31 de mayo de 1982: Doce bombas y el último Exocet
Doce bombas y el último Exocet: el ataque al Invencible, el buque insignia de la flota británica en Malvinas
Reunidos por primera vez, los cuatro
sobrevivientes de la operación del 30 de mayo de 1982 narraron a Infobae
los escalofriantes detalles de aquella misión suicida en la que
aseguran, sin margen de duda, haberle infligido daños al legendario
portaaviones inglés.
El 27 de mayo fue un día de júbilo en el Centro de Información y Control de la Fuerza Aérea (FAA). El Radar Malvinas, relocalizado el 12 de abril desde su posición primigenia en el aeropuerto a un área lateral y guarecida de Puerto Argentino, había localizado "el" objetivo.
Tras intensos y esforzados monitoreos, el Alférez Hugo Mercau y sus radaristas habían auscultado una febril actividad 160 km al este —casi en línea recta— de Puerto Argentino.
Se trataba de un enjambre de ecos que se disipaban en un mismo punto en aguas abiertas, reaparecían súbitamente y enseguida se dispersaban en el fatigado monitor. Se presumía que aquel trajín provenía de aviones Sea Harrier que operaban desde una de las dos plataformas de la Royal Navy.
Tras intensos y esforzados monitoreos, el Alférez Hugo Mercau y sus radaristas habían auscultado una febril actividad 160 km al este —casi en línea recta— de Puerto Argentino.
Se trataba de un enjambre de ecos que se disipaban en un mismo punto en aguas abiertas, reaparecían súbitamente y enseguida se dispersaban en el fatigado monitor. Se presumía que aquel trajín provenía de aviones Sea Harrier que operaban desde una de las dos plataformas de la Royal Navy.
Las trayectorias sindicaban que allí, en
aquel punto phi omega alejado del epicentro del teatro de operaciones se
ocultaba la "Abeja Reina": el buque núcleo e insignia de la flota
británica, el portaaviones HMS Invencible.
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Había que neutralizarlo. Pero, ¿cómo? ¿Con qué? Tras la masacre del ARA General Belgrano, y el asedio depredador de los submarinos nucleares, el Comando Naval había retirado a la flota argentina.
(Veinticinco años después de la contienda, el Vicealmirante de la Royal Navy, Sir Tim McClement, aseveró que los sumergibles nucleares afectados en Malvinas fueron cinco: además del HMS Conqueror, escaneaban el Atlántico e interceptaban los vuelos de los cazabombarderos a 12 millas de las costas argentinas, los HMS Splendid, Spartan, Courageous, Valiant y el submarino convencional Onyx).
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Cuatro de los cinco Exocet ya habían zarandeado y enviado a pique al Sheffield y al carguero Atlanctic Conveyor y aquel último misil podía ser la "bala de plata".
No solo para lacerar al más rentable de los objetivos navales; también
para doblegar la moral de una Task Force que, envalentonada, avanzaba
incólume desde San Carlos.
Sin dilaciones, ese mismo día por la tarde
llegó la orden a la base de Río Grande, centro de operaciones del eficaz
tándem Super Étendard (SUE)-Exocet (AM39). El Capitán de Corbeta Alejandro Francisco
dispararía el misil subsónico de casi 6m de largo con una ojiva de 170
kg de explosivos, secundado en apoyo de radio e instrumentos por el Teniente de Navío Luis Collavino.
Los Ala, tal el indicativo, debían
planificar la misión, maximizar el efecto sorpresa del ataque,
permanecer indetectados ante la cortina antiaérea y arremeter en la
estocada final con el último Exocet, entregado meses antes sin sus códigos operativos por la francesa Aérospatiale.
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Había un obstáculo inicial entre la ristra
de peligros: el Invencible navegaba en el límite del radio de acción de
los SUE, posicionado 100 millas al este de Puerto Argentino y a unos 800
km de Río Grande. Se imponía asomar desde un punto inesperado, bien
alejado del asedio aéreo de los misiles Sea Dart y de las avezadas PAC
(Patrulla Aérea de Combate).
Encerrados en una sala durante
horas de preparación, Francisco y Collavino planificaron la ruta de
vuelo y pergeñaron la trampa de desconcierto: un desvío pronunciado a 250 millas (400 km) al sudeste de la posición del portaaviones, fuera del límite de los radares enemigos.
Esa ruta suponía un extenso
reabastecimiento con el KC-130. Había que volar hermanados con el
tanquero hasta aquel punto de viraje para luego iniciar desde allí el
descenso y una aproximación sigilosa en el asalto final a 15 millas del
blanco.
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Al día siguiente, las camionetas que conducían a los Ala por la pista se detuvieron imprevistamente: "Misión cancelada",
los anoticiaron. Los Hércules estaban abocados a otras faenas.
Reeditaron el mismo trayecto el 29 de mayo y se introdujeron en las
cabinas de los SUE, cuando otra vez los técnicos alertaron: "Misión pospuesta".
En la sala de prevuelo, les comunicaron la novedad: aquella sería la primera (y la única) misión conjunta entre la Armada y la Fuerza Aérea.
Los SUE lanzarían el Exocet el 30
de mayo y para potenciar el daño al Invencible otros 4 pilotos de A4-C
Skyhawk, munidos con tres bombas de 250 kg cada uno, completarían el
ataque un minuto después.
Algo así como intentar rematar al herido y una misión kamikaze para los A4-C.
Cuatro "moscas" libradas a su suerte para fogonear a un dragón, dotado
con misiles, artillería y aviones de última generación y defendido,
además, por el grueso de la flota. Se daba por descontado que la tasa de derribos sería altísima.
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En lo estrictamente técnico, el Comando de
la FAA había dispuesto la intervención de los A4-C por su mayor
potencia, mejor aviónica y capacidad de oxígeno líquido para la
autonomía de vuelo. Pero, fundamentalmente, porque el trayecto era
extenso, y sólo los A4-C contaban con raquetas con cinco puntos para
cargas externas: dos para sendos tanques de combustible y otros tres
para colgar las bombas de 250 kg, que descargarían exactamente tres
minutos después del lanzamiento del AM39.
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Mientras tanto, a 700 km de Río Grande, en la base de Puerto San Julián, el Comodoro Juan José Lupiánez, jefe del Escuadrón I, reunía a seis de sus pilotos más experimentados y con tono circunspecto lanzaba un pedido inusual:
—Necesito dos voluntarios para una misión—dijo lacónico, sin ofrecer mayores precisiones.
Era la primera vez desde el inicio de las hostilidades que se demandaba algo así. Aquella elipsis discursiva permitía entrever que las chances de regresar con vida dependían del azar.
—Yo me ofrezco, señor—dijo al dar un paso al frente el 1er Teniente Ernesto Ureta.
Segundos después lo emuló su amigo y compañero de promoción, José "Pepe" Vázquez. La directiva del jefe apuntó a que fueran ellos los que seleccionaran a sus numerales en la misión cuyo indicativo era Zonda.
Ureta eligió al Alférez Gerardo Isaac y Vázquez al Teniente Omar Jesús Castillo. Esa misma tarde volaron los cuatro a Río Grande, se juntaron con los pilotos de SUE y estudiaron el ataque del día siguiente.
Al mediodía despegarían los Ala, inmediatamente después los Zonda.
Volarían en altura hasta un punto de encuentro a 20.000 pies (6000
metros) de altitud con dos Hércules reabastecedores. Con las dos
mangueras de uno de los KC-130, los SUE completarían la carga volando
enganchados unas 150 millas (entre 30 a 40 minutos) al sur de Malvinas
mientras los A4-C se reabastecerían por turnos de a dos en el mismo
trayecto.
En el punto de desacople, a unos 320 km del
blanco, Vázquez y Castillo formarían a la izquierda de los SUE
(Francisco y Collavino) y Ureta e Isaac por la derecha. Desde allí
habría un descenso suave hasta alcanzar posición rasante para la
aproximación final y la localización certera del portaaviones inglés.
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"Para confirmar la posición -describe
Francisco- debíamos elevarnos, escanear con los radares de los SUE,
intercambiar información con Collavino y volver a descender, para seguir
aproximándonos. Al encender el radar, el ataque se hacía
absolutamente indiscreto y desde ese momento en que nos detectaban hasta
que lanzábamos el AM 39 pasaban 3,5 minutos. En ese lapso, el Invencible no tenía tiempo suficiente para interceptarnos con los Harriers y tampoco para evitar el ataque.
El misil alcanzaba el blanco en unos dos minutos y los AC 4, que
saldrían detrás del él, llegarían un minuto después. Es decir, que
el preaviso que el Invencible y sus escoltas tenían para esperar a los
cuatro Skyhawk era de entre 6 y 7 minutos. Tiempo más que suficiente
para abatirlos desde cualquier buque".
La intimidad de un pacto
Días antes, y como atajando al destino y su fatalidad, Ureta y Vazquez habían sellado un pacto
en el cuarto de hotel que compartían cerca de la base de San Julián.
Allí mismo donde algún piloto día por medio debía juntar las
pertenencias de otro.
"Si alguno de los dos no regresa –se dijeron–prometamos que sólo el otro se lo comunicará a la esposa".
Buscaban evitar otros intermediarios, la información confusa, los
rodeos, los consuelos piadosos sobre la recuperación de los cuerpos en
aquella ruleta rusa de atacar a la supremacía británica en Malvinas.
Mendocino, de origen humilde y muy devoto,
tras recibirse como cabo fotógrafo de la Fuerza Aérea (FAA), Vázquez
quiso ir por más y se convirtió en piloto de caza de la IV Brigada
Aérea. Sobresalía en su foja. Era el quinto de su promoción y el 11 de
marzo de 1982, a sus 30 años, había sido padre por tercera vez. Ureta,
de Avellaneda y un año mayor, también esperaba a su tercer hijo. Sus
esposas, muy amigas, seguían juntas en Mendoza el devenir de la guerra.
Mientras tanto, Isaac (porteño, de 23 años) y Castillo (oriundo de
Cosquín, de 28 años) eran solteros sin ataduras.
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"Aquel gesto de Ureta y de Vázquez los convirtió en el acto en hombres distintos", señala a Infobae
Isaac. "Tienen que haber tenido algo muy especial para presentarse como
voluntarios, porque lo nuestro era mucho más fácil: nos designaban y
listo".
Día D
El 30 de mayo a las 12 despegó la
formación. El vuelo transcurrió según lo previsto en absoluto silencio
instrumental. Los seis reabastecieron con los nobles tanqueros volando a
la par. Era como una miríada de ocho aviones entrelazados preparándose para sobrevivir.
En aquel punto perdido en el extremo
sudeste del Atlántico se desacoplaron y viraron a la par con rumbo
norte. Cuando llegó el momento, los Ala se elevaron y encendieron sus
radares. Un eco grande, flanqueado por otro mediano, unos 10 grados a la
derecha, confirmaban en ambos monitores la posición phi-omega que
cuatro días antes había trasmitido el Radar Malvinas. Algo insólito en
lo táctico para un buque de esa envergadura e importancia capital. O
quizá, la confiada convicción de John "Sandy" Woodward, comandante de la flota británica, de que aquella posición sería inalcanzable para los pilotos argentinos.
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A unos 150 metros sobre el nivel del mar, lo suficiente para la caída libre del AM39, Francisco comunicó el top de lanzamiento y disparó. Al ver desprenderse el misil como un peso muerto, sin propulsión, Collavino pensó: "Listo, sonamos. ¡Falló!".
Sólo después de una caída
apreciable, el Exocet encendió su motor y navegó enhiesto y veloz,
dibujando una estela blanca sobre el paisaje peltre y nuboso de un
océano encrespado.
En ese instante, las contramedidas del SUE de Collavino detectaron una iluminación de radar enemigo en su cola. Si estaban a distancia de tiro, la muerte era cuestión de segundos. Sin margen para el miedo, lo informó por radio y los Super Étendard huyeron virando por izquierda a máxima potencia.
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En la maniobra Francisco alertó a los Skyhawk:
—Al frente, 20 millas—los guió hacia el Invencible en su tiempo de descuento.
Los 4 Zonda cerraron la formación como dos
pares de siameses. Veinte, treinta metros separaban sus alas. Avanzaban
en una misma línea como férreo tabique alado, al ras del mar: Vázquez y
Castillo por la izquierda; Ureta e Isaac, a la derecha. Así, en bloque, al enemigo se le dificultaría determinar cuántos halcones se alistaban para aquel feroz ataque kamikaze.
Restaba poco más de un minuto para llegar al objetivo cuando la silueta del Invencible desprendía dos columnas de humo a cada banda, en el medio de la estructura del buque.
"Yo lo veía desde su popa y eran como dos bigotes negros a cada costado", grafica Isaac. Para los pilotos no hay dudas: el Exocet magulló a la "Abeja Reina".
A 900 km por hora, arañando el océano en el
tramo final, en un milisegundo Ureta observó que el ala de uno de los
A4-C a su izquierda se desprendía violentamente; luego se desguazaba la
cola y, desestabilizado, el avión de uno de sus compañeros -no sabía
cuál- exhibía su panza. "La última imagen de aquel A4-C es aquella panza con el ala derecha solamente", describe Ureta, intentando contener la emoción.
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"Yo sentí la onda expansiva de la explosión en mi cabina",
agrega Isaac. "Nunca vi el misil. Evidentemente no vino desde el
Invencible, sino de otro buque en otra posición. Miré a mi izquierda y veo un A4-C que explota,
se le vuela el plano, el triángulo del plano sale hacia arriba, el
avión me muestra su panza e impacta contra el agua. Tampoco sabía quién
era. No había margen para averiguarlo. No en ese momento. Aunque suene
raro la atención estaba íntegramente posada sobre el blanco".
Ureta deseaba comenzar a disparar
sus cañones de 20 mm para al menos distraer la lluvia de la artillería
de defensa antiaérea que les lanzaba un Invencible humeante.
Pero la distancia de tiro quedaba corta. Había que esperar unos segundos
más. A medida que se aproximaban aquel humo negro que exudaba el
Invencible se iba depositando sobre el agua, cubriendo el casco del
navío. Volaban a la altura de la pista del portaaviones.
"El cielo estaba encapotado pero la
visibilidad era buena y yo estaba esperando el instante para disparar
mis cañones, por el sólo hecho que al apretar el gatillo sentía que nada
podía pasarme", dice Isaac.
"Y en esa fase el vuelo, a unos 500 m del blanco, sentí adentro de mi cabina otra explosión, mucho mayor a la anterior. Miré nuevamente a mi izquierda y a unos 5 metros de mi ala vi a otro A4-C que explotaba en una forma totalmente distinta a la anterior.
Tampoco sabía quién era. El avión se infló, tenía el doble de ancho y
de largo y sus placas metálicas remachadas estaban todas separadas pero
se mantenía la estructura del avión. Adentro todo era una bola naranja del fuego.
Inmediatamente me separé. Lo que yo vi fue fuego de artillería
antiaérea, cañones que tienen munición autoexplosiva. Son como pompones
que explotan alrededor de uno o en la línea de ataque. Creo que el
primer derribo fue con un misil que vino desde atrás. El segundo,
estimo, fue producto de esa artillería, que podrían haber impactado en
los tanques o en el sistema hidráulico del avión".
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Ureta nunca llegó a ver el segundo derribo. Estaba concentrado en la inminencia del ataque. Dos,
tres disparos y se le trabó el cañon. Isaac en cambio descargó con
furia el grueso de sus 200 municiones y al acercarse a la popa del
Invencible lanzó sus tres bombas de 250 kg y bordeó su pista por
derecha, volando por todo el lateral del portaaviones en su escape
final.
A su turno, el otro Zonda, por lo bajo que
venía, debió levantar la trompa para arrojar 50 metros antes y con un
desvío de 30 grados en relación al eje del buque su racimo de bombas. La
maniobra lo obligó a atravesar a baja altura la pista del portaaviones.
Al girar a la izquierda para la huida, Ureta no tuvo dudas: sus bombas
fueron efectivas. "Todo era ya una nube de humo que envolvía al Invencible. Habían pegado y habían explotado", afirma.
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Cada uno por su lado, en la soledad de su
ruta de regreso, tanto Isacc como Ureta creyeron que solo uno de los
cuatro pilotos había sobrevivido. Isaac vio un punto hacia adelante, se
acercó y observó por el traje naranja del piloto que los abatidos habían
sido Vázquez y Castillo. Prendió su radio y el contó a su jefe de
sección la secuencia de lo que había visto. Ambos confluyeron en el
punto de encuentro con los dos Hércules, que esperaban la información
del ataque para retrasmitirla a la base.
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—A Vázquez y a Castillo no los esperen— dijo Ureta y precisó el resultado de la misión.
Al aterrizar en Río Grande, tras cuatro horas de misión, el abrazo con los técnicos no logró aplacar el llanto.
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"Sentía algo muy ambivalente -cuenta Isaac- la alegría de estar vivo y la tristeza por la muerte de mis dos compañeros".
"Yo cumplí con la promesa a mi amigo
y la llamé a Liliana, la mujer de Vázquez, y al llegar a la Base San
Julián debí contárselo también a su hermano, Pelucho, mecánico de
paracaídas de nuestra escuadrilla. Hoy soy el padrino el Mariano, aquel
hijo de entonces 50 días que el Pepe Vázquez prácticamente no llegó a
conocer", dice con orgullo Ureta.
De los tres interrogatorios por separado a
los pilotos tras el ataque con personal de Inteligencia quedó una
certeza, que Inglaterra siempre negó: el buque orgullo de la Royal Navy
había sido al menos averiado. Fue vencido primero por un Exocet y luego
por bombas de 250 kg.
Los cuatro halcones reunidos por Infobae
dicen comprender el por qué de esa negación, usual en la historia de
las conflagraciones. "Nosotros sabemos muy bien qué vimos y cómo lo
vimos. Lo que digan los ingleses nos tiene sin cuidado", repiten, cada
uno a su turno. "Si el secreto de guerra es por 90 años, en algún
momento la verdad saldrá a la luz".
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El 1er Teneinte José Daniel "Pepe" Vázquez y
el Teniente Omar Jesús Castillo fueron ascendidos post mortem al grado
de Capitán y declarados Héroes Nacionales. Cosquín emplazó en la plaza
"Héroes de Malvinas" un busto de su mártir e hijo pródigo mientras que
la Base Aérea de Puerto San Julián añadió a su nombre el del Capitán
José Daniel Vázquez. Los pilotos abatidos, el Comodoro (RE) Gerardo
Isaac y el actual Brigadier (RE) Ernesto Ureta recibieron la máxima
distinción del Estado Argentino: la Cruz al Heroico Valor en Combate.
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