LA INVASIÓN ARGENTINA (2ª Parte). EL ATAQUE A LAS GEORGIAS
En la madrugada el 3 de abril, Serge Briez y su gente fueron
repentinamente despertados por uno de los operarios que trabajaban en Puerto
Leith. El hombre estaba excesivamente nervioso y eso hizo suponer a los
cineastas que algo grave estaba sucediendo.
Cuando le preguntaron qué
ocurría, el argentino les dijo que su país había ocupado las islas Malvinas y
que se aprestaba a hacer lo mismo con las Georgias del Sur. Briez palideció y
miró perplejo a los suyos. Sus temores de ver a su equipo envuelto en una
guerra se estaban confirmando por lo que tanto él como sus compañeros
estuvieron de acuerdo en desaparecer de la zona lo antes
posible.
Mientras los franceses se levantaban, el chatarrero siguió
hablando. En Puerto Leith se iba a llevar a cabo una ceremonia a la que el
comandante de la sección de comandos, el teniente Astiz, los invitaba.
Hacia allí se dirigieron y una vez en tierra, los franceses
vieron a soldados y operarios formados frente al mástil del pueblo, listos para
comenzar. Cuando todo estuvo dispuesto izaron la bandera y entonaron el Himno
Nacional, acontecimiento que los cineastas registraron a pedido de Astiz.
Finalizado el acto, militares y civiles lanzaron sonoros vivas
a la patria acompañando ese gesto con abrazos, aplausos y estentóreas exclamaciones
de júbilo al tiempo que agitaban sus puños en alto y arrojaban sus gorros de
lana al aire. Los gritos parecieron repercutir en las laderas de los montes
cercanos los cuales, dadas las circunstancias, parecían mucho lúgubres aun.
Durante todos esos días, el “Endurance” y el “Bahía Paraíso”
se habían vigilado mutuamente. Por las mañanas, las embarcaciones se cruzaban
repitiendo la misma rutina, incluidos los saludo y por las noches estudiaban sus movimientos
a través del radar.
Sobre la cubierta del buque argentino se recortaban las
siluetas de dos helicópteros, un Alouette AI03 matrícula 3-H-110 de la Armada y un Puma SA-330 del
Ejército, matrícula AE-504, cuyas dotaciones se habían incorporado en Ushuaia,
el 29 de enero, junto a Los Lagartos, zarpando inmediatamente después hacia a
las Orcadas del Sur.
El piloto del Alouette, teniente de navío Remo Oscar Busson,
tenía por copiloto al teniente de corbeta Guillermo Guerra y como artillero, a
cargo de la ametralladora MAG 7,62 provista oportunamente por los infantes de
marina, al suboficial segundo Julio Gatti.
La dotación del Puma estaba compuesta por el teniente
primero Alejandro Esteban Villagra, su igual en el rango, Eduardo López
Leguizamón y el sargento Jorge Andrés Díaz Medín como mecánico.
Las dos tripulaciones habían efectuado numerosos vuelos de
reconocimiento sobre el archipiélago, especialmente en la Isla San Pedro, sin haber
encontrado nada anormal, sin embargo en la tarde del 1 de abril, el teniente
Busson creyó distinguir un objeto brillante sobre las laderas del cerro Tres
Hermanas, y así lo informó al "Bahía Paraíso" cuando sobrevolaba las inmediaciones de Puerto Leith.
Decidido a investigar se aproximó lentamente hacia el lugar,
bordeando las primeras estribaciones en dirección norte y casi enseguida
detecto un helicóptero Whirlwind posado sobre la ladera este y a un grupo de
hombres observando con prismáticos hacia el caserío.
Busson hizo un rodeo para aproximarse por
detrás y cuando enfiló directamente hacia el grupo, lo vio alzar los brazos y
saludar efusivamente, con la evidente intención de demostrar buena
predisposición. Era más que seguro que estaban informando lo que veían.
Transmitida la novedad, el piloto se retiró hacia el este, pasando a baja altura sobre las
cabezas de los merodeadores. Esa misma noche, el “Endurance” desapareció de los
radares buscando el amparo de la costa, donde su eco se perdía.
El 2 de abril por la mañana, el capitán de fragata Ismael J.
García, comandante del “Bahía Paraíso”, supo a través de un llamado proveniente
del comando naval que las islas Malvinas habían sido recuperadas y que la
corbeta “Guerrico” navegaba hacia su posición
para conformar el Grupo de Tareas 60.1.
Mientras tanto, en Puerto Leith, Astiz hizo firmar a civiles
y militares un texto que, entre otras cosas, decía:
A
partir de este día 2 de abril de 1982, el archipiélago de las Georgias del Sur
pasa a denominarse Islas San Pedro, quedando bajo la autoridad argentina. Se ha
llevado a cabo el doble acto de izar la bandera y entonar el Himno Nacional
para conmemorar este acontecimiento.
El plan original de invasión elaborado por el alto mando
argentino, contemplaba la ocupación simultánea de las Malvinas y las Georgias
pero las terribles condiciones climáticas que azotaron la región, lo habían
impedido.
Al llegar la noche, el “Bahía Paraíso” se aproximó Puerto
Leith para embarcar a Astiz y sus “Lagartos” y dejar en su lugar una sección de
marinos de su dotación, al mando del teniente Cortez, con la misión de
custodiar a los chatarreros. Los comandos abordaron la nave vestidos de
camuflaje, con las caras cubiertas de betún y su armamento listo y partieron
rumbo al sudeste, en dirección a Grytviken. Un par de horas antes, el “Cinq
Gars Pour” había hecho lo propio poniendo proa al norte, decidido a alejarse
del lugar lo más rápidamente posible.
El “Ángel Rubio” se despidió de los franceses estrechándole
a cada uno la mano y luego pidió permiso a su capitán para hacer una anotación
en el libro de bitácora, tal como lo habían hecho los hermanos Patané. Briez
aceptó de buena gana pero no leyó lo que el marino había escrito. Recién lo
haría en alta mar y quedaría sorprendido: “Nos encontramos en el lugar menos
indicado pero fue una suerte haberlos conocido. Alfredo Astiz en el fin del
mundo”1.
La corbeta “Guerrico” llegó a las Georgias el 2 de abril por
la tarde (17.00) y durante toda la noche patrulló el acceso a la Bahía Cumberland,
en previsión de la llegada del HMS “Endurance”.
El 3 por la mañana (06.00), se aproximó al “Bahía Paraíso” y
se dispuso a transferir personal. Había sido una de las últimas unidades en
zarpar de Puerto Belgrano2 y antes de que la flota llegara a
Malvinas, había virado hacia el sudeste, para dirigirse a Grytviken.
A poco de su arribo, los comandantes de ambas embarcaciones,
capitanes de fragata Ismael J. García y Carlos Alonso, se reunieron en el la
sala de operaciones del transporte polar con el jefe del Grupo de Tareas 60.1,
capitán de navío César Trombetta, a efecto de analizar la situación y estudiar
detenidamente las acciones que se iba a poner en marcha. Una de las primeras decisiones que se adoptaron fue el
traspaso de los infantes de marina desde la corbeta hasta el “Bahía Paraíso”
con el objeto de lanzar el helidesembarco desde su cubierta.
El teniente Busson encabezaría la operación por lo que se
le ordenó previamente llevar a cabo un
vuelo de reconocimiento para detectar movimiento enemigo.
Busson y su copiloto solicitaron autorización para llevar
como ametralladorista al suboficial Gatti, y una vez aprobada la petición,
procedieron a coordinar sus movimientos con el teniente primero Villagra,
piloto del helicóptero Puma, ya que la misión se iba a llevar a cabo de manera
conjunta con el Ejército.
Las órdenes eran precisas; Busson debía volar
sobre el poblado, detectar efectivos enemigos y escoger un sitio adecuado donde
depositar a las tropas. Por eso, antes de partir, se reunió en el comedor de la
nave con su colega del Ejército y allí, sobre un mapa desplegado, acordaron
que él volaría delante para señalarle a Villagra el lugar de aterrizaje.
Con el buque a 7 millas de la costa (11.00), el Alouette dejó
la cubierta y enfiló directamente hacia la pequeña capital de las islas. Enrique Villarino explica en
su libro Exocet, que el clima era bueno, con un techo de nubes a 60 metros que ocultaba
parcialmente los cerros, la visibilidad era óptima y vientos regulares soplaban
del este.
Busson cubrió la distancia entre el transporte polar y el
caserío sobrevolando el mar a tan baja altura, que por momentos el agua le
salpicaba el parabrisas.
Al llegar a tierra ascendió a los 1000 pies
(aproximadamente 300
metros de altura) e hizo una pasada sobre el pueblo a
una velocidad de 100 nudos, sin distinguir movimientos. Una segunda pasada
arrojó los mismos resultados y eso fue lo que el piloto informó, poniendo
especial énfasis en que si bien Grytviken
parecía deshabitada, distinguía tres carpas en las afueras, en dirección
oeste. En vista de ello, se le ordenó continuar explorando porque la operación
de desembarco estaba lista y se quería correr el menor riesgo posible.
El Alouette sobrevoló el caserío, los cañadones, las laderas
y la playa y al no distinguir nada, volvió a comunicarse con la base para pasar
la información.
En realidad, Grytviken no estaba deshabitada. Los científicos
del BAS (British Antartic Survey), armados solamente con un par de pistolas, se
habían refugiado en el interior de la iglesia, cerca de la sala de cine y los
veintidós marines del teniente Keith Mills3, se hallaban
atrincherados en Shakleton House, importante edificio de la periferia, situado
en una altura próxima al hospital.
A poca distancia de allí, en la Bahía de San Andrés, las
zoólogas Cindy Buxton, de 31 años y Annie Price, de 30, contratadas por la BBC para realizar un
documental sobre la fauna de las islas, no imaginaban que iban a ser testigos
de un acontecimiento histórico.
A las 11.35 de la mañana el “Bahía Paraíso” ingresó en la
caleta Capitán Vago y tomó posición para un eventual ataque a la isla. En ese
momento, el helicóptero Puma del Ejército se elevó de cubierta y se dirigió a
tierra llevando a bordo a cuarenta efectivos del Batallón de Infantería de
Marina 4 (BIM 4), al mando del teniente de navío Guillermo Luna.
La aeronave volaba sobre la Bahía Cumberland
cuando desde la “Guerrico” le informaron que se observaban movimientos en el
pueblo, especialmente en las inmediaciones del hospital. Al escuchar eso
Busson, que se encontraba en las cercanías, solicitó autorización para ir a
investigar pero le ordenaron mantenerse en espera porque hombres vestidos de
verde con cascos de acero, corrían y se ocultaban en diferentes puntos. El
piloto informó que el plan original quedaba sin efecto y que se dirigía al
oeste para ubicarse detrás del hospital.
Volando a 400
metros de altura alcanzó Punta Mai, donde se le unió
Villagra y desde allí siguieron juntos hacia la población, aproximándose
lentamente desde el monte Hodges a muy baja altura, para seguir por detrás del
cañadón.
A las 11.41 el Puma, se arrimó al muelle de King Edward
Point (Punta Coronel Zelaya) pero al no encontrar un lugar seguro donde
posarse, se detuvo en el aire y desde una altura aproximada de dos metros lanzó
la tropa al agua, maniobra para la que aquellos hombres estaban perfectamente
entrenados.
Para observar mejor los alrededores, el Alouette ascendió
unos metros y en esas estaba cuando Villagra, desde el Puma, comunicó que los
soldados ya habían descendido y que se disponía a regresar al buque para
recoger a al segundo grupo. Busson le respondió que pasaría nuevamente sobre el
hospital con el objeto de hacer una nueva inspección y que desde allí
emprendería el regreso.
Mientras tanto, los hombres del teniente Luna avanzaban
hacia Grytviken buscando protección detrás de un grupo de rocas y en las
instalaciones del BAS (British Antartic Survey), donde se detuvieron en espera
de refuerzos.
A las 11.47 el Puma estaba de regreso con la segunda sección
de infantes de marina y cuando se
disponía a aterrizar, una fuerte explosión sacudió su estructura.
-¡¡Me dieron!! – gritó el piloto
a través de la radio al tiempo que numerosos impactos perforaban su fuselaje.
El helicóptero fue alcanzado por
varios proyectiles de 12,7
mm de la ametralladora pesada que los hombres de Mills
manipulaban desde Shackleton House y escapó milagrosamente a un cohete que pasó
muy cerca de su fuselaje.
Mientras el aparato intentaba
mantener la estabilidad, Mills corrió hacia otra trinchera sin que los disparos
que repicaban a su alrededor lo tocasen. Para entonces, el enfrentamiento se
había generalizado y parecía multiplicarse con el rebote de los estampidos
sobre las laderas de los cerros.
Los hombres de Luna se
tiroteaban con los efectivos británicos cuando Villagra hizo un viraje cerrado
hacia la izquierda y se alejó hacia la orilla
sur. Pese a ello, fue blanco de una segunda andanada de proyectiles que mató a
los soldados Jorge Néstor Águila y Mario Almonacid e hirió a otros cuatro
conscriptos que se hallaban junto a ellos4.
El helicóptero comenzó a
bambolearse peligrosamente mientras se alejaba hacia el sudeste perdiendo
altura. Desde el Alouette, Busson y Guerra escuchaban la angustiada voz de
Villagra dando cuenta de la situación y los gritos desesperados de los heridos
entremezclados con los de quienes intentaban socorrerlos.
Los proyectiles ingleses habían
perforado el fuselaje y destruido los cables conductores del líquido hidráulico
que movían los controles, por lo que el piloto debió hacer malabares para no
estrellarse. En esas condiciones atravesó la caleta en busca de un sitio seguro
donde aterrizar y mientras lo hacía, Busson le decía por radio que intentase
mantener los controles con la ayuda de su copiloto.
El Puma llegó a la playa opuesta
y al tocar tierra, cayó de costado al tiempo que sus turbinas despedían una
densa nube de humo. Eddy, Linklater y Gillman, al igual que otros autores, elogiaron
la habilidad del piloto que demostrando gran pericia, logró salvar numerosas
vidas.
El combate arreciaba cuando
Busson se dirigió nuevamente hacia el hospital, esquivando con destreza las
balas del enemigo. Su aparato también fue alcanzado pero los daños fueron
insignificantes ya que solo se limitaron al corte de las correas de flotación
de las bolsas inflables que mantenían a la nave a flote en caso de caer en el
agua.
El oficial Guerra, copiloto del
Alouette, se comunicó con el “Bahía Paraíso” para informar que el helicóptero
del Ejército había sido impactado y que se disponían a aterrizar para comprobar
los daños. En ese momento, Busson giró y se posó muy cerca de la máquina
siniestrada; una vez fuera del aparato, corrió hasta el Puma donde, al llegar,
le preguntó a Villagra cual era la situación.
-¡Adentro es un desastre! – le
respondió.
Cuando los heridos comenzaban a
ser retirados, los británicos les dispararon desde la orilla opuesta obligando
a suspender la operación. Busson regresó a su helicóptero para comprobar los
daños y una vez junto a su lado vio que Gatti y Guerra echaban pie a tierra y
comenzaban a correr. El aviador naval pensó que sus compañeros intentaban
socorrer a los heridos pero grande fue su sorpresa cuando los vio tomar sus
armas, colgarse una banda de municiones en bandolera y dirigirse a toda prisa
hacia un montículo próximo para comenzar a disparar.
Un herido de muerte yacía tirado
en la playa, muy cerca de donde había caído el Puma y otro, en grave estado,
era cargado en el Alouette para ser conducido al “Bahía Paraíso”. Acto seguido,
Villagra y los infantes de Marina que habían quedado ilesos corrieron hasta
donde se hallaba la sección del teniente Luna y se apostaron entre las rocas para repeler la agresión.
Una vez sobre el transporte,
Busson aterrizó en la plataforma y después que el personal evacuara al
herido, llenó los tanques de combustible y sin detener su motor se dispuso a
partir.
En momentos en que reponía, se le
acercó el capitán del barco para ordenarle efectuar varios viajes de ida y
vuelta llevando efectivos y trayendo heridos, razón por la cual fue necesario
quitar la ametralladora de a bordo para aumentar su capacidad.
Lejos de allí, en tierra firme,
el combate no solo continuaba sino que parecía crecer en intensidad.
Busson hizo más de veinte viajes,
volando siempre al ras del agua y haciendo maniobras evasivas para aterrizar,
descargaba a los soldados y subía a los heridos. Si no podía alcanzar la costa,
permanecía suspendido sobre el agua para que los efectivos saltasen y corriesen
a tomar posiciones.
Según Emilio Villarino, en el
anteúltimo viaje el piloto alcanzó a divisar una carga explosiva atada a un
cable hacia la que avanzaban los dos
soldados; desesperado, se volvió hacia el último hombre que quedaba a bordo y
antes de que echase a corre le advirtió a los gritos sobre el peligro.
-¡No se preocupe, mi teniente! –
le respondió el soldado con asombrosa tranquilidad.
Cuando Busson regresaba desde el “Bahía Paraíso”
transportando a otros dos hombres, olvidó alertarlos sobre la trampa
explosiva, seguramente a causa de la sobreexcitación a la que estaba sometido.
Lo recordó tarde, con el último efectivo saltando fuera y avanzando detrás de
su compañero, directamente hacia la trampa. En su desesperación, casi pierde el
control del helicóptero y cuando esperaba lo peor, notó aliviado que los
soldados cruzaban el campo sin ningún inconveniente. El infante de marina
del viaje anterior había cortado el cable salvando así a sus compañeros. “Se merece una medalla” pensó el piloto
mientras ganaba altura y se alejaba.
Abatido el Puma, los efectivos del teniente Luna iniciaron
el avance sobre Shackleton House pero los marines allí apostados lograron
detenerlos. En vista de ello, el oficial argentino solicitó a la “Guerrico”
fuego de apoyo y refuerzo de morteros, mientras instaba a sus hombres a
aferrarse al terreno.
A bordo de la corbeta, el capitán Carlos Alonso impartió las
instrucciones necesarias para satisfacer el pedido de Luna y ordenó virar a
estribor para entrar en la caleta. Una vez en posición, cuando los relojes de a
bordo marcaban las 11.55, mandó apuntar y hacer fuego.
Los cañones de 20
mm, hicieron un primer disparo y se trabaron por lo que
el comandante ordenó hacer lo propio con los de 40 mm. Para su asombro, a la
sexta descarga también se atascaron, razón por la cual, ordenó rápidamente
abrir fuego con la pieza de 100
mm ubicada en proa. Pero esta también se atascó después
del primer tiro, evidenciando graves fallas a nivel técnico y operativo.
Expuesta al fuego proveniente de tierra, la corbeta viró
lentamente para alejarse de la caleta, movimiento que fue advertido por los
británicos, ubicados a 550
metros de distancia.
Un cohete de 84
mm disparado por un lanzador antitanques Carl Gustav dio
lleno en su estructura matando al cabo primero Patricio Guanca, que servía al
cañón de 40 mm. También hirió a otros cinco hombres, uno de ellos el guardiamarina Ricardo Pingitore,
que en esos momentos cubría su puesto de comunicaciones en el puente de mando.
Fueron dañados, además, un lanzador de misiles Exocet, el montaje del cañón de 100 mm y varios cables de
electricidad, sin contar los 200 impactos de armas livianas que perforaron su
casco.
Ante semejante cuadro de situación, el cabo principal artillero
Francisco Solano Páez ordenó el repliegue de sus hombres y procedió a reparar
el cañón de 40 que tenía rota la uña de extracción de las vainas servidas en uno de
sus tubos.
Al tiempo que el buque se alejaba, el combate entre los hombres
de Luna y los royal marines se intensificaba.
Una vez más, el Alouette se aproximó a tierra para depositar
a otros dos soldados y alejarse. Los recién llegados se apresuraron a buscar
cobertura detrás de un grupo de rocas y una vez allí abrieron fuego
La corbeta se retiró hasta la roca Hobart y desde punto
volvió a disparar, después de destrabar los cañones de 40 mm que le quedaban en
servicio. Para entonces, los hombres de Luna habían herido gravemente a un
efectivo británico y estrechaban el cerco en torno a sus posiciones. El royal
marine se revolcaba en el suelo a causa del dolor y mientras gritaba, sus
compañeros trataban cubrirlo.
A las 12.48 la corbeta reanudó el fuego y cerca de las 13.00
cuando los marines comprendieron que no tenían más oportunidad, mostraron banderas blancas y alzaron sus brazos. El impacto de
un proyectil a escasos metros del hospital los decidió a rendirse.
Los hombres de Mills arrojaron las armas y se pusieron de pie. Habían combatido con bravura, tanta, que
una vez finalizado el conflicto, Mills y su segundo, el sargento Meter Leach,
recibirían la Cruz
de Servicio Distinguido por su decidida actuación.
Mills caminó en dirección al teniente Luna llevando un trapo
blanco en la mano derecha y a mitad de camino, recibió la orden de detenerse y
hacer salir a sus hombres de a uno, muy lentamente, con las manos sobre la
cabeza.
Cuando sonaban los últimos disparos, las fuerzas argentinas
comenzaron el desembarco, con Astiz y sus hombres al frente. Se desplegaron sobre el terreno, ocuparon
posiciones y finalizado el combate tomaron a su cargo la custodia de los
prisioneros, entre quienes se encontraban los científicos del British Antarctic
Survey.
A
las 13.35 se realizó formación para arriar la bandera
británica y enarbolar la argentina, momento de profunda significación
para los
cuadros de la marina y el ejército que habían tomado parte en la
operación. Por
la tarde, otros civiles del BAS que se habían dispersado por los
alrededores fueron hechos prisioneros y a las 23.00, el Grupo Alfa al
comando de Astiz se
desplazó hacia Puerto Leith para relevar a la sección del teniente
Cortez en la
custodia de los chatarreros.
Así culminó el primer combate de las islas Georgias, con un
saldo de tres muertos, nueve heridos, un helicóptero destruido y una corbeta
seriamente averiada por parte de las fuerzas atacantes y un herido grave5
más una cuarentena de prisioneros (entre civiles y militares) por los
defensores.
El
enfrentamiento dejó al descubierto graves falencias por
el lado argentino, como el deficitario armamento de la “Guerrico” y
algunos
errores tácticos que no se vieron en Malvinas, uno de ellos, no detectar
a tiempo las posiciones británicas y haber expuesto demasiado los
helicópteros
y la corbeta al momento del desembarco.
Los prisioneros fueron alojados en el “Bahía Paraíso” que
permanecería anclado frente a Grytviken hasta las 03.15 del día siguiente, cuando
partió rumbo a Río Grande seguido por la “Guerrico”.
Los ingleses fueron deportados por vía aérea con destino a
Montevideo, y una vez allí, abordaron el avión que los condujo de regreso al
Reino Unido, donde aterrizaron el 20 de abril.
Los argentinos desistieron de atacar las bases del BAS en la
isla Bird (bahía Schlieper), el glaciar Lyell y bahía Saint Andrews, porque
consideraron que no valía la pena movilizar semejante aparato bélico por 15
científicos desarmados.
Dejaron en el archipiélago un destacamento de 55 infantes de
marina que constituyeron la fuerza de ocupación, sin contar a los 39 obreros de
Davidoff que permanecerían en Puerto Leith hasta la caída del archipiélago en
poder de la Task
Force.
Notas
1 Según un informe especial emitido por el programa
“Telenoche” de Canal 13, los días 12, 13 y 14 de septiembre de 2007, Serge
Briez dijo, refiriéndose a Astiz: “Yo
comprendí que era temido por los civiles. Lo llamaban el Rubio y le tenían
mucho miedo”, afirmación que no parece ajustarse a la realidad. Las
imágenes que él mismo tomó en Puerto Leith muestran a civiles y militares
conviviendo amistosamente y con total despreocupación. Ni Carlos Patané ni su
hermano Antonio hicieron referencia a esa sensación. Lo que sí recordó el
cineasta al reencontrarse con el primero, después de 25 años, fue la
premonición que Patané escribió en su libro de viajes, afirmando que se
volverían a encontrar.
2 Lo hizo la noche del 28 al 29 de marzo.
3 Veintidós de ellos habían desembarcado del “Endurance”
el 24 de marzo.
4 Jorge Néstor Águila nació en Paso Aguerre, provincia
de Neuquén, el 6 de marzo de 1962; Mario Almonacid era oriundo de Diadema,
barrio petrolero de Comodoro Rivadavia, donde había nacido ese mismo año.
5 Según algunas versiones, le fue amputado el brazo.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur