miércoles, 19 de junio de 2019

LA MEDIACIÓN PERUANA

Fernando Belaúnde Terry, presidente de Perú


Finalizada la reunión del Organo de Consulta de la OEA el 28 de abril; conocida la postura de Estados Unidos por boca del propio Alexander Haig, el ministro de Relaciones Exteriores peruanoJavier Arias Stella, se comunicó telefónicamente con Frank Ortíz, embajador de los EE.UU. en su país, para expresarle sus temores de un conflicto de dimensiones y ofrecer sus oficios para iniciar conversaciones de paz.

Arias Stella también llamó a Costa Méndez a efectos de tantear los ánimos de la Junta Militar argentina y ver cual era su reacción. Esa misma noche, el presidente de Perú, arquitecto Fernando Belaúnde Terry, mantuvo una prolongada charla con el secretario de Estado norteamericano y le propuso su mediación a efectos de lograr una solución pacífica de la crisis.

El 1 de mayo, muy temprano, mientras noticias procedentes del Atlántico Sur recorrían el mundo dando cuenta del reinicio de las hostilidades, Belaúnde volvió a comunicarse con Haig para saber cual era su parecer. El funcionario norteamericano, que conocía la histórica amistad entre Lima y Buenos Aires, aceptó y le pidió a su interlocutor que se comunicara con Galtieri. 

De esa manera, el mandatario peruano y el secretario de Estado norteamericano se pusieron a trabajar en un borrador basado en la propuesta elaborada por el segundo, intentando suavizar los puntos en los que la Argentina se mostraba inflexible. 
La posición Belaúnde era clara. Preocupado por el cariz que tomaban los acontecimientos y ante el fracaso de la mediación norteamericana, había decidido intervenir personalmente para detener el choque armado.
Durante las conversaciones, Haig le dijo que como militar de carrera sabía que los ingleses acabarían por vencer. Solo era necesario un simple análisis para comprenderlo. Habían enviado un centenar de barcos y si le hundían uno tendrían tres para reemplazarlo, como los brazos de la Hidra . Además, contaban con armamento mucho más sofisticado y moderno que los argentinos, por más valientes que fueran, no podrían contrarrestar.
A lo largo de aquel día, especialmente por la mañana, Belaúnde Terry intentó contactar sin éxito a Galtieri hasta que finalmente, lo consiguió.
En un diálogo educado pero directo, el peruano transmitió los siete puntos de su proposición, los cuales fueron enviados vía télex a su embajada en Buenos Aires. Una vez recibidos su titular, Luis Pedro Sánchez Moreno, se dirigió a la Casa Rosada para entregárselos a la Junta Militar y esta precedió a analizarlos. Los mismos establecían:

1- Cese inmediato de las hostilidades.
2- Retiro mutuo y simultáneo de las fuerzas.
3- Presencia de representantes ajenos a las partes involucradas en el conflicto para
    gobernar las islas temporariamente.
4- Los dos gobiernos reconocerían la existencia de posiciones discrepantes sobre la
    situación de las islas.
5- Los dos gobiernos reconocerían que los puntos de vista y los intereses de los
    habitantes de las islas deberían ser tomados en cuenta en la resolución definitiva del
    problema.
6- El grupo de contacto que intervendría de inmediato en las negociaciones para
    implementar el acuerdo estaría compuesto por Brasil, Alemania Federal, EE.UU. y
    Perú.
7- Antes del 30 de abril de 1983 se debería llegar a un acuerdo definitivo bajo la
    responsabilidad del grupo de países anteriormente mencionados.

Cuando Costa Méndez terminó de leer parecía entusiasmado pero advirtió que debería hacer un gran esfuerzo para convencer a su gobierno. Estaba seguro de que todo se ajustaba a la perfección salvo el punto 5, donde se hacía referencia a los intereses de los isleños, principal argumento que esgrimían los británicos para justificar su soberanía. Ahí, precisamente, parecía haber dificultades.
Haig hizo lo propio con el canciller del Reino Unido al que llamó telefónicamente para leerle la propuesta y de paso, hacerle saber “su punto de vista”.
Pym escuchó atentamente y tras una breve consulta con su equipo, se manifestó intransigente. Gran Bretaña solo admitiría hablar de los “deseos” de los isleños, es decir, incorporar ese término en el texto en tanto la Argentina pedía cambiar el mismo por “aspiraciones”. La intransigencia británica obligaría a volver al proyecto original.
Otra cuestión difícil fue el debido reconocimiento de la soberanía argentina, que en el texto no estaba muy claro.
Así estuvieron las cosas, entre idas y vueltas, llamado tras llamado, hasta la mañana del 2 de mayo cuando después de varios intentos, Belaúnde logró hablar con Galtieri y le exigió una respuesta inmediata.
El argentino respondió con evasivas mientras organizaba una reunión de la Junta para cederle a Costa Méndez la responsabilidad de la negociación.
La Argentina se mantuvo firme en su posición de no incluir la palabra “deseos” y en que Estados Unidos no integrase el grupo de países garantes estipulado en el punto Nº 6. Gran Bretaña, por su parte, “contraatacó” solicitando la exclusión de Perú y exigiendo priorizar la voluntad de los pobladores de Malvinas por sobre todas las cosas.
Al tiempo que dialogaba con Galtieri, el presidente peruano iba informando los resultados a Washington por otro teléfono, con Haig como interlocutor quien, a su vez, tenía al recién llegado Francis Pym a su lado.
A esa altura todo parecía indicar que Costa Méndez se manifestaba de acuerdo con la propuesta, asegurando que la Junta Militar argentina intentaba flexibilizar su posición.
Parecía todo encaminado, con Buenos Aires dando indicios de que votaría favorablemente y Gran Bretaña aceptando los términos. Belaúnde había logrado convencer al gobierno argentino de que la expresión “deseos” era fácilmente reemplazable por otra que, traducida, dejaba las cosas de igual manera y eso sirvió para descomprimir la tensión, o al menos mantener la esperanza. Después de una nueva lectura, el canciller porteño le dijo al presidente peruano que si lograban ajustar un par de cuestiones el proyecto podía llegar a funcionar y éste se apresuró a informárselo al titular del Departamento de Estado.
Aquella tarde ambos funcionarios volvieron a hablar y durante el diálogo, Belaúnde aseguró que el punto 5 sería modificado al incluir “Los dos gobiernos aceptarán tomar en cuenta los puntos de vista convenientes a los intereses de los habitantes”, lo que pareció caer mejor a los argentinos.
Cuando Belaúnde habló con Galtieri, creyó percibir un gesto favorable en el mandatario, una cierta insinuación de que la cosa era viable aunque, justo es aclararlo, no dijo una sola palabra que lo confirmase.
A las 16.30 el presidente del Perú volvió a llamar nuevamente al canciller argentino para solicitar una respuesta firme e inmediata. Lamentablemente, aquel no tenía nada para decirle por lo que el mandatario deslizó una frase que resultó sumamente inquietante: “Mire que me han dicho algo que puede llegar a suceder”. Años después, Costa Méndez lamentaría no haber prestado más atención a aquella expresión.
Evidentemente algo sabía el presidente de Perú, algo que intentaba transmitir pero no podía decir con claridad. De ahí su ansiedad y apuro.
Mientras tanto, en Londres, Margaret Thatcher se reunía con su consejo de guerra para deliberar. Y fue entonces que, a efectos de apurar la decisión argentina y romper su intransigencia, decidió junto a sus ministros y consejeros hundir al “General Belgrano”, orden que sería impartida y ejecutada pocas horas después.
Era el momento de mayor optimismo en los foros internacionales, especialmente en Buenos Aires, Washington y Lima.
La decisión del gobierno británico iba a desbaratar toda posibilidad de un arreglo diplomático en el preciso momento en que Belaúnde Terry estaba por lograr lo que Alexander Haig no había conseguido.
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