sábado, 14 de diciembre de 2019

6-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD

6-SEGUNDA PARTE  DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD
VI EL PREDOMINIO ISRAELITA EN EL TEATRO NORTEAMERICANO

Fue siempre el teatro un medio primordial para influenciar el gusto en general, y la opinión en particular; es el aliado para propagar las ideas, día a día, que unos caudillos ocultos entre bastidores desean inculcar a las masas populares. No es por casualidad que los bolcheviques, en Rusia, patrocinen los teatros orientados en su sentido, sabiendo que sus efectos, para ir forjando y moldeando la "opinión publica", resultan tan fuertes y profundos como los de la prensa. 
Todo el mundo sabe que el teatro esta completamente bajo la oligárquica influencia hebrea. Nadie ignora que el espíritu nacional se alejo del teatro, influyendo en la actualidad, en este ambiente, la atmósfera orientalista. 
No solo la escena propiamente dicha, sino también el cinematógrafo norteamericano (cuya industria es la quinta del mundo en extensión e importancia) están totalmente judaizados. Es consecuencia lógica de ello que el país entero se va ya rebelando contra los denigrantes y desmoralizadores efectos que irradian estos "templos del arte". Todo aquello que el hebreo acaudille económicamente, sea el negocio del alcohol, o el del teatro, se convertirá de inmediato en un problema moral, o mas bien dicho inmoral. 
Diariamente sacrifican millones de personas su tiempo y su dinero en el teatro, en tanto que millones y millones concurren a los cines. Lo que equivale a decir que cada día millones de personas son influenciadas por la interpretación que el hebreo quiera dar a los conceptos de la vida, del amor y del trabajo, sufriendo así los efectos de la propaganda apenas disimulada por los semitas en pro de su oculto plan: el modelador judío de la opinión publica resulta un procedimiento ideal. Estriba la única preocupación del judío en que su renombre público pueda, acaso, estorbarle en su lucrativo negocio. 
El teatro no es judío únicamente en su dirección, también en lo que se refiere al contenido literario y a su presentación. Diariamente aparecen mas obras cuyos autores, atrecistas y actores son hebreos. No son obras de arte, ni se mantienen mucho tiempo en el cartel. Es perfectamente natural, porque los intereses teatrales hebreos no esperan alcanzar éxitos artísticos, ni perfeccionar el arte escénico autóctono, ni crear un elenco valioso de actores y actrices. Sus intereses son de índole financiera y racial y su objetivo extraer a los no-judíos el dinero del bolsillo, hebraizándoles moralmente, además. Grandilocuentes artículos nos facilitan un calculo exacto para apreciar hasta que punto estos esfuerzos fueron coronados por el éxito. 
Hasta 1885 el teatro yanqui se encontraba todavía en manos no-judías. Acaeció entonces la primera intromisión judía. Con el cambio de empresarios, comenzó la decadencia del teatro como institución artística y moral, aumentando progresivamente con el crecimiento de la influencia semita en la vida teatral. Resulto de esta influencia que lo bueno se elimino intencionada y cuidadosamente del teatro nuestro, y lo inferior, en cambio, fue entronizado en lugar preferente. 
Paso la edad de oro del teatro norteamericano. Murieron los grandes actores, sin dejar dignos sucesores. El espíritu elevado y noble de antaño ya no agrada. "Shakespeare nos arruinaba el negocio", declaro cierto director teatral hebreo; otro se refirió a la ridícula misión "moralizadora" del teatro, y con estas irónicas insinuaciones se intenta denigrar y extinguir la antigua tendencia ennoblecedora de nuestro teatro. Esas dos sentencias deberían grabarse como epitafio sobre la tumba del arte teatral pretérito. 
Aun los jóvenes de 13 a 18 años de edad poseen la suficiente elevación espiritual para apreciar la función moderna del arte teatral. Se pretende entretener al "hombre de negocios fatigado", y con tan huera frase se justifica la absoluta ausencia de espiritualidad. Se apoya todo este "arte" en la mentalidad de los sin carácter, que voluntariamente confían en los trucos del tramoyista. Si a veces se representa aun alguna obra sana y limpia, es como una concesión a una moribunda generación de aficionados al buen arte escénico. La generación actual prefiere otro manjar. ¿Tragedia? ¡Estupidez! ¿Desarrollo de caracteres mas profundos de lo que pueda comprender el criterio de un adolescente? ¡No se cotiza! Descendió la opera cómica al nivel de los efectos luminotécnicos y al de las dislocaciones de miembros, y su música a un lascivo frenesí. Sensacional, estúpido y vulgar es el tema preferido. El adulterio es el tema primordial. Exhibición de carne desnuda en lujurioso grupo, racimos de mujeres cuya vestimenta pesa apenas cinco gramos: tal es el "arte moderno" para el empresario hebreo. 
La rebelión de los "amateurs" del arte verdadero contra esta profanación, manifestóse en poblaciones yanquis por el cada vez mas creciente florecimiento de los teatros de aficionados. El arte dramático, expulsado de los escenarios públicos, encuentra protección en miles y miles de sociedades teatrales y literarias. Si las buenas obras no se ponen en escena, se leen. Los dramas modernistas no resistirán en ninguna forma su lectura en voz alta, por carecer en absoluto de sentido común. De aquí la reunión de "templos" de arte verdadero en restringidos círculos dramáticos esparcidos por todo el país, y cuyas sesiones se realizan en depósitos o iglesias, en escuelas o salas públicas. 
Las modificaciones introducidas por el judío en nuestro teatro, y que cualquier aficionado puede comprobar fácilmente, manifiéstanse en cuatro aspectos. 
En primer termino, el hebreo dio preferencia al aparato mecánico, con lo cual se anula la acción y el talento humano. El escenario, en vez de cooperar a la obra artística, obtiene un significado realista propio. El eximio actor no necesita un gran mecanismo escénico, en tanto que los actorzuelos que actúan en las obras hebreas quedarían anulados sin el aparato tramoyístico. El escenario es en realidad la obra. Sabe el judío, perfectamente, que los buenos actores son día a día más raros, pues la política teatral hebrea yugula despiadadamente todo talento, entre otras razones, por la primordialísima de que cuestan demasiado dinero. El israelita, por eso, prefiere invertir su dinero en maderas, telas, colores, géneros y demás farandulerías. No podrán estas materias muertas ruborizarse de su insípido idealismo, ni de su inicua traición al sacro arte. 
Así convirtió el hebreo en indigno espectáculo nuestro teatro, suprimiendo en el todo elevado idealismo. El que hoy visite un teatro recordara mas tarde el titulo de la obra, pero jamás su contenido, ni a sus actores principales. Todo es retroceso y degeneración. 
En segundo término, el hebreo reclama para si el merito de haber introducido en nuestro teatro el sensualismo oriental. Diariamente fue subiendo la ola verde en los teatros yanquis, inundándolos por completo. Actualmente se encuentra en los "mejores" teatros, más descarada inmundicia que antes en los cafés cantantes más sórdidos. En Nueva York, donde existe un número mayor de directores judíos teatrales, que nunca pudiera haber existido en Jerusalén, se sobrepasan los límites de lo osado. La reciente representación de Afrodita parece significar el perfectamente calculado ataque de frente contra la última trinchera de una antigua tradición moral, ofreciendo descaradamente el más cínico nudismo. Hombres trajeados con un corto taparrabos o piel de leopardo o de chivo, mujeres desnudas hasta las caderas, el resto velado apenas con transparente gasa, formaban el marco de una mujer completamente desnuda, de cuerpo marmóreo. El autor de dicha obra era, naturalmente, hebreo. En cuanto a ideas en la obra, ni pizca. En cambio, las insinuaciones, las situaciones escabrosas, la osadía de las escenas, esas si fueron el fruto de largo y detenido estudio en el arte de la perversión humana. Esta prohibida la venta libre de bebidas narcóticas, pero la aplicación de insensibles venenos morales por esa cáfila de falsificadores no lo esta. 
Los "clubs", "boites" y demás diversiones nocturnas, son un articulo de importación esencialmente judío. Ni los bulevares de Paris ni "Montmartre" ofrecen, en cuanto a lubricidad, lo que Nueva York brinda. Paris, en cambio, posee una contrapartida al horror lascivo: la Comedia Francésa; Nueva York ni eso siquiera. 
¿Como, en semejante piélago de vilipendio y prostitución del arte, hallaran los autores dramáticos serios la mínima perspectiva de medrar? ¿Donde se les dará cabida a los actores dignos de arte dramático o cómico? Nuestra escena actual se despliega únicamente bajo la estrella de la pintoresca fauna de coristas y comparsas. Cuando por excepción se da acceso al teatro a un dramaturgo serio, es solo por unas pocas representaciones. Los efectos de luces, la brillantez de colores y el desnudo femenino les ahuyentan, y solo "vegetan" gracias a aquellos que no olvidaron aun del todo lo que debería ser el teatro y leen sus obras impresas. 
La tercera consecuencia de la invasión hebrea en el teatro norteamericano consiste en la aparición del sistema de la "estrella", del "astro", del "divo". Los últimos años nos ofrecieron sino en los enormes muros de "reclame" de los trusts teatrales, para hacer creer a las masas que dichos farolillos brillan con diamantino fulgor en el cenit del firmamento escénico "dramático". Las "estrellas" de ayer, que hoy ya no lo son, son simplemente las favoritas de los actores hebreos o mercancía humana que, extraída de la masa, se coloco en "vidriera" para despertar la ilusión de una "novedad". En fin, en tanto que antiguamente actores y actrices llegaban a celebridades gracias al favor del público, hoy se logra exclusivamente por la propaganda del propietario del teatro. La "marca Nueva York", con que suelen distinguirse muchas nulidades artísticas, no significa sino la caída en gracia al respectivo empresario de que cada actriz disfrute. Justamente contra esta "marca Nueva York", se ha rebelado el país. El auge de los teatros de aficionados en Centro América y en el Oeste es la mejor prueba de ello. 
En todos sus negocios busca el hebreo el éxito más rápido posible, mas en su tarea de hundir el arte teatral no-judío no puede, al parecer, ir con la velocidad que desea. Educar y perfeccionar artistas requiere tiempo: una buena publicidad equivale a lo mismo y es más rápido. Tal como antiguamente el sacamuelas sofocaba los gritos de dolor de sus pacientes con los estrepitosos sonidos de su trompeta de latón, así el moderno empresario teatral encubre la oquedad espiritual de sus "funciones" arrojando a la cabeza de los estupefactos espectadores cantidades de confetti, de encajes, de cuerpos desnudos, de oropel. 
Se resumen en una razón común estos tres aspectos del predominio hebreo en nuestros teatros: la de convertirlo todo en mercadería negociable, extraer dinero de todo cuanto el judío emprenda. Trasladose el centro de gravitación del teatro del palco escénico a la taquilla. La sabiduría del ropavejero de dar al vulgo de acuerdo con el gusto de cada uno, impera también en los teatros desde que el semita penetro en sus recintos. 
En 1885 dos astutos hebreos fundaron en Nueva York una agencia teatral, ofreciéndose a aliviar a los empresarios de San Luis, Detroit, Omaha y otras ciudades, de la penosa labor de contratar celebridades para la temporada próxima. Fue esta la base del Trust Teatral. Figuro dicha agencia bajo la razón social de Klaw & Erlanger, uno de cuyos fundadores era un israelita ex estudiante de Derecho, que mas tarde se transformo en agente teatral, en tanto que Erlanger, joven hebreo de pocos alcances, poseía habilidad financiera. No inventaron ellos el sistema de la Agencia teatral, sino que lo copiaron de un tal Taylor, fundador de una Bolsa teatral, donde se reunían actores y empresarios de todas partes para relacionarse mutuamente y firmar contratos. 
La forma actual de agencia teatral es la clave de la decadencia del moderno teatro yanqui. El viejo sistema poseía la gran ventaja de un perenne conocimiento personal entre el empresario y su compañía, brindando al actor genial tiempo y oportunidad para su desarrollo y madurez artísticas. En aquella época no existía sindicato alguno, y los empresarios podían hacer actuar a sus compañías y primeros actores en los escenarios de los más diversos propietarios de teatros, aprovechando con amplitud la temporada. Finalizada esta en la capital, partían juntos a provincias. Ambos, empresarios y compañía, dependían mutuamente el uno de la otra y compartían fraternalmente éxitos y adversidades. 
El sistema de agencias puso fin a todos esto, que bien pudo ser un sueño.