A 50 años de la intervención de Ottaviani: una sagaz crítica que no ha perdido actualidad
Hoy se cumplen cincuenta años del Breve examen crítico del Novus Ordo Missae, conocido también como la intervención de Ottaviani, por
uno de los dos cardenales firmantes (Alfredo Ottaviani y Antonio
Bacci). El estudio está fechado el martes 5 de junio de 1969, fecha en
la que ese año cayó el Corpus Christi.
Con todo, el mencionado estudio no fue entregado a Pablo VI hasta
cuatro meses más tarde, precedido de una carta introductoria fechada el
25 de septiembre del mismo año. En dicha carta, los cardenales
afirmaban:
Como lo prueba suficientemente el examen crítico adjunto, por breve que sea, obra de un grupo escogido de teólogos, liturgistas y pastores de almas, el Novus Ordo Missae, si se consideran los elementos nuevos, susceptibles de apreciaciones muy diversas, que aparecen subentendidos o implicados, se aleja de manera impresionante, en conjunto y en detalle, de la teología católica de la Santa Misa, cual fue formulada en la XXII sesión del Concilio de Trento, el cual, al fijar definitivamente los cánones del rito, levanto una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera menoscabar la integridad del misterio.
Como muchos han señalado, e incluso explica Yves Chiron entrando
en algunos detalles, el impresionante alejamiento de la teología
católica de la Misa se encuentra de manera más palpable en la Instrucción general
adjunta al nuevo Misal, pero es urgente añadir que la reducción o
interpretación novedosa de la Misa (primaria o exclusivamente) como
conmemoración de la Última Cena se lleva a cabo de principio a fin en
todo el Misal. Por ejemplo, cuando en la eliminación de las oraciones
del Ofertorio y del Placeat tibi. Si bien se efectuaron algunas modificaciones a la Instrucción general en respuesta el Breve examen crítico, el resto del Misal se dejó tal cual. Se cambió tan poco que el Examen no ha perdido contundencia.
Prosiguen los cardenales:
Las razones pastorales aducidas para justificar tan grave rompimiento, aun si tuviesen el derecho de subsistir frente a razones doctrinales, no parecen suficientes. Tantas novedades aparecen en el Novus Ordo Missae y, en cambio, tantas cosas de siempre se encuentran relegadas a un sitio menor o a otro sitio –por si acaso encuentran todavía lugar–, que podría resultar reforzada y cambiada en certidumbre la duda –que desgraciadamente se insinúa en muchos ambientes– según la cual verdades siempre creídas por el pueblo cristiano podrían cambiar o silenciarse sin que haya infidelidad al depósito sagrado de la Doctrina al que la fe católica está ligada para la eternidad. Las recientes reformas han demostrado suficientemente que nuevos cambios en la liturgia no podrán hacerse sin llevar a la desorientación más total a los fieles que ya manifiestan que les resultan insoportables y disminuyen incontestablemente su fe. En la mejor parte del clero, esto se nota por una crisis de conciencia torturadora de la que tenemos testimonios innumerables y cotidianos.
Este párrafo viene a ser una especie de comentario sobre el axioma lex orandi, lex credendi. Cambiando
la liturgia se puede llegar al extremo de alterar el sagrado depósito
de la Doctrina. Se causa desazón en los fieles y se perturba su
capacidad para entender la Fe católica. Al cabo de cincuenta años de
congregaciones menguantes, de iglesias que cierran y de indiferentismo y
modernismo generalizados –de manera especial en aquellas partes del
mundo para las que creó la nueva liturgia–, ¿quién puede negar que los
cardenales estuvieron justificados al intentar a toda costa evitar la
promulgación de un rito para la Misa que suponía una ruptura manifiesta
con el legado cultural romano hasta entonces vigente.
Igualmente, nos impacta que la carta hable de sacerdotes que atravesaban una angustiosa crisis de conciencia. Esto también sucede hoy en día,
a medida que aumenta el número de católicos que durante el presente
pontificado se han sentido motivados a esclarecer las causas más
profundas de la crisis eclesial que experimentamos. La investigación y
la experiencia están llevando a muchos precisamente a adoptar la misma
postura que los de la primera generación de tradicionalistas allá por
los años sesenta.
Tras recordar a Pablo VI que si una ley es nociva para los súbditos
es necesario derogarla, los purpurados terminan con esta inquietante
conclusión:
Por todo esto, suplicamos instantemente a Vuestra Santidad no querer que nos sea quitada –en un momento en que la pureza de la fe y la unidad de la Iglesia sufren tan crueles laceraciones y peligros cada vez mayores– la posibilidad de seguir utilizando el íntegro y fecundo Missale Romanum de San Pío V, tan altamente alabado por Vuestra Santidad y tan profundamente venerado y amado por el mundo católico entero.
Como era de esperar, Montini no respondió a tan razonable solicitud.
Durante años promovió la revolución litúrgica y no estuvo dispuesto a
echar el freno. Esta apremiante súplica no fue atendida hasta 2007,
cuando S.S. Benedicto XVI publicó Summorum pontificum, documento
que, al contrario de lo que con tanta frecuencia declaraba Pablo VI,
afirmaba que el Misal de San Pío V jamás había sido abrogado ni podría
abrogarse, así como que todo sacerdote de la Iglesia Católica, siempre y
en todo lugar, podría hacer uso de tan venerable y fructífero Misal
que, gracias a Dios, sigue siendo objeto de veneración.
Son frecuentes los malentendidos en torno a Breve examen: que
si no demuestra nada, o sólo que la Instrucción General de 1969 era
problemática, o que más tarde Ottaviani lo repudió. Ante la primera
objeción, se puede admitir que aunque el Breve examen no es de
por sí suficientemente concluyente y presenta puntos flacos pasibles de
explotación, no obstante describe y anticipa la mayoría de las líneas de
argumentación que desde 1969 vienen utilizando los críticos. En ese
sentido, es un documento de incalculable importancia histórica y eficaz
para hacer mucho bien. En cuanto a la segunda objeción, es indudable que
pone de manifiesto los errores de la Instrucción General, pero también
dedica la misma cantidad de tiempo a hablar de los defectos del nuevo
rito de la Misa. Y en cuanto al tercero, lo que se contaba de que
Ottaviani lo repudió es muy sospechoso, como explica Cekada en su
edición del Breve examen. Recomiendo asimismo leer el artículo de Michal Davies.
El texto de tan importante e histórico documento puede encontrarse en varios lugares en línea, como por ejemplo aquí,
así como impreso*. Aunque el P. Cekada y yo tenemos desde luego
diferencias de opinión, su edición es bastante útil por su extenso
prólogo, la traducción mejorada y las notas.
Dios premie a los cardenales Ottaviani y Bacci por tomarse la
molestia de hablar de un tema dificultoso en un momento en que el papa
reinante rasgaba el tejido del rito romano. Y ojalá que Dios nos dé
también voces valerosas en estos tiempos en que otro pontífice medido
por el mismo rasero desgarra la urdimbre el catolicismo romano.
* (N.del T.): En español también hay traducciones impresas del Breve examen. Nosotros hemos tomado de la de Editorial Iction, Buenos Aires 1980, la traducción de los párrafos citados en el artículo