CUYO SE MOVILIZA
La
noche del 17 de septiembre, las tropas del 2º Ejército llegaron a las
puertas de la ciudad de Mendoza y allí se detuvieron. El general Julio
Alberto Lagos los esperaba en ese punto listo para recibir el mando de
manos de su comandante, el general Eugenio Arandía.
Una
vez al frente de la poderosa unidad, Lagos solicitó un informe de la
situación pues necesitaba adoptar rápidas medidas antes de ponerse en
marcha hacia Córdoba. El cuadro de situación que le describió Arandía no
era el que esperaba pues según le explicaron, había falta de
integración entre los mandos y las noticias emitidas por la radio,
limitaban la revolución al foco rebelde de la provincia mediterránea que
en esos momentos estaba siendo cercado por las tropas leales al mando
de los generales Iñíguez, Morello y Moschini.
General Julio Alberto Lagos |
En
vista de ello, influenciado por las falsas noticias emitidas por las
estaciones de radio gubernamentales y dejándose llevar por un
contraproducente exceso de prudencia, Lagos aprobó la resolución emanada
de su Estado Mayor y se replegó hacia Mendoza, abandonando a las
fuerzas de Lonardi a su suerte. De acuerdo a la conclusión a la que
habían llegado con el general Arandía, si llegaba a estallar la guerra
civil (que de hecho ya había comenzado), iba a ser necesario consolidar a
las tres provincias cuyanas sin arriesgar sus fuerzas en una
confrontación que a corto plazo, habría de aniquilarlas.
Las
tropas de Lagos pernoctaron junto al puente de acceso a Palmira y a la
mañana siguiente entraron en la ciudad, con el Batallón de Infantería de
Montaña 2 de Calingasta a la cabeza, comandado por el teniente coronel
Eduardo Aguirre. La larga columna de vehículos encontró las vías de
acceso obstaculizadas por ómnibus y camiones que la CGT había abandonado
durante la noche para dificultar el avance, pinchando los neumáticos de
la mayoría. Bajo la dirección de oficiales y suboficiales, los
conscriptos procedieron a retirarlos, apartando los vehículos del camino
o arrojándolos al río y lentamente, el desplazamiento se fue haciendo
efectivo.
El 2º Ejército fue recibido con júbilo. La población, movilizada por el Dr. Facundo Suárez1,
salió a las calles a vitorearlo y la gente se acercó a los soldados
para entregarles alimentos y bebidas mientras gritaba y aplaudía su paso
desde Guaymallén, por la avenida San Martín.
Lagos
instaló su comando en el Liceo Militar y designó gobernador provisional
de la provincia al general Roberto Nazar. Quien fuera su titular hasta
ese momento, el Dr. Carlos Horacio Evans, se presentó poco después, para
ponerse a su disposición y luego de un breve y correcto intercambio de
palabras, se le indicó que podía abandonar la provincia o permanecer en
su hogar, optando finalmente, por esta última proposición.
Una
de las primeras órdenes impartidas por Lagos al llegar a Mendoza, fue
ocupar la emisora radial, despachando para esa misión un pelotón al
mando del teniente coronel Eduardo Aguirre, jefe del Batallón de Montaña
2 de Calingasta de destacada actuación durante la rebelión de San Luis.
Aguirre se apoderó de la estación sin inconvenientes y de manera
inmediata puso en funciones al teniente coronel Mario A. Fonseca, que
una vez al micrófono, procedió a comunicar a la ciudadanía que tanto
Mendoza como San Luis, se hallaban en poder de la revolución.
Otra
importante medida que adoptó el general Lagos, fue la detención de
altos dirigentes del oficialismo regional, representados principalmente
por la cúpula política y gremial y por militantes de las unidades
básicas justicialistas, quienes representaban una seria amenaza para la
revolución.
En
ninguna de las unidades allanadas se opuso resistencia y los operativos
se desarrollaron sin inconvenientes. Donde sí hubo problemas fue en el
local de la CGT, en el que se habían atrincherado muchos de sus
dirigentes, afiliados y obreros.
El
teniente coronel Aguirre ser encaminó hacia la sede de la central
obrera al frente de un pelotón, creyendo que la toma del edificio iba a
ser cosa sencilla, sin embargo, al llegar al lugar, fue recibido por una
nutrida lluvia de bala que lo obligó a adoptar medidas defensivas.
Siguiendo
órdenes de su jefe, los soldados saltaron de los jeeps en los que
habían venido y una vez a cubierto abrieron fuego, generando un violento
intercambio de disparos en el que dos conscriptos perdieron la vida y
dos oficiales resultaron heridos.
El
combate se prolongó varios minutos, con los sindicalistas conteniendo
todo intento de acercamiento, cosa que obligó a Aguirre a pedir
refuerzos. Mientras disparaba su pistola ametralladora impartía
directivas preocupado por la seguridad de sus hombres. Dos de ellos
yacían muertos sobre el pavimento y otros dos, gravemente heridos,
intentaban cubrirse detrás de los vehículos.
Aguirre
vio que los sindicalistas disparaban desde varias posiciones, algunos
desde las ventanas superiores y otros desde los techos, por lo que
intentó concentrar sus ráfagas en esos puntos.
La
llegada de dos camiones con tropas fue lo que decidió el
enfrentamiento. Sabiéndose rodeados y desbordados en hombres y
armamento, los sindicalistas hicieron flamear un trozo de tela blanca
atado a un palo y se rindieron. La sede sindical fue controlada y sus
defensores obligados a salir lentamente, con las manos sobre la cabeza.
Una vez fuera se los sometió a un intenso registro y acto seguido, se
los obligó a subir a los camiones para ser conducidos a prisión. Los
cuerpos de los soldados muertos fueron evacuados en una ambulancia que
llegó unos minutos después y con ellos partieron los heridos en
dirección al hospital. Las acciones en Cuyo habían cobrado sus primeras
víctimas.
Dominada
la ciudad, el general Lagos mandó ocupar la Base Aérea de El
Plumerillo, hacia la cual envió al segundo del general Arandía, coronel
Nicolás Plantamura, acompañado por la escolta del Destacamento 1 de
Infantería de Montaña al mando del teniente coronel Alberto Cabello. En
el lugar los esperaba el vicecomodoro Martín Alió, conocido por su
tendencia peronista, que hizo entrega de la unidad militar aclarando
antes que no se plegaba al alzamiento. Sí lo hicieron, en cambio, sus
oficiales, a quienes Plantamura reunió en el casino para dialogar y
conocer su postura respecto a la revolución. Quedaban a disposición de
las fuerzas rebeldes doce bombarderos Calquin de fabricación nacional,
que sumados a la poderosa dotación de Villa Reynolds, constituyeron un
arma de gran valor.
De
regreso en Mendoza, el teniente coronel Cabello recibió la orden de
apoyar al pelotón del mayor Rufino Ortega que debía tomar la sede local
de la Policía Federal, misión que se cumplió con el apoyo de comandos
civiles revolucionarios sin ningún tipo de incidencias.
Esa
era la situación en Mendoza y San Luis cuando, pasado el medio día, el
teniente coronel Fonseca, el mismo que había transmitido por radio los
mensajes revolucionarios, solicitó autorización para marchar sobre San
Juan, temeroso de la actitud que pudiera asumir el jefe de aquella
guarnición, coronel Ricardo Botto.
Tras
obtener el visto bueno de sus superiores, Fonseca reunió bajo su mando
al batallón de Infantería del coronel Aguirre y a la Compañía de
Zapadores de San Juan que allí reforzaba al 2º Ejército y provisto de un
cañón del batallón de artillería que comandaba el teniente coronel
Fernando Elizondo, se puso en marcha.
Las
tropas viajaron durante toda la noche, deteniendo su marcha al
amanecer, en la localidad de Carpintería, inmediata a la capital
provincial. Desde allí siguieron a plena luz, mientras la gente, casi
toda oriunda de los campos, fincas y viñedos inmediatos a la ruta se
agolpaba a la vera de la ruta para saludar a la tropa. Como bien relata
Ruiz Moreno, de quien extraemos la mayor parte de la información, la
gente no olvidaba la prohibición de llevar a cabo la procesión de la
Virgen de Andacollo, impuesta por el gobierno.
Donde
hubo tensión fue en San Juan, producto del despliegue de fuerzas
policiales efectuado por el comisario César Camargo. Los policías
estaban decididos a resistir pero la intervención de Fonseca, sanjuanino
también y amigo de la infancia de Camargo, evitó el derramamiento de
sangre. Era evidente que la policía no era una fuerza adecuada para
enfrentar al Ejército y era necesario, a toda costa, evitar cualquier
tipo de choque.
Camargo
accedió y levantó el dispositivo para que las tropas entrasen en la
ciudad, cuna de ilustres personalidades de la historia argentina como
Domingo Faustino Sarmiento, fray Justo Santa María de Oro y Francisco
Narciso Laprida. Allí también se vivieron escenas de júbilo, con la
multitud aclamando y aplaudiendo el paso de los efectivos rebeldes.
Incluso fue sacada de la catedral la Virgen de la Merced, frente a la
cual, la muchedumbre se congregó y oró, cubriendo la Plaza 25 de Mayo.
Fonseca fue llevado en andas hasta la Casa de Gobierno donde su titular,
Juan Viviani, le hizo entrega del mando. De esa manera Cuyo quedó en
poder de la revolución con el general Lagos, al frente del mando civil y
militar.
A
las 06.30 del 19 de septiembre, un Beechcraft AT-11 procedente de
Córdoba aterrizó en pleno campo, sobre la Ruta 40, a 30 kilómetros al
sur de Mendoza, trayendo a bordo al capitán de fragata Carlos García
Favre, emisario del general Lonardi. Ni bien descendió del avión, el
oficial naval abordó un vehículo particular que de manera inmediata lo
condujo a Luján de Cuyo, escala previa a la capital provincial, donde
llegó alrededor de las 11.00 cuando la población festejaba en las calles
la llegada del 2º Ejército, procedente de San Luis.
Una
hora después, fue conducido ante el general Lagos, urgido como estaba
de ponerlo al tanto de la difícil situación que atravesaba la guarnición
rebelde. Una vez en su presencia, el capitán de fragata Carlos García
Favre, le transmitió el angustioso pedido de refuerzos de su par y de la
imperiosa necesidad de que se pusiese en marcha a la mayor brevedad
posible para aliviar su difícil situación. Mientras esto ocurría, en las
calles, la multitud cantaba consignas en favor de la revolución y de la
libertad, ignorante de esos acontecimientos que se estaban
desarrollando.
Lejos
de lo que García Favre se imaginaba, la actitud de Lagos fue de
cautela. Después escucharlo atentamente, el general habló con
parsimonia, detallando los inconvenientes que implicaba prestar socorro a
Lonardi. Según sus palabras, el 2º Ejército no era plenamente conciente
de lo que estaba ocurriendo, se hallaba imbuido por la consigna de no
derramar sangre entre hermanos y por esa razón, no se podía contar con
su plena subordinación al momento de marchar sobre Córdoba. Por otra
parte, la toma de Río Cuarto era imposible porque el combustible
escaseaba y era extremadamente difícil conseguirlo.
García
Favre quedó consternado porque no esperaba semejante actitud. Sumamente
nervioso, volvió a insistir: Córdoba necesitaba urgentemente refuerzos
porque de no contar con ellos la revolución terminaría por ser
derrotada. Lagos se mantuvo en su posición. Sin pronunciar palabra,
escuchó con expresión grave al emisario y luego lo citó a un nuevo
encuentro a las 18.00 horas.
Para
entonces, todas las sedes partidarias del peronismo habían sido
allanadas y los domicilios particulares de varios activistas requisados,
a efectos de prevenir actos de sabotaje, todo eso antes de que la radio
informase que a partir de las 21.00 de ese mismo día se imponía el
toque de queda y que la ley marcial regía en toda la ciudad.
A
la hora acordada García Favre, vistiendo ropas de civil, se presentó en
los cuarteles del Batallón 8 de Zapadores para su segunda reunión con
Lagos. Al llegar, fue invitado a presenciar la formación en la plaza de
armas, frente a la cual, el general tomó posesión formal de su cargo y
arengó a tropas y civiles, exhortándolos a luchar por la libertad.
También elogió a la Armada, por su valeroso e inclaudicable accionar,
manifestando sobre el final que la unión de las tres fuerzas acabaría
por otorgarles la victoria. Pero en lo que a la ayuda solicitada se
refiere, nada le dijo a García Favre en concreto. Cuando el enlace
intentó comunicarse con Lonardi para imponerlo de la situación, se
encontró con que la detención de los oficiales a cargo de las
comunicaciones, le impedía establecer contacto.
Durante
la noche del 18 al 19 de septiembre, el general Lagos y su alto mando
elaboró un plan tendiente a aligerar la difícil situación en la que se
encontraba el general Lonardi. Entre otras cosas, se decidió un ataque
aéreo desde Villa Reynolds al aeródromo de Las Higueras, a efectos de
neutralizar a los Gloster Meteor leales que operaban desde allí.
Como
explica Ruiz Moreno, Villa Reynolds, asiento de la V Brigada Aérea,
había sido ocupada el domingo 18 por efectivos del Destacamento IV de
Montaña de Tupungato que habían partido el día anterior desde San Luis,
con ese destino.
La
toma de la base estuvo a cargo del Batallón I del Regimiento 21 de
Infantería de Montaña al mando del mayor Celestino Argumedo, que hizo su
arribo después de dos horas de marcha a lo largo de 110 kilómetros de
ruta. En la brigada, los esperaba reunida la oficialidad que a esa hora
(03.00 de la madrugada) tenía el control de la unidad, después de un
intenso combate con los 278 suboficiales leales que la custodiaban y que
intentaron actos de sabotaje.
Esa
misma tarde (17.30), el mayor Argumedo se comunicó con el general Lagos
para sugerirle llevar a cabo el planeado ataque al aeródromo de Las
Higueras, porque a esa altura, resultaba imperioso neutralizar la
amenaza que representaban los Gloster Meteor que operaban desde allí. Le
contestaron tres horas después, indicándole que se quedara en sus
posiciones hasta nuevo aviso.
El
ataque jamás se concretó y Argumedo se limitó solamente a surtir de
bombas tanto a las fuerzas revolucionarias de Córdoba como a las de
Comandante Espora y a proporcionar armas livianas al comando civil
revolucionario del Dr. Guillermo Torres Fotheringham que debía
apoderarse de Radio Ranquel de Río Cuarto.
A
la mañana siguiente, tuvo lugar un hecho inesperado que levantó
notablemente la moral de las fuerzas revolucionarias. Soldados del 2º
Ejército que inspeccionaban la estación ferroviaria de Mendoza
descubrieron un vagón repleto de armamento de última generación
procedente de EE.UU, que se hallaba en ese lugar en tránsito hacia
Chile. La carga, compuesta por bazucas, cañones-cohetes sin retroceso y
ametralladoras, fue incautada y distribuida entre las tropas que al día
siguiente debían marchar sobre Río Cuarto. La alegría que despertó el
hallazgo significó poco para el capitán García Favre ya que en horas de
la tarde, el general Lagos le manifestó no pensaba distraer efectivos
hacia Córdoba porque planeaba consolidar sus posiciones en Mendoza.
El
emisario del general Lonardi quedó perplejo pero logró para hacer una
propuesta tendiente a complicar la situación de Perón y aligerar la de
su superior: solicitar a los organismos internacionales el
reconocimiento de Cuyo como territorio beligerante. Lagos estuvo de
acuerdo y sin perder tiempo, le ordenó al Dr. Bonifacio del Carril,
auditor honorario del Ejército en Campaña, que diera inicio a las
gestiones correspondientes2.
Debido
a que en Córdoba se desconocía la situación de Cuyo, Lonardi despachó
al mayor Juan Francisco Guevara con la misión de comunicar a Lagos que
estaba pronto a establecer un puente aéreo entre ambas provincias a
efectos de transportar los refuerzos del 2º Ejército a la zona de
combate.
Conforme
a ese plan, la Escuela de Aviación Militar comenzó a alistar tres DC-3 y
un Convair de Aerolíneas Argentinas, al que se le quitaron los asientos
para aumentar su capacidad. Al frente de los mismos fue puesto el
aviador civil Alfredo Barragán, piloto de la empresa aérea estatal y
decidido partidario de la revolución, quien debía conducir los aviones
hasta Mendoza en compañía del teniente coronel Carlos Godoy.
Guevara
abordó un Beechcraft AT-11 piloteado por el capitán González
Albarracín, un copiloto y un radiotelegrafista y partió a través el
corredor aéreo del lago San Roque, el único que aún permanecía abierto a
la aviación rebelde, con destino a Cuyo. La nave voló bajo hasta
alcanzar las aguas y en ese punto levantó vuelo, para alejarse por entre
las posiciones que ocupaban el Regimiento 14 de Infantería y el
Regimiento de Artillería Antiaérea.
Tras dos horas de vuelo, el avión tocó tierra en El Plumerillo, desde donde partió Guevara para encontrarse con Lagos.
Al
verlo llegar, el general se incorporó y lo saludó afectuosamente,
invitándolo a participar de la reunión que en esos momentos mantenía con
Arandía y García Favre. El jefe del 2º Ejército parecía ajeno a la
realidad y daba la sensación de que la entrada triunfal que había hecho
en Mendoza, había influenciado negativamente en él.
Guevara
hizo un detallado relato de lo que acontecía en Córdoba y al igual que
García Favre, puso especial énfasis en la necesidad de refuerzos que
tenía el general Lonardi. Cuando terminó de hablar, entregó a Lagos una
carta del jefe de la revolución en la que aquel le solicitaba el envío
urgente de toda la infantería con sus morteros y ametralladoras,
explicando que la crisis que padecida su agrupación era, precisamente,
de infantería y que su situación se había agravado tanto, que contaba
con ese auxilio para superarla lo antes posible.
Pese
a ello y a que Guevara explicó que Lonardi pensaba resistir hasta el
final, Lagos volvió a dudar, argumentando que disponía de solo 1000
hombres para la defensa de Cuyo y que no podía privarse de ninguno.
Cuando manifestó su decisión de establecer en Mendoza un gobierno
provisional, Guevara se sorprendió y respondió que esa idea ya había
sido adoptada por el general Lonardi pero que no era primordial en esos
momentos.
Aquello
hizo recapacitar a Lagos que, al menos de momento, desechó el proyecto
para estudiar nuevamente el envío de refuerzos hacia Córdoba.
Se iba el día 19 y Lagos todavía pensaba.
Mientras
Lagos y Guevara discutían, aterrizaban en El Plumerillo el avión de
Aerolíneas Argentinas que había enviado Lonardi al comandado de
Barragán.
Una
vez en tierra, los recién llegados se encaminaron presurosamente hasta
el puesto de mando de Lagos y solicitar hablar con él. En esos momento,
el general se hallaba reunido con el general Arandía, el mayor Enzo
Garuti, juez de Instrucción Militar, el teniente coronel Eduardo
Aguirre, el capitán García Favre y el mayor Guevara.
Los
recién llegados estaban sumamente ansiosos cuando ingresaron en la
habitación, suponiendo que para entonces todo estaba decidido, pero una
vez más Lagos dio largas al asunto, pretendiendo que su Estado Mayor se
detuviese a analizar a fondo la situación. Esa actitud exasperó los
ánimos, en especial el del comandante Barragán quien, levantando la voz,
exigió el inmediato envío de refuerzos. La respuesta que recibió lo
dejó azorado por lo insólita y absurda:
-No puedo distraer tropas porque aquí la CGT es muy fuerte y puedo tener problemas.
Eso fue la gota que rebalsó el vaso.
-¡¡¿Pero
cómo que la CGT va a ser un problema para el Ejército?!! -gritó
Barragán- ¡¡¿Qué está diciendo?!! ¡¡El problema lo tenemos nosotros!!
¡¡¡Vamos general, tiene que darnos las tropas y las armas ya mismo!!!
Tan
fuera de sí estaba el piloto, que mientras hablaba extrajo su arma,
obligando a que los presentes interviniesen para intentar aplacar su
ira.
-¡Tranquilo Barragán! - dijo el teniente coronel Aguirre - ¡Todo se va a solucionar!
Entonces, fue el mayor Garuti quien se hizo sentir por encima del tumulto.
-¡Es preciso socorrer a Córdoba, general. Cuyo está en condiciones de hacerlo!
Al escuchar esas palabras, Lagos pareció convencerse y con tono grave ordenó:
-Bien Garuti, organice una Compañía.
Finalmente,
después de perder horas preciosas en cavilaciones, el dubitativo jefe
del 2º Ejército autorizó el alistamiento de 200 efectivos de Infantería
que, provistos de ametralladoras pesadas y al mando del mayor Garuti,
partieron de inmediato hacia El Plumerillo para abordar los aviones que,
en un vuelo sin escalas, los conduciría al teatro de operaciones.
Notas
1 Conocido dirigente radical.
2 El
Dr. Del Carril asumió esas funciones la noche del 19 al 20 de
septiembre. Se trata del mismo cargo que desempeñó su bisabuelo Salvador
María del Carril, vicepresidente de la Confederación Argentina y
gobernador de la provincia de San Juan entre 1823 y 1825, acompañando a
Lavalle en su campaña contra Rosas.
Publicado 20th January 2013 por Alberto N. Manfredi (h)