6-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD
VI EL PREDOMINIO ISRAELITA EN EL TEATRO NORTEAMERICANO
Fue
siempre el teatro un medio primordial para influenciar el gusto en general, y
la opinión en particular; es el aliado para propagar las ideas, día a día, que
unos caudillos ocultos entre bastidores desean inculcar a las masas populares.
No es por casualidad que los bolcheviques, en Rusia, patrocinen los teatros
orientados en su sentido, sabiendo que sus efectos, para ir forjando y
moldeando la "opinión publica", resultan tan fuertes y profundos como
los de la prensa.
Todo
el mundo sabe que el teatro esta completamente bajo la oligárquica influencia
hebrea. Nadie ignora que el espíritu nacional se alejo del teatro, influyendo
en la actualidad, en este ambiente, la atmósfera orientalista.
No
solo la escena propiamente dicha, sino también el cinematógrafo norteamericano
(cuya industria es la quinta del mundo en extensión e importancia) están
totalmente judaizados. Es consecuencia lógica de ello que el país entero se va
ya rebelando contra los denigrantes y desmoralizadores efectos que irradian
estos "templos del arte". Todo aquello que el hebreo acaudille económicamente,
sea el negocio del alcohol, o el del teatro, se convertirá de inmediato en un
problema moral, o mas bien dicho inmoral.
Diariamente
sacrifican millones de personas su tiempo y su dinero en el teatro, en tanto
que millones y millones concurren a los cines. Lo que equivale a decir que cada
día millones de personas son influenciadas por la interpretación que el hebreo
quiera dar a los conceptos de la vida, del amor y del trabajo, sufriendo así
los efectos de la propaganda apenas disimulada por los semitas en pro de su
oculto plan: el modelador judío de la opinión publica resulta un procedimiento
ideal. Estriba la única preocupación del judío en que su renombre público
pueda, acaso, estorbarle en su lucrativo negocio.
El
teatro no es judío únicamente en su dirección, también en lo que se refiere al
contenido literario y a su presentación. Diariamente aparecen mas obras cuyos
autores, atrecistas y actores son hebreos. No son obras de arte, ni se
mantienen mucho tiempo en el cartel. Es perfectamente natural, porque los
intereses teatrales hebreos no esperan alcanzar éxitos artísticos, ni
perfeccionar el arte escénico autóctono, ni crear un elenco valioso de actores
y actrices. Sus intereses son de índole financiera y racial y su objetivo
extraer a los no-judíos el dinero del bolsillo, hebraizándoles moralmente,
además. Grandilocuentes artículos nos facilitan un calculo exacto para apreciar
hasta que punto estos esfuerzos fueron coronados por el éxito.
Hasta
1885 el teatro yanqui se encontraba todavía en manos no-judías. Acaeció
entonces la primera intromisión judía. Con el cambio de empresarios, comenzó la
decadencia del teatro como institución artística y moral, aumentando
progresivamente con el crecimiento de la influencia semita en la vida teatral.
Resulto de esta influencia que lo bueno se elimino intencionada y
cuidadosamente del teatro nuestro, y lo inferior, en cambio, fue entronizado en
lugar preferente.
Paso
la edad de oro del teatro norteamericano. Murieron los grandes actores, sin
dejar dignos sucesores. El espíritu elevado y noble de antaño ya no agrada.
"Shakespeare nos arruinaba el negocio", declaro cierto director
teatral hebreo; otro se refirió a la ridícula misión "moralizadora"
del teatro, y con estas irónicas insinuaciones se intenta denigrar y extinguir
la antigua tendencia ennoblecedora de nuestro teatro. Esas dos sentencias
deberían grabarse como epitafio sobre la tumba del arte teatral pretérito.
Aun
los jóvenes de 13 a 18 años de edad poseen la suficiente elevación espiritual
para apreciar la función moderna del arte teatral. Se pretende entretener al
"hombre de negocios fatigado", y con tan huera frase se justifica la
absoluta ausencia de espiritualidad. Se apoya todo este "arte" en la
mentalidad de los sin carácter, que voluntariamente confían en los trucos del
tramoyista. Si a veces se representa aun alguna obra sana y limpia, es como una
concesión a una moribunda generación de aficionados al buen arte escénico. La
generación actual prefiere otro manjar. ¿Tragedia? ¡Estupidez! ¿Desarrollo de
caracteres mas profundos de lo que pueda comprender el criterio de un
adolescente? ¡No se cotiza! Descendió la opera cómica al nivel de los efectos
luminotécnicos y al de las dislocaciones de miembros, y su música a un lascivo
frenesí. Sensacional, estúpido y vulgar es el tema preferido. El adulterio es
el tema primordial. Exhibición de carne desnuda en lujurioso grupo, racimos de
mujeres cuya vestimenta pesa apenas cinco gramos: tal es el "arte
moderno" para el empresario hebreo.
La
rebelión de los "amateurs" del arte verdadero contra esta
profanación, manifestóse en poblaciones yanquis por el cada vez mas creciente
florecimiento de los teatros de aficionados. El arte dramático, expulsado de
los escenarios públicos, encuentra protección en miles y miles de sociedades
teatrales y literarias. Si las buenas obras no se ponen en escena, se leen. Los
dramas modernistas no resistirán en ninguna forma su lectura en voz alta, por
carecer en absoluto de sentido común. De aquí la reunión de "templos"
de arte verdadero en restringidos círculos dramáticos esparcidos por todo el
país, y cuyas sesiones se realizan en depósitos o iglesias, en escuelas o salas
públicas.
Las
modificaciones introducidas por el judío en nuestro teatro, y que cualquier
aficionado puede comprobar fácilmente, manifiéstanse en cuatro aspectos.
En
primer termino, el hebreo dio preferencia al aparato mecánico, con lo cual se
anula la acción y el talento humano. El escenario, en vez de cooperar a la obra
artística, obtiene un significado realista propio. El eximio actor no necesita
un gran mecanismo escénico, en tanto que los actorzuelos que actúan en las
obras hebreas quedarían anulados sin el aparato tramoyístico. El escenario es
en realidad la obra. Sabe el judío, perfectamente, que los buenos actores son
día a día más raros, pues la política teatral hebrea yugula despiadadamente
todo talento, entre otras razones, por la primordialísima de que cuestan
demasiado dinero. El israelita, por eso, prefiere invertir su dinero en
maderas, telas, colores, géneros y demás farandulerías. No podrán estas
materias muertas ruborizarse de su insípido idealismo, ni de su inicua traición
al sacro arte.
Así
convirtió el hebreo en indigno espectáculo nuestro teatro, suprimiendo en el
todo elevado idealismo. El que hoy visite un teatro recordara mas tarde el
titulo de la obra, pero jamás su contenido, ni a sus actores principales. Todo
es retroceso y degeneración.
En
segundo término, el hebreo reclama para si el merito de haber introducido en
nuestro teatro el sensualismo oriental. Diariamente fue subiendo la ola verde
en los teatros yanquis, inundándolos por completo. Actualmente se encuentra en
los "mejores" teatros, más descarada inmundicia que antes en los
cafés cantantes más sórdidos. En Nueva York, donde existe un número mayor de
directores judíos teatrales, que nunca pudiera haber existido en Jerusalén, se
sobrepasan los límites de lo osado. La reciente representación de Afrodita
parece significar el perfectamente calculado ataque de frente contra la última
trinchera de una antigua tradición moral, ofreciendo descaradamente el más
cínico nudismo. Hombres trajeados con un corto taparrabos o piel de leopardo o
de chivo, mujeres desnudas hasta las caderas, el resto velado apenas con
transparente gasa, formaban el marco de una mujer completamente desnuda, de
cuerpo marmóreo. El autor de dicha obra era, naturalmente, hebreo. En cuanto a
ideas en la obra, ni pizca. En cambio, las insinuaciones, las situaciones
escabrosas, la osadía de las escenas, esas si fueron el fruto de largo y
detenido estudio en el arte de la perversión humana. Esta prohibida la venta
libre de bebidas narcóticas, pero la aplicación de insensibles venenos morales
por esa cáfila de falsificadores no lo esta.
Los
"clubs", "boites" y demás diversiones nocturnas, son un
articulo de importación esencialmente judío. Ni los bulevares de Paris ni
"Montmartre" ofrecen, en cuanto a lubricidad, lo que Nueva York
brinda. Paris, en cambio, posee una contrapartida al horror lascivo: la Comedia
Francésa; Nueva York ni eso siquiera.
¿Como,
en semejante piélago de vilipendio y prostitución del arte, hallaran los
autores dramáticos serios la mínima perspectiva de medrar? ¿Donde se les dará
cabida a los actores dignos de arte dramático o cómico? Nuestra escena actual
se despliega únicamente bajo la estrella de la pintoresca fauna de coristas y
comparsas. Cuando por excepción se da acceso al teatro a un dramaturgo serio,
es solo por unas pocas representaciones. Los efectos de luces, la brillantez de
colores y el desnudo femenino les ahuyentan, y solo "vegetan" gracias
a aquellos que no olvidaron aun del todo lo que debería ser el teatro y leen
sus obras impresas.
La
tercera consecuencia de la invasión hebrea en el teatro norteamericano consiste
en la aparición del sistema de la "estrella", del "astro",
del "divo". Los últimos años nos ofrecieron sino en los enormes muros
de "reclame" de los trusts teatrales, para hacer creer a las masas
que dichos farolillos brillan con diamantino fulgor en el cenit del firmamento
escénico "dramático". Las "estrellas" de ayer, que hoy ya
no lo son, son simplemente las favoritas de los actores hebreos o mercancía
humana que, extraída de la masa, se coloco en "vidriera" para
despertar la ilusión de una "novedad". En fin, en tanto que
antiguamente actores y actrices llegaban a celebridades gracias al favor del
público, hoy se logra exclusivamente por la propaganda del propietario del
teatro. La "marca Nueva York", con que suelen distinguirse muchas
nulidades artísticas, no significa sino la caída en gracia al respectivo
empresario de que cada actriz disfrute. Justamente contra esta "marca
Nueva York", se ha rebelado el país. El auge de los teatros de aficionados
en Centro América y en el Oeste es la mejor prueba de ello.
En
todos sus negocios busca el hebreo el éxito más rápido posible, mas en su tarea
de hundir el arte teatral no-judío no puede, al parecer, ir con la velocidad
que desea. Educar y perfeccionar artistas requiere tiempo: una buena publicidad
equivale a lo mismo y es más rápido. Tal como antiguamente el sacamuelas
sofocaba los gritos de dolor de sus pacientes con los estrepitosos sonidos de
su trompeta de latón, así el moderno empresario teatral encubre la oquedad
espiritual de sus "funciones" arrojando a la cabeza de los
estupefactos espectadores cantidades de confetti, de encajes, de cuerpos
desnudos, de oropel.
Se
resumen en una razón común estos tres aspectos del predominio hebreo en
nuestros teatros: la de convertirlo todo en mercadería negociable, extraer dinero
de todo cuanto el judío emprenda. Trasladose el centro de gravitación del
teatro del palco escénico a la taquilla. La sabiduría del ropavejero de dar al
vulgo de acuerdo con el gusto de cada uno, impera también en los teatros desde
que el semita penetro en sus recintos.
En
1885 dos astutos hebreos fundaron en Nueva York una agencia teatral,
ofreciéndose a aliviar a los empresarios de San Luis, Detroit, Omaha y otras
ciudades, de la penosa labor de contratar celebridades para la temporada
próxima. Fue esta la base del Trust Teatral. Figuro dicha agencia bajo la razón
social de Klaw & Erlanger, uno de cuyos fundadores era un israelita ex
estudiante de Derecho, que mas tarde se transformo en agente teatral, en tanto
que Erlanger, joven hebreo de pocos alcances, poseía habilidad financiera. No
inventaron ellos el sistema de la Agencia teatral, sino que lo copiaron de un
tal Taylor, fundador de una Bolsa teatral, donde se reunían actores y
empresarios de todas partes para relacionarse mutuamente y firmar contratos.
La
forma actual de agencia teatral es la clave de la decadencia del moderno teatro
yanqui. El viejo sistema poseía la gran ventaja de un perenne conocimiento
personal entre el empresario y su compañía, brindando al actor genial tiempo y
oportunidad para su desarrollo y madurez artísticas. En aquella época no
existía sindicato alguno, y los empresarios podían hacer actuar a sus compañías
y primeros actores en los escenarios de los más diversos propietarios de
teatros, aprovechando con amplitud la temporada. Finalizada esta en la capital,
partían juntos a provincias. Ambos, empresarios y compañía, dependían
mutuamente el uno de la otra y compartían fraternalmente éxitos y
adversidades.
El sistema de agencias puso fin a todos esto,
que bien pudo ser un sueño.