Jordán Bruno Genta 1960
Al Profesor Hiram Zaboni
Esclarecido alumno y amigo fiel.
PREFACIO
Este
libro se propone demostrar que el Comunismo y, en particular, el Comunismo
marxista, se reduce a una cuestión religiosa fundamental. Las contradicciones
económicas, sociales, políticas e ideológicas Que utiliza
profusamente la Propaganda —Capitalismo y Comunismo, Democracia y Comunismo,
Libertad y Comunismo^, carecen de toda significación real y verdadera. Su
invención y propagación responde al exclusivo
propósito de desorientar y dividir a las victimas, haciendo que se
enfrenten y se anulen entre si.
La
única contradicción real,
realísima, es la que existe entre
Catolicismo y Comunismo. Toda la
cuestión reside en Cristo y María, en Cristo y la Iglesia Romana que es todo
uno y es toda la Verdad creadora y redentora.
El
Comunismo tiene su principio en la negación de la Verdad y en la posición del Libre Examen, que ha sustituido la teología de Cristo por
una seudo filosofía de la libertad y del Progreso indefinidos.
Todo
anticomunismo que se apoye en la democracia,
en la libertad, en el capitalismo
o en un nacionalismo panteísta, está
condenado irremisiblemente a servir a la expansión del Poder Comunista.
El
lector dirá si en estas páginas se logra demostrar que la única solución es la
restauración de todas las cosas humanas en la Verdad y en la Realeza de Nuestro
Señor Jesucristo.
Agradezco
a mi eminente amigo, el Sr. Nicolás Sachnowsky, gran señor ruso ortodoxo e
imperial, la valiosa colaboración que me ha prestado con su estudio agregado
como apéndice. Mi cátedra privada de
filosofía ofrece este libro como un nuevo testimonio de sus modestos empeños
de la Verdad y de la Patria.
JORDAN BRUNO GENTA
Buenos Aires 1º de Mayo de 1960
CAPITULO UNO
¡QUE ES EL COMUNISMO!
El
Comunismo es una empresa satánica contra
Dios y contra la naturaleza creada y redimida por el Verbo de Dios. Su objetivo
concreto y final es la destrucción de la Civilización Cristiana; su verdadero
móvil, un incurable resentimiento nihilista.
Se
equivocan gravemente quienes pretenden interpretar al Comunismo como un
fenómeno asiático. La verdad es que no procede del Oriente, sino del seno mismo
de la Cristiandad Occidental y por obra de cristianos renegados, al menos sus
primeros ensayos históricos. El actual predominio judío en la dirección
comunista y en la explotación financiera, se explica por
el
proceso de descristianización de las naciones occidentales, bajo la influencia
desintegradora del Libre Examen.
Para
los cristianos reformadores que se rebelaron contra la autoridad de Roma y su
Cátedra de la Unidad, cayendo en la anarquía y en la separación, vale la
tremenda imputación de San Juan a los Judíos: "Estaba en el mundo y el mundo
fue hecho por EL, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos y los suyos no
le recibieron".
Después
de mil quinientos años de acción redentora y civilizadora de la Iglesia de
Cristo, hubo cristianos que la desconocieron, rechazaron e intentaron
destruirla. Las gentes y las naciones apartadas del Divino Reformador,
comenzaron a seguir a los reformadores improvisados que brotaban como hongos de
todas las clases sociales, particularmente de las menos distinguidas y
cultivadas; otros tantos "Cristos" demasiados humanos, nivelados en
la vulgaridad que osaron confundirse con el único Cristo, verdadero Dios y
Hombre verdadero.
Consumada
la máxima subversión, confundida la Palabra de Dios con la de un hombre
cualquiera que se cree iluminado de lo alto, todas las otras subversiones y
confusiones que están comprendidas en la primera, se van a seguir
inexorablemente. Sí todo el mundo es, en principio, sacerdote y lleva el
Evangelio en su corazón, también puede sentirse rey, sabio, artista, general,
magistrado, educador, empresario, etc.
¿No
es, acaso, el Comunismo esta suma de subversión y confusión, de negación y perversión?
¿No
consiste la comunidad de los bienes
espirituales y materiales en esta completa igualdad?
Quiere
decir que el Libre examen es el principio
del Comunismo.
Pueden
los luteranos y otras yerbas del protestantismo hacer declaraciones
anticomunistas, tal como las hiciera el propio Lutero contra el Comunismo
anabaptista de su época; pero esa oposición por extrema que sea, no cambia en
lo más mínimo, la verdad de que el Libre Examen conduce necesariamente al
Comunismo, porque es el principio de la Revolución permanente contra toda
distinción y jerarquía.
En
vano se querrá detener el curso de las variaciones del protestantismo, del
idealismo filosófico, de los proyectos de constitución civil o de las reformas
sociales.
En
vano pretenderá Descartes frenar a sus discípulos de la duda metódica —fórmula
técnica del libre examen—, previniéndoles que "no aprobaría de ningún modo
a esos espíritus turbulentos e inquietos que no siendo llamados ni por
nacimiento ni por fortuna al manejo de los negocios públicos, no dejan jamás de
maquinar alguna nueva reforma; y si yo imaginara que en este escrito hay algo
que me hiciera sospechoso de esta locura, lamentaría mucho que fuese publicado.
Jamás mi designio ha ido más allá de la reforma de mis propios
pensamientos".
Ocurre
que Lutero es precursor tanto de Tomás de Münzer, ideólogo del Comunismo
anabaptista, como de Renato Descartes, padre de todas las formas del idealismo
moderno, incluso del materialismo mecanicista de Russoe y del materialismo
histórico de Marx.
Aunque
el criterio escolar contrapone el materialismo al idealismo, la verdad es que
el primero en cualquiera de sus formas, no es más que una construcción mental
sin fundamento en la esencia de las cosas; o mejor, basada en una subversión
del orden esencial que sólo puede ser fingida idealmente, construida
dialécticamente por un pensamiento dividido del ser.
El
gran humanista español, Juan Luis Vives, testigo y comentador de la Revolución
comunista anabaptista de la Baja Alemania, nos ha dejado un esquema, del
proceso dialéctico que desde el Libre Examen aplicado a la Verdad de Fe, lleva
hasta la comunidad de los bienes materiales; un esquema objetivamente válido
para todos sus ensayos históricos, incluso para explicar la revolución
comunista mundial de nuestros días: "En otro tiempo, en Alemania, las cosas de
piedad estaban de tal suerte constituidas que se mantenían firmes y estables
... Mas alguien advino que se atrevió a discutir algunas, al principio
moderada y medrosamente, muy luego sin rebozo... para negarlas, suprimirlas o
rechazarlas, mostrando tanta seguridad como si el objetante hubiese bajado del
cielo conociendo los secretos designios de Dios, o se tratase de coser un
zapato o un vestido...
De
las discrepancias de opiniones surgió la discordia de la vida... y entonces, a
los que habían suscitado la guerra en el fementido nombre de libertad e injustísima
igualdad de los inferiores con los superiores, sucedieron los que decretaron,
pidieron y exigieron no ya aquella igualdad, sino la comunidad de todos los
bienes".
Con
esta síntesis luminosa, inicia Vives su opúsculo acerca "De la Comunidad
de los Bienes", escrito en latín, el año 1535, en la ciudad de Brujas
donde residía. La revolución comunista acababa de ser aplastada a sangre y
fuego en Münster (Westfalia) ; ciudad
que durante más de un año había soportado un régimen pavoroso de terror,
despojo y exterminio, bajo la tiranía de los amigos del pueblo, el panadero
Juan Matthys y el sastre Juan de Leyden, precursores de Hébert y Saint Just, de
Lenín y Trotsky, de Stalin y Khrushchev, de Calles y Obregón, de Azaña y de
Negrín.
El
esquema de Vives describe las etapas de un proceso ideológico y político que se
ha venido repitiendo en diversos escenarios históricos con diversa
amplitud y duración; pero que se inicia
invariablemente con la Crítica de la Religión, sigue con la Crítica de las
jerarquías intelectuales, políticas y sociales, para finalizar con la Crítica
de la, propiedad privada y la pretendida implantación de la Comunidad de los
bienes. Si conquista el Poder en alguna nación, su política exclusiva es el
terror, la expropiación y el exterminio de todos los que son
alguien o tienen algo.
No puede proceder de otro modo mientras obedece a la dialéctica
comunista, esto es, a la violencia infinita contra la naturaleza de las cosas y
su orden de distinciones y jerarquías.
La
Encíclica "Qui Pluribus" de Pío IX, denunciaba hace más de un
siglo, al Comunismo como una
"nefanda doctrina" tan contraria al derecho natural, la cual una vez
admitida llevaría a la radical subversión de los derechos, bienes y propiedades
de todos y aún de la misma sociedad humana". Pío XI, en su definitiva Encíclica sobre el Comunismo
ateo del año 1937, no solo repite la condena de su ilustre predecesor sino que
lo declara "intrínsecamente perverso contradice en absoluto la verdad de esta
imputación de empresa anti divina y antinatural, la existencia de la poderosa
Unión Soviética que dura y crece sin interrupción desde hace más de cuarenta
años. Aparte de que el éxito no es criterio de verdad en el mundo histórico y
de la notoria eficacia del mal en los acontecimientos humanos, debe advertirse
que los dirigentes soviéticos —Lenín, Stalin, Khrushchev— se han preocupado
menos por ser fieles a la línea estricta del nihilismo comunista que por la
consolidación del Estado o Dictadura del Proletariado.
La
Historia Universal documenta la
influencia decisiva del Poder político
en la propagación de la verdadera Fe o de las falsas creencias: la conversión
de Constantino hizo cristiano al Imperio Romano; los príncipes alemanes que
abrazaron la Reforma, afianzaron el protestantismo en sus súbditos; el triunfo
político de la Revolución Francesa ha contaminado de laicismo masónico a todas
las naciones católicas.
No
podía escapar a los Jefes bolcheviques la importancia decisiva para la Revolución Comunista, de
disponer de un centro político de
irradiación y dirección del Movimiento en el mundo entero. De ahí que se
dedicaran a consolidar y potenciar el Poder Soviético, haciendo de Moscú la
capital del proletariado universal y
la Jerusalén del nuevo
Mesías, de quien ya habla Vives
en el opúsculo citado: "Alcanza de Dios una nueva naturaleza y, entonces,
podrás conseguir esa comunidad de bienes que te has fingido en la mente, y ese
Mesías que estás esperando:
abominable impiedad de que no
hablaré por ahora"
Bajo
la sugestión del Gran Tentador, los Jefes del Comunismo remedan los caminos de
Dios en su preparación providencial del Imperio Romano para recibir a la
Iglesia de Cristo; ellos preparan la nueva Ciudad imperialista que va a recibir
y a coronar al Anticristo.
Se
comprende que hayan tenido que hacer ciertas concesiones a la naturaleza, a sus
límites y exigencias jerárquicas para tener Fuerzas Armadas realmente
poderosas, familias sanas y prolíficas, equipos idóneos de técnicos,
empresarios e investigadores, rendimientos elevados, administración eficiente
del Estado, etc., etc. Y desde la última guerra mundial no han vacilado en
restablecer la Iglesia Ortodoxa 1 y la Idea de Patria con ciertas tradiciones
monumentales de la Historia Rusa; claro está, todo regulado e instrumentado por
el Poder político en vista del Imperio Mundial.
La
acción comunista rigurosa se emplea en el exterior para ablandar, arruinar y
desintegrar a las futuras víctimas; esto aparte de los millones de esclavos
nivelados en la miseria y en los trabajos forzados en el inmenso espacio de la
U.R.S.S. y de sus aliados.
Pero
ese formidable Poder Soviético que está devorando las naciones con la misma
facilidad que los espacios siderales, se ha levantado en el desprecio de la
Palabra de Dios y de las palabras esenciales. Es un Estado sin religión ni
metafísica, prodigio de la técnica científica que usan los émulos modernos de
Simón el Mago para desafiar al pobre Cristo.
Cuando
se derrumbe esa mole colosal no quedarán nada más que miserables despojos; ni
una sola palabra de esas que serán siempre recordadas; ni una sola obra
ejemplar y señera que despierte la admiración y merezca ser imitada por las
generaciones futuras; esto es, nada que sea universal, eterno, clásico,
definitivo en el valor, como nos ha dejado la vieja Rusia Imperial.
No
entiende absolutamente nada de Comunismo, el que no ve que la cuestión
fundamental no reside en la economía, ni en la organización social, ni en la
política, ni en la filosofía, sino en. la religión; más precisamente, en la
negación de Cristo y de la Iglesia que -prolonga la Encarnación en el tiempo.
Tan
sólo el enfoque teológico, cristológico, ilumina el trasfondo satánico del
movimiento comunista y nos da la clave de su expansión arrolladora en las
-almas y en las naciones cristianas, o mejor, descristianizadas por el libre
examen.
'"
Aquí es oportuno aclarar que las potencias capitalistas y financieras no se
oponen realmente, ni se han opuesto jamás al Comunismo. Por el contrario, sin
su apoyo y complicidad no habría triunfado la Revolución Rusa ni la Unión
Soviética sería hoy una potencia mundial;
ni tampoco se propagaría impunemente en
las naciones del mundo
todavía libre. Es que el Judaísmo, la Masonería y el Comunismo
son tres manifestaciones ideológicas
de la misma negación y del mismo odio al Divino Redentor, es decir, el
nihilismo radical inspirado por Satanás.
Esto
nos permite comprender la coincidencia final y la colaboración obligada de la
Plutocracia con el Comunismo, de la Banca con el Soviet: niegan, odian y
tienden a lo mismo; luego son lo mismo.
Nos
recuerda San Agustín que "el alma enamorada de su poder, olvida el bien
universal y se desliza hacia el interés privado, aspirando a ser lo más,
decrece; por eso se dice que la avaricia es la raíz de todos los males".
La 'avaricia es, justamente, la raíz de la Plutocracia y del Comunismo, los dos
grandes males de la sociedad contemporánea.
El
libre examen es avaricia intelectual, subjetivismo de la Verdad teológica,
metafísica y moral, suficiencia del propio juicio con desprecio de toda
autoridad. En lugar de la ironía socrática que lleva a la conciencia de la
propia ignorancia o de la humildad como principio de Sabiduría, el derecho a la
duda universal, de juzgar toda palabra divina y humana; el derecho de
reservarse exclusivamente para sí, de aceptar o rechazar toda autoridad
exterior.
Lo
que no ha sido examinado y aprobado por el único y su yo, no es verdadero, ni
bueno ni bello ni justo, comenzando por el Bautismo de los párvulos; para que
sea válido es preciso, que lo apruebe el interesado y se lo haga administrar
voluntariamente, tal como hacían los anabaptistas que protagonizaron la primera
revolución comunista del Occidente Cristiano.
Extrema
avaricia y la más culpable ésta de la inteligencia cuyo bien es la Verdad que
está en el alma que la atesora pero sobre ella; "en ti sobre ti",
como enseña San Agustín.
Si
es paradójica la expresión, no hay otro modo más adecuado de significar la
trascendencia de la Verdad en el alma que la posee: posesión íntima, cabal,
personalísima del bien universal e indivisible,, el más comunicativo y
participable de todos los bienes.
El
alma que está en la Verdad no es "una mónada sin ventanas hacia
afuera", encerrada en si misma y aislada; por el contrario, está abierta y
en comunicación con Dios y con las otras almas. Es el alma en estado docente;
sabe escuchar y puede dialogar.
La
Verdad es una, indivisible, inmutable; idéntica a través de la diversidad de
las lenguas, razas, nacionalidades, épocas, idiosincracias y otras
peculiaridades. La Verdad es docente de suyo; por eso Cristo, la Verdad de
Dios, es el Maestro. Y sus discípulos para enseñar a las gentes tenían
necesidad de que el Maestro instituyera una Cátedra que continuara la unidad y
la integridad de su magisterio divino. Esa Cátedra de definición es la roca
sobre la que está edificada su Iglesia.
¿Cómo
hubiera podido permanecer intacta la Verdad de Dios sin la Cátedra de Pedro en
medio de las necesidades y miserias, de las tentaciones y perversiones humanas?
¿Cómo
hubiera podido permanecer una e inmóvil a través de la multitud de los
criterios individuales y de las mudables edades y circunstancias?
¿Cómo
hubiera podido llegar esa misma Palabra hasta Lutero, mil quinientos años
después de haber sido enseñada por Dios hecho hombre?
Pero
el fraile triste, arrebatado por Satanás, se instituyó a sí mismo en la Cátedra
de Dios y creyó que su juicio era más, mucho más que el de los Papas y Obispos,
que el de los teólogos y filósofos. Ni
la Cátedra romana, ni los Concilios
ecuménicos, ni los Padres y Doctores de la Iglesia, "ni las ridículas
reglas de los lógicos", ni las "fantasías de los filósofos, ni el
viejo Aristóteles", tienen la autoridad de su sentimiento interior y de su
propia, experiencia para establecer la validez de un testimonio, de una
afirmación o de una sentencia. "Ni el
Papa, ni un Obispo, ni hombre alguno, declara Lutero, tienen el derecho
de imponer una sola sílaba al cristiano sin su consentimiento". Y con
respecto a la Palabra misma de Dios, concluye: "puesto que todos somos
sacerdotes no se nos puede negar la facultad de discutir y juzgar lo justo y lo
infinito según la Fe".
Así
es como la Palabra que es "Camino, Verdad y Vida", se arroja a los
perros para que sea despedazada por el arbitrio, la ignorancia, el
resentimiento y la vulgaridad de la jauría de los intelectuales y manuales
sueltos.
Le
debemos a Lutero la primera Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, esto es, del libre examen aplicado a las cosas de Dios:
"Libertad
del individuo y derecho de cada cual a guiarse por la experiencia de su propio
espíritu".
"...
Si has recibido la Palabra por la Fe, considera cumplidos todos los preceptos y
considérate a ti mismo libre en todo"..
"...
Todos los sacramentos quedan entregados a tu libertad personal".
Estas
fórmulas entre las innumerables que se pueden citar bastan para identificar al
hombre emancipado de toda autoridad espiritual que se complace en su verdad; el
único que cree tener el Evangelio de Dios encerrado en su corazón y que se
llama a si mismo, "Evangelista por la Gracia de Dios" (Lutero).
En
lugar del Papa legítimo, sucesor de Pedro, se auto-proclaman el papa Lutero, el
papa Münzer, el papa Zwinglio, el Papa Calvino y tantos otros papas cuantos se
sienten inspirados y llamados de lo alto.
El
libre examen es, pues, el origen de esta horrenda confusión de Cristo y de la
autoridad delegada por El, con cada uno de los innumerables
"cristianismos" particulares, sus evangelistas, apóstoles y papas,
improvisados en el delirio del fin del mundo y del principio del milenio a
cargo de cualquiera de los falsos cristos. Esto nos explica el febril empeño de
los comunistas anabaptistas alemanes, durante el proceso de su revolución
social entre 1524 y 1535, por apresurar el cataclismo escatológico del milenio;
empeño análogo al de los bolcheviques de hoy, dedicados a acelerar la
inevitable catástrofe social que se continuará con el paraíso comunista.
La
subversión de lo divino y sobrenatural promovida por la dialéctica del libre
examen, tenía que continuarse necesariamente con el arrasamiento de todas las
distinciones y jerarquías naturales en lo político y social, tal como nos
ilustra el sutil ingenio de Vives:
"¿Qué
diré de la dignidad, del honor, del Imperio? Suprime hoy los senadores, los
cónsules, el príncipe y mañana existirán por cada doce senadores suprimidos,
doce mil; por cada dos cónsules, dos mil; y mil príncipes por el que
suprimieras".
Y
por esta pendiente se llega finalmente a la negación de la propiedad privada,
la distinción y jerarquía externas de la persona y sostén de la libertad
familiar.
Sobre
las ruinas acumuladas por la Revolución Comunista, "cuando todos hayan
adquirido las cualidades colectivas, en aquella condición utópica de una
sociedad sin ninguna diferencia de clases, el Estado político que ahora se
concibe sólo como instrumento de dominación capitalista sobre el proletariado,
perderá toda su razón de ser y se disolverá" (Pío XI) ; tendrá lugar
entonces el salto a la libertad, previsto por Engels y al Estado administrador
de hombres habrá sucedido un Estado administrador de cosas.
Claro
está que para esa nueva época de una humanidad que no tiene necesidad de Cristo
porque va a disfrutar de una felicidad real aquí abajo, el Libre Examen ha
venido preparando un hombre nuevo en los últimos cuatro siglos.
Es
todavía Vives quien nos habla en su inapreciable opúsculo, de este hombre nuevo
que reclama la comunidad de todos los bienes: "Crea, pues, hombres nuevos
y entonces esa República de Platón, no solamente zaherida por los filósofos
sino rechazada por la naturaleza misma de las cosas, podría tener existencia.
Porque con los hombres tales como son y con las pasiones que les mueven, en vez
de la comunidad se obtendrán- odios, discusiones, pendencias, contiendas y
guerras, ya que nuestra naturaleza repudia la comunidad de bienes, la re huye,
la repele".
En
lugar del hombre viejo renovado por la sangre de Jesucristo y por la gracia
santificante, el hombre del pecado enamorado de su libertad y de su poder, que
se finge en estado de salud perpetua (Bondad Natural), con un buen sentido
ilimitado y una libertad enteramente dueña de sus actos, capaz de osarlo todo.
Lutero
es también el precursor del hombre nuevo, con su famosa tesis de la
justificación por la sola Fe, sin las obras; de que el hombre no es libre para
el bien y la razón no alcanza verdaderamente lo espiritual ("La Libertad
del Cristiano").
Aparentemente
hace radicar la salvación en el mérito exclusivo de Cristo; pero, en verdad,
divide la ciencia y la vida temporales de la Fe y de la Iglesia de Cristo. Si
ya estamos justificados o condenados y nada significan nuestras obras para la
salvación o perdición en la eternidad, esta, vida de aquí abajo nada tiene que
ver con la, vida de allá arriba. El único punto de incidencia es la experiencia
íntima de la Fe que para lo único que sirve es para la piedra libre del pecado:
"Sé pecador, un verdadero pecador y peca de firme, pero cree más
firmemente todavía".
Esta
vida no es un lugar de prueba, sino que la voluntad humana es como una cabalgadura
que puede estar montada por uno de dos jinetes. Si va Dios en la silla, el
hombre quiere y dispone según Dios. Si va el diablo, el hombre quiere y marcha
como al diablo se le antoja. No está en sí mismo optar por uno u otro y
ofrecerse a él. Ambos jinetes luchan entre si hasta que uno de ellos prevalece
sobre el caballo. "Si alguno me ofreciese la libertad de la voluntad yo la
rechazaría".
Aparentemente
este maniqueísmo desembozado se presenta como una justificación del "no
poder hacer otra cosa" que seguir al principio bueno o malo que nos lleva
por donde quiere; pero, en rigor, es la piedra libre del pecado que decíamos:
del vive como quieras o como puedas.
De
aquí a la negación del pecado no hay más que un paso; y otro más para convertir
la negativa en afirmativa y proclamar la Bondad Natural del hombre.
El
judío Baruch Spinoza, un siglo después de Lutero, desarrolló en su
"Tratado Teológico-Político", la ética del hombre nuevo que hace del
egoísmo la ley natural, la manifestación espontánea de su naturaleza divina, es
decir, necesariamente buena.
"El
Poder de la naturaleza es, en efecto, el poder mismo de Dios que ejerce un
derecho soberano sobre todas las cosas.
El
derecho de cada uno se extiende hasta donde alcanza su poder. Y como es una ley
general de la Naturaleza que cada uno se esfuerce por mantenerse en su estado,
sin tener en cuenta más que a sí mismo, es decir, su propia conservación.. . ..
. Así, cualquiera que esté obligado a vivir bajo el único imperio de la
naturaleza tiene el derecho de realizar lo que juzga útil... de apropiarse por
todos los medios, sea por fuerza, sea por astucia, sea por súplicas, o por
todos los demás que juzgue oportunos, lo necesario para la satisfacción de sus
deseos; y a tener por enemigo a aquél que se lo estorbe" (Capítulo XVI).
Como
se advierte a primera vista, se está lejos aquí de condenar al egoísmo,
expresión pura de la avaricia. Por el contrario, esta inclinación viciosa se
propone como ley de la naturaleza individual, como la tendencia misma de su ser
cuya satisfacción es la felicidad.
En
el siglo XVIII, llamado de las Luces, se completa la imagen del
hombre nuevo, enteramente
prefabricado; sus rasgos
fundamentales
son cuatro: 1º)
suficiencia del juicio individual,
conforme a la tesis
cartesiana de que "el
buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo"; 2°) la bondad natural que cubre la cínica
deificación spinoziana del egoísmo, fingiendo que "siempre son rectos los
primeros movimientos de la naturaleza" (Russó) ; 39) la igualdad completa de todos los hombres que
"por ley natural, son tan iguales como los animales de cada especie" (Russó) ; 49)
el progreso indefinido, sin fin, de la humanidad.
He
aquí la ficción del hombre nuevo que es el supuesto de todas las ciencias de la
conducta que se vienen construyendo desde entonces: ética, psicología,
política, ciencias sociales y jurídicas, pedagogía, economía e historia
contemporáneas.
Son
ciencias de la realidad humana que
desconocen el Pecado Original
y sus consecuencias penales,
así como la Divina Redención y la acción de la
Gracia. Todas ellas planteadas sobre una falsa conciencia de si mismo, que explica también la falta de autenticidad
en casi toda la literatura y manifestaciones
artísticas de nuestro
tiempo. Dostoievski y Nietzsche han sido los que más lúcida e
implacablemente han denunciado esa gran falsificación de la ciencia y de la
vida, consumada en los dos últimos siglos.
En la perspectiva de la nueva ciencia del
hombre nuevo, la historia de las sociedades "no descubre otra cosa que la
violencia de los poderosos y la opresión de los débiles" (Rousseau) ; o
"la historia de cualquier sociedad hasta nuestros días es la historia de
la lucha de clases. . . opresores y oprimidos en oposición constante"
(Marx y Engels).
El
pasado del hombre viejo es una historia de violencia e iniquidad que corrompió
su estado original, —"nace bueno y la sociedad lo corrompe"—; ahora
recuperado en el hombre nuevo que despierta a la conciencia de la inhumanidad
del antiguo régimen con su división de clases y sus aborrecibles desigualdades.
La tarea perentoria del hombre nuevo es la reforma social, arrasando el viejo
régimen hasta sus cimientos y proyectando otro enteramente nuevo, una
constitución civil que preserve la igualdad natural e impida la reaparición de
las antiguas distinciones y jerarquías.
Russó
ha dejado en "El Contrato Social", las bases de esa constitución
civil o estructura jurídica de la Democracia abstracta, mecánica y mayoritaria.
El "Manifiesto Comunista" de Marx y Engels, publicado en 1848, no es
otra cosa que el plan ejecutivo de la Democracia jacobina y así lo declara
expresamente:
"El
primer paso de la revolución obrera es la constitución del proletariado en
clase dominante, la conquista de la democracia".
"El
proletariado se valdrá de su dominación política para despojar a la burguesía
de todo .capital, para centralizar todos los medios de producción en manos del
Estado".
Es
obvio que la democracia basada en el sufragio universal o soberanía popular, es
el medio de promover la sub-versión legalmente; esto es, lograr que los
dirigidos, los subalternos, los inferiores que deben obedecer, pero que son la
gran mayoría, gobiernen a los que naturalmente deben mandar y que son ínfima
minoría.
El
Contrato Social que confiere al Estado un poder absoluto sobre sus miembros, es
el camino abierto al proletariado organizado para que llegue a ser democráticamente ( e! soberano. Que se respete en algunos
casos, el derecho de las minorías, es una
concesión accidental que no hace
al fondo del problema.
Claro
está que no es nunca la masa proletaria, el titular de la soberanía, sino el
equipo de agitadores profesionales que se hace elegir por ella. Así es como los
más vulgares y abyectos aduladores de la multitud, usurpan el lugar propio de
las legítimas superioridades.
En
cuanto al resultado, no existe diferencia alguna entre los agitadores
profesionales que llegan por la vía democrática y los que conquistan el poder
por la violencia como los protagonistas del Terror Jacobino en la Francia
revolucionaria: Hébert, Chaumette, Lebon, Marat, Saint Just, Robespierre, etc,
etc. Lo mismo da una República Popular que una Dictadura del Proletariado.
El
Comunismo marxista se ha planteado, desde el principio, en el escenario de la
Historia Universal; pero su trayectoria dialéctica se ajusta estrictamente al
esquema de Vives. Sus maestros y directores principales, Carlos Marx y Federico
Engels, se iniciaron con la crítica
negativa de la Religión, atacando concreta y directamente a Cristo y a
su Iglesia Católica. Sus primeros ensayos ideológicos reproducen y comentan la
crítica materialista que el hegeliano de izquierda, Luis Feuerbach, maestro de
ambos, expone en su obra "La Esencia del Cristianismo".
En el próximo capítulo, vamos a demorarnos
en el examen de los argumentos principales de esa crítica que Marx resume en su
breve "Introducción a la Crítica de la Filosofía, del Derecho de
Hegel", escrita en 1844; y Engels en su opúsculo: "Luis Feuerbach y
el Fin de la Filosofía Clásica Alemana", cuya redacción original es de los
años 1845-6. Es oportuno destacar que estas dos exposiciones sumarias, junto
con las Tesis sobre Feuerbach de Marx, son lecturas imprescindibles para la
inteligencia cabal del
Comunismo bolchevique de Marx, Lenín, Stalin y Khrushchov.
Después
de la crítica de la Religión Católica, la dialéctica materialista pasa a la
negación de toda filosofía del ser y del orden inmutable de las esencias y del
fin último: "no hay nada definitivo, absoluto, consagrado; en todo pone de
relieve lo que tiene de perecedero y no deja más que el proceso ininterrumpido
del devenir y del perecer, una trayectoria en ascenso sin fin, desde lo más
bajo a lo más alto, cuyo reflejo en el cerebro pensante es esta misma
filosofía".
Se
comprende que el propósito exclusivo de esta crítica negativa, es justificar la
destrucción de la Civilización Greco-romano- cristiana puesto que "todo lo
que existe merece perecer" (Engels).
Es
que la dialéctica materialista o materialismo dialéctico no es un método de
investigación científica, sino el instrumento ideológico para la expropiación y
el exterminio, tal como lo declara el propio Marx: "la comprensión
positiva de lo existente incluye la inteligencia de su negación... es
necesariamente crítica y revolucionaria".
En
este proceso de la negación infinita o del infinito negativo, el Comunismo
Marxista después de la Religión y de la Filosofía, emprende la
crítica del Derecho que abarca todas las formas del ethos social. Las
distinciones y jerarquías naturales, comenzando por la autoridad política, no son más que superestructuras
ideológicas dependientes de las condiciones
materiales existentes en la sociedad; esto es, reflejo de la estructura
económica y de la ley económica del desarrollo histórico-social. Marx expone en
"El Capital" con gran aparato científico, su perversa "teoría de
la explotación", en base a la apropiación por parte del patrono del exceso
de servicios y rendimientos que
presta el obrero
(plusvalía), más allá de los equivalentes a su sustentación y a la
producción de su potencial de trabajo. Esta forma de explotación del
hombre por el hombre, inherente al sistema burgués, se concreta en una diferencia y oposición radicales de
clases sociales, es decir, opresores capitalistas y proletarios oprimidos. El Estado con sus
magistrados, sus Fuerzas Armadas, sus guardianes, sus educadores, no es otra
cosa que el instrumento de los privilegiados para asegurar la tranquila explotación de la masa proletaria.
Y la Religión es "el opio del pueblo", un instrumento más de opresión.
Paralelamente
a la expropiación de los proletarios se inicia la de los capitalistas menores,
por la centralización de los capitales.
Cada
capitalista liquida a muchos otros. "La centralización de los medios de
producción v la socialización del trabajo llegan a un punto en que son
incompatibles con la envoltura capitalista. Esta se rompe. Suena la hora
postrera de la propiedad capitalista. Los expropiadores son expropiados. . .
expropiación de algunos usurpadores por la masa del pueblo".
Y
así es como en el extremo desarrollo de las leyes económicas inmanentes a la
misma producción capitalista, cuando la miseria, la opresión, la servidumbre,
la degradación y la explotación han alcanzado su punto culminante, se opera el tránsito
inevitable, más o menos catastrófico, a
la sociedad sin Religión, sin Patria, sin clases, sin familia y sin propiedad
privada; esto es, la utópica sociedad comunista sin ninguna de las
instituciones divinas ni naturales de la
Tradición. Y el tránsito hacia
el régimen de la
comunidad de todos los bienes, se puede hacer, repetimos, tanto
por vía democrática como por
vía revolucionaria. Lo
mismo es una
república popular que una dictadura del proletariado.
Esta
sumaria exposición de la ideología comunista nos evidencia que a los comunistas
no les interesa en absoluto la Verdad porque La Verdad es lo que es; y ellos no
aceptan que la Verdad sea lo que es, sino lo que se hace y se es capaz de
hacer. No les interesa la identidad esencial sino el hecho consumado, el éxito
experimental.
Ya
lo expresó claramente Marx en sus "Tesis sobre Feuerbach":
"La
cuestión de si el pensamiento humano alcanza la Verdad objetiva, no es una
cuestión teórica sino práctica".
La
ideología marxista no es, pues, una teoría científica, ni un método de
investigación, ni nada que tenga que ver con el conocimiento y la verdad. Es
exclusivamente lo que decía Lenín cuando se preparaba para despojar y asesinar
a millones de rusos: "una guía para la acción". Una guía para la
acción nihilista; una seudofilosofía, que no interpreta el mundo, sino que
pretende transformarlo, o mejor, arrasar todas las jerarquías espirituales y
naturales.
Y
este es el fantasma anunciado por el "Manifiesto Comunista" que
comenzó a recorrer Europa hace más de un siglo y que hoy se pasea triunfante
por el mundo entero.
Las
democracias occidentales con su laicismo masónico, sus libertades anárquicas,
su exaltación numérica de los inferiores y su vulgaridad irremediable,
constituyen la vía ancha que lleva, quieras que no, al Comunismo ateo y
bolchevique.
Nietzsche
vio con torturante lucidez los tiempos que están llegando:
"Sacrificar
a Dios en aras de la Nada; este paradójico misterio de una crueldad, fue reservado
para la generación que viene y todos nosotros estamos en el secreto".
He
aquí la respuesta a la pregunta que encabeza este primer capítulo, cuyo largo
análisis ha tenido por objeto demostrar que el Comunismo es el sacrificio de
Dios en aras de la Nada; o lo que es igual, nihilismo satánico.
A
modo de síntesis y como confirmación, la más autorizada, de la interpretación
objetiva de las ideas y de los acontecimientos expuestos, se transcribe un
notable pasaje de la Encíclica "Diuturnum Illud", de León XIII:
"Las
consecuencias de la llamada Reforma comprueban este hecho. Sus jefes y
colaboradores socavaron con las piquetas de las nuevas doctrinas, los cimientos
de la sociedad civil y de la sociedad eclesiástica y provocaron repentinos
alborotos y osadas rebeliones, principalmente en Alemania. Y esto con una
fiebre tan grande de guerra civil y de muerte que casi no quedó territorio
alguno libre de la crueldad de las turbas. De aquella herejía nacieron en el
siglo pasado una filosofía falsa y el derecho nuevo, la soberanía popular y una
descontrolada licencia que muchos consideran como la única libertad. De aquí se
ha llegado a esos errores recientes que se Comunismo, socialismo y nihilismo,
peste vergonzosa y amenaza de muerte para la sociedad civil." (Año 1881)