NUEVOS ENFRENTAMIENTOS EN CORDOBA
El sábado 17 de septiembre amaneció con las tropas del II Ejército, el Regimiento 14 de Infantería, las III y V División de Caballería y la Escuela de Mecánica del Ejército confluyendo sobre la provincia de Córdoba mientras la I y II División de Ejército y la Agrupación de Montaña Neuquén, hacían lo propio sobre Puerto Belgrano y Bahía Blanca, en apoyo del Regimiento 5 de Infantería, que había resistido los embates del día anterior.
Para
entonces, las fuerzas militares de todo el país habían sido puestas en
alerta; en el norte la V División de Salta junto al Regimiento 5 de
Caballería y el Regimiento 5 de Artillería; en Tucumán el Batallón de
Comunicaciones 5 y el Regimiento 19 de Infantería; en Catamarca el
Regimiento 17 de Infantería; el Regimiento 15 de Infantería en La Rioja y
el Regimiento 18 de Infantería en Santiago del Estero. Todos ellos
fueron movilizados y los que componían la V División de Ejército
embarcados en ferrocarril para dirigirse a Córdoba en apoyo de las
fuerzas del general Morello estacionadas en Alta Gracia.
Morello
aguardaba expectante el arribo del Regimiento 12 de Infantería,
procedente de Santa Fe y al Grupo de Artillería Antiaérea Liviano que
venía desde Guadalupe, ambos al mando del general Miguel Ángel Iñíguez
así como las tropas del II Ejército que desde el sur avanzaba al mando
del general José María Sosa Molina.
La
tensión era tal, que numerosas legaciones extranjeras, entre ellas la
de Chile, suspendieron actos y ceremonias en espera del desarrollo de
los acontecimientos. Mientras tanto, en la ciudad de Córdoba la tensión
se hizo más notoria cuando obreros armados ocuparon nuevamente el
edificio de la CGT, abandonado por el Ejército el día anterior. Para
contrarrestar esa presencia y recuperar el edificio volvió a ser
comisionado el subteniente Gómez Pueyrredón, quien partió al frente de
sus efectivos, reforzados por elementos civiles.
Al
llegar al sector, ordenó a su gente que lo siguiera y así se introdujo
en una clínica cercana desde cuyos techos pasó al edificio sindical. Fue
entonces que se desató un nutrido intercambio de disparos en el que el
joven oficial cayó gravemente herido sobre las terrazas de la CGT. Al
verlo tirado, con el rostro ensangrentado, sus hombres parecieron cobrar
vigor y arremetieron disparando con furia contra los sindicalistas,
logrando su rendición a los pocos minutos. Los sindicalistas abandonaron
la sede con las manos en alto y a empellones fueron conducidos hasta
unos los camiones que los llevarían a prisión.
Durante
la noche del 16 al 17 de septiembre, elementos infiltrados por el
comando rebelde informaron al general Morello que las tropas
revolucionarias preparaban un vigoroso ataque a sus posiciones y eso
decidió a su comando a volver a movilizarse dejando los vehículos de su
agrupación en Alta Gracia a efectos de simular que las tropas aún
permanecían allí, las tropas se retiraron hacia Anizacate, donde el Río
Primero le serviría de obstáculo y en ese punto se dispusieron a dar
batalla.
A
tal efecto, antes de partir, Morello ordenó a los jefes del Regimiento
14 de Río Cuarto que trajeran hasta el lugar el armamento automático del
Arsenal Holmberg y solicitó al general Juan José Valle en Buenos Aires,
el envío de una columna de refuerzo con sus servicios de retaguardia
completos, es decir, el hospital de campo, elementos sanitarios, las
cocinas rodantes, víveres y aguateros motorizados, petición a la que se
le dio curso de inmediato.
Cuando
Morello llegó a Anizacate se encontró al Batallón 4 de Comunicaciones y
las posiciones de la Fuerza Aérea en Parque Sarmiento que habían sido
duramente hostigadas por los cazas rebeldes el día anterior y al Grupo
de Artillería Antiaérea Liviano al mando del coronel Benito Eduardo
Trucco, procedente de San Luis como avanzada del II Ejército.
Acababa
de mantener comunicación con el general Francisco Imaz, que le informó
que ya habían sido despachados en su apoyo los refuerzos de la Escuela
de Mecánica del Ejército con sus blindados (al mando del coronel
Ercolano) y sabía que desde San Juan continuaban su avance el
Destacamento de Montaña 3 (unos 1200 efectivos), el Batallón I
procedente de El Marquesado y el Batallón II de Calingasta, fuerzas que
harían su arribo a Mendoza a las 17.00 horas. El día anterior, el
general Iñíguez se había reunido con el general Sosa Molina para recibir
las instrucciones emitidas por el Comando de Represión en Buenos Aires.
Se había decidido reunir a todas las fuerzas disponibles, aún a costa
de una demora de dos o tres días para llevar a cabo un ataque frontal
sobre Córdoba, tanto desde Cuyo como desde el litoral.
Movilizada
desde el mediodía del 16, la Agrupación de Montaña Cuyo penetró en la
provincia de San Luis en la madrugada del 17, con el general Héctor
Raviolo Audisio a su frente. Cuando Sosa Molina volaba hacia Córdoba
para reunirse con Morello en Anizacate y transmitirle las órdenes
emanadas desde Buenos Aires.
General José María Sosa Molina |
Ausente
Sosa Molina de San Luis, se produjo la sublevación del II Ejército a
las órdenes del general Eugenio Arandía cuyo segundo en el mando era el
teniente coronel Mario Fonseca, ello tras un violento intercambio de
disparos en el sector de la Comandancia y sus inmediaciones, de resultas
del cual, cayó herido en una pierna el capitán Farmache, leal al
gobierno.
A
efectos de neutralizar su accionar, el Comando de Represión ordenó la
movilización del Regimiento 11 de Infantería de Rosario que al mando del
teniente coronel Enrique Guillermo Podestá, hacía maniobras en San
Nicolás de los Arroyos.
La
misión que se le encomendó fue regresar lo más rápido posible y
alistarse en su guarnición para dirigirse desde allí a Villa María, por
la Ruta Nº 9, hasta Villa María y una vez en ese punto seguir hasta Río
Cuarto a efectos de comprobar si por ese sector habían pasado tropas
rebeldes en dirección a Berrotarán, localidad situada en el camino de
Alta Gracia. En ese punto, el teniente coronel Podestá se subordinaría
al general José Alejandro Falconier y procedería a interceptar cualquier
avance del enemigo replegándose hacia el norte ante cualquier ataque, a
los efectos de cubrir la retaguardia de las tropas que, atacarían la
ciudad de Córdoba procedentes del sur.
Mientras
tenían lugar estos movimientos, las fuerzas rebeldes transmitían sus
propios comunicados desde la estación de radio LV2 de la localidad de
Ferreyra, con el propósito de contrarrestar la propaganda gubernista que
daba por derrotado al movimiento.
“La Voz de la Libertad”,
comenzó a emitir a primera hora, poniendo especial énfasis en la
política dictatorial de Perón, en los abusos del régimen y en la quema
de la enseña patria.
Temerosos
de que las fuerzas peronistas intentasen recapturar el “bastión”, los
rebeldes instalaron ametralladoras, una en los techos y dos en tierra, a
ambos lados del edificio, protegidas ambas por puestos de vigilancia
organizados con cadetes de Aeronáutica y comandos civiles.
Las
medidas no fueron desacertadas ya que grupos de militantes peronistas,
casi todos miembros de la CGT, intentaron aproximarse al sector. Varios
de ellos cayeron muertos y otros resultaron heridos, al ser repelidos
por la metralla.
Temeroso
de verse rodeado por las fuerzas enemigas, el general Lonardi dispuso
abandonar la Escuela de Artillería y desplazar a todos sus efectivos
hacia su par de Aviación Militar, dada la creciente concentración
enemiga en torno a ellos. De ese modo colocaba a sus tropas en mejor
posición y, de paso, aseguraba las pistas de aterrizaje, dando tiempo a
los generales Lagos y Aramburu para iniciar su marcha y alentar el
alzamiento de otras guarniciones en el interior.
Se
formó entonces, una extensa columna de camiones y ómnibus que,
alrededor de las 11.00, comenzó a evacuar las instalaciones. Casi al
mismo tiempo despegó a bordo de un Percival, el capitán Luis Ernesto
Lonardi, con la misión de reconocer las posiciones del general Morello y
prevenir cualquier ataque sus fuerzas.
Ese
día, la actividad aérea comenzó temprano cuando las 01.45 un segundo
Percival despegó en pos del enemigo. Tras detectarlo al noroeste de la
Escuela de Aviación Militar regresó, aterrizando a las 03.15. A las
05.00 un AT-11 lanzó bengalas con el objeto de observar el
desplazamiento de las tropas gubernamentales. Una hora y media después,
un avión Fiat efectuó exploración entre la Escuela de Aviación Militar y
Río Tercero, detectando una columna de 25 camiones militares y piezas
de artillería que avanzaba a la altura de Anizacate, en dirección a Alta
Gracia. A las 07.00 otro AT-11 realizó observación entre la mencionada
escuela y la fábrica Kaiser,
bombardeando con napalm al Regimiento 13 que se aproximaban
amenazadoramente a la Escuela de Artillería, En ese mismo momento, un
Fiat sobrevolaba el área comprendida entre Jesús María y Piquillín en
busca de las avanzadas enemigas.
El
Regimiento 13 recibió un nuevo ataque con napalm a las 07.20 y diez
minutos después, un monomotor Fiat detectó movimiento de tropas por el
camino de Dean Funes, siendo repelido por fuego antiaéreo cuando efectuó
una pasada rasante para arrojar panfletos.
A
las 07.50 el mismo AT-11 que había bombardeado al Regimiento 13, hizo
reconocimiento entre Anizacate y Alta Gracia y a las 08.00 uno de los
cinco Avro Lincoln al comando del capitán Ricardo Rossi despegó llevando
a bordo a un teniente como observador, para bombardear esas fuerzas.
Cuando la máquina enfilaba hacia las tropas gubernamentales fue recibida
por intenso fuego antiaéreo, resultando alcanzada por un proyectil de
40 mm a la altura del radar.
El
aparato se elevó hasta los 4000 metros de altura para esquivar los
disparos y al ver la imposibilidad de bombardear al enemigo, se retiró
hacia el aeropuerto de Pajas Blancas, donde hizo un aterrizaje de
emergencia.
La batalla se fue intensificando a medida que pasaban las horas.
A
las 08.10 un Percival despegó desde la Escuela de Aviación Militar para
efectuar reconocimiento. De regreso, el mismo oficial que piloteaba la
nave abordó un DL-22 y en vuelo rasante ametralló vehículos y tropas
leales a la altura de Malagueño. Casi al mismo tiempo, un nuevo Fiat
piloteado por un primer teniente y tripulado por un joven oficial del
Ejército, efectuó reglaje de tiro de artillería (08.15) en tanto media
hora después, otro Percival hizo observación a baja altura (08.50).
Eran
las 09.15 cuando un Fiat piloteado por el veterano piloto de pruebas de
la Fábrica Militar de Aviones Rogelio Balado sobrevoló el sector de
Alta Córdoba para observar los alrededores de la estación ferroviaria; a
las 09.50 otro Percival exploró las tierras que se extendían al oeste
de la Escuela de Aviación Militar y a las 10.00 despegó de la misma un
DL-22 para ametrallar tropas que se aproximaban por el oeste.
Veinte
minutos después un nuevo Fiat pasó entre Malagueño y Alta Gracia, en
dirección a Anizacate donde detectó una columna de diez camiones, sobre
la que arrojó panfletos antes de ser repelido por el fuego de cuatro
piezas de artillería antiaérea. La columna fue atacada a las 10.40 y
sobrevolada nuevamente por un AT-11, que también le arrojó panfletos,
seguido a las 11.10 por otro Fiat que exploraba el aérea entre Córdoba y
Ojo de Agua.
Cerca
del mediodía, un DL-22 que patrullaba el área recibió numerosos
impactos de piezas antiaéreas que le provocaron daños de consideración,
entre ellos, la rotura de su hélice, la perforación del colector de
escape y un cilindro, la destrucción del sistema eléctrico y daños en la
rueda trasera. El aparato debió regresar y hacer un aterrizaje de
emergencia con sus tripulantes ilesos.
Al
recibir la información de que un tren con tropas gubernamentales se
aproximaba desde el norte para reforzar a las tropas del general
Morello, el comando rebelde decidió volar con trotyl las vías férreas al
norte de Jesús María, despachando para ello un avión Percival con dos
oficiales a bordo, que debían llevar a cabo la misión.
El
aparato voló hasta el lugar y después de aterrizar en un camino de
tierra los comandos echaron pie a tierra y procedieron a colocar las
cargas para hacerlas detonar. Sin embargo, al intentar decolar, la
máquina sufrió un desperfecto en su motor y eso le impidió despegar. La
tripulación decidió abandonarla en medio del campo y regresar por sus
propios medios, pero cayeron prisioneros a poco de andar.
Para
entonces y a lo largo de toda aquella jornada, numerosos aviones
civiles, muchos de ellos de carga, se fueron incorporando a las filas
rebeldes, entre ellos un DC-3 y un avión de pasajeros de Aerolíneas
Argentinas, que fueron puestos al mando del comandante Alfredo Barragán,
piloto civil de la mencionada empresa e integrante de un comando
revolucionario. Según relata Isidoro Ruiz Moreno, este aviador hizo
traer desde Chile un Convair, transporte de envergadura que vino de
perillas a las fuerzas rebeldes, por sus múltiples capacidades. Tan
importantes resultaron esos aparatos, que el comodoro Krausse estableció
una guardia especial para evitar su sustracción o algún acto de
sabotaje por parte de elementos leales.
Promediando
la tarde, Krausse dispuso enviar a todos sus bombarderos pesados hacia
otras bases porque en Córdoba, no se les podía brindar el mantenimiento
que necesitaban. Las aeronaves debían trasladarse hacia sus nuevos
destinos y a su regreso, traer los repuestos y municiones que la
aviación de Lonardi necesitaba y por ese motivo mandó alistar a los
capitanes Cappelini y Rossi para que volasen hacia Espora. Los pilotos
debieron esperar antes de partir porque en esos momentos, al Lincoln
B-016 del primero debían quitarle sus cañones para los de un Gloster
Meteor que se habían dañado. El Lincoln había quedado prácticamente
inutilizado al ser perforado su tanque de combustible durante la
incursión de bombardeo al aeródromo de Coronel Olmedo.
Antes
de partir, Cappelini quiso conocer cual era la situación que imperaba
en esos momentos y por esa razón se dirigió a una de las dependencias de
la Escuela en la que el recién llegado mayor Juan Francisco Guevara estudiaba un mapa de la región.
Una
vez en el edificio, Cappellini solicitó autorización para entrar y
después de las salutaciones e rigor, le pidió al mayor un detalle de lo
que estaba ocurriendo. La respuesta que recibió lo dejó sumamente
preocupado ya que, según el oficial del Ejército, las fuerzas sublevadas
en esos momentos, era extremadamente dificil.
Cappelini
y Rossi volaron hacia Comandante Espora mientras un Avro Lincoln al
mando del recientemente llegado primer teniente Manuel H. Turrado
Juárez, hizo lo propio hacia Villa Reynols, para cargar bombas. En esos
momentos, la base puntana se hallaba en manos rebeldes (al mando del
mayor Celestino Argumedo), dado que el Comando de Represión había
retirado de allí a sus pilotos y aviones para concentrarlos en Morón.
El
avión de Turrado Juárez partió con su dotación completa, integrada por
el primer teniente Dardo José Lafalce, los tenientes Miguel Eduardo
Aciar, Guillermo Rodolfo Alaggia y Domingo Aldo Patrignani, el alférez
Aldo Luis Santi y los suboficiales Néstor Leoncio Martín, Pedro Boris
Timorín (mecánico aviador), Martín Antonio Rivadera, Ramón Elía
Quinteros y Augusto Lecchi. Una hora después de su partida, cuando
sobrevolaba la ciudad de Río Cuarto en dirección a San Luis el
gigantesco bombardero comenzó a presentar fallas mecánicas y se
precipitó a tierra, pereciendo sus diez tripulantes. De ese modo, la
Fuerza Aérea Argentina sumaba nuevos mártires en acciones de guerra.
General. Miguel Ángel Iñíguez |
Aprovechando
las últimas luces del día, Weber despegó a bordo de un Gloster Meteor,
enfilando directamente hacia las posiciones enemigas. Al cabo de unos
minutos estableció contacto con sus tropas y se abalanzó sobre ellas
efectuando una pasada rasante que las tomó completamente desprevenidas.
Mientras disparaba sus cañones de 20 mm, pudo ver a los soldados
arrojarse a ambos lados del camino para ponerse a cubierto.
El
piloto rebelde inició un pronunciado giro y enfiló en sentido inverso,
volando a baja altura y disparando intermitentemente. Esta vez el
enemigo lo esperaba y devolvió el fuego con sus piezas antiaéreas. Weber
no olvidaría más aquella escenas, con los proyectiles pasando a escasos
centímetros de su aparato, como si se tratara de fuegos artificiales.
Agotó todos sus cargadores y se retiró ileso rumbo a la Fábrica Militar
de Aviones dispuesto a reportar los pormenores de su incursión. Era su
primera experiencia de guerra y por esa razón, cuando se presentó a sus
superiores, se hallaba tremendamente excitado.
Detrás de él partió el primer teniente Rogelio Balado1
con igual misión. Sin embargo, en esta oportunidad, las tropas
peronistas estaban alerta y lo recibieron con nutrido fuego de
artillería cuyos resplandores se vieron en el anochecer, desde la
Escuela y la Fábrica de Aviación. El veterano piloto de pruebas regresó
con una veintena de impactos, pero aterrizó sin inconvenientes.
Quien
se hallaba notablemente contrariado por las deserciones de los Avro
Lincoln era el brigadier Juan Fabri, comandante de la Base Aérea de
Morón. La actitud de los pilotos rebeldes lo había enfurecido
notablemente y deseaba castigarlos “como se merecían”, enviando hacia
Córdoba a una formación de cazas para derribarlos. Cuando le comentó la
novedad a su segundo, el mayor Daniel Pedro Aubone, este se manifestó de
acuerdo, observando únicamente que debido a la ininterrumpida sucesión
de misiones de aquel día, los pilotos leales estaban extenuados. Fabri
le dio la razón y cuando le preguntó si se animaba a encabezar el
ataque, este le respondió que sí.
-¡Por supuesto que me animo. Toda mi vida me preparé para este momento!
Fabri
le ordenó entonces elegir sus pilotos y las designaciones recayeron en
el capitán Amauri Domínguez y el comandante Eduardo Catalá, quienes de
inmediato iniciaron los aprestos para iniciar el vuelo mientras el
personal de tierra proveía a los aviones de tanques suplementarios para
extender su radio de acción y los dotaban de municiones perforantes,
incendiarias, trazantes y de 20 mm.
De
acuerdo a la explicación previa en la sala de prevuelo, los pilotos
debían volar en un aparato de carga hasta el aeródromo de Las Higueras,
próximo a Río Cuarto, para apoderarse de los Gloster Meteor rebeldes que
allí se alistaban, privando al enemigo de un arma formidable. Ninguno
de los tres aviadores tenía experiencia de combate aunque en 1948 habían
realizado numerosas prácticas de tiro en Tandil, y recibido instrucción
del general del aire Adolf Galland, uno de los ases alemanes de la
Segunda Guerra Mundial contratados por Perón para organizar la Fuerza
Aérea Argentina. Galland había escrito un manual de adiestramiento en
uno de cuyos capítulos, detallaba como debía llevarse a cabo el ataque a
un aeródromo.
Anochecía
cuando los pilotos abordaron un transporte C-47 y despegaron hacia
Córdoba, acompañados por los armeros y mecánicos que integrarían su
personal de tierra. Lo que los tres ignoraban era que minutos antes el
capitán Fernando González Bosque los había “traicionado”, partiendo
hacia Córdoba en otro Avro Lincoln, con la intención de sumarse a la
revolución.
González
Bosque voló en plena noche y al llegar a destino, informó sobre la
misión que el Comando de Represión había planificado sobre el aeródromo
de La Higuera. El comodoro Krausse y su plana mayor comprendieron el
peligro que ello significaba y organizaron de inmediato un ataque para
inutilizar los cazas que había allí estacionados.
El
C-47 tocó tierra en La Higuera en la media noche del 16 y después de
cargar el avión con los pertrechos necesarios, la tripulación se fue a
dormir al casino de oficiales, sabiendo que al día siguiente les
esperaba mucha acción.
Por
causa de la tensión, fue poco lo que Aubone durmió; se levantó a la
mañana siguiente, muy temprano y al igual que sus compañeros procedió a
revisar minuciosamente su avión, poniendo especial atención en las
turbinas, el armamento y la mira.
Los mecánicos terminaban de alistar a los otros dos aparatos montaba una bomba voladora PAT-1 de fabricación nacional2
en el Avro Lancaster matrícula B-037 que piloteaba el capitán Eduardo
Di Pardo, con la que el Comando de Represión pensaba atacar las
posiciones del general Lonardi, disparándola desde una distancia de 30
kilómetros.
El
oficial trepó a la cabina de su Gloster con cierta dificultad, debido a
una vieja lesión que había sufrido el año anterior y una vez en el
interior, comenzó a sujetar sus correajes. En esos momentos había mucho
movimiento en la base, con los mecánicos y los técnicos yendo y viniendo
de aquí para allá, revisando los aviones, haciendo los últimos ajustes y
conectando las baterías a los motores para poner en marcha a los cazas.
Cuando
Aubone controlaba su tablero y los mecánicos se disponían a enchufar y
alistar los sistemas de encendido, apareció repentinamente el Avro
Lincoln del capitán Orlando Cappellini dispuesto a atacar. Con él
volaban un cadete de Aviación de 4º año que portaba una ametralladora de
mano para disparar desde la ventanilla y un artillero que tenía a cargo
la ametralladora de cola.
A
vuelo rasante, Cappellini pasó sobre la pista y luego se elevó, dando
tiempo al personal del aeródromo de ponerse a cubierto. Aubone
comprendió que había quedado completamente solo y que era blanco fácil
del atacante y por esa razón, cuando el bombardero efectuó su segunda
pasada, pensó que aquella era su última hora.
Una
bomba impactó de lleno en el Avro Lancaster B-037 y otra pegó a un
metro y medio de su ala izquierda, sin explotar (fue la única que no lo
hizo), hecho providencial que lo salvó por milagro.
El
Lancaster y su bomba de 1000 kilogramos se convirtieron en una bola de
fuego mientras el personal de tierra intentaba ponerse a cubierto no
solo de las balas enemigas sino de los restos del aparato que volaban en
todas direcciones.
Tras
descargar sus proyectiles, Cappellini comenzó a volar en círculos para
batir la zona con la ametralladora portátil que manipulaba el cadete de
4º año y con los cañones de 20 mm de cola. Aubone, cubriéndose
instintivamente la cabeza con las manos, sintió los impactos
repiqueteando a su alrededor, sin que ninguno lo tocase.
En
ese preciso instante apareció a gran velocidad un automóvil conducido
por el ingeniero asimilado Gauna Krueger, quien corrió hasta el avión y
en medio de las balas, ayudó al piloto a descender. Acto seguido,
corrieron ambos hacia el rodado y una vez dentro, se alejaron
rápidamente en dirección a un grupo de trincheras junto a las cuales, el
conductor frenó. A toda prisa descendieron y se arrojaron en su
interior encontrando allí a Domínguez y Catalá observando el último
ataque de Cappellini.
Aunque
muchos años después el piloto rebelde intentaría justificar su accionar
asegurando que no había sido su intención impactar a los Gloster, la
realidad es que su puntería falló debido a su falta de experiencia en
bombardeos a baja altura. Su misión era destruir a los cazas y para eso
había ido hasta Las Higueras.
El
ataque duró aproximadamente media hora y dejó como saldo el Avro
Lancaster incendiado y otro aparato averiado por las esquirlas.
Cuando
la alarma cesó, los mecánicos y el personal de tierra reaparecieron y
presas de la exitación exigieron a los gritos el derribo del atacante.
Habían vivido momentos de extrema tensión y angustia ya que en los
barrios inmediatos, tenían sus casas y sus familias.
-¡Mátelos,
señor - le pidieron a Aubone - liquídenlos a todos!
Sin
perder un instante, Aubone trepó a su avión y minutos después partió decidido
en busca del bombardero. No lo encontró pero su vuelo sirvió para corroborar la
excelente performance de los Gloster Meteor y demostrar a los rebeldes que
había aparatos leales dispuestos a repeler su acción.
De regreso en la base, le informaron que se hallaba al teléfono el
comodoro Casanova, subsecretario de la Fuerza Aérea,
solicitando la inmediata destrucción de la aviación rebelde.
-¡Esos
aviones pueden atacar Buenos Aires aún de noche y van a causar mucho
daño en la ciudad. Hay que destruirlos inmediatamente!
Era
evidente que el alto funcionario se hallaba impresionado por la noticia
del ataque y las consecuencias que podría acarrear el hecho de que las
fuerzas sublevadas dispusieran de semejante fuerza.
Aubone
y sus numerales se abocaron a la tarea de planificar un ataque al
aeródromo de Pajas Blancas, para neutralizar a los bombarderos pesados
enemigos porque a esa altura se sabía que la Escuela de Aviación Militar
carecía de capacidad suficiente para albergarlos y que la extensión de
la pista era insuficiente.
La
escuadrilla despegó a las 17.00 horas, volando a 700 kilómetros por
hora, en dirección al valle de Calamuchita en absoluto silencio de
radio. De acuerdo al plan de vuelo elaborado antes de decolar,
enfilarían hacia el valle de Punilla, a través del lago San Roque desde
donde se elevarían antes de caer sobre el blanco.
A
efectos de causar la menor mortandad posible, se desplazarían en
hilera, contrariando las enseñanzas de Galland, aún a riesgo de que el
avión que volaba detrás dañara a sus propios compañeros al abrir fuego.
Los
aparatos sobrevolaron el lago y cruzaron Cosquín, tomando altura sobre
el Pan de Azúcar para caer sobre Pajas Blancas desde ese punto. Mientras
lo hacían, detectaron bastante movimiento en torno a tres bombarderos
ubicados al costado de la pista, uno de los cuales, tenía su carga de
bombas a pleno y recibía combustible. Era el Avro Lincoln de Cappellini y
Rossi, recién llegado de Comandante Espora con el enlace naval Carlos
García Favre a bordo.
Los
Gloster se lanzaron sobre el objetivo, separados por una distancia de
1000 metros entre uno y otro, encabezados por el mayor Catalá, quien
abrió fuego en primer lugar alcanzando a los aviones mientras el
personal de tierra corría en todas direcciones busca ponerse a cubierto.
Cuando el guía se elevó, llegó disparando Aubone, impactando a dos de
los tres Avro Lincoln detenidos en plataforma, uno de los cuales se
tumbó hacia un costado con su rueda perforada. Le siguió el capitán
Domínguez disparando con sus cañones e inmediatamente después ganaron
altura para iniciar maniobras de evasión.
Mientras
efectuaban el ataque, los pilotos leales escuchaban a través de sus
radios las alarmas de la base y una interminable seguidilla de órdenes
provenientes de la torre de control, solicitando la salida de aviones
para interceptarlos.
(Imagen: Blog de las Fuerzas de Defensa de la República Argentina) |
En
momentos en que los cazas ganaban altura y emprendían la retirada a 900
kilómetros por hora, los disparos del numeral Domínguez alcanzaron
levemente al avión del mayor Aubone y al averiado Avro Lincoln del
capitán Rossi, que se hallaba posado en tierra, dañado por las baterías
antiaéreas durante el ataque al aeródromo de Coronel Olmedo. Dejaban
atrás un mar de confusión, dos de los tres Avro Lincoln destruidos y un
piloto rebelde herido.
Los
Gloster Meteor sobrevolaron la ciudad de Córdoba y aterrizaron en Las
Higueras, donde el personal de tierra los aguardaba expectante. Rodando
lentamente por la carpeta asfáltica dejaron a un lado la pista y con los
motores encendidos, introdujeron los aviones en uno de los hangares
especialmente acondicionado para ellos. Al descender, los pilotos y sus
mecánicos observaron con asombro la cola del Gloster de Aubone,
completamente perforada por los proyectiles de Domínguez y comprendieron
lo cerca que estuvo de ser abatido. Evidentemente, Galland tenía razón.
Sin
darles demasiado tiempo, el comodoro Daniel Cerri, jefe de los talleres
de la base, mandó alistar a los tres aparatos porque era previsible un
ataque rebelde. En el momento que impartía la orden, volvió a llamar
desde Buenos Aires el subsecretario de la fuerza, comodoro Casanova,
informando que una columna rebelde del II Ejército, estaba pronta a
llegar a Córdoba desde San Luis y que el aeródromo de La Higuera iba a
ser uno de los primeros puntos en ser ocupados. Casanova sabía que el
Regimiento 11 de Infantería no llegaría a tiempo para detener el avance y
por esa razón, ordenó a los tres pilotos retornar inmediatamente a
Buenos Aires y al comodoro Cerri inutilizar el resto de los aviones.
Se
decidió que Aubone, Catalá y Domínguez volarían de regreso en un
Beechcraft AT-11 sanitario que se hallaba estacionado en el mismo hangar
en el que habían guardado los Gloster, y a él treparon inmediatamente,
seguidos por el grupo de suboficiales que los había acompañado desde
Morón. Aubone ocupó el asiento del piloto, Catalá el del copiloto y
después de encender los motores, ganaron el exterior y comenzaron a
rodar hacia la cabecera de la pista.
En
ese preciso instante un Calquin rebelde llegó volando a baja altura
para arrojar una bomba que, aunque pegó cerca del Beechcraft, no impidió
que siguiera su marcha.
El
avión levantó vuelo en dirección a Río Cuarto, justo cuando el Calquin
pasaba a su lado y le disparaba. Aubone se pegó al suelo y de ese modo
evitó que el avión rebelde volviese a ametrallarlo y se lanzase tras él.
Era
de noche cuando dejaron atrás la provincia y se internasen en Santa Fe
volando siempre a baja altura y prácticamente a ciegas porque el
radiogoniómetro no funcionaba. Ya en territorio bonaerense, encontraron
nubes bajas y recién al ver las luces de Chivilcoy lograron orientarse y
continuar hacia Morón.
La base aérea se hallaba a
obscuras y nadie respondía los llamados en previsión de posibles
ataques por parte de la cada vez más numerosa aviación rebelde. En vista
de ello, el capitán Catalá tomó el micrófono y después de darse a
conocer informó que si no recibía respuesta en el acto, se retirarían al
Uruguay. Ni bien terminó de decir eso, las luces de la pista se
encendieron y así pudieron aterrizar.
Una
vez en tierra, los aviadores fueron recibidos por el comodoro Fabri,
que se encontraba sumamente entusiasmado por el éxito de la incursión.
El oficial estaba resuelto a lanzar sobre Córdoba un ataque de mayor
envergadura, utilizando bombarderos Avro Lincoln y Avro Lancaster,
misión que se estaba programando para el día siguiente. Los mandos
leales estaban convencidos de que las fuerzas rebeldes carecían de
capacidad para contrarrestar esos ataques porque los pocos Gloster
Meteor de los que disponían carecían de repuestos y por consiguiente, no
estaban en condiciones de volar.
En
la tarde del 17 de septiembre se completó el traslado de las fuerzas
rebeldes desde la Escuela de Artillería a las de Aviación Militar y
Suboficiales de Aeronáutica. El general Lonardi se instaló en la primera
junto a su plana mayor y en la segunda, separada de aquella por la ruta
que unía a Córdoba con Villa Carlos Paz, lo hizo el comodoro Krausse
con los integrantes de su comando.
En
las últimas horas, las fuerzas revolucionarias habían reforzado el
perímetro defensivo de la guarnición, envolviendo dentro del mismo a
edificios, hangares, talleres, pistas de aterrizaje y terrenos anexos,
todo ello dentro de un radio de 360º. El mismo quedó al mando del
general Lonardi, secundado por su hijo y ayudante, el capitán Luis
Ernesto Lonardi y su igual en el mando, Ramón Eduardo Molina. El capitán
Daniel Correa fue designado oficial de Informaciones, el teniente
primero Miguel A. Mallea Gil, jefe de Comunicaciones, el teniente
primero Julio Fernández Torres encargado de la seguridad del Comando, el
coronel Arturo Ossorio Arana comandante del Grupo de Artillería, el
mayor Melitón Quijano jefe de su plana mayor y el mayor Enrique Rottjer,
encargado de Logística.
A
lo largo de aquella segunda, jornada se fueron incorporando elementos
civiles a quienes se fue proveyendo de armamento y se los destinó a
reforzar pelotones al mando de oficiales, lo mismo militares retirados o
fugados de las filas leales, entre quienes destacaban el teniente
coronel (R) Juan Carlos Cuaranta, su igual en rango Carlos Godoy, el
coronel Francisco Zerda, el capitán Alfredo Matteri, el mayor Enrique
Rauch, el teniente de navío Raúl Ziegler, el mayor Lisandro Segura
Lavalle y el teniente primero Carlos Goñi.
Mientras
en Córdoba se desarrollaban esas acciones, las tropas leales
continuaban su avance. Ello y la falta de noticias respecto a la
situación en el resto del país, preocupaban sobremanera al general
Lonardi y sus hombres especialmente después de saber que en las primeras
horas de la noche las columnas de la V División de Ejército, al mando
del general Aquiles Moschini, habían llegado por tren a Dean Funes y que
estaban dispuestas a entrar en acción. Integraban la misma el
Regimiento 15 de Infantería procedente de La Rioja, el Regimiento 18 de
Santiago del Estero, el 17 de Catamarca y el 19 de Tucumán,
conjuntamente con el Regimiento 5 de Artillería reforzado, procedente de
Salta, sede del Comando de la División, el Regimiento 5 de Caballería
de la misma provincia y el Batallón 5 de Comunicaciones de Tucumán.
Integraban
el alto mando del general Moschini su jefe de Estado Mayor, el coronel
Julián Trucco; su cuartel maestre, teniente coronel Carlos Augusto Caro y
el mayor Isola, a cargo de la División de Operaciones. Siguiendo sus
indicativas, elementos motorizados del Regimiento 18 procedieron a
reconocer el lugar y efectuar exploración en la zona de Jesús María con
el objeto de detectar unidades rebeldes.
Casi
al mismo tiempo, las tropas del general Miguel Ángel Iñíguez llegaban a
Monte Cristo, donde dispuso alojar a la tropa para que pasar allí la
noche, previa dispersión de su armamento y equipo en prevención de
ataques aéreos. Cerca de la medianoche, esas tropas recibieron dos
cañones Krupp 7.5 mm pertenecientes a la sección de Artillería del
Regimiento 12 y tres ambulancias enviadas por el Ministerio de Salud
Pública de la provincia de Santa Fe ya que, para el día siguiente, se
esperaban duros enfrentamientos.
Las acciones del día 17 en Córdoba se
reflejan claramente en los escritos de un combatiente, publicados en la revista
“Cielo” bajo el título “…del diario de un Cadete”. Dice el
mismo:
17 de septiembre
(sábado). Finalmente tomamos una posición provisoria para protegernos de algún
posible ataque enemigo. En realidad vivimos en un constante estado de alerta.
Se presume que viene avanzando el 14 de Río IVº y por esa causa nos pasamos la
mañana esperando. A eso de las 11:00 hs.
Se inicia el ataque…es el primer combate real en que actuamos y quien mas quien
menos, todos pensamos en que puede ser nuestra última acción en este mundo. Es
de admirar la rapidez con que cavamos la posición…en 30’ la terminé…y bastante honda
por cierto.
La infantería viene avanzando bajo un nutrido
fuego de obús y soportando el hostigamiento incesante de nuestros aviones. Esto
decide el combate.
Rendido el 14, se me ordenó plegarme con el
grupo a la sección del Alf. C…para ir a copar un grupo de unos 80 suboficiales
y civiles que estaban perturbando por detrás de los polvorines. Tampoco esta
vez tuvimos suerte, pues no encontramos más que animales…… Seguramente se
repliegan al enterarse que íbamos a combatirlos. Nos quedamos casi dos horas en
un rancho vacío. Todas las casas de los alrededores han sido abandonadas…los
animales están rabiosos de sed…hago lo imposible por procurarles agua. Vamos
morir una yegua que tiene un proyectil en los íjares. Probablemente del 12,7.
Utilizando el teléfono portátil se comunica
al comando que no hay novedad por esta zona. El 1er. Ten. F…, Jefe de nuestra
Ca., ordena el repliegue hasta los polvorines, donde embarcamos en camiones que
nos llevan a la Escuela
de Suboficiales. Llegados allí, vemos que, como en nuestra Escuela, hay gran
cantidad de civiles armados con gran variedad de armas y vestidos en forma muy
particular: un ‘cocktail’ de ropa civil, militar y policial.
Algunos lucen orgullosos sus ‘trofeos’:
gorras, sables, pistoleras y otros elementos tomados a la policía.
Bajamos a comer algo…nos dieron un sopón que
podía cortarse con cuchillo, pero el hambre era mucho y eso salva el éxito del
almuerzo. Mientras aguardamos nuestro regreso, conversamos con los aspirantes y
civiles que por allí encontramos. Por ellos nos enteramos que las emisoras
cordobesas, en nuestro poder desde ayer, hicieron un llamado pidiendo
voluntarios y la mayoría de los hombres en condiciones de armarse han sabido
responder a él. Nos relatan alternativas del combate que sostuvieron ayer junto
con los cadetes, aspirantes y soldados en la Jefatura de Policía.
Cuenta que con ellos se encontraban algunas mujeres, que arma en mano, daban
muestras de un valor que ennoblece a la mujer argentina. Uno de los sectores
donde la lucha fue más intensa fue por Barrio Pueyrredón donde la Policía opuso una tenaz
resistencia. Afortunadamente no hubo que lamentar la muerte de ningún
cadete…los aspirantes no tuvieron igual fortuna, pues dos o tres de ellos
perdieron la vida en la acción; sin embargo, el mayor número de bajas lo
tuvieron los civiles, que pagaron con la vida su fervor patriótico. La
población vitoreaba a nuestros muchachos y prestaba toda su colaboración
reafirmando así su identificación con los principios revolucionarios.
Luego de cambiar otras impresiones sobre lo
ocurrido en la ciudad, llegó la hora de nuestro regreso a la E.A.M. y nos despedimos de
ellos en un clima de profunda cordialidad…aunque pensando en la dureza de
nuestro pozo y en las emociones que ellos vivieran, con un dejo de envidia por
su suerte.
En la Escuela recibimos órdenes de hacer bañar a la
tropa y equiparla convenientemente. Con la eficaz colaboración de algunos
aspirantes, logramos hacerlo rápidamente y luego, otra vez a los camiones.
Ibamos viajando en dirección a la línea, cuando supimos de la alarma antiaérea.
Se presumía la aproximación de Gloster Meteor leales. Se ordenó tomar cubierta
completa a la tropa…En el desbande, muchos camiones quedaron dificultando el
tránsito y tuve que colaborar para despejar el camino. Con el ‘Tano’,
aprovechamos para hacer una ‘requisa’ a la Sala de Armas y retirar munición que nos será de
utilidad más adelante.
Pasada la alarma, sin que se produzcan
novedades (luego nos enteramos que el ataque aéreo se había realizado en Pajas
Blancas), aprovechamos el ‘impase’ para bañarnos y cambiarnos de ropa.
Nuevamente tomo mi grupo y lo conduzco al lugar donde se me comunicó se
extenderían nuestras líneas. Ya es de noche. Sobre el costado sur de la Escuela a la altura de la
cabecera de la pista nueva, comenzamos a cavar las posiciones…esto de construir
la posición en la obscuridad no es nada agradable: no se ve lo que se hace y el
trabajo resulta doblemente penoso y poco eficiente.
Cuando doy por terminado mi trabajo me doy
cuenta que se ha levantado una sudestada de esas que llegan a los huesos…y mi
grupo no tiene mantas. Entonces decido detener un camión que en ese momento
pasa en forma providencial por allí y con el permiso del Jefe de la Ca. me voy al Escuadrón de
Tropas.
El soldado no quiere conducir, pues dice que
no ve nada, y aquí estoy yo, con toda mi inexperiencia de motorista,
conduciendo un camión sin luces entre calles llenas de obstáculos. Pero no tuve
ningún inconveniente y pude llegar. La suerte me favoreció también en el
regreso, pues, aún no se como, me fui a detener justo en el puesto ocupado por
el Jefe de la Ca.,
y de allí fue un juego de niños llegar a mi posición. Mis soldaditos ya estaban
medio duros de frío. La noche se hace bastante ‘perra’ pues las posiciones son
malas y el viento sopla muy fuerte…por fortuna acallamos el estómago con un
buen plato de locro caliente. El amanecer ansiosamente esperado por fin llega
aunque sin el ansiado sol…El día es nublado y frío.
Notas
1 Pese a tratarse de uno de los más reconocidos pilotos de prueba de la Fábrica Militar de
Aviones, Rogelio Balado se volcó decididamente a la revolución. Experimentado
piloto de caza de la
Fuerza Aérea Argentina, comenzó su carrera en Córdoba, en 1952
después de la trágica muerte de Otto Behrens, veterano de la Luftwaffe y piloto de
prueba del equipo de Kurt Tank, voló los prototipos Pulqui I y Pulqui II, el
planeador IA-37 y el gigantesco transporte IA-38 Naranjero, antecedente
nacional de los poderosos Hércules.
2 El Proyectil Aéreo Teledirigido 1 era una bomba radioguiada aire-superficie
de elaboración nacional fabricada por la Sección Armas
Especiales de la
Dirección General de Fabricaciones Militares dependiente del
Ejército. En 1950, un equipo de técnicos alemanes y argentinos comenzó a
trabajar en su diseño bajo la dirección de los hermanos Henrici, ingenieros
aeronáuticos alemanes, con la asistencia en el diseño de los hermanos Mandel,
todos ellos técnicos de la
Alemania nazi captados por el régimen justicialista. Se
trataba de un proyectil de 500 kilogramos y 30
kilómetros de alcance que constaba de dos cuerpos, el mayor de 3,54
metros en el que e alojaba el sistema de guiado, la cámara de combustión y
la tobera de escape y el menor, de 2,52 metros, que llevaba los
carburantes (oxigeno y metanol).
Perón en persona supervisó los trabajos en 1952,
año en que comenzaron las pruebas. El 20 de octubre de 1953, durante una de
ellas, el Avro Lancaster B-036 piloteado por Werner Baumbach, otro veterano de
la aviación alemana, se precipitó a aguas del Río e la Plata, pereciendo su piloto,
uno de los hermanos Henrici y el radioperador argentino Viola. Otros tres
tripulantes lograron ser rescatados.
Publicado 20th January 2013 por Alberto N. Manfredi (h)