jueves, 19 de diciembre de 2019

DOCTRINA NEGATIVA-TEMA III--REVOLUCION CARTESIANA Y +



DOCTRINA NEGATIVA:
TEMA 3
La Revolución Cartesiana de la Filosofía con la teoría de la doble verdad y la separación de la razón y de la fe.
El nuevo punto de partida de la Filosofía: idealismo, racionalismo, empirismo, criticismo, panteísmo y nihilismo materialista.
Eliminación de la Teología y de la Metafísica del campo de las ciencias. Filosofía del devenir y dialéctica de la contradicción infinita.

a. La Filosofía Cristiana Ciencia, Ciencia de Ser y de Dios es Obra de la Razón Natural Fecundada por la Fe Sobrenatural.
Descartes, padre del idealismo filosófico, padecía una incurable ceguera metafísica que lo llevó a despreciar como vano e inútil todo empeño de la humana razón asistida por la Fe en el estudio de Dios y de lo «fue es de Dios en las criaturas; esto es, la especulación teológica y filosófica que los Padres de la Iglesia habían restaurado en Cristo, integrando la Filosofía Griega en la divina Palabra; y que los doctores de la Escuela sistematizaron y perfeccionaron científicamente, hasta culminar en las monumentales Sumas del Saber que vieron la luz en el siglo de Santo Tomás. En la primera parte del DISCURSO DEL MÉTODO, el ex alumno de los jesuitas en el Colegio de la Fleche se refiere a su malograda formación escolástica: las definiciones y los silogismos habían resbalado sobre su mente, impermeable a la asimilación de las esencias y de las analogías trascendentales del Ser. Tan sólo las matemáticas lo habían impresionado como ciencia, por la solidez de sus fundamentos, el rigor del razonamiento y la exactitud de sus conclusiones; a ellas se había dedicado con entusiasmo; y la posesión de esa disciplina era el único haber positivo de su paso por las aulas, aunque no advirtiera entonces la universalidad de sus aplicaciones prácticas. Dejando de lado la crítica ligera e improvisada que hace Descartes de la historia, de la retórica, de la poesía y de los libros de moral, como fuentes del saber y de la verdad, vamos a demorarnos en su juicio acerca de la Teología y de la Filosofía especulativa: "Reverenciaba —dice— nuestra teología, y pretendía tanto como cualquier otro ganar el Cielo-, pero habiendo aprendido como cosa bien segura, que el camino no está menos abierto a los más ignorantes que a los más doctos, y que las verdades reveladas que a ella conducen están por encima de nuestra inteligencia, no habría osado someterla a la debilidad de mis razonamientos: pensaba que para emprender su examen y tener éxito era necesaria alguna extraordinaria asistencia del Cielo y ser más que hombre". He aquí un testimonio irrecusable de que la sabiduría demasiado humana no es más que pura necedad. Es una grosera ironía inclinarse reverente ante la ciencia de Dios para volverle de inmediato las espaldas como a una disciplina inservible en el negocio de la salvación. Por otra parte, es inexcusable que Descartes ignore que la fe es una asistencia extraordinaria del Cielo para sanar, iluminar y robustecer nuestra endeble razón: ni ha reparado siquiera que por la fe de Cristo nos hacemos más hombres, hijos de Dios en su Divino Hijo. El principio gnoseológico que inspira, funda y justifica la Sagrada Teología es el que San Agustín recosió del profeta Isaías. Creer para entender. Y por esto es que la verdadera piedad sólo respeta a la razón absolutamente verdadera. Para aquellos que se declaran católicos y hacen gala de tan supina ignorancia, como Descartes, de las cosas de la Fe, es que San Agustín dictó esta dura sentencia en su Epístola a Consentio: "Quien ni siquiera desea entender y opina que basta creer las cosas que debemos entender, no sabe aún para qué sirve la Fe, ya que la Fe piadosa no quiere estar sin la esperanza y sin la caridad. El creyente debe creer lo que todavía no ve, pero esperando y amando la futura Visión". El desprecio cartesiano por la vida contemplativa se hace todavía más patente al referirse a la filosofía especulativa, que desde los grandes maestros griegos se ocupa de la esencia y del fin de la existencia, aparte de servir fielmente a la Sagrada Teología en su constitución y desarrollo como verdadera ciencia. El pasaje dedicado a>la crítica de la filosofía que vamos a transcribir entero pone en evidencia esa ceguera metafísica que Descartes transmitió a los modernos, provocando una irreparable disminución de las verdades esenciales en las nuevas filosofías que, so pretexto de emancipación, se vuelven en contra de la Fe y vehiculizan todas las formas de nihilismo intelectual y moral. En lugar de la necesidad de la Fe, los modernos reivindican el derecho infinito de la duda, como principio de la verdadera libertad del hombre: discutirlo todo, problematizarlo todo, es la nueva postura del hombre que gira en torno a sí mismo, haciendo del propio yo el verdadero sol. Descartes que hace de la auto certeza del yo pensante la verdad primera y principal de la sabiduría moderna, no puede menos que ver el pasado filosófico hasta el advenimiento de su yo como al Campo de Marte de inacabables disputas y controversias, donde las tesis y antítesis se resuelven en síntesis, únicamente para reaparecer como nuevas tesis que engendran inevitables antítesis y así al infinito negativo por el camino de la conjetura y de lo meramente probable, por más alarde dogmático que ensayen sus obstinados defensores: "No diré nada de la filosofía, sino que, viendo que ha sido cultivada por los más excelentes espíritus que han vivido desde hace muchos siglos y que no se ha encontrado todavía cosa alguna que no se dispute y, por lo tanto, no sea dudosa, no tenía bastante presunción como para esperar mejor resultado que los otros; y que, considerando cuántas opiniones diversas puede haber acerca de una misma materia, las cuales son sostenidas por personas doctas siendo que sólo una puede ser verdadera, reputaba casi falso todo lo que no fuera más que verosímil. "Tú con respecto a las otras ciencias, en tanto que toman sus principios de la filosofía, juzgaba que no podía haberse edificado nada sólido sobre fundamentos tan poco firmes". Tan sólo la más completa ceguera especulativa puede explicar esta impresionante ligereza en un pensador que ha sido genial en otras ramas del saber humano. Ocurre que a juicio de Descartes, la Teología y la Metafísica escolásticas no son verdaderas ciencias, sino meras opiniones; y todo saber particular que se apoya en sus principios no es más que una opinión de opinión. Finalmente, los mayores ingenios que han existido —Platón, Aristóteles, San Agustín y Santo Tomás— no son otra cosa que dialécticos de la mera apariencia y empresarios de vanas conjeturas. En lugar del hábito metafísico de la mente, como principio rector de la ciencia y sentido de real universalidad para restablecer la justa proporción de cada ser, Descartes pone el hábito matemático como principio regulador de todo saber con pretensiones científicas y hace de la universalidad vacía e indiferente del uno numérico la medida del ser. Por esto es que desde entonces, y en forma cada vez más exclusiva, la mentalidad moderna resuelve el proceso unificador de la inteligencia racional en el común denominador de la unidad cuantitativa que hace abstracción de todas las distinciones esenciales y de todas las distancias de valor entre los seres de la realidad: unidad que es más bien separación, que confunde v nivela en lugar de distinguir y jerarquizar para unir real y verdaderamente. La unificación exterior, artificiosa, convencional, que impone la aplanadora del común denominador, reduce toda diferencia de cualidad y de calidad. toda distancia entre superior e inferior, entre mejor y peor, a la diferencia indiferente, de más o menos; así es como se sustituye la riqueza ontológica de lo real por una pobrísima representación esquemática, mecánica e informe, donde nada es lo que es y todo se anonada en el mismo barro "'sustancial", la materia indeterminada de suyo, con su propio nombre o cualquier otro que signifique algo equivalente "Me complacía, sobre todo —dice Descartes—, en las matemáticas, a causa de la certeza y de la evidencia de sus razones; pero no reparaba todavía en su verdadero uso, y pensando que servían solamente para las artes mecánicas, me sorprendía que siendo sus fundamentos tan firmes y tan sólidos, no se hubiera edificado nada más relevante sobre ellos". Le estaba reservado al propio Descartes el privilegio de levantar el edificio de la Nueva Ciencia, en base a la aplicación universal de las matemáticas para analizar todos los fenómenos físicos, establecer las leyes exactas que regulan su composición o la sucesión de los mismos, y probar experimentalmente su validez. La hipótesis de trabajo que inspira esta matemática universal o fisicomatemática es la de que todos los fenómenos del mundo exterior —macroscópicos y microscópicos— se extienden sobre esa materia inteligible que es la cantidad indiferente, el espacio homogéneo, como sobre un fondo común y los límites que separan y distinguen sensiblemente unos fenómenos de otros son exteriores v accidentales; algo así como los alambrados que se tienden sobre el campo que continúa debajo de ellos. La sentencia tan usada en el campo de la ciencia positiva : "Nada se crea, nada se pierde, todo se transforma", se justifica en la perspectiva de la ciencia que finaliza en el uso de las cosas. La verdad es que esa técnica prodigiosa que dictaba ciencia le ha procurado al hombre no crea nada ni puede tampoco volver a la nada cosa alguna; tan sólo cabe pasar de unas cosas a otras siguiendo el curso legal de las series fenoménicas. El sentido de estas transformaciones operadas experimentalmente en los efectos sensibles responden al mejor aprovechamiento de las cosas materiales para satisfacer las necesidades de la vida. Descartes no reconoce otro empleo razonable de la humana razón fuera de esta práctica. En la sexta parte de su DISCURSO DEL MÉTODO, nos ha dejado el programa de la revolución intelectual que ejecutaron sus continuadores hasta las consecuencias extremas: "Tan pronto como hube adquirido algunas nociones generales acerca de la Física y habiéndolas experimentado en diversas dificultades, advertí hasta dónde puede conducir y cuánto difiere de los principios usados hasta el presente; yo he creído que no podía mantenerlos ocultos sin pecar gravemente contra la ley que nos obliga a procurar tanto como nos sea posible el bien general de toda la humanidad, pues ellas me han hecho ver que se puede llegar a conocimientos muy útiles para la vida; y que en lugar de la filosofía especulativa que se enseña en las escuelas, se puede encontrar una práctica por la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del aire, de los astros, de los cielos y de todos los otros cuerpos que nos rodean, tan distintamente como conocemos los diversos oficios de nuestros artesanos, podríamos emplearlas del mismo modo en todos los usos que le son propios, y hacernos como dueños y poseedores de la naturaleza. Lo cual se debe desear no sólo para la invención de una infinidad de artificios que nos harán gozar sin el menor esfuerzo de los frutos de la tierra y de todas las comodidades posibles, sino principalmente para la conservación de la salud que es, sin duda, el primer bien y el fundamento de todos los otros bienes de esta vida; pues el mismo espíritu depende tan estrechamente del temperamento y de la disposición de los órganos del cuerpo que, si es posible encontrar algún medio que haga a los hombres comúnmente más sabios y más hábiles, creo que es en la medida donde debe basarse". Hemos prolongado la cita para que no quede duda alguna acerca del propósito de sustituir la antigua ciencia por una ciencia nueva. No se trata de completar un sistema del saber, sino de reemplazar el que fundaron los filósofos griegos e integraron en la Fe los Padres y Doctores de la Iglesia Católica por otro enteramente distinto y en contradicción con el anterior. El régimen teológico y metafísico de la antigua Suma del Saber es sustituido por un régimen empírico matemático que no busca la contemplación del ser, sino el uso de las cosas. El estudio de la Eternidad Creadora —y de lo que es eterno en las criaturas— deja de ser una ocupación seria de la razón para el criterio de la ciencia que desde •hace tres siglos se ha venido extendiendo e imponiendo en la mentalidad occidental. Especular a la luz de la Fe sobre los misterios divinos es superfluo, incluso para el creyente, puesto que le basta creer y practicar los preceptos de la religión para salvarse. Especular sobre las esencias en procura de la Esencia de las esencias es perder el tiempo en las arenas movedizas de las meras conjeturas y de las soluciones encontradas. De ahí que la Metafísica, antes proclamada y acatada como reina de las ciencias, no es para los modernos cartesianos ni siquiera ciencia. Sus grandes temas —Dios, el alma, la libertad— vuelven siempre de nuevo a inquietar la humana razón, pero no es posible elaborarlos científicamente al modo de las matemáticas o de las ciencias exactas y experimentales de la naturaleza. Las cuatro reglas del método para bien conducir la razón y buscar la verdad en las ciencias corresponden exactamente a la intuición y a la deducción propias del conocimiento matemático. Tan sólo lo que pueda ser representado o reconstruido experimentalmente se constituye en objeto de ciencia y en verdad científica. El propio Descartes declara expresamente haberse inspirado en las matemáticas: "esas largas cadenas de razones tan simples y fáciles de que acostumbran servirse los geómetras para llegar a sus más difíciles demostraciones me habían dado ocasión de imaginarme que todas las cosas que pueden caer bajo el conocimiento de los hombres, se siguen del mismo modo; y que, con tal de abstenerse de recibir alguna por verdadera, que no lo sea, y de guardar siembre el orden necesario para deducir las unas de las otras, no puede haber cosas tan alejadas que no las pueda alcanzar, ni tan escondidas que no se lleguen a descubrir" 28. Ocurre que las cosas divinas no pueden ser intuidas, ni representadas, ni analizadas, ni reconstruidas mentalmente, al modo de las cosas corpóreas que nos rodean. Tampoco las cosas del alma y de la libertad, ni tan siquiera las pasiones y necesidades corpóreas pueden estudiarse adecuadamente con el método cartesiano, cuya eficacia se limita al campo de los fenómenos de la naturaleza. Tan sólo el libro de la Física Matemática, esa práctica que Descartes postula como la verdadera ciencia, se escribe en caracteres geométricos pero el lenguaje matemático y experimental es absolutamente impropio para hablar de Dios y del alma e incluso de la esencia constitutiva de los mismos seres corporales. Lo grave es que desde Descartes a Kant, se va desarrollando el nuevo criterio científico que limita el conocimiento objetivo de la realidad al plano de la experiencia externa, hasta culminar en la eliminación de la metafísica tradicional del registro de las ciencias, a la vez que se intenta reemplazar la antigua Teología Sagrada por una teología moral, etapa intermedia en el proceso de la secularización total de la Religión Cristiana y de su Divino Fundador.
28 DISCURSO DEL MÉTODO, Segunda Parte.
La duda metódica se va extendiendo a todos los órdenes de la actividad humana y Kant celebra como una conquista emancipadora y progresista del siglo ese derecho de la razón a la crítica universal: "Nuestro siglo es el verdadero siglo de la crítica: nada debe escapar. En vano la Religión, a causa de su santidad, y la legislación, a causa de su majestad, pretenden sustraerse. Ellas suscitan por ello, en su contra, justas sospechas y pierden todo derecho a esa sincera estimación que la razón sólo acuerda a lo que ha podido sostener su libre y público examen" 29. Esta proclama de la absoluta eficiencia de la razón humana comporta la más extrema negación de la necesidad de la Fe para entender lo divino y el fin último de la existencia. La dialéctica interna del racionalismo cartesiano, con su duda metódica y su crítica universal, no se queda en la posición agnóstica de Kant, sino que conduce finalmente a la deificación de la razón humana y del método todopoderoso en Hegel. La religión cristiana es absorbida en el proceso interno de la razón divinizada, como un momento de la realidad y de la verdad absoluta de la idea. De donde resulta que la religión es un producto de la razón, cuyo significado eterno en el idealismo hegeliano se cambia en puramente temporal y circunstancial a través de la crítica materialista de Feuerbach y de Marx. En su opúsculo PARA UNA CRITICA DE LA FILOSOFÍA DEL DERECHO DE HEGEL, Marx nos ha dejado en fórmulas precisas las conclusiones finales a que llega necesariamente la razón de Descartes, su yo pienso erigido en "Verdad fundamental y armado, con la duda metódica, en su proceso de liberación de la Fe y del hábito metafísico de las esencias. Es como una nueva caída de la verdad en la vanidad, de Dios en el propio yo, supuesto creador y mesías de sí mismo. "La destrucción de la Religión como felicidad ilusoria del pueblo es una exigencia de su felicidad real. . . la crítica de la religión desengaña al hombre, a fin de que piense, obre y forje su realidad como hombre desengañado que ha llegado a la razón; a fin de que gire en torno de sí mismo, su verdadero sol.
"La religión no es más que el sol ilusorio que gira en torno del hombre hasta que el hombre gire alrededor de sí mismo". He aquí la figura misma del pecado, esta vez en la imagen del Anticristo que promete el paraíso terrenal del Comunismo, desenlace necesario de la dialéctica materialista de la Historia. El principio dinámico de la redención humana no es la Caridad Divina de Cristo sino el odio de la clase explotada, el resentimiento demasiado humano de los pobres que ahora se sienten miserables desheredados de la riqueza material, la única que existe y para ser disfrutada en esta vida también única. "La religión de Cristo es el opio del pueblo", subraya Marx con irónica insistencia; tienen que despertar de su pesado sueño para constituirse en sus propios y exclusivos libertadores. No tienen necesidad de un Libertador divino, no tienen necesidad de Cristo. Así como la razón encontró en algo enteramente suyo, en la duda metódica, el camino de su emancipación del yugo de la Fe Sobrenatural, también los pueblos han encontrado en la organización de sus propias fuerzas proletarias el camino de la justicia social y de la liberación definitiva. ¿Liberación de qué?, pues del yugo de la Pobreza, cuya imagen pavorosa es el Cristo crucificado. Tal es el itinerario de los modernos en su empeño obstinado por librarse de Cristo, del Verbo Encarnado, de la Verdad de Dios que nos ha hecho el don de Sí mismo, para sacarnos de nuestra esclavitud y levantarnos hasta su Libertad. "Llegaremos a ser grandes en El, si permanecemos siempre pequeños junto a El", escribió San Agustín en ENCARNACIONES DE LOS SALMOS. Pero los modernos pretenden ser grandes sin El y, más bien contra El, pretenden que la libertad mediatizada por la Verdad no es Libertad, sino servidumbre de la obediencia. Tal como concluye Heidegger en nombre de ellos: la libertad es el fundamento de la Verdad. Desde el liberalismo hasta el bolchevismo, nos advierte Pío XI, en su encíclica QUADRAGESIMO ANNO, pasando por el socialismo, se han cumplido las etapas de un esclavismo universal sin que caiga jamás de los labios de sus empresarios la palabra libertad. La historia se repite; cuando el hombre pretende ser más de lo que es, termina en menos, en mucho menos, de lo que debe ser. San Agustín nos ha dejado una explicación definitiva de la ironía que encierra todo humanismo demasiado humano: "El verdadero honor del hombre consiste en ser imagen y semejanza de Dios; y sólo quien la imprimió puede custodiarla. Cuanto menos amen lo propio tanto más amarán a Dios. Si cede a la apetencia de experimentar su propio poder, cae por su propia causa en sí mismo, como en su centro. Y así no queriendo estar bajo nadie como si juera Dios, en pena de su presunción es precipitado desde sí mismo hacia el abismo; esto es, al deleitoso placer de la bestia; y siendo la semejanza divina su gloria, es su infamia la semejanza animal. El hombre creado en tanta dignidad no lo comprendió así, se comparó con los asnos estúpidos y se hizo semejante a ellos".
b. Filosofía del Devenir y Dialéctica de la Contradicción. Infinita
La negación de la filosofía cristiana por la división y posición de la autonomía de la razón respecto de la Fe, obrada por el Liberalismo Moderno, se siguió de la división de la razón respecto del ser y de la posición del yo pensante como fundamento de la Verdad. Por último, la voluntad y la acción se dividieron de la razón, mediatizándola en instrumento ideológico del egoísmo del individuo, de la clase, del partido, de la nación, del Estado, de la raza, etcétera. El Comunismo y la dialéctica materialista de la contradicción infinita, de la crítica infinitamente negativa de lo que es, son la resolución final de una civilización que ha querido ser exclusivamente del hombre; no sólo sin Cristo, sino en contra de Cristo. Los supuestos ideólogos del Comunismo Marxista sostienen. Nada es lo que es; todo está sujeto a cambio, a un perpetuo devenir. "No hay eternidad, nada que sea eterno en el cielo ni en la tierra. No hay Dios ni hay esencia en los seres existentes; esto es, no ha>v formas ni tipos fijos, nada que sea definitivo e insustituible. "Si todo está sumergido en el torrente del devenir, entonces no hay ser, ni unidad, ni verdad, ni bondad absolutas; y todo tiene que ser visto y entendido en una perspectiva de sucesivos desplazamientos, de llegar a ser para dejar de ser, de la caducidad irremediable del existir, de la contradicción y de la revolución infinitas" 30 Jordán B. Genta, LIBRE EXAMEN Y COMUNISMO.
Por eso es que el marxista Lenin insiste en que todos los límites de la naturaleza y de la sociedad son variables y hasta cierto punto convencionales. El compañero inseparable de Carlos Marx y su principal colaborador, Federico Engels, nos ha dejado un texto definitivo acerca del verdadero carácter de la dialéctica o lógica de la contradicción infinita que es el instrumento ideológico del Movimiento Comunista. "La gran idea cardinal de que el mundo no puede sino concebirse como un conjunto de procesos; en el que las cosas que parecen estables, al igual que sus reflejos mentales en nuestras cabezas, los conceptos, pasan por una serie ininterrumpida de cambios, por un proceso de génesis y caducidad, a través de los cuales, pese a todo su aparente carácter fortuito y a todos los retrocesos momentáneos, acaba imponiendo siempre una trayectoria progresiva. . . Si en nuestras investigaciones nos colocamos siempre en este punto de vista, daremos al traste, de una vez para siempre, con el postulado de soluciones definitivas y verdades eternas; tendremos en todo momento la conciencia de que todos los resultados que obtengamos serán forzosamente limitados y se hallarán condicionados por las circunstancias en las cuales los obtenemos; pero ya no nos infundirán respeto esas antítesis irreductibles para, la vieja metafísica todavía en boga: de lo verdadero y de lo falso, de lo bueno y de lo malo, de lo idéntico y de lo distinto, de lo necesario y de lo fortuito; sabemos que esas antítesis sólo tienen un valor relativo" 31. Hemos prolongado la cita para que el lector comprenda las consecuencias funestas para el destino de las naciones occidentales y, en particular, de nuestra Patria, esta mentalidad, esta manera de juzgar y de razonar Ilesa a dominar en su clase dirigente, en los profesionales universitarios y en los intelectuales que constituyen los equipos gobernantes. Peor todavía, si como ya es notorio, la concepción zoológica del hombre y la hipótesis materialista de una evolución y progreso indefinidos se convierten en creencia popular. Cuarenta y cinco años de Reforma Universitaria en toda América Latina, lo mismo en Argentina que en Cuba, han estado preparando la mentalidad subversiva de la clase dirigente, a través de las tres consignas negativas que proclamaron los reformistas de 1918: anti catolicismo, antimilitarismo y antiimperialismo yanqui. Aclaramos que con la última consigna se pretende encubrir a la Plutocracia o Poder Financiero Internacional, integrado principalmente por judíos, que oprime tanto al pueblo yanqui como al argentino. El Comunismo Internacional y el Poder Financiero Internacional constituyen con la Masonería Internacional los tres instrumentos ideológicos de la Revolución contra el Occidente Cristiano; esto es, de la Guerra Revolucionaria en pleno desarrollo y a punto de arrojarnos al infierno comunista. Si nuestra Patria sucumbiera al Comunismo, la Cordillera de los Andes se convertiría de inmediato en la Sierra Maestra de toda América latina.