domingo, 23 de junio de 2019

LA VICTORIA


Llegada del Crucero "17 de Octubre" al puerto de Buenos Aires.  El almirante Rojas eufórico junto a su plana mayor

A las 10.30 de la mañana del 23 de septiembre de 1955, el crucero “General Belgrano” hizo su entrada en el puerto de Buenos Aires y media hora después amarró en la Dársena C, frente a la enfervorizada multitud que esperaba en los muelles agitando banderas y lanzando vivas a la victoriosa revolución.
Desde el puente de mando el almirante Rojas, observaba la escena conmovido mientras la muchedumbre aclamaba su nombre. Entre la gente aguardaban su esposa Lía Edith “Beba” Sánchez, con un gran ramo de flores en sus manos, llorando emocionada y sus hijas, María Lía y María Teresa quienes, a su vez, agitaban sus manos en señal de saludo (su hijo Gustavo Rojas, cadete naval, se hallaba embarcado con la Escuela.
Al descender a tierra, el almirante fue saludado calurosamente por la concurrencia y al cabo de media hora se encaminó hacia Aeroparque para recibir al presidente provisional de la República general Eduardo Lonardi, que en esos momentos viajaba desde Córdoba a bordo del DC-3 matrícula T-23 escoltado por tres Gloster Meteor.
El trayecto desde el puerto a la estación aérea fue una verdadera marcha triunfal, con la multitud agolpada a ambos lados de la Costanera, vivando y agitando banderas y símbolos patrios, entre ellos retratos del general San Martín y el Sagrado Corazón de Jesús. 

En el Aeroparque se hallaban presentes los generales Aramburu, Bengoa, Uranga, Forcher y Bergallo, quienes saludaron emocionados al marino, estrechándose en efusivos abrazos.
El DC3 en el que viajaba Lonardi tocó la pista a las 12.30, precedido por un avión de transporte que conducía a un pelotón de paracaidistas y detrás hicieron lo propio los tres cazas a reacción que en los días previos, habían tomado parte en los combates.
Cuando el jefe de la revolución salió por la compuerta, un griterío ensordecedor conmovió el lugar. Rojas y los generales lo esperaban al pie de la escalerilla y todos se estrecharon en un fuerte abrazo, en medio de los vivas de la multitud.
El trayecto hasta la Casa Rosada se hizo a bordo de un vehículo descapotable y fue lo más parecido a un “triunfo romano” que viera Buenos Aires a lo largo de su historia. Al paso de los vehículos, la muchedumbre aclamaba a sus héroes, agitando banderas y arrojando flores. Y allí se vio a más personas que mostrando retratos de Nuestro Señor Jesucristo y del general San Martín, símbolos de la religión y la patria mancilladas intentaban acercarse a la caravana.
“A lo largo del trayecto, mezclados entre la concurrencia, estaban apostados marinos de diversa graduación, a los cuales el capitán de fragata de Infantería de Marina Juan García, había armado y dispuesto que vistieran de civil” explica Ruiz Moreno en su obra y luego añade: “El auto que conducía a Lonardi y Rojas, manejado por cadetes del Colegio Militar, solo podía avanzar por Paseo Colón, aproximándose a la plaza de Mayo, debido a que le abría paso un carrier del Ejército. Ocupaban el automóvil en su parte delantera los cadetes Auel, Fernández Sfeir y Lorenzo, este último, abanderado del Colegio”.
El Gral. Lonardi jura como
presidente de la Nación
Al subir la explanada de la Casa de Gobierno, el carrier que precedía al automóvil presidencial efectuó un giro brusco y aquel lo embistió, rompiendo uno de sus faros delantero. 
En la contigua Plaza de Mayo, la multitud enfervorizada reclamaba la presencia de los jefes revolucionarios, vivando a sus líderes, como en los más emblemáticos actos partidarios de la era peronista.
Lonardi, Rojas y la comitiva que los escoltaba subieron hasta el Salón Blanco que en esos momentos se hallaba colmado y allí prestaron juramento, el primero como presidente de la Nación y el segundo como vicepresidente. Acto seguido, la concurrencia entonó las estrofas del Himno Nacional e inmediatamente después prorrumpió en vivas y aplausos que las flamantes autoridades respondieron con su característica prudencia. Luciendo la banda presidencial y ostentando en su diestra el bastón de mando, el general Lonardi se asomó por el balcón de la Casa Rosada
acompañado por el almirante Rojas y el séquito de personas que los rodeaban. De ese modo, sonriendo satisfechos por el espectáculo que se veía desde lo alto, saludaron a la multitud que cubría Plaza de Mayo hasta donde alcanzaba la vista.
Un griterío ensordecedor se elevó desde el epicentro de Buenos Aires, escenario de tantos sucesos de la historia patria, al tiempo que decenas de miles de banderas argentinas (y muchas del Uruguay) flameaban aquí y allá, dando vida al lugar.
Lonardi habló a la multitud y esta respondió cada una de sus palabras con más vivas y aplausos y al finalizar, se retiró al interior del palacio de gobierno seguido por los altos jefes revolucionarios. Escenas similares se repitieron en Bahía Blanca, Córdoba, Mendoza y otros puntos de la Nación donde la ciudadanía opositora salió a las calles para expresar su júbilo y alegría.
No muy lejos de donde se desarrollaban esos acontecimientos, a bordo de la cañonera “Paraguay”, Perón vivía sus últimos días en la República Argentina.
Versiones sin fundamento dan cuenta que desde su fuga, el 19 de septiembre, se había refugiado en el mencionado bunker antinuclear que había mandado construir bajo el edificio Alas y que desde allí se había dirigido hacia la cañonera a través de túneles que comunicaban el refugio con el puerto. Nada de eso es verdad. En ningún momento utilizó Perón ese bunker sino que, como se dijo en capítulos anteriores, se apresuró a solicitar asilo en la embajada paraguaya y desde ahí se dirigió en automóvil hasta las radas para abordar la “Paraguay”, en la que estuvo alojado hasta el 2 de octubre, fecha de su partida hacia el exilio.
Desde el 25 de septiembre, tanto la “Paraguay” como su gemela, la “Humaitá”, permanecían fondeadas en el Río de la Plata
, en “silencio de radio”, a una distancia de varios kilómetros de distancia una de otra, constantemente vigiladas por el “King” y el “Murature”.
Aquel 2 de octubre, los marinos paraguayos observaron en las zonas aledañas al puerto así como en aguas próximas, un gran despliegue de buques y aviones. Para entonces, la embajada guaraní había solicitado y obtenido del gobierno argentino el salvoconducto necesario para que Perón abandonase la Argentina y en ese sentido comenzaron los preparativos para concretar la operación lo más rápidamente posible.
Ese día, el gobierno de Asunción despachó hacia Buenos Aires al hidroavión PBY Catalina T-29 al comando del capitán Herbert Leo Nowak, a bordo del cual, Perón abandonaría definitivamente el país rumbo a esa capital. En él llegaron el contralmirante Gabriel Patiño, comandante de la Armada Paraguaya y el capitán de navío Horacio Barbita, agregado naval de la embajada argentina en Paraguay, quienes debían supervisar la operación.
Horas después, cerca de las 11.00, la lancha patrullera argentina P-81, se aproximó a la “Paraguay” llevando a bordo al embajador paraguayo, Dr. Juan R. Chaves, al flamante ministro de Relaciones Exteriores de la República Argentina, Dr. Mario Amadeo; al agregado militar en Paraguay, general Demetrio Cardozo; al mencionado capitán de navío Horacio Barbita; al mencionado jefe del Estado Mayor Naval, capitán de navío Mario Robbio, al comandante del crucero “9 de Julio”, capitán de navío Benjamín Moritán Colman y a los oficiales de la Armada Argentina, capitán de fragata Raúl González Vergara y capitán de corbeta Abelardo Camay.
Los recién llegados pasaron a la cañonera y una vez en la cámara de oficiales, se presentaron ante Perón. El Dr. Amadeo fue el primero en hablar. Dijo que estaba allí por expresa orden del Presidente de la Nación, general Eduardo Lonardi, para garantizar la vida y la integridad del mandatario depuesto así como también, la inviolabilidad de los fueros del embajador del Paraguay y el cumplimiento del Derecho de Asilo, agregando al mismo tiempo, que la República del Paraguay había contraído la obligación de cuidar que las futuras actividades del general Perón no alterasen las amistosas relaciones entre ambos países. A ello respondió el embajador Chaves que la República Argentina, haciendo honor a sus tradiciones, había cumplido una vez más con sus compromisos internacionales y que el Paraguay iba a respetar las normas del Derecho Internacional.
Perón se despidió de la tripulación, saludando a cada uno de los oficiales y luego bajó la escalerilla en dirección a la lancha patrullera, que abordó con la ayuda del Dr. Amadeo, que lo sostuvo del brazo para que no cayera al agua. La embarcación se separó lentamente de la cañonera y se dirigió lentamente hacia el hidroavión que se mecía lentamente sobre las aguas, cerca de la “Paraguay”.
La P-81 se desplazó lentamente, sacudida por el oleaje y a escasos metros del Catalina, se detuvo. La comitiva encabezada por Perón, Chaves y Amadeo pasó a un pequeño bote de la Armada y desde allí continuó a remo, impulsado por marineros de su dotación. Los esperaban su piloto, el capitán Nowak, el copiloto, teniente Ángel Souto y el resto de la tripulación, formada por su navegante, el subteniente Edgar Usher, los mecánicos Insfrán, Escario y Díaz y la azafata Delia González que ayudaron al ex presidente a subir a bordo. Detrás de Perón hicieron lo propio el embajador Chaves, el coronel Demetrio Cardozo, el coronel Ovando, el capitán Bolgasi de la Armada Argentina, el capitán Barbita y el mayor Cialcetta junto al equipaje del ilustre asilado.

-Bienvenido a bordo, mi General - saludó el subteniente Usher sujetando a Perón por el brazo.

El ex presidente le respondió con amabilidad y a continuación, se ubicó en el asiento que le indicaban, hasta donde fue acompañado por la azafata que, inmediatamente después le alcanzó los diarios del día.
Una vez que los pasajeros estuvieron a bordo, el bote de la Armada se retiró, llevando al Dr. Amadeo de regreso a la P-81. Mientras los marineros argentinos remaban, los motores del hidroavión paraguayo comenzaron a acelerar, agitando todavía más las aguas del estuario.
Lentamente el hidroavión se alejó de la zona, para iniciar la corrida desde una posición más segura, frente a la mirada atenta de numerosos testigos. Por un momento, se temió que por causa del oleaje no pudiese remontar vuelo pero después de dos intentos, tras deslizarse 1800 metros sobre la superficie del río, se elevó lentamente y comenzó a tomar altura, rozando los mástiles de una de las embarcaciones de guerra argentinas.
Una vez en el aire, el piloto efectuó un pronunciado giro hacia la izquierda y poco después enfiló hacia el norte, en dirección a la costa del Uruguay, escoltado por dos Gloster Meteor de la Fuerza Aérea Argentina. Eran las 12.40 horas del 2 de octubre de 1955, el último capítulo de

 Imágenes

General Eduardo Lonardi el día de su
juramento como presidente de la Nación

(Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55)


Almirante Isaac Francisco Rojas
Vicepresidente de la Nación (1955-1958)


Puerto de Buenos Aires, 23 de septiembre de 1955, el almirante Rojas desciende 
del "17 de Octubre" rebautizado "General Belgrano"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)


Las autoridades victoriosas de la revolución, encabezadas 
por el general Lonardi y el almirante Rojas, se dirigen a la 
Casa de Gobierno saludadas por la muchedumbre
(Gentileza: Fundación Villa Manuelita)


Como en los mejores días del peronismo, una multitud 
se concentra en Plaza de Mayo para presenciar la 
asunción del general Eduardo Lonardi
 (Gentileza: Fundación Villa Manuelita) 

Otra vista de la multitud el 23 de septiembre de 1955
Damas partidarias de la revolución saludan 
desde un balcón de Av. Callao
(Gentileza: Fundación Villa Manuelita) 


Córdoba. El pueblo exterioriza su emoción
(Fotografía: Jorge R. Schneider)

Los cordobeses se burlan de Aloe
(Fotografía: Jorge R. Schneider)


Partidarios de la revolución destruyen 
símbolos del peronismo
(Gentileza: Fundación Villa Manuelita) 
El pueblo de Córdoba se congrega frente al antiguo Cabildo para celebrar la victoria
(Fotografía: Jorge R. Schneider)



Júbilo en las calles de Córdoba
(Fotografía: Jorge R. Schneider)


Desfile de la ciudadanía por las calles cordobesas
(Fotografía: Jorge R. Schneider)

Júbilo popular tras la caída de Perón
(Fotografía: Jorge R. Schneider)

Caravana antiperonista exterioriza su alegría en la ciudad de Córdoba
(Fotografía: Jorge R. Schneider)

Personas de todos los estratos sociales exteriorizan su euforia
(Fotografía: Jorge R. Schneider)

Este colectivo con la leyenda "Libres" es claro ejemplo de lo que sentía 
una parte importante de la ciudadanía
(Fotografía: Jorge R. Schneider)

Música y algarabía en calles y avenidas cordobesas
(Fotografía: Jorge R. Schneider)

Otro transporte público con pintadas alusivas al movimiento revolucionario. 
Córdoba se vistió de fiesta de la mano de un sector de la ciudadanía que repudiaba a Perón
(Fotografía: Jorge R. Schneider)



Como en Buenos Aires, estos jóvenes cordobeses destruyen 
símbolos del régimen depuesto
(Fotografía: Jorge R. Schneider)

"A esta la compré" reza el cartel que llevan 
estos motociclistas cordobeses
(Fotografía: Jorge R. Schneider)

Estudiantes de Medicina que se ofrecieron como voluntarios para la atención de los heridos se suman  
a los festejos en el centro de Córdoba
(Fotografía: Jorge R. Schneider)

Médicos, estudiantes y enfermeros cordobeses que atendieron a los heridos 
durante los enfrentamientos
(Fotografía: Jorge R. Schneider)



Enfermeras y voluntarias que ofrecieron su desinteresado concurso para atender 
a los heridos durante los combates en Córdoba
(Fotografía: Jorge R. Schneider)

Dos Gloster Meteor junto a un Pulqui II. Los tres aparatos volaron durante el desfile de 
la victoria en Córdoba
 (Imagen: Ricardo Burzaco, Alas de Perón II)


El crucero "General Belgrano" (ex "17 de Octubre") amarrado en el Puerto de Buenos Aires. 
Al fondo el Ministerio de Marina 
 (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)


Homenaje a la memoria del capitán Eduardo Estivariz, el teniente 
Miguel Irigoin y el suboficial Juan I. Rodríguez el 18 de septiembre 
de 1956 en las afueras de Saavedra. En la fotografía el contralmirante 
Arturo A. Rial y el Sr. Carlos A. Mey, presidente de la 
comisión organizadora del acto
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)


El contralmirante Rial y el Sr. Mey depositan una ofrenda floral 
 junto al monumento a los pilotos navales abatidos 
el 18 de septiembre de 1955
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)

Concurrencia que se dio cita frente al monolito inaugurado 
el 18 de septiembre de 1956 en memoria 
de Estivariz, Irigoin y Rodríguez
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)

El contralmirante Rial descubre la placa alusiva en el 
monolito inaugurado en las afueras de Saavedra 
el 18 de septiembre de 1956
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)

Parte de la concurrencia que se dio cita al acto 
de homenaje e inauguración del monolito alusivo.
18 de septiembre de 1956
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)


Placa conmemorativa.
"Aquí recibió la Patria vuestras vidas abrasadas en el sagrado fuego de la Libertad"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)





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