NUEVO ATAQUE AL HMS “ARGONAUT”
El primer teniente Filippini bombardea al HMS "Argonaut" (Ilustración; capitán VGM Exequiel Martínez) |
Mientras la HMS
“Ardent” ardía en el mar, en los cielos de San Carlos la batalla continuaba.
Tras el paso de los A4Q del teniente Rotolo, llegaron los
Dagger al mando de los capitanes Horacio Mir González y Amílcar Cimatti1,
armados todos con bombas MK-17.
Una vez en el aire, el capitán Cimatti debió regresar por
desperfectos mecánicos y eso obligó a las dos escuadrillas a fusionarse en una y
continuar hacia el archipiélago. Ingresaron al espacio aéreo de la Gran Malvina a través
de un banco de nubes sin claros que los obligó a volar por debajo de los 50 metros. Eso no evitó
que el “Brillant” detectase su aproximación y orientase hacia ellos a la PAC de Sea Harrier formada por los tenientes Rod Frederiksen y Andy George, quienes en esos momentos
patrullaban la boca norte del estrecho.
A poco de salir de las nubes, durante el cruce de una
pequeña quebrada, el teniente Héctor Luna, numeral del capitán Higinio
Rafael Robles, vio venir a los aviones enemigos y de manera inmediata
comunicó la novedad.
Sus esfuerzos fueron vanos porque su equipo de radio había dejado de
funcionar.
La formación perdió contacto con Luna cuando
alcanzaba la Bahía Ruiz
Puente, y eso llevó a los pilotos a creer que su compañero se había estrellado
contra los cerros Hornby.
En ese preciso momento las aeronaves detectaron una fragata que se movía
lentamente sobre las aguas, un tanto recostada sobre la costa de la isla Soledad y hacia ella enfilaron.
Los jets argentinos entraron en corrida de tiro con el capitán
Mir González a la cabeza, haciendo zigzags para evitar la cortina de
proyectiles.
A 60
metros de la eslora del buque, el líder se elevó y soltó
su bomba iniciando inmediatamente el escape en dirección al noroeste,
intentando poner la mayor distancia posible entre su avión y los temibles Sea
Harrier.
El proyectil cayó 10 metros corto levantando una gigantesca
columna de agua que cubrió buena parte del buque, rebotó y siguiendo vuelo en
línea recta, se incrustó por estribor, sin detonar. Detrás suyo y a gran
velocidad, llegaron Bernhardt y Robles quienes arrojaron las suyas y esquivaron
por muy poco los mástiles de la nave. Un misil pasó por la derecha del último,
a escasa distancia, deslizándose hacia la nada.
Siguiendo a Mir González, el resto de la escuadrilla
escapó hacia el oeste y se perdió de vista a la distancia.
Mientras volaban de regreso, no podían dejar de pensar en el
“Negro” Luna, a quien daban por muerto, ignorando que en realidad se había
salvado.
¿Qué había ocurrido?
A solo tres minutos del blanco, el Sea Harrier de
Frederiksen disparó uno de sus Sidewinder impactando en el fuselaje de Luna,
quien enseguida, perdió el control.
Tras un breve fogonazo, el avión se puso de cabeza y así
siguió volando hasta que se volvió a enderezar, permitiendo al piloto eyectarse y escapar de una ráfaga de cañones con la que su
perseguidor trataba de rematarlo.
Una vez despedido, el paracaídas se abrió sin
problemas y comenzó a descender lentamente hasta tocar tierra. Cuando después
de una rodada se quiso incorporar, se dio cuenta que se había quebrado un
hombro, luxado un brazo y esguinzado la rodilla derecha.
Siguiendo las instrucciones del curso de supervivencia, Luna
permaneció quieto unos cuantos minutos y eso le permitió evaluar la
situación.
Estaba en algún punto de la Gran Malvina
pero no
tenía idea donde y si bien no veía nada alrededor, abrigaba la esperanza
de encontrarse próximo a alguna granja o un caserío. Consciente de
hallarse en serios problemas se preparó a pasar la noche, ingiriendo las
siete pastillas de analgésicos que indicaba el manual y alistando sus elementos de supervivencia.
Con el bote inflable se fabricó una suerte de reposera y sobre
ella se recostó extenuado, intentando dormir. Lo hizo hasta las 09.00 de la
mañana siguiente, cuando se despertó congelado y tiritando, sin poder evitar el
entrechocar de sus dientes.
Luna había caído en un valle solitario, rodeado de montañas,
a unos 20 km
de Puerto Howard (Mitre para la toponimia argentina), algo más al este
de donde
se había estrellado el avión del mayor Piuma. Recordó el sonido del
motor que escuchó durante la noche y eso le dio cierta esperanza de ser
rescatado. Intentando llamar la atención de algún poblador, extrajo una bengala de su alforja y la disparó al aire.
Como
no obtuvo ningún resultado, recogió sus vituallas
y ayudándose con el cuchillo y otros elementos del avión, logró
entablillar su pierna. Sabía que para vivir, debía buscar ayuda y por
eso echó a andar, muy dificultosamente, arrastrando el bote de goma con
una
soga después de colocar en su interior todo lo necesario para subsistir.
Sus peripecias se hallan magníficamente detalladas en los
libros del capitán Carballo. Siguiendo su relato, a
las 15.15 del 23 de mayo vio a
lo lejos un Land Rover con cuatro personas a bordo (tres hombres y una
mujer), seguido por varias motocicletas. Según parece, los kelpers lo
vieron pero
atemorizados, prefirieron seguir de largo.
Con fuertes dolores en el hombro y la pierna, llegó casi
arrastrándose hasta una típica casa isleña, donde se hallaban estacionados los
vehículos mencionados.
Dentro de la vivienda, los kelpers lo vieron
llegar y cuando se encontraba a unos 400 metros, salieron al
exterior, subieron al Land Rover y se aproximaron hasta donde Luna, falto de
fuerzas, se había dejado caer.
Los malvinenses bajaron del rodado y se acercaron con
cautela, observándolo detenidamente, lo mismo a su equipo de supervivencia.
Había uno que parecía reacio a brindar ayuda e instaba a los demás a dejarlo
allí, sin embargo, los otros tres lo cargaron y lo subieron el rodado para
conducirlo hasta la propiedad.
Despejando
cualquier temor, el aviador pudo comprobar el trato caballeresco del
dueño de casa, así como el del resto de sus anfitriones.
Lo primero que hizo el kelper fue tranquilizarlo, le dio unos
calmantes, le sirvió alimentos calientes y mientras lo dejaba comer, llamó a
Puerto Argentino para informar que tenía en su casa a un piloto argentino
herido.
Pasó algún tiempo hasta que un helicóptero de la Fuerza Aérea
aterrizó
en el lugar y se llevó al “náufrago” hacia la capital. Y tal
como sucedió en otras oportunidades, el dueño de casa estrechó en un
fuerte abrazo a su inesperado huésped, despidiéndose ambos con afecto.
En señal de
agradecimiento, Luna le obsequió al granjero su gorra y su cuchillo,
objetos
que aquel conservaría el resto de su vida.
El helicóptero se elevó y se alejó hacia el sudeste,
llevándose a Luna a Prado del Ganso y desde allí a Puerto Argentino.
Permanecería internado en Puerto Argentino hasta el 25 de mayo, cuando fue evacuado
hacia el continente en el Hércules C-130 que comandaba el capitán Víctor H.
Borchet. La alegría que cundió entre el personal del Grupo 6 de Caza en San Julián
al saber de su rescate fue indescriptible.
A las 09.00 horas de aquel 21 de mayo, dos escuadrillas de Skyhawk A4B se alistaban en Río Gallegos para una nueva misión.
La primera, despegó a las 12.30 horas bajo el indicativo
“Leo”, integrada por el primer teniente Alberto Filippini (avión matrícula
C-215), el teniente Vicente Luis Autiero (avión matrícula C-240) y el alférez
Rubén Vottero (avión matrícula C-224), armados cada uno con una bomba MK-17 de 1000 libras (454 kilogramos).
Le siguieron inmediatamente después el primer teniente Mariano Ángel Velasco (avión matrícula C-225), el
teniente Fernando Robledo (C-222) y el teniente Carlos Ossés (C-239), bajo el indicativo “Orión”.
Los cazas ascendieron y se dirigieron directamente hacia la Gran Malvinas, sin hacer
reabastecimiento. En inmediaciones del archipiélago, el primer teniente Velasco
comenzó a experimentar fallas y eso lo obligó a retirarse. Al quedar sin su líder, sus
compañeros debieron incorporarse a los “Leo” y continuar al mando del primer
teniente Filippini.
El tiempo era malo y la visibilidad escasa, factores que
obligaron a los pilotos a alterar su rumbo para evitar el paso por tierra firme
porque corrían el riesgo de ser detectados y abatidos por la artillería propia.
Cuando
los aviones se encontraban a tres minutos del
objetivo, el líder indicó por señas que delante de ellos había un nuevo
blanco, señalando de ese modo que debían aumentar la velocidad para
entrar en corrida de tiro.
El objetivo era la fragata HMS “Argonaut” (F-56), la misma
que esa mañana había atacado el teniente Crippa con su Aermacchi, provocándole
los primeros daños y bajas.
La embarcación navegaba hacia la entrada de la bahía Roca
Blanca, una lengua de tierra en la que intentaba buscar cobertura ante posibles
ataques, cuando los argentinos la descubrieron.
Los
aviones volaban tan bajo que el numeral 2 debió elevarse a los efectos
de hacer contacto visual, detectando, de esa manera, dos buques más y un
tercero ingresando desde el norte, muy cerca de la
costa.
El teniente Filippini comprendió que por la dirección que
llevaban y al límite de combustible como se encontraban, no había ángulo de
tiro ni tiempo para atacar a esos buques, razón por la cual, los descartó,
focalizándose exclusivamente en la fragata.
Siguiendo sus indicaciones, los pilotos se inclinaron 90º e
iniciaron la corrida de bombardeo.
Al
verlos aparecer, el “Argonaut” dio máxima a sus motores acelerando su
entrada en los acantilados y abrió fuego con sus piezas de artillería,
llenando el aire de estelas luminosas y explosiones de granadas. Tal era
la
velocidad que se le había impreso a sus motores, que en medio de las
alarmas, el
capitán Layman mandó detenerlos para no embestir la costa.
Los Skyhawk ingresaron en la zona ciega de la artillería
enemiga, donde no podían ser alcanzados y volando rasantes a 1000 km/h, se aproximaron
por la izquierda en formación de escalonado táctico, disparando sus cañones.
A 60 metros
de la embarcación, Filippini se elevó y lanzó su bomba de 450 kilogramos,
que
al caer cerca de la línea de flotación, levantó una poderosa columna de
agua, sacudiendo a la nave con inusitada violencia. Cuando
el piloto iniciaba el escape su tanque suplementario tocó la antena más
alta
del buque y la quebró.
Filippini sintió una sacudida pero enseguida controló su
avión; detrás suyo, el teniente Autiero arrojó su carga y también cobró altura por
la pérdida de peso, evitando por muy poco estrellarse contra los acantilados.
En plena retirada, Filippini se cruzó con un segundo barco
que comenzó a dispararle obligándolo a virar con celeridad hacia la izquierda mientras
le ordenaba a sus numerales que lo siguieran. De esa manera logró evadirse y
sacar a sus hombres a vuelo rasante en tanto los misiles que le disparaba
desde las otras embarcaciones estallaban en tierra.
Los Skyhawk se alejaron hacia el norte de la Isla Soledad,
ocultándose
detrás de las estribaciones y desde allí viraron hacia el oeste, en
busca del continente, siempre pegados al mar. Había sido un vuelo
espectacular.
El “Argonaut” recibió dos bombas. Ninguna estalló pero la primera dio con tal fuerza en las calderas del
cuarto de máquinas que mató a los marineros Lain M. Boldy y Mattew J. Stuart y
desencadenó un incendio de consideración, el cual amenazó extenderse a otros
sectores de las cubiertas bajas. Además, hubo varios heridos que fueron
socorridos por los equipos de rescate, ello sin
contar a los contusos y quienes quedaron en estado de shock.
Una
negra columna de humo comenzó a elevarse hacia el cielo
desde el “Argonaut” cuando se le ordenó al HMS “Plymouth” (F-126)
acercarse y prestarle auxilio. En ese momento, los equipos de expertos
se pusieron a
trabajar en el desactivado de las bombas alojadas en el
interior, las cuales constituían un serio riesgo para la tripulación.
Cuando aquellos hombres se abocaban de lleno a su tarea y las
unidades contra incendios combatían las llamas, el capitán Layman estableció
contacto con el alto mando a efectos de informarle al almirante Woodward que su buque
tenía serias dificultades para navegar pero que se hallaba apto para seguir
combatiendo.
Una hora después, la escuadrilla del primer teniente
Filippini aterrizaba en Río Gallegos, entre los gritos y vivas de mecánicos y
personal de tierra.
El teniente Robledo traía un orificio en la raíz de su ala
izquierda, producto de un choque contra una gaviota, pero para su fortuna no
había tenido consecuencias.
Como resultado de aquella incursión, las funciones de la
fragata “Argonaut”, quedaron disminuidas a simples tareas de control y defensa
aérea. El 24 de mayo el alto mando británico decidió retirarla del teatro de
operaciones porque las bombas alojadas en su interior continuaban allí y
representaban un serio peligro. Se alejó de San Carlos luciendo grandes parches
en su casco a través de los cuales se seguía filtrando el agua. Ya en altamar, se posicionó junto al transporte-taller Stena
Seaspread, lejos del alcance de la aviación enemiga, para ser sometida a reparaciones.
La
Fuerza Aérea Argentina había puesto fuera de combate a otra
nave británica, generando la consabida preocupación en el comando naval del
almirante Woodward.
Notas
1 Las dos escuadrillas despegaron de Río Grande a las
13.55 horas. Mir González (avión matrícula C-418) volaba junto a sus numerales,
el teniente Juan Bernhardt (avión matrícula C-436) y el primer teniente Héctor
Luna (avión matrícula C-409) en tanto Cimatti (avión matrícula C-417) lo hizo
con el capitán Higinio R. Robles (C-429).
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur