los puso, dejando sus borceguíes a un lado.
Demostrando una falta de noción desconcertante, Vercesi solo apostó guardias en el interior del edificio porque afuera el clima parecía de otro mundo, con la temperatura superando los 12 grados bajo cero y una fuerte ventisca que cortaba la piel. Con el fin de amortiguar la escasa luz generada por unas velas, mandó colocar mantas en las ventanas  y cuando todo estuvo listo, se sentaron a racionar.
El sargento primero Helguero conocía la finca por haber estado allí antes; todo estaba igual, cada cosa en su sitio, sin señales de haber sido movidas, prueba fehaciente de que la granja se hallaba deshabitada. Ni bien terminaron de alimentarse, los efectivos se distribuyeron en las dos plantas de la vivienda y se dispusieron a descansar ignorando que en pocas horas entablarían uno de los combates más renombrados de todo el conflicto.
Gatti, Valdivieso, Espinosa, Brun y Pedrozo subieron las escaleras y en un tragaluz montaron la ametralladora MAG2, cubriendo el contrafrente del edificio. Espinosa se apostó en una ventana de la habitación principal, dominando desde allí el arroyo y los demás se echaron a descansar mientras afuera comenzaba una feroz tormenta de nieve que hizo nula la visibilidad.
A las 03.00 de la madrugada los fogonazos del cañoneo sobre Puerto Argentino comenzaron a titilar en el horizonte. Durante la observación, uno de los guardias se compadeció por la suerte de quienes se hallaban en el lugar, ignorando que en breve tendrían su propio jaleo.
Despertaron temprano, cuando todavía era de noche y afuera lloviznaba. Sin embargo, para su fortuna, ninguno tenía frío por haber dormido al amparo de un techo y buenas paredes. La ropa estaba seca y se sentían completamente descansados.
Desayunaron frugalmente e inmediatamente después procedieron a alistar el armamento junto con todo el equipo, tarea que se extendió hasta las 08.00, en tanto comenzaba a aclarar.
En ese momento, llegó hasta ellos el inconfundible sonido de un helicóptero y eso los obligó a tomar posiciones defensivas.
Al asomarse por las ventanas, vieron la inconfundible silueta del aparato pasando a solo 400 metros de distancia, notando inmediatamente la ausencia de la franja amarilla en su parte posterior, clara prueba de que se trataba de un aparato enemigo. Además, como alguien recordó, los helicópteros propios no volaban de noche.
Vercesi se hallaba arrodillado en el piso de la cocina, intentó establecer comunicación con Puerto Argentino mientras el resto de la tropa aceleraba los preparativos para abandonar el lugar. En el segundo piso, los hombres de guardia permanecían atentos, aferrando con fuerza sus armas, cuando Espinosa creyó distinguir movimientos en la obscuridad.

-Viene avanzando gente – advirtió por lo bajo3.

-Puede que se trate de ovejas –respondió Helguero en el mismo tono- Hay muchas por aquí.

De todas maneras, la sección se preparó para lo peor, tanto, que en la planta baja, más precisamente en la cocina, Vercesi le extendió la mano a Sbert, a modo de despedida.

-Suerte Turco – le dijo.

Poco después, entraban en combate.


Los comandos argentinos habían sido detectados por un PO (puesto de observación) británico apostado en monte Simmons, que de manera inmediata pasó la información al Cuadro de Guerra de Montaña y el Ártico (Mountain and Arctic Warfare Cadre), a cargo del capitán Rod Boswell, quien se encaminó apresuradamente al puesto de mando de la Brigada 3 para solicitar un ataque aéreo. La petición fue denegada porque la aviación no operaba de noche pero se le sugirió un ataque comando con un grupo de elite.
Boswell escogió a diecinueve hombres de su escuadrón y junto a ellos abordó un Sea King que se elevó a las 07.30 (10.30Z), para dirigirse apresuradamente hacia Top Malo House.
La aeronave se posó en un pliegue del terreno situado a un kilómetro y medio de distancia del edificio principal, sobre el que los comandos saltaron a tierra, hundiéndose en la turba helada hasta las rodillas. Sin perder tiempo, se dividieron en dos secciones, una de asalto al mando del mismo Boswell, la cual tomó ubicación en una altura cercana y otra de cobertura, a cargo del teniente Murray, provista de un rifle L42 (de los que utilizaban los francotiradores), dos SLR automáticos, tres Armalites, fusiles automáticos M-16 de origen norteamericano, dos lanzagranadas M79 y ocho lanzacohetes livianos Carl Gustav de 66 mm, transportados por un total de seis hombres.
Según las versiones británicas, los Armalites carecían de suficiente poder de detención porque sus municiones de alta velocidad calibre 5,56 mm traspasaban a las personas en tanto los L42 y SLR las derribaban.
El grupo de cobertura al mando de Murray se posicionó en una colina ubicada en el flanco izquierdo, a unos 300 metros de la propiedad mientras el de asalto lo hizo en dirección sud-sudeste, sobre otra elevación, en ángulo hacia la derecha, donde se detuvo en espera de la señal convenida para iniciar el ataque: una bengala verde disparada por el jefe del grupo.
Boswell era consciente de que el terreno estaba cubierto por la MAG ubicada en la planta alta y que su poder de fuego constituía un arma letal. Sin embargo, tanto él como sus hombres quedaron asombrados ante la falta de profesionalidad de sus oponentes. Las palabras del propio Boswell son lapidarias en ese sentido.

Su profesionalidad dejaba mucho que desear. No debían haber permanecido en una granja aislada con casi todos apostados en su interior y en todo caso, tendrían que haberse mantenido aparatados del edificio para cubrir los accesos pues hicimos notar nuestra presencia en varias ocasiones. Provocamos una estampida de ovejas accidentalmente; tropezamos con algunas al aterrizar y un verdadero profesional se habría dado cuenta de ello4.

Pero inmediatamente después agrega:

Sin embargo, suplían su falta de profesionalidad con valor, porque no carecían de él5.

Por esa razón, cuando el grupo estuvo lo suficientemente cerca de la casa, Boswell mandó calar bayonetas y se preparó para ordenar el asalto. Justo en ese momento, un sargento de apellido Stone, ubicado a su lado, le dijo por lo bajo que todo aquello era una trampa.

-En verdad no creo que haya nadie allí dentro.

La intención de Boswell era que las dos secciones se cubrieran mutuamente mientras la de ataque avanzaba, pero las cosas no ocurrieron de ese modo.
De acuerdo a los planes, la sección de asalto se lanzó a la carrera casi al mismo tiempo que el grupo de Murray disparaba un cohete.
Mientras corrían, Boswell vio con asombro que, a excepción de un solo soldado, ningún efectivo estaba cumpliendo sus órdenes.


Cuando Espinosa alertó sobre la aproximación de sombras extrañas, el sargento primero Castillo subió corriendo las escaleras y se ubicó junto a él. Por entonces, había bastante claridad como para distinguir los bultos pero no para determinar su naturaleza.
No lo habrían logrado si no hubiese sido por un hecho fortuito que dejó al enemigo al descubierto; un brillo resplandeció sobre la turba, donde se encontraba una de aquellas “ovejas”, poniendo en evidencia que alguien los observaba a través de prismáticos.

-¡Son ingleses! –alertó Castillo- ¡Ahí vienen!

Por fortuna, en ese momento la sección tenía su indumentaria puesta y las armas listas por lo que rápidamente inició movimientos para abandonar el lugar.
Sin dudarlo más, el teniente Espinosa abrió fuego, casi en el mismo momento en que una poderosa explosión sacudía la estructura del edificio. Un proyectil disparado desde un lanzacohetes Carl Gustav se incrustó en su interior.
Comenzó entonces un violento intercambio de disparos que pareció crecer cuando los ingleses se incorporaron y comenzaron a correr hacia la vivienda, accionado sus armas y perforando las paredes de madera con sus ráfagas de metralla.
Al verlos venir, Vercesi ganó el exterior y corrió hasta el alambrado que se extendía un poco antes del arroyo y una vez ahí, manteniéndose de pie, efectuó varios disparos recibiendo intenso fuego. Lo siguieron detrás, el sargento primero Omar Medina y el teniente Martínez, quienes ganaron el exterior oprimiendo el gatillo de sus automáticas.
Cuando los tres efectivos salían, cayó en la cocina un nuevo proyectil que al estallar, arrojó al último debajo de un panel que por la sacudida y el impacto de su cuerpo, se le cayó encima. De todas maneras, pese al aturdimiento, logró incorporarse y ganar el exterior ignorando la suerte de Medina.
El sargento primero Castillo corrió escaleras abajo y mientras lo hacía, otro impacto de Carl Gustav destrozó por completo los escalones dejando sus restos envueltos en llamas. El humo empezó a invadir el edificio y las llamas comenzaron a extenderse por buena parte de del nivel inferior en tanto afuera el combate cobraba intensidad. Top Malo House se estaba incendiando.
Castillo acababa de salvar su vida por una fracción de segundos. Salió fuera accionando su arma en tanto el sargento Helguero vivía una experiencia similar a la de Martínez. Antes de lanzarse fuera, una granada explotó en la puerta y su honda expansiva lo arrojó de espaldas sobre el sargento Pedrozo que venía detrás.
En la planta superior, el bravo Espinosa seguía disparando la MAG mientras Vercesi hacía lo propio desde una zanja próxima al alambrado.
De repente, una granada disparada por un M-79 explotó en el interior de la habitación ocupada por el ametralladorista, matándolo instantáneamente y dejando aturdidos a Brun y Gatti, quienes se hallaban con él.
El último se incorporó tambaleando, recogió su fusil y corrió hasta la escalera pero al verla completamente destruida y envuelta en llamas, saltó por encima de ella y abandonó el lugar a la carrera.
Pese a haber recibido el impacto de una esquirla en la frente, Brun llegó a ver el cuerpo de Espinosa envuelto en sangre. Por esa razón, sin esperar más, corrió hasta el tragaluz y saltó desde una altura cercana a los cinco metros, mientras las balas enemigas perforaban las paredes a su alrededor. En la caída se dio un buen golpe y pese a la sangre que manaba de su frente dificultándole la vista, se pudo poner de pie y se lanzó hacia el arroyo.
En ese preciso instante, el sargento primero Medina reparó en él y sin poder hacer nada, lo vio rodar por el suelo y volver a incorporarse justo cuando le caía a centímetros una granada arrojada por un efectivo inglés. Con increíble sangre fría y muchísima suerte, observó a Brun golpear el proyectil con su mano y alejarlo del lugar, salvando su vida por milagro. De todas maneras, la granada estalló y sus esquirlas le dieron en la espalda, hiriéndolo considerablemente e inutilizando su fusil.
Pese a las lesiones sufridas, el bravo comando arrojó el arma lejos, extrajo su pistola y comenzó a disparar; sin embargo, la misma se le trabó por lo que lanzando una imprecación, también la tiró lejos. Sacó entonces una granada y se la arrojó a su oponente aunque en el apuro y la tensión del combate, olvidó quitarle el seguro; un disparo en la pierna derecha lo dejó prácticamente inmovilizado.
Casi al mismo tiempo, Medina reparó en otro soldado inglés que se abalanzaba sobre él haciendo fuego. Sin abandonar su posición, alzó el arma y disparó, abatiéndolo; el hombre cayó sobre la turba, gravemente herido y ahí quedó, quejándose.
En ese preciso momento, los sargentos Helguero y Pedrozo abandonaban la casa a través de una ventana y corrían en dirección al arroyo Malo en busca de protección.
Durante la carrera, una bala alcanzó al primero en el pecho arrojándolo sobre la turba. Aprovechando la cobertura que le brindaban los disparos de Sbert, Medina se lanzó a toda prisa dentro de la zanja donde se encontraban varios de sus compañeros. Una vez allí, se incorporó a medias, apuntó con su fusil y comenzó a tirar, notando que el enemigo se encontraba a una distancia de 50 metros.
Medina abatió a un británico y le siguió disparando mientras aquel se encontraba en el suelo (estaba dispuesto a rematarlo), pero una bala impactó en su pierna izquierda y lo obligó a deponer la actitud.
Una nueva explosión sacudido los alrededores forzando a todos a pegarse al terreno. Cuando levantaron sus cabezas vieron que una granada de mano había matado al teniente Sbert, cuyo cuerpo yacía tendido sobre la hierba y a Medina retrocediendo unos metros haciendo fuego. Al hacerlo, derribó a otro inglés que en esos momentos corría hacia él.
Para entonces, el teniente primero Gatti había llegado a la zanja, escapando por muy poco de los disparos enemigos, pero el teniente Losito se encontraba todavía en el edificio.
El segundo jefe de la sección estaba a punto de salir cuando otra granada explotó en el pórtico, hiriéndolo considerablemente. Cayó con el cuerpo cubierto de sangre y eso lo salvó porque cuatro británicos que se encontraban cerca suyo lo dieron por muerto y continuaron disparando hacia otra parte. En vista de ello, el argentino se incorporó y para sorpresa de aquellos, los atacó desde una distancia aproximada de 20 metros, vaciándoles el cargador. Un inglés se desplomó herido, alcanzado en una pierna, mientras sus compañeros se arrojaban a la turba y permanecían allí inmóviles.
Sin dejar de disparar, los argentinos supervivientes abandonaron la casa y corrieron hasta el arroyo, tomando posiciones en la orilla derecha. A lo lejos, Top Malo House se incendiaba y el humo cubría el avance de los royal marines que cargaban contra sus oponentes, disparando sus armas y lanzagranadas.
Los que estaban en la zanja alcanzaron a ver a Losito corriendo hacia ellos y a varios británicos intentando abatirlo. Para su fortuna, no lo alcanzaron y así pudo sortear los 200 metros que lo separaban de la zanja y zambullirse en su interior. Cuando se incorporó, tomó ubicación y abrió fuego, pero como a Medina, un balazo le dio de lleno en la pierna derecha arrojándolo de espaldas. De ese modo, con dos heridas graves y rodeado por el enemigo, se dio por perdido. Sin embargo, se equivocaba.
Siguiendo al grupo de Boswell, la sección de apoyo se lanzó al ataque amparada por el humo y el mismo edificio en llamas.
El teniente Martínez se había guarecido en un cobertizo contiguo a la edificación principal y desde allí comenzó a arrastrarse en dirección al arroyo donde pudo distinguir a dos británicos disparando hacia un punto fuera de su alcance visual. Sin hacerse notar, levantó el fusil y tiró, obligándolos arrojarse al suelo en busca de protección.
Para entonces era evidente que, por más empeño que pusieran, los argentinos estaban acorralados. Desde el PO ubicado en monte Simmons, los observadores del teniente Haddow iba indicando sus posiciones a medida que se desplazaban, facilitando enormemente la labor a la gente de Boswell.
De todas maneras, la lucha se prolongó varios minutos más, con igual intensidad de uno y otro bando.
El teniente Martínez vio a un soldado inglés que avanzaba sobre su posición desde el depósito trasero de la casa y apuntando su FAL le descargó una ráfaga. En otra parte, cerca del arroyo Malo, el teniente Brun yacía tirado en el suelo, cubierto de sangre y junto a la casa que se consumía, el sargento primero Pedrozo hacía señas con un trapo blanco señalando a un herido grave junto a él. El herido en cuestión era el sargento primero Helguero.
Con la munición casi agotada, Vercesi miró a Brun ensangrentado y desde su posición, le dijo que aquello no daba para más. Y así lo deja ver el mismo Boswell en declaraciones formuladas después de la guerra.

Todos los que pudieron, salieron de la casa y lucharon… Llevaban sus armas y lucharon con ellas hasta que no pudieron más6.

El malherido Brun estuvo de acuerdo pero apenas pudo moverse, a causa de sus heridas. A esa altura, la sección tenía un 70% de bajas.

-¡Alto el fuego; alto el fuego! - comenzó a gritar Vercesi mientras sostenía su fusil en alto, pero la voz del teniente Castillo llegó firme a sus oídos.

-¡Todavía no, mi capitán! – exclamó furioso, demostrando que los ánimos no estaban para impartir una orden de ese tipo.

Como los ingleses no dejaban de tirar, Losito alzó la voz y por encima del fragor del combate le dijo al teniente primero Gatti que nadie se rindiese porque en caso de hacerlo, los iban a matar a todos. Según relata Ruiz Moreno, en esos momentos vio a dos soldados enemigos avanzando directamente hacia él, disparando sus ametralladoras Sterling y eso lo animó aún más. Sin perder un segundo, el argentino alzó su automático y abrió fuego, abatiendo a uno7.

A partir de que escuché la orden de rendición, el combate duró unos diez minutos más; el enemigo seguía tirando y yo no sabía si responder el fuego porque las reglas del honor de la guerra se tienen que respetar […] los comandos ingleses, por la euforia del combate y por un montón de circunstancias, no sabían si la rendición era real o falsa por ejemplo, seguían tirando hasta que se cercioraron  bien de que se había producido la rendición y de que estábamos fuera de combate. Pero a 20 metros de mi posición, hacia la derecha, vi a dos comandos que avanzaban enloquecidamente, al paso, pero gritando enardecidamente, tirando con sus Sterling. El alambrado que yo había cruzado se hallaba más o menos a unos 20 metros. Me olvidé de la rendición, apunté… era la vida de ellos o la mía, pese a que mi vida estaba bastante arruinada y jugada por la heridas recibidas. Estaba a punto de desmayarme; hacía un esfuerzo increíble por no desmayarme porque sabía que si lo hacía, ahí quedaba. Apunté al hombre de la derecha, el más grandote y evidentemente lo maté porque le pegué un tiro en el estómago8.

Losito se recostó exhausto contra la pared del fondo de la zanja y en esas condiciones, casi inconsciente, esperó la muerte. Apareció entonces un soldado enemigo, un sujeto de baja estatura, morocho y de bigotes, que desde lo alto le apuntaba con su ametralladora.

-¡Manos arriba! – le gritó en inglés.

El argentino no pudo siquiera moverse y el británico comprendió que estaba grave, se le acercó, le quitó el fusil y tomándolo de la chaqueta lo arrastró fuera de la zanja mientras lo tranquilizaba diciéndole que aquello eran cosas típicas de la guerra. Inmediatamente después, le hizo un torniquete en la pierna herida y tras extraer una jeringa descartable de un collar que pendía de su cuello, le aplicó una inyección de morfina y le pintó una letra “M” en la frente8.
Mientras en la lejanía continuaban sonando disparos, el inglés solicitó auxilio a su gente para trasladar a Losito junto al resto de los heridos.
Al mismo tiempo, el sargento primero Omar Medina seguía tirando con su FAL, sordo a causa de las explosiones. Las granadas le habían impedido escuchar el alto el fuego.

-¡Gordo, pará de tirar porque nos matan a todos! – le gritó el teniente primero Gatti - ¡No ves que nos rendimos!9

En ese preciso momento, una granada lo hirió, lo mismo al cabo primero Valdivieso cuando corría a socorrerlo. El fuego cesó repentinamente, seguido de una calma tensa y pesada que los británicos aprovecharon para aproximarse a sus oponentes y retirarles el armamento y los correajes, indicándoles mantener las posiciones.

-¡Alto el fuego. La guerra terminó para ustedes! – se oyó decir a Boswell alzando la voz.

Poco después, se hizo presente en el lugar la patrulla de observación del teniente Haddow, la misma que había detectado la presencia argentina en Top Malo House. A efectos de evitar ser tiroteados por su propia tropa, portaban una bandera británica.
Los prisioneros fueron atados de manos y se les cubrió las cabezas con sus propios pulóveres con el evidente propósito de registrarlos y sacar algunas fotografías10. Inmediatamente después, fueron desatados y agrupados, mientras Boswell tomaba lista de ilesos y heridos propios. Un inglés, con una profunda lesión en el pecho, producto de un disparo, saludó a Vercesi cuando este pasó a su lado.

-Friends, friends.

Brun y Losito eran los más graves; Martínez, presentaba un orificio en el talón, producto de un proyectil de M-16; fue interrogado sobre su herida y después de responder que estaba bien, otro inglés le recomendó cubrirla para evitar dolores e incluso, una infección.
El cabo primero Pedrozo se dio a conocer como enfermero y en verdad obró milagros logrando cerrar las heridas y evitando hemorragias, casi sin instrumentos.
Los británicos se preocuparon mucho por los prisioneros y pusieron todo su empeño por aliviar su situación, en especial la de los heridos. En ese sentido, su comportamiento fue caballeresco y ejemplar.
Pedrozo caminó hasta el cadáver de Sbert y le quitó el gabán pues ya no le sería útil. Lo hizo con profundo respeto, lentamente, con mucha lentitud y con él cubrió a Medina, que en verdad lo necesitaba. Vercesi lloró al querido "Turco" y a todos se les hizo un nudo en la garganta cuando vieron arder completamente a Top Malo House pues en el piso superior, se consumía el cuerpo del valeroso Espinosa, quien había ofrendado su vida al atraer sobre sí el fuego enemigo. Sus compañeros recordarían su jovialidad, su optimismo y el amor por su familia, en especial sus pequeñas hijas, a las que siempre mencionaba11.
En top Malo House los argentinos cometieron los errores más básicos, demostrando una falta de noción asombrosa. Tratándose de comandos, de tropas especialmente adiestradas para operar tras las líneas enemigas, en terreno hostil y climas rigurosos, hicieron todo lo contrario a lo indicado por los manuales de instrucción. Se refugiaron una noche helada y de borrasca en la única edificación existente en decenas de kilómetros a la redonda, todos juntos, apostando guardias solamente en el interior. Según la opinión de los expertos, lo que debieron hacer fue tomar posiciones a la distancia y cubrir los accesos o al menos, montar guardias en el exterior, rotándolas cada media hora si lo que se pretendía era evitar el congelamiento de los hombres. Por otra parte, el hecho de que Brun hubiese olvidado quitarle el seguro a la granada que arrojó antes de ser herido por segunda vez, muestra también una falta de concentración no admisible en un comando. Todo ese conjunto llevó a Boswell afirmar, como hemos señalado, que los argentinos eran valientes pero torpes y a decirle a Vercesi, una vez finalizado el combate: “Nunca en una casa”. Al anochecer, dos helicópteros enemigos se posaron cerca de las ruinas para cargar muertos y heridos. Las fuerzas argentinas sufrieron dos bajas fatales, Espinosa y Sbert, más seis heridos de diferente consideración. Los británicos acusaron tres bajas, cifra que el ex agente de inteligencia británico Hugh Bicheno eleva a cuatro, todas ellas graves. Uno de aquellos heridos presentaba una profunda lesión en el estómago, al parecer, producto de los disparos de Losito y es casi seguro que alguno murió a las pocas horas porque los argentinos vieron a varios soldados enemigos llorando en torno a un cuerpo. Incluso, cuando se disponían a abordar los helicópteros para abandonar el lugar, pudieron observar a los ingleses cargando dos bolsas con cadáveres lo que de comprobarse, elevaría la cifra a dos.
En sus versiones, los británicos aseguran que Top Malo House fue una lucha corta pero sumamente dura pues la determinación de sus oponentes los había tomado por sorpresa, en espacial, la abnegación de Espinosa, al atraer sobre sí el fuego enemigo y salvar a sus compañeros de ser aniquilados.

Notas

1 Isidoro Ruiz Moreno, op. cit. 2 La ametralladora quedó a cargo de Pedrozo.

3 Ídem.

4 History’s Raiders, The Falklands Campaign, History Channel.

5 Ídem.

Ídem.

Según el relato de Ruiz Moreno, la imagen de Medina arrastrándose cuerpo a tierra hacia el cadáver de Sbert, lo inspiraba y le daba motivación.

Carlos Turolo (h), Así Lucharon, Editorial Sudamericana, Bs. As.

Esa era la típica manera de indicar que al soldado herido se le había aplicado una dosis.

10 Esas imágenes también recorrieron el mundo.

11 Isidoro Ruiz Moreno, op. cit.


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