domingo, 23 de junio de 2019

NUEVO ATAQUE AL HMS “ARGONAUT”

El primer teniente Filippini bombardea al HMS "Argonaut"
(Ilustración; capitán VGM Exequiel Martínez)


Mientras la HMS “Ardent” ardía en el mar, en los cielos de San Carlos la batalla continuaba.
Tras el paso de los A4Q del teniente Rotolo, llegaron los Dagger al mando de los capitanes Horacio Mir González y Amílcar Cimatti1, armados todos con bombas MK-17.
Una vez en el aire, el capitán Cimatti debió regresar por desperfectos mecánicos y eso obligó a las dos escuadrillas a fusionarse en una y continuar hacia el archipiélago. Ingresaron al espacio aéreo de la Gran Malvina a través de un banco de nubes sin claros que los obligó a volar por debajo de los 50 metros. Eso no evitó que el “Brillant” detectase su aproximación y orientase hacia ellos a la PAC de Sea Harrier formada por los tenientes Rod Frederiksen y Andy George, quienes en esos momentos patrullaban la boca norte del estrecho.
A poco de salir de las nubes, durante el cruce de una pequeña quebrada, el teniente Héctor Luna, numeral del capitán Higinio Rafael Robles, vio venir a los aviones enemigos y de manera inmediata comunicó la novedad. Sus esfuerzos fueron vanos porque su equipo de radio había dejado de funcionar.
La formación perdió contacto con Luna cuando alcanzaba la Bahía Ruiz Puente, y eso llevó a los pilotos a creer que su compañero se había estrellado contra los cerros Hornby.

 En ese preciso momento las aeronaves detectaron una fragata que se movía lentamente sobre las aguas, un tanto recostada sobre la costa de la isla Soledad y hacia ella enfilaron.
Los jets argentinos entraron en corrida de tiro con el capitán Mir González a la cabeza, haciendo zigzags para evitar la cortina de proyectiles.
A 60 metros de la eslora del buque, el líder se elevó y soltó su bomba iniciando inmediatamente el escape en dirección al noroeste, intentando poner la mayor distancia posible entre su avión y los temibles Sea Harrier.
El proyectil cayó 10 metros corto levantando una gigantesca columna de agua que cubrió buena parte del buque, rebotó y siguiendo vuelo en línea recta, se incrustó por estribor, sin detonar. Detrás suyo y a gran velocidad, llegaron Bernhardt y Robles quienes arrojaron las suyas y esquivaron por muy poco los mástiles de la nave. Un misil pasó por la derecha del último, a escasa distancia, deslizándose hacia la nada.
Siguiendo a Mir González, el resto de la escuadrilla escapó hacia el oeste y se perdió de vista a la distancia.
Mientras volaban de regreso, no podían dejar de pensar en el “Negro” Luna, a quien daban por muerto, ignorando que en realidad se había salvado.
¿Qué había ocurrido?
A solo tres minutos del blanco, el Sea Harrier de Frederiksen disparó uno de sus Sidewinder impactando en el fuselaje de Luna, quien enseguida, perdió el control.
Tras un breve fogonazo, el avión se puso de cabeza y así siguió volando hasta que se volvió a enderezar, permitiendo al piloto eyectarse y escapar de una ráfaga de cañones con la que su perseguidor trataba de rematarlo.
Una vez despedido, el paracaídas se abrió sin problemas y comenzó a descender lentamente hasta tocar tierra. Cuando después de una rodada se quiso incorporar, se dio cuenta que se había quebrado un hombro, luxado un brazo y esguinzado la rodilla derecha.
Siguiendo las instrucciones del curso de supervivencia, Luna permaneció quieto unos cuantos minutos y eso le permitió evaluar la situación.
Estaba en algún punto de la Gran Malvina pero no tenía idea donde y si bien no veía nada alrededor, abrigaba la esperanza de encontrarse próximo a alguna granja o un caserío. Consciente de hallarse en serios problemas se preparó a pasar la noche, ingiriendo las siete pastillas de analgésicos que indicaba el manual y alistando sus elementos de supervivencia.
Con el bote inflable se fabricó una suerte de reposera y sobre ella se recostó extenuado, intentando dormir. Lo hizo hasta las 09.00 de la mañana siguiente, cuando se despertó congelado y tiritando, sin poder evitar el entrechocar de sus dientes.
Luna había caído en un valle solitario, rodeado de montañas, a unos 20 km de Puerto Howard (Mitre para la toponimia argentina), algo más al este de donde se había estrellado el avión del mayor Piuma. Recordó el sonido del motor que escuchó durante la noche y eso le dio cierta esperanza de ser rescatado. Intentando llamar la atención de algún poblador, extrajo una bengala de su alforja y la disparó al aire.
Como no obtuvo ningún resultado, recogió sus vituallas y ayudándose con el cuchillo y otros elementos del avión, logró entablillar su pierna. Sabía que para vivir, debía buscar ayuda y por eso echó a andar, muy dificultosamente, arrastrando el bote de goma con una soga después de colocar en su interior todo lo necesario para subsistir. Sus peripecias se hallan magníficamente detalladas en los libros del capitán Carballo. Siguiendo su relato, a las 15.15 del 23 de mayo vio a lo lejos un Land Rover con cuatro personas a bordo (tres hombres y una mujer), seguido por varias motocicletas. Según parece, los kelpers lo vieron pero atemorizados, prefirieron seguir de largo.
Con fuertes dolores en el hombro y la pierna, llegó casi arrastrándose hasta una típica casa isleña, donde se hallaban estacionados los vehículos mencionados.
Dentro de la vivienda, los kelpers lo vieron llegar y cuando se encontraba a unos 400 metros, salieron al exterior, subieron al Land Rover y se aproximaron hasta donde Luna, falto de fuerzas, se había dejado caer.
Los malvinenses bajaron del rodado y se acercaron con cautela, observándolo detenidamente, lo mismo a su equipo de supervivencia. Había uno que parecía reacio a brindar ayuda e instaba a los demás a dejarlo allí, sin embargo, los otros tres lo cargaron y lo subieron el rodado para conducirlo hasta la propiedad.
Despejando cualquier temor, el aviador pudo comprobar el trato caballeresco del dueño de casa, así como el del resto de sus anfitriones.
Lo primero que hizo el kelper fue tranquilizarlo, le dio unos calmantes, le sirvió alimentos calientes y mientras lo dejaba comer, llamó a Puerto Argentino para informar que tenía en su casa a un piloto argentino herido.
Pasó algún tiempo hasta que un helicóptero de la Fuerza Aérea aterrizó en el lugar y se llevó al “náufrago” hacia la capital. Y tal como sucedió en otras oportunidades, el dueño de casa estrechó en un fuerte abrazo a su inesperado huésped, despidiéndose ambos con afecto. En señal de agradecimiento, Luna le obsequió al granjero su gorra y su cuchillo, objetos que aquel conservaría el resto de su vida.
El helicóptero se elevó y se alejó hacia el sudeste, llevándose a Luna a Prado del Ganso y desde allí a Puerto Argentino. Permanecería internado en Puerto Argentino hasta el 25 de mayo, cuando fue evacuado hacia el continente en el Hércules C-130 que comandaba el capitán Víctor H. Borchet. La alegría que cundió entre el personal del Grupo 6 de Caza en San Julián al saber de su rescate fue indescriptible.


A las 09.00 horas de aquel 21 de mayo, dos escuadrillas de Skyhawk A4B se alistaban en Río Gallegos para una nueva misión.
La primera, despegó a las 12.30 horas bajo el indicativo “Leo”, integrada por el primer teniente Alberto Filippini (avión matrícula C-215), el teniente Vicente Luis Autiero (avión matrícula C-240) y el alférez Rubén Vottero (avión matrícula C-224), armados cada uno con una bomba MK-17 de 1000 libras (454 kilogramos).
Le siguieron inmediatamente después el primer teniente Mariano Ángel Velasco (avión matrícula C-225), el teniente Fernando Robledo (C-222) y el teniente Carlos Ossés (C-239), bajo el indicativo “Orión”.
Los cazas ascendieron y se dirigieron directamente hacia la Gran Malvinas, sin hacer reabastecimiento. En inmediaciones del archipiélago, el primer teniente Velasco comenzó a experimentar fallas y eso lo obligó a retirarse. Al quedar sin su líder, sus compañeros debieron incorporarse a los “Leo” y continuar al mando del primer teniente Filippini.
El tiempo era malo y la visibilidad escasa, factores que obligaron a los pilotos a alterar su rumbo para evitar el paso por tierra firme porque corrían el riesgo de ser detectados y abatidos por la artillería propia.
Cuando los aviones se encontraban a tres minutos del objetivo, el líder indicó por señas que delante de ellos había un nuevo blanco, señalando de ese modo que debían aumentar la velocidad para entrar en corrida de tiro.
El objetivo era la fragata HMS “Argonaut” (F-56), la misma que esa mañana había atacado el teniente Crippa con su Aermacchi, provocándole los primeros daños y bajas.
La embarcación navegaba hacia la entrada de la bahía Roca Blanca, una lengua de tierra en la que intentaba buscar cobertura ante posibles ataques, cuando los argentinos la descubrieron.
Los aviones volaban tan bajo que el numeral 2 debió elevarse a los efectos de hacer contacto visual, detectando, de esa manera, dos buques más y un tercero ingresando desde el norte, muy cerca de la costa.
El teniente Filippini comprendió que por la dirección que llevaban y al límite de combustible como se encontraban, no había ángulo de tiro ni tiempo para atacar a esos buques, razón por la cual, los descartó, focalizándose exclusivamente en la fragata.
Siguiendo sus indicaciones, los pilotos se inclinaron 90º e iniciaron la corrida de bombardeo.
Al verlos aparecer, el “Argonaut” dio máxima a sus motores acelerando su entrada en los acantilados y abrió fuego con sus piezas de artillería, llenando el aire de estelas luminosas y explosiones de granadas. Tal era la velocidad que se le había impreso a sus motores, que en medio de las alarmas, el capitán Layman mandó detenerlos para no embestir la costa.
Los Skyhawk ingresaron en la zona ciega de la artillería enemiga, donde no podían ser alcanzados y volando rasantes a 1000 km/h, se aproximaron por la izquierda en formación de escalonado táctico, disparando sus cañones. A 60 metros de la embarcación, Filippini se elevó y lanzó su bomba de 450 kilogramos, que al caer cerca de la línea de flotación, levantó una poderosa columna de agua, sacudiendo a la nave con inusitada violencia. Cuando el piloto iniciaba el escape su tanque suplementario tocó la antena más alta del buque y la quebró.
Filippini sintió una sacudida pero enseguida controló su avión; detrás suyo, el teniente Autiero arrojó su carga y también cobró altura por la pérdida de peso, evitando por muy poco estrellarse contra los acantilados.
En plena retirada, Filippini se cruzó con un segundo barco que comenzó a dispararle obligándolo a virar con celeridad hacia la izquierda mientras le ordenaba a sus numerales que lo siguieran. De esa manera logró evadirse y sacar a sus hombres a vuelo rasante en tanto los misiles que le disparaba desde las otras embarcaciones estallaban en tierra.
Los Skyhawk se alejaron hacia el norte de la Isla Soledad, ocultándose detrás de las estribaciones y desde allí viraron hacia el oeste, en busca del continente, siempre pegados al mar. Había sido un vuelo espectacular.
El “Argonaut” recibió dos bombas. Ninguna estalló pero la primera dio con tal fuerza en las calderas del cuarto de máquinas que mató a los marineros Lain M. Boldy y Mattew J. Stuart y desencadenó un incendio de consideración, el cual amenazó extenderse a otros sectores de las cubiertas bajas. Además, hubo varios heridos que fueron socorridos por los equipos de rescate, ello sin contar a los contusos y quienes quedaron en estado de shock.
Una negra columna de humo comenzó a elevarse hacia el cielo desde el “Argonaut” cuando se le ordenó al HMS “Plymouth” (F-126) acercarse y prestarle auxilio. En ese momento, los equipos de expertos se pusieron a trabajar en el desactivado de las bombas alojadas en el interior, las cuales constituían un serio riesgo para la tripulación.
Cuando aquellos hombres se abocaban de lleno a su tarea y las unidades contra incendios combatían las llamas, el capitán Layman estableció contacto con el alto mando a efectos de informarle al almirante Woodward que su buque tenía serias dificultades para navegar pero que se hallaba apto para seguir combatiendo.
Una hora después, la escuadrilla del primer teniente Filippini aterrizaba en Río Gallegos, entre los gritos y vivas de mecánicos y personal de tierra.
El teniente Robledo traía un orificio en la raíz de su ala izquierda, producto de un choque contra una gaviota, pero para su fortuna no había tenido consecuencias.
Como resultado de aquella incursión, las funciones de la fragata “Argonaut”, quedaron disminuidas a simples tareas de control y defensa aérea. El 24 de mayo el alto mando británico decidió retirarla del teatro de operaciones porque las bombas alojadas en su interior continuaban allí y representaban un serio peligro. Se alejó de San Carlos luciendo grandes parches en su casco a través de los cuales se seguía filtrando el agua. Ya en altamar, se posicionó junto al transporte-taller Stena Seaspread, lejos del alcance de la aviación enemiga, para ser sometida a reparaciones.
La Fuerza Aérea Argentina había puesto fuera de combate a otra nave británica, generando la consabida preocupación en el comando naval del almirante Woodward.


Notas
1 Las dos escuadrillas despegaron de Río Grande a las 13.55 horas. Mir González (avión matrícula C-418) volaba junto a sus numerales, el teniente Juan Bernhardt (avión matrícula C-436) y el primer teniente Héctor Luna (avión matrícula C-409) en tanto Cimatti (avión matrícula C-417) lo hizo con el capitán Higinio R. Robles (C-429).

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