PUCARÁS EN ACCIÓN
El 21 de mayo, temprano por la mañana, los integrantes de
las escuadrillas del Grupo 3 de Ataque compuesta por aviones IA-58 Pucará, se
hallaban listos para despegar desde la rudimentaria pista de Prado
del Ganso. Su misión: buscar y derribar helicópteros enemigos y atacar un
puesto de observación en Lafonia desde donde tropas infiltradas orientaban a la
artillería naval y reglaban el fuego aéreo.
Cuatro aviones armados con cohetes FFAR 2,75 aguardaban la
orden de despegue en la pista, el matrícula A-531 el mando del capitán Jorge
Benítez, el A-509 al del teniente Néstor Brest, el A-533 con el teniente Juan
Micheloud en los comandos, y el A-511 del mayor Carlos A. Tomba, quienes
partirían en dos secciones (Benítez/Brest, Tomba/Micheloud), bajo el indicativo
“Tigre”.
El día anterior el capitán Ricardo A. Grunert y el teniente
Horacio R. A. Calderón habían efectuado un vuelo de reconocimiento ofensivo
bajo el indicativo “Grito” y el 19, otros seis aparatos hicieron otro tanto en una misión similar bajo la designación “Patria”.
Lo cierto es que hasta ese día, poco y nada habían hecho los
Pucará contra el enemigo, salvo vuelos de observación, patrullas y traslados de
un aeródromo a otro para evitar ser alcanzados por el fuego británico.
Tras el ataque comando a la isla Borbón, el escuadrón había
quedado sensiblemente reducido y por esa razón, el alto mando
argentino dispuso el envío desde el continente, de otros cuatro aeronaves, para
reforzarlo. Los aviones cruzaron desde Santa Cruz, a las 14.43 (17.43Z), bajo el
indicativo “Poker”. Los comandaba el vicecomodoro Saúl Costa (que llevaba
instrucciones de asistir a Pedrozo), con el teniente Gustavo Lema, el primer
teniente Juan L. Micheloud y el alférez Carlos Díaz completando la formación.
Guiados por un Mitsubishi MU-2B 60 a unos 10.000 metros de
altura, llegaron a las islas a vuelo rasante y aterrizaron directamente en
Prado del Ganso, sin hacer escala en la capital. Previamente, se había
dispuesto el traspaso a Puerto Argentino de los tenientes Roberto Címbaro,
Eduardo Mario Túñez y Abelardo Félix Alzogaray que hasta ese momento se habían
desempeñado como oficiales de Control Aéreo Adelantado, unidad subordinada
al Componente Aéreo del Teatro de Operaciones Malvinas.
Por decisión del jefe del escuadrón, mayor Miguel Manuel
Navarro, se transfirieron a Puerto Argentino cuatro Pucará porque, según se creía,
la Base Aérea
“Cóndor” (Darwin/Prado del Ganso) era tan vulnerable, lo mismo su par de la isla
Borbón y desde ese punto de vista, la capital ofrecía mayores seguridades.
Volviendo al momento en que la escuadrilla “Tigre” aguardaba en la pista para despegar, los aviones partieron uno tras otro, con el capitán Benítez en primer lugar (08.30). En ese preciso momento, el HMS “Ardent” iniciaba el bombardeo sobre el sector, lo que impidió la salida de Brest, que en el apresuramiento, hundió una de sus ruedas en un pozo y se clavó de nariz, demorando la partida de la segunda sección. Sacarlo de aquella trampa y correrlo de la pista llevó un tiempo pero finalmente, Micheloud y Tomba pudieron decolar.
El capitán Benítez se dirigió directamente hacia el cerro
Bombilla y desde allí hasta el pico Alberdi, próximo a San Carlos, altura que
sobrepasó efectuando un rodeo por su lado izquierdo.
Voló por aproximadamente una hora sin encontrar nada pero al
girar en dirección al oeste, vio el despliegue enemigo en la gran bahía y tropas que
avanzaban desde las playas hacia el interior. Sin pensarlo dos
veces, seleccionó un blanco y se lanzó al ataque.
En plena corrida de tiro, efectivos del Escuadrón D del
Regimiento 22 del SAS le dispararon dos misiles FIM-92A Stinger que impactaron
en su fuselaje. El piloto se dio cuenta que los mandos no le respondían y el
avión comenzaba a caer en tirabuzón mientras desprendía una columna de
humo de su motor derecho. A 300 pies de altura se
eyectó; cuando el Pucará caía en picada su paracaídas se abrió y
mientras descendía. lo vio estrellarse en Flat Shantly.
Ignorando lo que acababa de suceder, Micheloud y Tomba se dirigían al cerro Bombilla donde esperaban detectar helicópteros enemigos y tal vez tropas. Sin embargo, al no encontrar nada, viraron al oeste, y enfilaron directo a San Carlos donde el despliegue enemigo se presentó ante ellos en toda su dimensión.
Los
pilotos recibieron fuego de ametralladoras y dos misiles les pasaron
cerca, pero siguieron adelante intentando ubicar a las tropas
que los atacaban. Mientras lo hacían, se les ordenó desde Prado del
Ganso
dirigirse al segundo objetivo: el puesto de observación que (con mucha
certeza) estaba dirigiendo el fuego naval.
Los pilotos viraron y se lanzaron sobre Lafonia, volando a
baja altura en dirección noroeste/sudeste mientras alistaban el armamento.
Media hora después alcanzaron Drone Hill, 10 millas al sudeste de
Puerto Darwin, donde a lo lejos divisaron una típica casa kelper de dos
plantas, techos rojos y paredes de madera.
Micheloud y Tomba apuntaron y dispararon al mismo tiempo.
Los misiles salieron como saetas de sus coheteras subalares LAU-68 y un segundo
después dieron en el blanco. El edificio estalló envuelto en llamas y una densa
columna de humo negro comenzó a elevarse desde sus ruinas.
Los aviones pasaron sobre los restos humeantes de la
vivienda y enseguida informaron a la base los resultados del ataque.
Se les ordenó volar hacia el sudoeste para hacer reconocimiento de lo que parecía ser otro puesto de observación y en caso de detectarlo, proceder a su destrucción. En cumplimiento de esa directiva el HMS “Brilliant” los detectó y envió en su persecución a la patrulla de Sea Harrier del Escuadrón 801 formada por los capitanes de corbeta Nigel David “Sharky” Ward y Alidair Craig.
Se les ordenó volar hacia el sudoeste para hacer reconocimiento de lo que parecía ser otro puesto de observación y en caso de detectarlo, proceder a su destrucción. En cumplimiento de esa directiva el HMS “Brilliant” los detectó y envió en su persecución a la patrulla de Sea Harrier del Escuadrón 801 formada por los capitanes de corbeta Nigel David “Sharky” Ward y Alidair Craig.
Los argentinos volaban rumbo al oeste cuando se percataron
de la presencia de la
PAC. Intentaron evadirla efectuando un brusco giro de 90º y
trataron de pegarse al suelo para evitar los disparos pero los versátiles cazas
británicos ganaron altura y volvieron a lanzarse sobre ellos, disparando en
primer término contra Micheloud.
Hostigado de cerca por Craig, el aviador argentino perdió
contacto con su compañero cuando se internaba en un profundo cañadón que le
permitió desprenderse de su perseguidor. El inglés tuvo que hacer un brusco
movimiento para no estrellarse contra los riscos y de ese modo los esquivó,
pasando por encima de ellos. Mientras tanto, Ward iba detrás de Tomba que se
retiraba hacia el norte pegado al suelo.
El británico le disparó una primera ráfaga de 30 mm que alcanzó al Pucará en
varios sectores de su fuselaje, pero su increíble poder de absorción le
permitió seguir volando al tiempo que efectuaba maniobras evasivas.
Ward, sorprendido, volvió a disparar impactando a Tomba por
segunda vez. Estaba seguro que con esa nueva descarga su enemigo se iba a
eyectar pero para su asombro, vio que persistía en su intento de preservar el
avión.
“Que singular
personaje” pensó admirado mientras lo seguía. Volvió a oprimir el
disparador y una vez más sus cañones ADEN alcanzaron al biplaza perforándole
los motores y el tanque de combustible. Al piloto inglés, aquella escena
surrealista la pareció extraída una de las tantas películas de la Segunda Guerra Mundial que
había visto, más, cuando el tozudo aviador argentino seguía aferrándose a los
mandos.
Recién cuando su avión comenzó a incendiarse, después de una
cuarta ráfaga, Tomba comprendió que no había más nada que hacer e
imposibilitado de preservar su aparato, tiró la palanca de su asiento y a solo
cinco metros del suelo, se eyectó.
Mientras caía suspendido de su paracaídas, vio al Pucará
estrellarse a escasos cien metros de su posición y convertirse en una bola de
fuego, pero impelido por las circunstancias no tuvo tiempo para lamentarse.
El valiente piloto descendía suavemente cuando los Sea
Harrier efectuaban un viraje para sobrevolar los restos calcinados del bimotor y alejarse.
Aterrizaron en el portaaviones cuarenta minutos después y
ante las requisitorias de sus superiores, Ward relató lo ocurrido. Muchos años
después confesaría a los autores de Hablemos
Claro que aquel hombre, aferrado a sus comandos lo había impresionado en
extremo. “Eso es lo que yo llamo valor”1.
En su libro Sea Harrier over the Falklands, donde relata sus
experiencias de guerra, el piloto inglés apuntó: “Debe ser un sujeto muy bravo porque él
(refiriéndose a Tomba) todavía estaba
tratando de evadir a nuestros pilotos. Yo estaba maravillado de que el Pucará
estuviera todavía volando cuando inicié mi tercer raid. Vi pedazos de fuselaje,
del ala, de la cabina. El fuselaje se prendió fuego. Yo cesé de disparar en el
último minuto, viré la nariz (del Sea Harrier) y salí del espacio del objetivo. El piloto se había eyectado”2.
Ignorante de la admiración que había despertado en su
adversario, Tomba tocó tierra y sin perder un segundo, se arrojó al piso y se
quedó quieto, esperando que los cazas enemigos se retirasen. Los aparatos
pasaron dos veces sobre su cabeza y después se alejaron hacia el noreste, rumbo
a su portaaviones. Un silencio agobiante pareció envolver la región, solo quebrado
por el ruido del viento.
Confiando en que no hubiese enemigos cerca, Tomba se
incorporó y echó a andar en dirección a Prado del Ganso, un largo trecho de 20 kilómetros plagado
de contratiempos y dificultades.
Caminó sobre la turba intentando no sucumbir al frío y al
cabo de siete horas llegó a una casa abandonada en medio de la nada. Comenzaba
a anochecer y estaba aterido de frío por lo que esas rústicas paredes de madera
le debieron parecer el mismísimo paraíso. Con mucha cautela exploró los
alrededores y con mayor cuidado aún abrió la puerta y se asomó al interior.
No había nadie; todo estaba obscuro así que una vez dentro, se
sentó y esperó, convencido de que iba a pasar la noche ahí.
Fue entonces que se puso a meditar. Pensó en muchas cosas,
en la guerra, en su mujer y sus hijos, en el país, en su Mendoza natal, en su
bisabuelo italiano Antonio Tomba, fundador de las célebres bodegas que llevan
su apellido; en el Club Godoy Cruz del que su familia había sido artífice, en
su llegada a Malvinas el 22 de abril, para solucionar el problema de la
salinidad del viento que impedía los contactos electrónicos de los IA-58; en el
curso superior que hacía en la
Escuela de Guerra. También recordó el momento en que se
ofreció como voluntario para pilotear un avión y el rostro de sus superiores
cuando lo aceptaron. Según relató a “Clarín” el 4 de abril de 2007, llevó a
cabo seis misiones de patrulla, exploración y ataque, una de ellas la que
acababa de finalizar con su derribo y otra contra un grupo inglés enmascarado
en un pozo, que acabaron por aniquilar.
Al cabo de una hora dentro de aquella casa campesina, Tomba
sintió un ruido e impulsado como un rayo, salió al exterior para ver de qué se
trataba. Era un helicóptero por lo que, jugándose el todo por el todo, arrojó
una bengala y volvió a ingresar.
Para su fortuna era una aeronave argentina que minutos
después se posó en el lugar y lo condujo a Prado del Ganso. Su odisea, había
finalizado, al menos por el momento3.
El capitán Benítez, por su parte, había caído cerca del cerro Alberdi. Una vez en tierra, se desprendió de su paracaídas, recogió el equipo de supervivencia y corrió hacia una zanja distante a unos 50 metros, en la que se arrojó para ocultarse. Permaneció allí bastante tiempo porque en las cimas de las montañas circundantes, a 1000 metros de distancia, tres británicos observaban con sus binoculares el sector, estudiando detenidamente los restos del Pucará que se consumían envueltos en llamas.
Finalmente, los ingleses se retiraron y entonces Benítez
inició una larga caminata hacia Prado del Ganso en la que vivió todo tipo de
peripecias. Cruzó ríos, arroyos y hasta un ruinoso puente sobre un torrente; soportó
fríos intensos, vientos y lloviznas, vio pasar helicópteros enemigos y escuchó
el lejano eco de los bombardeos. También distinguió aeronaves propias, entre
ellas un Chinook y un Bell 212 cuando volaban a la distancia, este último a las
17.30 horas del día siguiente, y alcanzó a ver pasar a las escuadrillas de Daggers
que atacaron la flota lo mismo a la sección “Tigre” del mayor Tomba y el
teniente Micheloud, que no se percataron de su presencia.
Era de noche cuando llegó al pequeño caserío de Puerto
Darwin que en esos momentos se hallaba completamente a obscuras. Por esa razón,
prefirió seguir hasta Prado del Ganso donde al llegar, después de dar la
correspondiente contraseña e identificarse ante el personal del Regimiento de
Infantería 12, se hizo conducir al puesto de mando para pasar el informe.
Grande fue su alegría al encontrarse allí con el mayor
Tomba, con quien se confundió en un abrazo e intercambió relatos y vivencias.
Sus compañeros querían saber muchas cosas y por esa razón le hicieron
infinidad de preguntas y luego lo llevaron al club social del poblado donde se
le sirvió alimento. Antes de retirarse a descansar, les relató a sus superiores
las experiencias que había vivido.
Aquel día Gran Bretaña y la Argentina sufrieron
considerables pérdidas. Según fuentes británicas, los pilotos argentinos habían
dado muestras de su tremendo coraje y voluntad de vencer en tanto sus oponentes
dejaron de manifiesto su elevado grado de profesionalidad y su determinación al
momento de llevar a cabo las misiones.
Inglaterra perdió en esa jornada una fragata clase 21
(HMS “Ardent”), dos helicópteros Gazelle, entre seis y siete hombres y,
probablemente, un Sea Harrier que si no fue abatido, al menos sufrió averías.
Además, una segunda fragata había quedado fuera de combate (HMS “Argonaut”) y
otras embarcaciones habían experimentado daños de diferente consideración.
El “Argonaut” fue retirado del teatro de operaciones y días
después aviones de patrullaje de larga distancia lo vieron navegando a escasos
6 nudos al este de las islas, en dirección al Reino Unido.
El HMS “Antrim” fue alcanzado por una bomba que no explotó así
como por varios proyectiles que le ocasionaron importantes daños e incluso
bajas en su dotación. El HMS “Arrow”, el HMS “Broadsword” y el HMS “Yarmouth”
fueron impactados por ráfagas de cañones que les averiaron sus estructuras y
parte de su mecanismo e instrumental en tanto el “Norland” y el “Canberra”
escaparon por muy poco a sendos ataques con bombas. Si a ello sumamos el Sea
King y el tercer Gazelle dañados por las tropas del teniente primero Esteban en
San Carlos, podremos apreciar la magnitud del daño recibido.
La
Argentina, por su parte, perdió siete aviones, tres
helicópteros en tierra (un Chinook, un Puma y un UH-1H del Ejército) y cinco
pilotos.
La guerra había adquirido proporciones considerables y
mantenía al mundo pendiente de ella.
Ese día los británicos dejaron de creer que la campaña iba a
ser un simple paseo y tomaron conciencia de su magnitud.
Notas
1 Michael Bilton y Peter Kosminsky, Hablemos Claro. Testimonios inéditos sobre la guerra de Malvinas. Reportaje a Nigel
Ward. Emecé Editores, Bs. As. 1991.
2 Nigel “Shaekey”
Ward, Sea Harrier over the Falklands. A
Maverick at war.
3 El 27 de mayo, después de la batalla de Prado del
Ganso, fue hecho prisionero.
4 No hemos obtenido detalles ni la confirmación de esos
vuelos aunque sí el de los “Patria” que se llevó a cabo el 19 de mayo. En él
participaron el mayor Tomba, el capitán Ricardo A. Vila, los primeros tenientes
Ricardo C. Fasani y Juan L. Micheloud y los tenientes Miguel A. Cruzado y
Miguel Ángel Giménez.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur