El irónico descargo del marido de Victoria Donda tras las críticas por su texto incestuoso
Pablo Marchetti fue duramente apuntado por escritos en donde expresaba deseo sexual hacia su propia hija. Los detalles.
Por Redacción LA
Pablo Marchetti, marido de la diputada nacional y activista de Derechos Humanos Victoria Donda, publicó un irónico descargo tras las criticas que recibió por su texto incestuoso "Incesto Sentido" (2011), en el que hace referencia al deseo sexual que le provocaba su pequeña hija, hoy de 16 años.
“Noche
de verano, hace calor, mucho calor. Lina duerme tirada boca abajo en su
cama. Tiene puesto un shorcito del pijama, rosa y con agujeritos, y una
musculosa blanca con un estampado de flores. Su cuerpecito, tan frágil
como fibroso, se retuerce con una sensualidad y una inocencia tan
delicadamente brutales que me dan ganas de acariciarla y besarla por
todos lados: los brazos, las piernas, la espalda, la cara”, reza el
primer párrafo del polémico escrito que recorre las redes.
Claramente, el repudio y el rechazo no se hicieron esperar y el ex director de la revista Barcelona fue duramente apuntado en las redes sociales.
Otro texto de Marchetti, llamado "Limpieza Ética"
en referencia a cuando dejó de bañarse con su hija de 5 años, dice lo
siguiente: "Recuerdo que se lo comenté a un par de amigas y me dijeron
que era una bestia, que no podía seguir metiéndome en la bañera con mi
hija, los dos en bolas, cuerpos desnudos y mojados rozándose, que era
una barbaridad. Lo peor de todo fue la opinión de Lina, que se opuso a
mi propuesta. «¿Por qué?»”, me preguntó con una carita que me hizo morir
de amor, y no supe que decirle. ¿Qué le iba a decir? «¿Porque ya estás
grande para que nos metamos los dos en la bañera, en pelotas?» «¿Porque no podemos exponernos al roce entre mi pito y tu cuerpo?»”.
En
una columna publicada en diario Perfil, Marchetti se defendió fiel a su
estilo: apelando a la ironía, avalando sus textos, y culpando a la
política de una supuesta campaña de desprestigio hace su mujer y él.
El descargo de Pablo Marchetti
Quiero pedir disculpas. De verdad, de corazón. Cuando alguien se
equivoca, lo mejor es reconocerlo. Yo me equivoqué. Y mucho. Por eso es
justo que pague por mis errores. Asumo las consecuencias. Tengo que
pagar, lo sé. Es justo. Durante mucho tiempo creí que el periodismo era
un relato de ficción. Un relato de ficción armado con elementos de la
realidad, pero ficción al fin. Que el propio relato, la edición, la
forma de priorizar esos datos implicaba una ficción. Y si el periodismo
era ficción, ¿qué quedaba para la literatura? Hoy gracias a las redes
sociales me doy cuenta de que todo fue un gran error. Por eso pido
disculpas. Entendí la lección: lo que sale en las redes sociales es la
realidad. Y esa realidad es la que luego sale en los medios. Si un
montón de identidades falsas de twitter dicen que soy un violador, es
porque debo serlo. Si un periodista serio como Eduardo Feinmann me acusa
de pedófilo es porque, seguramente, seré un pedófilo. No puedo dudar de
quienes son un ejemplo de periodismo objetivo y que, como si esto fuera
poco, tienen un conocimiento profundo del pensamiento feminista y por
eso marcan hoy la agenda informativa en mi querido y amado país. Un país
gobernado por buena gente, como toda la gente que maneja el poder en
todo el mundo.
Podría
decir que lo que escribí es literatura. Podría poner un montón de
ejemplos de gente que utilizó en la ficción elementos escabrosos.
Vladimir Nabokov, Louis Férdinand Céline, Ezra Pound, Albert Plá, por
nombrar sólo algunos. Pero no tengo derecho a compararme con ellos. Soy
culpable. Acá no hay ninguna operación. Ni contra mí, ni contra mi
pareja. Dejemos las paranoias de lado. Las operaciones políticas o
mediáticas no existen. ¿Quién podría querer hacer una operación contra
mi mujer? Nadie, evidentemente. ¿Que la campaña en mi contra fue
exactamente el mismo día en el que mi mujer presentaba su nuevo espacio
político, con un acto en el Teatro Liceo? Puras casualidades. Además,
como todo el mundo sabe, mi pareja y yo pensamos absolutamente lo mismo
en todo. Es más: ella me dice todo lo que tengo que hacer. Podría
argumentar que mi texto narra una ficción. Pero no: la ficción no
existe. Así como todo lo que sale en twitter o en un medio es verdad,
todo lo que se escribe es verdad. Desde el segundo semestre hasta la
canción “El pollito Pío”. Todo.
Si yo escribí sobre el
incesto es porque seguramente debo ser un perverso y no un porque quise
incomodar y hacer reflexionar sobre los límites entre literatura y
realidad. Así como cuando escribí “La cumbia del odontólogo” seguramente
quise hacer una apología de Barreda y no una burla a una sociedad que
presentaba a un femicida como un héroe. Y hay más. La tapa de Barcelona
que decía “Negros de mierda”, demuestra que soy un racista. Y el
diccionario de insultos “Puto el que lee”, que soy un homofóbico. O el
guión de la película “Campaña antiargentina”, que me burlo de mi patria.
O que me burlo de los antipatriotas. O algo. No sé muy bien qué, habrá
que analizarlo. Pero seguro fue por algo muy malo. Podría decir que
escribí “Incesto sentido” para una revista literaria llamada “La mujer
de mi vida”, que me convocaron con la consigna “Pensamientos incómodos” y
que yo, siguiendo esa consigna, quise hacer un texto incómodo. Como si
me hubieran convocado para hacer algo de terror y escribía un texto que
daba miedo.
Podría contar que en 2016 ese texto salió en
el libro “Pensamientos incómodos”, que editó Planeta y que lo presenté
con una performance en la Feria del Libro, vestido de Papa, y acompañado
por la poeta trans Susy Shock, vestida de monja; los músicos Agustín
Guerrero y Juan Martín Scalerandi, vestidos de cura; y el periodista,
escritor y comunicador Franco Torchia. Podría decir que lo hice para
representar, en ese ámbito sagrado del mercado literario, lo que puede
llegar a significar ser un pater familiae. Para deconstruir, como se
dice ahora. Para incomodar. Pero, en verdad, ¿quién soy yo para
incomodar a la gente? La literatura no está para incomodar. Está para
contar cosas lindas, que son todas verdad. Ahora, desde la claridad que
aportan las redes sociales a nuestras vidas, finalmente lo entiendo: no
soy un escritor. Soy un delincuente. Si de verdad queremos hacer un país
en serio, debemos terminar no con la doble moral, que tanto ha hecho
para unir a las familias, sino con el verdadero enemigo: las metáforas.
Que, como bien sabemos, las escribe el Diablo.
Que se haga justicia. Estoy listo. Enciendan la hoguera.