1 DE MAYO. CONTINÚA LA BATALLA
El “Glamorgan” y sus escoltas navegaban hacia las costas
malvinenses cuando se produjeron los primeros enfrentamientos aéreos entre
formaciones de Sea Harrier y cazas argentinos Skyhawk A4 y Mirage III E.
Desde las primeras horas de la mañana, los pilotos de todas
las unidades aéreas desplegadas en el litoral patagónico se hallaban en alerta
dentro de sus cabinas, esperando la orden de partir. En el archipiélago, Puerto
Argentino estaba siendo atacado y por esa razón, había nerviosismo y tensión
entre quienes saldrían a combatir.
Se ha repetido hasta el cansancio que aquel 1 de mayo tuvo
lugar el bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina, cosa para nada real.
Al estallar la crisis del Atlántico Sur, el arma más joven
de las fuerzas armadas nacionales tenía experiencia de combate. Su bautismo de
fuego se había producido el 16 de junio de 1955, durante la primera fase de la Revolución Libertadora,
cuando la Aviación Naval,
que también entró en acción por primera vez ese día, bombardeó la ciudad de
Buenos Aires con el objeto de matar a Perón y poner fin a su gobierno1.
Entre el 16 y el 21 de septiembre del mismo año, al
reanudarse las hostilidades, la Fuerza Aérea
y la Aviación Naval
tomaron parte, en uno y otro bando, en los intensos enfrentamientos que
tuvieron lugar en diferentes puntos del país, incluyendo un combate aeronaval
en el Río de la Plata
entre aviones Gloster Meteor MK-4, Calquin IA.e 24 y
Avro Lincoln leales contra unidades de superficie de la Marina.
Pero eso no fue todo.
En 1962 y 1963 se produjo la crisis de los Azules y
Colorados, dos facciones de las Fuerzas Armadas que combatieron entre sí por
desavenencias políticas (el bando Azul era partidario de una apertura
democrática con la participación del peronismo en tanto el Colorado se oponía
tenazmente).
En aquella oportunidad, el 22 de septiembre de 1962 la Aeronáutica, que
formaba parte del bando azul, atacó una formación colorada en San
Antonio de Padua, al oeste del Gran Buenos Aires y durante la segunda etapa del
alzamiento que comenzó casualmente el 2 de abril de 1963, bombardeó la Base Aeronaval de Punta Indio
permitiendo a los tanques del general Alcides López Aufranc ingresar y
apoderarse de sus instalaciones. Como consecuencia de esa acción, fueron
destruidos 24 aviones navales y gran parte de las instalaciones, resultando
muertos cinco infantes de marina y varios más heridos.
La tercera intervención fue tan grave como la primera aunque
mucho más prolongada. Tuvo lugar en tiempos de la guerra antisubversiva, cuando
las agrupaciones terroristas de ultraizquierda desencadenaron la escalada de
violencia que ensangrentó a la
Argentina en la década del 70.
En aquella ocasión, la Fuerza Aérea tomó
parte en el Operativo Independencia que puso en vigencia el gobierno
constitucional de la viuda de Perón, llevando a cabo misiones de bombardeo y
ametrallamiento sobre posiciones del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP),
que apoyado por otras agrupaciones subversivas, entre ellas Montoneros, había
abierto un frente de guerra en la provincia de Tucumán con el objeto de obtener
el reconocimiento de “territorio liberado” por parte de la
ONU. Esa contienda fue parte de un
conflicto mucho más amplio y complejo, que abarcó el territorio nacional y duró
cerca de diez años2.
El 1 de mayo por la mañana se percibía tensión y una intensa
actividad en la base aérea de Río Gallegos. La flota británica estaba atacando
la guarnición argentina en Malvinas y sus aviones bombardeaban las posiciones
de Puerto Argentino, Darwin y Prado del Ganso.
En vista de ello, el Comando Aéreo Estratégico decidió
llevar a cabo una incursión sobre unidades enemigas y ordenó alistar una
escuadrilla de cazas Skyhawk A4B del Grupo 5 de Caza para localizar y destruir
objetivos navales enemigos.
El vicecomodoro Juan José Antonio Lupiañez citó a su
despacho al veterano capitán Hugo Ángel del Valle Palaver, para ponerlo al
tanto de las directivas y ordenarle alistar una escuadrilla con el firme propósito de lanzar la
misión.
Palaver no lo dudó, convocó en la sala de reuniones a los
pilotos y después de transmitirles la orden, seleccionó a tres de ellos para
acompañarlo, el teniente Daniel Gálvez, el primer teniente Luciano Guadagnini y
el alférez Hugo Gómez (indicativo “Topo”), a quienes cubriría una sección de
aviones Mirage III E, integrada por el capitán Gustavo Argentino García Cuerva
y el primer teniente Carlos Perona (indicativo “Dardo”).
Trabajando febrilmente, mecánicos y operarios de pista
tuvieron listos los aparatos y tras un rápido control, los aviadores treparon a
sus cabinas y se sujetaron a sus asientos.
El
primero en partir fue Palaver seguido por Gálvez,
Guadagnini y Gómez. Los cazas se desplazaron hasta la cabecera de la
pista, carretearon y decolaron. Una hora después, durante el cruce del
océano, los “enganchó el radar de Puerto Argentino” para
orientarlos hacia los blancos.
-Objetivo ubicado a 30 millas al este, con
nivel 200 – informó el operador.
Lo
que Palaver imaginaba iban a ser unidades de superficie
resultó ser una patrulla de Sea Harriers (PAC) y eso era un problema
porque armados sus aviones con proyectiles aire-tierra, se los estaba
enviando a una
muerte segura.
En una fracción de segundos se puso a analizar la situación y
casi enseguida inició un pronunciado descenso buscando el vuelo rasante para escapar
de los radares enemigos. Debía evitar el derribo de sus hombres y preservar el
armamento a efectos de usarlo en condiciones más adecuadas y eso fue lo que le
ordenó a su gente a través de la radio.
Los cazas argentinos emprendieron el regreso y en eso no
estuvieron errados porque los Sea Harrier los detectaron y como aves de rapiña,
se lanzaron tras ellos.
El capitán García Cuerva, seguía atentamente las vicisitudes
del vuelo y pese a que estaba escaso de combustible, decidió interceptar a los
aparatos enemigos, interponiéndose entre estos y la escuadrilla de Palaver que se
retiraba hacia el continente.
Los ingleses eludieron el combate y se dirigieron a su
portaaviones porque también se hallaban
faltos de combustible. Gracias a aquella acción disuasiva, Palaver y los suyos
salvaron sus vidas y pudieron retornar.
Los cuatro Skyhawk regresaron sanos y salvos, con si líder en
primer lugar seguidos inmediatamente después por los Mirage III E, cuyos
tanques estaban prácticamente vacíos.
Pilotos, mecánicos y personal de la base los recibieron con
algarabía, agitando banderas, saludando con los brazos en alto y lanzando
gritos de victoria.
Una vez en la sala de planificaciones, García Cuerva comentó
que en la siguiente misión, en caso de no poder regresar por falta de
combustible o algún otro tipo de impedimento, intentaría aterrizar en el
aeropuerto de Malvinas pese a que el mismo no estuviera acondicionado para una
operación de esas características. Tal como lo manifiesta el capitán Pablo
Marcos Carballo en su libro Dios y los
Halcones, la decisión le costaría la vida.
Para los pilotos argentinos, aquella había sido una
aleccionadora entrada en acción. Dos misiones anteriores, la “Fiera” y la
“Toro”, arrojaron resultados similares.
En cumplimiento de la orden fragmentaria Nº 1090 impartida
por la FAS, la
primera, integrada por dos Mirage III E al comando del mayor José Sánchez y el
capitán Marcos Czewinski, debía brindar cobertura a Puerto Argentino3.
Los
aparatos despegaron de Río Gallegos a las 06.44 y tras
un vuelo sin novedad, sobrevolaron la capital de las islas, la cual
alcanzaron cuarenta y cinco minutos después, sin encontrar actividad
enemiga.
La segunda escuadrilla, conformada por dos Mirage V-Dagger,
también provista de armamento para la lucha aérea, partió de Río Grande a las
07.45 hs. y estuvo sobre Malvinas a una altura de 22.000 pies, topándose
allí con una formación de Sea Harrier del “Invencible” formada por el teniente
de corbeta Robin Kent y el teniente Brian Haigh, que en esos momentos volaban 4000 pies por debajo,
en sentido opuesto.
El
capitán Carlos Moreno y el teniente Héctor
Ricardo Volponi, intentaron colocarse en la cola de sus rivales justo
cuando uno de ellos les disparaba un misil. El mismo, pasó entre ambos
sin dar en el blanco y eso les dio posibilidades de alejarse, luego de
una
serie de virajes y evoluciones tendientes a eludir los mortíferos
proyectiles.
Faltos de combustible, los británicos comprendieron que les
resultaría imposible alcanzar a sus enemigos y por esa razón desistieron se
seguirlos y regresaron al portaaviones.
La escuadrilla “Toro”, hizo lo propio en dirección a Río
Grande, donde aterrizó a las 09.45 con sus tanques al límite.
A las 08.43 hora argentina decoló de Río Gallegos un
Hércules KC-130 que bajo el indicativo “Perro”, debía reaprovisionar en vuelo a
los A4 y Super Etendard que estaban por ser lanzados al ataque (no
contaban con la suficiente autonomía de vuelo como para alcanzar el
archipiélago).
Finalizada
la misión “Topo”, partieron al combate las formaciones
“Oso” y “Pampa”, la primera integrada por cuatro Skyhawk A4C (capitán F.
A.
Castellano, teniente Daniel Alberto Paredi, capitán Mario J. Caffarati y
teniente Ricardo Lucero), provistos de bombas y munición aire-tierra,
para atacar a los buques que cañoneaban las islas y la segunda por dos
aparatos similares (primer teniente
José Daniel Vázquez, teniente Atilio Victor Zattara), armados con
misiles Shafir y cañones de 20 mm, para brindar cobertura.
Para cubrirlos y distraer al enemigo, despegaron las
escuadrillas, “Foco” y “Limón”, la primera formada por dos Mirage III E (primer
teniente Roberto L. Yebra y primer teniente Marcelo E. Puig) y la segunda por
dos Dagger V (mayor Carlos N. Martínez y primer teniente Héctor H. Luna).
Los Skyhawk intentarían penetrar a baja altura en tanto los
Mirage atraerían sobre sí a las formaciones de Sea Harrier, táctica que daría
excelentes resultados a lo largo de toda la contienda.
Las operaciones eran seguidas con mucha atención por el
personal a cargo de los radares, tanto en el continente como en
Puerto Argentino y de ese modo, las unidades “Limón” fueron advertidas de que
dos cazas británicos se les habían colocado detrás.
Los Dagger lograron
evadirse y emprendieron el regreso después de poner distancia prudencial con
sus perseguidores, lo mismo los Mirage, que llegaron a base sin mayores
novedades.
Alrededor de las 09.50 hs., el Centro de Información y
Control (CIC) detectó una serie de ecos4 aproximándose a la Península Freyssinet
y Puerto Williams por el norte. En vista de lo que parecía ser un
helidesembarco apoyado por unidades navales, se dieron las correspondientes
alertas y así, cerca de las 10.00, aviones argentinos se acercaron a
baja altura, obligando a las aeronaves enemigas a alejarse hacia
el noreste, lo mismo al convoy de apoyo. Según refiere el comodoro Rubén Moro en su libro La Guerra Inaudita, el CIC
interceptó un parte enemigo que ordenaba ese repliegue.
A las 11.00 dos Dagger V de la sección “Ciclón” (capitán
Horacio Mir González y teniente Juan Domingo Bernhardt) salieron a interceptar
lo que parecían ser varias escuadrillas inglesas que exploraban diferentes cuadrantes
en apoyo de un segundo helidesembarco. Faltos de combustible, los cazas
británicos eludieron el encuentro y se retiraron a sus portaaviones.
Ese 1 de mayo, día del reinicio de las hostilidades, el
Grumman S-2 Tracker del capitán Héctor Skare, jefe de la Escuadrilla Aeronaval
Antisubmarina, despegó de la cubierta del “25 de Mayo” y comenzó a volar en
profundidad con rumbo este. Utilizando el equipo de análisis de radares
enemigos con los que los aparatos de la unidad habían sido dotados antes del 2
de abril, debía detectar a las unidades británicas que atacaban al archipiélago
y pasar la información de manera inmediata.
El dispositivo fue puesto en práctica por vez primera durante
ese vuelo pero para desazón del comando aeronaval, no pudo localizar nada por
lo que, considerada cumplida la misión, se le ordenó regresar al portaaviones.
Los vuelos se reanudaron en la madrugada siguiente sin que
las tripulaciones pudiesen ubicar al enemigo. Se localizaban sus emisiones de
radar pero no se lograba dar con las unidades que las emitían.
Cerca del mediodía se despachó desde la cubierta del “25 de
Mayo” una nueva misión a cargo del capitán de corbeta Alfredo Dardo Dabini, comandante
del Grumman Tracker 2AS-23, quien llevaba como copiloto al teniente de corbeta
Juan Carlos Bazán, como operador de radar al suboficial Rodolfo Lencina y
operador de medidas de apoyo electrónico al cabo principal Ernesto Paulinkas.
Después de volar varios kilómetros hacia el este, el
suboficial Lencina detectó numerosas unidades de superficie que resultaron ser
buques pesqueros del este europeo sobre los que pasaron a baja altura,
elevándose después para emitir señales de radio.
Volaban al norte de las Malvinas, siempre en dirección este
cuando, súbitamente, recibieron ecos del enemigo, novedad que el radarista
informó al capitán Dabini.
A partir de ese momento, máquina y pilotos corrían el riesgo
de ser detectados ya por misiles antiaéreos como por los temibles Sea Harrier.
El avión se encontraba a 55 millas de las emisiones
cuando descubrió que una de ellas era lo suficientemente grande como para
suponer que se trataba de un portaaviones.
Obtenida la información, el Tracker descendió al ras del
agua y tras evadir los radares ingleses, se escabulló hacia el noroeste.
Dispuesto a engañar a posibles pilotos enemigos, Dabini tomó
un curso divergente intentando alejar cualquier peligro del “25 de Mayo” y así se
mantuvo sobre el océano, sin mayores sobresaltos. Pasado un tiempo prudencial,
creyó que estaban dadas las condiciones para emprender el regreso y de ese
modo, después de establecer contacto para informar sus hallazgos, viró hacia el
oeste y al cabo de media hora, se posó sobre la cubierta, sin inconvenientes.
Los argentinos especulaban con que sus oponentes intentarían
un nuevo helidesembarco cuando a las 12.48 hs. los radares detectaron
movimientos sospechosos en dirección a la costa. Gracias a ello, la Red de Observadores del Aire
(ROA) pudo informar que tres buques, un portaaviones y gran cantidad de
helicópteros se aproximaban hacia Bahía de la Anunciación, a
considerable velocidad.
Los barcos navegaban hacia la Península de Freyssinet
con la intención de iniciar el bombardeo mientras otras unidades efectuaban movimientos
de diversión.
Con las defensas argentinas en estado de máxima alerta, el
FAS ordenó el despegue de varias escuadrillas respondiendo, de ese modo, a una
urgente solicitud de la Guarnición Militar
Malvinas.
A las 15.23 partió desde San Julián la escuadrilla “Pampa”
integrada por dos Skyhawk A4C (capitán Eduardo D. Almoño y alférez Carlos A.
Codrington), seguida siete minutos después por la “Dardo”, formación de dos
Mirage III E, que decolaron de Río Grande al mando del capitán García Cueva,
con el teniente Perona como numeral.
Mientras las cinco aeronaves enfilaban directo hacia el
archipiélago, desde Trelew partía una escuadra de seis bombarderos Canberra
MK-62 para llevar a cabo un ataque sobre los buques que se aproximaban
amenazadoramente a las islas. La formaban dos secciones de tres unidades cada
una, la “Ruta” y la “Rifle”, constituidas por los capitanes Juan José Nogueira
y Raúl E. Sánchez en el primer avión, el capitán Eduardo Rodino con el primer
teniente Armando J. M. Dubroca en el segundo y el capitán Ernesto Lozano y el
teniente Juan Carlos Cooke, en el tercero (sección “Ruta”).
El capitán Alberto A. Baigorri encabezaba a los “Rifle” en
el avión Nº 1, llevando al mayor Luis E. Rodeyro como operador; detrás de ellos
volaban el teniente Eduardo de Ibáñez y el primer teniente Daniel E. González
en el Nº 2 y el capitán Eduardo O. García Puebla y el teniente Jorge Julio
Segat en el Nº 3.
Con los Canberra volando desde Trelew, despegaron de San
Julián otros tres Skyhawk A4C al mando del capitán Jorge García, quien llevaba como numerales al
teniente Jorge Eduardo Casco y al alférez Gerardo Isaac. Detrás hizo lo propio
el solitario Dagger de la escuadrilla “Fierro” tripulado por el capitán Raúl A.
Díaz, cuya misión era brindar cobertura, mientras esperaba en el aire un
Hércules KC-130 para reabastecer a los A4C.
Diez minutos después decolaron tres Mirage V-Dagger
piloteados por el capitán Norberto R. Dimeglio, el teniente Gustavo E. Aguirre
Faget y el primer teniente César F. Román (escuadrilla “Torno”), seguidos a las
15.55 por un avión de iguales características de la sección “Rubio”, al mando
del primer teniente José Leónidas Ardiles. Detrás suyo hicieron lo propio los
Mirage III E de la escuadrilla “Buitre” formada por del capitán Raúl A. Gambandé
y el primer teniente Roberto L. Yebra con la misión de ofrecer cobertura a los
Dagger V del capitán Dimeglio
(indicativo “Fortín”).
Mientras esas escuadrillas volaban hacia Malvinas, a las
16.17 despegaron los “Trueno” liderados por el capitán Pablo Marcos Carballo, escoltado
por sus numerales, teniente Carlos E. Rinke, primer teniente Carlos E. Cachón y
al alférez Leonardo S. Carmona.
En la base aérea de San Julián, la formación “Torno” había
estado en alerta durante toda la mañana, con sus pilotos sentados en las
cabinas de su aparatos, atentos a la orden
de partir. Era una espera tensa y estresante, imposible para alguien que no estuviese
lo suficientemente preparado.
Pasado el mediodía, los pilotos recibieron la orden de decolar
con la expresa indicación de que, una vez en el aire, recibirían sus
instrucciones.
Se elevaron uno tras otro, con sus turbinas a máxima
potencia, dispuestos a atacar unidades navales situadas a 15 millas al norte de
Puerto Argentino. Prácticamente todos los aviones aptos para el combate,
volaban hacia sus objetivos después de recibir las correspondientes órdenes
fragmentarias de su comando.
Según refiere el primer teniente Román en Dios y los Halcones, la obra del capitán
Carballo, el plan de vuelo contemplaba un trayecto en formación abierta con un trecho
final a partir de un punto geográfico fijo, tomando en cuenta los tiempos, los
ascensos y los descensos rasantes.
Al situarse a escasos metros del mar, durante el tramo
final, cada numeral se ubicó a ambos lados del líder y bordeando la costa norte
de la Gran Malvina,
alcanzaron la Isla Soledad,
cuyos contornos también ladearon.
En las proximidades del objetivo, el primer teniente Román
detectó un helicóptero enemigo que se mantenía en posición estática a su
izquierda. Notificada la novedad a su jefe, éste le ordenó ignorarlo y seguir
adelante (se encontraban a cuatro minutos del blanco).
Fue entonces que recortada contra el horizonte,
reconocieron la silueta de un buque sobre el que se abalanzaron disparando sus cañones
pero enseguida comprendieron que se trataba de una protuberancia rocosa que
emergía del mar.
Siempre contorneando la Isla Soledad, los pilotos
llegaron al punto donde debían encontrar los blancos pero allí no había nada.
Eso los desconcertó, aunque por una mínima fracción de segundo la voz del
capitán Dimeglio a través de la radio, los trajo nuevamente a la realidad.
Ordenaba seguir hasta Puerto Argentino en busca de un blanco alternativo y
así lo hicieron, después de comprobar que aún les quedaba combustible.
Minutos después emergió ante ellos un cuadro realmente
estremecedor; tres buques enemigos, al parecer, un destructor y dos fragatas
que en esos momentos disparaban sobre la capital.
Ahora sí el objetivo se presentaba claramente y no había
ninguna duda al respecto. Incluso podían distinguir los estallidos en tierra y
los fogonazos de la artillería de a bordo.
Desplazándose a una velocidad de 900 km/h, los cazas de
Dimeglio adoptaron formación de combate y se lanzaron al ataque. Su jefe impartió
las últimas directivas y después de conectar master de armamentos, enfilaron
decididamente hacia los buques, volando rasantes sobre un mar calmo, bajo un
cielo parcialmente cubierto con nubes bajas.
-¡El uno al del centro, el dos al de la izquierda y el tres
al de la derecha! –indicó Dimeglio mientras iniciaba la corrida de bombardeo.
Tal como explica David Tinker en Cartas de un marino inglés, en las embarcaciones, los infantes de
Marina se hallaban bastante expuestos, atados a sus cañones Oerlikon que accionaban
con determinación. Había mucha tensión a bordo y eso se notaba con angustiante claridad.
Repentinamente, los altavoces del “Glamorgan” dieron la voz
de alerta: “¡¡Aviones, aviones!!” y en
ese mismo momento, las alarmas antiaéreas comenzaron a sonar.
Los argentinos abrieron fuego elevando grandes columnas de
agua. Román vio las salpicaduras que los proyectiles dibujaban sobre la
superficie y en un primer momento creyó que eran los ingleses los que le
estaban tirando.
Al ver encima a las aeronaves, las tripulaciones se arrojaron
al suelo y presas de la incertidumbre, permanecieron inmóviles, estremecidas
por las alarmas y el rugir de las antiaéreas.
Sin dejar de disparar, Dimeglio se elevó y lanzó sus bombas.
Cuando Aguirre Faget hizo lo propio, recibió sobre sí toda la furia de la
artillería enemiga sin que ningún proyectil lo alcanzase. Él también lanzó sus bombas
y después de agotar las cargas de sus cañones, se elevó por sobre las antenas e
inició maniobras de escape, mientras las explosiones y el silbido de los
cohetes se sucedían a su alrededor.
Las bombas estallaron junto al “Glamorgan”, elevando en la
popa enormes columnas de agua que por un momento, dejaron sus hélices fuera del
mar. Las fragatas soportaron el mismo castigo recibiendo algunos impactos de 30 mm en sus estructuras
mientras se sacudían por el efecto de las cargas que les caían cerca.
En tanto la artillería de a bordo seguía disparando, Román
arrojó sus bombas y se elevó bruscamente para alejarse hacia el noroeste.
Alcanzó a ver como dos misiles pasaban debajo de Aguirre Faget sin alcanzarlo y
distinguió una gran explosión en el agua, junto a uno de los buques. Desde
tierra, el mayor Catalá vio las mismas imágenes.
Los aviones argentinos se elevaron buscando altura al tiempo
que los barcos se retiraban a toda máquina en pos de aguas seguras, fuera de la
zona de exclusión.
Los dos bandos se habían puesto a prueba experimentando
fuertes sensaciones.
Afortunadamente, para los pilotos, sus oponentes no habían
tenido tiempo de disparar sus misiles Seaslug debido a la rapidez con que se
sucedieron las cosas. Sin embargo, el peligro no había pasado ya que a poco de
iniciar maniobras de evasión, el radar de Puerto Argentino les informó que dos
Sea Harrier iban tras ellos.
Dimeglio y Aguirre Faget efectuaron un brusco descenso y al
repasar la capa de nubes, casi se estrellan contra las elevaciones de la Gran Malvina que se recortaron
frente e ambos. Tuvieron que hacer maniobras para esquivarlas atribuyendo a
Dios el milagro de su salvación.
Román volaba a gran altura cuando vio a sus compañeros
descender. Eso lo confundió un poco, haciéndole creer que se trataba de aviones
enemigos pero enseguida se percató de que eran los suyos y siguió vuelo hacia
el continente, utilizando sus tanques complementarios. Dimeglio y Aguirre
Faget, en cambio, debieron desprenderse de ellos, necesitados como estaban de
aligerar su peso y aumentar la velocidad.
Para cubrir la retirada, el radar de Malvinas ordenó a la
formación “Fortín” (capitán Guillermo A. Donadille, primer teniente Jorge D.
Senn), interceptar a los Sea Harrier que perseguían a Dimeglio.
Apresurándose a cumplir la orden, los Dagger entraron en
ruta de intercepción forzando al enemigo a retirarse hacia su portaaviones ya
que aún no contaba con los mortíferos misiles Sidewinder AIM9L que les estaba
proveyendo Estados Unidos.
Las escuadrillas de Dimeglio y Donadille llegaron a su base
sanos y salvos, después de una misión de altísimo riesgo en la que habían
puesto todo de sí. Sus resultados se conocerían algunas horas después. en la sala de reuniones donde efectuado el análisis de la
misión, tuvieron una idea bastante aproximada de lo sucedido.
Los buques británicos habían recibido algunos daños. El
“Glamorgan” tenía averías debajo de la línea de flotación e impactos de cañones
en toda su estructura. El “Arrow” presentaba orificios en su chimenea y
cubierta, un marinero de su dotación había sido alcanzado por un proyectil y
estaba grave. La fragata “Alacrity”, por su parte, fue tocada por los cañones
de Aguirre Faget que logró averiar su helicóptero.
Los argentinos creyeron que al menos una de las bombas había
pegado en el “Glamorgan” porque el último piloto que pasó sobre él vio que
despedía una fuerte columna de humo5, pero no fue así. La misma fue
producto de un accidente acaecido cuando una de sus turbinas de gas se pegó a
una de las salidas, provocando ese efecto. De todas maneras, después de aquel
ataque, los británicos llegaron a la conclusión de que era poco prudente operar
cerca de las islas en horas del día y que resultaba imperioso retirar sus
buques más allá del radio de acción de la aviación enemiga, para cañonear las
posiciones en horas de la noche.
Cuenta el primer teniente Román que pasada aquella jornada,
durante las horas de descanso, comenzó a experimentar una extraña sensación de
angustia y miedo que fue aumentando a medida que se iba relajando y recordaba
las experiencias vividas. Era el clásico temor que siente el valiente
después de un momento de intenso peligro, desconocido para quien nunca ha entrado en
combate ni ha visto la muerte cara a cara. Para su tranquilidad, pasada esa
sensación solía aflorar otra, mucho más agradable: saber que había cumplido con su
deber.
Desafortunadamente no todas las misiones tuvieron la misma
suerte.
Ese mismo día, el solitario Mirage V-Dagger matrícula C-433
del primer teniente José Leónidas Ardiles, integrante de la
VI Brigada Aérea desplegada en el
aeropuerto de San Julián, se trabó en combate aéreo con una PAC de Sea Harrier
formada por los tenientes Robert Penfold, al comando del avión matrícula XZ455
y Martin Hale en el ZA194, armados ambos con los flamantes misiles todo sector Sidewinder
AIM9L norteamericanos.
Antes de esos combates, desde las primeras horas de la mañana,
formaciones de aviones Pucará y Mentor se dedicaban a patrullar las
inmediaciones de Puerto Argentino en prevención de un helidesembarco británico,
hecho que tenía extremadamente preocupado al alto mando argentino.
A las 05.00 hora argentina, los IA-58 Pucará de fabricación
nacional, fueron puestos en alerta cuando el jefe del escuadrón, mayor Manuel
M. Navarro, despertó a los pilotos para informarles que la capital de las islas
estaba siendo bombardeada.
El capitán Ricardo Grunert (veterano de la guerra de
Tucumán), se dirigió a la casilla ubicada a un costado de la endeble pista de
Prado del Ganso seguido por los tenientes Hernán Calderón, Alcides Russo y
Roberto Címbaro. Mientras el personal de la base colocaba las balizas para
orientar a los aeroplanos en la partida -dos en ambas cabeceras y una quina a mitad del
recorrido, sobre un tambor de 200 litros-, los pilotos se acomodaron en el
interior de sus cabinas y procedieron a sujetarse a los asientos.
Aún era noche cerrada cuando encendieron sus motores y
comenzaron a rodar hacia una de las cabeceras, donde se colocaron uno al lado del otro,
formando dos hileras. Después de un último vistazo a sus tableros, dieron el ok
a la torre y a las 06.45 hs. comenzaron a carretear. El teniente Russo lo hizo en
primer lugar a bordo del avión matrícula A-529, seguido por el teniente Címbaro
en el matrícula A-526. Debían volar a Puerto Argentino para ubicar y
atacar un helidesembarco que según información proporcionada por la red de observadores,
se estaba llevando a cabo en sus inmediaciones. Siguió inmediatamente después
el capitán Grunert en el aparato matrícula A-506, permaneciendo en tierra el
teniente Calderón (avión matrícula A-509) por haber experimentado problemas en
la puesta en marcha.
Durante su carreteo, el teniente Russo metió la rueda
delantera en un pozo y eso provocó su pérdida de control. El Pucará alcanzó a
remontar vuelo pero volvió a golpear sobre la pista, para continuar entre tumbos su
accidentada marcha.
Cuando alcanzó el extremo, llevaba 5 kilómetros menos de
lo que se necesitaba para decolar por lo que, al elevarse, golpeó la baliza del extremo izquierdo con una de sus ruedas y la tumbó. Para colmo, ni bien
terminaba la pista había un alambrado que dificultaba aún más la tarea de los
pilotos. Inexplicablemente, el obstáculo quedó allí sin que nadie lo retirase, como tampoco se inspeccionó la pista para detectar sus pozos.
Al dramático despegue de Russo le siguió el de Cimbaro,
sin ningún tipo de problema e inmediatamente después el del jefe de la
escuadrilla, capitán Grunert, que también se accidentó al introducir su rueda
delantera en el mismo pozo que había dificultado la partida de Russo.
En vista de ello, el parante del tren de nariz de Grunert cedió y su avión se
deslizó varios metros en esa posición hasta que se detuvo, con su piloto
inconsciente en el interior de la cabina.
En esas condiciones debían operar los aviones apostados en
Malvinas.
La escuadrilla “Bagre” quedó conformada tan solo por los
tenientes Russo y Címbaro quienes, aprovechando el viento calmo y el cielo
parcialmente nublado, con sus altos cúmulos y stratus, enfilaron hacia su objetivo,
en las proximidades de Puerto Argentino.
Mientras Grunet era retirado de su aparato, se preparaba
para partir la segunda escuadrilla, formada por el capitán Benítez y los
tenientes Jukic, Hernández y Brest.
Eran las 8:33 hs. cuando los Sea Harrier del Escuadrón 800 al
comando de los tenientes Rod Fredericksen (ZA191) y Martin Hale (XZ460)
atacaron con bombas de racimo Hunting BL755 (mal llamadas Belugas, ya que las
verdaderas son de origen francés), mientras el teniente Andy McHarg (XZ457),
hacía lo propio con sus tres bombas de 1.000 libras.
Una carga de racimo impactó cerca del A-527 del teniente Jukic (“Tigre 4”), provocando su muerte y la de sus armeros y mecánicos, Mario Duarte, Luis Peralta, Andrés Brasich, José Maldonado, Agustín Montaño, Juan Rodríguez y Miguel Carrizo. Otros dos operarios que se encontraban bajo las alas del avión salvaron milagrosamente sus vidas porque el plano del aparato contuvo las esquirlas.
Una carga de racimo impactó cerca del A-527 del teniente Jukic (“Tigre 4”), provocando su muerte y la de sus armeros y mecánicos, Mario Duarte, Luis Peralta, Andrés Brasich, José Maldonado, Agustín Montaño, Juan Rodríguez y Miguel Carrizo. Otros dos operarios que se encontraban bajo las alas del avión salvaron milagrosamente sus vidas porque el plano del aparato contuvo las esquirlas.
Russo y Cimbaro volaron hacia el noreste y al llegar al punto señalado por el radar en las inmediaciones de la capital, no
encontraron nada. Los helicópteros británicos se habían retirado y no había
indicios de ellos. Por esa razón, después de sobrevolar la zona, ya escasos de
combustible, emprendieron el regreso.
Cuando el primero solicitó autorización, la torre le ordenó
retirarse porque en esos momentos el aeródromo estaba siendo atacado. Sin
embargo, el piloto volvió a insistir recibiendo
la misma respuesta, con el agregado de que debía encaminarse a la Estación Aeronaval
“Calderón”.
La tercera intentona volvió a ser rechazada por lo que el
líder de la formación, sumamente preocupado, enfiló hacia la Isla Borbón a donde
llegaron veinte minutos después, con los tanques vacíos. Debido al accidente
sufrido en el despegue, el teniente Russo tuvo que aterrizar con su rueda de
nariz sin trabar, lo que implicaba ciertos riesgos para su persona, pero lo hizo
sin problemas, inmediatamente después de Címbaro
Ese día también salieron los Pucará de los tenientes Héctor
S. Furios y Carlos E. Morales, el del capitán Jorge Alberto Benítez y los
oficiales Hernán Calderón, Miguel Ángel Giménez, Néstor Francisco Brest y J. R.
Hernández.
Pasado el mediodía (12.45), partió desde la Isla Borbón una
escuadrilla de aviones Mentor T-34 con la misión de hostigar lo que parecía ser
un nuevo intento de desembarco.
Los aparatos pertenecían a la 4ª Escuadrilla Aeronaval de
Ataque, dependiente de la
Escuela de Aviación Naval de Punta Indio6, donde
operaban en número de quince desde 1978.
El Mentor T-34 es un pequeño monomotor de propulsión a
hélice fabricado por la
Beechraft, carente de instrumental adecuado para la geografía
y el clima de las islas7. Poseía una longitud de 7,90 metros por 10,60
de envergadura, una superficie alar de 16,70, y estaba dotado de un armamento
que consistía en bombas, cohetes y ametralladoras calibre liviano 7,62 mm.
Increíblemente, estos pequeños aviones de entrenamiento iban
a enfrentarse a los temibles Sea Harrier de última generación, evidenciando sus
pilotos un coraje y decisión fuera de lo común.
Se decidió en un principio, que la escuadrilla operaría desde
Puerto Argentino o del aeródromo de Prado del Ganso por lo que los primeros
aparatos que despegaron de Río Grande la fría mañana del el 24 de abril, tuvieron
ese destino8. Se trataba de las unidades matrícula 0719/401 al mando del
teniente de navío José María Pereyra y 0726/408 al del teniente de fragata
Miguel Uberti,.
Ese mismo día, por la tarde, cruzaron el
matrícula 0729/411, piloteado por el teniente de fragata Daniel Manzella y el
0730/412 al comando del teniente de fragata Marcelo Batlori, con quienes se pensaba
reforzar la unidad.
Los cuatro Mentor estuvieron en Puerto Argentino hasta el 29
de abril cuando, dada la imposibilidad de operar desde Darwin, se les ordenó
volar a la isla Borbón (Peeble).
Aquel 1 de mayo la 4ª Escuadrilla Aeronaval de Ataque llevó
a cabo su primera misión de combate cuando tres de los cuatro aparatos desplegados
en las islas recibieron la orden de llevar a cabo una misión de exploración
sobre el estrecho de Berkeley.
A las 11.45 de ese día (14.45Z), los tenientes Pereyra, Uberti y Manzella se ubicaron en la cabecera de la corta
pista de turba de la
Estación Aeronaval “Calderón” y tras recibir la orden de la
“torre” de control, comenzaron a carretear, decolando en ese orden con una
diferencia de tres minutos entre uno y otro.
Una vez en el aire, cuando volaban hacia el punto de
exploración, se les informó que una escuadrilla de Mirage se hallaba en la zona
y que su líder se ofrecía a proveerles cobertura aérea durante tres o cuatro
minutos. Como el encuentro no llegó a producirse, los cazas se
retiraron hacia el continente y los Mentor siguieron derecho hacia su objetivo.
En momentos en que Pereyra y sus hombres se
hallaban a unas 10 millas
al norte de Puerto Argentino, se oyó la voz de Manzella alertando
sobre la presencia de un helicóptero británico a la izquierda (12.20 hora
argentina). Se trataba de un Sea King del Escuadrón 826 que se dirigía hacia el
oeste en vuelo rasante.
Al verlo, el jefe de la sección ordenó a sus numerales que lo siguieran y efectuando
un viraje descendente a la izquierda, se lanzó al ataque, decidido a abrir
fuego.
La presa comenzó a realizar maniobras evasivas cuando el
teniente Uberti dio aviso por radio de que dos Sea Harrier volaban detrás de
ellos.
Se trataba del capitán de fragata Nigel Ward y el teniente
Mike Watson del Escuadrón 801, quienes enfilaron hacia los Mentor guiados por
el radar de la “Brillant”, fragata misilística con la que también operaba el
Sea King.
Ward abrió fuego, forzando a Pereyra a efectuar una brusca
maniobra hacia su derecha, esquivando las ráfagas de 30 mm por muy poco. Cuando el
piloto argentino alzó la cabeza, vio a su atacante pasar encima de él en
dirección oeste, como una gigantesca ave de rapiña, mientras su compañero Watson
ametrallaba a Manzella, que también esquivó los proyectiles con notable
destreza.
Ward volvió a disparar y alcanzó a Pereyra en la parte
posterior de su cabina, sin producirle daños considerables. Lo mismo le ocurrió
a Manzella, cuya cúpula trasera fue rajada por un proyectil.
Pereyra ordenó a su formación separarse y arrojar sus
coheteras a fin de aligerar su peso y escapar a mayor velocidad, realizando lo
que en la jerga se llama una “tijera defensiva”, consistente en un movimiento de cruce en
el que se coloca al avión enemigo en proa para girar bruscamente cuando aquel
se acerca. De esa manera, consiguió el ángulo adecuado para consumar la maniobra de evasión y se alejó.
Los argentinos demostraron una destreza fuera de lo común,
maniobrando con notable habilidad en esa lucha del gato contra el ratón o, si
se quiere, de David contra Goliat.
Pereyra vio nubes a 3000 pies de altura (900 metros) y en busca de cobertura enfiló hacia ellas, ordenándole a sus hombres que hicieran lo mismo.
Fue entonces que se dio cuenta que había perdido de vista a Uberti.
Los Mentor se mantuvieron ocultos un par de minutos y al
salir de las nubes se toparon con los Sea Harrier que se abalanzaban nuevamente
sobre ellos. Pereyra viró impetuosamente a la izquierda y arriba, escapando
por segunda vez a las mortíferas descargas del capitán Ward. Voló en esas
condiciones durante un minuto y al cabo de ese período descendió bruscamente, dando
la sensación de que se iba estrellar en las aguas del océano. Durante la
maniobra casi choca contra su perseguidor, que debió hacer un pronunciado
viraje para esquivarlo.
Así fue como los Mentor emprendieron el regreso, después de
salvar el pellejo milagrosamente. Y fue en ese preciso instante que se escuchó a
través de las radios la voz de Uberti, informando que volaba detrás, sin
novedades. También él había escapado a la corrida de los Sea Harrier.
Pereyra ordenó a sus numerales mantenerse pegados al agua y
acto seguido alertó a la Estación Aeronaval
“Calderón” por si los aviones ingleses los venían siguiendo. Aterrizaron sin
problemas, sobre la blanda pista de turba, luego de un encuentro no apto para
cardíacos.
Según palabras de Rodney A. Burden, Michael I. Drapper,
Douglas A. Rouge, Colin R. Smith y David A. Wilton, autores de Falklands Air War (Malvinas. La Guerra Aérea),
los pilotos de los Mentor salvaron sus vidas gracias a una buena cuota de
suerte y a la destreza que supieron demostrar.
Después de aquella misión, los monomotores volvieron a despegar
en tres oportunidades más, siempre en misiones de patrulla y hostigamiento, sin
volver a entrar en combate. La noche del 15 de mayo un grupo del SAS los
destruyó junto a otros aviones estacionados en la Isla Borbón, en lo que
fue en una impecable operación de comandos.
1 En uno de los combates que tuvieron lugar ese día, una
escuadrilla integrada por cuatro Gloster Meteor de la VII Brigada Aérea con
asiento en Morón interceptó sobre el Río de la Plata a una sección de dos North American AT-6
derribando a uno de ellos y poniendo en fuga al otro. El avión se estrelló en
el Río de la Plata,
frente a Aeroparque y su piloto, que
alcanzó a saltar en paracaídas, fue rescatado de las agitadas aguas del
estuario para terminar detenido por personal de la Prefectura Naval.
Un segundo AT-6 cayó en Tristán Suárez y otro Gloster Meteor atacó las
posiciones rebeldes en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, alcanzando a
algunas de las aeronaves que operaban desde ese sector.
2 Durante el Operativo Independencia (1975-1976),
entraron en combate aviones Skyhawk A4C de la V Brigada Aérea con asiento
en Villa Reynolds, provincia de San Luis, Pucará IA-58 del Grupo 3 de Ataque
con base en Reconquista, provincia de Santa Fe, aparatos Mentor T-34 y B45 de
entrenamiento destinados a misiones de reconocimiento y bombardeo y Lockheed
C-130 Hércules del Grupo I de Transporte Aéreo, uno de los cuales, fue
derribado a poco de despegar del militarizado Aeropuerto Benjamín Matienzo,
pereciendo seis efectivos de Gendarmería que viajaban a bordo y resultando
heridos otros veintinueve.
3 Iban armados con misiles aire-aire Magic y cañones
DEFA de 30 mm.
4 Aproximadamente cincuenta ecos.
5 Desde la costa, observadores allí apostados
creyeron lo mismo.
6 En los primeros días de abril se trasladaron a esa base un
buen número de misiles Martín Pescador de fabricación nacional.
7 Carecía del sistema que evitaba la acumulación de
hielo.
8 Volaron escoltados por un Queen Air 80 del CANAL.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur