jueves, 19 de diciembre de 2019

ESTUDIO PRELIMINAR



GUERRA CONTRARREVOLUCIONARIA
Doctrina Política Antisubversiva
Estudio preliminar



Se debe precisar que Genta no fue una inteligencia principalmente especulativa en el sentido en que lo que fue el P. Meinvielle, por ejemplo. Sus condiciones y su vocación—-incluso su sentido del deber—• lo impulsaron por otros caminos, que él no supo recorrer sino hasta sus últimos tramos y consecuencias. Genta fue, a su modo, un maestro para la acción. No tomó a su cargo la empresa de "crear" un pensamiento nuevo, original o distinto. Ciertamente, no fue tampoco un repetidor. Se propuso, y se limitó, a la difusión del pensamiento tradicionalista. Que en la Argentina se llama Nacionalismo. Pero esta tarea de difusión fue rica v, ella sí, dinámica y creadora, porque se dirigió a la formación de hombres. Para decirlo todo, Genta se dedicó a formar hombres cristianos para la acción, para una política cristiana. Y por eso lo asesinaron. Genta se propuso confeccionar un programa para ubicar a Los soldados argentinos —casi los últimos aristócratas, los últimos dispuestos a servir hasta con la vida el bien común nacional, los últimos aristócratas si no contáramos a hombres de la raza de Genta, precisamente— en el complicado y oscuro proceso que se vive. Este proceso se aproxima a su culminación, que es el Reino del Anticristo. Su sentido último es, por lo tanto, religioso; y su estudio se debe realizar a la luz de la teología. Pollo demás, es sabido que la vida expone sus secretos y claves sólo cuando se la considera subespecie aeternitatis. Lo que ocurre en la Argentina es un proceso universal. Se trata de la descristianización del país y del mundo, de su desacralización y de su apostasía.
La Argentina y el mundo han abandonado el orden cristiano, han cedido a la Revolución. Más aún: han repudiado ese orden. En alguna medida, lo han vuelto imposible. La inteligencia moderna ha desmontado punto por punto, pieza por pieza, todos los artefactos del mundo clásico cristiano. Esta tarea se lleva, aun hoy, a cabo hasta los límites más profundos, hasta la construcción del hombre nuevo —marxista o nihilista—, que constituye la mayor herejía, aquella que descalabra el ser del modo más total y lo hunde en el vacío del mal: la herejía de no servir a Dios porque se aspira a ser como Dios. Repitamos: hombres cristianos para una acción cristiana. Esta fórmula, une Genta alzó como una bandera y practicó como un programa, fija con exactitud los lindes de una generosa empresa pedagógica, así como su contenido. Genta no se sintió tentado nunca por replantear ni adaptar a la cristiandad, como lo intentó Maritain. Aspiró, sí, a rescatar sus elementos permanentes y universales, aventados por la tormenta revolucionaria. Este fue uno de los límites que se impuso: no se permitió ni originalidad audaz ni imaginación frívola, dos constantes en la "nueva teología". Tampoco cedió a un humanismo equívoco ni multívoco ni naturalista ni horizontalista ni sincretista. Su humanismo fue Cristo céntrico, en donde el hombre actúa recuperada y ordenada su naturaleza por un único foco central, la Cruz. Su humanismo reconocía como lo substantivo al cristianismo —entendido como el operar de Cristo y de Su Gracia en el hombre y en la historia—, es decir, al cristianismo como lo especificante y como la única posibilidad del hombre de reconquistar y sanar su naturaleza. Para el hombre, incluso para andar en este mundo, no hay otros caminos que los del Señor, porque quien se busca a sí mismo se pierde. Es decir, no admitía que el cristianismo fuera una opción más, cultura] o política; ni que a un cristiano le sea indiferente o igualmente válido transitar un sendero que otro, comprometerse con un programa o con otro distinto, perseguir esta o aquella pista, exaltar este o aquel mínimo valor. La intencionalidad no líos rescata del mal. Genta vio y afirmó que el cristianismo es el gran y único drama que se desarrolla a través de la Historia y a través de todos los hombres. Un drama en el que todos son protagonistas, aunque no lo sepan o no lo quieran. El cristianismo, sin ser inmóvil, es definitivo. Porque encierra la última palabra, la última solución, el último amor. Está formulado para siempre y marca a los hombres para siempre. Y así es que el cristianismo está capacitado —sólo él— para desarrollar sus propios principios y sus propias fórmulas y para esclarecer —en la medida en que ello es posible— sus propios misterios. La consecuencia es obvia: el cristianismo no necesita de ningún movimiento exterior para perfeccionarse —porque todo le viene de su fundador— ni de ninguna fuerza extrínseca para avanzar ni de ninguna interpretación extraña para definirse. El cristianismo puede progresar sin cambiar, evolucionar sin contradecirse y precisarse sin menoscabarse. Todo lo que le pertenece está en él. Genta ve esto con claridad inusual, con la claridad de un profeta. Denuncia y describe el proceso de descristianización de la inteligencia, proceso que se reproduce en la Argentina en estos días. Ese movimiento, que se conoce con el nombre genérico de Revolución, comienza con el liberalismo filosófico, que se inicia a su vez con la Reforma de Lutero en religión (protestantismo) y de Descartes en el orden especulativo (idealismo). Pero el sentido último de este movimiento sólo se alcanza en el marxismo. "La doctrina y la práctica comunistas no son más que el liberalismo moderno llevado hasta sus últimas consecuencias en la negación del orden occidental y cristiano". Por su parte, el marxismo, cuya esencia es la dialéctica —es decir esa suerte de dinámica creadora que se extiende y se explica por la negación— es, en el fondo, un nihilismo absoluto. "De negación en negación, el proceso dialéctico. . . concluye inevitablemente, inexorablemente, en la suma de negaciones que es el comunismo marxista". Pero, como queda dicho, la Revolución es la contradicción puntual y sistemática del orden cristiano. "La doctrina positiva del Occidente cristiano se funda en la Verdad de Dios de orden sobrenatural o Revelación y de dos verdades objetivas de orden natural: la filosofía del ser con su lógica de la identidad y el derecho romano como estructura jurídica básica del Estado o Poder Político". A partir de estos presupuestos se construye todo ese riquísimo entramado de instituciones culturales, políticas, sociales y jurídicas que aún nos maravilla y del que aún vivimos, la cristiandad: Patria, familia, profesión, propiedad, el Estado al servicio del Bien Común, cuerpos intermedios. . . Fuerzas Armadas, que son las encargadas de defender ese orden. En contraposición, el Demonio edifica la Ciudad del Hombre, sobre los restos de la Ciudad de Dios. Y se empieza por la inteligencia: "Contra los derechos de la afirmación de la identidad y de la fidelidad, el liberalismo exalta la prioridad de los derechos de la duda, de la crítica, de la negación y del cambio. Contra la Cátedra de Dios el libre examen; y contra la lógica de la identidad fundada en la esencia realísima de lo que es, la lógica de la contradicción o dialéctica". Estamos en la raíz de la inteligencia modernista. Estamos en el centro de la dialéctica. No es el caso detenerse en ella, pero sí debemos denunciar sus efectos que se registran en todas las áreas, un poco por todas partes. La dialéctica, en su sentido moderno —-que para nada coincide con el modo con que se entiende este término en Platón y Aristóteles— reconoce un indubitable origen idealista. El idealismo, como observa Cornelio Fabro., es más una actitud metafísica que una instancia gnoseológica. Y así se comprende la afirmación de su esencia: las leyes inmanentes de la conciencia se transforman en las leyes del ser. Y así es que la naturaleza deriva del espíritu y se produce una confusión total entre el pensar y el ser, entre lo absoluto y lo relativo, lo infinito y lo finito, la unidad y la multiplicidad. Las consecuencias son varias y profundas. Por la dialéctica, el hombre hace al mundo, pero lo hace por un irrenunciable —e incontrolable— proceso de contradicción. Por lo tanto, todo se alcanzará por oposición que nos lucha y destrucción. La historia y la vicia serán, para siempre, revolución. Y está claro que, en base a semejante mezcla de inmanentismo y voluntarismo, quedan derogadas las leyes universales y necesarias. La lógica so disuelve junto con el ser y, diríamos, a su mismo ritmo. Todo este proceso de destrucción, todo este proceso prometeico, se consuma, entonces, en la gran hoguera en que arden la lógica, la metafísica y la religión, Dios y el hombre, el sentido común, la libertad y la verdad objetiva. Esta "contradicción infinita" se alimenta de la pasión de la libertad y se sostiene por la negación radical de las esencias. Todo se vuelve opcional y crítico, ya no habrá más valores objetivos —puesto que no hay sustancias— ni deberes trascendentes. Sólo queda el hombre, fin y medida de todas las cosas y de sí mismo. Un hombre biológico que, de degradación en degradación, cada vez más corre el riesgo de hundirse en el no-ser. Por eso, Genta apunta que "El liberalismo llevado hasta sus últimas consecuencias es nihilismo puro". Desde aquí, entonces, se contempla y se advierte la íntima connaturalidad que une al liberalismo filosófico con el político y a éstos con el actual proceso nihilista que destroza a Occidente y que amenaza hacer lo mismo con la Iglesia. Es decir, al comienzo fue el liberalismo —Lutero, Descartes, Kant—. El marxismo no es más que el liberalismo sistematizado, extremado, por así decirlo, vuelto metafísico y convertido en praxis. Y al comienzo fue también la trilogía naturalista de Libertad, Igualdad y Fraternidad, que da origen a la Democracia como forma religiosa "que quieras que no es el camino que lleva al comunismo". Si el liberalismo ha enloquecido a la libertad, al punto que desaparece la realidad en la medida en que ésta significa un límite, una norma o una sujeción, queda posibilitada la redención del hombre por el hombre. Una vez más, repitiendo sus orígenes, la nueva moral, la nueva psicología y el nuevo arte basan la objetividad (la norma ética, el mundo interior del hombre, la belleza) en la conciencia. La libertad del liberalismo no se detiene ante liada y el marxismo simplemente le acuerda un sentido redentor. Esta redención se realiza por medio de la desalienación. Desalienar significa liberar, pero con una dimensión "ontológica", para que el hombre vuelva a ser él. Liberarlo de la religión, de la familia, de la clase social, del Estado, de la propiedad. Una vez desalienado, el hombre volverá a ser él mismo, en su unidad y totalidad. Y en él, por la negación de las metafísicas, quedarán soterradas las esencias. El hombre —que empezó a divagar con el liberalismo y que se pierde en la oscuridad del marxismo— se sumerge en el abismo de lo contingente: "la evasión de su carácter dialéctico en ese sentido de la eternidad y lo que es eterno en las cosas". El liberalismo pues, como el marxismo, identifica ser y libertad, hasta el momento y la instancia en que disuelven aquél en éstas, para, finalmente, precipitarse en la nada de la contradicción, recomenzar infinitamente un proceso que empieza y termina en el nihilismo y del que el hombre, cada hombre, es apenas un punto contingente de referencia. En la Argentina, todo esto se dio, se da, si bien en forma menos radical. Pero la inteligencia marxista y la guerrilla trabajan para ahondar el proceso. Sus nombres: la organización pensada por Sarmiento y Alberdi, ley 1420, Reforma Universitaria. Y, claro, todo el aparato cultural de la izquierda: positivismo, sociologismo, freudismo. Todo el resto del libro es una descripción, casi un canto, a la civilización católica. La Ciudad Católica es sacramental, eterna, trascendente, de una belleza precisa; todo se armoniza en ella, la unidad y la totalidad, lo permanente y lo contingente, el pasado, el presente y el futuro. Y así, en términos cristianos, no tiene sentido hablar de progreso y menos de progreso indefinido. Porque el progreso no puede consistir sino en la perfección del encuentro del hombre con Dios en Cristo, en un conocimiento cada vez más cercano y amoroso, sin saltos dialécticos, sin sorpresas, sin trampas. En la Ciudad Católica todo tiene su fundamento en Cristo. Por ejemplo, la dignidad del hombre deriva de su condición de hijo de Dios y se efectiviza por el amor al prójimo. La verdadera libertad femenina toma su arquetipo y su fuerza de la Virgen, Madre y Corredentora. La educación se ordena según la Verdad y la política según el Bien Común. En cambio, todo se vuelve confuso y sobre todo contradictorio en la Ciudad del Hombre Así, el Libre Examen sustituye a la Autoridad de la Verdad y el principio de la duda fundamenta ese pluralismo relativista o agnóstico, al que desdichadamente parece haberse abierto la Iglesia misma y la Cátedra de Pedro, otrora sede de la Verdad y de la unidad en la verdad (Tema II), Lo mismo ocurre en el plano de la filosofía. El hombre cristiano, heredero de Platón y de Aristóteles, ha integrado la razón natural con la fe sobrenatural, síntesis que se destroza a partir de Descartes; esta ruptura ha vuelto, primero, innecesaria a la teología y después imposible a la metafísica (Tema III). Y aquí se vuelve al núcleo de la inteligencia modernista, la negación de entidad del ser, por lo que "nada es lo que es". En el plano del derecho, el cristianismo también integra la justicia natural con la caridad sobrenatural. Ese hermoso edificio compuesto por la justicia distributiva y conmutativa, cuya expresión es el Contrato, se realza, se completa y se extrema por la Caridad. Nada puede sustituir al amor, a la generosidad, a la capacidad de sacrificio. El amor está en la base de la Patria y de la Familia. Pero la Revolución Francesa alteró este orden y destruyó estos presupuestos. Desacralizó la sociedad, secularizó el poder, impuso la soberanía popular sobre la de Dios y los derechos del hombre contra los del Creador (Tema IV). A su vez, la generosidad —manifestación del amor— fue violentamente suplantada por el egoísmo individualista, cuya raíz psicológica es el placer desordenado, su explicación biológica es el darwinismo y su expresión socioeconómica, el capitalismo. La Patria. ¿Qué es la Patria? Es aquella porción espiritual que hace del hombre un ser con raíces en el pasado, un hijo de algo, un heredero —como dijo Maurras, el hombre es, ante todo, un heredero—. La Patria es un hecho voluntario ni su ser deriva de la convención ni sus caracteres del consentimiento o del capricho de los hombres. Es un hecho de la naturaleza, de la historia y del espíritu. Es un hecho político, geográfico, emociona], cultural y económico. La Patria no se elige, se recibe, no se la crea, se la continúa, no se la inventa, se la admite. Como la familia, la sangre y el nombre. Es un orden donde, lejos de retacearse, la libertad del hombre se ensalza y, por así decirlo, se enriquece, se dignifica y se significa. Por lo tanto, la Patria no es una reunión de individuos agregados, no es un conglomerado de voluntades aisladas, es más bien un cuerpo orgánico que "tiene la misión de resistir a las tormentas del Tiempo", para citar de nuevo a Maurras. El amor por la patria es o supone el amor al pasado. Porque el elemento vivo de la patria es la Tradición, aquello que fue, que se hizo y que se transmite. Y en ese acto de entrega y de recepción, en ese traspaso, sea en lo que consiste la concepción dinámica de la Patria. Pero, también, la Patria es una esencia fija, como dice Genta. "Las patrias son eternas", como decía Barres y repetía Maurras. Este amor al pasado envuelve un acto de piedad. Siempre el cristianismo está recorriendo con su sangre fecundizante los sentimientos del hombre occidental. Y es un deber "de piedad hacia el pasado" volvernos hacia España, la Madre, la que nos incorpora al Imperio de las Dos Romas y nos hace universales. Todo lo hemos recibido de Ella, desde la Verdad que nos redime y nos hace libres hasta las instituciones que nos ordenan y el idioma que nos vincula. La dispersión de esta herencia produjo la dispersión del ser nacional, del ser de la Patria. Por eso la solución es no tanto política ni tan sólo moral sino espiritual, que quiere decir total y principista. Volver a una tierra de señores, "caballeros gauchos como aquellos manchegos". La Patria no se sostiene por los votos, sino por una voluntad de ser, que se encarna en las Fuerzas Armadas y no en los partidos. La Patria nació con sus Fuerzas Armadas, las que, por lo tanto, se deben a la soberanía nacional y no a la soberanía popular. El liberalismo que las coloca al servicio de la democracia y que identifica Patria con pueblo o con soberanía popular distorsiona todo y crea situaciones históricas, políticas y sociales tan acuciantes y desgarradoras como la presente. Y lo mismo que hace el liberalismo lo hace la izquierda, cuando encarga a las FF. AA. ponerse al frente de un proceso de cambio indeterminado en sus alcances. Dramas como este que vive la Argentina, la Patria nuestra, se originan no sólo en la perversidad de los corazones y en los sensualismos de los cuerpos, sino en los errores filosóficos, en las equivocaciones de la inteligencia.
No queremos postergar más la lectura del libro de Genta que prologamos con más audacia y buena voluntad que idoneidad. Este es un libro de un maestro, de un jefe y de un profeta. Y de un mártir. Hoy sabemos que todo él se encuentra avalado por el testimonio de la sangre derramada. En Genta, todas esas vertientes —maestro, mártir. ..— se unieron como vocación y destino. Se vincularon en una muerte católica, española y argentina. Una muerte así, martirológica, no buscada pero sí secretamente esperada. Tal vez valga como experiencia transmisible la impresión que dejó en el autor de estas líneas la lectura de GUERRA CONTRARREVOLUCIONARIA. Es uno de esos libros que pueden cambiar una vida, que pueden rescatar un alma, que pueden orientar a una generación. No sabemos si cabe decir algo más o algo mejor sobre un libro. Sólo que no es una obra aislada; está precedida y continuada por otros títulos: EL NACIONALISMO ARGENTINO, LA OPCION POLÍTICA DEL CRISTIANO, EL MANIFIESTO COMUNISTA, etcétera. El que sigue tal vez no sea la culminación pero sí el resumen de un extenso e intenso magisterio, que no terminaría sino con el crimen. Magisterio a veces coloquial, pero siempre enérgico. Genta no vaciló nunca. Inundada su inteligencia con la luz de la Revelación, pudo escribir —ahora sabemos que con su sangre— dos frases en que de un modo casi místico describió su destino: "Ni Dios ni la Patria ni la Familia son bienes que se eligen. Pertenecemos a ellos y debemos servirlos con fidelidad hasta la muerte. Y desertar, olvidarlos, volverse en contra es traición, el mayor de los crímenes"... "Es justo y bello morir por la Patria y por todo lo que es esencial y permanente en ella: unidad de ser, integridad moral y natural, la soberanía nacional, la Iglesia de Cristo". Estas frases están escritas con el estilo militar de la exactitud. No hubo tiempo ni lugar para la retórica. Y si no fuese vulgaridad, se podría decir que Genta tuvo su propia muerte. Este libro nos lo explica. Nadie, en la Argentina, caminó con su paso de mártir, de cara a la muerte justa y bella, como Jordán Bruno Genta. Sólo Carlos Alberto Sacheri.
VÍCTOR EDUARDO ORDOÑEZ
Buenos Aires, 20 de octubre de 1975