COMPLOT EN MARCHA
Quien
se constituyó en enlace importante entre el general Lonardi y los
conspiradores de la provincia de Córdoba fue su cuñado, el Dr. Clemente
Villada Achával, quien organizó y mantuvo una primera reunión secreta a
la que se dieron cita, además del fefe de la asonada, los coroneles
Arturo Ossorio Arana y Eduardo Señorans, el capitán Edgardo García Puló y
el mayor Juan Francisco Guevara.
El encuentro tuvo lugar en el histórico Colegio de La Salle
de Buenos Aires y estuvo custodiado por un grupo de comandos civiles
fuertemente armados. En la oportunidad, Villada Achával explicó que los
oficiales de la Escuela de Artillería con asiento en Córdoba, estaban
ansiosos por entrar en acción y que solo aguardaban la señal para
plegarse a cualquier intento de derrocar el gobierno. El cónclave sirvió
para despejar dudas y apresurar los preparativos ya que se tenían
evidencias de que los servicios de información del Estado comenzaban a
percibir movimientos, y eso era peligroso.
La
primera prueba de que aquellos temores estaban fundados la dieron la
sanción y los veinte días de arresto domiciliario que el Ejército le
aplicó al general Lonardi el 16 de agosto y el paro que dispuso el 31
del mismo mes, llamando al pueblo a concentrarse en Plaza de Mayo, para
escuchar la palabra de su líder.
Llegado
ese día, Perón volvió a hacer uso de su oratoria, utilizando
expresiones de tal virulencia, que no solo incrementaron el malestar de
los altos mandos militares sino que además, aumentaron la preocupación
de la ciudadanía, que comenzaba a temer nuevos hechos de violencia.
El domingo 4 de septiembre el teniente coronel Octavio Cornejo Saravia y su esposa hicieron una “visita” de cortesía a la familia Lonardi. Cornejo traía información de último momento según la cual, por decisión del general Aramburu, el alzamiento planeado para el día 16 se postergaba hasta nuevo aviso. Cuando el dueño de casa preguntó los motivos de aquella disposición, su interlocutor se limitó a decirle que las circunstancias adversas que se habían presentado en los últimos días, junto a la falta de apoyo de las principales unidades militares del país, representaban un serio problema que obstaculizaba seriamente los planes y ponían en riesgo a los complotados. En una palabra, la situación era inadecuada.
El domingo 4 de septiembre el teniente coronel Octavio Cornejo Saravia y su esposa hicieron una “visita” de cortesía a la familia Lonardi. Cornejo traía información de último momento según la cual, por decisión del general Aramburu, el alzamiento planeado para el día 16 se postergaba hasta nuevo aviso. Cuando el dueño de casa preguntó los motivos de aquella disposición, su interlocutor se limitó a decirle que las circunstancias adversas que se habían presentado en los últimos días, junto a la falta de apoyo de las principales unidades militares del país, representaban un serio problema que obstaculizaba seriamente los planes y ponían en riesgo a los complotados. En una palabra, la situación era inadecuada.
Al
escuchar aquello, Lonardi, que era todo un caballero, perdió la
compostura y fuera de sí, tomó a Cornejo por las solapas y sumamente
alterado, le dijo que la operación no solamente que no se podía
postergar sino que debía ponerse en marcha a la mayor brevedad posible
porque de lo contrario, el gobierno los iba a degollar como a cerdos.
Era imperioso actuar rápido porque el régimen estaba armando milicias
obreras y la mayor parte de los oficiales implicados estaban siendo
pasados a retiro.
-General
–respondió Cornejo un tanto atribulado- no hago más que transmitirle
una información que me acaba de dar el coronel Zerda1.
En
vista de tales novedades, Lonardi creyó necesario confirmar la
información y para ello, le encomendó a su hijo Luis Ernesto concertar
una reunión con el coronel Arturo Ossorio Arana, destinada a tratar el
tema en profundidad. Así se hizo y esa misma tarde, el general se
encaminó hasta la residencia de su amigo, con el objeto de ponerlo al
tanto de los últimos acontecimientos.
-General –dijo el dueño de casa después de escuchar sus palabras- tome las cosas en sus manos porque sino, esto no marcha.
-Ossorio
–respondió su interlocutor- ya lo tengo decidido y esté seguro que no
escatimaré esfuerzos para llevar adelante el movimiento2.
El
8 de septiembre a las 21.00 tuvo lugar una nueva reunión en la que
estuvo presente el coronel Eduardo Señorans, jefe de operaciones del
Estado Mayor del Ejército. La misma, organizada por Alfredo Rodríguez
García, pariente del mayor Juan Francisco Guevara, se llevó a cabo en el
automóvil del Dr. Eugenio Burnichon y en ella quedaron acordados cuatro
puntos fundamentales que deberían tenerse en cuenta a la hora de
organizar el complot.
1-
Debido a los precipitados e imprudentes movimientos del general Videla
Balaguer en Río Cuarto, las autoridades de Córdoba estaba en guardia y
habían adoptado extremas medidas de seguridad
2-
Los contactos en el Litoral no eran seguros ni suficientes ya que solo
se contaba con la IV División de Caballería que se pronunciaría recién a
las 72 horas de iniciado el movimiento.
3- No se habían logrados adhesiones en ninguna de las unidades del Gran Buenos Aires.
4- El general Aramburu era permanentemente vigilado y su ayudante, el mayor San Martín había sido detenido.
Durante
las conversaciones, el coronel Señorans, dijo que lo más acertado era
esperar y no precipitarse porque las condiciones no estaban dadas para
iniciar una revolución. Lonardi manifestó su total desacuerdo con esa
postura porque el licenciamiento de las tropas era inminente y además
porque, como se lo había planteado a Ossorio Arana en el encuentro
anterior, el gobierno estaba organizando milicias populares que iban a
poner en peligro la seguridad nacional. Según su opinión, seguir
esperando solo acarrearía el descalabro total de la operación porque las
últimas detenciones de oficiales parecían demostrar que las autoridades
sabían algo.
De
ese modo, el mando de la revolución pasó del indeciso general Aramburu a
su par que, a los efectos de conocer la situación imperante en las
unidades militares del interior, despachó a sus hijos Luis Ernesto y
Eduardo, en dirección a Córdoba y Cuyo, respectivamente.
Los
hermanos Lonardi salieron de Buenos Aires el viernes 9 por la noche y
llegaron a la provincia mediterránea a las 08.30 del día siguiente. Una
vez allí, se dirigieron a la casa de su tío, el Dr. Clemente Villada
Achaval donde se pudieron al tanto de las últimas novedades. Villada
había organizado una reunión para las 16.00, en su domicilio particular,
a la que había invitado a los capitanes Daniel Correa y Sergio Quiroga,
al brigadier Jorge Landaburu, a su cuñado, el ingeniero Calixto de la Torre y al Dr. Lisardo Novillo Saravia (h).
La
misma se llevó a cabo a la hora acordada y durante el transcurso de las
conversaciones, se analizó a fondo la situación de las fuerzas
revolucionarias de la provincia, el aporte de los civiles y la reacción
del gobierno.
Para
satisfacción de los hermanos Lonardi, los resultados de aquel encuentro
fueron mejores de lo que esperaban ya que según se dijo, los oficiales
más jóvenes estaban listos para plegarse a excepción de la poderosa
Escuela de Infantería, que parecía mantenerse leal. A ello había que
sumar el concurso de los comandos civiles revolucionarios que por esos
días organizaban el comandante Landaburu y el capitán Basilio Arenas
Nievas junto a los señores Damián Fernández Astrada y Edmundo Molina,
quienes constituirían un elemento de apoyo indispensable a la hora de
iniciarse las operaciones.
El
capitán Correa hizo especial hincapié en la urgente necesidad de
comenzar las acciones antes del 16 de septiembre porque ese día, la Escuela
de Artillería finalizaba sus actividades anuales y debía entregar el
armamento para tareas de mantenimiento. El total de los presentes apoyó
la moción por lo que Luis Ernesto Lonardi manifestó que la misma
figuraría entre los primeros puntos que plantearía a su padre a la hora
de imponerlo de las novedades.
Esa
noche, a las 21.00, Luis Ernesto abordó un avión de Aerolíneas
Argentinas y emprendió el regreso a Buenos Aires mientras su hermano
seguía viaje con destino a Mendoza, con el objeto de poner al tanto de
lo que sucedía al teniente coronel Fernando Elizondo, oficial de la
Agrupación de Montaña Cuyo.
Luis
Ernesto llegó poco antes de las 24.00 y ni bien descendió del aparato,
se dirigió al apartamento de su padre, sobre la calle Juncal, para
informarle las últimas novedades. El general, luciendo una bata sobre su
pijama, escuchó atentamente a su hijo y cuando aquel terminó, le
manifestó que necesitaba unas horas para meditar y que al día siguiente
tendría una respuesta.
En
la mañana del domingo 11 de septiembre, el general mandó llamar a su
hijo y una vez frente a frente, le dijo que estaba decidido a encabezar
la revolución y que la misma daría comienzo en Córdoba, a primera hora
del día 16; por consiguiente, era necesario adoptar las medidas
necesarias para poner en marcha la operación.
Lonardi
pidió a su hijo que estableciera urgente contacto con el mayor Guevara
porque pensaba utilizar sus servicios como enlace entre el Ejército y la Marina
de Guerra. Sin perder tiempo, Luis Ernesto se dirigió al domicilio del
capitán (RE) Ezequiel Federico Pereyra Zorraquín que tenía a su cargo la
organización de los comandos civiles revolucionarios de la Capital
Federal para la defensa de los siempre amenazados Barrio Norte y
Recoleta y le preguntó por el paradero de Guevara. El dueño de casa le
dijo que el aludido oficial había abandonado su domicilio porque los
servicios de inteligencia del gobierno lo vigilaban permanentemente y
que, por esa razón, desconocía el lugar donde se hallaba escondido.
En
ese mismo momento llegó el teniente coronel Eleodoro Sánchez Lahoz
trayendo consigo noticias de Corrientes donde, al parecer, los mandos de
la VII División se habían pronunciado a favor del complot. En vista de
ello, Luis Ernesto Lonardi, creyendo necesaria una reunión urgente entre
el recién llegado y su padre, comenzó a mover los hilos para que la
mima se llevase a cabo esa misma tarde.
Cerca del mediodía, el teniente coronel Pedro A. Pujol y el teniente primero Florencio A. Pareja Ortiz, establecieron contacto con Luis Ernesto Lonardi para informarle que en la Escuela Superior de Guerra y la Escuela Superior Técnica había medio centenar de oficiales dispuestos a plegarse y que el capitán Oscar F. Silva, perteneciente a aquella última unidad, había organizado un operativo de sabotaje contra los tanques de Campo de Mayo.
Dos horas después, el hijo del general Lonardi recibió una comunicación del capitán Pereyra Zorraquín, quien lo puso en contacto con Alfredo Rodríguez García que en esos momentos se encontraba en una quinta de la localidad de Pilar en compañía del capitán Edgardo García Puló. Quedaron en encontrarse en Buenos Aires a las 17.00 y así sucedió. Luis Ernesto se presentó puntualmente en el lugar convenido y por allí pasaron a buscarlo (en el automóvil de Pereyra Zorraquín), para dirigirse al domicilio del Sr. Román María Bourdieu, ubicado en la localidad de Olivos, donde se hallaban alojado desde hacía varios días el mayor Guevara y su familia.
En
momentos en que el vehículo estacionaba frente a la mencionada
vivienda, llegó el mayor Guevara quien, al verlos, los apuró a entrar en
la residencia porque no quería estar demasiado tiempo expuesto en la
calle. Los recibió el dueño de casa y una vez sentados en el living,
Luis Ernesto refirió lo que había conversado con su padre y la respuesta
que éste le había dado. Era lo que los presentes esperaban escuchar y
por esa razón, se percibió un indisimulado aunque discreto júbilo entre
ellos. Acto seguido, explicó que el aplazamiento solicitado por el
general Aramburu era inadmisible y que el mismo no había dejado otro
camino más que el adoptado, es decir, que el general Lonardi asumiera el
mando del alzamiento pues de no hacerlo, el complot quedaría librado a
su suerte. Además, se sabía que la Armada estaba trazando planes para
llevar a cabo un nuevo bombardeo sobre la Casa de Gobierno, el 17 de septiembre, en caso de que el Ejército no se pronunciase3.
Mientras tenían lugar estos ajetreos, la Marina de Guerra llevaba a cabo sus propios movimientos.
La
noche del 2 al 3 de septiembre se llevó a cabo una reunión secreta en
el domicilio del Dr. Héctor Bergalli, a la que asistieron los capitanes
de navío Arturo H. Rial y Ricardo Palma, el capitán de fragata Aldo
Molinari y en representación del Ejército, el general Juan José Uranga
con el coronel Eduardo Señorans. Durante la misma, este último pidió la
palabra para solicitar postergar las acciones en espera de momentos más
oportunos pero el dueño de casa se opuso terminantemente.
-Para
hacer la revolución basta que un regimiento se subleve, porque los
radicales de la provincia de Buenos Aires formarán una ola que cubrirá
el país.
A
aquellas palabras respondió Señorans que prefería confiar en el
Ejército y las Fuerzas Armadas antes que en los radicales y el silencio
del resto de los presentes pareció darle la razón. Queriendo conocer la
postura de la Armada, el general Uranga preguntó al capitán Arturo Rial
al respecto y aquel, plenamente confiado, respondió:
-General, eso lo puede tener absolutamente seguro.
-Entonces, señores –dijo el general Uranga- la revolución se hace.
A lo que el coronel Señorans agregó:
-Espero estar con ustedes esa noche4.
La
reunión continuó en la casa del capitán Rial, donde el general Uranga
fue terminante a la hora de referirse a los fines políticos del
alzamiento y la necesidad de contar con el apoyo de la Marina de Guerra.
Se explayó bastante al respecto e inmediatamente después, dio su
palabra de honor en cuanto a sublevar el Colegio Militar.
El
lunes 5, por la mañana, comandos civiles revolucionarios que actuaban
en Bahía Blanca bajo el mando del capitán Edgardo García Puló, fueron
informados por oficiales de la Armada que el estallido iba a tener lugar
a primera hora del 8 de septiembre. Sin embargo, el 7 por la noche, el
capitán Molinari comunicó a García Puló que el mismo se había
suspendido.
El
jefe de los comandos manifestó su preocupación ante aquella decisión
porque la detención del ingeniero Jorge P. Estarico, enlace entre la
Armada y los comandos civiles, era un indicio de que algo raro estaba
ocurriendo pero Molinari le explicó que nada podía hacer la Marina sin
el apoyo del Ejército.
Una
nueva reunión en lo del capitán Rial fracasó cuando se supo que el
mayor Dámaso Pérez, jefe del cuerpo de cadetes del Colegio Militar,
negaba su apoyo a la asonada.
En
la mañana del viernes 9, llegó a Comandante Espora un oficial naval
para informar a García Puló que era imperioso establecer contacto con el
comando rebelde de la Armada ya que se había tomado la drástica
decisión de que si el alzamiento no se producía antes del 17 de
septiembre, la base por su cuenta, atacaría la Casa de Gobierno. Cuando
García Puló preguntó a que se debía tan firme determinación, el recién
llegado contestó que para esa fecha, el Ministerio de Marina había
acordado una inspección a la unidad y que de llevarse a cabo, la conjura
quedaría al descubierto y se producirían numerosos arrestos.
Ese
día, por la tarde, tuvo lugar un nuevo encuentro entre el delegado de
la base y el capitán Molinari en el que este último solicitó 24 horas
más para dar una respuesta. Al día siguiente, por la noche (era sábado),
Molinari se encontró nuevamente con García Puló y Guevara para que la
Armada se plegaba al alzamiento siempre y cuando lo hiciera, al menos,
un regimiento del Ejército. Guevara escuchó atentamente y pidió 48 horas
para responder y fue en ese encuentro que volvió a barajarse el nombre
del general Bengoa, detenido en la Dirección de Tracción Mecánica, a
efectos de que dirigiera en persona a las fuerzas del Litoral.
Establecido
contacto con Bengoa, éste mandó decir que aunque aceptaba el mando de
aquellas tropas, se debía tener en cuenta que su fuga de la unidad
militar en la que se encontraba encerrado iba a poner en estado de
alerta al gobierno.
El
coronel Señorans no creyó prudente aquella elección y así se lo hizo
saber al mayor Guevara, solicitándole que se buscase inmediatamente otro
oficial. Surgió entonces la idea de designar al coronel Eduardo Arias
Duval pues era más que seguro que una vez notificado, aceptaría
entusiasmado la responsabilidad.
El
11 de septiembre por la tarde se reunieron nuevamente el mayor Guevara
con Luis Ernesto Lonardi para acordar un nuevo encuentro con el comando
del alzamiento. Así se hizo y además del general Lonardi, acudió el
teniente coronel Sánchez Lahoz para escuchar con suma atención el plan
de acción elaborado por su superior.
Constaba el mismo de cinco puntos que establecían:
1-
Sublevación simultanea de las guarniciones de Córdoba, Cuyo, el Litoral y Neuquén.
2-
Sublevación las bases navales de Río Santiago, Puerto Belgrano, Punta
Indio y Comandante Espora conjuntamente con la Flota de Mar y la
Escuadra de Ríos.
3- Sublevación de de las guarniciones aéreas de Paraná, Córdoba, Mendoza y Mercedes, provincia de San Luis.
4- Marcha sobre Santa Fe en apoyo del cruce del río Paraná de las fuerzas del Litoral, con la protección de la Escuadra de Ríos.
5-
Buques de la Flota de Mar establecerían el bloqueo del puerto de Buenos
Aires y en caso de que el gobierno persistiese en la defensa,
bombardearían la zona ribereña, principalmente la Casa de Gobierno, el
Ministerio de Guerra, el Correo Central y otras posiciones.
Finalizada
la exposición, Sánchez Lahoz dio su palabra de honor de que haría todo
lo posible por sublevar la guarnición de Corrientes la misma madrugada
del 16 y Guevara se comprometió a organizar nuevas reuniones con el
capitán Palma, el coronel Arias Duval y el general Uranga a efectos de
que transmitiesen el plan a las los oficiales comprometidos.
El
encuentro finalizó a las 22.30 e inmediatamente después, Luis Ernesto
Lonardi se entrevistó con el capitán Juan José Pierrestegui para
encargarle una conversación a puertas cerradas entre el general Lonardi y
el coronel Víctor Arribau. La misma se llevó a cabo en el barrio de
Belgrano, el lunes 12 a
las 10.00 y en ella el segundo manifestó su adhesión. Por esa razón, el
jefe del alzamiento le ordenó dirigirse a Curuzú Cuatiá para ayudar al
coronel Juan José Montiel Forzano a sublevar los regimientos blindados
de aquella unidad y aquel partió de inmediato.
Entonces
Lonardi decidió despedirse de su familia, comenzando por sus nietos,
los hijos del Dr. José Alberto Deheza y su hija Marta, al tiempo que su
yerno5, partía raudamente hacia el estudio del Dr. Teófilo
Lacroze para pedirle que le hiciese llegar al coronel Ossorio Arana el
siguiente mensaje: “La revolución está en marcha. Debe alistar sus cosas
para salir a Córdoba esta misma noche” y le comunicase que en las
últimas horas de la tarde, el general en persona le alcanzaría los
pasajes con las últimas instrucciones.
A
las 15.00 de aquel mismo día, tuvo lugar el encuentro entre el general
Lonardi, el coronel Arias Duval y el mayor Guevara en el automóvil de
Alfredo Rodríguez García. Una vez todos a bordo, el primero fue directo
al grano: Arias Duval debía dirigirse al Litoral para iniciar el
alzamiento ni bien el mismo estallase en Córdoba. El coronel escuchó la
indicativa con grave expresión y cuando su superior hubo terminado de
hablar, le solicitó 24 horas más para cumplir las órdenes ya que, según
su punto de vista, el sábado 17 resultaría más fácil sorprender a las
unidades. Lonardi se negó rotundamente porque, tal como lo había
manifestado en otras oportunidades, la situación en Córdoba era en
extremo peligrosa.
Finalizada
la reunión, Guevara anunció que esa misma mañana, el coronel Señorans
le había dicho en el Ministerio de Ejército, que estaba dispuesto a
ponerse sin titubeos a las órdenes del general Lonardi. Por otra parte,
el encuentro con el capitán Palma pactado para las 17.00 no se pudo
concretar y que había sido pospuesto para las 23.00 de ese mismo día. A
las 18.00, el escribano Juan Carlos Soldano Deheza le entregó al general
Lonardi los dos pasajes de ómnibus que este debía alcanzarle al coronel
Ossorio Arana y media hora después, el jefe del alzamiento estableció
contacto con el capitán Pereyra para ordenarle que junto con el capitán
Daniel Uriburu, se trasladase a Córdoba a efectos de reunirse con él
(Lonardi) en la casa del Dr. Berrotarán. Tampoco se concretó la reunión
con el general Uranga programada para las 19.00 por lo que la misma,
debió postergarse para las 01.00 del día siguiente.
A
las 21.00, el mayor Guevara y Luis Ernesto Lonardi acompañaron al
general hasta la casa del Dr. Lacroze donde debían entrevistarse con el
coronel Ossorio Arana. Una vez allí, Lonardi le expuso el cuadro de
situación e inmediatamente después le explicó el plan de operaciones que
aquel siguió con extrema atención. Cuando terminó de hablar, se
estrecharon en un abrazo e inmediatamente después abandonó el lugar
presurosamente junto a sus acompañantes.
A
las 22.30 el coronel Ossorio Arana, y su esposa abordaron en Plaza Once
el ómnibus que los llevaría a Córdoba. Al llegar a destino, el oficial
debía ponerse en contacto con el Dr. Villada Achaval para que lo
condujese inmediatamente al domicilio del Dr. Calixto de la Torre
donde se había planeado una nueva reunión esa misma mañana. En el
interín, debía poner a los jefes y oficiales de las guarniciones al
tanto de los hechos y organizar por la noche un encuentro con los jefes
de cada unidad.
Desde
la terminal de ómnibus de Once, Lonardi, su hijo y Guevara (que habían
acompañado a Ossorio Arana y su esposa hasta allí), partieron al
encuentro del capitán Palma.
Luis
Ernesto iba al volante, llevando a su padre a su lado y a Guevara
detrás. En la esquina de Guido y Ayacucho un hombre que lucía sombrero y
abrigo, los esperaba parado con las manos en los bolsillos. Era el
coronel Arias Duval que ni bien el vehículo se detuvo, lo abordó
presurosamente estrechando la mano a los presentes una vez el hijo del
jefe de la asonada hubo reanudado la marcha. No lejos e allí los
esperaba el capitán Palma, también enfundado en un sobretodo gris, quien
al ver que el rodado se aproximaba, se acercó lentamente al cordón de
la vereda y cuando aquel su detuvo, abrió la puerta trasera y se
introdujo en él.
Una
vez dentro del automóvil, el marino fue presentado al general Lonardi, a
quien estrechó su mano mientras le decía que estaba allí en
representación del capitán Arturo Rial.
El
jefe del alzamiento fue derecho al grano explicando los motivos por los
que había tomado el mando de la revolución y porqué la misma debía
realizarse el 16 de septiembre. A continuación, lo puso al tanto del
plan de operaciones y le habló del papel que debía jugar la Armada junto
al Ejército.
Palma
escuchó con atención y cuando su interlocutor terminó de hablar, dijo
que era cosa imperiosa tomar la isla Martín García porque desde ella se
podían lanzar ataques aeronavales para neutralizar a la Base Aérea de
Morón. Inmediatamente después se refirió al rol que les cabía a los
comandos civiles revolucionarios, a los que se pensaba destinar a la
toma de las radioemisoras y luego le preguntó a Lonardi cual era su
parecer.
El
general dio su aprobación pero aclaró que los civiles no debían
intervenir hasta después de las 01.00 del 16 de septiembre puesto que
era imperioso evitar que se filtrase información que echase por tierra
el factor sorpresa. Palma estuvo de acuerdo y a continuación, se
estableció entre ambos el siguiente diálogo:
Cap. Palma:
Entiendo que el movimiento lo encabeza el general Aramburu y que ha
decidido su postergación hasta mejor oportunidad. ¿Quién es el jefe de
la revolución?
Gral. Lonardi: Yo soy el jefe de la revolución.
Cap. Palma: Comprendido, señor.
Gral. Lonardi: El
general Aramburu apreció que los elementos con que contaba no eran
suficientes para lanzar un movimiento con posibilidades de éxito. Yo
entiendo que la conspiración ha llegado a una etapa en que tiende a su
propia desintegración por las detenciones ocurridas y cualquier
postergación significará su anulación completa. Además el gobierno está
organizando grupos armados cuya misión es oponerse a cualquier
movimiento subversivo. Hemos contraído un compromiso de honor con los
oficiales jóvenes de las tres fuerzas armadas que debemos cumplir, pues
han asumido actitudes que cualquier investigación pondrá en evidencia y
las sanciones serán severas. He verificado el número de unidades
dispuestas a participar en el movimiento y las considero suficientes
para que existan posibilidades de éxito. Creo que los propios
colaboradores del régimen verán con agrado la eliminación de Perón, lo
cual significa que si la revolución tiene éxito en una sola guarnición
del interior por más de 48 horas, sumado al bloqueo del puerto de Buenos
Aires, no podemos fracasar, siempre que actuemos con la más firme
decisión de vencer.
¡Capitán, deseo saber si cuento con el apoyo incondicional e la fuerza que usted representa!
Cap. Palma: La Marina está dispuesta a apoyarlo con toda decisión siempre que usted nos asegure que el Ejército iniciará las hostilidades.
Gral. Lonardi:
Ya ha oído usted nuestro plan de acción que no se postergará en ningún
caso: el 16 de septiembre la revolución será lanzad. Cuente con mi
palabra. Así se hará.
Cap. Palma: En nombre de la Marina le aseguro a usted su participación y le deseo éxito en la operación.
Finalizada
la conversación, el marino y el coronel Arias Duval descendieron y el
vehículo siguió viaje hasta donde aguardaba el general Uranga. El
apretón de manos que Lonardi y Palma se dieron antes de despedirse fue
el sello de la alianza entre el Ejército y la Marina, compromiso ineludible que a partir de ese momento, nadie podría romper.
El
automóvil, siempre guiado por Luis Ernesto Lonardi, llegó al domicilio
del capitán Garda donde sus ocupantes descendieron rápidamente.
El
dueño de casa los hizo pasar y los condujo al living, donde esperaba
sentado el general Uranga. La reunión comenzó a las 01.00 horas en punto
cuando Lonardi comenzó a explicar el plan revolucionario y la situación
que en esos momentos atravesaba Córdoba. Ni bien terminó, le ordenó a
su par que se pusiese al frente del Colegio Militar y del Regimiento de
Infantería 1 para marchar sobre Rosario y anular al Regimiento de
Infantería 11 y tomar el Arsenal. Una vez alcanzados esos objetivos,
debería seguir hacia Santa Fe con la misión de reducir a sus fuerzas
militares y establecer la cabecera de puente que permitiese a las tropas
del Litoral cruzar el río Paraná.
Uranga
manifestó sus reparos con respecto al Colegio Militar ya que a esa
altura se sabía que su compromiso era nulo pero que aún así, avanzaría
sobre Rosario con los elementos que pudiese reunir. Tomando en cuenta
ese detalle, se le encomendó al mayor Guevara establecer contacto con su
par, Dámaso Pérez o el capitán Genta, oficial del Colegio Militar, para
intentar convencerlos de que se plegasen al alzamiento y ubicar al
teniente primero Gastón Driollet para que se dirigiese al domicilio del
capitán Garda para recibir las instrucciones que el general Uranga debía
hacer llegar con urgencia al Regimiento de Infantería 1.
El
encuentro en el domicilio de Garda finalizó a las 03.00, cuando los
presentes se pusieron de pie y el general Uranga manifestó entusiasmado:
-Vea, mi general, aunque sea solo, voy a salir a tirar tiros contra la Casa de Gobierno.
De
regreso en su apartamento, el general Lonardi supo por boca del mayor
Guevara que el general Lagos había estado realizando algunos sondeos
entre oficiales y altos jefes militares y por esa razón, le ordenó que
lo contactase a la mayor brevedad posible en su domicilio de San Isidro
para decirle que debía trasladase urgentemente a Mendoza para hacerse
cargo de las fuerzas de esa región. Además, le ordenó enviar un mensaje
urgente al general Bengoa indicándole que era esencial la presencia de
un general era más que necesaria allí, especialmente la de Bengoa,
porque no hacía mucho había comandado la III División de Ejército allí
estacionada.
En
esas condiciones se separaron y tomaron rumbos diversos. Debían
encontrarse a las 16.30 de ese mismo día, en la estación terminal de
ómnibus de Plaza Once, antes de la partida de Lonardi con destino a
Córdoba6.
Un
hecho que nadie había tomado en cuenta vino a facilitar los últimos
movimientos del jefe del alzamiento en Buenos Aires: su cumpleaños y el
de su hija Susana, el 15 de septiembre, fecha que la joven pensaba
aprovechar para anunciar su compromiso con Ricardo Quesada. Para
entonces, ya se habían repartido las invitaciones y desde hacía una
semana la familia preparaba una recepción. Inesperadamente, el general
solicitó a su hija y a su futuro yerno que cambiasen la fecha para el 17
de septiembre y poco después les aconsejó que adquiriesen pasajes para
viajar a Córdoba antes del 14.
Así
llegó el día de la partida. Esa mañana, Lonardi y su esposa comenzaron a
preparar el equipaje sabiendo que el edificio donde vivían era
intensamente vigilado.
Notas
1 Luis Ernesto Lonardi, Dios es Justo, Francisco A. Colombo Editor, Buenos Aires, 1958.
2 Ídem.
3 Los aviones partirían desde Comandante Espora.
4 Luis
Ernesto Lonardi, op. cit. Luis Alberto Deheza, yerno del general
Lonardi, fue ministro de Defensa durante los últimos días de María
Estela Martínez de Perón (1976).
5 Luis Ernesto Lonardi, op. cit.
6 Esa misma mañana, después de descansar unas horas, Lonardi habló con el Dr. Rogelio Driollet, tal como había sido acordado.
Publicado 20th January 2013 por Alberto N. Manfredi (h)