LAS ÚLTIMAS ACCIONES DE LA BATALLA DE SAN CARLOS
Las acciones del 25 de mayo habían sido demoledoras para las fuerzas británicas y eso llevó a un replanteo de la estrategia a seguir.
Para su fortuna, el día 26, las condiciones meteorológicas
se presentaron sumamente desfavorables, imposibilitando cualquier acción desde
el continente. Eso les dio un tiempo valioso para elaborar nuevos planes y permitió llevar a cabo sus desplazamientos.
En aquella jornada, solo una escuadrilla de Mirage V-Dagger
del Grupo 6 de Caza, escoltada por dos Mirage III EA del Grupo 8, llegaron a la
zona de operaciones, encontrándola cubierta de nubes. Se trataba de la sección
“Poker” de los experimentados capitán Dimeglio (avión matrícula C-420) y el
teniente Aguirre Faget (C-416), quienes despegaron de San Julián a las 13.30
horas. Portaban cuatro bombas BRP de 250 kilogramos cada uno, dotadas de espoletas
Super Quick SSQ y MU de cola, que las harían detonar a un metro del
terreno.
Sus escoltas, capitán Guillermo A. Ballesteros y primer
teniente Marcelo E. Puig, decolaron de Río Gallegos dos minutos después con el
indicativo “Sombra” y volaron inmediatamente detrás hasta alcanzar el
archipiélago.
Los aviones llegaron a San Carlos guiados por el radar de
Puerto Argentino y al ubicar los blancos a 270º y 45 millas náuticas, se lanzaron en picada (14.10). A último momento, el guía experimentó
dificultades en el mecanismo de lanzamiento y eso lo obligó a desistir, no así
su numeral que arrojó sus dos BRP por encima del manto de nubes que ese día
estaban muy bajas. Eso le impidió evaluar los daños pero facilitó el escape al
brindarle una excelente cobertura.
A las 14.15, los “sombra” enlazaron con el radar del CIC
Malvinas recibiendo información de que al menos seis Sea Harrier
patrullaban el área a nivel 140/160.
Los Dagger aterrizaron en San Julián a las 15.30 y los
Mirage en Río Gallegos, veinte minutos antes, sin inconvenientes.
Ese día un solo Learjet despegó del continente. Fue un vuelo de
diversión, tripulado por el vicecomodoro Rodolfo De la Colina y el comodoro
Ronaldo Norberto Ferri, seguido por el Hansa HS-125 del vicecomodoro Torres,
que realizó control aéreo táctico.
La actividad de la Fuerza
Aérea se redujo prácticamente a eso, además de una
salida de
reconocimiento ofensivo de los Pucará IA-58 de los tenientes Miguel A.
Cruzado y Miguel Ángel Giménez y otra del Boeing 707 matrícula TC-92 al
comando
de los vicecomodoros Eduardo Fontaine y Juan Carlos Ossa, estos últimos
en misión de exploración y reconocimiento lejano sobre el Atlántico
Meridional.
El 26 de mayo, el fuego naval se inició sobre Puerto Fox a
las 00.30 (03.30Z), finalizando una hora después, con un saldo de dos heridos.
En Puerto Argentino comenzó a las 01.07 (03.07Z) oportunidad en la que se
recibió por primera vez el impacto de un misil superficie/superficie lanzado
desde una nave situada a 8
millas náuticas al sur del aeropuerto. El ataque fue
respondido con el fuego de un Sofma de 155 mm que obligó a la embarcación a retirarse,
sin que se registraran bajas en ninguno de los dos bandos.
El fuego naval se reinició sobre Puerto
Fox a las 04.00 (07.00Z) y media hora después comenzaron a ser batidos Puerto Darwin y Prado del
Ganso, cañoneados por embarcaciones ubicadas en Bahía Ruiz Puente, aunque con
muy poca precisión debido, principalmente, a la obscuridad imperante.
A las 12.55 (15.55Z) un Fellowship F-28 de la Armada Argentina volvió a
romper el bloqueo para aterrizar en la capital de las islas después de escoltar
a tres Aermacchi de refuerzo destinados a la dotación naval de Malvinas. Sin embargo,
un Hércules C-130 debió desistir unas horas después debido a la amenaza de al
menos cuatro Sea Harrier que patrullaban rigurosamente el área.
En horas de la tarde (14.00 horas), llegó a Puerto Argentino
el Equipo de Combate “Güemes”, al mando del teniente primero Esteban, que cinco
días antes había enfrentado vigorosamente el desembarco inglés en San Carlos.
Veinticinco minutos después, tuvo lugar un nuevo bombardeo sobre las posiciones
del aeropuerto y el Regimiento de Infantería 25, sin bajas ni daños de consideración.
A las 14.40 (17.40Z) una formación de cuatro Skyhawk A4Q que había
partido de Río Grande debió abortar la misión al no concretar el ataque por las pésimas condiciones del tiempo (también
fallaron en su intento de hacer reabastecimiento aéreo).
Pese a todas esas misiones, puede decirse que el 26 fue un
día relativamente calmo en comparación a los anteriores. Como contrapartida, el
27, sería diferente.
A la 01.00 (03.00Z), el radar Malvinas
detectó un buque en Bahía Brenton seguido por el rutinario
cañoneo naval sobre Darwin y Prado del Ganso, menos de una hora después.
Ese fue el día en que volvieron a entrar en acción los
bombarderos Canberra MK-62 para efectuar lanzamientos nocturnos sobre las
embarcaciones que en esos momentos atacaban el istmo.
A las 03.35 (06.35Z), dos aviones armados con cuatro bombas
BRP cada uno, despegaron de Comodoro Rivadavia, con el indicativo “Odín”. Los
tripulaban los capitanes Juan Carlos
Freijo y Emilio Juan Marín (Avión matrícula B-104) y los mayores Ramón Pastor
Vivas y Aldo Escudero (avión matrícula B-105), quienes llegaron a la zona a las
04.30 (07.30Z) buscando las fogatas que el Regimiento de Infantería 12 había
encendido a fin de orientarlos. Sin embargo, a último momento, su objetivo fue
cambiado y los bombarderos viraron al norte, en dirección a San Carlos.
Al llegar a Bahía Ajax, Freijo y Marín abrieron las
compuertas y dejaron caer sus bombas desde una altura de 240 metros, iniciando
inmediatamente el escape hacia el sudoeste. Volando unos 60 metros más alto
llegaron Vivas y Escudero quienes descargaron las suya, sin que se produjera
reacción por parte del enemigo.
Para los británicos aquello fue una sorpresa porque no
esperaban acometidas a esas horas. En un primer momento, al escuchar las turbinas
de los aviones, pensaron con cierta dosis de alivio que por fin los
Sea Harrier se habían aventurado a operar de noche. Sin embargo, al sentir las
primeras explosiones, cayeron en la cuenta de que se trataba de un ataque y por
esa razón, echaron a correr en dirección a los pozos de zorro que habían estado cavando
desde el 21 de mayo. Los soldados se miraban desconcertados y se preguntaban
como era posible que la Fuerza Aérea
Argentina estuviese actuando en esos momentos.
La incursión destruyó la recientemente instalada antena de
la estación de comunicaciones vía satélite, provocó serios daños en el hospital y averió con sus esquirlas al
Gazelle matrícula XZ627.
Los Sea Harrier recién se hicieron presentes a las 11.00
(15.00Z) para bombardear Puerto Argentino sin mayores consecuencias y más de
dos horas después se reinició el cañoneo de ablande sobre Darwin y Prado del
Ganso, finalizando a las 14.45 (17.45Z), sin alcanzar objetivo alguno.
Un Harrier GR3 matrícula XZ988 del Escuadrón 1 (F) piloteado
por el comandante Bob Iveson, fue abatido a las 13.45 (16.45Z) durante su
tercera pasada sobre las instalaciones de la BAM “Cóndor”.
Su compañero se alejaba presurosamente hacia el este,
volando a 13.000 pies,
cuando Iveson se eyectó y descendió con su paracaídas al norte de
Lafonia. Tras una caminata de varias horas llegó al casco de la estancia
Paragon, 10 kilómetros al
oeste de Prado del Ganso, donde se ocultó y veinticuatro horas después fue rescatado por un Gazelle de la
Escuadrilla Aérea de la 3ª Brigada, tripulado por el teniente
Scott, quien lo condujo de regreso al “Hermes”.
Para entonces, los británicos habían desembarcado 4500
hombres y 5000 toneladas de equipo, por lo que era imperioso atacar la cabeza de playa de manera
inmediata.
Para
reforzar a la guarnición acantonada en el istmo de
Darwin, a las 17.24 (20.24Z) llegaron
dos Pucará procedentes de Santa Cruz, el A-537 tripulado por el teniente
Hugo
Eduardo Argañaráz y el A-532, por el alférez Luis Eugenio Blanchet.
Durante su vuelo se cruzaron con los A4 del capitán Carballo y una PAC
de Sea
Harrier que patrullaba el área en su busca.
A la misma hora y a las 20.14 (23.14Z), aterrizaron en
Puerto Argentino dos Hércules C-130 transportando a la Compañía de Comandos 602
que llegaba al archipiélago al mando del mayor Aldo. Venía a reforzar a sus pares de la
601, quienes operaban en las islas prácticamente desde el inicio de la guerra. A partir de ese
día, los pesados transportes comenzaron a ser utilizados en misiones de
rastreo junto a los Embrear 111 Bandeirantes facilitados por el
gobierno del Brasil.
La exploración aérea se tornaría más intensa a medida que
los británicos efectivizaban el avance terrestre.
A las 16.00 horas del 27 de mayo (19.00Z) despegaron de Río
Gallegos dos nuevas secciones de Skyhawk A4B, la “Poker” y la “Truco”,
tripuladas por el capitán Carballo (C-207), el teniente Rinke (C-212), el
alférez Carmona (C-239), el primer teniente Velasco (C-215) y el teniente Ossés
(C-228), prácticamente las mismas dotaciones que habían atacado a la “Broadsword”
y hundido al “Coventry” dos días antes.
Los aviones decolaron sin problemas y poco después volaban
hacia San Carlos, donde las tropas enemigas se aprestaban a iniciar el avance
sobre Prado del Ganso.
Al
no poder reabastecerse de combustible, Carmona emprendió el regreso y
algo más adelante, el equipo radioeléctrico de Carballo comenzó a
experimentar inconvenientes, razón por la cual dejó pasar a su numeral
para que lo guiase a los blancos.
Volando siempre hacia el este, la escuadrilla alcanzó la Isla Pelada, donde
viró en dirección norte bordeando el estrecho hasta San
Carlos, con la idea de entrar por la Bahía
Ruiz Puente. Llegaron siete minutos después, divisando
una
pequeña sierra formada por la pared sur de la gran bahía. La elevación
les permitió aproximarse a los cerros y ya sobre la cumbre
divisar, más allá, media docena de embarcaciones grises.
Al
verlos aparecer, los británicos comenzaron a disparar con todo lo que
tenían, formando una cortina de proyectiles trazantes de
tonalidad naranjo-amarillenta sobre la que los cuatro
aviones se lanzaron temerariamente.
En la zona de los blancos, los “Poker” pudieron ver mucha actividad de helicópteros, cosa que se apresuraron a notificar por
radio advirtiendo a la segunda escuadrilla.
Ya en el brazo sur de la bahía, se pegaron al agua y
desplazándose a 900 km/h
alcanzaron la costa, elevándose sobre los cerros para soltar sus bombas e
iniciar el escape en medio de una andanada de municiones que parecía fuegos
artificiales.
Las cargas de 400 kilogramos cayeron frenadas por sus
paracaídas y explotaron en las laderas de San Carlos. Los
hombres del Escuadrón 40 de Comandos de Infantería de Marina las vieron
descender con verdadero horror, aunque “con cierta gracia y elegancia”, según
el decir de algunos, antes de estallar con violencia sobre sus posiciones.
El ataque tomó por sorpresa a todos, obligando a la mayoría
a correr hacia las trincheras para arrojarse en su interior y a los menos
veloces a tirarse boca abajo sobre la turba, cubriéndose las cabezas con las
manos; incluso hubo quienes se quedaron petrificados, observando de pie la
aterradora escena.
Dos marines que accionaban una ametralladora perecieron en
el acto, tres soldados más fueron heridos y evacuados hacia el hospital de
Bahía Ajax y algunos otros recibieron lesiones menores, ello sin contar los
considerables daños en la planta refrigeradora del lugar.
El teniente Velasco sintió las sacudidas de su avión cuando
las municiones del enemigo estallaron cerca suyo y casi enseguida el sonido de las esquirla
pegando contra el fuselaje. Sus bombas y las del teniente Ossés dieron en
los galpones donde se almacenaban las armas y los equipos de la Brigada 3 de Comandos,
produciendo terribles explosiones y un incendio de magnitud en los
polvorines del Escuadrón 45. Allí hubo seis muertos y veintisiete heridos quienes comenzaron a ser evacuados de inmediato.
Los relojes marcaban las 16.55 (19.55Z) cuando Velasco vio
encenderse las luces de presión hidráulica en su tablero. En ese preciso instante le llegó por radio la voz del
teniente Ossés informándole que tenía fuego en la raíz de su ala izquierda.
Comprendiendo la gravedad de la situación, el capitán
Carballo, que escuchaba la conversación, le ordenó a Velasco eyectarse. Había recibido
fuego del HMS “Fearless” pero un proyectil de 40 mm Bofors disparado por el
artillero Niel Wilkinson desde el HMS “Intrepid” fue el que selló su suerte1.
Viendo que comenzaba a perder el control y se quedaba sin
mando, el piloto no lo dudó y poniendo rumbo 270º oeste, cruzó el estrecho hacia la Gran Malvina donde se eyectó,
después de dar su posición.
Durante el regreso a Río Gallegos, Carballo notó que su
radio había vuelto a enmudecer y solo su brújula funcionaba por lo que,
reduciendo la velocidad, se ubicó detrás de Rinke para que lo guiara de regreso
a la Argentina.
Dos minutos después de haber abandonado la zona de combate,
los aviadores distinguieron la silueta de lo que creyeron eran dos Sea Harrier
pero resultaron ser los mencionados Pucará de Argañaráz y Blanchet provenientes de Santa Cruz. Siguieron vuelo
sin mayores sobresaltos, internándose en la inmensidad del mar en busca del
continente.
Cerca
de las 19.00 avistaron tierra y de manera inmediata iniciaron el
descenso. Rinke aterrizó sin problemas, no así Carballo que traía
la rueda izquierda reventada.
El
A4B C-207 se posó sobre la pista y en su desplazamiento empezó a irse
de costado. El piloto aplicó los frenos y puso el timón en
contrario, tratando de evitar el reventón del otro neumático pero el
aparato siguió derrapando y poco le faltó para hacer un trompo y tumbar.
Quienes
presenciaban el hecho respiraron aliviados al ver
que nada grave había ocurrido. Carballo sacó su avión de pista y cuando
los
mecánicos se aproximaban llevándole la escalerilla, les dijo
que estaba bien. Descendió presurosamente y movido por la curiosidad
miró bajo la nariz, distinguiendo un orificio del tamaño de un pomelo en
la parte
izquierda, producto de un estallido a escasísimos
centímetros de la estructura. Después de intercambiar opiniones con sus
mecánicos el piloto pudo determinar que esa era la causa por la cual sus
instrumentos quedaron fuera de funcionamiento. A su vez, el teniente Ossés presentaba
perforaciones en sus tanques suplementarios, al parecer, producto de las
esquirlas.
Mientras se dirigían a la sala de prevuelo, el capitán
Carballo experimentó una sensación de pena y desagrado; pena por la suerte de
su amigo, el primer teniente Velasco, abatido sobre la Gran Malvina y desagrado porque
en su fuero interno prefería atacar buques por representar un blanco mucho más rentable y seguro. Pero al mismo
tiempo experimentó un agradable sentimiento de orgullo por aquel compañero leal, el
teniente Rinke, que supo llevarlo y traerlo en una misión de alto
riesgo, demostrando una profesionalidad indiscutible y una bien ganada
veteranía. Con sus pensamientos puestos en el valiente Velasco, el líder de la
escuadrilla se retiró a la capilla y luego de orar se fue a descansar.
El primer teniente Velasco no había muerto; había descendido
con su paracaídas en un punto situado entre Puerto Fox y Puerto Howard, tan
cerca de donde se había estrellado su avión, que por un momento temió caer en medio de las llamas. Afortunadamente no fue así.
Impulsado por el viento, el paracaídas lo arrastró varios
metros sobre la turba hasta que por fin logró desprenderse de él.
Mientras se despojaba de correajes y arneses notó el tobillo derecho lastimado y mucho dolor en la columna. En ese momento, su
avión comenzó a estallar; el fuego había alcanzado las
municiones y como eso representaba un serio peligro, permaneció
cuerpo a tierra esperando las explosiones cesaron. Cuando se estaba
por incorporar, aparecieron dos Sea Harrier volando bajo para describir varias
órbitas en torno a su aparato. Temeroso de ser descubierto, se incorporó rápidamente
y con cierta dificultad, corrió hacia una especie de hondonada en la cual se
introdujo hasta que los cazas se alejaron.
Pese al frío agravado por una reciente nevada,
Velasco se incorporó y seguro de que los ingleses se habían retirado, abandonó
su escondite, apagando previamente su equipo de radio y escondiendo el
paracaídas para no delatar su ubicación.
Inmediatamente después echó a
andar en dirección a la costa, urgido por hallar un refugio donde pasar la
noche y súbitamente, caminando sobre la turba, recordó su rosario. “Cuanta falta me hace”, pensó. Lo había colocado en la mira de su
avión y allí se encontraba al momento de eyectarse.
Comenzaba a anochecer y aun cuando llevaba puesto el traje antiexposición, el frío se le metía entre sus prendas.
A
eso de las 23.00 comenzó el cañoneo naval y gracias a ello, el piloto
se dio cuenta que se hallaba cerca de la costa. La pierna le molestaba
cada vez
más pero eso no fue impedimento para que caminase toda la noche, sin
detenerse,
a efectos de no congelarse.
Velasco se lamentó cuando comenzó a lloviznar y a soplar un
viento helado, porque eso tornaba al frío insoportable e incrementaba sus dolores. Para combatirlo,
comenzó a rezar y así continuó hasta las 14.00 horas del día siguiente, cuando más nieve se abatió sobre la región.
El piloto se hallaba extenuado, tenía hambre y el dolor de
la pierna no dejaba de atormentarlo. Aún así, siguió andando hasta la segunda noche que trajo con con ella más viento y lluvia.
Hubo momentos difíciles, en los cuales creyó desfallecer, incluso llegó a pensar en echarse en alguna parte y dejarse morir, exhausto, famélico y congelado como estaba, pero algo apartó
esos pensamientos de su mente y lo impulsó a seguir: el poder de la oración.
En esas condiciones reanudó la marcha y después de otra
terrible noche a la intemperie, a la mañana siguiente descubrió un rancho kelper recortado en la lejanía. Sin dudarlo y lleno
de esperanzas se dirigió hacia él, apresurando el paso lo más que podía porque no deseaba pasar otra noche como las anteriores.
La
cabaña era el típico refugio utilizado por los malvinenses para
pasar las noches de invierno en época de cría. Aun cuando estaba
abandonada se hallaba tan bien surtida de alimentos, mantas y fósforos,
detalle que hizo renacer en Velasco las esperanzas de ser rescatado.
Incluso había una estufa y por esa razón, casi le salta el corazón de la
felicidad.
A un costado del edificio descubrió apilados varios panes de
turba, tierra-combustible ideal para hacer una buena fogata por el gas que
contenía.
Con
mucha cautela, Velasco abrió la puerta de la vivienda y
entró, comprobando no sin asombro, que sus paredes interiores se
hallaban cubiertas de papel en el cual estaban escritos los nombres de
quienes habían pernoctado en
el lugar.
Comió
por primera vez en dos días, bebió agua y saboreó dos
caramelos. Debido al esfuerzo realizado y a las lesiones padecidas, sus
piernas se hallaban completamente hinchadas y los dolores aumentaban.
Sobreponiéndose a ello, tomó un pan de turba, encendió una fogata y con
varias
de las mantas improvisó una suerte de catre y se echó a
descansar. Estaba tan extenuado que se durmió en el acto.
A mitad de la noche lo despertó un ruido extraño. Algo o
alguien se movía en el interior de la habitación. Rápidamente encendió una vela
y a la tenue luz de la llama vio tres o cuatro ratas dando cuenta de los restos de
alimento que había dejado sobre la mesa. Las espantó, arrojó los desperdicios
afuera y se volvió a acostar.
Al día siguiente se dedicó a explorar los alrededores
descubriendo a lo lejos el monte Independencia cubierto de nieve. Llegada la
noche regresó al refugio y a la mañana siguiente, durante una nueva caminata de
exploración, se topó con dos jinetes que llevaban de las riendas otros tres
caballos. Se hicieron señas, se hablaron y tras intercambiar algunas palabras, los
isleños se le acercaron. Eran dos individuos rubios, uno gordo y el otro
delgado, que hablaban bastante bien español.
Le dieron tabaco y papel de armar y le preguntaron si
necesitaba algo. Velasco les quiso comprar uno de los caballos para llegar a
Puerto Howard pero los individuos se negaron aunque se ofrecieron a dar aviso por
radio a la guarnición argentina apostada en el lugar. Finalmente se alejaron,
después de saludarlo con cortesía, dejando detrás a un hombre dudoso y
confundido. ¿Avisarían realmente a sus compatriotas o informarían a los
británicos para que lo tomasen prisionero?
En previsión de aquella última posibilidad, el valeroso
aviador buscó algún escondite donde pasar la noche pues estaba seguro que ni
bien obscureciera iban a venir a apresarlo. Como no encontró ningún sitio
adecuado, cavó una cueva debajo del refugio y allí se metió, temblando de frío.
Todo el esfuerzo resultó en vano porque al día siguiente,
los kelpers dieron aviso a las fuerzas argentinas y el 1 de junio a las 12.00
llegó al lugar un Land Rover, conducido por un malvinense, un oficial del
Ejército y un médico2.
Ni bien vieron a Velasco, le dijeron que hacía cinco días lo estaban buscando y casi inmediatamente después lo
subieron al vehículo para conducirlo a Puerto Howard, pasando en el trayecto
junto a los restos de su avión.
Al llegar a la pequeña localidad lo alojaron en una
vivienda particular y al día siguiente, una vez repuesto después de nuevas curaciones, se le
encomendó la tarea de ayudante de cocina.
Al cabo de dos días se encontraba abocado a esas tareas cuando
a las 23.05 cayó sobre la posición todo el peso del cañoneo británico, que se
prolongó hasta las 00.15 del 4 de junio. En la oportunidad, una bomba estalló
muy cerca del edificio donde se alojaba, haciendo saltar los vidrios
en pedazos y ocasionándole considerables daños con sus esquirlas.
El
6 de junio embarcó con varios hombres (la mayoría
heridos), en el “Bahía Paraíso” y después de navegar por el estrecho
salieron por el sur ganando aguas abiertas para seguir hacia el
continente3.
Llegaron después de dos días de viaje, luego de cruzarse con tres fragatas
enemigas.
Así fue como el valeroso piloto que había hundido al HMS
“Coventry” en menos de veinte minutos, se reunió con sus compañeros de
escuadrilla, quienes festejaron ruidosamente su regreso. Y de esa manera acabó
su odisea, digna de una película de Hollywood.
El ataque a Puerto San Carlos y Bahía Ajax, la “serenata de
los Skyhawk”, como lo llamaron los británicos, constituyó un duro golpe para la Fuerza de Tareas. Los cazas
argentinos actuaron sin ningún tipo de oposición y los daños ocasionados
fueron de consideración.
Los incendios en Bahía Ajax se combatieron durante varias
horas y al llegar la noche, cuando los proyectiles de morteros, municiones y
misiles Milan antipersonales fueron alcanzados por las llamas, las explosiones
hicieron temblar la zona, iluminándola de manera tenebrosa.
El mismo Thompson
se hizo presente para evaluar las pérdidas, manifestando su preocupación por la
vulnerabilidad de los depósitos y polvorines allí montados. Pero lo más significativo
fue la decisión del general Richard Trant quien acuciado por la contundencia de
los ataques, decidió iniciar el avance terrestre antes de lo planeado.
Pese
a sus audaces ataques y denodados esfuerzos, la
aviación argentina no logró contener el desembarco ni la marcha hacia el
este. Aún así, según refieren Hastings y Jenkins, al apersonarse
Thompson en Bahía Ajax y ver el espectáculo que ofrecía, se preguntó
preocupado a donde iba a llevar toda esa situación. La respuesta surgió
inmediata en su mente: “A ningún lado”4.
Las fuerzas británicas tuvieron suerte ese día ya que
tras infligir aquellos daños, el enemigo no volvió a atacar Bahía Ajax,
tremendo error del alto mando argentino que en breve habría de pagarse caro.
Los ingleses se encontraban algo desmoralizados por la
inacción y los peligrosos ataques aéreos a los que estaban siendo sometidos, de
ahí la decisión de sus superiores de iniciar la marcha lo más pronto posible.
Quienes se llevaron un buen susto ese día fueron los ya
mencionados pilotos de Pucará, teniente Hugo Eduardo Argañaráz (aparato
matrícula A-532) y alférez Luis Eugenio Blanchet Rubio (A-537), cuando cruzaban
desde Santa Cruz guiados por el navegador tipo de un Mitsubishi MU-2 del
Escuadrón Fénix.
Durante las últimas 200 millas, con los aviones volando a cinco metros del agua y a la vista de las primeras
islas, el guía efectuó un viraje de 180º y emprendió el regreso al continente.
Aquello desorientó al los aviadores y les hizo perder el rumbo por lo que su
líder estableció urgente contacto con la torre de Puerto Argentino para saber
si los tenían en pantalla. La respuesta afirmativa lo tranquilizó y de esa
manera, poniendo rumbo 240º, aterrizaron en la capital malvinense, guiados por
su radar.
Una
vez e tierra, quedaron ambos sumamente impresionados por
el estado de los aviones allí estacionados, ignorando que se trataba de
señuelos colocados ex profeso por el comodoro Héctor Luis Destri, para
confundir
a los pilotos ingleses.
Argañaráz y Blanchet tendrían su bautismo de fuego a las
23.00 de ese mismo día cuando el sector del aeropuerto y las
posiciones del Regimiento de Infantería 25 fueron blanco del rutinario cañoneo naval que
habría de prolongarse hasta las 02.00 del día siguiente.
La que resultó digna de admiración fue la labor de los integrantes del escalafón técnico de todas las bases aéreas.
Vaya como prueba un ejemplo.
El 28 de mayo por la mañana, el capitán Carballo corrió
hacia su Skyhawk para retratarse junto a la perforada nariz de su avión,
dañado durante el vuelo sobre Bahía Ajax. Grande fue su sorpresa al notar que su
máquina no presentaba ningún daño. Había sido reparada en tiempo récord y se
encontraba como nueva, lista para otra misión.
Mucho fue lo que debió el Grupo 5 de Caza al capitán Rico
(sin parentesco con el jefe de la
Compañía de Comandos 602), al teniente Córdoba, al primer
teniente Pérez, al suboficial ayudante Santillán, al suboficial Salinas, a los
cabos principales Martínez y Farrán y a otros tantos “cirujanos
plásticos” de aquellos potros aéreos, artífices de verdaderos milagros a la
hora de acondicionar las aeronaves.
Así llegó a su fin la más grande batalla aeronaval desde la Segunda Guerra
Mundial, casi en las vísperas del primer enfrentamiento terrestre de magnitud.
Notas
1 El
veterano Neil Wilkinson, oriundo de la ciudad de
Leeds, quedaría con traumas post bélicos por espacio de veinticinco
años.
Atormentado por la muerte del piloto al que había derribado y por la
psicosis
misma de la guerra, estuvo varios años sometido a tratamiento
psicológico,
desocupado y con alteraciones. Poco a poco se fue readaptando a la vida
normal
y en esa situación se encontraba cuando en el año 2007, al cumplirse el
25º
aniversario de la guerra, vio junto a su mujer un documental donde
Velasco
relataba sus experiencias. Sumamente conmovido, se dio cuenta que se
trataba
del piloto que había derribado y de esa manera, inició gestiones ante su
gobierno y la embajada argentina con el objeto de ubicarlo. "¡Es él!
-gritó al verlo en la pantalla- ¡Es él! Primero le envió un
e-mail y al obtener respuesta, organizó el viaje. A fines del año 2011
llegó a
las Malvinas, interesado en visitar el escenario de la guerra y,
especialmente, el lugar
donde se encontraban los restos del avión de Velasco. En enero de 2012
voló a
Córdoba para conocerlo y en compañía de una cronista y un camarógrafo de
la BBC llegó hasta la chacra del aviador, en las sierras cordobesas. El
encuentro con su adversario en la paradisíaca quinta Villa Las Rosas
fue realmente emotivo y quedó registrado por la cadena de radiodifusión británica en un documental que dio
la vuelta al mundo. Se estrecharon en un abrazo, dialogaron, visitaron
una base aérea y trabaron una gran amistad.
2 El facultativo estaba obsesionado con la posibilidad
de ser emboscado.
3 A Velasco le concedieron un camarote especial.
4 Max Hastings y Samuel Jenkins, La batalla por las Malvinas.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur