La débil tesis de la herencia recibida.
La
débil tesis de la herencia recibida.
Luego de un ciclo político
repleto de desmadres y absurdos dislates, plagado de deplorables
administraciones con consecuencias nefastas, viene ahora
otro distinto, que deberá enfrentar el complejo desafío
de intentar remediar cada una de esas cuestiones y rearmar,
por etapas, el rompecabezas. No es una sorpresa,
que haya aparecido abruptamente en la escena el tierno argumento
de la "herencia recibida", que pretende presentarse, esta
vez, con un aura de sensatez, generando cierta empatía.
Ni siquiera es original, porque ya se lo ha usado en el
pasado con variado éxito.
Claro que hay
que ser comprensivo y se debe tener paciencia para permitir
que todo se acomode poco a poco. Se trata, justamente, de
acompañar en el recorrido correcto y no de aplaudir
lo que sea, solo porque ha transcurrido un breve lapso o
se ha recibido todo en una pésima situación.
Es importante comprender que los que tomaron la
posta del poder en estas difíciles circunstancias,
no lo hicieron en contra de su propia voluntad. Nadie los
ha obligado a ser parte del proceso electoral que culminó
con su triunfo.
Sería muy ingenuo creer
que ellos esperaban asumir con condiciones muy favorables.
En la campaña lo señalaron hasta el cansancio.
Quedaba atrás un país arrasado por las impericias
de años de decadencia moral.
Cuando un
grupo de personas participa de una elección y se postula
para ocupar cargos de tanta jerarquía, sabe que ganar
es un riesgo que implica responsabilidades. No es un mero
juego de azar con vencedores y vencidos. El que obtiene
apoyo popular deberá gobernar y ejercer el poder.
Eso también significa que el que consigue
la victoria no se convierte en monarca, sino en un engranaje
más del complejo funcionamiento de una siempre endeble
república, como casi todas las que existen en el planeta.
Nadie pide magia. Obviamente, habrá que esperar
para resolver tantos problemas, pero no menos cierto es
que el camino a transitar se construye con progresos sucesivos,
con victorias parciales, con pequeños pasos que van
marcando esa senda, que confirman que se avanza hacia lo
soñado.
No ayuda en lo más mínimo
la delirante idea de promover y repetir ese argumento, tan
frágil como patético, conocido como "la herencia
recibida". El inventario con el que se asume es parte indivisible
del resultado electoral.
Si la herencia hubiera sido
magnífica, estas personas que hoy gobiernan no hubieran
triunfado en las urnas, y por lo tanto no estarían
en sus funciones.
Precisamente han resultado victoriosos
porque la herencia es esta y no otra.
La responsabilidad
no puede ser transferida graciosamente hacia el pasado.
Una vez que se asume la conducción, todo lo que ocurre
de allí en adelante tiene que ver con lo que se hace
bien y, también, con lo que se omite.
No
se puede dar en el clavo siempre. Los seres humanos son
esencialmente imperfectos. No se pretende la presencia de
genios superdotados en el gobierno, ni de personas infalibles
a prueba de todo. En todo caso, lo que se espera es una
actitud diferente frente a la equivocación. No caben
ni la negación, ni hacerse los distraídos tampoco,
mentir mucho menos. No parece desatinado exigir algo de
verdad, un poco de autocrítica y un explicito reconocimiento
de los descuidos propios. Sería saludable diferenciarse
del pasado, de aquella era de manipulaciones mediáticas
y épicas inventadas, tan divorciadas de la realidad.
El nuevo gobierno acertará en algunas cuestiones
y se equivocará en otras. Suponer que será perfecto
sería una descabellada muestra de ambición desproporcionada
y absoluta irracionalidad.
Un excesivo optimismo
no contribuye para nada y coloca las expectativas en un
lugar inadecuado. Eso culmina, invariablemente, en grandes
desilusiones y enormes frustraciones, tan inadmisibles como
la ridícula postura de caer en la trampa de una euforia
desmedida.
Probablemente, el sorpresivo triunfo
electoral, tenga algo que ver con lo que está ocurriendo
ahora. Después de todo, ni en los círculos más
íntimos del nuevo oficialismo se asignaban grandes
posibilidades de lograr esa meta. Es posible que esa actitud,
algo inconsciente, haya impedido que se construyan talentosos
equipos de gobierno con la debida anticipación y que,
en la campaña electoral, se hayan consumido todas las
energías solo diseñando consignas enfocadas en
decir lo que la gente quería escuchar.
Al
actual gobierno le toca en suerte gestionar. Tiene que administrar
lo que le dieron así como está. Se pueden buscar
artilugios comunicacionales y apelar a cierta clemencia
popular pero, más tarde o más temprano, mandarán
los despiadados resultados y entonces para lo único
que habrá servido este retorcido recurso es para conseguir
algo de tiempo extra.
Al cabo de unos meses,
solo contarán los éxitos y los fracasos. Aquello
que se haya hecho bien traerá recompensas políticas
y los asuntos pendientes que no se logren resolver en función
de las desmesuradas expectativas planteadas serán su
contrapeso obligado. Por eso es imperioso enfocarse en tomar,
cuanto antes, las decisiones necesarias e impostergables.
El tiempo se consume, la "luna de miel" algún día
termina y en ese instante no alcanzará con la débil
tesis de la herencia recibida.
Alberto
Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com