domingo, 23 de junio de 2019

CONCLUSIONES

Jefes victoriosos. De izquierda a derecha: CN Arturo Rial, Dr. Clemente Villada Achaval,  Gral. Julio A. Lagos, Gral. Eduardo Lonardi, Gral Dalmiro Videla Balaguer y  comodoro Julio César Krausse

Así llegó a su fin el primer conflicto armado argentino del siglo XX que en solo siete días de lucha causó la muerte de casi un millar de personas entre civiles y militares, hombres, mujeres, niños y ancianos. La mayor parte pereció el 16 de junio, durante el bombardeo a la capital, de los cuales doscientos veintinueve fueron identificados en hospitales, sanatorios y la Asistencia Pública. Pero ese día hubo muchos más ya que, como dice el Dr. Francisco Barbagallo en el libro de Daniel Cichero, Bombas sobre Buenos Aires, fue tal el caos de aquella jornada, que se hizo imposible llevar el registro de otros cadáveres que trasladaron en cantidades, ambulancias y camiones.

Para evaluar la magnitud de aquel bombardeo, baste decir que durante el ataque se arrojaron 14.000 kilogramos de explosivos (14 toneladas), la mitad de los que se utilizaron en el bombardeo a Guernica y que las cifras de muertos fueron casi las mismas que las de la ciudad española.

Cuarenta y tres aviones rebeldes operaron durante aquella jornada, veinte AT-6 North American, cinco Beechcraft AT-11, tres Catalinas, un Fiat G-55 A Centauro de exploración que voló a Rosario para establecer contacto con el general Bengoa y diez Gloster Meteor sublevados además de otros cuatro aparatos que se negaron repeler la agresión y se plegaron después. Si a ello les sumamos los de la aviación leal, la cifra supera el medio centenar.

El 16 de junio de 1955 tuvieron lugar los bautismos de fuego de la Fuerza Aérea la Aviación Naval se produjeron los dos primeros derribos de la historia aeronáutica nacional cuando los AT-6 de los guardiamarinas Arnaldo Román y Eduardo Bisso fueron alcanzados por el enemigo, el primero por la metralla del Gloster Meteor del teniente Ernesto Adradas sobre el Río de la Plata y el segundo por las antiaéreas del Regimiento 3 de La Tablada, en la localidad bonaerense de Tristán Suárez, sin contar el Gloster que por falta de combustible se precipitó en aguas del Plata, entre Carmelo y Colonia. Ese día también se registró el primer derribo llevado a cabo por un reactor en el continente americano (el del guardiamarina Román por el teniente Adradas) y la entrada en acción de los tanques cuando un Sherman del Regimiento Motorizado “Buenos Aires” disparó contra el Ministerio de Marina.
Buenos Aires fue la primera (y hasta ahora única) capital del continente que sufrió un bombardeo aéreo a gran escala y una de las pocas ciudades en padecerlo, triste honor que comparte con la cubana Gibara, atacada por la aviación del presidente Machado en 1931 y Puerto Casado, en Paraguay, sobre la que operó la Fuerza Aérea Boliviana en 1933, insignificantes ambos, sin desmerecer ninguno de los dos acontecimientos, si se los compara con el caso de Buenos Aires.
Durante los ataques, fueron alcanzados varios puntos de la capital, los principales, la Casa de Gobierno, Plaza de Mayo, el Banco Hipotecario Nacional, el Ministerio de Hacienda, el Ministerio de Ejército (Edificio Libertador), el Hotel Mayo, el Departamento Central de Policía, la sede de la CGT, el Ministerio de Obras Públicas, la Compañía Exportadora e Importadora de la Patagonia, los edificios ubicados sobre Av. Paseo Colón, la estación de servicio del Automóvil Club Argentino y los alrededores de la residencia presidencial (Palacio Unzué), además de los daños ocasionados en la localidad de La Tablada cuando el Regimiento 3 de Infantería fue ametrallado y bombardeado en Av. Crovara y Av. San Martín, cuando se desplazaba hacia el centro de la ciudad. Recibieron daños también el Ministerio de Marina al ser atacado por unidades del Ejército y el Banco Nación, en cuyas terrazas se habían parapetado comandos civiles revolucionarios.
El 16 de septiembre tuvo lugar la primera batalla aeronaval de la historia argentina cuando la Fuerza Aérea peronista acometió sobre la Escuadra de Ríos. También fue bombardeada Mar del Plata, primero por un solitario avión naval y luego por buques de la Armada que dispararon sobre los grandes depósitos de petróleo cercanos al litoral, la Base de Submarinos, las posiciones del Ejército en el inmediato campo de golf y el Regimiento de Artillería Antiaérea de Camet. Tres días después el submarino “Santiago del Estero” entró por primera vez en combate al abrir fuego con su cañón Bofor de 40 mm contra aviones no identificados en aguas próximas a Montevideo y también sufrieron bombardeos las localidades de Saavedra y Río Colorado.
En aquella revolución se pusieron al descubierto las grandezas y miserias de toda guerra. Actos de heroísmo y decisión, acciones temerarias, hechos brutales, flaquezas y traiciones.
El 16 de junio quedó demostrado que gran parte del pueblo estaba dispuesto a pelear por Perón hasta la muerte. Ese día, miles de obreros ganaron la calle para proveerse de armas y luchar por su líder. Decenas murieron en combate, la mayoría, durante el ataque al Ministerio de Marina y otro tanto ocurrió el 21 de septiembre cuando un número no identificado de fanáticos de la Alianza Libertadora Nacionalista perecieron durante el ataque que llevaron a cabo las tropas revolucionarias contra su sede.
Hubo soldados que supieron cumplir su misión de acuerdo a la preparación que habían recibido, uno de ellos el tan criticado teniente Adradas que no hizo más que hacer lo que correspondía o el vicecomodoro Síster, firme en su determinación de defender al régimen justicialista y otros que no estuvieron a la altura de las circunstancias. Se vio a militares dejar en alto su honor como el almirante Benjamín Gargiulo que al igual que los antiguos generales romanos, prefirió quitarse la vida antes que enfrentar la ignominia y a oficiales dispuestos a morir antes que rendirse, tales los casos del general Lonardi, el coronel Arturo Ossorio Arana, los capitanes Perren y Rial, el comodoro Krausse, los mayores Montiel Forzano y Juan  Francisco Guevara, el coronel Arias Duval, el capitán Ramón Eduardo Molina y el un tanto inconsciente Dalmiro Videla Balaguer por el lado rebelde y a otros perecer en combate como el general de brigada Tomás Vergara Ruzo y tantos aviadores, soldados y marinos que combatieron con determinación en ambos bandos. Por el lado de las fuerzas leales, sorprenden aún la firmeza y profesionalismo de generales como Franklin Lucero, Miguel Ángel Iñíguez y José María Sosa Molina, el teniente coronel César Camilo Arrechea, el capitán Hugo Crexell y tantos más que honraron el arma a la que pertenecían.
En alto quedó el honor argentino a bordo de los destructores “La Rioja” y “Cervantes” y en la firmeza de los cuadros que en Bahía Blanca y Punta Alta aguardaron firmes en sus puestos el avance de fuerzas poderosas que marchaban sobre ellos.
También hubo actitudes ambiguas y titubeantes como las del almirante Olivieri, los generales Bengoa, Lagos y el mismo Aramburu, la falta de decisión y depresión del teniente coronel Barto durante el avance de los regimientos hacia el sur bonaerense y actitudes como la del primer teniente Rogelio Balado que habiendo sido uno de los pilotos emblemáticos del régimen, se pasó de bando y una vez en combate, se resistió a disparar contra un Avro Lincoln enemigo que acababa de ametrallar las posiciones leales en el aeródromo de Pajas Blancas, la del capitán Bernardo Benesch, que hizo lo propio cuando le ordenaron batir los blancos de Mar del Plata el 19 de junio (antes de zarpar se había ofrecido a oficiales y marineros que no estuviesen de acuerdo con el alzamiento abandonar las naves y regresar a tierra, cosa que él no hizo) o la del capitán Edgardo Andrew, cuando le pidió al capitán Rial que revocase la orden de bombardear al Regimiento 5 de Infantería de Bahía Blanca que se negaba a rendirse.
Durante la segunda fase de la revolución intervinieron en operaciones de combate y patrullaje más de 70 aviones SALIDAS y se movilizaron los principales regimientos y unidades militares de las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, San Luis y la Patagonia.
El 21 de septiembre de 1955, después de las últimas acciones de guerra, seguía imperando un clima expectante en todo el país y mientras los emisarios del gobierno y los representantes de las fuerzas sublevadas iban y venían en medio de las negociaciones, en Córdoba, las unidades de combate fueron retornando lentamente a sus bases.
Ese mismo día, conocida la victoria de las fuerzas revolucionarias, el pueblo de Córdoba de lanzó a las calles para festejar la caída del régimen, concentrándose primeramente en la Plaza San Martín, frente al ruinoso edificio del Cabildo, adornado especialmente con tres banderas argentinas y a la gente aclamar a los principales jefes rebeldes. Miles de hombres y mujeres se dirigieron a la contigua Catedral para agradecer al Señor y su Santa Madre el fin de la contienda y una verdadera multitud se lanzó a recorrer las calles en automóviles, motocicletas, camiones, carros, colectivos o simplemente a pie, para vivar a la revolución triunfante, a sus conductores, y a los próceres de la Patria.
Dos días antes fue Bahía Blanca la que desbordó de entusiasmo, con su población saltando, vivando y cantando en la vía pública mientras hacía flamear banderas, lucía cintas y escarapelas celestes y blancas y ostentaba retratos de San Martín, Belgrano y Nuestro Señor Jesucristo. Al llegar al edificio de la CGT, la gente entonó el Himno Nacional, por tratarse de un símbolo de la prepotencia del régimen y se ovacionó a los almirantes Toranzo Calderón y Olivieri cuando desde su prisión en La Pampa hicieron su arribo a la Municipalidad bahiense, sede del comando revolucionario. Frente a las oficinas del incendiado diario “Democracia” y la Biblioteca Popular "Bernardino Rivadavia", la multitud lanzó mueras a Perón y vivas a la Patria y la Libertad.
El 21 de septiembre, de regreso en sus respectivas unidades y después de un reconfortante baño caliente, cadetes y conscriptos de las escuelas de Aviación Militar y Tropas Aerotransportadas en Córdoba, fueron informados que al día siguiente iban a participar en los desfiles que se habían, para conmemorar la victoria.
El 22, por la mañana, muy temprano, los soldados formaron en los patios de ambas escuelas para dirigirse a la ciudad realizar la parada junto a los efectivos de Ejército y comandos civiles que habían tomado parte en la batalla. El Diario de un Cadete es gráfico al relatar los hechos. “El Cuerpo sigue en el estado de siempre…Se reunieron todos los oficiales con el General Lonardi en el Casino de Cadetes y por esa causa no podemos comunicarnos con F… para pedirle el relevo. Cuando finalmente logramos hacerlo nos dijo que quedaba solamente una carpa con un cadete y 16 soldados. Trabajamos como enanos para retirar las carpas y llevarlas al Escuadrón. Una vez que terminamos con todo, fuimos al Cuerpo, y allí, entre los tres jefes del Grupo tuvo lugar el ‘emocionante’ sorteo para ver quien se quedaba… Si me hubiera tocado, tendría que haber hecho un enorme esfuerzo de voluntad para quedarme, pero la suerte me sonrió; claro que le tocó al ‘Turco’, ¡pobre!, él no estará mejor que yo”.
De ese modo, las tropas abordaron camiones y ómnibus militares y enfilaron hacia la capital provincial donde, al llegar a la Av. Vélez Sarsfield echaron pie a tierra para iniciar la parada. Lo hicieron después de una prolongada espera, frente a la población que lanzaba vivas a su paso y les arrojaba flores mientras desde los edificios cercanos caía una lluvia de papeles al grito de “¡Libertad!, ¡Libertad que se escuchaba por todas partes.
Finalizado el desfile, las tropas regresaron a los cuarteles, para continuar las actividades propias de los tiempos de paz ignorando que la jornada siguiente se cobraría la vida de otro camarada.
Durante un vuelo de patrulla y observación, el Calquin I.Ae-24 del Grupo 2 de Ataque, piloteado por el alférez Edgardo Tercillo Panizza se precipitó a tierra en las afueras de la ciudad, al presentar inconvenientes mecánicos.
Enterados de ello, cadetes y oficiales se encaminaron hacia el lugar, atravesando, previamente el Barrio Aeronáutico, con la intención de ver los restos del aparato que aún humeaba en el campo. Una vez allí, se encontraron con los restos, observándolos en silencio mientras meditaban sobre los acontecimientos que habían tenido lugar en los días previos y el curso que tomaría la historia a partir de ese momento.
También Mar del Plata se sumó a los festejos con largas columnas humanas desfilando por sus calles hasta la Municipalidad, para entonar el Himno Nacional y hacer flamear banderas.
El 23 de septiembre, los frentes de la ciudad amanecieron adornados con los colores azul y blanco; cerca de las 10.00 hubo una nueva marcha hasta el palacio de gobierno donde se repartieron escarapelas, cintas y flores como en los días de mayo y los festejos siguieron en diferentes puntos hasta altas horas de la noche.
La Argentina iniciaba un nuevo camino; una era había finalizado y otra daba comienzo pero el desencuentro entre hermanos no iba a terminar ahí. El país no volvería a encontrar su rumbo y la sociedad continuaría resquebrajándose hasta límites insospechados.




Imágenes
Fotografías: Miguel Ángel Cavallo, Puerto Belgrano. Hora Cero. la Marina se subleva


El pueblo de Bahía Blanca sale a las calles a festejar
el triunfo de la Revolución


Alegría y felicidad en la población tras la renuncia de Perón

Los festejos en Bahía Blanca

Llega a Bahía Blanca el contralmirante Samuel Toranzo Calderón



El Contralmirante Toranzo Calderón al llegar  a la Municipalidad de Bahía Blanca 

La oficialidad recibe a su jefe luego de su liberación

Toranzo Calderón en la Municipalidad de Bahía Blanca 


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