ACCIONES DE GUERRA EN EL ESTRECHO DE SAN CARLOS
El 15 de mayo por la mañana decoló de la
Base Aérea de Widwake, en la isla Ascensión, un avión Nimrod MK2 con la misión de localizar unidades navales
argentinas dedicadas al transporte de pertrechos y suministros.
La aeronave hizo dos reaprovisionamientos y regresó después
de un vuelo de diecinueve horas, sin obtener resultados.
Por su parte, aviones Sea Harrier de los escuadrones 800 y
801 efectuaron infructuosas misiones de bombardeo a las 10.00, 10.45, 12.31,
12.41, 14.32, 15.45, 16.35, 17.30 y 20.00, sin ocasionar daños significativos.
El único que tuvo algo de efectividad fue el de las 10.45, que tenía por
objetivo la Estación Aeronaval
“Calderón” y significó una suerte de “tiro de gracia” que acabó con lo poco que
había quedado operable allí.
Por el lado argentino, a las 14.43 de ese mismo día los
IA-58 Pucará, matrícula A-511, A-516, A-531 y A-533, pasaron a las Malvinas
desde Santa Cruz para reponer las pérdidas que el Grupo 3 de Ataque había
sufrido el 1 de mayo. En horas de la noche, a las 20.16, las 21.30 y las 23.05,
aparatos Hércules C-130 llevaron a cabo nuevos cruces transportando personal,
material bélico, provisiones y la segunda pieza de artillería Sofma de 155 mm desarrollada por CITEFA1, que debía reforzar las posiciones al norte de
Sapper Hill, muy cerca de donde operaba su gemela.
Unas horas antes del primer vuelo, el FAS había despachado
desde Río Grande dos Beechcraft B-200 Cormorán, con la misión de patrullar y
efectuar exploración marítima complementando con ello uno de los mayores puentes aéreos desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial.
El 16 de mayo los Sea Harrier del “Hermes” fueron puestos en
estado de alerta para una nueva misión de bombardeo. A las 12.32Z (09.32 hora
argentina), los cazabombarderos matrícula XZ494 y ZA191 piloteados por los
tenientes Simon Hargreaves y Dave Smith, despegaron rumbo a Bahía Fox (Puerto
Zorro) para hacer exploración y relevamientos fotográficos de la región.
La misión se llevó a cabo sin inconvenientes y a su regreso,
las películas tomadas revelaron la presencia de dos embarcaciones: el “Río
Carcarañá” próximo a Bahía King (Puerto Rey) y el transporte “Bahía Buen
Suceso”, amarrado junto al muelle de Puerto Zorro (Bahía Fox).
El alto mando británico decidió atacar a ambos y para ello
ordenó el alistamiento de los tenientes Gordon Batt, en el Sea Harrier
matrícula XZ459 y Andrew McHarg en el XZ494, quienes despegaron a las 16.03Z
(13.03 hora argentina) en dirección a Bahía King.
Los Sea Harrier alcanzaron los objetivos a las 16.25Z
(13.25) y de inmediato iniciaron la corrida de ataque sobre el “Río Carcarañá”.
El día 11 de mayo, unidades navales argentinas buscaban en el Estrecho de San Carlos a los sobrevivientes del “Isla de los Estados”. Por esa razón, la requisada “Penélope” había atracado al costado del “Río Carcarañá” para recibir información y coordinar las tareas de rescate. Su capitán, el teniente de navío Horacio González Llanos, se reunió con el comandante del carguero, capitán Edgardo A. Dell’Elicine y junto a otros oficiales procedieron a hacer un detallado análisis de la situación. Nada se sabía de sus compañeros marinos y todo se resumía a las incidencias de la noche anterior, es decir, al pedido de auxilio emitido por el radio-operador del transporte, las fuertes detonaciones que sacudieron la atmósfera y los aterradores resplandores que se observaron a la distancia, en medio de la noche.
Los días siguientes, las naves permanecieron fondeadas en el
mismo lugar, siempre en busca de sobrevivientes, mientras las condiciones
climáticas empeoraban.
Algo que llamó la atención del personal fue la exasperante
lentitud del Comando Naval, que no tomaba ninguna decisión. Como explica Jorge
Muñoz en Misión Cumplida, lo único
que aconteció fue un llamado del CONAVINAS al “Río Carcarañá” a través del
“Bahía Buen Suceso”, preguntando cuantos tambores de combustible les quedaba a
bordo y algún contacto de rutina.
Eso exasperó los ánimos y llevó al capitán Dell’Elicine a
solicitar al coordinador naval que aclarara con el alto mando de la Armada cual era la
situación real de los buques allí apostados y que instrucciones tenían para
ellos. Tras un fuerte intercambio de palabras, el capitán Robelo le recordó al
comandante del mercante que el barco se hallaba bajo bandera y que, por esa
razón, debía ajustarse a las órdenes recibidas.
El 16 de mayo amaneció soleado. Un solo ataque, a las 09.00
hora argentina, había alterado la tensa calma en Bahía Fox. Con el paso de las
horas y el clima mejorando lentamente, los cuadros se fueron relajando
intuyendo lo que creían, podía llegar a ser una jornada apacible.
Solo
Dell’Elicine se mostraba inquieto pues estaba seguro
que por esa mejora en las condiciones del tiempo y habiendo permanecido
en el
lugar por espacio de varios días, los británicos intentarían algo. Según
sus
cálculos, los aviones aparecerían por estribor, con el sol a sus
espaldas, facilitando su ataque y dificultándoles (a los argentinos) la
visión.
Preocupado por ello, habló con sus oficiales inmediatos y poco después,
toda la
tripulación se preparaba para una nueva embestida, siguiendo al pie de
la letra
las instrucciones de su capitán.
El personal de a bordo abandonó los camarotes de estribor y
se ubicó en el pasillo interno de la cubierta de babor llevando consigo una
bolsa con lo elemental para la supervivencia, en especial ropa de abrigo,
mantas y raciones. Mientras eso ocurría, se alistaron los botes salvavidas y se
preparó una lancha a motor.
Tal como hemos dicho, al producirse el ataque, el “Bahía Buen Suceso” se hallaba anclado en Bahía Fox.
Finalizada su misión en las islas Georgias los últimos días
de marzo, el buque había regresado al continente, tocando en su trayecto puntos
intermedios como Ushuaia y Puerto Deseado, escalas previas en su recorrido hacia
Puerto Belgrano, donde llegó el 5 de abril para entrar enseguida en
reparaciones.
Fue allí donde el capitán Osvaldo Marcelino Niella decidió
licenciar a la mitad de la tripulación, medida que el Comando Naval aprovechó
parta ocupar sus plazas con personal militar. El buque quedó sujeto al Comando
de Operaciones Navales y éste designó comandante militar a bordo al capitán de
corbeta Héctor E. Zukowsky, quien tendría a su cargo al personal de la Armada, no así a la nave,
que seguiría bajo el mando de su capitán de ultramar.
Después de ser sometido a reparaciones y acondicionado para
su nueva situación (se le adosaron camastros en el entrepuente de la bodega), el
“Bahía Buen Suceso” comenzó la carga de municiones y componente de artillería,
vehículos, minas, 2000 raciones y equipo para los ingenieros anfibios,
alcanzando un total de 160 toneladas.
El 8 de abril el barco volvió a zarpar, arribando a Puerto
Argentino el día 12, cuando anochecía. El buque atracó en el muelle y comenzó
las tareas de desembarco, tanto de personal como de equipo mientras se la acondicionaba como
alojamiento de tropas. Cuando el 23 de abril llegó el “Formosa”, levó anclas y
se dirigió a la cercana bahía, donde fondeó en espera de órdenes.
Fue entonces que surgió la necesidad de un segundo relevo
del personal de a bordo y para ello fue necesario recurrir al capitán de navío
Antonio José Mozzarelli, jefe de la Subárea
Naval Malvinas, quien obtuvo el licenciamiento de la mitad de
la tripulación y su envío de regreso al continente. Los lugares vacantes
volvieron a ser ocupados por efectivos militares y de ese modo, el veterano
navío estuvo más preparado para las misiones que estaba llevando a cabo.
Entre los civiles que permanecieron en el buque, todos ellos integrantes de la
tripulación original, destacaban el cabo de mar José Martínez, de origen
español y los auxiliares de máquinas Juan C. Sosa y Raúl Saavedra, quienes se
ofrecieron a seguir en campaña por su propia voluntad, lo mismo otros tres
marinos mercantes procedentes del “Isla de los Estados”.
En esas estaban cuando el 28 de abril por la noche, el
“Bahía Buen Suceso” recibió instrucciones de hacerse a la mar pues había un
alerta de bombardeo aéreo. Para ello fue necesario, previamente, desembarcar a las
tropas a bordo, tarea que demoró la partida hasta la mañana del día
siguiente, cuando el barco finalmente zarpó con el 50% del combustible y muy poca
agua potable.
El 1 de mayo navegaba hacia Bahía Fox cuando aviones
ingleses lo sobrevolaron sin efectuar disparos aunque intimando a la rendición
a través de la radio.
Así, en esas condiciones, el “Bahía Buen Suceso” llegó a
destino, fondeando en la ría que se extendía frente al muelle próximo a la
población (en la que vivían unas 25 personas) y el establecimiento rural junto
al cual se hallaba estacionada la
Fuerza de Tareas “Reconquista”, formada por el Regimiento de
Infantería 8, al mando del teniente coronel Ernesto Repossi y la Compañía de Ingenieros 9,
posicionada en la margen este de la bahía, al del mayor Oscar Minorini Lima.
El “Bahía Buen Suceso” permaneció anclado frente a Bahía Fox hasta el 10 de mayo, cuando se aproximó al muelle de madera y
atracó, permitiendo a sus tripulantes descender a tierra y proveerse de agua
potable del pozo del establecimiento.
En esas condiciones se encontraban las fuerzas argentinas
cuando el 12 de mayo se desató un temporal que rompió las amarras del buque e
hizo ceder el muelle. Empujada por los fuertes vientos, la nave flotó a la
deriva y finalmente encalló a varios metros de distancia. El pequeño alijador
“Monsunen” que se hallaba en el lugar, intentó rescatarlo de su trampa pero
sus esfuerzos fueron inútiles.
Afortunadamente, el incidente no impidió la descarga, tanto
de los tambores de combustible como de las vituallas, tarea que casi había
finalizado cuando en la madrugada del 15 de mayo un helicóptero enemigo
sobrevoló la región.
En vista de tan grave amenaza, el capitán Zukowsky ordenó
evacuar la embarcación, directiva que se cumplió ordenadamente y finalizó antes de las
10.00, quedando a bordo, solamente, el capitán Niella, Zukowsky y el encargado
del telégrafo.
Fue entonces quede manera repentina, el rugido de los Sea Harrier hizo vibrar la
atmósfera.
El capitán Niella, que en esos momentos se hallaba en su
camarote, se asomó por estribor y los vio venir, disparando de popa a proa a medida que se aproximaban.
Lo primer que atinó a hacer fue buscar el pasillo y
arrojarse al piso, casi en el mismo momento en que los proyectiles de 30 mm perforaban la
estructura del barco.
Finalizada la pasada se incorporó y corrió por el interior
hacia el lado de babor y en eso estaba enfrascado cuando un una bala de cañón
estalló muy cerca suyo hiriéndolo en su mano derecha.
Niella miró su diestra y notó que sangraba pero sin reparar
en el detalle, vio al radio-operador bajando las escalinatas gravemente herido.
El hombre lo miró, caminó unos pasos hacia él y cayó semiinconsciente en sus
brazos.
En ese momento llegó el capitán Zukowsky, dispuesto a ayudar
y mientras esperaban que el ataque finalizase, intentaron reanimar a su
compañero.
Cuando los cazas enemigos se retiraron, se incorporaron y
entre los dos levantaron al malogrado tripulante para llevárselo en andas.
Lo bajaron a tierra con la ayuda del personal de Ejército y
con gran rapidez lo condujeron hasta el hospital de campaña para ser atendido.
Dos días después los Sea Harrier volvieron a atacar,
arrojando bombas Beluga. La incursión no tuvo consecuencias aunque
obligó a las fuerzas de tierra a construir nuevos refugios para los marineros y
montar señuelos que daban el aspecto de piezas de artillería de grueso calibre.
En momentos en que el “Bahía Buen Suceso” era atacado, la tripulación del “Río Carcarañá” se ubicaba en el pasillo interior de babor donde permaneció toda la mañana en previsión de una incursión aérea. En esas condiciones se encontraban cuando cerca del mediodía el vigía de abordo dio la voz de alarma.
-¡¡Aviones!!
El capitán Dell’Elicine estaba en el cuarto de mapas, recogiendo la documentación de valor, cuando el segundo oficial Sergio A.
Dorrego entró a la carrera.
-¡¡Salgamos de aquí capitán. Vienen dos aviones a atacarnos!!
Los dos marinos corrieron en dirección a las escalinatas y a toda prisa bajaron hacia el pasillo de babor donde se hallaban el resto de
la tripulación. En ese preciso instante, un estruendo terrible sacudió la
estructura de la nave.
La versión de Jorge Muñoz difiere un poco de la que ofrecen
los meticulosos autores británicos de Malvinas.
La Guerra Aérea. Según estos últimos, el “Río Carcarañá” fue atacado por primera vez a
las 16.25Z (13.25 hora argentina), cuando los tenientes Batt y McHarg
alcanzaron con sus cañones su estructura. La embarcación recibió numerosos
impactos y una bomba que no explotó pero le perforó la cubierta y destruyó
los tubos de aire comprimido originando un principio de incendio.
Cuando los aviones se alejaban, despegaban del portaviones
el teniente Heardgraves en el aparato matrícula ZA191 y Andy Auld en el XZ500,
para atacar al “Bahía Buen Suceso”.
Los Sea Harrier partieron a las 16.46Z (13.46) y llegaron al
objetivo treinta y cinco minutos después, hallándolo muy próximo al poblado de
Bahía Fox. Por esa razón, los pilotos desistieron de utilizar sus bombas y se
dispusieron a disparar sus cañones, abriendo fuego a las 17.20Z (14.20). Los
proyectiles de 25 mm
arrasaron el puente e impactaron uno de los depósitos de combustible que se
hallaban en tierra, generando un incendio de proporciones que, para fortuna de
la guarnición allí apostada, no se propagó.
Cuando las baterías antiaéreas respondieron la agresión, los
cazas viraron y se retiraron. Heargreaves fue alcanzado por un proyectil
calibre 35 mm
en la cola y pese a sentir el impacto, al igual que Morgan el 1 de mayo, logró
seguir y aterrizar en la cubierta del “Hermes” sin inconvenientes.
La dotación del “Río Carcarañá” intentó combatir el fuego generado
por las explosión de sus tubos de aire comprimido pero ante la amenaza de que el
mismo se propagara, Dell’Elicine ordenó su evacuación. El personal
especializado procedió a cerrar la puerta estanca del túnel de máquinas, fondeó
la segunda ancla y dio aviso al “Forrest” y al “Bahía Buen Suceso” de que la
nave había sido puesta “fuera de servicio”, solicitando retransmitir la novedad
al CONAVINAS.
Los marineros prepararon los botes y, de acuerdo a lo que establecían
los manuales de instrucciones, los abordaron en perfecto orden. Su comandante se
aseguró de que nadie permanecía en la embarcación y después de recoger el diario de a
bordo, el libro de bitácora, las libretas de embarco, documentación
confidencial de la Armada
y las dos pistolas automáticas Ballester Molina calibre 45 provistas por ELMA,
abordó en último lugar.
Cuando los botes eran remolcados hacia la Isla
Soledad por una lancha a motor, reaparecieron los Sea Harrier (posiblemente
Heargreaves y Auld) para pasar rasantes sobre el naufragio y las
balsas, aunque sin abrir fuego.
Una vez en tierra, los marineros procedieron a encender
hogueras y a hacer un breve reconocimiento del terreno circundante, todos de
buen ánimo y sin perder el espíritu tal como se observa en las fotografías que
se obtuvieron en la ocasión.
En
un primer momento, el capitán Dell’Elicine pensó realizar una caminata
hasta Prado del Ganso, donde se hallaba apostada la segunda
guarnición argentina pero la distancia que los separaba (unos 50 kilómetros) y el
extremo cansancio de sus hombres lo llevaron a desechar la idea.
Anochecía ya cuando los marinos, acurrucados en torno a las
fogatas, vieron aparecer a la distancia al “Forrest´” que, al mando del
teniente de navío Rafael Molini, acudía en su rescate, respondiendo los
oportunos pedidos de auxilio que el radio-operador de a bordo, había emitido
durante el ataque.
El teniente Molini ofreció trasladar a los náufragos hasta
Bahía Fox, donde, además de fuerzas argentinas, había un poblado y un
importante establecimiento rural, como ya se ha dicho, propuesta que el capitán Dell’Elicine
aceptó, ordenándole a su gente tener todo dispuesto para abordar la embarcación.
Se montó entonces un andarivel y a través del mismo los
hombres comenzaron a embarcar. La sorpresa se la llevaron una vez en cubierta,
al encontrar a Alois Payarola y Alfonso López, únicos sobrevivientes del “Isla
de los Estados”, junto al cadáver del capitán José Bottaro cubierto por una
manta.
Por falta de espacio, los marinos del “Río Carcarañá”
debieron alojarse donde mejor pudieron, la mayoría a la intemperie, soportando
las inclemencias del tiempo y otros en el interior, algo más a resguardo. En
esas condiciones llegaron a Bahía Fox, donde el mayor Oscar
Minorini Lima, jefe de la guarnición, los alojó provisoriamente en una barraca
próxima al muelle en el que se hallaba amarrado el averiado “Bahía Buen Suceso”.
A la mañana siguiente, después de varias alertas rojas, el
transporte de la Armada
sufrió un nuevo ataque. Dos Sea Harrier aparecieron por el noreste ametrallando
la nave, el muelle y la zona donde se hallaban ubicadas las barracas
en las que los náufragos habían pasado la noche. Los aparatos pasaron a vuelo rasante y se alejaron hacia el
sudoeste, ganado altura.
Ese mismo día, cuando empezaba a obscurecer, se llevaron a
cabo las exequias del capitán Bottaro cuyo cadáver fue enterrado con honores
militares en el cementerio local, dentro de un improvisado cajón de madera construido
por Rogelio Ojeda, carpintero del “Río Carcarañá” (la homilía estuvo a cargo del
padre Marcos Gozzi, capellán de la Gendarmería).
Para fortuna de los marineros, Richard Cockwell, el
administrador del establecimiento rural de Puerto Zorro, era un hombre solícito
que les proveyó agua potable y les facilitó las cosas durante los veinte
días que duró su estadía en el lugar.
Durante todo ese tiempo, los hombres del “Río Carcarañá” y
el “Isla de los Estados” se mantuvieron activos, ofreciendo sus servicios para
lo que las fuerzas allí acantonadas necesitasen. En vista de ello, el mayor
Minorini Lima les encomendó cambiar de lugar los tambores de combustible
almacenados cerca del muelle, aconsejando hacerlo en horas de la noche, para
que los ingleses no pudieran detectarlos. Por otra parte, los oficiales de a
bordo, con su radio-operador a la cabeza, trabajaron en el tendido de antenas, en
la reparación de los equipos y hasta haciendo servicio de escuchas, todo ello
con notable eficiencia.
Además de las misiones de ataque, entre las 13.00 (16.00Z) y las 14.00 (17.00Z) de aquel día, los Sea Harrier efectuaron numerosos vuelos de observación.
Los relojes daban las 18.00Z (15.00) cuando en alta mar, los
cazas del Escuadrón 809 que venían a bordo del portacontenedores “Atlantic
Conveyor”, comenzaron a pasar al “Hermes” para incorporarse a su dotación.
Fueron ellos el XZ499 piloteado por el capitán de corbeta Hugh G. B. Slade, el
ZA176 del teniente Hill Covington, el ZA177 del teniente de fragata Steve
Brown, y el ZA194 del teniente de fragata John Leeming. El transporte, que funcionaba como virtual “tercer
portaaviones”, traía además seis Harrier GR.3, varios helicópteros Wessex y
Chinook y equipo para las fuerzas de tierra que se aprestaban a iniciar el
desembarco.
Media hora antes, a las 17.30Z (14.30 hora argentina), dos
aviones británicos se aproximaron a Puerto Argentino por el lado del Faro San
Felipe siendo repelidos por las antiaéreas allí apostadas. En su
retirada, el avión guía desprendió sus contenedores de bombas y su numeral,
accidentalmente, le disparó un misil, debiendo el primero efectuar maniobras
evasivas para esquivarlo. Horas después llegó un tercer aparato que también fue
rechazado al resultar averiado por proyectiles de 35 mm.
A las 24.25Z (21.25 hora argentina), los británicos
reiniciaron el cañoneo naval, batiendo las posiciones en torno a la capital y el
área de Puerto Darwin. Como respuesta, los argentinos orientaron sus poderosos Sofma de 155 mm
hacia el este y abrieron fuego, forzando a los buques a alejarse velozmente.
Regresaron a las 22.40 (01.40Z) para toparse con la misma respuesta y en vista
de ello, volvieron a virar y pusieron distancia en la misma dirección.
Todavía hay quienes se preguntan porqué no se enviaron más
de aquellas piezas a las islas y la respuesta sigue constituyendo uno de los
grandes enigmas de la guerra.
Notas
1 Instituto de investigaciones Científicas y Técnicas de las Fuerzas Armadas.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur