LA BATALLA DE SAN CARLOS
La Fuerza Aérea Argentina se abalanza sobre la Task Force (Ilustración: capitán VGM Exequiel Martínez) |
A medida que iban desembarcando y ocupando las playas, los efectivos británicos se enteraban por boca de los malvinenses, como habían sido sus días durante la ocupación enemiga.
Según los kelpers, los argentinos habían cometido fechorías,
tratándolos con dureza y, a veces con crueldad, saqueando sus propiedades y
robando cuanto objeto de valor caía en sus manos. Según explica el general
Julian Thompson en su libro No Picnic,
varios isleños habían sido encerrados en la escuela durante días.
La mayor responsabilidad recaía sobre el subteniente Reyes
que con la culata de su pistola había golpeado brutalmente el rostro del
administrador de San Carlos, haciéndolo sangrar. Además, según Eddy, Linklater
y Gillman, detuvo a isleños por la fuerza, les robó alimentos y ropas, mató su
ganado y en su retirada, “…dejó tras de
sí un reguero de destrucción propio de un forajido del Lejano Oeste”1.
De todas maneras, no resulta demasiado censurable esa actitud si se tiene en
cuenta la condiciones en las cuales sobrevivió su sección durante los días que siguieron
al combate.
A las 09.48 (12.48Z), a poco de que el teniente primero Esteban diera aviso del desembarco, la torre de control de Puerto Argentino autorizó el despegue de dos Aermacchi MB-339A de la 1ª Escuadrilla de Caza y Ataque, el matrícula 0766/4-A-115 y el 0767/4-A-116. Sus pilotos, los tenientes de navío Guillermo Owen Crippa y Horacio Talarico, debían sobrevolar la margen oriental del Estrecho de San Carlos y hacer reconocimiento de la zona para confirmar si realmente se estaba produciendo el asalto.
Los aparatos debieron volar la noche anterior para explorar las tierras situadas entre Graham Sound y Puerto
Darwin, pues Inteligencia Naval tenía indicios de que en uno de esos
lugares podría producirse un desembarco pero cuando todo estaba listo,
la misión debió suspenderse porque desde el estrecho de San Carlos comenzaban a
llegar los primeros informes.
Siguiendo instrucciones del capitán de fragata Oscar Manuel Arce, los
tenientes Crippa y Talarico abordaron las aeronaves y tras una rápida
inspección, se instalaron en sus cabinas y encendieron las turbinas
observando detenidamente los indicadores del tablero.
Cinco minutos después, aferraron sus palancas y siguiendo las señales comenzaron a rodar hacia
la cabecera de la pista siempre en comunicación con la torre. Durante
el trayecto, Talarico presentó algunos problemas y eso lo obligó a
detenerse. Ni bien echó a rodar una de sus llantas se desinfló y como su
remplazo llevaría más tiempo de la cuenta, se decidió que permaneciese
en tierra2.
Como era imprescindible obtener esa información, las
autoridades del CANA decidieron que Crippa partiese solo, directiva que el piloto se dispuso a cumplir a las 10.04 (12.04Z),
luego de recibir la autorización de la torre para iniciar el carreteo.
Dando máxima potencia a sus turbinas, el Aermacchi levantó
vuelo y girando suavemente hacia el sudoeste, inició un recorrido a baja
altura, con un techo de nubes grises sobre su cabeza y algunos bancos de niebla.
Superados el monte Kent y las posiciones defensivas del
Batallón de Infantería de Marina 5, la torre de control volvió a establecer
contacto para informar al piloto que a partir de ese momento tenía libertad
para atacar cualquier helicóptero o blanco que encontrase en su ruta.
Algo más adelante, a dieciocho minutos del despegue, Crippa
divisó los montes Simon y Rivadavia distinguiendo a lo lejos dos columnas de
humo que se elevaban hacia el cielo. Hacia allí dirigió su avión y un poco más
adelante alcanzó a ver a la sección del teniente Esteban combatiendo contra las
fuerzas de desembarco británicas, muy cerca de un helicóptero en llamas y de otro que desde el aire parecía brindar apoyo.
Al llegar a San Carlos, una densa niebla le impidió ubicar
la desembocadura del río homónimo, que debía servirle de referencia, razón por
la cual, decidió cambiar de rumbo virando hacia el nor/noroeste y hacer su
entrada por el norte, con el sol a sus espaldas. Volando directo hacia Foul Bay
(Cerro Bombilla) reparó en el gigantesco promontorio de Roca Remolinos, frente a
Cabo Leal y una vez sobre ese punto torció hacia la gran ensenada que se
extendía al noroeste, donde esperaba hallar al enemigo. Para su sorpresa no
vio nada anormal, por lo que realizando un nuevo giro a la izquierda, se alejó
pegado a la costa, a 300 nudos de velocidad y 500 pies de altura.
En esas condiciones pasó sobre Fanning Head, catapultándose
hacia la inmensidad del estrecho, donde recién entonces pudo distinguir un
pequeño helicóptero que se mantenía estático sobre el mar.
Crippa enfiló hacia él dispuesto a derribarlo, pero cuando
estaba a punto de abrir fuego, descubrió algo más allá, sobre las aguas de la bahía, la
inconfundible silueta de una fragata clase 21 navegando en dirección a
Establecimiento San Carlos, primera evidencia concreta del desembarco.
El relato que Crippa hizo a los realizadores de la magnífica
documental Malvinas, la guerra desde el
aire contradice la versión de Rodney A. Burden, Michael I. Drapper, Douglas
A. Rouge, Colin R. Smith y David A. Wilton3, quienes sostienen que
el piloto vio a los buques escoltas a la altura de Jersey Point, en la Gran Malvina, en vuelo hacia Fould Bay.
El aviador naval reconoció la silueta del Sea Lynx
suspendido en el aire, a 1000
metros de las aguas, pero inmediatamente después divisó en
el estrecho la fragata clase 21 que como se ha dicho, navegaba junto a otras unidades en
dirección a Establecimiento San Carlos4.
Crippa no tardó en tomar conciencia del peligro que
representaba el helicóptero porque a esa altura, era seguro que había dado aviso
de su presencia a la flota y, por consiguiente, las antiaéreas y misiles de a
bordo estarían listos para recibirlo.
La vista del amplio dispositivo naval enemigo más allá de
las elevaciones lo hizo estremecer pues se trataba de, al menos, media docena
de buques y varios helicópteros zumbando como abejorros entre ellos.
Crippa desistió de atacar al helicóptero y se concentró en
las unidades navales. Al ver aparecer el Aermacchi, el piloto británico
experimentó un sobresalto que lo hizo mover la palanca de comando
instintivamente hacia atrás, provocando una brusca sacudida que fue advertida
por su enemigo.
“Hoy es tu día de
suerte” pensó el aviador santafesino clavando su mirada en su
antagonista5.
La fragata sobre la que Crippa se abalanzaba era el HMS
“Argonaut”, de 3200 toneladas y 113,41 metros de longitud, cuyo comandante, el
capitán Kit Layman, veterano marino de 40 años de edad, hijo y nieto de ex
combatientes, se encontraba en la sala de operaciones siguiendo las incidencias
del desembarco.
A esa altura, el Sea Lynx ya había dado el alerta,
advirtiendo a la fuerza de tareas que un caza argentino se dirigía hacia ella.
Mientras los buques ingleses preparaban su armamento para
repeler el ataque, a bordo del Aermacchi, Crippa sometió a su avión a varias G
negativas, comprobando que las mismas respondían de manera efectiva.
Ya en la corrida de tiro, el solitario piloto vio que el
buque comenzaba a dispararle y sobre cubierta, a su tripulación corriendo en
busca de protección.
Crippa sabía que el armamento que llevaba era insuficiente
para destruir a la nave y por esa razón se concentró en sus sistemas de
radares, radios y antenas con el firme propósito de dejarlos fuera de servicio.
Volando en forma rasante alcanzó la posición de disparo y
después de descorrer el master, atacó.
Los ingleses vieron brillar algo debajo de sus alas y casi
enseguida distinguieron varios cohetes de 5 pulgadas que avanzaban hacia ellos, a escasos
centímetros de la superficie.
Cuando los proyectiles estallaron en la estructura gris de
la fragata, Crippa abrió fuego con sus cañones DEFA 553 de 30 mm, apuntando
preferentemente al puente de mando y las antenas. Dio de lleno en ambos puntos, así como en otros sectores de su casco,
destruyendo el radar tipo 965 y provocando algunos daños de consideración,
además de herir a tres tripulantes, uno de ellos en el pecho y otro en el
rostro.
Para evitar chocar contra las antenas del buque, el piloto
tiró fuertemente su palanca hacia atrás y dando un salto por encima de ella,
se pegó inmediatamente al agua para iniciar maniobras de evasión. En esos
momentos, los ingleses le tiraban con todo lo que tenían a mano.
Entonces ocurrió algo que dejó atónitos a quienes observaban
desde tierra y las cubiertas de los buques.
Demostrando
un coraje fuera de lo común, el aviador naval hizo un pronunciado giro
al este y se introdujo en medio del dispositivo inglés, volando entre
las naves de
guerra y los helicópteros, a escasos centímetros del agua.
Quienes se hallaban en las cubiertas y las tropas apostadas en
las playas siguieron con fascinación las
evoluciones de la pequeña aeronave hasta que la misma se alejó a plena potencia, en dirección a Punta Federal.
Como bien dice el documental de César Turturro: “Ni las unidades [navales] ni los efectivos abren fuego por temor a
impactarse entre ellos y el piloto argentino logra escapar”6.
Crippa se alejaba a gran velocidad cuando desde el
“Canberra” le dispararon un misil Blowpipe y desde el “Intrepid”, que se
hallaba posicionado a la izquierda del “Argonaut”, un Sea Cat que el piloto
logró evadir en su desplazamiento hacia Bahía Ruiz Puente, distante a 4 kilómetros de
distancia. De nada valieron los intentos del artillero David Pentreath, a bordo
del “Plymouth”, por alcanzarlo con sus cañones de 4,5 pulgadas; Crippa
salió ileso del alcance de tiro, bordeando una zona de cerros, al tiempo que
descubría la presencia de más embarcaciones.
Y como no tenía la certeza de cuántas eran y era imperioso
saberlo, decidió regresar.
-Me juego y vuelvo a contarlos – se dijo a sí mismo mientras
viraba hacia su izquierda, directo a la desembocadura del río San Carlos.
Fue entonces que hizo una órbita en el lugar y en su
anotador de rodilla procedió a confeccionar un croquis posicionando los buques,
intentando memorizar sus
características. Contó catorce y una vez finalizada la
tarea, emprendió el regreso, cumplida con creces su misión.
Finalizado el ataque, a bordo del “Argonaut” todo era
tensión y nerviosismo. En el resto de las embarcaciones ocurría lo mismo.
Corrían muchas versiones y al parecer, ninguna coincidía.
El buque presentaba numerosos orificios de 9 pulgadas y un gran
agujero en el sistema de radar 965, que quedó inutilizado. Pero lo peor fueron
los tres heridos que yacían tendidos a bordo, un suboficial alcanzado en el
pecho, que sangraba abundantemente y dos marineros que se encontraban en popa,
quienes fueron evacuados presurosamente hacia la enfermería para pasar,
después, a un buque hospital.
En su vuelo de regreso, el teniente Crippa atravesó Darwin,
donde se pegó lo más posible a tierra y a los cerros cercanos para no ser
abatido por la artillería propia; minutos después alcanzó Fitz Roy y salió a mar abierto, lejos de todo peligro.
En la capital de las islas los hombres de la 1ª Escuadrilla
Aeronaval de Caza y Ataque lo escuchaban por la radio, cuando en su
aproximación al aeropuerto solicitó que se preparara armamento. Aterrizó a las
10.45 e inmediatamente después de cortar motor, abrió la escotilla y se bajó
mientras corrían hacia él el capitán Arce, el teniente Arturo Tomás Medici y
otros miembros del personal.
-¡¡¡Es el desembarco!!! – gritó el piloto sacándose el
casco.
Tal era su estado de tensión que sin darse cuenta, se había
bajado del aparato cuando este aún seguía desplazándose por la carpeta
asfáltica.
Bajo una persistente llovizna, Crippa fue cargado en una
camioneta y conducido hasta el comando de operaciones donde, en presencia de
sus superiores, procedió a ofrecer un pormenorizado relato de su misión. El 4
de abril de 1983, el gobierno de la
Nación le concedería la medalla “Al Heroico Valor en
Combate”, máxima distinción otorgada por la Argentina a sus
combatientes.
Las palabras que el general Jofre y el coronel Aguiar
apuntan en su libro Malvinas. La defensa de
Puerto Argentino al describir las acciones de guerra en San Carlos son, posiblemente, las más adecuadas al sintetizar la hazaña del
teniente Crippa: El suyo
fue, sin duda, “un vuelo audaz”.
Al comenzar la guerra, el mundo entero subestimaba a la Argentina en cuanto a su poder y capacidad de combate. Todos sabían que un país de segundo orden, económicamente quebrado y sujeto a embargo de armamentos se enfrentaba a una de las principales potencias del mundo, integrante de la OTAN, que para más, contaba con el apoyo de los Estados Unidos y la CEE. Nadie conocía su poder aéreo ni la determinación de sus pilotos y por esa razón, se especulaba mucho.
Muy pocas personas fuera del país, sabían de las incidencias
de la Revolución Libertadora
en 1955, donde la Fuerza Aérea
y la Aviación Naval
habían tenido su bautismo de fuego. Tampoco de los hechos acaecidos en
Tucumán durante el Operativo Independencia. Para los mal informados,
las dos armas no tenían experiencia y Malvinas era su “debut” en
combate.
Analistas internacionales y expertos en temas militares
descontaban un triunfo demoledor por parte de Gran Bretaña ya que, según sus
opiniones, la Argentina
no tenía casi ninguna posibilidad de ocasionar daños a la Fuerza de Tareas; la hipótesis
de que todo se limitaría a unas pocas escaramuzas y una retirada apresurada por
parte de las tropas del país sudamericano fue tomando cuerpo y ganando adeptos
hasta que el 4 de mayo fue hundido el HMS “Sheffield”.
Entre quienes sostenían aquellas hipótesis destacaban el
coronel de la USAF
(la fuerza aérea norteamericana), James MacManaway y el propio ministro de
Defensa británico John Nott quienes aseguraban, en especial el primero, que los
anticuados aviones argentinos no podrían hacer nada frente a los modernos y
poderosos Sea Harrier y Harrier GR.3. Los Skyhawk eran 20 años más antiguos que
los buques y aviones a los que se iban a enfrentar (la marina norteamericana se
los había vendido en 1966) y la mayoría carecía de equipos adecuados para llevar
a cabo acciones sobre el mar, a tan largas distancias. Por el contrario, los
Harrier disponían de misiles Sidewinder AIM9L estadounidenses y tenían la
capacidad de frenar en el aire y gracias a sus chorros de propulsión, saltar en vertical durante el vuelo (técnica
“viffing”). En esa situación, el avión era
sobrepasado por su perseguidor, colocando a éste en situación de “perseguido” en
cuestión de segundos.
Según MacManaway la guerra aérea no revestiría inconvenientes
para Gran Bretaña ya que sería como la lucha de un mirlo contra un halcón,
frase que se haría famosa durante la guerra y que recogerían otros expertos,
uno de ellos el mismísimo Nott7. Los argentinos solo ocasionarían
algún daño si efectuaban un ataque masivo en oleadas de más de veinte aeronaves
y solo algunos podrían escapar de los Sea Harrier y las defensas antiaéreas
enemigas hasta alcanzar los buques. Para llegar a los portaaviones,
necesitarían cincuenta aparatos o más y aún así, las bajas resultarían
tremendas.
Lo
que MacManaway no sabía era que los argentinos son
gauchos y como tales, los más experimentados jinetes del mundo, sin
parangón en
la historia. Y así como dominan a sus potros en tierra, así lo harían
también en el aire, demostrando una destreza que nadie imaginaba.
La Fuerza Aérea
era el arma más joven de la
Argentina y aunque sus orígenes se remontan a 1912, cuando el
Ejército incorporó una elemental escuadrilla de aviones biplanos, fue creada
como cuerpo independiente el 4 de enero de 1945, a instancias de
Perón, por entonces secretario de Trabajo y Previsión, ministro de Guerra y
vicepresidente del régimen militar que él mismo entronizó en el poder el 4 de junio de 1943. A través del decreto Nº
288/45, el arma aérea fue separada del Ejército y quedó constituida la Secretaría de
Aeronáutica, a cuyo frente fue puesto el brigadier Bartolomé de la Colina, su verdadero
impulsor.
Sus primeros instructores fueron veteranos aviadores y
técnicos de la Luftwaffe,
traídos por Perón entre 1947 y 1950, destacando entre ellos Hans-Ulrich Rudel,
Adolf Galland, Otto Behrens, Werner Baumbach, Otto Gerhard Mothes, Heinz
Scheidhauer, Walter y Reimar Horten y Kurt Tank, todos ellos verdaderos ases de
la Segunda Guerra
Mundial y el último, hábil y meticuloso diseñador.
Como se recordará, la hoja de servicios de Rudel incluía
2530 misiones de combate en bombarderos Stuka en las que llegó a destruir 519
tanques, 3 barcos de guerra de gran envergadura, 70 lanchas de desembarco y 30
derribos. Rudel tomó parte en los bombardeos a Varsovia y perdió una pierna al
ser derribado por los aliados, lo que no fue impedimento para que volviese a
volar y se convirtiese en uno de los oficiales alemanes más condecorados de la
guerra. Después de su arresto por los norteamericanos, en 1945, pasó un tiempo
detenido en Inglaterra y acabó por ser liberado a causa de sus múltiples
heridas.
En 1947 se trasladó a la Argentina de Perón, con
cuyo líder congenió y de quien fue colaborador. El dirigente justicialista lo
incorporó a la Escuela
de Aviación de Córdoba para que adiestrara a las jóvenes generaciones de
cadetes quienes lo admiraban y hasta reverenciaban por considerarlo una leyenda
viviente. Allí se desempeñaban también sus compatriotas, Adolf Galland y Kurt
Tank.
Galland, legendario piloto de la Legión Cóndor durante la Guerra Civil Española,
indiscutido as de la
Luftwaffe, con acciones en Polonia, Bélgica, Francia e
Inglaterra, pasó a la
Argentina en 1947 para ejercer las funciones de consejero especial
de la Fuerza Aérea.
Tanto él como Kurt Tank trabajaron intensamente en los proyectos que el régimen
peronista puso en marcha para dar forma a una industria aeronáutica y
armamentista propia con la que puso en vilo al mundo y en especial al
Departamento de Estado norteamericano, durante una década.
Tank, ex jefe de la oficina de proyectos de la Focke-Wulf, tuvo a su
cargo la producción local de aparatos militares destacándose como el principal
artífice del cazabombardero IAe.33 Pulqui II, del bimotor IAe.35 Huanquero, el
entrenador IA.44 y el transporte multiturbina IAe.35 Cóndor II, todos ellos
proyectos nacionales que pusieron a la argentina a la cabeza del continente8.
En 1946,
a menos de un año de su creación, ingresó como cadete en
la Fuerza Aérea
el joven de 17 años Basilio Lami Dozo, fascinado y entusiasmado con el nuevo
proyecto. Como acertadamente afirman Eddy, Linklater y Gillman, el arma y él
crecieron juntos.
Allí, en la
Escuela de Aviación, se forjó una nueva clase de oficiales de
elevado nivel profesional y capacidad técnica, con una marcada tendencia derechista
y ultracatólica cuyo principal ideólogo fue el filósofo y pensador de extrema
derecha Jordán Bruno Genta.
Oriundo de Buenos Aires, autor de numerosos
trabajos de corte nacionalista en los que abundaban los ataques a la masonería
y el judaísmo así como una posición favorable a la intervención militar en materia
política, Genta basamentó su filosofía en una devoción fanática a Dios y un amor irrestricto a la Patria. El 27 de octubre de
1974 el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) lo asesinó acusándolo de
vínculos con la
Alianza Anticomunista Argentina (AAA), agrupación de choque
peronista con la que el dirigente no tenía vínculo alguno.
La Fuerza Aérea
Argentina llegó a ser la más importante y poderosa de América Latina, cosa que
británicos y norteamericanos sabían perfectamente. De lo que tenían dudas era
si los argentinos tenían la preparación y el valor suficiente como para ponerla a
prueba.
En la completa obra The
Falklands War se puede leer: “En
abril de 1982 Lami Dozo manifestó que sus pilotos preferían la muerte al
deshonor. Los británicos no le creyeron y en la
Task Force este tipo de declaraciones fue
rápidamente olvidado, tomándoselas como una simple baladronada… Sin embargo, se
iban a ver obligados a rectificar su opinión a medida que los argentinos, a
pesar de sus pérdidas, continuaban los ataques aéreos”9.
Lo que los ingleses no hicieron, fue estudiar un poco de
historia argentina. De haberlo hecho se hubieran enterado que tanto la Fuerza Aérea como la Aviación Naval tenían
experiencia de combate.
El lema de la primera era “Dios, Patria o Muerte” y los hombres de Lami Dozo
no tardarían en demostrar al mundo que eran capaces de cumplir fielmente con ese
juramento.
Desde las 06.36 horas del 21 de mayo el FAS tenía en el aire
un avión cisterna Hércules para el reabastecimiento de los aviones A4 que se
hallaban prontos a partir ya que, aunque la confirmación del desembarco recién
llegó a las 10.30, los escuadrones aéreos estaban listos desde una hora antes.
A las 09.44 la escuadrilla “Ñandú” integrada por tres Mirage V-Dagger al mando del capitán Carlos Rodhe (avión matrícula C-409), despegó desde Río Grande llevando al teniente Pedro Ignacio Bean (avión matrícula C-428) como primer numeral y al capitán Roberto Jannett (avión matrícula C-436), como segundo10.
Un minuto después partieron los “Perro” con el capitán
Carlos Moreno como jefe (avión matrícula C-437), el teniente Héctor R. Volponi
(C-418) y el mayor Carlos Martínez (C-435) como numerales, con una bomba MK-17 de 500 Kg cada uno.Tras ellos salieron los “Zorro”, escuadrilla integrada por los capitanes Raúl
Díaz (C-412) y Jorge Dellepiane (C-434) y el teniente Gustavo Aguirre Faget
(C-415), a esa altura, verdaderos veteranos en esta guerra y un minuto después
(09.55) decolaron desde San Julián los Dagger de la escuadrilla “León”, armados
también con bombas BRP, dos unidades tripuladas por el capitán Norberto
Dimeglio (aparato matrícula C-404) y el teniente Carlos Castillo (C-407). Once
cazas volando hacia el Estrecho de San Carlos dispuestos a enfrentar y atacar a
las fuerzas de desembarco.
La primera formación alcanzó las islas a las 10.20 y una vez
en la bahía, detectó al HMS “Broadsword”, contra la que se abalanzó accionando sus cañones.
A
bordo de la fragata comenzaron a sonar las alarmas, indicando a la
tripulación que debía ponerse a cubierto. El personal echó a
correr en busca de protección y mientras la mayoría se arrojaba al piso,
los
artilleros abrieron fuego, impactando de lleno al teniente Bean.
La aeronave comenzó a incendiarse y perder altura pero
antes de estrellarse, el piloto alcanzó a eyectarse. Una vez fuera, los vientos
empujaron su paracaídas hacia aguas abiertas y allí desapareció sin dejar
rastros11.
Desconociendo su suerte, sus compañeros continuaron su
avance disparando sus cañones. Al llegar al punto previsto, arrojaron sus
bombas y casi inmediatamente iniciaron maniobras de evasión buscando la ruta de
escape hacia el continente.
Los proyectiles erraron por muy poco, levantando grandes columnas de agua. La
fragata había sido muy afortunada pese a los impactos de cañón que le
acribillaron el puente y las cubiertas matando a dos marineros e hiriendo a
otros dos.
Con cuarenta orificios de 30 mm en su estructura, la
nave quedó fuera de combate hasta la noche cuando los técnicos repararon
algunas de sus averías y la dejaron en condiciones de seguir operando.
La escuadrilla “Perro”, por su parte, se lanzó literalmente
sobre el destructor misilístico HMS “Antrim”, de 6200 toneladas y 471
tripulantes, disparando frenéticamente sus cañones. El buque lanzó sus misiles
Sea Slug y Sea Cat al tiempo que disparaba sus proyectiles de 20 mm y balas de 4,5 pulgadas sin dañar
ninguno de los aviones atacantes.
Los cazas, siempre a vuelo rasante, se aproximaron
accionando sus cañones y a escasos metros de su casco, se
elevaron para arrojar las MK-17 e iniciar de manera inmediata maniobras de
evasión.
Una de las bombas hizo impacto sin estallar pero destrozó
completamente el lanzador de misiles Sea Slug, provocando en su trayecto otros
daños. Las otras dos atravesaron la cubierta y estallaron en el agua, a escasos
metros de su estructura, lo que hizo que se bambolearan un tanto por el oleaje
que generaron.
Los Dagger se pegaron al mar y se elevaron antes de
estrellarse contra el “Antrim”, que en esos momentos buscaba refugio en una de las tantas bahías del estrecho mostrando numerosos impactos en su estructura.
En momentos en que los “Perro” atacaban, los
“Zorro” arremetían contra el HMS “Brillant” que intentaba repelerlos con su
artillería. Mucha fue la impotencia de los pilotos cuando dos de las aeronaves
se negaron a desprender sus bombas y la tercera erró el blanco por poco. Sin
embargo, barrieron las cubiertas con sus cañones y arrasaron la sala de
operaciones, provocando algunas bajas y daños en los sistemas electrónicos. De
nada sirvieron los infructuosos intentos de sus artilleros por derribarlos
cazas ya que los tres se retiraron indemnes a 900 km/h.
Los “León” también atacaron una nave enemiga pero la misma
no fue identificada. Sus bombas se quedaron cortas, errando por poco a la línea
de flotación. Sin embargo, dieron de lleno con sus cañones, provocándole
averías considerables.
Las cuatro escuadrillas regresaban al continente cuando a las 11.17 despegaron otras dos, conformadas por cuatro Skyhawk A4C, de los que solo la mitad alcanzaría los objetivos.
Se trataba de los "Tero", uno de cuyos numerales era el teniente Néstor López y los "Pato", guiados, guiados por el capitán Eduardo D. Almoño, con el capitán Jorge O. García como numeral y el primer
teniente Daniel F. Manzotti en calidad de escolta.
A las 12.45, mientras volaban sobre la Gran Malvina, el
líder "Tero" y su segundo numeral sufrieron desperfectos mecánicos y
tuvieron que regresar. En vista de ello, el teniente López se incorporó a
la sección "Pato" y continuó hacia los objetivos, guiado ahora por el
capitán Almoño. Fueron
interceptados por una PAC de Harrier sobre el caserío Chartres y en el
combate que se entabló, tanto el teniente López como el primer teniente
Manzotti fueron alcanzados por misiles Sidewinder y perecieron. Los
aparatos británicos pertenecían al Escuadrón 800 (portaaviones "Hermes")
y estaban allí para contener las constantes oleadas que
llegaban desde el continente.
Como los A4 no iban armados con proyectiles aire-aire, los
pilotos sobrevivientes emprendieron el regreso creyendo ver a uno de los
aviones enemigos estrellarse en Many Brang House, al sur del Cerro
Independencia, posiblemente uno de los ocho Sea Harrier que los británicos
declararon accidentados al término de la guerra.
A
las 13.06 llegaron los tres Skyhawk A4B de la sección
“Pico”, encabezados por el capitán Hugo Ángel del Valle Palaver, a quien
escoltaban el teniente Daniel E. Gálvez y el alférez Hugo E. Gómez. Al
no detectar los blancos, los pilotos emprendieron el regreso a
San Julián, donde aterrizaron pasadas las 13.30.
Cuarenta y ocho minutos después despegó la sección “Ratón”,
al mando del capitán Guillermo Donadille (avión matrícula C-403), quien tenía
como numerales al mayor Gustavo A. Piuma (avión matrícula C-404) y al primer
teniente Jorge Senn (avión matrícula C-407).
Esta nueva formación, perteneciente al Grupo 6 de Caza y
Ataque, llegó a San Carlos a las 14.58 y casi enseguida fue interceptada por
los Sea Harrier de los tenientes Nigel Ward (avión matrícula ZA175) y Steve
Thomas (avión matrícula ZA190), quienes habían despegado del “Invincible” a las
14.12 (17.12Z) para vigilar los alrededores del monte María, en la Gran Malvina.
A las 14.50 (17.50Z), las dos formaciones se trabaron en
combate.
Thomas se lanzó sobre Piuma, que volaba un tanto rezagado,
disparándole con sus cañones sin alcanzarlo. Cuando lo tuvo a tiro, le lanzó
un Sidewinder AIM9L que tras una prolongada trayectoria impactó en el avión y
lo hizo estallar, aunque el piloto logró eyectarse.
En ese preciso momento, Donadille hizo un pronunciado giro
en acenso hacia el este pero no pudo evitar que las ráfagas de Thomas
alcanzasen su ala derecha. Mientras eso sucedía, le llegó la voz del primer teniente Senn alertándolo
sobre la proximidad de Ward.
El Dagger de Piuma caía en tanto Donadille y Thomas quedaron
enfrentados. El argentino le disparó, creyendo que se trataba de Ward pero un
nuevo Sidewinder hizo estallar su avión.
Su aparato envuelto en llamas comenzó a caer, pero el aviador logró
eyectarse a tiempo y al igual que el mayor Piuma, se posó con su paracaídas
sobre una región próxima al puente de Green Hill (Colinas Verdes), junto al río
del mismo nombre.
El avión de Piuma se estrelló al sudoeste del monte Rosalía
(isla Gran Malvina), a mitad de camino entre el estrecho y la bahía del Río
Verde.
El piloto descendía maltrecho, colgado de su paracaídas,
cuando perdió el conocimiento. Tenía traumatismo de tórax, hundimiento del
esternón, la cuarta y quinta vértebra lumbar fracturada, un fuerte golpe en el
tobillo y pérdida parcial de la vista en el ojo izquierdo.
Recobró el conocimiento ni bien tocó tierra y lo primero que
notó fue sangre en su boca y la falta del casco, pero lo invadía
la alegría de estar vivo, razón por la cual, mirando primero el sol y luego el
pasaje circundante, se sintió revivido y se lo agradeció a Dios.
Enseguida se dio cuenta que se hallaba en la ladera de un
cerro y que algo más abajo corría un riacho donde abrevaban unos patos
salvajes. Comenzó a arrastrarse en esa dirección, desesperado por calmar la sed
y al llegar a la orilla, tras unos minutos que le parecieron horas (tal vez lo
fueron), se llevó el líquido a la boca y eso no solamente lo animó, sino incluso, le
sirvió para controlarse.
El teniente Senn no tuvo mejor suerte. Cuando sus compañeros
caían, cambió el rumbo a gran velocidad e hizo un pronunciado giro de este a
oeste con la intención de evadirse en esa dirección, pero al sobrepasar la isla
Calderón fue víctima de uno de los Sidewinder del teniente Ward.
Con su jet convertido en una bola de fuego, el argentino no
tuvo más remedio que eyectarse, aterrizando
con su paracaídas al norte de la Gran Malvina. Sería rescatado y trasladado a
Puerto Argentino por un helicóptero Bell 212 de la FAA, junto al mayor Piuma, el
capitán Donadille y Jeff Glover, piloto británico abatido por efectivos de la
compañía de Comandos 601 en Puerto Howard.
De regreso al “Invincible”, Ward y Thomas alcanzaron a divisar a la escuadrilla de A4Q navales del capitán
Alberto Philippi que en esos momentos se dirigía hacia la bahía bordeando el estrecho de
sur a norte.
Su intención fue perseguirlos pero al no darles alcance, notificaron al portaaviones para que alertase a otras
PAC y pusiese sobre aviso a las unidades navales que operaban en San Carlos.
Los pilotos ingleses perdieron contacto entre sí, por lo que
según las versiones británicas, al posarse en la
cubierta a las 15.30 (18.30Z), Ward se encontró con el avión del recientemente aterrizado Thomas en
reparaciones. Al parecer, la máquina fue alcanzada por fuego antiaéreo
en Puerto Howard pero estuvo operable veinticuatro horas después.
A poco de la incursión del capitán Philippi, la sección
“Laucha”, integrada por otros tres Dagger al mando del mayor Luis Alberto Puga,
el primer teniente Mario Miguel Callejo y el primer teniente César F. Román,
llegó al estrecho portando bombas de 500 kg, con la misión de
atraer el potencial de fuego del enemigo y permitir el paso de las
formaciones restantes.
A las 14.45 (17.45Z), Puga y Román se lanzaron sobre el
“Brillant” arrojándoles sus cargas y acribillando su estructura con sus cañones.
Las primeras erraron por poco pero las ráfagas provocaron daños y heridos
graves, especialmente en el cuarto de operaciones, donde el oficial de
dirección de cazas fue alcanzado en el brazo.
El primer teniente Callejo atacó una segunda fragata que no
pudo identificar y luego, uniéndose a sus compañeros, emprendió el regreso,
dejando detrás daños de consideración. Cuando aterrizó en San Julián, sus
camaradas, pilotos, técnicos y personal de la base, los estaban esperando para
darles una jubilosa bienvenida.
Para muchos autores, el Sea Harrier de Thomas fue alcanzado
por las descargas del capitán Donadille ya que la aeronave llegó al “Hermes”
con su navegador aéreo táctico destruido y su equipo de radio fuera de
servicio. Para los ingleses, fueron las baterías antiaéreas de Puerto Howard
las que lo dañaron aunque todo parece indicar que la primera versión es la
correcta.
Analistas argentinos como el comodoro Rubén Oscar Moro,
sostienen que poco antes de alcanzar en el portaaviones, el Sea Harrier cayó al
mar y que el Reino Unido pudo haber blanqueado esa versión en 1985 al confirmar que sus averías fueron producto de impactos de 30 mm. Según su opinión, los
británicos pudieron hacer pasar por accidente lo que en realidad fue un derribo
aire-aire pero sus teorías, intentando adjudicar el mérito del hundimiento del
“Sheffield” a la Fuerza Aérea
(arma a la que pertenece) en desmedro de la Aviación Naval, como si se
tratase de una competencia deportiva, restan validez a sus opiniones12.
La
batalla de San Carlos insumió todo el día 21. Comenzó en la madrugada
con el desembarco británico y el combate terrestre con la
sección del teniente primero Esteban y finalizaría dos días después, con
terribles pérdidas por ambas partes.
Notas
1 Eddy, Linklater, Gillman, Una cara de la moneda, Hyspamérica, 1983, p. 288.
2 En el tercer tomo de la Historia de la Aviación Naval Argentina,
en el capítulo referido a la guerra de Malvinas, se lee en una parte
que al ser puesto en marcha el avión de Talarico quedó sin servicio y en
otra que al momento e ser abordado presentaba una rueda completamente
desinflada.
3 Rodney A. Burden, Michael I. Drapper, Douglas A. Rouge, Colin R. Smith y David A. Wilton, Malvinas. La Guerra Aérea (Falklands Air War), fascículo 1, p. 12.
4 César Turturro, Malvinas, la guerra desde el aire,
documental, 2009.
5 Crippa nació en
Arrufó, provincia de Santa Fe, el 27 de enero de 1951. Hoy una calle del pueblo
lleva su nombre.
6 César Turturro,
ídem.
7 Eddy, Linklater, Gillman, Op. cit.
8 Entre los técnicos y
pilotos del Eje que llegaron para trabajar en la Argentina de Perón,
figuran, además de los nombrados, los hermanos Henrici, el francés Emile
Dewoitine, el italiano Cesare Pallavecino, el polaco Ricardo Dyrgalla, el
controvertido físico nuclear austríaco Ronald Richter y muchos más.
9 Rodney A. Burden, Michael I. Drapper, Douglas A. Rouge, Colin R. Smith
y David A. Wilton, op. cit.
11 Iban armados con una bomba MK-17 y cañones de
30 mm
cada uno.
11 Su cuerpo nunca fue
hallado.
12 Moro también negó el
ataque argentino al supertanquero norteamericano “Hércules”, aduciendo cuestiones
superficiales como el cobro del seguro por parte de sus propietarios. Hoy se
sabe perfectamente que un Canberra y un Hércules configurado como cazabombardero llevaron
a cabo el ataque.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur