PRÓLOGO
La
madrugada del 3 de
octubre de 1969, trescientos sesenta paracaidistas de la IV Brigada
Aerotransprotada con asiento en Córdoba, aguardaban formados junto a la
pista
de la Escuela de Aviación Militar, listos para abordar los Hércules
C-130E matrícula
TC-61, TC-62 y TC-63 que se encontraban estacionados sobre la cabecera
norte, delante de seis Douglas DC-3/C-47, alineados inmediatamente
detrás.
Los hombres con su
equipo de salto completo, se hallaban expectantes, atentos a las directivas de
los suboficiales, listos para ponerse en movimiento ni bien se los indicasen, mientras
el sol se elevaba por el horizonte, iluminando débilmente el cielo despejado.
Cerca de allí, en el
patio de armas, otros quinientos cuarenta efectivos abordaban los dieciocho camiones
militares estacionados frente a la comandancia, en tanto oficiales, cabos y
sargentos iban y venían impartiendo órdenes a la vista de las máximas
autoridades de la unidad. Muchos de ellos, tropa y mandos, habían participado
en los recientes sucesos de violencia que tuvieron a la ciudad de Córdoba como
escenario en el mes de mayo y aún sentían sobre sí el peso de aquella
responsabilidad. Como sus camaradas en la cabecera de la pista, llevaban sus
uniformes de campaña, sobre los cuales lucían insignias y distintivos, cargando
el equipo de combate, las mochilas y los fusiles de asalto FAL Para 50.63
calibre 7.62, con los que se disponían a entrar en acción.
Si bien todo ese
movimiento era parte de los ejercicios de salto anuales, programados a comienzos
de año, en esa oportunidad movía al comando una acción de índole militar pues se
tenía información de que el mismo grupo subversivo que había asaltado uno de
los depósitos de armas del Regimiento de Infantería 1 “Patricios”, en la Guarnición
Campo de Mayo, el 5 de abril, iba a copar la cercana localidad de La Calera.
Desde los agitados
días del “Cordobazo”, se venían sucediendo hechos que tenían en permanente vilo
al gobierno: el incendio de los supermercados Minimax, en Buenos Aires y sus
alrededores; el asesinato del dirigente sindical Augusto Timoteo Vandor, el 30
de junio de ese mismo año, la agitación en las fábricas y las universidades, todo
parecía indicar que algo raro se estaba gestando. Las guarniciones militares se
mantenían en permanente estado de alerta y las fuerzas de seguridad estaban listas
para actuar, igual que en los días previos a la revolución de septiembre de
1955, cuando esa misma zona de Córdoba se transformó en uno de sus principales
campos de batalla.
Impartidas las órdenes,
los hombres comenzaron a abordar, acomodándose en el interior de las aeronaves.
Y cuando los relojes marcaron la hora programada, los pilotos dieron potencia a
sus turbinas y siguiendo las indicaciones de los señaleros, comenzaron a carretear,
los pesados Hércules en primer lugar y los veteranos Douglas detrás.
Las máquinas se
elevaron una trás otra en dirección a Alta Gracia y a mitad de camino entre la
capital provincial y Los Olivares, viraron hacia el noroeste, describiendo una
pronunciada elipse hacia San Antonio de Arredondo y Villa
Independencia, dejando a su derecha los campos de Malagueño y a su izquierda
Falda del Carmen.
Cuando
sobrevolaban
Pampa de Achala y las Altas Cumbres, giraron hacia el norte y a 2000
metros de altura, comenzaron a cruzar Traslasierra en dirección a Villa
Carlos Paz. Ya sobre el lago San Roque, pusieron proa a la capital
provincial y manteniendo la misma velocidad (320 km/h), iniciaron
lentamente el descenso.
Mientras tanto, en la
Escuela de Tropas Aerotransportadas, la columna motorizada se desplazaba por
las calles internas de la unidad, hasta alcanzar la Ruta 20.
Transpuestos sus
portones, los vehículos doblaron hacia la izquierda y dejando a su derecha el Barrio Aeronáutico con su instituto
universitario, enfilaron al norte, en dirección a La Calera, trepando la
zona serrana por la Ruta 55.
Cuando los aviones
dejaron Traslasierra, los paracaidistas recibieron la orden de ponerse
de pie y alinearse junto a las compuertas. Los Hércules bajaron sus rampas
posteriores y los hombres se ubicaron frente al vacío, listos para saltar.
La formación se abrió
en abanico para envolver la localidad por el norte, el centro y el sur mientras
los camiones repletos de tropas se aproximaban desde el este. La población,
ignorante de lo que acontecía, se disponía a iniciar un nuevo día y lo que
menos imaginaba era que una fuerza subversiva estaba a punto de atacar.
En los aviones, los
hombres observaban expectantes la luz roja, esperando que cambiase a verde y sus
pulsaciones se aceleraron cuando los oficiales abrieron las compuertas y
alzaron la diestra mientras miraban sus relojes.
Uno
de los Hércules
tomó por el norte, el segundo continuó en línea recta por el centro y el
tercero se desvió hacia el sur, seguido cada uno por dos DC-3/C-47.
Mientras eso ocurría en el aire, los camiones se dispersaban por el este, en diferentes direcciones, algunos
por el viejo camino de tierra que corría en dirección a las terrazas de la
Estanzuela y otros por el norte y el centro de la localidad, dispuestos a bloquear
sus vías de acceso. Ni bien se detuvieron, los hombres saltaron fuera y
siguiendo las órdenes, tomaron posiciones, cerrando los caminos y estableciendo
piquetes para cubrir la acción. Para entonces, las fuerzas de seguridad locales
habían sido alertadas y obligaban a la gente a mantenerse en sus domicilios o
lugares de trabajo, evitando en lo posible, circular por las calles.
A mitad de camino
entre el lago San Roque y La Calera, la luz verde se encendió y
los paracaidistas comenzaron a saltar. Por el norte lo hicieron luego de sobrepasar
Villa El Diquecito y por el sur en inmediaciones de las mencionadas terrazas de
la Estanzuela.
Los
lugareños los
vieron descender lentamente, apenas mecidos por el viento y tocar tierra
uno tras otro, para recoger sus paracaídas y apresurarse a tomar
posiciones. Sería la
primera y única vez en la historia militar argentina, que los
paracaidistas actuaban
como tales en una acción de guerra.
Siguiendo las
instrucciones, se desplegaron por el terreno y de esa manera, comenzaron a
rodear la localidad, cortando las vías de comunicación y peinando el área para
dar con los sediciosos. Cuando el sol comenzaba a caer, sus mandos llegaron a
la conclusión de que el sector se hallaba despejado y a las 1900 horas
levantaron el dispositivo y retornaron a sus bases, dejando piquetes en los
caminos y puestos de guardia en los principales accesos a la población.
Este
relato novelado, está basado en hechos reales. Efectivamente, el 3 de octubre
de 1969, novecientos paracaidistas fueron movilizados ante una falsa alarma. Las
últimas semanas, los servicios de seguridad habían detectado movimientos
extraños tanto en la Capital Federal como en diversos puntos del país y de esa
manera, pudieron determinar que un grupo subversivo estaba a punto de copar La
Calera. Las fuentes, que se repiten unas a otras, sostienen que el total de los
paracaidistas saltó desde aviones Hércules C-130E y Douglas DC-3 pero solo una
parte lo hizo porque en aquellos días se carecía de capacidad para una operación
de semejante envergadura. El resto lo hicieron por vía terrestre y de ese modo, lograron
cercar la zona y peinar sus alrededores además de efectuar requisas en viviendas
particulares, tanto en el casco urbano como en el área rural.
Las
fuerzas de represión habían previsto lo que iba a tener lugar en ese
mismo sitio, en menos de un año. Nueve meses después, un escuadrón de la
organización
Montoneros, se apoderaría de la población, tomaría la comisaría, la
central
telefónica, las oficinas del correo y la sede municipal, para asaltar la
sucursal del Banco Provincia y huir posteriormente con $4000.000,
tiroteándose con las fuerzas de seguridad. Para entonces, ya había
comenzado la guerra
antisubversiva en la Argentina, que costaría miles de muertos, heridos y
mutilados, sin contar los daños materiales y los perjuicios en materia
económica y
social que habrían de incidir en los años posteriores, con su
correspondiente
secuela de descomposición, crisis y decadencia.
Publicado 27th June 2016 por Alberto N. Manfredi (h)