DOCTRINA NEGATIVA:
TEMA 3
TEMA 3
La Revolución Cartesiana de la Filosofía con la teoría de la doble
verdad y la separación de la razón y de la fe.
El nuevo punto de partida de la Filosofía: idealismo, racionalismo,
empirismo, criticismo, panteísmo y nihilismo materialista.
Eliminación de la Teología y de la Metafísica del campo de las
ciencias. Filosofía del devenir y dialéctica de la contradicción infinita.
a. La Filosofía
Cristiana Ciencia, Ciencia de Ser y de Dios es Obra de la Razón Natural
Fecundada por la Fe Sobrenatural.
Descartes, padre del
idealismo filosófico, padecía una incurable ceguera metafísica que lo llevó a
despreciar como vano e inútil todo empeño de la humana razón asistida por la Fe
en el estudio de Dios y de lo «fue es de Dios en las criaturas; esto es, la
especulación teológica y filosófica que los Padres de la Iglesia habían
restaurado en Cristo, integrando la Filosofía Griega en la divina Palabra; y
que los doctores de la Escuela sistematizaron y perfeccionaron científicamente,
hasta culminar en las monumentales Sumas del Saber que vieron la luz en el
siglo de Santo Tomás. En la primera parte del DISCURSO DEL MÉTODO, el ex alumno
de los jesuitas en el Colegio de la Fleche se refiere a su malograda formación
escolástica: las definiciones y los silogismos habían resbalado sobre su mente,
impermeable a la asimilación de las esencias y de las analogías trascendentales
del Ser. Tan sólo las matemáticas lo habían impresionado como ciencia, por la
solidez de sus fundamentos, el rigor del razonamiento y la exactitud de sus
conclusiones; a ellas se había dedicado con entusiasmo; y la posesión de esa
disciplina era el único haber positivo de su paso por las aulas, aunque no
advirtiera entonces la universalidad de sus aplicaciones prácticas. Dejando de
lado la crítica ligera e improvisada que hace Descartes de la historia, de la
retórica, de la poesía y de los libros de moral, como fuentes del saber y de la
verdad, vamos a demorarnos en su juicio acerca de la Teología y de la Filosofía
especulativa: "Reverenciaba —dice— nuestra teología, y pretendía tanto
como cualquier otro ganar el Cielo-, pero habiendo aprendido como cosa bien
segura, que el camino no está menos abierto a los más ignorantes que a los más
doctos, y que las verdades reveladas que a ella conducen están por encima de
nuestra inteligencia, no habría osado someterla a la debilidad de mis
razonamientos: pensaba que para emprender su examen y tener éxito era necesaria
alguna extraordinaria asistencia del Cielo y ser más que hombre". He aquí
un testimonio irrecusable de que la sabiduría demasiado humana no es más que
pura necedad. Es una grosera ironía inclinarse reverente ante la ciencia de
Dios para volverle de inmediato las espaldas como a una disciplina inservible
en el negocio de la salvación. Por otra parte, es inexcusable que Descartes
ignore que la fe es una asistencia extraordinaria del Cielo para sanar, iluminar
y robustecer nuestra endeble razón: ni ha reparado siquiera que por la fe de
Cristo nos hacemos más hombres, hijos de Dios en su Divino Hijo. El principio
gnoseológico que inspira, funda y justifica la Sagrada Teología es el que San
Agustín recosió del profeta Isaías. Creer para entender. Y por esto es que la
verdadera piedad sólo respeta a la razón absolutamente verdadera. Para aquellos
que se declaran católicos y hacen gala de tan supina ignorancia, como
Descartes, de las cosas de la Fe, es que San Agustín dictó esta dura sentencia
en su Epístola a Consentio: "Quien ni siquiera desea entender y opina que
basta creer las cosas que debemos entender, no sabe aún para qué sirve la Fe,
ya que la Fe piadosa no quiere estar sin la esperanza y sin la caridad. El
creyente debe creer lo que todavía no ve, pero esperando y amando la futura
Visión". El desprecio cartesiano por la vida contemplativa se hace todavía
más patente al referirse a la filosofía especulativa, que desde los grandes
maestros griegos se ocupa de la esencia y del fin de la existencia, aparte de
servir fielmente a la Sagrada Teología en su constitución y desarrollo como
verdadera ciencia. El pasaje dedicado a>la crítica de la filosofía que vamos
a transcribir entero pone en evidencia esa ceguera metafísica que Descartes
transmitió a los modernos, provocando una irreparable disminución de las
verdades esenciales en las nuevas filosofías que, so pretexto de emancipación,
se vuelven en contra de la Fe y vehiculizan todas las formas de nihilismo intelectual
y moral. En lugar de la necesidad de la Fe, los modernos reivindican el derecho
infinito de la duda, como principio de la verdadera libertad del hombre:
discutirlo todo, problematizarlo todo, es la nueva postura del hombre que gira
en torno a sí mismo, haciendo del propio yo el verdadero sol. Descartes que
hace de la auto certeza del yo pensante la verdad primera y principal de la
sabiduría moderna, no puede menos que ver el pasado filosófico hasta el
advenimiento de su yo como al Campo de Marte de inacabables disputas y
controversias, donde las tesis y antítesis se resuelven en síntesis, únicamente
para reaparecer como nuevas tesis que engendran inevitables antítesis y así al
infinito negativo por el camino de la conjetura y de lo meramente probable, por
más alarde dogmático que ensayen sus obstinados defensores: "No diré nada
de la filosofía, sino que, viendo que ha sido cultivada por los más excelentes
espíritus que han vivido desde hace muchos siglos y que no se ha encontrado
todavía cosa alguna que no se dispute y, por lo tanto, no sea dudosa, no tenía
bastante presunción como para esperar mejor resultado que los otros; y que,
considerando cuántas opiniones diversas puede haber acerca de una misma
materia, las cuales son sostenidas por personas doctas siendo que sólo una
puede ser verdadera, reputaba casi falso todo lo que no fuera más que
verosímil. "Tú con respecto a las otras ciencias, en tanto que toman sus
principios de la filosofía, juzgaba que no podía haberse edificado nada sólido
sobre fundamentos tan poco firmes". Tan sólo la más completa ceguera
especulativa puede explicar esta impresionante ligereza en un pensador que ha
sido genial en otras ramas del saber humano. Ocurre que a juicio de Descartes,
la Teología y la Metafísica escolásticas no son verdaderas ciencias, sino meras
opiniones; y todo saber particular que se apoya en sus principios no es más que
una opinión de opinión. Finalmente, los mayores ingenios que han existido
—Platón, Aristóteles, San Agustín y Santo Tomás— no son otra cosa que
dialécticos de la mera apariencia y empresarios de vanas conjeturas. En lugar
del hábito metafísico de la mente, como principio rector de la ciencia y
sentido de real universalidad para restablecer la justa proporción de cada ser,
Descartes pone el hábito matemático como principio regulador de todo saber con
pretensiones científicas y hace de la universalidad vacía e indiferente del uno
numérico la medida del ser. Por esto es que desde entonces, y en forma cada vez
más exclusiva, la mentalidad moderna resuelve el proceso unificador de la
inteligencia racional en el común denominador de la unidad cuantitativa que
hace abstracción de todas las distinciones esenciales y de todas las distancias
de valor entre los seres de la realidad: unidad que es más bien separación, que
confunde v nivela en lugar de distinguir y jerarquizar para unir real y
verdaderamente. La unificación exterior, artificiosa, convencional, que impone
la aplanadora del común denominador, reduce toda diferencia de cualidad y de
calidad. toda distancia entre superior e inferior, entre mejor y peor, a la
diferencia indiferente, de más o menos; así es como se sustituye la riqueza ontológica
de lo real por una pobrísima representación esquemática, mecánica e informe,
donde nada es lo que es y todo se anonada en el mismo barro
"'sustancial", la materia indeterminada de suyo, con su propio nombre
o cualquier otro que signifique algo equivalente "Me complacía, sobre todo
—dice Descartes—, en las matemáticas, a causa de la certeza y de la evidencia
de sus razones; pero no reparaba todavía en su verdadero uso, y pensando que
servían solamente para las artes mecánicas, me sorprendía que siendo sus
fundamentos tan firmes y tan sólidos, no se hubiera edificado nada más
relevante sobre ellos". Le estaba reservado al propio Descartes el
privilegio de levantar el edificio de la Nueva Ciencia, en base a la aplicación
universal de las matemáticas para analizar todos los fenómenos físicos,
establecer las leyes exactas que regulan su composición o la sucesión de los
mismos, y probar experimentalmente su validez. La hipótesis de trabajo que
inspira esta matemática universal o fisicomatemática es la de que todos los
fenómenos del mundo exterior —macroscópicos y microscópicos— se extienden sobre
esa materia inteligible que es la cantidad indiferente, el espacio homogéneo,
como sobre un fondo común y los límites que separan y distinguen sensiblemente
unos fenómenos de otros son exteriores v accidentales; algo así como los
alambrados que se tienden sobre el campo que continúa debajo de ellos. La
sentencia tan usada en el campo de la ciencia positiva : "Nada se crea,
nada se pierde, todo se transforma", se justifica en la perspectiva de la
ciencia que finaliza en el uso de las cosas. La verdad es que esa técnica
prodigiosa que dictaba ciencia le ha procurado al hombre no crea nada ni puede
tampoco volver a la nada cosa alguna; tan sólo cabe pasar de unas cosas a otras
siguiendo el curso legal de las series fenoménicas. El sentido de estas
transformaciones operadas experimentalmente en los efectos sensibles responden
al mejor aprovechamiento de las cosas materiales para satisfacer las
necesidades de la vida. Descartes no reconoce otro empleo razonable de la
humana razón fuera de esta práctica. En la sexta parte de su DISCURSO DEL
MÉTODO, nos ha dejado el programa de la revolución intelectual que ejecutaron
sus continuadores hasta las consecuencias extremas: "Tan pronto como hube
adquirido algunas nociones generales acerca de la Física y habiéndolas
experimentado en diversas dificultades, advertí hasta dónde puede conducir y
cuánto difiere de los principios usados hasta el presente; yo he creído que no podía
mantenerlos ocultos sin pecar gravemente contra la ley que nos obliga a
procurar tanto como nos sea posible el bien general de toda la humanidad, pues
ellas me han hecho ver que se puede llegar a conocimientos muy útiles para la
vida; y que en lugar de la filosofía especulativa que se enseña en las
escuelas, se puede encontrar una práctica por la cual, conociendo la fuerza y
las acciones del fuego, del aire, de los astros, de los cielos y de todos los
otros cuerpos que nos rodean, tan distintamente como conocemos los diversos
oficios de nuestros artesanos, podríamos emplearlas del mismo modo en todos los
usos que le son propios, y hacernos como dueños y poseedores de la naturaleza.
Lo cual se debe desear no sólo para la invención de una infinidad de artificios
que nos harán gozar sin el menor esfuerzo de los frutos de la tierra y de todas
las comodidades posibles, sino principalmente para la conservación de la salud
que es, sin duda, el primer bien y el fundamento de todos los otros bienes de
esta vida; pues el mismo espíritu depende tan estrechamente del temperamento y
de la disposición de los órganos del cuerpo que, si es posible encontrar algún
medio que haga a los hombres comúnmente más sabios y más hábiles, creo que es
en la medida donde debe basarse". Hemos prolongado la cita para que no
quede duda alguna acerca del propósito de sustituir la antigua ciencia por una
ciencia nueva. No se trata de completar un sistema del saber, sino de
reemplazar el que fundaron los filósofos griegos e integraron en la Fe los
Padres y Doctores de la Iglesia Católica por otro enteramente distinto y en
contradicción con el anterior. El régimen teológico y metafísico de la antigua
Suma del Saber es sustituido por un régimen empírico matemático que no busca la
contemplación del ser, sino el uso de las cosas. El estudio de la Eternidad
Creadora —y de lo que es eterno en las criaturas— deja de ser una ocupación
seria de la razón para el criterio de la ciencia que desde •hace tres siglos se
ha venido extendiendo e imponiendo en la mentalidad occidental. Especular a la
luz de la Fe sobre los misterios divinos es superfluo, incluso para el
creyente, puesto que le basta creer y practicar los preceptos de la religión
para salvarse. Especular sobre las esencias en procura de la Esencia de las
esencias es perder el tiempo en las arenas movedizas de las meras conjeturas y
de las soluciones encontradas. De ahí que la Metafísica, antes proclamada y
acatada como reina de las ciencias, no es para los modernos cartesianos ni
siquiera ciencia. Sus grandes temas —Dios, el alma, la libertad— vuelven
siempre de nuevo a inquietar la humana razón, pero no es posible elaborarlos
científicamente al modo de las matemáticas o de las ciencias exactas y
experimentales de la naturaleza. Las cuatro reglas del método para bien
conducir la razón y buscar la verdad en las ciencias corresponden exactamente a
la intuición y a la deducción propias del conocimiento matemático. Tan sólo lo
que pueda ser representado o reconstruido experimentalmente se constituye en
objeto de ciencia y en verdad científica. El propio Descartes declara
expresamente haberse inspirado en las matemáticas: "esas largas cadenas de
razones tan simples y fáciles de que acostumbran servirse los geómetras para
llegar a sus más difíciles demostraciones me habían dado ocasión de imaginarme
que todas las cosas que pueden caer bajo el conocimiento de los hombres, se siguen
del mismo modo; y que, con tal de abstenerse de recibir alguna por verdadera,
que no lo sea, y de guardar siembre el orden necesario para deducir las unas de
las otras, no puede haber cosas tan alejadas que no las pueda alcanzar, ni tan
escondidas que no se lleguen a descubrir" 28. Ocurre que las cosas divinas
no pueden ser intuidas, ni representadas, ni analizadas, ni reconstruidas
mentalmente, al modo de las cosas corpóreas que nos rodean. Tampoco las cosas
del alma y de la libertad, ni tan siquiera las pasiones y necesidades corpóreas
pueden estudiarse adecuadamente con el método cartesiano, cuya eficacia se
limita al campo de los fenómenos de la naturaleza. Tan sólo el libro de la
Física Matemática, esa práctica que Descartes postula como la verdadera
ciencia, se escribe en caracteres geométricos pero el lenguaje matemático y
experimental es absolutamente impropio para hablar de Dios y del alma e incluso
de la esencia constitutiva de los mismos seres corporales. Lo grave es que
desde Descartes a Kant, se va desarrollando el nuevo criterio científico que
limita el conocimiento objetivo de la realidad al plano de la experiencia
externa, hasta culminar en la eliminación de la metafísica tradicional del
registro de las ciencias, a la vez que se intenta reemplazar la antigua
Teología Sagrada por una teología moral, etapa intermedia en el proceso de la
secularización total de la Religión Cristiana y de su Divino Fundador.
28 DISCURSO DEL MÉTODO, Segunda
Parte.
La duda metódica se va
extendiendo a todos los órdenes de la actividad humana y Kant celebra como una
conquista emancipadora y progresista del siglo ese derecho de la razón a la
crítica universal: "Nuestro siglo es el verdadero siglo de la crítica:
nada debe escapar. En vano la Religión, a causa de su santidad, y la
legislación, a causa de su majestad, pretenden sustraerse. Ellas suscitan por
ello, en su contra, justas sospechas y pierden todo derecho a esa sincera
estimación que la razón sólo acuerda a lo que ha podido sostener su libre y
público examen" 29. Esta proclama de la absoluta eficiencia de la razón
humana comporta la más extrema negación de la necesidad de la Fe para entender
lo divino y el fin último de la existencia. La dialéctica interna del
racionalismo cartesiano, con su duda metódica y su crítica universal, no se
queda en la posición agnóstica de Kant, sino que conduce finalmente a la
deificación de la razón humana y del método todopoderoso en Hegel. La religión
cristiana es absorbida en el proceso interno de la razón divinizada, como un
momento de la realidad y de la verdad absoluta de la idea. De donde resulta que
la religión es un producto de la razón, cuyo significado eterno en el idealismo
hegeliano se cambia en puramente temporal y circunstancial a través de la
crítica materialista de Feuerbach y de Marx. En su opúsculo PARA UNA CRITICA DE
LA FILOSOFÍA DEL DERECHO DE HEGEL, Marx nos ha dejado en fórmulas precisas las
conclusiones finales a que llega necesariamente la razón de Descartes, su yo
pienso erigido en "Verdad fundamental y armado, con la duda metódica, en
su proceso de liberación de la Fe y del hábito metafísico de las esencias. Es
como una nueva caída de la verdad en la vanidad, de Dios en el propio yo,
supuesto creador y mesías de sí mismo. "La destrucción de la Religión como
felicidad ilusoria del pueblo es una exigencia de su felicidad real. . . la
crítica de la religión desengaña al hombre, a fin de que piense, obre y forje
su realidad como hombre desengañado que ha llegado a la razón; a fin de que
gire en torno de sí mismo, su verdadero sol.
"La religión no
es más que el sol ilusorio que gira en torno del hombre hasta que el hombre
gire alrededor de sí mismo". He aquí la figura misma del pecado, esta vez
en la imagen del Anticristo que promete el paraíso terrenal del Comunismo,
desenlace necesario de la dialéctica materialista de la Historia. El principio
dinámico de la redención humana no es la Caridad Divina de Cristo sino el odio
de la clase explotada, el resentimiento demasiado humano de los pobres que
ahora se sienten miserables desheredados de la riqueza material, la única que
existe y para ser disfrutada en esta vida también única. "La religión de
Cristo es el opio del pueblo", subraya Marx con irónica insistencia;
tienen que despertar de su pesado sueño para constituirse en sus propios y
exclusivos libertadores. No tienen necesidad de un Libertador divino, no tienen
necesidad de Cristo. Así como la razón encontró en algo enteramente suyo, en la
duda metódica, el camino de su emancipación del yugo de la Fe Sobrenatural,
también los pueblos han encontrado en la organización de sus propias fuerzas
proletarias el camino de la justicia social y de la liberación definitiva.
¿Liberación de qué?, pues del yugo de la Pobreza, cuya imagen pavorosa es el
Cristo crucificado. Tal es el itinerario de los modernos en su empeño obstinado
por librarse de Cristo, del Verbo Encarnado, de la Verdad de Dios que nos ha
hecho el don de Sí mismo, para sacarnos de nuestra esclavitud y levantarnos
hasta su Libertad. "Llegaremos a ser grandes en El, si permanecemos
siempre pequeños junto a El", escribió San Agustín en ENCARNACIONES DE LOS
SALMOS. Pero los modernos pretenden ser grandes sin El y, más bien contra El,
pretenden que la libertad mediatizada por la Verdad no es Libertad, sino servidumbre
de la obediencia. Tal como concluye Heidegger en nombre de ellos: la libertad
es el fundamento de la Verdad. Desde el liberalismo hasta el bolchevismo, nos
advierte Pío XI, en su encíclica QUADRAGESIMO ANNO, pasando por el socialismo,
se han cumplido las etapas de un esclavismo universal sin que caiga jamás de
los labios de sus empresarios la palabra libertad. La historia se repite;
cuando el hombre pretende ser más de lo que es, termina en menos, en mucho
menos, de lo que debe ser. San Agustín nos ha dejado una explicación definitiva
de la ironía que encierra todo humanismo demasiado humano: "El verdadero
honor del hombre consiste en ser imagen y semejanza de Dios; y sólo quien la
imprimió puede custodiarla. Cuanto menos amen lo propio tanto más amarán a
Dios. Si cede a la apetencia de experimentar su propio poder, cae por su propia
causa en sí mismo, como en su centro. Y así no queriendo estar bajo nadie como
si juera Dios, en pena de su presunción es precipitado desde sí mismo hacia el
abismo; esto es, al deleitoso placer de la bestia; y siendo la semejanza divina
su gloria, es su infamia la semejanza animal. El hombre creado en tanta
dignidad no lo comprendió así, se comparó con los asnos estúpidos y se hizo
semejante a ellos".
b. Filosofía del Devenir
y Dialéctica de la Contradicción. Infinita
La negación de la
filosofía cristiana por la división y posición de la autonomía de la razón
respecto de la Fe, obrada por el Liberalismo Moderno, se siguió de la división
de la razón respecto del ser y de la posición del yo pensante como fundamento
de la Verdad. Por último, la voluntad y la acción se dividieron de la razón,
mediatizándola en instrumento ideológico del egoísmo del individuo, de la
clase, del partido, de la nación, del Estado, de la raza, etcétera. El
Comunismo y la dialéctica materialista de la contradicción infinita, de la
crítica infinitamente negativa de lo que es, son la resolución final de una
civilización que ha querido ser exclusivamente del hombre; no sólo sin Cristo,
sino en contra de Cristo. Los supuestos ideólogos del Comunismo Marxista
sostienen. Nada es lo que es; todo está sujeto a cambio, a un perpetuo devenir.
"No hay eternidad, nada que sea eterno en el cielo ni en la tierra. No hay
Dios ni hay esencia en los seres existentes; esto es, no ha>v formas ni
tipos fijos, nada que sea definitivo e insustituible. "Si todo está
sumergido en el torrente del devenir, entonces no hay ser, ni unidad, ni
verdad, ni bondad absolutas; y todo tiene que ser visto y entendido en una
perspectiva de sucesivos desplazamientos, de llegar a ser para dejar de ser, de
la caducidad irremediable del existir, de la contradicción y de la revolución
infinitas" 30 Jordán B. Genta, LIBRE EXAMEN Y COMUNISMO.
Por eso es que el
marxista Lenin insiste en que todos los límites de la naturaleza y de la
sociedad son variables y hasta cierto punto convencionales. El compañero
inseparable de Carlos Marx y su principal colaborador, Federico Engels, nos ha
dejado un texto definitivo acerca del verdadero carácter de la dialéctica o
lógica de la contradicción infinita que es el instrumento ideológico del
Movimiento Comunista. "La gran idea cardinal de que el mundo no puede sino
concebirse como un conjunto de procesos; en el que las cosas que parecen
estables, al igual que sus reflejos mentales en nuestras cabezas, los
conceptos, pasan por una serie ininterrumpida de cambios, por un proceso de
génesis y caducidad, a través de los cuales, pese a todo su aparente carácter
fortuito y a todos los retrocesos momentáneos, acaba imponiendo siempre una
trayectoria progresiva. . . Si en nuestras investigaciones nos colocamos
siempre en este punto de vista, daremos al traste, de una vez para siempre, con
el postulado de soluciones definitivas y verdades eternas; tendremos en todo
momento la conciencia de que todos los resultados que obtengamos serán
forzosamente limitados y se hallarán condicionados por las circunstancias en
las cuales los obtenemos; pero ya no nos infundirán respeto esas antítesis
irreductibles para, la vieja metafísica todavía en boga: de lo verdadero y de
lo falso, de lo bueno y de lo malo, de lo idéntico y de lo distinto, de lo
necesario y de lo fortuito; sabemos que esas antítesis sólo tienen un valor
relativo" 31. Hemos prolongado la cita para que el lector comprenda las
consecuencias funestas para el destino de las naciones occidentales y, en
particular, de nuestra Patria, esta mentalidad, esta manera de juzgar y de
razonar Ilesa a dominar en su clase dirigente, en los profesionales
universitarios y en los intelectuales que constituyen los equipos gobernantes.
Peor todavía, si como ya es notorio, la concepción zoológica del hombre y la
hipótesis materialista de una evolución y progreso indefinidos se convierten en
creencia popular. Cuarenta y cinco años de Reforma Universitaria en toda
América Latina, lo mismo en Argentina que en Cuba, han estado preparando la
mentalidad subversiva de la clase dirigente, a través de las tres consignas
negativas que proclamaron los reformistas de 1918: anti catolicismo,
antimilitarismo y antiimperialismo yanqui. Aclaramos que con la última consigna
se pretende encubrir a la Plutocracia o Poder Financiero Internacional,
integrado principalmente por judíos, que oprime tanto al pueblo yanqui como al
argentino. El Comunismo Internacional y el Poder Financiero Internacional
constituyen con la Masonería Internacional los tres instrumentos ideológicos de
la Revolución contra el Occidente Cristiano; esto es, de la Guerra
Revolucionaria en pleno desarrollo y a punto de arrojarnos al infierno comunista.
Si nuestra Patria sucumbiera al Comunismo, la Cordillera de los Andes se
convertiría de inmediato en la Sierra Maestra de toda América latina.