miércoles, 26 de junio de 2019

ESTALLA LA GUERRA


EL SECUESTRO Y ASESINATO DE ARAMBURU


La mañana del viernes 29 de mayo de 1970, el tránsito fluía normalmente por Avenida Santa Fe. Dos vehículos circulaban en dirección sur, una pick-up Chevrolet carrozada, color verde y un Peugeot 404, que se desplazaba unos diez metros detrás.
Teniente General
Pedro Eugenio Aramburu
Al dejar atrás la avenida Callao, los rodados se tiraron a la derecha y después de cruzar Rodríguez Peña, pusieron el guiño, para doblar por Montevideo. Un muchacho joven conducía la camioneta; lo acompañaban una bella muchacha de cabellos rubios, un sacerdote y un agente de policía, los dos últimos en los asientos de la parte posterior. En el segundo, hacían lo propio otros cuatro individuos, ninguno de los cuales llegaba a los treinta años de edad; el chofer, su acompañante y dos militares detrás, a juzgar por sus uniformes, un capitán y un teniente, todos muy prolijos y con el cabello bien corto.
En la esquina de Montevideo y Av. Santa Fe, la pick-up se detuvo y la mujer se bajó. Ni bien cerró la puerta, se paró en la esquina y cuando el semáforo cambió a verde, cruzó a la vereda de enfrente, para caminar en dirección a Charcas1.
La camioneta tomó por la mencionada arteria y al cabo de unos metros se detuvo junto a la acera del aristocrático Colegio Champagnat, donde descendieron los dos sujetos que viajaban detrás, el sacerdote y el policía. Inmediatamente después llegó el Peugeot, que hizo lo propio frente al garage de la vereda de enfrente, delante del pozo que había abierto una cuadrilla de obreros, para reparar la calle. 

 El chofer permaneció en su asiento y sin cruzar palabra con la gente de la pick-up, los militares se encaminaron hacia donde se encontraba el encargado y le preguntaron si podían estacionar allí un momento a lo que aquel, viendo que se trataba de personal del Ejército, respondió afirmativamente.
Los oficiales cubrieron los pocos metros y se introdujeron en el edificio de Montevideo 1053 en tanto la mujer rubia que acababa de llegar caminando, se detuvo en la puerta, palpando algo dentro de su cartera. En ese preciso momento, apareció un Fiat 600 cuyo conductor le preguntó al “agente de policía” si se podía estacionar ahí. Cuando este le dijo que no, sus ocupantes insistieron.

-¿Y porqué la pick-up puede?

-¡Circule! – ordenó el guardián del orden.

Los dueños del pequeño automóvil se alejaban protestando cuando repentinamente, apareció un camión policial, desplazándose a baja velocidad. El agente saludó a sus ocupantes haciéndoles la venia y aquellos le respondieron de la misma manera, sin detener la marcha.
En el edificio, en tanto, los dos militares subían hasta el 8º piso. Una vez allí, abrieron la puerta del ascensor, cubrieron los pocos metros que los separaba de la puerta, tocaron el timbre y esperaron. Una voz femenina preguntó quién era y ellos respondieron que traían un mensaje para el dueño de casa.

-Tenemos que ver al general Aramburu – dijo el capitán.

La mujer les abrió y los hizo pasar. Era la esposa del alto oficial que había presidido la Nación entre 1955 y 1958 y uno de los cabecillas de la cruenta revolución que derrocó a Perón en 1955.
La mujer, Sara Lucía Herrera, se mostró amable. Los hizo pasar, los invitó a tomar asiento y les sirvió café.

-Mi marido está terminando de bañarse. En unos minutos estará con ustedes.

-Muchas gracias, señora – respondieron ambos.

Diez minutos después, apareció el general, sonriendo amablemente. Los saludó estrechándoles la mano y luego se sentó a beber café con ellos.

-Usted es cordobés – le dijo al capitán.

-Si, mi general. – respondió éste.

En ese momento, reapareció la esposa para disculparse porque debía salir un momento. Saludó con cortesía, abrió la puerta de la casa y se fue.
Aramburu y los recién llegados continuaron hablando por un par de minutos hasta que, en determinado momento, aquellos se pusieron de pie y extrajeron sus armas, el capitán una ametralladora y el teniente una pistola calibre 45.

-Mi general, usted viene con nosotros – dijo el primero.

En esos momentos, los relojes señalaban las 9 a.m.
Aramburu se sobresaltó pero no dijo nada. Los individuos le dijeron que no hiciese ruido porque, de lo contrario, matarían a su mujer, y se dirigieron a la puerta, tomándolo de un brazo. La idea era secuestrarlo y si se resistía, matarlo en el momento aunque eso les costase la vida.
Llamaron al ascensor y bajaron, seguidos por el compañero que esperaba con la puerta del elevador abierta en el séptimo piso, en función de apoyo.
Salieron a la calle caminando, el capitán con el brazo sobre los hombros de la víctima y el teniente apoyándole el caño de su pistola en la espalda, bien disimulaba bajo su piloto militar.
Lo primero que el “agente de policía” y la mujer de cabellos rubios notaron fue la cara de desconcierto de Aramburu. “Seguramente no entendía nada. Debió creer que alguien se adelantaba al golpe que había planeado, porque todavía no dudaba que sus captores eran militares”2.
Cuando lo subieron al Peugeot, la extraña mujer rubia cruzó velozmente la calle y una vez dentro de la pick-up, partieron ambos vehículos, para doblar hacia la derecha y tomar luego por Rodríguez Peña, que en aquellos días corría hacia el bajo. El teniente general Pedro Eugenio Aramburu había sido secuestrado.


A los subversivos, planificar el operativo les llevó  más de un año. Eran todos peronistas de extrema izquierda, uno de los tantos desatinos políticos que solo en la Argentina suelen darse, provenientes la mayoría del Comando Camilo Torres, organizado por el ex seminarista Juan García Elorrio, director de la revista “Cristianismo y Revolución”, muerto en el mes de enero, en un accidente automovilístico3.
Eran los fundadores de una flamante organización que en esos días apenas contaba con doce militantes, diez de los cuales, tomaban parte en el operativo. Su jefe y organizador, Fernando Luis Abal Medina, era un activista católico, ávido lector de León Bloy, estrechamente vinculado al polémico padre Carlos Mugica y Juan García Elorrio; su segundo, Emilio Maza, el cordobés de 27 que lucía uniforme de capitán, estudiaba Medicina en su ciudad natal, en tiempos del peronismo había integrado la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) y era un activo dirigente universitario.
Juan García Elorrio
Mario Eduardo Firmenich, el “agente de policía”, tenía 23 años, ex integrante de la Juventud Estudiantil Católica (JEC), también era discípulo del padre Mugica, a quien tenía por guía espiritual.
Esther Norma Arrostito era la mayor del grupo; porteña, como Abal Medina y Firmenich, había nacido el 17 de enero de 1940, era maestra y al menos hasta 1964 se había desempeñado como secretaria de un jardín de infantes. Después de militar en la Federación Juvenil Comunista de la Argentina, en 1965 fue captada por Acción Revolucionaria Comunista, la agrupación que lideraban John William Cooke y su esposa Alicia Eguren, donde conoció a Rubén Ricardo Roitvan, con quien contrajo matrimonio aunque menos de tres años después, se separó. Ella y la “Negra” Amanda Peralta, la mencionada guerrillera de Taco Ralo, tomaron parte activa en la huelga portuaria de 1966 y tras ser arrestadas ambas, fueron enviadas a prisión. En la cárcel conoció a Fernando Abal Medina y al cabo de un tiempo, se fue a vivir con él pese a que el muchacho era siete años menor que ella4. En compañía de su ex marido y Emilio Maza, viajaron ambos a Cuba, con el objeto de tomar entrenamiento en guerrilla urbana y a su regreso, organizaron el grupo con el que comenzaron a planear el golpe.
Carlos Gustavo Ramus también nació en Buenos Aires, el 5 de noviembre de 1947, por lo que, al momento de llevar a cabo la acción tenía 22 años. Vivía junto a sus padres en un departamento del barrio de Caballito y como Firmenich y Abal Medina, integró la rama estudiantil de la Acción Católica Argentina, haciendo trabajo social en las villas de emergencia y participando de los campamentos organizados por el padre Mugica en diferentes puntos del país. Tras su ingreso en la carrera de Economía, comenzó a militar activamente en el Movimiento Popular Universitario y estuvo con Arrostito y la “Negra” Peralta en la acción de apoyo a los huelguistas portuarios.
Carlos Raúl Capuano Martínez era el más joven del grupo. Había nacido en Buenos Aires, el 3 de abril de 1949 pero cuando era niño, la familia se radicó en Córdoba; en 1967 ingresó en la Facultad de Arquitectura de la antigua universidad provincial5 y casi enseguida se incorporó a la JEC, en la que también militaban el mencionado Emilio Maza, Ignacio Vélez y su esposa, Cristina Liprandi, con quienes se acercó a Juan García Elorrio, mentor la lucha armada.
A excepción de Norma Arrostito, que era hija de un plomero, pertenecían todos a familias de la alta burguesía, ese estrato social que comprende la clase media alta y el nivel inferior de la aristocracia, el mismo al que pertenecía Perón. Abal Medina, Firmenich y Ramus eran ex alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires; Maza había sido cadete del Liceo Militar y Capuano Martínez, egresado del prestigioso Colegio Monserrat de Córdoba.
La planificación de lo que fue denominada Operación Pindapoy comenzó a comienzos de 1969, con la idea de hacer justicia popular, más precisamente, vengar los fusilamientos del mes de junio de 1956 y recuperar el cadáver de Eva Perón, que la Revolución Libertadora había hecho desaparecer el año anterior. La idea consistía en secuestrar y ejecutar al alto oficial del ejército y dar a conocer la existencia del grupo.
Recién a finales de año las condiciones estuvieron dadas para comenzar el operativo y además era imperioso actuar rápido porque los militares, entre cuyos cabecillas se encontraba el mismo Aramburu, pensaban dar un golpe de Estado y derrocar a Onganía.
Decididos a jugarse la vida, los doce integrantes del grupo operativo comenzaron la planificación y de esa manera, a través de la guía telefónica y los diarios, obtuvieron direcciones, nombres, imágenes y movimientos. Para ello acudieron a las hemerotecas y los diarios “La Prensa” y “La Nación” y tras recabar abundante información, prosiguieron con el reconocimiento del terreno, algunas veces en auto, otras a pie.
El edificio donde vivía Aramburu se hallaba a mitad de cuadra, sobre la vereda sur, pasando una galería si se venía caminando desde Santa Fe hacia Charcas. Justo en frente estaba el Colegio Champagnat cuya biblioteca, en el primer piso, daba frente a la puerta.

Pero dedicamos el máximo esfuerzo al fichaje extremo. El edificio donde él vivía está frente al colegio Champagnat, y averiguamos que en el primer piso había una sala de lectura o una biblioteca. Entonces nos colamos, íbamos a leer ahí. El que inauguro el método fue Fernando, que era bastante desfachatado. Más que leer, mirábamos por la ventana. Nos quedábamos por períodos cortos, media hora, una hora. Nunca nadie nos preguntó nada.

Desde la sala de lectura del Champagnat, los subversivos estudiaron detenidamente el área y sus movimientos. Así fue como lo vieron por primera vez, de cerca, al salir del edificio para dar su acostumbrada caminata matinal o asistir a misa en las Esclavas.

Allí lo vimos por primera vez, de cerca. Solía salir alrededor de las once de la mañana, a veces antes, a veces después, a veces no salía. Lo vimos tres veces desde el Champagnat.
Después fichamos desde la esquina de Santa Fe, en forma rotativa. Llegamos a hacer relevos cada cinco minutos. Teníamos que hacer así porque en esa esquina había un cabo de consigna, uno rubio, gordito, y no queríamos llamar la atención.

El estudio de la situación decidió al grupo a descartar el plan original. No era conveniente secuestrarlo en la calle, porque eso podía llamar la atención y además, había siempre un suboficial de policía en la esquina de Av. Santa Fe y Montevideo y eso ponía en juego la operación. Por esa razón, tras mucho deliberar, optaron por sacarlo de su casa, disfrazados de militares.
En los días que siguieron, Maza y otro integrante de la célula, que había estado en el Liceo Militar con él, se dedicaron a enseñarle a Abal Medina la forma de moverse. “Al Gordo Maza incluso le gustaba. Era bastante milico y le empezó a enseñar a Fernando los movimientos y las órdenes –explica Firmenich en la edición Nº 9 de "La Causa Peronista"- Ensayábamos juntos”.
La planificación de pergeñó en la casa operativa que Firmenich y Capuano Martínez alquilaban en Munro; allí incluso pintaron con aerosol la pick-up Chevrolet, utilizando guantes para no dejar huellas.

…hacíamos todo con guantes, para no dejar impresiones digitales. No sabíamos mucho sobre el asunto pero por las dudas no dejábamos huellas ni en ios vasos, y en las prácticas llegamos a limpiar munición por munición con un trapo.

En la de Bucarelli y Ballivián (barrio de Villa Urquiza), donde convivían Abal Medina y Arrostito, funcionaba el laboratorio fotográfico y se efectuaban los contactos telefónicos. Desde allí llamó el primero, la noche del 28 de mayo, para corroborar si Aramburu se encontraba en su casa. El general lo atendió de muy mala manera.

-¡Estas no son horas de llamar, señor!- le gritó. Y enseguida cortó.

La indumentaria militar la consiguieron en Isola, conocida sastrería de Avenida de Mayo, contigua a Casa Muñoz6, donde haciéndose pasar por boys-scouts, adquirieron gorras, insignias, chaquetas, pantalones, medias y corbatas; el uniforme de capitán se los regaló un oficial peronista que simpatizaba con ellos -ignoraba sus planes- y Norma Arrostito hizo de costurera, adaptando la indumentaria al talle de sus compañeros.

Tuve que hacer de costurera, amoldárselo al cuerpo. La gorra la tiramos —era un gorrón, le bailaba en la cabeza— pero usamos la chaquetilla y las insignias.

Algo que vino a favorecer los planes del grupo fue que Aramburu no disponía de custodia pues el ministro del Interior Francisco Imaz, se la había retirado al considerar que la misma no era necesaria7. Uno de los integrantes del comando, posiblemente Maguid, sugirió ir a ofrecérsela y todos estuvieron de acuerdo por considerar que era la excusa perfecta para acercarse al objetivo. 

Era un problema. Pensamos cortar la calle con uno de esos letreros que dicen “En reparación”, “Hombres trabajando”, pero lo descartamos.
Después nos fijamos que el garage del Champagnat daba justo frente a la puerta del edificio, y que en dirección a Charcas había otro garage, y que ahí el pavimento no estaba roto. Entonces la contención iba a estar ahí: un coche sobre la vereda del Champagnat, el otro en el garage.

La mañana del 29 de mayo, primer aniversario del Córdobazo y 160º aniversario del Ejército Argentino, el grupo se puso en movimiento. Salieron de Villa Urquiza y abordaron los cinco vehículos que iban a utilizar durante el operartivo, los dos principales y otros tres de recambio: el Renault 4L blando de Norma Arrostito, que un compañero debía conducir hasta Pampa y Av. Figueroa Alcorta, con instrucciones de esperar allí con el motor en marcha; una pick-up Jeep Gladiator 380 y el taxi Ford Falcon que otros dos efectivos condujeron hasta una cortada próxima al Aeroparque. Allí dejaron al primero cerrado con llave, en tanto uno de ellos aguardaba la llegada del grupo con el prisionero, dentro de la camioneta. El Peugeot 404 y la pick-up Chevrolet doblaron por Charcas, dejando a si izquierda el Palacio Pizzurno8 y volvieron a girar por Rodríguez Peña en dirección a la Av. Libertador. Al llegar a Santa Fe, giraron hacia el norte y dos cuadras después tomaron por Av. Callao hacia el bajo.
Antes de llegar a la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, se desviaron por una calle y en cercanías de las vías del Ferrocarril General Bartolomé Mitre, se detuvieron para hacer el primer recambio. Capuano Martínez, Arrostito y el otro combatiente bajaron a Aramburu y lo condujeron a la parte posterior de la pick-up donde se encontraban Firmenich con su uniforme de policía y el cuadro hombre, disfrazado de sacerdote. El general se sorprendió al verlos pero no dijo nada; se sentó sobre la rueda de auxilio y se limitó a esperar. Firmenich lo tomó por la muñeca y al notarla floja se sintió aliviado; llevaba consigo un cuchillo de combate con el que debía ejecutar a la víctima, en caso de que ofreciera algún tipo de resistencia o ser descubiertos por las autoridades, aún a costa de su propia vida.
Cabecillas del grupo terrorista

Reanudaron la marcha y al llegar a la intersección de Pampa y Figueroa Alcorta, volvieron a detenerse. El “Gordo” Maza, Norma Arrostito y el compañero disfrazado de cura bajaron del vehículo con los bolsos donde escondían la ropa y las armas y se alejaron en el Renault blanco que aguardaba estacionado. Una vez en la casa de Villa Urquiza, debían redactar el primer comunicado de la organización.
Ramus y Capuano Martínez permanecieron en la pick-up, el primero al volante, en tanto Abal Medina, Firmenich y el otro subversivo lo hacían en la parte de atrás, junto a Aramburu. Así siguieron hasta la cortada donde se encontraban el taxi y la otra camioneta, para hacer el tercer recambio. Capuano Martínez abordó el primero y el resto subió a la Gladiator, donde esperaba el compañero que guardia desde hacía varias horas.
La caja de la camioneta estaba cubierta por un toldo en cuyo interior había varios fardos de pasto, entre los cuales acomodaron dos de ellos con el prisionero.
Ramus se hizo cargo del volante, Firmenich, siempre luciendo el uniforme, se ubicó a su lado y así continuaron hasta la Av. Gral. Paz9, subiendo a ella por uno de los puentes, para continuar hacia el sudoeste, en dirección al Riachuelo. Ambos vehículos, taxi y pick-up se comunicaban a través de sendos walkie-talkies, lo mismo desde la cabina con la parte posterior.
La ruta hasta Timote la habían estudiado muy bien y eso les permitió eludir controles y lugares poblados.
Bajaron por Av. Gaona, para atravesar el oeste del Gran Buenos Aires y menos de una hora después, se desplazaban a campo abierto.
Timote es una pequeña localidad del partido de Carlos Tejedor, en plena llanura pampeana, distante a 431 kilómetros de Buenos Aires; un típico pueblo de campo de escasos 500 habitantes, rodeado de tierras fértiles dedicas a la crianza y el cultivo. El de la familia Ramus, “La Celma”, era uno de ellos y hacia allí se dirigían los secuestradores, sin detenerse en ningún punto, salvo si la situación lo exigía.

En toda mi vida operativa no recuerdo una vía de escape más sencilla que esta. Fue un paseo. El único punto que nos preocupaba era la Gral. Paz, pero la pasamos sin problemas: no estaba tan controlada como ahora. Salimos por Gaona, y a partir de ahí empezamos a tomar caminos de tierra dentro de la ruta que habíamos diseñado. El río Lujan lo cruzamos por un viejo puente de madera, entre Lujan y Pilar, por donde no pasa nadie. Si la alarma se hubiera dado en seguida, creo que igual nos hubiéramos escapado, porque la ruta era perfecta. Tardamos ocho horas en hacer un camino que puede hacerse en cuatro, pero no entramos en ningún poblado ni nos detuvimos a comer o cargar nafta. Para eso estaba el taxi, legal, que traía las provisiones.

Aramburu no pronunció palabra en todo el trayecto y es de suponer que a esa altura sabía que era víctima de un secuestro. Recién lo hizo en el único alto en el camino, cuando sus captores buscaban un bidón con nafta.

-Aquí está –dijo indicándoles el lugar.

Llegaron a destino entre las 17:30 y las 18:00. Desde hacía al menos cinco horas, las radios y noticieros de todo el país daban cuenta de que el ex presidente de facto había sido secuestrado y se adivinaba gran revuelo a nivel gubernamental.
Los vehículos se detuvieron frente al acceso de la propiedad; Ramus y Firmenich descendieron, cruzaron un par de palabras con Capuano Martínez en el taxi y de acuerdo a lo planeado, este giró y emprendió el regreso a Buenos Aires.
Ramus abrió la tranquera y condujo la camioneta hasta el edificio principal.
Lo primero que hizo, ni bien apagó el motor, fue “atajar” al capataz, el vasco Acébal, cuya vivienda se encontraba a metros de la casa. Se lo llevó a un costado para darle un par de indicaciones y eso dio tiempo a sus compañeros de sacar al militar e introducirlo en la vivienda. Una vez dentro, lo llevaron hasta una habitación y ahí lo dejaron, sentado sobre una de las camas, confundido y desorientado.
Ramus no tomó parte en el juicio porque, como explica Firmenich, estuvo yendo y viniendo a Buenos Aires, permanentemente. Esa misma noche, comenzó el proceso.

-General Aramburu, usted está detenido por una organización revolucionaria peronista, que lo va a someter a juicio revolucionario – le dijo Abal Medina.

-Bueno – respondió imperturbable.

A los secuestradores les llamó la atención su actitud serena e imperturbable; como explica Firmenich durante en su relato, si demostraba nerviosismo se dominaba.
Abal Medina se retiró y al cabo de unos minutos, regresó con una cámara fotográfica para tomar imágenes del “reo”, pero la misma se trabó y no fue posible hacerlo.
Los subversivos colocaron un grabador sobre la cama y ahí mismo iniciaron el interrogatorio, proceso lento y fatigoso pues no querían presionar al acusado y mucho menos intimidarlo. Y así comenzaron las preguntas.
“No sé”, “de eso no me acuerdo”, “tendría que hacer memoria” eran las respuestas, prueba evidente de que estaba evitando responder.
El primer cargo que le hicieron fueron los fusilamientos del general Valle y el resto de los alzados (de los muertos durante el bombardeo a Buenos Aires, el 16 de junio de 1955 y las acciones armadas que tuvieron lugar en septiembre no hicieron referencia). Aramburu intentó negar su participación, argumentando que en esos momentos se encontraba de viaje en Rosario pero cuando le leyeron “sílaba a sílaba” los decretos Nº 10.363 y 10.364 de la Revolución Libertadora y le mostraron su firma, se quedó sin argumentos, lo mismo al escuchar las crónicas de los fusilamientos de civiles en José León Suárez y Lanús.

-Y bueno, nosotros hicimos una revolución, y cualquier revolución fusila a los contrarrevolucionarios – alcanzó a decir.

Luego le leyeron la conferencia de prensa en la que el Almirante Rojas, su vicepresidente, acusó a Valle y los suyos de marxistas y amorales y entonces sí respondió con contundencia:

-¡Pero yo no he dicho eso!

-¿Estuvo de acuerdo con eso? – le preguntaron.

-No

-¿Estaría dispuesto a firmar eso?

Al escuchar la pregunta, el rostro de Aramburu pareció relajarse porque creyó que con eso finalizaba todo.

-Si era por esto, me lo hubieran pedido en mi casa.

Le extendieron una nota escrita con la declaración y tomando la lapicera, procedió a firmarla10.
Si Aramburu pensó en algún momento que ahí terminaba la cosa, se equivocó completamente; sus captores pasaron al segundo punto, preguntándole sobre el golpe militar que preparaba junto a altos oficiales de las tres armas para derrocar a Onganía.

-Tenemos pruebas de ello – le dijo Abal Medina.

Pero él lo negó. Cuando le mencionaron a un general en actividad con el que se veía a menudo (posiblemente Lanusse), respondió que sólo era un amigo y no dijo nada más
Recién cuando los secuestradores apagaban el grabador se avenía a explicar algunas cosas.

…apenas se apagaba el grabador compartiendo con nosotros una comida o un descanso, admitía que la situación del régimen no daba para más, y que sólo un gobierno de transición -para el que él se consideraba capacitado para ejercer- podía salvar la situación. Su proyecto era, en definitiva, el proyecto del GAN, que luego impulsaría Lanusse: la integración pacifica del peronismo a los designios de las clases dominantes.

Agotado ese punto, la “corte” pasó a un cuarto intermedio hasta el día siguiente.
El 31 de mayo por la mañana reanudaron el interrogatorio. Aramburu palideció cuando sus captores le preguntaron por el cadáver de Evita pero se mantuvo firme, sin demostrar otras sensaciones.

-Usted secuestró el cadáver de Eva Perón.

El alto oficial no respondió pero por medio de gestos, solicitó que apagasen el grabador.
Así lo hizo Abal Medina y entonces explicó que de eso no podía decir nada porque cuestiones de principios se lo impedían.

-Sobre ese tema no puedo hablar por un problema de honor –dijo-. Lo único que puedo asegurarles es que ella tiene cristiana sepultura.

Los “jueces” insistieron, ansiosos por saber que había sido del cuerpo, pero Aramburu se mantuvo en la suya.

-No lo recuerdo, pero me comprometo a hacer aparecer el cadáver en el momento oportuno, bajo palabra de honor.

Volvieron a insistir pues era imperioso para ellos saber donde se encontraba Evita pero el general siguió sin responder.

-Tendría que hacer memoria – respondió.

-Bueno, haga memoria – le dijeron.

Pero no hubo caso. Continuó eludiendo la pregunta y respondiendo banalidades.
Entre recesos y evasivas, comenzó a obscurecer. Los secuestradores llevaron a Aramburu a otra habitación y a solicitud suya, le dieron lápiz y papel. Escribió hasta la hora de la cena y luego se acostó a dormir mientras ellos montaban una suerte de vigilia, turnándose para descansar.
A la mañana siguiente el cautivo solicitó ir al baño. El tercer subversivo fue quien lo condujo y eso permitió a sus compañeros ojear los papeles que había descartado, haciendo con ellos varios bollos: habían sido redactados con manos temblorosas, prueba fehaciente de la tensión que estaba experimentando.
Casco de la estancia "La Celma" de la familia Ramus en Timote
Allí fue ejecutado Aramburu

De regreso en la habitación, el “tribunal” reanudó el interrogatorio, esta vez sin grabador. Y así les contó, con mucho esfuerzo por parte de los captores, que el cadáver de Eva se encontraba enterrado en un cementerio de Roma, con un nombre falso, custodiado por el Vaticano. La documentación relacionada con su secuestro y escondite se hallaba depositada en una caja de seguridad del Banco Central a nombre del coronel Héctor Cabanillas y terminó diciendo que eso era todo lo que podía decir, porque cuestiones de honor le impedían seguir hablando11.
En horas de la noche, el “tribunal” se retiró a deliberar, dejando al prisionero atado a la cama. Cuando regresaron para despertarlo, era de madrugada.

-General –le dijo Abal Medina-, el Tribunal lo ha sentenciado a la pena de muerte. Va a ser ejecutado en media hora.

Aramburu permaneció quieto y luego intentó conmover a sus verdugos. Les habló de la gravedad de lo que estaban por hacer, les dijo que eran muchachos jóvenes con toda una vida por delante y que la iban a arruinar, pero nada de eso funcionó. Al cabo de media hora lo desataron, lo sentaron en la cama y le amarraron las manos por la espalda. Pidió entonces que le ataran los cordones de los zapatos y así lo hicieron.

-¿Me puedo afeitar? – preguntó.

-No tenemos los utensilios – le contestaron y luego lo sacaron por un pasillo interno, en dirección a una puerta que se recortaba al fondo.

-Necesito un confesor – dijo mientras lo llevaban.

-No podemos traerlo, las rutas están controladas.

-Si no pueden traer un confesor, ¿cómo van a sacar el cadáver?

No le contestaron.

-¿Qué va a pasar con mi familia? –preguntó.

-No se preocupe por eso, no tenemos nada contra ella; le entregaremos sus pertenencias.

Al llegar al final del corredor Aramburu pudo ver que de la puerta partía una escalera hacia abajo.

-Ah, me van a matar en el sótano.

Los asesinos tampoco respondieron. Bajaron la escalera con Firmenich adelante porque la misma se bamboleaba y condujeron al prisionero hasta la pared del fondo.

El sótano era tan viejo como la casa, tenia setenta años. Lo habíamos usado la primera vez en febrero del 69, para enterrar los fusiles expropiados en el Tiro Federal de Córdoba. La escalera se bamboleaba. Tuve que adelantarme para ayudar su descenso.

Una vez abajo, le cubrieron a Aramburu la boca con un pañuelo y lo colocaron contra la pared.

-General –dijo Abal Medina-, vamos a proceder.

-Proceda – fue la respuesta.

En su condición de jefe, Abal Medida tomó la responsabilidad de llevar a cabo la ejecución; mandó a Firmenich arriba para que golpease con una llave inglesa sobre una morsa y así disimular el sonido de los disparos y con el otro subversivo como testigo, alzó su pistola 9 mm, apuntó directamente al pecho del condenado y disparó.
Aramburu cayó pesadamente y quedó tendido de costado; inmediatamente después, su verdugo se le acercó y le descerrajó el tiro de gracia, seguido por el otro subversivo, que hizo lo propio con su pistola 45. Luego llamaron a Firmenich y entre los tres comenzaron a cavar, cubriendo previamente el cuerpo con una manta.
Al revisar sus bolsillos, descubrieron los trozos de papel en los que había estado escribiendo la noche del 31, volcando sus impresiones.

Empezaba con un relato de su secuestro y terminaba con una exposición de su proyecto político. Describía a sus secuestradores como jóvenes peronistas bien intencionados pero equivocados. Eso confirmaba a su juicio, que si el país no tenía una salida institucional, el peronismo en pleno se volcaría a la lucha armada. La salida de Aramburu era una réplica exacta del GAN de Lanusse. Este manuscrito y el otro en que Aramburu negaba haber difamado a Valle, fueron capturados por la policía en el allanamiento a una quinta en González Catán. El gobierno de Lanusse no los dio a publicidad.

Una vez terminado el pozo, tomaron el cadáver entre los tres y con mucho cuidado lo depositaron en su interior; acto seguido le arrojaron unas cuantas paladas de cal, lo cubrieron nuevamente con la manta y procedieron enterrarlo.
La organización terrorista Montoneros había entrado en escena.
Imágenes

Cuatro años después, Firmenich y Arrostito
narran los hechos



Comunicado de Montoneros dando cuenta de la ejecución


Montevideo 1053, acceso al edificio
donde vivía el general Aramburu. En
este punto dio comienzo la guerra
subversiva en la Argentina
(Fotografía del autor)


Frente del Colegio Champagnat. Desde la biblioteca, ubicada en el primer piso,
los subversivos hicieron tareas de inteligencia, estudiando los movimientos
del general Aramburu

(Fotografía del autor)

Casco de "La Celma" varios años después. En la actualidad  buena parte se 
halla derruido pese a que los habitantes de Timote solicitaron hacer de él un
museo de la memoria

Pasillo interior de la vivienda 



El sótano donde Aramburu fue ajusticiado




La búsqueda de los asesinos




El país vive horas de incertidumbre
por la suerte del ex presidente 




La angustia de un hijo
(Imagen: revista "Ahora")




Onganía impone la pena máxima a nivel nacional




Titulares diario "El Litoral"de Santa Fe
Notas
1 Hoy Marcelo T. de Alvear.
2 El relato y los diálogos fueron extraídos de “Como murió Aramburu”, donde Firmenich y Norma Arrostito relatan el operativo, “La Causa Peronista” Año I, Nº 9, martes 3 de septiembre de 1974.
3 Ex seminarista, partidario de la Teología de la Liberación, fue un ferviente admirador del sacerdote tercermundista colombiano Camilo Torres, cuyo ideal abrazó con convicción. Intentando ponerlo en práctica, organizó un comité revolucionario al que bautizó con su nombre, destinado a captar jóvenes militantes para inducirlos a la lucha armada pues entendía que esa era la única vía para alcanzar la liberación. Durante su paso por el Seminario de San Isidro, intentó fundar un instituto de teología para laicos. Fue secretario de Bienestar Social de Marcos Paz (ciudad natal del general Onganía), donde promovió el trabajo comunitario en los barrios carenciados. Intentando reconciliar el marxismo con la Iglesia Católica, fundó la revista “Cristianismo y Revolución”, de la que fue director, así como el periódico “Che Compañero” desde donde alentó la formación de Comandos Peronistas de Liberación en todo el país. El 1 de Mayo de ese año interrumpió una misa del Cardenal Caggiano en la Catedral Metropolitana, para lanzar una consigna política, causando gran revuelo en la feligresía nacional. Murió en el mes de enero de 1970 al ser atropellado por un automóvil; en marzo de ese año, le llegó una carta de Perón. Como siempre sucede en esos casos, se insinúa sin ningún fundamento que el accidente pudo haber sido intencional y hasta que la CIA estuvo implicada en él.
4 Hasta ese momento, había vivido junto a su hermana Nora y su cuñado Carlos Alberto Maguid, co-fundadores ambos de la agrupación.
5 La universidad de Córdoba es la más antigua de la Argentina y la cuarta del continente. Fundada por los jesuitas en 1613, el 8 de agosto de 1621 el Papa Gregorio XV le confirió la facultad de otorgar títulos y dictar cursos superiores. La Universidad de Charcas es posterior ya que fue fundada por la Compañía de Jesús, en 1624.
6 Célebre sastrería de Buenos Aires.
7 Fue una de los tantos detalles que generó la infundada versión de que a Aramburu lo secuestró y asesinó el gobierno militar.
8 Sede del Ministerio de Educación de la Nación.
9 Avenida de circunvalación, límite de la Capital Federal.
10 Fue la nota que la organización envió oportunamente a los diarios.
11 En realidad, el cadáver de Evita se encontraba enterrado en la parcela Nº 86 del cementerio Mussocco de Milán, bajo el nombre de María Maggi de Magistris.

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