domingo, 23 de junio de 2019

LOS SUCESOS DE 1969



29 de mayo de 1969. Arden las calles de Córdoba



En 1969 se produjeron una serie de hechos que preanunciaron el fin del régimen gobernante.
Desde 1966 regía los destinos del país el teniente general Juan Carlos Onganía, cabeza del movimiento denominado “Revolución Argentina, que había derrocado al presidente Arturo Illia.
No hay historiador argentino, sobre todo a partir de 1983, que no se rasgue las vestiduras con el mentado derrocamiento, remarcando una y otra vez que un nuevo golpe de Estado había derrocado a un gobierno constitucional para instaurar una dictadura castrense, autoritaria y represiva. La realidad, si se la analiza a fondo, es más compleja.
El gobierno de Illia tampoco era legítimo dado que llegó al poder con el peronismo proscripto, obteniendo tan solo el 25% de los votos, es decir, como la mayor minoría. 

En lugar de haber llamado a elecciones, como debería haber hecho un verdadero presidente democrático, adoptó ua serie de medidas contrarias a un estado de derecho; mantuvo la prescripción del justicialismo, impidió la llegada de su líder y hasta le pidió al régimen militar de Brasil que impidiera la partida de su avión con destino a Buenos Aires; rechazó los reclamos gremiales destinados a esclarecer la muerte del obrero metalúrgico Felipe Vallese, militante de la JP, secuestrado y desaparecido en tiempos de su predecesor, el Dr. José María Guido; censuró al reconocido cantante, actor y director Hugo del Carril por su conocida militancia peronista, impidiéndole formar parte de la delegación argentina que viajó al Festival de Cine en Acapulco (1964); impuso sanciones a líderes sindicales, reprimió actos peronistas, le quitó la personería jurídica a varios sindicatos y prohibió sus actividades políticas. Por consiguiente, muy legítimo no era el gobierno de Illia; mucho menos que el de Frondizi pues, al menos, había llegado al gobierno con el voto peronista, por indicación expresa de su líder.
Los tendenciosos historiadores argentinos suelen referir los aspectos negativos del régimen de Onganía y omitir los positivos, entre los primeros la desactivación de la Comisión del Salario Mínimo, Vital y Móvil, el congelamiento de una parte de las remuneraciones, el arbitraje obligatorio en los conflictos laborales, la sanción de la ley de represión automática para huelgas y conflictos sindicales, la intervención de sindicatos, la suspensión de las personerías gremiales de otros (algo que también había hecho Illia), la modificación de la Ley de Indemnizaciones por Despidos, el aumento de la edad para la jubilación, la aplicación de la denominada Ley de Represión del Comunismo, la persecución de militantes políticos de izquierda y justicialistas, la disolución de los partidos políticos y la intervención de las universidades, machacando una y otra ves con la Noche de los Bastones Largos, donde fueron desalojados de manera violenta, estudiantes, profesores y directivos militantes. También insisten tenazmente con la supuesta “fuga de cerebros”, una frase hecha que la gente repite como autómata pero a la hora de dar el nombre de uno de esos “cerebros”, no pueden responder. Por el contrario, es fácil detectar los cerebros que se quedaron en el país y continuaron trabajando en él, uno de ellos el Dr. Luis Federico Leloir, Premio Nobel de Química en 1970, los ingenieros Teófilo M. Tabanera y Aldo Zeoli, impulsores de la carrera espacial argentina y el químico-matemático comunista Oscar Varsavsky, quien justamente regresó al país durante el gobierno militar para hacerse cargo del Centro de Planificación Matemática (1968).
Tte. Gral.
Juan Carlos Onganía
Lo que los historiadores argentinos se ocupan muy bien de ocultar son los grandes logros del gobierno de Onganía pues por tratarse de un régimen de facto y dictatorial, creen una obligación ocultarlos y hasta negarlos.
Como nuestro interés es pura y exclusivamente histórico, dejamos a un lado la retórica y las tendencias para decir que tras las duras medidas iniciales, el “Onganiato” logró una estabilidad pocas veces lograda en la historia nacional. La deuda externa era mínima y apenas se movió dentro de los índices normales1, la deserción escolar fue casi nula, al igual que el desempleo; el dólar se mantuvo estable durante los cuatro años que duró el gobierno, las exportaciones crecieron, los precios se estabilizaron y eso posibilitó la sana competencia. Por otra parte, el PBI creció un 5%, la inflación se mantuvo por debajo del 8% y la balanza de pagos obtuvo un superávit de u$s 200.000.000 (doscientos millones de dólares). Las tarifas de los servicios públicos fueron congeladas y se creó el CONADE (Consejo Nacional de Desarrollo), destinado a fomentar el desarrollo integral del país, promoviendo la producción del sector privado con la elaboración y exportación de manufacturas.
Esa estabilidad fue la que permitió a la clase trabajadora adquirir viviendas en cuotas y pagarlas con tanta facilidad que al final, las últimas obligaciones terminaban costando “menos que un paquete de cigarrillos", según el decir de la época. De esa manera, la clase proletaria tuvo también acceso a los automotores, préstamos, electrodomésticos, salud, vacaciones y otros beneficios como no se veía desde los tiempos de Perón, aunque mucho menos publicitados. Además, por más autoritarismo, prohibiciones y censura que hubiera, en esos años no hubo muertos ni desaparecidos, como se ha intentado hacer creer y si hubo represión, fue igual a la que hemos podido ver en los tiempos de democracia, tanto entre 1973 y 1976 como desde 1983 en adelante.
En el campo tecnológico y científico, el impulso que el régimen imprimió a la Nación fue considerable. En el mes de diciembre de 1967, quedó inaugurado el Reactor de Investigación y Producción RA-3 en Atucha; al año siguiente se inició la construcción de la Gran Central Nuclear Atucha I y casi al mismo tiempo, dieron comienzo las obras del complejo hidroeléctrico El Chocón-Cerros Colorados, el gran puente Zárate-Brazo Largo, la Represa Hidroeléctrica El Nihuil II en Mendoza, la Estación Terrena Satelital de Balcarce y el Túnel Subfluvial que une Santa Fe con Paraná.
En tiempos de Onganía se construyeron miles de kilómetros de carreteras, puentes, diques y represas, se mejoraron los accesos a la Capital Federal y las principales ciudades del país, se hicieron inversiones para modernizar el servicio ferroviario (vías, señales, reemplazo de vagones y antiguas locomotoras por las versátiles y mucho más dinámicas Fiat a fueloil) y se iniciaron los estudios para la construcción del puente Gualeguaychú-Fray Bentos y la central Yaciretá-Apipé.
En la Fábrica Militar de Aviones de Córdoba, se desarrollaron importantes emprendimientos como el avión de combate IA-58 Pucará, cuyo primer vuelo se efectuó en 1969 y en materia misilística y espacial se obtuvieron relevantes logros, colocando al país entre las seis únicas naciones comprometidas con la exploración del Espacio exterior y las tres que efectuaron lanzamientos desde el continente antártico2.
Los detractores del régimen de Onganía sostienen que los hechos que se produjeron en Córdoba a fines de mayo de 1969 se debieron a su rígida dictadura personalista así como a la persecución política, el autoritarismo, la censura y la represión y agregan que eso provocó la tensión social y el malestar que derivarían en el “Cordobazo”, el “Rosariazo” y el “Tucumanazo”, forzando su caída y con ello, la salida electoral.
En realidad, el Cordobazo no provocó ni la caída del régimen militar ni el llamado a elecciones. De haber sido así, el general Roberto Marcelo Levingston, sucesor de Onganía, habría desempolvado las urnas y propiciado la apertura democrática pero eso no estaba en los planes del general Alejandro Agustín Lanusse, quien solo tenía en mente hacerse del poder.
Se trata de otra de las tantas falacias que se han enraizado en la historia argentina, desdibujando los hechos y adaptándolos al discurso de turno.
El Cordobazo fue una movida más de la resistencia peronista, a la que adhirieron los sindicatos y partidos de izquierda, que en definitiva se ocuparon de movilizar a los trabajadores y el estudiantado. Lanusse los dejó hacer y de ello sacó rédito, colocando primero a Levingston para luego ocupar la presidencia.
Todo comenzó en el mes de mayo, cuando la tensión social alcanzó su clímax. Los estudiantes se habían hecho fuertes en las universidades y los marxistas SITRAC-SITRAM (Sindicatos de Trabajadores de Concord y Materfer) que nucleaban a operarios y empleados de la FIAT, lanzaron una serie de demandas entre las cuales destacaban la suspensión del pago de la deuda externa y el paso de las fábricas a manos obreras. A esos reclamos le siguieron otros, como el aumento general del 40% en los salarios, la renovación de los convenios colectivos de trabajo y el regreso al estado de derecho, con el restablecimiento de las libertades democráticas y sindicales. La tensión fue en aumento y así comenzaron a sucederse los hechos. En marzo, los estudiantes dejaron de comprar los tickets de los comedores que administraba la empresa privada del estanciero Guillermo Solaris Ballesteros y ante el excesivo aumento a los que fueron sometidos reclamaron su privatización al tiempo que grupos de activistas de la CGT regional abrían ollas populares para suplirlos3.
El 15 de mayo 4000 personas, todos trabajadores y estudiantes, recorrían las calles céntricas de Corrientes cuando, al chocar con la policía, murió de un disparo el estudiante de medicina Juan José Cabral. Al día siguiente, la CGT local llamó a un paro general y convocó al pueblo a una nueva jornada de protesta.
El 17 de mayo de produjeron en Rosario nuevos hechos de violencia que derivaron en la muerte del estudiante de 22 años Adolfo R. Bello, alcanzado por una bala en la Galería Melipal. En respuesta, las agrupaciones universitarias y los sindicatos llamaron a una marcha de silencio para el día 21, la que alcanzó grandes proporciones y obligó el despliegue de un fuerte dispositivo policial. Obreros, empleados y hasta estudiantes secundarios caminaron codo a codo con la dirigencia y al llegar al centro, chocaron con las fuerzas del orden. Se produjeron corridas y pedradas, se encendieron fogatas, se levantaron barricadas y volcaron automóviles. La policía llevó a cabo varios arrestos pero se vio desbordada por la situación, agravada cuando un grupo de manifestantes copó la emisora LT8 y emitió una proclama. Al momento de retirarse, se produjo un nuevo enfrentamiento con las fuerzas del orden de resultas del cual, terminó muerto de un disparo en el pecho Luis Norberto Blanco, estudiante secundario de 15 años de edad.
La tensión llegó a tales niveles, que el día 22 el gobierno nacional declaró a la ciudad “zona de emergencia” y la puso bajo el control del II Cuerpo de Ejército, lo que provocó un nuevo llamado a la huelga para el día siguiente.
La situación de desborde alcanzó también las ciudades de La Plata y Tucumán, donde se produjeron algunos choques y se detonaron explosivos.
El miércoles 28 de mayo ya se percibía un clima enrarecido en
Córdoba, de ahí el despliegue de fuerzas policiales destinado a cubrir toda la ciudad, escenario de intensos combates durante la Revolución de 1955.
Para entonces, Agustín Tosco, secretario general del gremio Luz y Fuerza, Elpidio Torres, de SMATA (Sindicato de Mecánicos y Afines al Trasporte Automotor) y Atilio López de UTA (Unión Tranviarios Automotor), habían llamado a un paro general a partir de las 11 a.m. de ese día, convocatoria que obreros y estudiantes respondieron masivamente.
Fue así como el 29 de mayo, numerosas columnas de trabajadores, provenientes principalmente de las grandes plantas automotrices de la periferia, comenzaron a avanzar hacia el centro de la ciudad, apoyados por una multitud de estudiantes, la mayoría integrantes de agrupaciones como el Movimiento de Orientación Reformista, el Movimiento Universitario de Reformismo Auténtico y varias más de izquierda. La idea de desafiar al gobierno con una gran movilización estaba dando resultados.
Agustín Tosco
Durante toda la mañana, la muchedumbre marchó hacia el centro de la ciudad desde barrios y localidades contiguas como Santa Isabel, Villa Revol, Ferreyra, La Calera, Alta Córdoba y Alberdi, en tanto, por Av. Colón descendían largas hileras de estudiantes provenientes del emblemático Barrio Clínicas, escenario de memorables manifestaciones en el pasado.
Algo más allá, en la intersección de esa arteria con Rivadavia, comenzaron a concentrarse los metalúrgicos; en cercanías del Correo lo hicieron los afiliados de Luz y Fuerza y por la calle Alvear se desplazaban los obreros de la construcción, encabezados por la gente de Movimiento de Recuperación, opuesta a su sindicato, que había decidido no intervenir.
A todas esas columnas se les unieron empleados de comercio, gráficos, postales y otros gremios como los trabajadores del vidrio, muchos de ellos con sus líderes a la cabeza y esgrimiendo pancartas alusivas.
Los primeros enfrentamientos tuvieron lugar alrededor de las 12:00 en los puentes sobre el río Suquía (también llamado Río Primero) y en la esquina de Jujuy y Colón, cuando la policía, al verse atacada con palos, piedras, botellas y todo tipo de elementos, abrió fuego arrojando gases lacrimógenos y disparando balas de goma. Los ánimos se enardecieron y de esa manera, estallaron combates que se extendieron a lo largo de esa vía, sucediéndose inconteniblemente hasta otros puntos de la ciudad, los más violentos en Rioja y Gral. Paz
Ante las nuevas cargas policiales, los manifestantes levantaron barricadas, cerraron las calles con alambres, esparcieron trozos de vidrio sobre el pavimento y comenzaron a incendiar vehículos. Varios comercios fueron destruidos y sobre la policía comenzaron a caer cócteles molotov al tiempo que se detonaban explosivos.
A las 12.30 cayó muerto el obrero metalúrgico Máximo Mena, operario de la planta IKA, que venía avanzando por la Ruta Nº 36, junto a la columna del barrio Santa Isabel. Esa gente tuvo un primer enfrentamiento con la policía sobre la Av. Vélez Sarsfield y luego de desbordar a la misma, continuó hasta el edificio del Hogar Escuela “Pablo Pizzurno”, donde volvió a chocar.
Como a esa hora la situación estaba fuera de control, en la intersección de boulevard San Juan con la calle Arturo M. Bas, las fuerzas de seguridad, al verse rodeadas, abrieron fuego con sus armas reglamentarias, alcanzando a varios manifestantes, entre ellos Mena, que preció instantáneamente.
Conocido el hecho, los choques y las escaramuzas se convirtieron en enfrentamientos abiertos, incluso con armas de fuego. Se incendiaron dependencias estatales y oficinas de entidades vinculadas a capitales norteamericanos como Xerox, Tecnicor, Burroughs, el Ministerio de Obras Públicas, el Círculo de Suboficiales, las oficinas de Gas del Estado, el Banco del Interior y la sede del Jockey Club, que fue apedreada, así como también comercios, locales y diferentes puestos, la Confitería Oriental entre ellos.
En el Barrio Clínicas se produjeron los primeros enfrentamientos armados, las casas de varios funcionarios fueron tiroteadas y francotiradores apostados en techos, terrazas y balcones abrieron fuego contra las fuerzas del orden.
Otras tres personas cayeron en las horas siguientes y los heridos se empezaron a contar por decenas.
Cuando los incendios amenazaron los edificios linderos, la gente llamó a los bomberos pero como los enfrentamientos y las barricadas impedían la circulación, las autobombas se negaron a salir. Fue necesario insistir y entonces los estudiantes, junto a algunos obreros, treparon a ellos para abrir paso y evitar que fuesen atacados. Por las arterias contiguas, las corridas se sucedían y también se levantaban barricadas y cantones.
En medio del caos, las pedradas, las cargas de la policía montada y los disparos, se produjeron los primeros saqueos, provocados por delincuentes comunes, aumentando la preocupación de la población que se mantenía encerrada en sus casas o en sus lugares de trabajo.
En otro punto de la ciudad, carros de asalto policiales intentaron cortar el avance de la columna que avanzaba desde la planta industrial Kaiser, pero debieron retirarse ante la embestida. Eso les permitió a los trabajadores alanzar la Estación Terminal de Ómnibus y enfrentarse a la Policía Montada, que también retrocedió disparando sus armas de fuego.
Pasado el mediodía (14:30), las fuerzas del orden comprendieron que habían sido rebasadas y agotadas sus cargas de gases lacrimógenos y balas de goma, se retiraron a sus cuarteles, dejando a sus espaldas unos pocos agentes aislados, quienes debieron recurrir a sus armas para defenderse de los ataques. Jóvenes encapuchados o con pañuelos cubriendo sus rostros, les devolvían las cargas de gas junto con palos, piedras, bulones y botellas y envalentonados al verlos retroceder, corrían en busca de la confrontación cuerpo a cuerpo.
Con la ciudad en manos de los manifestantes, el gobernador Carlos J. Caballero llamó desesperado a la Capital Federal para solicitar auxilio. El gobierno nacional respondió aplicando el toque de queda y ordenando la movilización de todas las unidades militares  pues para entonces, el total de las comisarías se hallaban sitiadas y la policía sólo controlaba veinte cuadras en torno a la Jefatura.
El Boulevard San Juan quedó en manos de los huelguistas, lo mismo los barrios Güemes y Patricios, donde sus cabecillas realizaron una asamblea popular.
A las 17:00 horas, tropas del III Cuerpo de Ejército, reforzadas por la IV Brigada de Infantería Aerotransportada, la Fuerza Aérea y la Gendarmería Nacional, entraron en la ciudad al mando de los generales Eliodoro Sánchez Lehoz y Jorge Raúl Carcagno. Los vecinos de la periferia vieron pasar largas columnas motorizadas, repletas de efectivos armados, listos para entrar en acción ni bien se les impartiese la orden.
Ante semejante despliegue de fuerzas, los manifestantes organizaron un sistema de comunicaciones y así se mantuvieron informados a los distintos cantones, sobre lo que acaecida en los diferentes puntos de la ciudad. Ahí fue cuando recrudeció la acción de los francotiradores, intentando cubrir a su gente de las fuerzas militares.
Las tropas fueron recibidas con disparos, pedradas, botellas, bulones (eran arrojados con hondas) y bombas molotov pero ante su poder de fuego, a los manifestantes no les quedó más remedio que ceder e iniciar el repliegue. Las ciento cincuenta manzanas céntricas que habían ocupado comenzaron a ser evacuadas y las barricadas abandonadas mientras, los francotiradores persistían en su intento de frenar el avance.
Los paracaidistas entraron por la Av. Colón (16:15), reforzados por efectivos de los regimientos de Infantería 2 y 14, la Compañía de Arsenales Nº 4 y el Batallón de Comunicaciones. El Grupo de Artillería 141 lo hizo por José de la Quintana y las tropas de la Fuerza Aérea en dirección a Nueva Córdoba.
“Soldado, hermano, no tires”, se leía en las paredes del Barrio Clínicas, pero las tropas comenzaron a empujar a los huelguistas, expulsándolos de sus posiciones.
Combates en las calles

Infantería y paracaidistas concentraron el fuego sobre los nidos de francotiradores y de ese modo abatieron a un joven estudiante que se negaba obstinadamente a evacuar su posición.
Aquí, como de costumbre, volvemos a toparnos con versiones encontradas porque autores como Ángel Stival y Juan Iturburu, de la revista “Los 70” dicen que Sánchez Lahoz dirigía la represión desde su escritorio, en la sede del III Cuerpo del Ejército4, en tanto infinidad de medios gráficos y sitios web reproducen sus palabras, confirmando su presencia en el lugar de los hechos: “Me pareció ser el jefe de un ejército británico durante las invasiones inglesas. La gente tiraba de todo desde sus balcones y azoteas…”5.
La llegada de la noche sumió a la ciudad en la obscuridad, facilitando el accionar de los delincuentes, quienes produjeron atracos y nuevos saqueos. Los manifestantes habían destruido los tableros de la luz y apedreado los faroles de la calle creyendo que, de ese modo, dificultarían el avance de las fuerzas represivas. El ciudadano común, ajeno a los acontecimientos, se mantuvo en vela, expectante y atemorizado, hasta que el sol comenzó a despuntar la mañana del 30.
Para entonces, el Ejército y los paracaidistas habían ocupado el casco céntrico y mantenían un corredor a través del Barrio Alberdi, intentando no perder contacto con sus bases. Se produjeron entonces, los primeros arrestos, entre ellos el de Miguel A. Miró y varios estudiantes, quienes terminaron derivados a los tribunales militares.
En esos momentos, numerosas patrullas recorrían la ciudad mientras hileras de uniformados seguían avanzando pegados a las paredes.
Los disparos de un francotirador hirieron de gravedad a un aspirante de la Escuela de Suboficiales de Aeronáutica, quien fue evacuado de manera inmediata mientras sus compañeros concentraban el fuego sobre la posición de la que habían partido los disparos. Maliciosos historiadores de izquierda endilgaron el hecho a las propias fuerzas de represión, acusándolas de haber confundido al, soldado con un francotirador6.
La mañana del 30 de mayo, todavía se combatía en Córdoba, más precisamente en el Barrio Cínicas, donde los manifestantes habían sido cercados.
Todo finalizó pasadas las 10:00, con la dispersión de los últimos focos de resistencia. Se produjeron al menos un millar de detenciones, entre ellas los dirigentes que habían organizado la marcha, Agustín Tosco, Elpidio Torres y Atilio López; se llevaron a cabo allanamiento en los sindicatos, a excepción del de la construcción y se establecieron piquetes a lo largo y ancho del casco urbano. Pocos días después, el general Jorge Raúl Carcagno fue designado interventor de la provincia.
Los hechos, fueron cubiertos por periodistas de todo el país e incluso del exterior, destacando especialmente el cordobés Sergio Villarruel, reportero de 39 años de edad, quien además, era propietario de una parrilla en el sector céntrico.
El saldo de los enfrentamientos fue de numerosos edificios y automotores dañados, calles destruidas, 57 comercios destrozados y cuantiosos heridos y detenidos, estos últimos derivados a la justicia militar. En cuanto a los muertos, nadie se pone de acuerdo con respecto a su número; sólo se barajan cifras sin aportar nombres ni filiaciones.
Para algunos el número de muertos asciende a 34 para otros fueron 30, 20, 16 o simplemente “decenas”. Ceferino Reato habla de cuatro, basándose en la investigación del periodista Carlos Sachetto, a saberse, el mencionado Mena, caído en la Av. Vélez Sarsfield, el joven francotirador que hirió al aspirante de la Escuela de Suboficiales de Aeronáutica, un turista que recibió un disparo policial y un anciano que sufrió un infarto a causa de la tensión7. Lo cierto es que esta última cifra parece la más cercana a la realidad dado que nadie ha aportado nada concreto, mucho menos listas y nombres.
Los tribunales condenaron a 32 personas, a quienes se les aplicaron penas que iban desde los diez años a los dos meses de prisión. Historiadores tendenciosos han sugerido, sin fundamento ni base, que las FF.AA. y la CIA tuvieron buena parte de la responsabilidad en los desmanes y destrozos que tuvieron lugar durante la jornada, una burda patraña fácil de desmentir9.
Para el general Onganía, el Cordobazo había sido gestado por elementos de extrema izquierda que actuaron en combinación con los sectores más radicalizados del peronismo; para Lanusse, en cambio, fue una demostración espontánea de la población, tanto contra el gobierno nacional como el provincial. No le quedaron dudas al primero de que aquel había demorado adrede la represión, sensación que también experimentó buena parte de la población.


Si el Cordobazo significó un cimbronazo para la administración de Onganía, mucho más lo fue el asesinato del líder sindical Augusto Timoteo Vandor, acaecido un mes después de aquellos sucesos.
Vandor era líder de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica) cuando fue designado secretario general de la CGT Azopardo, en 1968.
Había nacido en Bovril, pequeño pueblo de la provincia de Entre Ríos, donde, entre otras cosas, trabajó en los depósitos de Enrique Tomé, en la Usina Eléctrica y en una estación de servicio propiedad de Raimundo Enzenhofer. Su padre fue un labriego francés, Roberto Vandor y su madre Alberta Facendini, una simple ama de casa quien, además de los quehaceres domésticos, tuvo a su cargo la crianza de sus otras dos hijas, Mercedes y Celina.
A los 18 años el muchacho partió rumbo a Buenos Aires, deseoso de incorporarse a la Marina de Guerra y así, tras cursar los estudios correspondientes en la Escuela de Mecánica de la Armada, egresó con el grado de cabo primero, embarcando en el destructor “Comodoro Py”, para servir como suboficial maquinista. En 1947 pidió el retiro e inmediatamente después entró a trabajar en la empresa Philips, cuya planta se hallaba ubicada en el barrio de Saavedra, destacando pronto, como delegado gremial. En 1954 lideró una huelga por mejoras salariales y de esa manera, comenzó a escalar dentro del escalafón sindical hasta convertirse en un reconocido dirigente metalúrgico.
Triunfante la Revolución Libertadora, fue despedido de Philips y encarcelado durante seis meses. Recién en 1958 pudo volver al ruedo y de ese modo convertido en activo militante, alcanzó la dirección de la UOM donde, dado su temperamento, se ganó el apodo de “El Lobo”.
Augusto Timoteo Vandor
Como sus dotes de conductor eran natas, fue paladín y vocero de la corriente conocida como “Peronismo sin Perón” o Neoperonismo a la que también pertenecían Cipriano Reyes, Juan Atilio Bramuglia, Alejandro Leloir, Atilio García Mellid y el prestigioso Dr. Raúl Matera, la misma que propiciaba el diálogo entre el sector sindical y el gobierno, así como un entendimiento entre este último y el líder exiliado.
El 30 de junio de 1969, exactamente un mes después del Cordobazo, Vandor se encontraba en su despacho fortificado de la UOM, sobre la calle La Rioja 1945, cuando unos gritos en el pasillo, llamaron su atención. Como en esos momentos conversaba telefónicamente con Antonio Cafiero, le dijo que debía cortar y sin perder tiempo, salió a ver qué sucedía.
A historiadores como Felipe Pigna les encanta remarcar que en esos momentos Onganía recibía a Nelson Rockefeller y el país no terminaba de recuperase del Cordobazo pero esos detalles resultan triviales cuando se aborda semejante asunto. De acuerdo con algunas versiones, al salir al pasillo, Vandor se topó de frente con un par de desconocidos a los que notó en actitud extraña.

-¿Qué pasa? – preguntó desconcertado.

Fueron sus últimas palabras. Cinco disparos retumbaron en la planta superior del edificio y casi enseguida, el fornido cuerpo del dirigente cayó sin vida al suelo.
Los atacantes colocaron una carga de trotyl bajo el escritorio de Vandor y se dieron a la fuga antes de que esta detonara, destrozando el despacho y buena parte del primer piso.
Hoy circulan muchas versiones sobre aquel atentado, responsabilizando por el mismo a diferentes sectores. Para Richard Gillespie, historiador británico, autor de Soldados de Perón. Historia crítica sobre los montoneros, la responsable fue la agrupación Descamisados, antecedente directo de los Montoneros, opinión con la que concuerdan otros analistas. José Amorín, antiguo militante de la agrupación terrorista atribuye el mismo a la CGT opositora (CGT de los Argentinos) y para otros, fue obra de un grupo protomontonero encabezado por Dardo Cabo, ex guardaespaldas de Vandor, hijo de un incondicional suyo y cabecilla de la Operación Cóndor, la “invasión” a las islas Malvinas programada y ejecutada por un grupo de periodistas de la revista “Panorama”, necesitados de una primicia impactante para incrementar sus ventas (siempre fue tratada como una acción reivindicadora de sectores nacionalistas)10.
Quienes sostienen esta última hipótesis se basan en lo que “creyó haber escuchado” una persona presente en el lugar cuando se produjo el atentado, quien dijo haberle sentido decir a Vandor “Hola, Cóndor” o “¿Qué haces, Cóndor?”.
Lo cierto es que un año y medio después un denominado Ejército Nacional Revolucionario se adjudicó el atentado a través de un comunicado fechado el 11 de febrero de 1971:

Siendo las 11.36 del 30 de junio de 1969, el Comando “Héroe de la Resistencia Domingo Blajaquis”, del Ejército Nacional Revolucionario, que ocupó el local de la UOM, sito en la calle La Rioja 1945, cumpliendo el Operativo Judas, procedió al ajusticiamiento del traidor Augusto Timoteo Vandor, complementando la acción con la voladura parcial del edificio.
Para los Judas no habrá perdón. Elijan libremente todos los dirigentes sindicales su destino. Viva la Patria.

¿Quiénes eran los integrantes de ese ignoto Comando “Héroe de la Resistencia Domingo Blajaquis”, brazo ejecutor del también desconocido Ejército Nacional Revolucionario? Pues nada más y nada menos que integrantes de la agrupación Descamisados, la misma que daría origen a los Montoneros ese mismo año. Y fue, precisamente en una de sus publicaciones, “El Descamisado”, donde transcurridos cuatro años, publicarían un pormenorizado relato del atentado, acción que ellos mismos denominaron “Operación Judas”.

Para poder entrar habíamos armado un expediente judicial con los datos del juez y juzgado que entendían en la causa Salazar-Blajakis. Conseguimos los sellos, nombre, todo como el autentico. (Obviamente esto lo había conseguido El empleado judicial Horacio Mendizábal).
Cuando el portero abrió la puerta, uno de nosotros se hizo pasar por oficial de justicia, le mostró el expediente y preguntó por Vandor. Esperen un momentito, dijo el portero. Le dije que no, que tenía que recibir el expediente y se le mostró una credencial de Tribunales. Como dudó, otro de nosotros sacó una credencial de la Policía Federal y dijo que era de Coordinación. Entonces abrió la puerta y preguntó por los otros tres. El de coordina respondió que venían todos juntos.
Entramos. Los ocasionales testigos estaban desarmados, nos tenían a los cinco adentro y nosotros les estábamos dando órdenes a ellos. La cosa se les había dado vuelta. Las metralletas las llevábamos debajo del brazo teníamos pilotos- y una en un maletín. Eran las 11.40 u 11.38.
El portero nos dice que tenemos que esperar a Vandor abajo. Pero nos imaginamos que iba a avisarle que estaba la cana y por eso lo empujamos hacia arriba mientras le contestamos que nos tiene que recibir. Se le pone la 45 en la cabeza y le decimos Vamos juntos. En ese momento se hace todo el despliegue.
Se reduce a las cuatros o cinco personas que estaban abajo. Eso lo hace uno. Otro se va hacia un pasillo que conducía al fondo, porque sabíamos que allí había gente y teníamos que controlar los teléfonos. Los otros tres suben arriba (sic), incluido el compañero que transportaba el maletín con los tres kilos de trotyl; cada uno llevaba un tipo fundamentalmente de escudo por si alguien tiraba de arriba.
Hasta el momento nadie se enteraba de nada; había un pequeño revuelo abajo, pero como a esa hora siempre se trabajaba mucho no se percatan de lo que realmente sucede. A los reducidos de la planta baja se los pone panza abajo a un costado de la escalera y estaban en esa tarea cuando por una de las puertas apareció Victorio Calabró... No podía creer que le estaban poniendo un fierro en la cabeza, se quedó mudo, esa era su casa, ¿qué estaba pasando? Mudo, ni una palabra. La puerta de la calle estaba cerrada y la consigna era no abrir a nadie.
-¿Dónde está Vandor?
Los tres de arriba le preguntaron al portero en qué lugar estaba Vandor. No sé, no sé…, decía todo el tiempo; no dijo nada fue el único tipo que se mantuvo en la suya.
Uno de los tres empezó a abrir cada puerta que encontraba; cada vez más oficinas y en todas gente que debía ser reducido. En la planta alta había dos especies de vestíbulos con bastante gente: unos treinta en total. A todos se los ponía contra la pared para que no nos junasen la cara, pero tuvimos mala leche, porque en casi todas las paredes de arriba había espejos y pudieron ver todo.
El primero seguía abriendo puertas buscándolo a Vandor y justo cuando se dirige a una que permanecía cerrada, se abre y aparece el Lobo, atraído quizás por las voces de mando que debe haber escuchado. Alcanzo a preguntar qué pasa y vio que lo apuntaba una pistola 45 a tres metros de distancia. Se avivó automáticamente de cómo venía la cosa porque levantó los brazos para cubrirse el pecho. Todo en una fracción de segundos. El compañero disparó y Vandor recibió dos impactos en pleno pecho. Al girar recibió otro debajo del brazo y cuando cae dos más en la espalda. Pero ya estaba muerto. Cayó adentro de la oficina de la que había salido y los pies asomaban por la puerta. Un tipo que andaba escondido adentro, a quien no habíamos visto, empezó a gritar mataron al Lobo, mataron al Lobo.
El compañero del maletín prendió la mecha de trotyl, ingresó a la oficina el cuerpo de Vandor estaba en la antesala- y puso la bomba debajo del escritorio de éste. No entre las piernas como después declaró el peronista Vitali que estaba allí. Eso no es cierto. La mecha del trotyl duraba cuatro minutos más o menos. A la gente que estaba reducida le dijimos que a partir de que nos fuéramos tenían tres minutos para desalojar el local porque iba a volar todo. Estaban todos muertos de miedo, el único que mantenía la lucidez era un viejito que tenía puesto un gabán de lana y respondía ante las instrucciones que dábamos.
Bajamos en orden. En la puerta había un grupo de personas que se presentaron como periodistas, pero desaparecieron apenas vieron armas. Jamás hicieron declaraciones, nunca supimos quienes eran. Nos fuimos hasta Rondeau y el auto seguía en marcha; habían pasado cuatro minutos11.

Hay quienes involucran a Rodolfo Walsh, Carlos Caride, Horacio Mendizábal, Raimundo Villaflor y Dardo Cabo en el magnicidio; incluso colocan a éste último a la cabeza de los perpetradores y al primero como su ideólogo; hay quienes lo niegan, argumentando que por entonces, Caride se encontraba detenido y que Cabo, recién llegado de la cárcel de Ushuaia, jamás podría haber planeado nada con Walsh porque acababa de denostar a su padre, Armando Cabo en su libro ¿Quién mató a Rosendo?
Resulta utópico pensar que Cabo en persona encabezó el ataque porque en la sede de la UOM todo el mundo lo conocía, sin embargo, no resulta descabellado suponer que algún vínculo con el atentado pudo haber tenido dado que el relato de los asesinos salió publicado en la revista de su dirección.
Lo cierto es que el crimen significó otro duro golpe para el régimen militar pero más lo fue para la conducción sindical que propiciaba el diálogo con el gobierno y un peronismo sin su líder.
Aquel no fue el último cimbronazo del año. El 7 de septiembre estalló en Rosario una rebelión similar a la de Córdoba, cuando numerosos estudiantes se volcaron a las calles para evocar a los caídos del mes de mayo, entre ellos los mencionados Juan José Cabral y Luis Norberto Blanco. Al otro día se sumaron a las protestas 4000 trabajadores, exigiendo la inmediata reincorporación del delegado ferroviario Mario J. Horat, iniciando una huelga de 96 horas que se extendería a otras localidades. Y cuando las autoridades de la empresa anunciaron nuevas medidas, los organizadores la ampliaron por tiempo indeterminado.
En respuesta, el gobierno nacional expidió el decreto Nº 5324/69 que puso en vigencia la Ley 14.467 de Defensa Civil, colocando a todo el personal de Ferrocarriles Argentinos bajo el Código de Justicia Militar. Ante semejante provocación, toda la CGT se incorporó a la medida de fuerza, al igual que agrupaciones estudiantiles y gremiales, quienes se ocuparon de extenderla a todo el país.
El Rosariazo. Septiembre de 1969

El 16 de septiembre Rosario fue escenario de nuevos hechos de violencia cuando columnas de trabajadores y estudiantes marcharon desde la Plaza 25 de Mayo hacia la sede de la CGT de los Argentinos, ubicada en Córdoba 2060. Casi al mismo tiempo, 7000 ferroviarios partieron del edificio de La Fraternidad, el gremio que los agrupaba, hasta los molinos harineros Minetti, uniéndoseles en el camino representantes de otros sindicatos.
Como la Unión Tranviarios Automotor (UTA) no adhirió a la medida, se produjeron ataques e incendios a los medios de transporte públicos (ómnibus, trolebuses, colectivos), generando la intervención de las autoridades policiales.
Una vez más, como en Córdoba, los huelguistas establecieron cantones, levantaron barricadas, volcaron vehículos particulares e incendiaron patrulleros, atacando a la policía con todo tipo de objetos, incluyendo cócteles molotov. Por el otro lado hubo cargas de la policía montada, gases lacrimógenos, golpes, bastonazos e incluso disparos de armas de fuego que enardecieron todavía más a la gente.
Como en Córdoba, la policía se vio forzada a retroceder y eso extendió el conflicto a los barrios periféricos, involucrando a un número extremadamente elevado de manifestantes. Y al igual que en la ciudad mediterránea, pasadas las 17:00, tropas del II Cuerpo de Ejército, a las órdenes del general de brigada Herberto Robinson, marcharon sobre la ciudad para retomar el control, desalojando cada una de las posiciones, hasta despejar completamente las calles. La vanguardia de aquella fuerza fueron los efectivos del arma de Artillería, al mando del coronel Leopoldo Fortunato Galtieri, quienes fueron abriendo camino lenta y paulatinamente hasta retomar el control.
En horas de la noche, fue destrozada la estación ferroviaria Rosario Oeste (FCGMB) y se quemaron numerosos vagones y máquinas. La calma renació recién a la mañana siguiente, cuando los últimos focos de resistencia fueron disueltos y sus ocupantes se dispersaron.
Una vez más, centenares de personas terminaron arrestadas, los heridos derivados a unidades asistenciales y se constituyeron tribunales militares para condenar a los acusados.
Imágenes

Largas columnas avanzan desde la periferia

Av. Colón

Agustín Tosco encabeza a los trabajadores de Luz y Fuerza

Tosco y los trabajadores de Luz y Fuerza

Combates en las calles

Choques sobre los puentes del río Suquía

Desmanes. Un automóvil particular es volcado por los manifestantes



La policía intenta reprimir



Inmediaciones de la Estación Terminal de Ómnibus. Obsérvese el primer
cartel correspondiente a la concesionaria de automóviles del popular piloto
automovilístico Domingo Marimón, campeón de la Vuelta de Sudamérica





La Policía Montada retrocede



Vanos intentos por controlar a los manifestantes



Destrozos en el local de Xerox


Un carro de asalto arremete contra los huelguistas


Titulares


Concentración en horas de la noche


Las Fuerzas Armadas retoman lentamente el control


La policía colabora con las Fuerzas Armadas


Los paracaidistas detienen a un grupo de manifestantes


Un efectivo del III Cuerpo de Ejército conduce a varios detenidos


Los arrestos se suceden a lo largo de la ciudad
Las Fuerzas Armadas han retomado el control


Un soldado del Grupo de Artillería 141 monta guardia en una esquina.
A su alrededor los efectos del vandalismo


A la izq. Juan José Cabral, estudiante muerto durante las protestas en la ciudad de Corrientes
(15 de mayo de 1969); al centro Adolfo Ramón Bello, estudiante muerto en Rosario; a su lado
Luis Norberto Blanco, estudiante secundario muerto en Rosario el 17 de mayo


Elpidio Torres


Atilio López


Agustín Tosco, Elpidio Tores y Atilio López en la esquina de Bv. San Juan
y Agustín M. Bas, donde cayó Máximo Mena, durante un acto cuatro años
después del Cordobazo


De izquierda a derecha, Augusto Timoteo Vandor, John William Cooke
Juan D. Perón y Eduardo Framini en Madrid


Vandor en la UOM. Detrás suyo con anteojos negros, Eduardo Framini






El cuerpo de Vandor en la morgue


Una calle céntrica de Rosario. Septiembre de 1969


Agitación callejera en la ciudad natal del Che Guevara


Un trolebús arde en una esquina


Choques nocturnos


La policía carga sobre los manifestantes


Tropas del II Cuerpo de Ejército retoman el control
de la ciudad


Otro trolebús destruido al día siguiente de las manifestaciones


Consecuencias del vandalismo
Notas
1 Durante el período 1966-1973, apenas creció de los u$s 3276.000.000 a u$s 4800.000.000. Compárese con lo acaecido en los períodos 1977-1983 y 1984 hasta la actualidad.
2 Sobre el desarrollo espacial argentino en los años de Onganía ver: Alberto N. Manfredi (h), “Argentina y la conquista del Espacio”, revista Aeroespacio Nº 591, 592 y 593. También en (http://argentinaylaconquistadelespacio.blogspot.com.ar/).
3 Oscar Alba, “El Cordobazo” (http://www.socialismo-o-barbarie.org/revista/sob7/cordobazo .htm).
4 “El Cordobazo”, sitio El Ortiba (http://www.elortiba.org/cbazo.html).
5 Redacción La Voz, “Los dueños del terror”, La Voz, sección Opinión, 6 de junio de 2014
(http://www.lavoz.com.ar/opinion/los-duenos-del-terror).
6 Aníbal Córdoba, El Cordobazo. Apuntes de un combatiente, Editorial Ateneo, 1971, p. 12.
7 Ceferino Reato, “Un periodista y una cobertura magnífica: el Cordobazo”, Perfil, 6 de septiembre de 2013 (http://www.perfil.com/politica/Un-periodista-y-una-cobertura-magnifica-el-Cordobazo-20130906-0012.html).
8 A Tosco le fueron impuestos ocho años y tres meses de prisión en tanto a Torres y López, tres años y ocho meses respectivamente. Otros dirigentes como Antonio Scipione y Ricardo de Luca, recibieron penas similares.
9 Elena Marta Curone, Al servicio de la Causa: “Si bien se sabía que iba a haber violencia, el enfrentamiento fue más fuerte que lo que nadie esperó. El Ejército y elementos de la CIA, colaboraron en el impulso de la destrucción que alcanzó más de 150 manzanas”.
10 Siempre se dijo que la Operación Cóndor consistió en una invasión simbólica a las islas Malvinas por parte de un comando nacionalista argentino, para reivindicar la soberanía de nuestro país en el archipiélago. El libro de Carlos Velazco, ¿Y si invadimos las Malvinas?, echó por tierra con esa creencia. La acción, encabezada por Dardo Cabo, tenía como objetivo principal conseguir una noticia espectacular para incrementar las alicaídas ventas de la revista “Panorama”, de cuya redacción formaban parte varios de los “comandos”. El grupo secuestró un avión de Aerolíneas Argentina y lo desvió hacia Puerto Stanley.
11 “El Descamisado”, Nº 41, 26 de febrero de 1974.
Otras fuentes
-Andrés Bufali, “Después del asesinato de Vandor”, La Nación, sección Opinión, martes 26 de julio de 2004.
-Fabián Bosoer, “Vandor: un asesinato que nadie quiso esclarecer”, Clarín, sección Política, 30 de junio de 2014.
-“Asesinato de Augusto Timoteo Vandor”, Partido Federal, viernes 30 de junio de 2006  (http://www.partidofederal.org/index.php/personalidades-del-partido-federal/127-histas/474-asesinato-de-augusto-timoteo-vandor).
-Roberto Bardini, “Dardo Cabo y la muerte de Vandor: siete falacias”, Bambú Press
(https://bambupress.wordpress.com/2010/01/09/dardo-cabo-y-la-muerte-de-vandor-siete-falacias/).
-Mario César Antenore, “El Rosariazo: una historia silenciada”, Rosario, octubre de 2004
(http://www.busarg.com.ar/rosariazo.htm).

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