LOS SUCESOS DE 1969
29 de mayo de 1969. Arden las calles de Córdoba |
En
1969 se produjeron una serie de hechos que preanunciaron el fin del régimen
gobernante.
Desde
1966 regía los destinos del país el teniente general Juan Carlos Onganía,
cabeza del movimiento denominado “Revolución Argentina, que había derrocado al
presidente Arturo Illia.
No
hay historiador argentino, sobre todo a partir de 1983, que no se rasgue las
vestiduras con el mentado derrocamiento, remarcando una y otra vez que un nuevo
golpe de Estado había derrocado a un gobierno constitucional para instaurar una
dictadura castrense, autoritaria y represiva. La realidad, si se la analiza a
fondo, es más compleja.
El
gobierno de Illia tampoco era legítimo dado que llegó al poder con el peronismo
proscripto, obteniendo tan solo el 25% de los votos, es decir, como la mayor
minoría.
En lugar de haber llamado a elecciones, como debería haber hecho un
verdadero presidente democrático, adoptó ua serie de medidas contrarias a un
estado de derecho; mantuvo la prescripción del justicialismo, impidió la
llegada de su líder y hasta le pidió al régimen militar de Brasil que impidiera
la partida de su avión con destino a Buenos Aires; rechazó los reclamos
gremiales destinados a esclarecer la muerte del obrero metalúrgico Felipe
Vallese, militante de la JP, secuestrado y desaparecido en tiempos de su
predecesor, el Dr. José María Guido; censuró al reconocido cantante, actor y
director Hugo del Carril por su conocida militancia peronista, impidiéndole
formar parte de la delegación argentina que viajó al Festival de Cine en
Acapulco (1964); impuso sanciones a líderes sindicales, reprimió actos
peronistas, le quitó la personería jurídica a varios sindicatos y prohibió sus
actividades políticas. Por consiguiente, muy legítimo no era el gobierno de
Illia; mucho menos que el de Frondizi pues, al menos, había llegado al gobierno
con el voto peronista, por indicación expresa de su líder.
Los
tendenciosos historiadores argentinos suelen referir los aspectos negativos del
régimen de Onganía y omitir los positivos, entre los primeros la desactivación
de la Comisión del Salario Mínimo, Vital y Móvil, el congelamiento de una parte
de las remuneraciones, el arbitraje obligatorio en los conflictos laborales, la
sanción de la ley de represión automática para huelgas y conflictos sindicales,
la intervención de sindicatos, la suspensión de las personerías gremiales de
otros (algo que también había hecho Illia), la modificación de la Ley de
Indemnizaciones por Despidos, el aumento de la edad para la jubilación, la
aplicación de la denominada Ley de Represión del Comunismo, la persecución de
militantes políticos de izquierda y justicialistas, la disolución de los
partidos políticos y la intervención de las universidades, machacando una y
otra ves con la Noche de los Bastones Largos, donde fueron desalojados de
manera violenta, estudiantes, profesores y directivos militantes. También
insisten tenazmente con la supuesta “fuga de cerebros”, una frase hecha que la
gente repite como autómata pero a la hora de dar el nombre de uno de esos
“cerebros”, no pueden responder. Por el contrario, es fácil detectar los
cerebros que se quedaron en el país y continuaron trabajando en él, uno de ellos
el Dr. Luis Federico Leloir, Premio Nobel de Química en 1970, los ingenieros
Teófilo M. Tabanera y Aldo Zeoli, impulsores de la carrera espacial argentina y
el químico-matemático comunista Oscar Varsavsky, quien justamente regresó al
país durante el gobierno militar para hacerse cargo del Centro de Planificación
Matemática (1968).
Tte. Gral. Juan Carlos Onganía |
Como
nuestro interés es pura y exclusivamente histórico, dejamos a un lado la
retórica y las tendencias para decir que tras las duras medidas iniciales, el
“Onganiato” logró una estabilidad pocas veces lograda en la historia nacional.
La deuda externa era mínima y apenas se movió dentro de los índices normales1,
la deserción escolar fue casi nula, al igual que el desempleo; el dólar se
mantuvo estable durante los cuatro años que duró el gobierno, las exportaciones
crecieron, los precios se estabilizaron y eso posibilitó la sana competencia.
Por otra parte, el PBI creció un 5%, la inflación se mantuvo por debajo del 8%
y la balanza de pagos obtuvo un superávit de u$s 200.000.000 (doscientos
millones de dólares). Las tarifas de los servicios públicos fueron congeladas y
se creó el CONADE (Consejo Nacional de Desarrollo), destinado a fomentar el
desarrollo integral del país, promoviendo la producción del sector privado con
la elaboración y exportación de manufacturas.
Esa
estabilidad fue la que permitió a la clase trabajadora adquirir viviendas en
cuotas y pagarlas con tanta facilidad que al final, las últimas obligaciones
terminaban costando “menos que un paquete de cigarrillos", según el decir
de la época. De esa manera, la clase proletaria tuvo también acceso a los
automotores, préstamos, electrodomésticos, salud, vacaciones y otros beneficios
como no se veía desde los tiempos de Perón, aunque mucho menos publicitados.
Además, por más autoritarismo, prohibiciones y censura que hubiera, en esos
años no hubo muertos ni desaparecidos, como se ha intentado hacer creer y si
hubo represión, fue igual a la que hemos podido ver en los tiempos de
democracia, tanto entre 1973 y 1976 como desde 1983 en adelante.
En
el campo tecnológico y científico, el impulso que el régimen imprimió a la
Nación fue considerable. En el mes de diciembre de 1967, quedó inaugurado el Reactor de
Investigación y Producción RA-3 en Atucha; al año siguiente se inició la construcción de la
Gran Central Nuclear Atucha I y casi al mismo tiempo, dieron comienzo las obras
del complejo hidroeléctrico El Chocón-Cerros Colorados, el gran puente
Zárate-Brazo Largo, la Represa Hidroeléctrica El Nihuil II en Mendoza, la
Estación Terrena Satelital de Balcarce y el Túnel Subfluvial que une Santa Fe
con Paraná.
En tiempos de Onganía se construyeron miles de kilómetros de
carreteras, puentes, diques y represas, se mejoraron los accesos a la Capital
Federal y las principales ciudades del país, se hicieron inversiones para
modernizar el servicio ferroviario (vías, señales, reemplazo de vagones y
antiguas locomotoras por las versátiles y mucho más dinámicas Fiat a fueloil) y
se iniciaron los estudios para la construcción del puente Gualeguaychú-Fray
Bentos y la central Yaciretá-Apipé.
En la Fábrica Militar de Aviones de Córdoba, se desarrollaron
importantes emprendimientos como el avión de combate IA-58 Pucará, cuyo primer
vuelo se efectuó en 1969 y en materia misilística y espacial se obtuvieron
relevantes logros, colocando al país entre las seis únicas naciones
comprometidas con la exploración del Espacio exterior y las tres que efectuaron
lanzamientos desde el continente antártico2.
Los
detractores del régimen de Onganía sostienen que los hechos que se produjeron
en Córdoba a fines de mayo de 1969 se debieron a su rígida dictadura
personalista así como a la persecución política, el autoritarismo, la censura y
la represión y agregan que eso provocó la tensión social y el malestar que
derivarían en el “Cordobazo”, el “Rosariazo” y el “Tucumanazo”, forzando su
caída y con ello, la salida electoral.
En
realidad, el Cordobazo no provocó ni la caída del régimen militar ni el llamado
a elecciones. De haber sido así, el general Roberto Marcelo Levingston, sucesor
de Onganía, habría desempolvado las urnas y propiciado la apertura democrática
pero eso no estaba en los planes del general Alejandro Agustín Lanusse, quien
solo tenía en mente hacerse del poder.
Se
trata de otra de las tantas falacias que se han enraizado en la historia argentina,
desdibujando los hechos y adaptándolos al discurso de turno.
El Cordobazo fue una movida más de la
resistencia peronista, a la que adhirieron los sindicatos y partidos de
izquierda, que en definitiva se ocuparon de movilizar a los trabajadores y el
estudiantado. Lanusse los dejó hacer y de ello sacó rédito, colocando primero a
Levingston para luego ocupar la presidencia.
Todo comenzó en el mes de mayo, cuando la
tensión social alcanzó su clímax. Los estudiantes se habían hecho fuertes en
las universidades y los marxistas SITRAC-SITRAM (Sindicatos de Trabajadores de
Concord y Materfer) que nucleaban a operarios y empleados de la FIAT, lanzaron
una serie de demandas entre las cuales destacaban la suspensión del pago de la
deuda externa y el paso de las fábricas a manos obreras. A esos reclamos le
siguieron otros, como el aumento
general del 40% en los salarios, la renovación de los convenios colectivos de
trabajo y el regreso al estado de derecho, con el restablecimiento de las
libertades democráticas y sindicales.
La tensión fue en aumento y así comenzaron a sucederse
los hechos. En marzo, los estudiantes dejaron de comprar los tickets de los
comedores que administraba la empresa privada del estanciero Guillermo Solaris
Ballesteros y ante el excesivo aumento a los que fueron sometidos reclamaron su
privatización al tiempo que grupos de activistas de la CGT regional abrían ollas
populares para suplirlos3.
El 15 de mayo 4000 personas, todos trabajadores y
estudiantes, recorrían las calles céntricas de Corrientes cuando, al chocar con
la policía, murió de un disparo el estudiante de medicina Juan José Cabral. Al
día siguiente, la CGT local llamó a un paro general y convocó al pueblo a una
nueva jornada de protesta.
El 17 de mayo de produjeron en Rosario nuevos hechos
de violencia que derivaron en la muerte del estudiante de 22 años Adolfo R.
Bello, alcanzado por una bala en la Galería Melipal. En respuesta, las
agrupaciones universitarias y los sindicatos llamaron a una marcha de silencio
para el día 21, la que alcanzó grandes proporciones y obligó el despliegue de
un fuerte dispositivo policial. Obreros, empleados y hasta estudiantes
secundarios caminaron codo a codo con la dirigencia y al llegar al centro,
chocaron con las fuerzas del orden. Se produjeron corridas y pedradas, se
encendieron fogatas, se levantaron barricadas y volcaron automóviles. La
policía llevó a cabo varios arrestos pero se vio desbordada por la situación,
agravada cuando un grupo de manifestantes copó la emisora LT8 y emitió una
proclama. Al momento de retirarse, se produjo un nuevo enfrentamiento con las
fuerzas del orden de resultas del cual, terminó muerto de un disparo en el
pecho Luis Norberto Blanco, estudiante secundario de 15 años de edad.
La tensión llegó a tales niveles, que el día 22 el
gobierno nacional declaró a la ciudad “zona de emergencia” y la puso bajo el
control del II Cuerpo de Ejército, lo que provocó un nuevo llamado a la huelga
para el día siguiente.
La situación de desborde alcanzó también las ciudades
de La Plata y Tucumán, donde se produjeron algunos choques y se detonaron
explosivos.
El miércoles 28 de mayo ya se percibía un clima enrarecido
en
Córdoba, de ahí el despliegue de fuerzas policiales
destinado a cubrir toda la ciudad, escenario de intensos combates durante la
Revolución de 1955.
Para entonces, Agustín Tosco, secretario general del
gremio Luz y Fuerza, Elpidio Torres, de SMATA (Sindicato de Mecánicos y Afines
al Trasporte Automotor) y Atilio López de UTA (Unión Tranviarios Automotor),
habían llamado a un paro general a partir de las 11 a.m. de ese día,
convocatoria que obreros y estudiantes respondieron masivamente.
Fue así como el 29 de mayo, numerosas columnas de
trabajadores, provenientes principalmente de las grandes plantas automotrices
de la periferia, comenzaron a avanzar hacia el centro de la ciudad, apoyados
por una multitud de estudiantes, la mayoría integrantes de agrupaciones como el
Movimiento de Orientación Reformista, el Movimiento Universitario de Reformismo
Auténtico y varias más de izquierda. La idea de desafiar al gobierno con una
gran movilización estaba dando resultados.
Agustín Tosco |
Algo más allá, en la intersección de esa
arteria con Rivadavia, comenzaron a concentrarse los metalúrgicos; en cercanías
del Correo lo hicieron los afiliados de Luz y Fuerza y por la calle Alvear se
desplazaban los obreros de la construcción, encabezados por la gente de
Movimiento de Recuperación, opuesta a su sindicato, que había decidido no
intervenir.
A todas esas columnas se les unieron
empleados de comercio, gráficos, postales y otros gremios como los trabajadores
del vidrio, muchos de ellos con sus líderes a la cabeza y esgrimiendo pancartas
alusivas.
Los primeros enfrentamientos tuvieron lugar
alrededor de las 12:00 en los puentes sobre el río Suquía (también llamado Río
Primero) y en la esquina de Jujuy y Colón, cuando la policía, al verse atacada
con palos, piedras, botellas y todo tipo de elementos, abrió fuego arrojando
gases lacrimógenos y disparando balas de goma. Los ánimos se enardecieron y de
esa manera, estallaron combates que se extendieron a lo largo de esa vía,
sucediéndose inconteniblemente hasta otros puntos de la ciudad, los más
violentos en Rioja y Gral. Paz
Ante las nuevas cargas policiales, los
manifestantes levantaron barricadas, cerraron las calles con alambres, esparcieron
trozos de vidrio sobre el pavimento y comenzaron a incendiar vehículos. Varios
comercios fueron destruidos y sobre la policía comenzaron a caer cócteles
molotov al tiempo que se detonaban explosivos.
A las 12.30 cayó muerto el obrero metalúrgico
Máximo Mena, operario de la planta IKA, que venía avanzando por la Ruta Nº 36,
junto a la columna del barrio Santa Isabel. Esa gente tuvo un primer
enfrentamiento con la policía sobre la Av. Vélez Sarsfield y luego de desbordar
a la misma, continuó hasta el edificio del Hogar Escuela “Pablo Pizzurno”,
donde volvió a chocar.
Como a esa hora la situación estaba fuera de
control, en la intersección de boulevard San Juan con la calle Arturo M. Bas,
las fuerzas de seguridad, al verse rodeadas, abrieron fuego con sus armas
reglamentarias, alcanzando a varios manifestantes, entre ellos Mena, que preció
instantáneamente.
Conocido el hecho, los choques y las
escaramuzas se convirtieron en enfrentamientos abiertos, incluso con armas de
fuego. Se incendiaron dependencias estatales y oficinas de entidades vinculadas
a capitales norteamericanos como Xerox, Tecnicor, Burroughs, el Ministerio de
Obras Públicas, el Círculo de Suboficiales, las oficinas de Gas del Estado, el
Banco del Interior y la sede del Jockey Club, que fue apedreada, así como
también comercios, locales y diferentes puestos, la Confitería Oriental entre
ellos.
En el Barrio Clínicas se produjeron los
primeros enfrentamientos armados, las casas de varios funcionarios fueron
tiroteadas y francotiradores apostados en techos, terrazas y balcones abrieron
fuego contra las fuerzas del orden.
Otras tres personas cayeron en las horas
siguientes y los heridos se empezaron a contar por decenas.
Cuando los incendios amenazaron los edificios
linderos, la gente llamó a los bomberos pero como los enfrentamientos y las
barricadas impedían la circulación, las autobombas se negaron a salir. Fue
necesario insistir y entonces los estudiantes, junto a algunos obreros,
treparon a ellos para abrir paso y evitar que fuesen atacados. Por las arterias
contiguas, las corridas se sucedían y también se levantaban barricadas y
cantones.
En medio del caos, las pedradas, las cargas
de la policía montada y los disparos, se produjeron los primeros saqueos,
provocados por delincuentes comunes, aumentando la preocupación de la población
que se mantenía encerrada en sus casas o en sus lugares de trabajo.
En otro punto de la ciudad, carros de asalto
policiales intentaron cortar el avance de la columna que avanzaba desde la
planta industrial Kaiser, pero debieron retirarse ante la embestida. Eso les
permitió a los trabajadores alanzar la Estación Terminal de Ómnibus y
enfrentarse a la Policía Montada, que también retrocedió disparando sus armas
de fuego.
Pasado el mediodía (14:30), las fuerzas del orden
comprendieron que habían sido rebasadas y agotadas sus cargas de gases
lacrimógenos y balas de goma, se retiraron a sus cuarteles, dejando a sus
espaldas unos pocos agentes aislados, quienes debieron recurrir a sus armas
para defenderse de los ataques. Jóvenes encapuchados o con pañuelos cubriendo
sus rostros, les devolvían las cargas de gas junto con palos, piedras, bulones
y botellas y envalentonados al verlos retroceder, corrían en busca de la
confrontación cuerpo a cuerpo.
Con la ciudad en manos de los manifestantes,
el gobernador Carlos J. Caballero llamó desesperado a la Capital Federal para
solicitar auxilio. El gobierno nacional respondió aplicando el toque de queda y
ordenando la movilización de todas las unidades militares pues para entonces, el total de las
comisarías se hallaban sitiadas y la policía sólo controlaba veinte cuadras en
torno a la Jefatura.
El Boulevard San Juan quedó en manos de los
huelguistas, lo mismo los barrios Güemes y Patricios, donde sus cabecillas
realizaron una asamblea popular.
A las 17:00 horas, tropas del III Cuerpo de
Ejército, reforzadas por la IV Brigada de Infantería Aerotransportada, la
Fuerza Aérea y la Gendarmería Nacional, entraron en la ciudad al mando de los
generales Eliodoro Sánchez Lehoz y Jorge Raúl Carcagno. Los vecinos de la
periferia vieron pasar largas columnas motorizadas, repletas de efectivos
armados, listos para entrar en acción ni bien se les impartiese la orden.
Ante semejante despliegue de fuerzas, los
manifestantes organizaron un sistema de comunicaciones y así se mantuvieron
informados a los distintos cantones, sobre lo que acaecida en los diferentes
puntos de la ciudad. Ahí fue cuando recrudeció la acción de los
francotiradores, intentando cubrir a su gente de las fuerzas militares.
Las tropas fueron recibidas con disparos,
pedradas, botellas, bulones (eran arrojados con hondas) y bombas molotov pero
ante su poder de fuego, a los manifestantes no les quedó más remedio que ceder
e iniciar el repliegue. Las ciento cincuenta manzanas céntricas que habían
ocupado comenzaron a ser evacuadas y las barricadas abandonadas mientras, los
francotiradores persistían en su intento de frenar el avance.
Los paracaidistas entraron por la Av. Colón
(16:15), reforzados por efectivos de los regimientos de Infantería 2 y 14, la Compañía de Arsenales
Nº 4 y el Batallón de Comunicaciones.
El Grupo de Artillería 141 lo hizo por José de la Quintana y las tropas de la
Fuerza Aérea en dirección a Nueva Córdoba.
“Soldado, hermano, no
tires”,
se leía en las paredes del Barrio Clínicas, pero las tropas comenzaron a
empujar a los huelguistas, expulsándolos de sus posiciones.
Infantería y paracaidistas concentraron el fuego sobre los nidos de francotiradores y de ese modo abatieron a un joven estudiante que se negaba obstinadamente a evacuar su posición.
Combates en las calles |
Infantería y paracaidistas concentraron el fuego sobre los nidos de francotiradores y de ese modo abatieron a un joven estudiante que se negaba obstinadamente a evacuar su posición.
Aquí, como de costumbre, volvemos a toparnos
con versiones encontradas porque autores como Ángel Stival y Juan Iturburu, de
la revista “Los 70” dicen que Sánchez Lahoz dirigía la represión desde su
escritorio, en la sede del III Cuerpo del Ejército4, en tanto
infinidad de medios gráficos y sitios web reproducen sus palabras, confirmando
su presencia en el lugar de los hechos: “Me
pareció ser el jefe de un ejército británico durante las invasiones inglesas.
La gente tiraba de todo desde sus balcones y azoteas…”5.
La llegada de la noche sumió a la ciudad en
la obscuridad, facilitando el accionar de los delincuentes, quienes produjeron
atracos y nuevos saqueos. Los manifestantes habían destruido los tableros de la
luz y apedreado los faroles de la calle creyendo que, de ese modo,
dificultarían el avance de las fuerzas represivas. El ciudadano común, ajeno a
los acontecimientos, se mantuvo en vela, expectante y atemorizado, hasta que el
sol comenzó a despuntar la mañana del 30.
Para entonces, el Ejército y los
paracaidistas habían ocupado el casco céntrico y mantenían un corredor a través
del Barrio Alberdi, intentando no perder contacto con sus bases. Se produjeron
entonces, los primeros arrestos, entre ellos el de Miguel A. Miró y varios
estudiantes, quienes terminaron derivados a los tribunales militares.
En esos momentos, numerosas patrullas
recorrían la ciudad mientras hileras de uniformados seguían avanzando pegados a
las paredes.
Los disparos de un francotirador hirieron de
gravedad a un aspirante de la Escuela de Suboficiales de Aeronáutica, quien fue
evacuado de manera inmediata mientras sus compañeros concentraban el fuego
sobre la posición de la que habían partido los disparos. Maliciosos historiadores
de izquierda endilgaron el hecho a las propias fuerzas de represión,
acusándolas de haber confundido al, soldado con un francotirador6.
La mañana del 30 de mayo, todavía se combatía
en Córdoba, más precisamente en el Barrio Cínicas, donde los manifestantes
habían sido cercados.
Todo finalizó pasadas las 10:00, con la
dispersión de los últimos focos de resistencia. Se produjeron al menos un
millar de detenciones, entre ellas los dirigentes que habían organizado la
marcha, Agustín Tosco, Elpidio Torres y Atilio López; se llevaron a cabo
allanamiento en los sindicatos, a excepción del de la construcción y se
establecieron piquetes a lo largo y ancho del casco urbano. Pocos días después,
el general Jorge Raúl Carcagno fue designado interventor de la provincia.
Los hechos, fueron cubiertos por periodistas
de todo el país e incluso del exterior, destacando especialmente el cordobés
Sergio Villarruel, reportero de 39 años de edad, quien además, era propietario
de una parrilla en el sector céntrico.
El saldo de los enfrentamientos fue de
numerosos edificios y automotores dañados, calles destruidas, 57 comercios
destrozados y cuantiosos heridos y detenidos, estos últimos derivados a la
justicia militar. En cuanto a los muertos, nadie se pone de acuerdo con
respecto a su número; sólo se barajan cifras sin aportar nombres ni filiaciones.
Para algunos el número de muertos asciende a
34 para otros fueron 30, 20, 16 o simplemente “decenas”. Ceferino Reato habla
de cuatro, basándose en la investigación del periodista Carlos Sachetto, a
saberse, el mencionado Mena, caído en la Av. Vélez Sarsfield, el joven
francotirador que hirió al aspirante de la Escuela de Suboficiales de
Aeronáutica, un turista que recibió un disparo policial y un anciano que sufrió
un infarto a causa de la tensión7. Lo cierto es que esta última
cifra parece la más cercana a la realidad dado que nadie ha aportado nada
concreto, mucho menos listas y nombres.
Los tribunales condenaron a 32 personas, a
quienes se les aplicaron penas que iban desde los diez años a los dos meses de
prisión. Historiadores tendenciosos han sugerido, sin fundamento ni base, que
las FF.AA. y la CIA tuvieron buena parte de la responsabilidad en los desmanes
y destrozos que tuvieron lugar durante la jornada, una burda patraña fácil de
desmentir9.
Para el general Onganía, el Cordobazo había sido gestado por
elementos de extrema izquierda que actuaron en combinación con los sectores más
radicalizados del peronismo; para Lanusse, en cambio, fue una demostración
espontánea de la población, tanto contra el gobierno nacional como el
provincial. No le quedaron dudas al primero de que aquel había demorado adrede
la represión, sensación que también experimentó buena parte de la población.
Si el Cordobazo significó un cimbronazo para la
administración de Onganía, mucho más lo fue el asesinato del líder sindical
Augusto Timoteo Vandor, acaecido un mes después de aquellos sucesos.
Vandor era líder de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica) cuando
fue designado secretario general de la CGT Azopardo, en 1968.
Había nacido en Bovril, pequeño pueblo de la provincia de
Entre Ríos, donde, entre otras cosas, trabajó en los depósitos de Enrique Tomé,
en la Usina Eléctrica y en una estación de servicio propiedad de Raimundo
Enzenhofer. Su padre fue un labriego francés, Roberto Vandor y su madre Alberta
Facendini, una simple ama de casa quien, además de los quehaceres domésticos,
tuvo a su cargo la crianza de sus otras dos hijas, Mercedes y Celina.
A los 18 años el muchacho partió rumbo a Buenos Aires,
deseoso de incorporarse a la Marina de Guerra y así, tras cursar los estudios
correspondientes en la Escuela de Mecánica de la Armada, egresó con el grado de
cabo primero, embarcando en el destructor “Comodoro Py”, para servir como
suboficial maquinista. En 1947 pidió el retiro e inmediatamente después entró a
trabajar en la empresa Philips, cuya planta se hallaba ubicada en el barrio de
Saavedra, destacando pronto, como delegado gremial. En 1954 lideró una huelga
por mejoras salariales y de esa manera, comenzó a escalar dentro del escalafón
sindical hasta convertirse en un reconocido dirigente metalúrgico.
Triunfante la Revolución Libertadora, fue despedido de
Philips y encarcelado durante seis meses. Recién en 1958 pudo volver al ruedo y
de ese modo convertido en activo militante, alcanzó la dirección de la UOM
donde, dado su temperamento, se ganó el apodo de “El Lobo”.
Augusto Timoteo Vandor |
El 30 de junio de 1969, exactamente un mes después del
Cordobazo, Vandor se encontraba en su despacho fortificado de la UOM, sobre la
calle La Rioja 1945, cuando unos gritos en el pasillo, llamaron su atención.
Como en esos momentos conversaba telefónicamente con Antonio Cafiero, le dijo
que debía cortar y sin perder tiempo, salió a ver qué sucedía.
A historiadores como Felipe Pigna les encanta remarcar que en
esos momentos Onganía recibía a Nelson Rockefeller y el país no terminaba de
recuperase del Cordobazo pero esos detalles resultan triviales cuando se aborda
semejante asunto. De acuerdo con algunas versiones, al salir al pasillo, Vandor
se topó de frente con un par de desconocidos a los que notó en actitud extraña.
-¿Qué pasa? – preguntó desconcertado.
Fueron sus últimas palabras. Cinco disparos retumbaron en la
planta superior del edificio y casi enseguida, el fornido cuerpo del dirigente
cayó sin vida al suelo.
Los atacantes colocaron una carga de trotyl bajo el
escritorio de Vandor y se dieron a la fuga antes de que esta detonara,
destrozando el despacho y buena parte del primer piso.
Hoy circulan muchas versiones sobre aquel atentado,
responsabilizando por el mismo a diferentes sectores. Para Richard Gillespie,
historiador británico, autor de Soldados
de Perón. Historia crítica sobre los montoneros, la responsable fue la
agrupación Descamisados, antecedente directo de los Montoneros, opinión con la
que concuerdan otros analistas. José Amorín, antiguo militante de la agrupación
terrorista atribuye el mismo a la CGT opositora (CGT de los Argentinos) y para
otros, fue obra de un grupo protomontonero encabezado por Dardo Cabo, ex
guardaespaldas de Vandor, hijo de un incondicional suyo y cabecilla de la
Operación Cóndor, la “invasión” a las islas Malvinas programada y ejecutada por
un grupo de periodistas de la revista “Panorama”, necesitados de una primicia
impactante para incrementar sus ventas (siempre fue tratada como una acción
reivindicadora de sectores nacionalistas)10.
Quienes sostienen esta última hipótesis se basan en lo que
“creyó haber escuchado” una persona presente en el lugar cuando se produjo el
atentado, quien dijo haberle sentido decir a Vandor “Hola, Cóndor” o “¿Qué haces,
Cóndor?”.
Lo cierto es que un año y medio después un denominado
Ejército Nacional Revolucionario se adjudicó el atentado a través de un
comunicado fechado el 11 de febrero de 1971:
Siendo las 11.36 del 30 de junio de 1969, el Comando “Héroe
de la Resistencia Domingo Blajaquis”, del Ejército Nacional Revolucionario, que
ocupó el local de la UOM, sito en la calle La Rioja 1945, cumpliendo el Operativo Judas, procedió al ajusticiamiento del traidor Augusto
Timoteo Vandor, complementando la acción con la voladura parcial del edificio.
Para los Judas no habrá perdón. Elijan libremente todos los
dirigentes sindicales su destino. Viva la Patria.
¿Quiénes
eran los integrantes de ese ignoto Comando
“Héroe de la Resistencia Domingo Blajaquis”, brazo ejecutor del también
desconocido Ejército Nacional Revolucionario? Pues nada más y nada menos que
integrantes de la agrupación Descamisados, la misma que daría origen a los
Montoneros ese mismo año. Y fue, precisamente en una de sus publicaciones, “El
Descamisado”, donde transcurridos cuatro años, publicarían un pormenorizado relato
del atentado, acción que ellos mismos denominaron “Operación Judas”.
Para poder
entrar habíamos armado un expediente judicial con los datos del juez y juzgado
que entendían en la causa Salazar-Blajakis. Conseguimos los sellos, nombre,
todo como el autentico. (Obviamente esto lo había conseguido El empleado
judicial Horacio Mendizábal).
Cuando el
portero abrió la puerta, uno de nosotros se hizo pasar por oficial de justicia,
le mostró el expediente y preguntó por Vandor. Esperen un momentito, dijo el
portero. Le dije que no, que tenía que recibir el expediente y se le mostró una
credencial de Tribunales. Como dudó, otro de nosotros sacó una credencial de la
Policía Federal y dijo que era de Coordinación. Entonces abrió la puerta y
preguntó por los otros tres. El de coordina respondió que venían todos juntos.
Entramos.
Los ocasionales testigos estaban desarmados, nos tenían a los cinco adentro y
nosotros les estábamos dando órdenes a ellos. La cosa se les había dado vuelta.
Las metralletas las llevábamos debajo del brazo teníamos pilotos- y una en un
maletín. Eran las 11.40 u 11.38.
El portero
nos dice que tenemos que esperar a Vandor abajo. Pero nos imaginamos que iba a
avisarle que estaba la cana y por eso lo empujamos hacia arriba mientras le
contestamos que nos tiene que recibir. Se le pone la 45 en la cabeza y le
decimos Vamos juntos. En ese momento se hace todo el despliegue.
Se reduce a
las cuatros o cinco personas que estaban abajo. Eso lo hace uno. Otro se va
hacia un pasillo que conducía al fondo, porque sabíamos que allí había gente y
teníamos que controlar los teléfonos. Los otros tres suben arriba (sic),
incluido el compañero que transportaba el maletín con los tres kilos de trotyl;
cada uno llevaba un tipo fundamentalmente de escudo por si alguien tiraba de
arriba.
Hasta el
momento nadie se enteraba de nada; había un pequeño revuelo abajo, pero como a
esa hora siempre se trabajaba mucho no se percatan de lo que realmente sucede.
A los reducidos de la planta baja se los pone panza abajo a un costado de la
escalera y estaban en esa tarea cuando por una de las puertas apareció Victorio
Calabró... No podía creer que le estaban poniendo un fierro en la cabeza, se
quedó mudo, esa era su casa, ¿qué estaba pasando? Mudo, ni una palabra. La
puerta de la calle estaba cerrada y la consigna era no abrir a nadie.
-¿Dónde está
Vandor?
Los tres de
arriba le preguntaron al portero en qué lugar estaba Vandor. No sé, no sé…,
decía todo el tiempo; no dijo nada fue el único tipo que se mantuvo en la suya.
Uno de los
tres empezó a abrir cada puerta que encontraba; cada vez más oficinas y en
todas gente que debía ser reducido. En la planta alta había dos especies de
vestíbulos con bastante gente: unos treinta en total. A todos se los ponía
contra la pared para que no nos junasen la cara, pero tuvimos mala leche,
porque en casi todas las paredes de arriba había espejos y pudieron ver todo.
El primero
seguía abriendo puertas buscándolo a Vandor y justo cuando se dirige a una que
permanecía cerrada, se abre y aparece el Lobo, atraído quizás por las voces de
mando que debe haber escuchado. Alcanzo a preguntar qué pasa y vio que lo
apuntaba una pistola 45 a tres metros de distancia. Se avivó automáticamente de
cómo venía la cosa porque levantó los brazos para cubrirse el pecho. Todo en
una fracción de segundos. El compañero disparó y Vandor recibió dos impactos en
pleno pecho. Al girar recibió otro debajo del brazo y cuando cae dos más en la
espalda. Pero ya estaba muerto. Cayó adentro de la oficina de la que había
salido y los pies asomaban por la puerta. Un tipo que andaba escondido adentro,
a quien no habíamos visto, empezó a gritar mataron al Lobo, mataron al Lobo.
El compañero
del maletín prendió la mecha de trotyl, ingresó a la oficina el cuerpo de
Vandor estaba en la antesala- y puso la bomba debajo del escritorio de éste. No
entre las piernas como después declaró el peronista Vitali que estaba allí. Eso
no es cierto. La mecha del trotyl duraba cuatro minutos más o menos. A la gente
que estaba reducida le dijimos que a partir de que nos fuéramos tenían tres
minutos para desalojar el local porque iba a volar todo. Estaban todos muertos
de miedo, el único que mantenía la lucidez era un viejito que tenía puesto un
gabán de lana y respondía ante las instrucciones que dábamos.
Bajamos en
orden. En la puerta había un grupo de personas que se presentaron como
periodistas, pero desaparecieron apenas vieron armas. Jamás hicieron
declaraciones, nunca supimos quienes eran. Nos fuimos hasta Rondeau y el auto
seguía en marcha; habían pasado cuatro minutos11.
Hay
quienes involucran a Rodolfo Walsh, Carlos Caride, Horacio Mendizábal, Raimundo
Villaflor y Dardo Cabo en el magnicidio; incluso colocan a éste último a la
cabeza de los perpetradores y al primero como su ideólogo; hay quienes lo
niegan, argumentando que por entonces, Caride se encontraba detenido y que
Cabo, recién llegado de la cárcel de Ushuaia, jamás podría haber planeado nada
con Walsh porque acababa de denostar a su padre, Armando Cabo en su libro ¿Quién mató a Rosendo?
Resulta
utópico pensar que Cabo en persona encabezó el ataque porque en la sede de la
UOM todo el mundo lo conocía, sin embargo, no resulta descabellado suponer que
algún vínculo con el atentado pudo haber tenido dado que el relato de los
asesinos salió publicado en la revista de su dirección.
Lo
cierto es que el crimen significó otro duro golpe para el régimen militar pero
más lo fue para la conducción sindical que propiciaba el diálogo con el
gobierno y un peronismo sin su líder.
Aquel
no fue el último cimbronazo del año. El 7 de septiembre estalló en Rosario una
rebelión similar a la de Córdoba, cuando numerosos estudiantes se volcaron a
las calles para evocar a los caídos del mes de mayo, entre ellos los
mencionados Juan José Cabral y Luis Norberto Blanco. Al otro día se sumaron a
las protestas 4000 trabajadores, exigiendo la inmediata reincorporación del
delegado ferroviario Mario J. Horat, iniciando una huelga de 96 horas que se extendería
a otras localidades. Y cuando las autoridades de la empresa anunciaron nuevas
medidas, los organizadores la ampliaron por tiempo indeterminado.
En
respuesta, el gobierno nacional expidió el decreto Nº 5324/69 que puso en
vigencia la Ley 14.467 de Defensa Civil, colocando a todo el personal de
Ferrocarriles Argentinos bajo el Código de Justicia Militar. Ante semejante
provocación, toda la CGT se incorporó a la medida de fuerza, al igual que
agrupaciones estudiantiles y gremiales, quienes se ocuparon de extenderla a
todo el país.
El 16 de septiembre Rosario fue escenario de nuevos hechos de violencia cuando columnas de trabajadores y estudiantes marcharon desde la Plaza 25 de Mayo hacia la sede de la CGT de los Argentinos, ubicada en Córdoba 2060. Casi al mismo tiempo, 7000 ferroviarios partieron del edificio de La Fraternidad, el gremio que los agrupaba, hasta los molinos harineros Minetti, uniéndoseles en el camino representantes de otros sindicatos.
El Rosariazo. Septiembre de 1969 |
El 16 de septiembre Rosario fue escenario de nuevos hechos de violencia cuando columnas de trabajadores y estudiantes marcharon desde la Plaza 25 de Mayo hacia la sede de la CGT de los Argentinos, ubicada en Córdoba 2060. Casi al mismo tiempo, 7000 ferroviarios partieron del edificio de La Fraternidad, el gremio que los agrupaba, hasta los molinos harineros Minetti, uniéndoseles en el camino representantes de otros sindicatos.
Como
la Unión Tranviarios Automotor (UTA) no adhirió a la medida, se produjeron
ataques e incendios a los medios de transporte públicos (ómnibus, trolebuses,
colectivos), generando la intervención de las autoridades policiales.
Una
vez más, como en Córdoba, los huelguistas establecieron cantones, levantaron
barricadas, volcaron vehículos particulares e incendiaron patrulleros, atacando
a la policía con todo tipo de objetos, incluyendo cócteles molotov. Por el otro
lado hubo cargas de la policía montada, gases lacrimógenos, golpes, bastonazos
e incluso disparos de armas de fuego que enardecieron todavía más a la gente.
Como
en Córdoba, la policía se vio forzada a retroceder y eso extendió el conflicto
a los barrios periféricos, involucrando a un número extremadamente elevado de
manifestantes. Y al igual que en la ciudad mediterránea, pasadas las 17:00,
tropas del II Cuerpo de Ejército, a las órdenes del general de brigada Herberto
Robinson, marcharon sobre la ciudad para retomar el control, desalojando cada
una de las posiciones, hasta despejar completamente las calles. La vanguardia
de aquella fuerza fueron los efectivos del arma de Artillería, al mando del
coronel Leopoldo Fortunato Galtieri, quienes fueron abriendo camino lenta y
paulatinamente hasta retomar el control.
En
horas de la noche, fue destrozada la estación ferroviaria Rosario Oeste (FCGMB)
y se quemaron numerosos vagones y máquinas. La calma renació recién a la mañana
siguiente, cuando los últimos focos de resistencia fueron disueltos y sus
ocupantes se dispersaron.
Una
vez más, centenares de personas terminaron arrestadas, los heridos derivados a
unidades asistenciales y se constituyeron tribunales militares para condenar a
los acusados.
Imágenes
Largas columnas avanzan desde la periferia |
Av. Colón |
Agustín Tosco encabeza a los trabajadores de Luz y Fuerza |
Tosco y los trabajadores de Luz y Fuerza |
Combates en las calles |
Choques sobre los puentes del río Suquía |
Desmanes. Un automóvil particular es volcado por los manifestantes |
La Policía Montada retrocede |
Vanos intentos por controlar a los manifestantes |
Concentración en horas de la noche |
Las Fuerzas Armadas retoman lentamente el control |
La policía colabora con las Fuerzas Armadas |
Los paracaidistas detienen a un grupo de manifestantes |
Un efectivo del III Cuerpo de Ejército conduce a varios detenidos |
Los arrestos se suceden a lo largo de la ciudad Las Fuerzas Armadas han retomado el control |
Un soldado del Grupo de Artillería 141 monta guardia en una esquina. A su alrededor los efectos del vandalismo |
Elpidio Torres |
Atilio López |
Agustín Tosco, Elpidio Tores y Atilio López en la esquina de Bv. San Juan y Agustín M. Bas, donde cayó Máximo Mena, durante un acto cuatro años después del Cordobazo |
De izquierda a derecha, Augusto Timoteo Vandor, John William Cooke Juan D. Perón y Eduardo Framini en Madrid |
Vandor en la UOM. Detrás suyo con anteojos negros, Eduardo Framini |
El cuerpo de Vandor en la morgue |
Una calle céntrica de Rosario. Septiembre de 1969 |
Agitación callejera en la ciudad natal del Che Guevara |
Un trolebús arde en una esquina |
Choques nocturnos |
La policía carga sobre los manifestantes |
Tropas del II Cuerpo de Ejército retoman el control de la ciudad |
Otro trolebús destruido al día siguiente de las manifestaciones |
Consecuencias del vandalismo |
Notas
1 Durante el período
1966-1973, apenas creció de los u$s 3276.000.000 a u$s 4800.000.000. Compárese
con lo acaecido en los períodos 1977-1983 y 1984 hasta la actualidad.
2 Sobre el desarrollo
espacial argentino en los años de Onganía ver: Alberto N. Manfredi (h),
“Argentina y la conquista del Espacio”, revista Aeroespacio Nº 591, 592 y 593.
También en (http://argentinaylaconquistadelespacio.blogspot.com.ar/).
3 Oscar Alba, “El
Cordobazo” (http://www.socialismo-o-barbarie.org/revista/sob7/cordobazo .htm).
4 “El Cordobazo”,
sitio El Ortiba (http://www.elortiba.org/cbazo.html).
5 Redacción La Voz,
“Los dueños del terror”, La Voz, sección Opinión, 6 de junio de 2014
(http://www.lavoz.com.ar/opinion/los-duenos-del-terror).
6 Aníbal Córdoba, El Cordobazo. Apuntes de un combatiente,
Editorial Ateneo, 1971, p. 12.
7 Ceferino Reato, “Un
periodista y una cobertura magnífica: el Cordobazo”, Perfil, 6 de septiembre de
2013
(http://www.perfil.com/politica/Un-periodista-y-una-cobertura-magnifica-el-Cordobazo-20130906-0012.html).
8 A Tosco le fueron
impuestos ocho años y tres meses de prisión en tanto a Torres y López, tres
años y ocho meses respectivamente. Otros dirigentes como Antonio Scipione y
Ricardo de Luca, recibieron penas similares.
9 Elena Marta Curone, Al servicio de la Causa: “Si bien se sabía que iba a haber violencia,
el enfrentamiento fue más fuerte que lo que nadie esperó. El Ejército y
elementos de la CIA, colaboraron en el impulso de la destrucción que alcanzó
más de 150 manzanas”.
10 Siempre se dijo que la Operación Cóndor
consistió en una invasión simbólica a las islas Malvinas por parte de un
comando nacionalista argentino, para reivindicar la soberanía de nuestro país
en el archipiélago. El libro de Carlos Velazco, ¿Y si invadimos las Malvinas?, echó por tierra con esa creencia. La
acción, encabezada por Dardo Cabo, tenía como objetivo principal conseguir una
noticia espectacular para incrementar las alicaídas ventas de la revista
“Panorama”, de cuya redacción formaban parte varios de los “comandos”. El grupo
secuestró un avión de Aerolíneas Argentina y lo desvió hacia Puerto Stanley.
11 “El Descamisado”, Nº 41, 26 de
febrero de 1974.
Otras
fuentes
-Andrés Bufali, “Después del asesinato de Vandor”, La Nación,
sección Opinión, martes 26 de julio de 2004.
-Fabián Bosoer, “Vandor: un asesinato que nadie quiso
esclarecer”, Clarín, sección Política, 30 de junio de 2014.
-“Asesinato de Augusto Timoteo Vandor”, Partido Federal,
viernes 30 de junio de 2006
(http://www.partidofederal.org/index.php/personalidades-del-partido-federal/127-histas/474-asesinato-de-augusto-timoteo-vandor).
-Roberto Bardini, “Dardo Cabo y la muerte de Vandor: siete
falacias”, Bambú Press
(https://bambupress.wordpress.com/2010/01/09/dardo-cabo-y-la-muerte-de-vandor-siete-falacias/).
-Mario César Antenore, “El Rosariazo: una historia
silenciada”, Rosario, octubre de 2004
(http://www.busarg.com.ar/rosariazo.htm).
Publicado 27th June 2016 por Alberto N. Manfredi (h)