domingo, 23 de junio de 2019

DIA “D”. EL DESEMBARCO EN SAN CARLOS

El 17 de mayo de 1982 el Sea Harrier matrícula XZ438 del Escuadrón Aeronaval 899, se estrelló en la base aérea de Yeovilton, durante un vuelo de prueba. Su piloto, el teniente David Poole, que estaba a punto de ser despachado hacia el sur, salvó su vida al eyectarse. El mismo día, en Prado del Ganso, una bomba impactó muy cerca de una vivienda, dañando su estructura con las esquirlas, hecho que la Argentina intentó utilizar para demostrar al mundo el “poco interés” que mostraba el Reino Unido por la población kelper. Vale recordar que el 4 de mayo, un cable de la agencia TELAM había dado cuenta que en Prado del Ganso, once civiles malvinenses habían perecido y diecisiete más resultaron heridos cuando el edificio en el que se hallaban concentrados fue alcanzado por un proyectil británico durante los bombardeos del 1 de mayo.

Ese día (17 de mayo) fue creado el Centro de Operaciones Conjuntas (CEOPECON) en reemplazo del TOAS, que quedó constituido por el general Osvaldo García, el vicealmirante Juan José Lombardo y el comodoro Hellmuth Conrado Weber, quienes establecieron su base de operaciones en Comodoro Rivadavia.

El asedio que estaba soportando la guarnición Malvinas, la rigurosidad del bloqueo impuesto por los británicos y las dificultades que ofrecía el transporte de provisiones hacia las posiciones más alejadas, fueron las causas por las que el alto mando argentino adoptó esa decisión. De todas maneras, el nuevo organismo solo funcionó a modo de ente coordinador y su labor fue relativa.

Durante toda aquella jornada, el hostigamiento aeronaval enemigo se hizo sentir con la misma intensidad de siempre. A las 00.19 hs (03.19Z) fue bombardeado Puerto Enriqueta (Port Harriet) y en Fitz Roy un helicóptero que arrojaba bengalas luminosas en apoyo de comandos del SAS y el SBS, debió ser rechazado con fuego de artillería.
Los Sea Harrier sobrevolaron las islas durante todo el día, realizando bombardeos bastante imprecisos, como el de las 08.25 hs, cuando sus cargas explosivas cayeron en zonas descampadas o en aguas del mar. Como venía siendo una constante desde el 1 de mayo, la Task Force se mantuvo a distancia, sin comprometer demasiado sus unidades, cada vez más temerosas de los ataques provenientes del continente.
Por el lado argentino, otras tres aeronaves rompieron el bloqueo, la primera un Fellowship F-28 que aterrizó en la capital de las islas a las 14.33 hs, y dos Hércules C-130 piloteados por el capitán Rubén H. Martel y el vicecomodoro José A. Demarco, (indicativos “Pampa” y “Caimán”), que hicieron lo propio a las 15.58 y a las 17.30 transportando armamento, víveres y municiones de distinto tipo y calibre1.
A las 20.00 hs tropas argentinas en Puerto Howard intercambiaron disparos con comandos del SAS y el SBS infiltrados el día anterior. Mientras tenía lugar ese enfrentamiento, la artillería emplazaba cañones de 155 mm en las rocas Lookout, al sur de Puerto Argentino y los Pucará efectuaban continuos vuelos de patrullaje.
Lejos de allí, en pleno océano, el Boeing 707 del vicecomodoro Eduardo Fontaine, llevó a cabo un nuevo vuelo de exploración y reconocimiento lejano2 en tanto el Learjet LR-35 del primer teniente Eduardo E. Bianco y el teniente Eduardo Cercedo, concretaba una maniobra de diversión, a efectos de desorientar los radares enemigos.
Por la noche, el capitán de corbeta Tim Gedge, comandante del flamante Escuadrón 809, despegó de la plataforma del “Atlantic Conveyor” y aterrizó en el “Invencible” piloteando su Sea Harrier matrícula ZA190, un día antes de que lo hiciera el resto de la unidad.
El 18 de mayo los Sea Harrier volvieron a bombardear las posiciones del Regimiento de Infantería 25 en el aeropuerto y Punta Celebroña así como las del Regimiento de Infantería 7 en Monte Longdon, (entre las 1.30 y las 17.00), después que los aparatos matrícula XZ498 y XZ495 de los tenientes Nigel Ward (apodado “Sharkey”) y Ian Mortimer, arrojasen bengalas de diversión sobre ambos sectores. Los pilotos habían despegado del “Invencible” a las 08.02Z (05.02 hora argentina) y estuvieron sobre sus objetivos a las 09.19Z (06.19).
También bombardearon Monte Kent, donde habían detectado la presencia de helicópteros argentinos transportando elementos del Grupo de Artillería Antiaérea 601, misión, que concretaron Ward y Mortimer a las 12.14Z (09.14) pero en los aviones matrícula ZA175 y XZ498, seguidos por los tenientes Robin Kent y Paul Barton en los matrícula XZ495 y XZ451, respectivamente.
La misión se había programado para más temprano pero a causa del mal tiempo debió postergarse, obligando a los mandos a modificar el tipo de armamento. Las bombas de 1000 libras que se pensaban utilizar no eran aptas para bombardeos a gran altura y por esa razón debieron ser reemplazadas por detonadores de tiempo regulable.
El ataque fue sumamente impreciso porque ninguno de los helicópteros fue alcanzado. Los pilotos involucrados, comodoro Dave Braithwhite, al comando del Sea Harrier matrícula XZ458 y los tenientes Dave Austin (avión matrícula XZ491) y Alistair Craig (avión matrícula ZA174), jugarían un papel decisivo en las acciones futuras pero en aquella ocasión, se alejaron sin lograr su cometido (13.18Z). Justo en ese momento, finalizaba en alta mar el traspaso del Escuadrón 809 desde el “Atlantic Conveyor” al “Hermes”, operación que había dado comienzo a las 12.00Z (10.00).
Durante esa jornada, un barco cisterna estadounidense llegó a la isla Ascensión transportando combustible para buques y aeronaves. Era la tercera embarcación de esas características que Washington despachaba hacia el escenario de guerra y sería seguida por otras de similares características.


El 19 de mayo, los argentinos llevaron a cabo una misión de reabastecimiento aéreo para reemplazar las raciones alimenticias en mal estado de las unidades más alejadas. En la oportunidad, aviones Hércules se acercaron a las posiciones y dejaron caer ocho contenedores con provisiones.
La imposibilidad de efectuar el traslado en helicópteros o en las pequeñas embarcaciones confiscadas a la flotilla isleña, llevó al comando de la FAS a encarar ese tipo de operaciones que, además, evitaban el traspaso de carga en Puerto Argentino, acelerando los tiempos y disminuyendo los riesgos.
A las 13.17 (16.17Z), partió desde Comodoro Rivadavia el Hércules C-130 matrícula TC-68 (indicativo “Tronco”), al mando del comodoro Jorge Martínez, quien llevaba como copiloto al mayor Rubén O. Palazzi y como tripulantes a los vicecomodoros Julio C. Sanchotena y Roberto C. Tribiani, a los cabos principales Juan C. Romero y Juan Torres y a los suboficiales Américo Arévalo y Carlos Sánchez.
El día anterior, la misma tripulación (a excepción del comodoro Martínez) había efectuado un cruce a bordo del Hércules matrícula TC-65, bajo el indicativo “Libra”.
El TC-68 voló sobre el litoral patagónico y al llegar a Puerto Santa Cruz viró hacia el sudeste para alcanzar la Gran Malvina a las 16.00 hs (19.00Z), desplazándose a 100 pies de altura bajo un techo de nubes en medio de lluvias y bancos de niebla.
Antes de alcanzar el istmo de Darwin, el avión trepó hasta los 600 pies y a las 16.17 hs (19.17Z), aprovechando un momento de buena visibilidad, arrojó los ocho contenedores A22 con una tonelada de provisiones cada uno, iniciando inmediatamente el viraje hacia el noroeste, para retornar a su base.
El cargamento descendió lentamente, frenado por sus paracaídas y se posó sobre la turba, a la vista de los soldados y pobladores de Puerto Darwin que seguían la maniobra con curiosidad. Lo que ignoraban en tierra, era que uno de los tripulantes estuvo a punto de caer, al tropezar con una caja durante el lanzamiento.
El Hércules C-130 matrícula TC-63 bajo el indicativo “Pato” intentó un segundo cruce para llevar a cabo una misión similar, pero las malas condiciones climáticas se lo impidieron.
El aparato decoló al mando del vicecomodoro Roberto J. Noe, llevando al mayor Roberto Briend como copiloto, al capitán Osvaldo H. Bilmezis como navegante y a los suboficiales Carlos Golier, Juan C. Cufré, Juan E. Marnoni y Julio Lastra, como tripulantes. Durante el cruce, su comandante optó por emprender el regreso ignorando que un PAC de Harrier se hallaba en las inmediaciones y lo había detectado.
Los cazas británicos se lanzaron decididos sobre la pesada aeronave dispuestos a derribarla pero los argentinos advirtieron su cercanía y efectuaron una arriesgada maniobra, haciendo un pronunciado giro de 90º en descenso, hasta pegarse al mar.  Lograron escapar sin darse cuenta que se estaban introduciendo entre las fuerzas anfibias que en ese momento se aprestaban a dar comienzo a la Operación “Sutton”.
El Hércules debió hacer otro brusco cambio de rumbo y eso lo puso en ruta directa a Comodoro Rivadavia, donde aterrizó tres horas después, sin mayores problemas pese a los sobresaltos.
Al día siguiente, el FAS lanzó la tercera misión de reabastecimiento por medio de paracaídas, esta vez sobre Bahía Fox.
La tripulación del Hércules C-130 matrícula TC-64 escogida para la misión (indicativo “Pato”), estaba al mando del vicecomodoro Alfredo Abelardo Cano y la completaban su copiloto, el capitán Juan Carlos Hrubik, el mayor Carlos Alberto Torielli, los suboficiales mayores Salvador Giliberto y Guillermo Aguirre, el suboficial auxiliar Eduardo Fattore y el suboficial ayudante Néstor Molina.
El avión tomó la misma ruta que el TC-65 y en esas condiciones alcanzó las posiciones del Regimiento de Infantería 8 sobre las que dejó caer 9500 kilogramos de provisiones. Como en Puerto Darwin y Prado del Ganso, las cargas descendieron lentamente, sostenidas por sus paracaídas y se posaron sobre la turba, de donde fueron retiradas por personal de la unidad militar.
El Hércules se vio obligado a realizar un pronunciado giro hacia el sudoeste porque las piezas de artillería antiaérea que conformaban el perímetro defensivo del regimiento lo confundieron con un avión enemigo y abrieron fuego.


La guerra se desarrollaba en todo su dramatismo en el Teatro de Operaciones, mientras en Europa el canciller de Perú, Dr. Manuel Ulloa, expresaba a los periodistas al llegar a Madrid proveniente de Helsinski y Bruselas, que su país iba a prestar a la Argentina toda la ayuda que esta requiriese, eso después que Javier Pérez de Cuellar reconociera el fracaso de sus gestiones en favor de la paz.
No fueron solo palabras.
El 27 de mayo, los obreros del puerto de El Callao, iniciaron un boicot a naves de procedencia británica que luego harían extensivo a todas las de bandera norteamericana, negándose a descargar sus bodegas. En esa oportunidad, el secretario general del gremio manifestó actuar en forma conjunta con sus colegas de Venezuela, México e incluso Colombia, medida a la que adhirieron 24 horas después los empleados de los aeropuertos peruanos.
Mientras tanto, en la zona de guerra, a las 20.15 (23.15Z), comandos ingleses intentaron infiltrarse en Puerto Enriqueta (Harriet) siendo rechazados por fuego del Regimiento de Infantería 3 desde Sapper Hill.
A las 21.30 (24.30Z) se inició el fuego naval sobre la Península de San Luis y a las 23.00 (02.00Z), el enemigo comenzó a hacer contramedidas electrónicas simulando un desembarco en el istmo de Darwin. Eran las vísperas de la guerra terrestre y había que sembrar la mayor confusión posible en la guarnición argentina.
El mundo estaba a punto de presenciar un combate aeronaval de envergadura, como no se veía desde la Segunda Guerra Mundial.


Eran cerca de las 10.00 horas del sábado 15 de mayo, cuando dos helicópteros argentinos aterrizaron en Puerto San Carlos, en el límite noroccidental de la isla Soledad.
Se trataba de un Sea King del Ejército y un Chinook de la Fuerza Aérea que transportaban desde Puerto Darwin y Prado del Ganso, cerca de un centenar de hombres del Regimiento de Infantería 25, a las órdenes del teniente primero Carlos Daniel Esteban, oficial de 27 años de edad, valeroso y decidido, que en poco tiempo habría de ganarse el apodo de “Héroe de San Carlos” y “Leónidas argentino”.
Las tropas de Esteban venían a relevar a efectivos de la Compañía de Comandos 601 que desde el 13 de mayo se hallaban acantonados en el lugar al mando del teniente primero Daniel González Deibe, como parte de una avanzada del Ejército para reconocer el área y dar la alerta temprana sobre un posible desembarco inglés.
Los hombres de Seineldín descendieron de los helicópteros y se encaminaron hacia el cercano poblado en donde sus pares de la 601 los estaban esperando.
Los dos jefes, Esteban y González Deibe, se confundieron en un abrazo y acto seguido, el segundo procedió a explicar la situación imperante, especialmente en lo referente a accidentes geográficos, clima, actitud de los civiles y ausencia de tropas enemigas.
Cuando los comandos abordaron las aeronaves, estas se elevaron y se dirigieron a Puerto Argentino en tanto Esteban ordenaba un reconocimiento de la zona y procedía a ubicar a sus hombres en posiciones de observación y defensa.
Una sección de tiradores al mando del subteniente Roberto Reyes, fue situada en Fanning Head, un promontorio de 234 metros de altura (Altura 234), reforzada posteriormente, por una sección de apoyo del Regimiento de Infantería 12.
Se montaron dos morteros de 81 mm y dos cañones sin retroceso de 105 mm, con sus correspondientes municiones, escasas por cierto y se apostaron observadores en los lugares más elevados a efectos de obtener un amplio control de la gran bahía que se abría hacia el oeste.
La misión de aquel grupo de hombres era observar el pasaje de los buques que intentasen penetrar al estrecho y dar la alerta temprana en caso de producirse un desembarco.
El grueso del Equipo de Combate “Güemes”, tal el nombre del destacamento, mantendría bajo control la población y sus adyacencias, incluyendo el Establecimiento San Carlos, una localidad algo más grande ubicada unos diez kilómetros al sudoeste, sobre el brazo sur de la entrada de agua, frente a Bahía Ajax.
El armamento pesado de la compañía no era el ideal para enfrentar a una fuerza como la que se esperaba ya que su alcance (4000 metros) apenas podía cubrir el ancho de la bahía, lo que haría extremadamente difícil batir con eficacia cualquier intento de asalto.


Dos horas después un segundo Chinook se posó al norte del promontorio 234, transportando a la sección de apoyo del Regimiento de Infantería 12 al mando del subteniente José Alberto Vázquez, de 25 años de edad, casado y como su superior, Esteban, padre primerizo.
Ante el peligro que representaban las patrullas de Sea Harrier, los hombres de Vázquez desembarcaron rápidamente y procedieron a descargar el armamento mientras su jefe le preguntaba al piloto sobre el paradero de Esteban. La respuesta no fue demasiado alentadora; el oficial se hallaba al otro lado de la altura y eso significaba un serio inconveniente porque al helicóptero le resultaba imposible llevarlo hasta allí.
Anochecía cuando el Chinook levantó vuelo y se alejó, dejando a la sección en medio de la nada, en el más completo y agobiante silencio, con un viento helado soplando desde el sudeste y un techo de nubes grises cubriendo el cielo.
Vázquez dejó a su pelotón a cargo del sargento José F. Rodríguez y junto al cabo Daniel Mansilla y el soldado Alberto Espinosa, partió en busca de Esteban, llevando solamente el armamento personal y una bolsa de rancho.
Caminaron cerca de cuatro horas rodeando la Altura 234 por el este, dejando a un lado una amplia extensión de agua que se adentraba como una cuña en el terreno, orientándose a través de un lejano destello que apenas se percibía al otro lado del estrecho.
Así llegaron a Puerto San Carlos, donde las luces tenues que emergían por las ventanas de las viviendas sirvieron para guiarlos. Vázquez y su gente se acercaron a la edificación más próxima, distante a unos 100 metros, atentos a cualquier sonido pues era sabido que patrullas del SAS y el SBS se habían infiltrado en las inmediaciones.
Vázquez les ordenó a Mansilla y Espinosa permanecer allí y que lo cubrieran mientras él avanzaba solo, muy lentamente, tomando los recaudos necesarios para no llamar la atención.
Así llegó hasta la casa donde, a través de una ventana, pudo observar a un hombre y su esposa sentados en la mesa, cenando.
El subteniente Vázquez hizo una seña a sus hombres y estos se adelantaron.
Terrible fue el susto que se llevaron aquellos malvinenses cuando los argentinos irrumpieron en el interior, apuntándoles con sus armas. Los kelpers se incorporaron temblando y la mujer comenzó a sollozar, más al ver al subteniente Vázquez tomar con fuerza a su marido y le colocarle la punta de su pistola a 10 centímetros de la cabeza. En esas condiciones lo obligó a conducirlo hasta el campamento de Esteban, dejando al cabo Mansilla a cargo de la vivienda.
Caminaron en medio de la noche por lo menos 300 metros hasta que una voz de “alto quien vive”, los hizo detener. El subteniente Vázquez sintió que le volvía el alma al cuerpo y recién entonces el aliviado malvinense volvió a respirar.
Esteban y Vázquez se saludaron y tras un breve intercambio de palabras, el primero puso al recién llegado al tanto de la situación. En caso de desembarco, era imperioso dar el alerta temprana y defender la posición y para ello se había tomado el poblado como base y montado un puesto de avanzada en la Altura 234, además de varios puntos de observación en las elevaciones próximas.
El equipo de combate se dividiría en tres grupos de 20 hombres, dos de los cuales, al mando de los subtenientes Reyes y Vázquez, deberían relevarse cada 2 días a efectos de no minar el temple de sus hombres.
Se decidió que el primer turno estuviese a cargo de Vázquez y eso lo dejó separado del resto de la compañía por aproximadamente 8 kilómetros de distancia, en medio de un terreno desolado y un clima rígido. En vista de la situación, el teniente primero Esteban optó por rotar a los hombres cada 48 horas a efectos de no someterlos a desgaste, tanto físico como mental y montar un dispositivo de relevos entre 48 y 72 horas.
Esa noche, con un reconfortante guiso de por medio, los tres oficiales (Esteban, Vázquez y Reyes) permanecieron despiertos hasta tarde, hablando de sus familias y sus vivencias.
Con las primeras luces del día, Vázquez inició la marcha hacia la altura, acompañado por el mismo Esteban y los 20 hombres de su sección. Llegaron al cabo de dos horas y una vez organizada la defensa, el jefe del equipo y sus cuadros, se retiraron, no sin antes impartir un par de directivas.
Al día siguiente (16 de mayo), Vázquez cumplía su primer aniversario de casado y por esa razón, dos de sus hombres salieron de recorrida y regresaron con un cordero que estaquearon y asaron utilizando los postes de un alambrado cercano que habían roto.
A las 10.30 del día 17 llegó el subteniente Reyes para hacer el primer relevo. La gente de Vázquez bajó a Puerto San Carlos dejando a sus espaldas a aquellos valientes, prácticamente aislados y escasamente pertrechados, sabiendo que tendrían que enfrentar solos un desembarco de miles de hombres3.
A diferencia de lo que acontecía en Puerto Darwin y Prado del Ganso, donde los argentinos habían concentrado a toda la población en un punto determinado, el teniente primero Esteban, hombre sumamente ilustrado, que había estudiado Ciencias Políticas en forma paralela a su carrera militar, permitió a los civiles seguir viviendo en sus casas, decisión que confundió a los británicos, haciéndoles creer que la vida en la población se desarrollaba normalmente y que el sector estaba libre de tropas enemigas.
Al ver a la gente yendo y viniendo y las chimeneas despidiendo humo, los SBS que desde hacía días observaban el área cayeron en la trampa. Creyeron que los helicópteros habían ido a inspeccionar el lugar y que se habían retirado sin dejar tropas y eso fue lo que informaron a la flota firmando, sin proponérselo, la sentencia de muerte de varios compañeros de armas.
Esteban mandó instalar la radio YAESU BLU 500 requisada a los kelpers en Prado del Ganso, conectando su antena de línea fija a un generador eléctrico de 110 voltios y eso le permitió establecer contacto con el resto de la isla y pasar los primeros reportes.
A esa altura, la red de observadores se hallaba desplegada, lo mismo una guardia sumamente estricta en el pueblo, debido a que allí funcionaría el puesto de mando y porque además, la Compañía de Comandos 601 había tenido algunos inconvenientes con los civiles.


La tarde del 20 de mayo, once buques de la fuerza de desembarco iniciaron su aproximación a las islas. Había mucha inquietud a bordo debido a los informes sobre la actividad aérea argentina, razón por la cual, Jeremy Larken, el capitán del HMS “Fearless”, solicitó a Dennos Scott-Masson, su par del “Canberra”, que evitase arrojar los desperdicios al agua ya que podían ser detectados por el enemigo, especialmente por sus aeronaves de reconocimiento.
Las cubiertas de los buques se hallaban atestadas de hombres, casi todos infantes de marina que se preparaban a pasar a los lanchones de desembarco mientras predisponían sus mentes para el tenso momento que iban a enfrentar. Muchos de ellos intentaban descansar en los camarotes, en los depósitos e incluso, en las escalerillas de las naves, pero les resultó prácticamente imposible hacerlo.
Desde hacía varios días, miembros del Grupo R del SBS mimetizados en una zona conocida como Inner Veredes, a 10 millas de Puerto San Carlos, patrullaban la zona reconociendo los accidentes geográficos y tratando de detectar presencia enemiga. No habían encontrado nada que les llamase la atención y eso llevó al comando de la flota a suponer que efectivamente, los helicópteros que habían aterrizado el 15 de mayo solo habían hecho exploración y se habían retirado. La sensación, tanto a bordo de las unidades como en Northwood fue que al momento del desembarco, las tropas no encontrarían oposición.
Pese a esa suposición, había mucho nerviosismo en las embarcaciones, especialmente en el “Fearless” donde el general Julian Thompson y su plana mayor habían montado su cuartel general.
El 15 de mayo, los civiles a bordo del “Canberra” (tripulantes, corresponsales de prensa y enfermeras), fueron informados que, a partir de ese instante, quedaban sujetos a la ley y la disciplina militar y que por esa razón, debían estar atentos a todas las directivas. Fue el mismo día en que el enorme buque, conocido como “la gran ballena blanca”, probó los cañones que se le habían instalado provisoriamente y una alerta aérea generó conmoción forzando a interrumpir un oficio religioso que se transmitía por los parlantes desde la sala de cine.
El lunes 17, el capitán David Nichols, jefe de prensa, se trasladó en helicóptero desde el “Fearless” al “Canberra”, para informar a los periodistas acerca del desembarco y notificarles que el almirante Woodward le hacía saber que en las siguientes 24 horas no habría suficiente cobertura aérea por lo que todo el mundo a bordo iba a correr bastante riesgo. El oficial cerró sus palabras diciendo que pasase lo que pasase, quedaba terminantemente prohibido establecer contacto con sus respectivas agencias y acto seguido, se marchó.
Al día siguiente, las unidades militares recibieron los planes de desembarco. Entre los efectivos que se preparaban para entrar en acción se encontraba el veterano Mike Norman, jefe de la guarnición militar malvinense cuando se produjo la invasión argentina, quien arengó a sus hombres con electrizantes palabras. Lo mismo hizo el capitán Peter Babbington, jefe de la Compañía K del Comando 42, quien instó a sus soldados a abatir preferentemente a los oficiales enemigos.
A las 20.00Z (17.00 hora argentina) se le sirvió a los infantes de marina una suculenta ración y una vez consumida, se les ordenó vestir sus uniformes de camuflaje y ennegrecer sus rostros.
Las naves de desembarco, enfilaron hacia Puerto Argentino en una maniobra que tenía por finalidad confundir al enemigo; luego cambiaron de dirección y volteando hacia el sudoeste, se dirigieron hacia San Carlos, seguidas por sus escoltas. Aquella iba a ser la última noche a bordo para los marines ya que a la mañana siguiente, después de hacer pie en las playas, iniciarían su arrolladora campaña terrestre.
A las 22.00Z del 20 de mayo (19.00 hora argentina), las fuerzas anfibias fueron sobrevoladas por un Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Argentina.
Los británicos creyeron que se trataba de un bombardero Canberra e hicieron sonar las alarmas, seguros de que el avión había dado aviso a Puerto Argentino. Poco después, efectivos del SBS a bordo del HMS “Antrim” comenzaron a ser helitransportados a tierra, operación que se hizo con una hora de retraso, más que por cuestiones climáticas, por problemas de organización. Al mismo tiempo, integrantes del SAS y el SBS junto a los componentes de los regimientos 2 y 3 de Paracaidistas (Para 2 y Para 3) y las diferentes compañías de los comandos 40 y 45, comenzaron a abordar las LCU (lanchas de desembarco) y los helicópteros alistados.
A bordo del “Canberra”, el coronel Nick Vaux, jefe del Comando 42 de los Royal Marines, informó a sus hombres que aquella maniobra no iba a semejarse a ninguna de las efectuadas hasta entonces por las fuerzas armadas del Reino Unido, ni siquiera las que se llevaron a cabo en Irlanda del Norte. Su igual en el rango, Malcolm Hunt, jefe del Comando 40 en el “Fearless”, hizo algo similar en momentos en que los altos oficiales mantenían una reunión paralela junto a los comandantes del Grupo R, general Julian Thompson y el experto en geografía malvinense, Ewen Southby-Tailyour.
El plan consistía en desembarcar en primer lugar al Comando 40 y al Regimiento 2 de Paracaidistas (Para 2), depositándolos en dos sectores de la costa denominados “Playa Azul 1” y “Playa Azul 2”, a ambos lados de Establecimiento San Carlos. A continuación, harían lo propio con el Comando 45 en “Playa Roja 1”, muy cerca de Bahía Ajax y el Regimiento 3 de Paracaidistas (Para 3) en “Playa Verde 1”, al este de Puerto San Carlos. Era una fuerza de 3000 hombres a bordo de once unidades de superficie que transportaban miles de toneladas en armamento y equipos.
La flota entró en el estrecho aproximadamente a las 02.00Z (23.00 hora argentina), navegando sobre un mar calmo, bajo un cielo estrellado y sin luna.
Una serie de contratiempos tuvieron lugar en ese momento, uno de ellos en el “Fearless”, cuando la dársena de embarque del buque no se pudo llenar porque se había roto su sistema de apertura. Eso obligó al capitán Jeremy Larken a realizar una arriesgada maniobra que le permitió finalmente abrir la compuerta del dique y facilitar el ingreso del agua.
En el MV “Norland”, los hombres del Para 2 comenzaban a abordar los LCU cuando uno de ellos trastabilló y cayó al mar, fracturándose una pierna. Estuvo muy cerca de ser aplastado entre el casco de la embarcación y el lanchón de desembarco pero lograron sacarlo a tiempo para conducirlo a la enfermería, donde quedó internado con graves lesiones.
Ni bien los LCU del “Fearless” comenzaron a deslizarse, lo hicieron en la dirección equivocada, detalle del que se percató en seguida el mayor Southby-Tailyour, corrigiendo el rumbo inmediatamente. A bordo del lanchón, el total de los efectivos se mantenía en silencio, atentos al menor detalle, mientras aferraban sus armas con fuerza.
Las embarcaciones que transportaban al Comando 40 llegaron a una playa sumamente rocosa, en la que destacaban grandes protuberancias que impedían el desembarco de los pequeños tanques Scorpion y Scimitar que viajaban en la parte delantera. Las tropas debieron pasar de a uno, por los costados y luego vadear las aguas, peligrosas y profundas según el relato de los periodistas del “The Sunday Times”, Eddy, Linklater y Gillman.
No debe haber sido nada fácil deslizarse con el agua helada a altura de la cintura, cargando varios kilos de equipo y portando el armamento en una noche gélida y con la posibilidad de ser atacados en cualquier momento.
El Para 2 fue el primero en alcanzar tierra, después de cubrir los 30 metros que separaban sus lanchones de Plaza Azul. La segunda oleada arribó al amanecer, un albor que presagiaba una jornada soleada y plácida, tal como lo habían presagiado los más optimistas.
Los helicópteros iban y venían transportando hombres, armamento y equipo desde los buques mientras en tierra firme, los marines cavaban febrilmente trincheras e iniciaban las primeras obras de fortificación.
Mil doscientos hombres con sus armas y equipo llegaron a la costa a bordo de numerosos lanchones de desembarco y embarcaciones menores, provenientes del HMS “Intrepid” y el HMS “Fearless”. En tierra, los aguardaban, sucios y andrajosos, los comandos del SBS que infiltrados días atrás, habían efectuando misiones de patrulla y observación en las inmediaciones.
Una vez en tierra, los hombres del Para 2 tomaron rumbo sur, trepando con bastante dificultad los 900 metros de altura del monte Sussex y una vez allí comenzaron a preparar sus defensas. Lo hicieron principalmente sobre la ladera opuesta, a los efectos de evitar ataques provenientes de Prado del Ganso y Darwin, distantes a 38 kilómetros hacia el sudeste. 
Las compañías del Comando 40 se encaminaron en esa dirección para escalar y ocupar los Montes Verdes, situando sus posiciones en la ladera opuesta, como los Para 2 en Sussex, completando de ese modo una línea defensiva que aseguraba las playas y permitía el desplazamiento de las tropas que venían detrás. Por su parte el Comando 45, al mando del teniente coronel Andrew Whitehead, se atrincheró en Bahía Ajax con instrucciones de defenderla de un eventual ataque por mar proveniente del oeste y la Compañía B del Para 3 desembarcó en “Playa Verde 1”, no sin antes toparse con un banco de arena que también obligó a sus hombres a saltar al agua y cubrir el resto del trayecto a pie.
La Compañía A, que avanzaba detrás, se salvó de tan desagradable experiencia porque al encallar en el mismo banco, fue transbordada hasta la costa en helicóptero. Por su parte, la Compañía C tocó tierra a un kilómetro, sin mayores problemas, evitando el chapuzón, cosa que agrado mucho a sus hombre, en especial a su jefe, el mayor Martin Osborne.
Pese al retraso, la Operación “Sutton” se estaba desarrollando de acuerdo a lo planeado y aparentemente, sin ningún tipo de oposición.


Eran cerca de la 01.30 (04.30Z) del 21 de mayo cuando los efectivos del Equipo de Combate “Güemes” acantonados en Puerto San Carlos, escucharon una fuerte detonación proveniente de Fanning Head. La misma sobresaltó a los pobladores y puso en alerta a los argentinos quienes, sin pérdida de tiempo, tomaron sus armas y ganaron el exterior.
Una vez fuera, nuevas explosiones estremecieron la región iluminando con sus resplandores la obscuridad de la noche. Esteban impartió algunas directivas y mandó preguntar a los hombres que hacían vigilancia si habían visto algo en tanto los kelpers, dentro de sus casas, se asomaban tímidamente por las ventanas, sin atreverse a más. En esos momentos, un nuevo estallido iluminó el cielo. 
¿Qué estaba ocurriendo?
Desde su posición, en la Altura 234, el subteniente Reyes y sus hombres observaban la inmensidad de la bahía cuando uno de ellos creyó distinguir algo en la obscuridad; era la silueta de un barco penetrando lentamente en la ría. Reyes comprendió que se trataba de una nave enemiga y sin pensarlo dos veces, mandó a su gente tomar posiciones y ordenó abrir fuego.
Sus piezas de 105 mm dispararon, retumbando con fuerza en la noche. En el preciso instante en que los argentinos se aprestaban a efectuar una segunda descarga, el buque apuntó sus cañones y los accionó. Pareció que la tierra volaría en pedazos.
Reyes ordenaba un nuevo cambio de posiciones para volver a hacer fuego cuando los británicos volvieron a disparar. En ese mismo momento, comandos del SBS llegaban a la costa e iniciaban su avance hacia la altura con la intención de capturarla. Reyes disparó nuevamente sus cañones y su sección se trabó en combate abriendo fuego contra los hombres que subían las pendientes.
El tiroteo fue creciendo en intensidad, con los SBS estrechando el cerco sobre la altura y los argentinos aferrados a sus posiciones, intentando repelerlos.
Al cabo de un tiempo, con su munición casi agotada, Reyes comprendió que su gente iba a quedar rodeada y decidido a no caer prisionero, se dispuso a evacuar el sector, inutilizando primero sus cañones y morteros para evitar su captura.
De acuerdo con los planes de Esteban, esa misma noche Reyes debió haber recibido el equipo de transmisiones Thompson para dar la alerta temprana en caso de desembarco y luego replegarse hacia Puerto San Carlos. Debía reforzar la línea defensiva en las alturas ubicadas a sus espaldas, pero, lamentablemente, todo se desbarató.
En el intercambio de disparos, algunos argentinos cayeron heridos en tanto otros perdieron el rumbo y se extraviaron. Pese a ello, el grueso de la sección se mantuvo unida y siguió disparando insistentemente, intentando contener el ataque.
Reyes comprendió que reunirse con Esteban iba a ser imposible porque el enemigo había cortado el camino que conducía a Puerto San Carlos y eso no le dejó otra alternativa que iniciar el repliegue.
Pese a que los SBS trataron de cerrarle el paso, la sección de Reyes logró contenerlos y mantuvo abierta una brecha a través de la cual logró evadirse. A partir de ese momento, comenzó una odisea realmente épica que los llevaría a deambular por el norte de la isla Soledad hasta el final de la guerra, comiendo muy espaciadamente, cuando se podía, escondiéndose de día y avanzando durante la noche.
Junto con Reyes salieron del cerco un cabo primero y nueve soldados, cuatro de los cuales debieron sufrir amputaciones de pies a causa del congelamiento y las cangrenas (a uno de ellos en mismo Reyes le tuvo que cortar el pie derecho con un cortaplumas).
Los cuatro heridos en el combate fueron recogidos por los británicos y atendidos cuidadosamente por sus médicos en tanto los cuadros extraviados, pertenecientes todos al Regimiento de Infantería 12, acabaron por ser capturados y conducidos tras las líneas enemigas4.


El combate entre la sección del subteniente Reyes y los efectivos del SBS había finalizado cuando el teniente primero Esteban, ignorando todavía lo que ocurría, fue alertado por uno de los observadores ubicados en las alturas cercanas, de que algo anormal sucedía en la bahía.
Las primeras luces sorprendieron al jefe del Equipo de Combate “Güemes” cubriendo los 150 metros de pendiente que lo separaban del puesto de observación para ver el desembarco en toda su dimensión. Como apuntó el subteniente Vázquez en el “desaparecido” libro histórico del Regimiento de Infantería 12, el espectáculo era realmente impresionante.
Sobre las tranquilas aguas de la ría, en el mismo lugar donde hasta la tarde del día anterior revoloteaban las gaviotas, cinco buques de guerra navegaban junto a un barco blanco de proporciones colosales. Había helicópteros en el aire y numerosos lanchones de desembarco se desprendían de las naves y navegaban hacia la costa.
El reloj daba las 08.05 (11.05Z) cuando Esteban regresó a su puesto de comando para pasar la novedad al general Parada en Puerto Argentino.

-¡¡Reúna a toda la gente y forme dos grupos –le ordenó al subteniente Vázquez al llegar- el de la izquierda a su mando y el de la derecha al mío!!

El subteniente procedió a cumplir la directiva llevando a sus hombres hacia las alturas del noreste. Los soldados lo miraban con los rostros tensos y la respiración agitada mientras escuchaban las órdenes, y fue entonces, al ver esas expresiones, que recordó el telegrama que su padre le había enviado unos días antes: “Tu mujer, ejemplo de fortaleza. Tu hijo sano y fuerte. Sé un ejemplo para tus soldados”.
Con esas palabras en su cabeza, Vázquez se percató de que su corazón le latía con fuerza, como si estuviera a punto de estallar y casi enseguida comprendió que tenía miedo. Aún así, sin saber como, continuó impartiendo indicaciones con gran entereza, intentando disimular sus emociones.
Desde Puerto Argentino, el general Parada, comandante de la Brigada III, se mostró escéptico al escuchar lo que Esteban le decía, de ahí que aquel volviese a insistir, solicitando apoyo aéreo.

-¡¡Decenas de helicópteros, lanchas de desembarco y buques se desprenden en esta dirección!! – gritó sumamente agitado.

En ese mismo momento, otro de los observadores alertó que a 600 metros de distancia el enemigo avanzaba hacia el pueblo en gran número.
Esteban no se detuvo siquiera a pensarlo y con voz firme ordenó destruir la documentación codificada, inutilizar las radios y evacuar la población. Un combate desigual estaba a punto de comenzar.


Los argentinos evacuaron Puerto San Carlos en el preciso momento en que el enemigo entraba por el lado opuesto.
De haberse aferrado a esa posición, se habría producido una masacre porque las que se les venían encima eran fuerzas mucho más numerosas y mejor pertrechadas, que los hubieran inmovilizado con su vanguardia y sobrepasado con sus helicópteros.
Pero lejos de retirarse, se encaminaron hacia las elevaciones que se extendían detrás y tomaron posiciones para entablar combate.
Fue en entonces que las avanzadas del Para 3 los detectaron y su jefe, Hew Pike, ordenó abrir fuego con sus morteros y ametralladoras.
Dos helicópteros Gazelle de la Escuadrilla A, que se hallaban en vuelo sobre las posiciones del SBS en Fanning Head, hacían exploración en busca de presencia enemiga mientras brindaban apoyo a los Sea King y las tropas desembarcadas. A las 08.00 (11.00Z), otros dos, pertenecientes a la Escuadrilla C del Escuadrón 846 despegaron del “Sir Galahad”, provisto cada uno de ametralladoras y cohetes SNEB.  
El XX411, piloteado por los sargentos Andy P. Evans y Ed R. Candlish, se unió al Sea King HC4 matrícula ZA296 que había partido del “Canberra” llevando colgada una carga de municiones para morteros.
Cuando la formación sobrevolaba el Hospital Point y la vanguardia del Para 3 enfilaba hacia Punta Cameron, la gente de Esteban buscó cobertura y esperó.
Los Para 3 equivocaron el camino por lo que, al percatarse del error, efectuaron un giro de 180º hacia el oeste para alcanzar el acceso a San Carlos. Mientras lo hacían, convergían sobre la localidad cientos de soldados y buen número de helicópteros además del Regimiento “Azul” de tanques Scorpion y Scimitar, un movimiento que para ese momento, tenía involucrados a 4200 efectivos.
A las 08.41 (11.41Z) Esteban vio venir al Sea King ZA296 volando a una altura no mayor a los 5 o 6 metros y en ese preciso instante comprendió que se había producido una descoordinación entre la infantería británica y sus helicópteros porque estos últimos estaban llegando por la retaguardia antes de que las tropas los aferrasen por el frente. Consciente de la situación, aferró fuertemente su ametralladora y ordenó abrir fuego.
El primero en disparar fue el mismo Esteban, seguido por el resto de la sección. El aparato que avanzaba en primer lugar recibió una lluvia de proyectiles y eso pareció detenerlo. Desesperado, el piloto efectuó una serie de giros para evadir los disparos y se alejó humeando hacia el oeste, desprendiéndosele en el camino la carga que pendía bajo el fuselaje.
Al ver eso, la infantería enemiga se aplastó sobre el terreno y comenzó a disparar sus morteros, lanzando una andanada de explosivos incendiarios tipo fósforo, uno de los cuales impactó 200 metros a la derecha del último hombre. Esteban comprendió que dos disparos más y los ingleses los alcanzaban, razón por la cual decidió efectuar un cambio de posición, desplazándose unos 300 metros hacia el este. Vázquez lo vio y lo siguió a través de un terreno de cuchillas bajas, de 70 a 100 metros de altura con pendiente general hacia el río. Se desplazaron ambos en sentido paralelo a la vía acuática y perpendicular a las elevaciones, siempre en dirección oeste-este, subiendo y bajando las lomas.
En esas estaban, trepando una de aquellas pendientes, cuando menos de un minuto después, el Gazelle que reglaba el tiro de las naves apostadas en la bahía (el mismo que había escoltado al Sea King), se aproximó amenazadoramente, listo para utilizar sus cohetes y ametralladoras.
Pese a que la niebla se había disipado y había buena visibilidad, el desplazamiento ordenado por Esteban desorientó a los pilotos quienes, sin darse cuenta, quedaron ubicados de frente a su nueva posición.
En esos momentos, las dos columnas (la de Esteban y la de Vázquez) se hallaban paralelas al río, separadas entre sí por unos 60 a 70 metros, con la de Vázquez más alejada, a aproximadamente 100 metros de la costa, situación que Esteban aprovechó para volver a abrir fuego. Los 80 hombres dispararon al mismo tiempo alcanzando el rotor de cola, el motor y el parabrisas del helicóptero británico. Con su piloto gravemente herido, la aeronave se estrelló en el río, donde comenzó a hundirse rápidamente.
Vázquez comprendió que la táctica de fuego reunido sobre blancos aéreos que su instructor de primer año, el teniente primero Hugo Reinaldo Abete5, les había enseñado en el Colegio Militar de la Nación, era efectiva y estaba dando resultados. Los soldados, mientras tanto, seguían disparando al tiempo que desahogaban la tensión lanzando gritos y toda suerte de epítetos.
El sargento Evans fue alcanzado en el pecho; aun así, logró maniobrar los comandos de su aeronave pero no pudo evitar la caída en medio de la corriente. Y como los sistemas de flotación del aparato habían sido retirados para montar la ametralladora, el malogrado Gazelle se empezó a hundir.
Los hombres de Esteban concentraron el fuego sobre los restos del helicóptero, hiriendo gravemente a sus tripulantes. Ed Candlish emergió de entre los hierros retorcidos y se alejó flotando en tanto Evans, con un hilo de vida, alcanzó a nadar hasta una boya cercana para aferrarse a ella con las pocas fuerzas que aun le quedaban.
Hew Pike y los hombres el Para 3 fueron testigos impotentes de aquel drama y presas de la furia, comenzaron a maldecir cuando vieron a los argentinos disparar indiscriminadamente sobre los pilotos. Esteban no pudo contener a sus hombres que, enardecidos por el combate, disparaban y aullaban como poseídos.
En Puerto San Carlos, los kelpers gritaban desesperados intentando señalar a los paracaidistas más retrasados el lugar donde se encontraban los argentinos. Desde ahí vieron a Candlish nadar hasta su compañero e inflarle el chaleco salvavidas mientras los hombres de Esteban iniciaban un nuevo desplazamiento costeando el río.
Candlish comenzó a arrastrar al moribundo hacia la costa, distante a 500 metros, al tiempo que desde San Carlos, kelpers y paracaidistas, faltos de botes e imposibilitados de brindar ayuda por temor a los disparos y al pronunciado declive de la playa, gritaban y gesticulaban, animándolo a seguir.
Completamente rodeado, con la infantería y con los helicópteros apareciendo por detrás, sin contar los buques en la bahía y los lanchones de desembarco en la playa, Esteban efectuó un nuevo cambio de posiciones desplazando a su gente un tanto hacia el nordeste para ponerla a cubierto.
A las 08.46 (11.46Z) llegó por detrás el Gazelle matrícula XX402 tripulado por el teniente K. Francis y el cabo primero B. Griffin, quienes se ubicaron a unos 500 metros de donde había caído el otro aparato. Lo hicieron de frente a la sección argentina que para ese momento realizaba un nuevo giro de 360º.
Desde esa ubicación, los hombres de Esteban volvieron a abrir fuego y lo alcanzaron de lleno, perforando su fuselaje en varios sectores, incluyendo los tanques de combustible.
El aparato se estrelló en las colinas próximas a Clam Check, a unos 15 metros de donde se encontraba ubicado el subteniente Vázquez6 y comenzó a emanar una densa columna de humo que se vio varios kilómetros a la redonda.
Los argentinos festejaron el derribo con gritos y vivas y cuando Candlish y el moribundo Evans, alcanzaban la orilla, procedieron a efectuar un nuevo cambio de posiciones, sin pensar siquiera en retirarse.
Evans murió ahí mismo, asistido por soldados y pobladores, la mayoría con lágrimas en los ojos, en tanto Candlish, gravemente herido, fue conducido hasta una vivienda del poblado para recibir las primeras curaciones.
El fuego de morteros continuaba, pero era evidente que los ingleses habían perdido la ubicación de sus oponentes porque seguían tirando sobre la posición anterior.
Viendo al segundo Gazelle envuelto en llamas y los cadáveres de sus ocupantes en el interior, el cabo primero Ubaldo Ferreyra se acercó al subteniente Vázquez para pedirle algo que desconcertó al joven oficial.

-¡Mi subteniente, ¿me autoriza a cortarles una oreja?!

Vázquez miró absorto a su subalterno y movido por la indignación que le generaba semejante disparate, le gritó:

-¡Déjese de joder, cabo, que esto puede explotar en cualquier momento!

-¡Es que le prometí a mi hermano llevarle la oreja del primer inglés que matara! –insistió Ferreyra.

-¡Cállese la boca y vuelva a su puesto! -volvió a gritar el oficial ordenándole a su sección avanzar eludiendo los restos del helicóptero.

Los argentinos se desplazaron por la orilla unos 350 metros, con el evidente propósito de desprenderse del enemigo y cruzar una importante elevación que se adentraba en el río, pero se toparon con un acantilado de 10 ó 15 metros de alto que los obligó a descender dificultosamente.
Cuando se posicionaban entre las piedras, muy cerca de la costa, llegó volando un tercer Gazelle, el matrícula XX412, piloteado por el capitán R. J. Makeig Jones y el cabo R. Flemming de la Escuadrilla C, quienes abrieron fuego con su ametralladora inutilizando uno de los cañones sin retroceso de la sección. Sin amilanarse, los hombres de Esteban devolvieron los disparos, perforando la estructura del helicóptero, incluyendo su parabrisas, que voló en pedazos.
El aparato no cayó pero sufrió considerables averías y eso obligó a sus pilotos a efectuar desesperadas maniobras para estabilizarlo y alejarse en dirección a su buque, desprendiendo en el camino piezas metálicas y una larga estela de humo.
La infantería británica no persiguió a sus oponentes; prefirió mantenerse aplastada sobre el terreno y solo se limitó a hacer fuego con sus morteros.
Fue entonces que viendo la crítica situación en la que se encontraba su sección y convencido de que la misión encomendada había sido cumplida, Esteban se desplazó hasta una hondonada situada 1500 metros a retaguardia, y allí se detuvo en espera de la fracción de observadores adelantados que había situado poco antes del desembarco, al norte del estrecho.
El oficial y su gente se encontraban allí cuando escucharon el motor de un avión que pasó sobre sus cabezas, volando a baja altura hacia las posiciones del enemigo.  Al verlo, el subteniente Vázquez pensó aliviado: “Ahora les tiramos toda la aviación encima y en cinco horas tenemos un contraataque de nuestros comandos y de la Compañía B de Regimiento de Infantería 12 que está de reserva en Puerto Argentino”. Pero fue solo una ilusión; una simple expresión de deseo porque el alto mando en la capital malvinense, no atinó a hacer nada.


Los hombres de Esteban esperaron cerca de cuatro horas y desde su ubicación fueron testigos del ataque que la Fuerza Aérea llevó a cabo sobre la cabecera de playa a las 09.30 de la mañana.
En otro punto, no muy lejos de allí, más precisamente en Puerto San Carlos, llegó a bordo de un Wessex el médico Rick Jolly a quien condujeron a toda prisa hasta el lugar donde se suponía esperaban los tripulantes de los helicópteros abatidos para ser evacuados. Al llegar se encontró un cuadro estremecedor: tres cadáveres y un hombre en grave estado que requería urgente atención. Por esa razón, aunque estaba terminantemente prohibido llevar a los muertos a los barcos, los hizo cargar en el helicóptero y los condujo hasta el “Canberra”, sin importarle las consecuencias.
En la “gran ballena blanca” había reinado hasta ese momento un clima de especial optimismo, en el que más de un tripulante apostaba que nada iba a ocurrir durante el desembarco. La vista de aquellos cuerpos trajo a todos a la realidad, sumiéndolos en un estado sombrío y preocupante. Pocas horas después el SAS ofició en el “Sir Galahad”, un servicio religioso en memoria de los caídos, encabezado por su comandante, Peter Cameron.
El teniente primero Esteban reconocería tiempo después, que su sección había cometido un crimen de guerra al disparar sobre los hombres del primer Gazelle, pero explicó que ello se debió, principalmente, al descontrol que en esos momentos experimentaron algunos de sus cuadros, a los que les resultó imposible contener. Además, aquella decisión no habría sido oportuna en el fragor del combate y tampoco era lógico que estuviera corriendo de un lado a otro explicando que cosa estaba bien y que cosa mal. Sus palabras son más que sensatas y lo más importante es que supo reconocer su error. Ya veremos, más adelante, como los británicos también cometieron actos de ese tipo y como sus cronistas e historiadores hacen apología de ellos.


Mientras la sección de Esteban se alejaba de la zona de combate en dirección al este, el Para 3 comenzó a dispararle con sus morteros de 60 mm, al tiempo que solicitaba el envío de un cuarto Gazelle para que fuera en su persecución. El helicóptero llegó volando paralelo al río San Carlos y al ver a los argentinos formar en 360º, es decir, en la posición apta para ese tipo de combate, viró bruscamente y se retiró a toda prisa.
Fue en ese momento que el Equipo de Combate “Güemes” cambió otra vez de dirección y logró escabullirse. Del subteniente Reyes, en tanto, no se tenían noticias.
El 24 de mayo, Esteban y sus hombres llegaron a Douglas Paddock, desde donde establecieron contacto con Puerto Argentino. Al día siguiente, el bravo oficial ordenó una formación de homenaje en honor del Día de la Patria y tras entonar el Himno Nacional, racionaron y esperaron varias horas hasta que aparecieron dos helicópteros del Ejército que los recuperaron y los condujeron a Puerto Argentino.
Una vez en la capital, orgullosos de la labor cumplida, los combatientes procedieron a relatar sus vivencias y la gran emoción que experimentaron al ver caer a los helicópteros. Según sus palabras, aquello les inspiró confianza y les hizo perder el miedo inicial, ese miedo que todo combatiente experimenta en situaciones tan críticas como las que habían atravesado.
Vázquez, por su parte, explicó que ver venir a las aeronaves con sus apuntadores haciendo fuego sobre su posición y después verlos caer, hizo que su gente tomase confianza, olvidando el temor y las dudas. Era evidente que los ingleses habían subestimado la capacidad combativa de los argentinos porque no tomaron en cuenta la posibilidad de que podían pelear con semejante espíritu de lucha y rapidez de movimientos. Sin embargo, las mejores palabras fueron las del propio teniente primero Esteban, cuando un periodista le preguntó sobre la sensación que había experimentado en aquellos momentos. Su respuesta fue contundente. Desde el punto de vista militar, sentía una gran alegría por haber reducido el poder de combate del enemigo, provocándole daños y bajas pero desde el humano, sentía una profunda tristeza por las vidas que se habían perdido.
Un soldado de San Rafael, Mendoza, contó que lo más sorprendente durante la batalla fueron los “sapucais” que lanzaban los combatientes correntinos al ver caer o retirarse a los helicópteros. Por provenir de una región tan distante como la cuyana, nunca los había escuchado.
Después de 36 horas de merecido descanso, el teniente primero Esteban solicitó regresar al frente y de ese modo, el 27 de mayo su sección abordó dos helicópteros del Ejército y regresó al istmo de Darwin en momentos en que arreciaban las acciones.
Hatsings y Jenkins, autores de La batalla de las Malvinas, cierran el capítulo del desembarco diciendo que al abatir a aquellas aeronaves y dar muerte a sus tripulantes, los argentinos supieron sacar provecho de su retirada.

Notas

1 Completaban la tripulación el mayor A. Buira, el suboficial principal A. Rosales, el cabo principal J. Amengual y el suboficial mayor C. E. Martínez.

2 Los aviones regresaron al continente sin problemas.

3 Durante la ocupación del caserío por las tropas argentinas, fue necesario echar mano a las reservas que los civiles tenían almacenadas, medida arbitraria pero justificada, tal como ocurre en toda guerra cuando se presentan situaciones extremas.

4 Una vez que la sección del teniente primero Esteban evacuó San Carlos, serían alojados allí y luego se los transferiría al “Canberra”.

5 Durante la guerra, el mayor Hugo Reinaldo Abete fue desplegado en la frontera con Chile, en previsión de un ataque desde esa dirección, ataque que nunca se concretó. Durante el alzamiento “carapintada” del 3 de diciembre de 1990, se plegó al movimiento. Dejó plasmadas sus vivencias en un libro titulado ¿Por qué rebelde?

6 Los británicos denominaban al lugar punto UC637922.


Publicado por