domingo, 23 de junio de 2019

PRÓLOGO




La madrugada del 3 de octubre de 1969, trescientos sesenta paracaidistas de la IV Brigada Aerotransprotada con asiento en Córdoba, aguardaban formados junto a la pista de la Escuela de Aviación Militar, listos para abordar los Hércules C-130E matrícula TC-61, TC-62 y TC-63 que se encontraban estacionados sobre la cabecera norte, delante de seis Douglas DC-3/C-47, alineados inmediatamente detrás.

Los hombres con su equipo de salto completo, se hallaban expectantes, atentos a las directivas de los suboficiales, listos para ponerse en movimiento ni bien se los indicasen, mientras el sol se elevaba por el horizonte, iluminando débilmente el cielo despejado.

Cerca de allí, en el patio de armas, otros quinientos cuarenta efectivos abordaban los dieciocho camiones militares estacionados frente a la comandancia, en tanto oficiales, cabos y sargentos iban y venían impartiendo órdenes a la vista de las máximas autoridades de la unidad. Muchos de ellos, tropa y mandos, habían participado en los recientes sucesos de violencia que tuvieron a la ciudad de Córdoba como escenario en el mes de mayo y aún sentían sobre sí el peso de aquella responsabilidad. Como sus camaradas en la cabecera de la pista, llevaban sus uniformes de campaña, sobre los cuales lucían insignias y distintivos, cargando el equipo de combate, las mochilas y los fusiles de asalto FAL Para 50.63 calibre 7.62, con los que se disponían a entrar en acción.

Si bien todo ese movimiento era parte de los ejercicios de salto anuales, programados a comienzos de año, en esa oportunidad movía al comando una acción de índole militar pues se tenía información de que el mismo grupo subversivo que había asaltado uno de los depósitos de armas del Regimiento de Infantería 1 “Patricios”, en la Guarnición Campo de Mayo, el 5 de abril, iba a copar la cercana localidad de La Calera.
Desde los agitados días del “Cordobazo”, se venían sucediendo hechos que tenían en permanente vilo al gobierno: el incendio de los supermercados Minimax, en Buenos Aires y sus alrededores; el asesinato del dirigente sindical Augusto Timoteo Vandor, el 30 de junio de ese mismo año, la agitación en las fábricas y las universidades, todo parecía indicar que algo raro se estaba gestando. Las guarniciones militares se mantenían en permanente estado de alerta y las fuerzas de seguridad estaban listas para actuar, igual que en los días previos a la revolución de septiembre de 1955, cuando esa misma zona de Córdoba se transformó en uno de sus principales campos de batalla.
Impartidas las órdenes, los hombres comenzaron a abordar, acomodándose en el interior de las aeronaves. Y cuando los relojes marcaron la hora programada, los pilotos dieron potencia a sus turbinas y siguiendo las indicaciones de los señaleros, comenzaron a carretear, los pesados Hércules en primer lugar y los veteranos Douglas detrás.
Las máquinas se elevaron una trás otra en dirección a Alta Gracia y a mitad de camino entre la capital provincial y Los Olivares, viraron hacia el noroeste, describiendo una pronunciada elipse hacia San Antonio de Arredondo y Villa Independencia, dejando a su derecha los campos de Malagueño y a su izquierda Falda del Carmen.
Cuando sobrevolaban Pampa de Achala y las Altas Cumbres, giraron hacia el norte y a 2000 metros de altura, comenzaron a cruzar Traslasierra en dirección a Villa Carlos Paz. Ya sobre el lago San Roque, pusieron proa a la capital provincial y manteniendo la misma velocidad (320 km/h), iniciaron lentamente el descenso.
Mientras tanto, en la Escuela de Tropas Aerotransportadas, la columna motorizada se desplazaba por las calles internas de la unidad, hasta alcanzar la Ruta 20.
Transpuestos sus portones, los vehículos doblaron hacia la izquierda y dejando a su derecha el Barrio Aeronáutico con su instituto universitario, enfilaron al norte, en dirección a La Calera, trepando la zona serrana por la Ruta 55.
Cuando los aviones dejaron Traslasierra, los paracaidistas recibieron la orden de ponerse de pie y alinearse junto a las compuertas. Los Hércules bajaron sus rampas posteriores y los hombres se ubicaron frente al vacío, listos para saltar.
La formación se abrió en abanico para envolver la localidad por el norte, el centro y el sur mientras los camiones repletos de tropas se aproximaban desde el este. La población, ignorante de lo que acontecía, se disponía a iniciar un nuevo día y lo que menos imaginaba era que una fuerza subversiva estaba a punto de atacar.
En los aviones, los hombres observaban expectantes la luz roja, esperando que cambiase a verde y sus pulsaciones se aceleraron cuando los oficiales abrieron las compuertas y alzaron la diestra mientras miraban sus relojes.
Uno de los Hércules tomó por el norte, el segundo continuó en línea recta por el centro y el tercero se desvió hacia el sur, seguido cada uno por dos DC-3/C-47. Mientras eso ocurría en el aire, los camiones se dispersaban por el este, en diferentes direcciones, algunos por el viejo camino de tierra que corría en dirección a las terrazas de la Estanzuela y otros por el norte y el centro de la localidad, dispuestos a bloquear sus vías de acceso. Ni bien se detuvieron, los hombres saltaron fuera y siguiendo las órdenes, tomaron posiciones, cerrando los caminos y estableciendo piquetes para cubrir la acción. Para entonces, las fuerzas de seguridad locales habían sido alertadas y obligaban a la gente a mantenerse en sus domicilios o lugares de trabajo, evitando en lo posible, circular por las calles.
A mitad de camino entre el lago San Roque y La Calera, la luz verde se encendió y los paracaidistas comenzaron a saltar. Por el norte lo hicieron luego de sobrepasar Villa El Diquecito y por el sur en inmediaciones de las mencionadas terrazas de la Estanzuela.
Los lugareños los vieron descender lentamente, apenas mecidos por el viento y tocar tierra uno tras otro, para recoger sus paracaídas y apresurarse a tomar posiciones. Sería la primera y única vez en la historia militar argentina, que los paracaidistas actuaban como tales en una acción de guerra.
Siguiendo las instrucciones, se desplegaron por el terreno y de esa manera, comenzaron a rodear la localidad, cortando las vías de comunicación y peinando el área para dar con los sediciosos. Cuando el sol comenzaba a caer, sus mandos llegaron a la conclusión de que el sector se hallaba despejado y a las 1900 horas levantaron el dispositivo y retornaron a sus bases, dejando piquetes en los caminos y puestos de guardia en los principales accesos a la población.

Este relato novelado, está basado en hechos reales. Efectivamente, el 3 de octubre de 1969, novecientos paracaidistas fueron movilizados ante una falsa alarma. Las últimas semanas, los servicios de seguridad habían detectado movimientos extraños tanto en la Capital Federal como en diversos puntos del país y de esa manera, pudieron determinar que un grupo subversivo estaba a punto de copar La Calera. Las fuentes, que se repiten unas a otras, sostienen que el total de los paracaidistas saltó desde aviones Hércules C-130E y Douglas DC-3 pero solo una parte lo hizo porque en aquellos días se carecía de capacidad para una operación de  semejante envergadura. El resto lo hicieron por vía terrestre y de ese modo, lograron cercar la zona y peinar sus alrededores además de efectuar requisas en viviendas particulares, tanto en el casco urbano como en el área rural. Las fuerzas de represión habían previsto lo que iba a tener lugar en ese mismo sitio, en menos de un año. Nueve meses después, un escuadrón de la organización Montoneros, se apoderaría de la población, tomaría la comisaría, la central telefónica, las oficinas del correo y la sede municipal, para asaltar la sucursal del Banco Provincia y huir posteriormente con $4000.000, tiroteándose con las fuerzas de seguridad. Para entonces, ya había comenzado la guerra antisubversiva en la Argentina, que costaría miles de muertos, heridos y mutilados, sin contar los daños materiales y los perjuicios en materia económica y social que habrían de incidir en los años posteriores, con su correspondiente secuela de descomposición, crisis y decadencia.

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