sábado, 14 de diciembre de 2019

5-SATAN EN LA CIUDAD MARCEL DE LA B'IGNE


 SATAN EN LA CIUDAD


POR MARCEL DE LA B'IGNE

CUARTA VELADA


—Tengo un placer especial en verle hoy por aquí, me dice el abate Multi al abrir la puerta, porque, en esta fase de nuestras conversaciones, pueden ser muy útiles sus conocimientos de política y de sociología, e ilustrándolos yo lo mejor que pueda, con los recursos que nos proporcionan la metafísica y la teología, no dudo de que descubriremos aspectos sumamente interesantes y sugestivos. En primer lugar, un punto capital sobre el cual usted ha insistido con razón, y que aún es más necesario destacar cuando se trata de caracterizar la acción de Satanás, es la necesidad de desembarazarnos de una tendencia que parece instintiva a nuestra naturaleza, y es la de formar, en todos los terrenos, conceptos y explicaciones antropomórficas. Ya usted ha señalado lo peligrosa y ridicula que resulta en materia de Statología, en que tuvo las más amplias y funestas consecuencias, y, no nos engañemos, que también resulta funesta en las teorías espirituales y en teología, no solamente entre el pueblo, sino en muchas inteligencias bien cultivadas. Yo sé bien que es muy difícil, a criaturas de carne y hueso como nosotros, el representarnos qué podrán ser los espíritus, pero es indispensable advertir que si la comparación con la condición humana es lícita y necesaria, prudentemente utilizada, hay que guardarse de trasladar tranquilamente al invisible lo que contemplamos en el mundo visible, Respecto a esto ya me he referido a una justa observación de la Lecomte du Noüy, y la completo ahora con un relato que él añade medio en broma. Nos presenta a aquella excelente y piadosa mujer que, aparte de las oraciones de la mañana y de la noche, no se dirigía a Dios directamente en sus necesidades cotidianas, sino tan sólo a la Virgen y a los Santos, y como le preguntaron la razón de ello, contestó con toda sencillez: “¡Oh!, cómo voy yo a importunar al Buen Dios que tiene tanto que hacer, para pedirle que me alivie el reúma o queme encuentre el dedal”. ¡Cuántos hay entre nosotros que se pa-* recen a ésta ingenua mujer! Numerosos son hasta los eclesiásticos que, por irreflexión, excesiva sencillez de carácter o por intentar ponerse al nivel de los fieles menos instruidos, halagan esta absurda propensión sin darse cuenta de que conduce derechamente a la idolatría. Pues, por lo que respecta a Satanás, es exactamente lo mismo. La casi totalidad de los hombres son incapaces de figurárselo de otro modo más que en forma humana o, por lo menos, de animal, y de no atribuirle un comportamiento humano, Ni idea tiene de que pueda adoptar otro disfraz que no sea el de un cuerpo orgánico. Muy pocos se prestan a desencarnarle y a imaginárselo invisible. Y, sin embargo, si el Demonio puede incontestablemente, tomar forma humana, no es ningún imposible que se ocul'te en objetos materiales o inmateriales. La iglesia lo reconoce puesto que tiene exorcismos para el agua y la sal; pero lo que nos interesa comprobar aún más, es que el Príncipe de las Tinieblas se disimula también, de muy buen grado y, hasta con preferencia, bajo
el aspecto de personas morales, como suele decirse, de instituciones, según el término que a usted le agradará más emplear. Se adapta por completo también, o tal vez mejor, a la vida, incompleta en algunos aspectos, y extensa y poderosa en otros, de esos seres de zona media que se parece a la de los hombres, sin serle semejante, y que ofrece posibilidades de influencia mucho mayor que la acción individual. —¡Ah!, exclamo, abre usted con eso horizontes muy ricos y fecundos. —No exagere usted, protesta el señor Multi, yo no lo invento; no hago más que señalar contornos más precisos a una idea que ya es antigua, y atraer otra vez sobre ella la atención que se había alejado de esto. —Tal vez muy antigua, pero bien poco comprendida y utilizada, a pesar de lo importante que es. Me ve usted realmente entusiasmado porque, gracias a ella, alcanzo de un soLo golpe de vista numerosas relaciones que antes no descubría, y penetro misterios que permanecían cerrados para mí. ¡Ya comprendo, ya comprendo! ¿Para qué iba el Diablo a avecindarse en el cuerpo de cualquier desgraciado, si por las instituciones políticas y gubernamentales, por las leyes y por las costumbres en las que insinúa su espíritu perverso, puede tan fácilmente orientar a los hombres, por miles y millones, con un movimiento disimulada y casi irresistible, por los caminos de perdición a donde se ingenia para empujarlos? Es muy propio de su alta inteligencia el utilizar para su fines el gregarismo moderno, y aquí tenemos al diabolismo enteramente al nivel de esos famosos progresos de la ciencia con los cuales se pretendía asegurar su desaparición. En vez de proceder como un modesto artesano, Lucifer obra, actualmente, como un gran industrial y realiza en serie su infernal tarea, como usted decía, y con los instrumentas más perfeccionados. Y esta idea de una obsesión general, oculta e invisible; de una ocupación colectiva política y social permite, mucho mejor que los razonamientos a que usted se refería, el aclarar la aparente anomalía que nos hizo detener al final de la entrevista de ayer. Ella explica luminosamente por qué la escasez de posesiones diabólicas individuales en nuestras sociedades contemporáneas tan descristianizadas, puede coincidir fácilmente con la intensificación y persistencia de la acción diabólica personal. Es que la inhabitación física violenta resulta cada vez menos útil al enemigo del género humano. Desde que está seguro de no hallar oposición a sus maniobras en un ambiente que maneja a su gusto y que le es cada vez más favorable, puede reemplazar con ventaja esa acción espectacular, que está siempre expuesta a suscitar reacciones vehementes, por la simple ocupación de los espíritus y las almas, mucho más insinuante y pausada sin ser menos segura, y que se presta a un contagio más rápido y a extrema difusión. —Tenga cuidado de no avanzar demasiado deprisa en un terreno tan oscuro y terrible, dice suavemente el abate Multi. Sin embargo, hay que reconocer alguna verosimilitud a sus miras. —Pero permita usted que volvamos a las suyas. La idea general que usted ha despejado me parece, lo repito, completamente exacta y luminosamente sugestiva. Para ponerla en su punto falta, quizá, comprobarla con los hechos, y en este «aspecto yo veo, no objeciones fundamentales, sino algunas dificultades y oscuridades. He aquí una, por ejemplo: El mal ha existido en todas las sociedades, cualesquiera que fueran, antes y después de la era cristiana, ¿no es cierto? Y, ¿va usted a decir que el Demonio se ha infiltrado en todas? Puede ser; pero entonces caerá usted en una generalidad banal, y su aplicación a nuestra época no merecería ser acogida con el sobresalto de ¿satisfacción inte* lectual que me ha producido desde el primer momento. O bien, según creo, nuestra época presenta, sobre toldo en algunos sitios del mundo, caracteres particulares de satanismo: está en estado de obsesión avanzada o hasta de ocupación y de posesión. Mas, ¿cómo hace usted, en tal caso, la distinción, ,y cómo llega a descubrir una infestación especialmente determinada del ¡Enemigo del género humano? Me dirá que es cuestión de grado más que de naturaleza; pero, ¿no hay mucho de arbitrario y, por consiguiente, de incierto en la apreciación de ese grado-? Perdone usted que le presente estas primeras impresiones sin orden, tal como se me ocurren, y en forma rápidamente improvisada; pero es que sus aserciones me producen alguna turbación a la vez que de posesión y de obsesión individuales. Repito que no hay que aplicar inconsideradamente a Jas agrupaciones lo que es verdadero en las personas, pero usted comprenderá que tampoco es necesario, por el entusiasmo del descubrimiento, seguir la contrapista (1) de la posesión actual dando a la idea de la obsesión o de posesión colectiva toda la extensión abusiva que le atribuye, por ejemplo, Simone Weil. Para ella, “lo social es, irreductiblemente, el dominio del diablo”, y “ei diablo es lo colectivo”, porque “el diablo es el padre de los prestigios y estos s°n sociales”. La opinión es la reina del mundo, “la opinón es, pues, el diablo, príncipe de este mundo”. No, lo social no es más que lo individual, “irreductiblemente” el dominio del diablo; pero tampoco está mejor defendido que lo individual contra las empresas diabólicas. Tal vez, hasta se preste mejor, y yo estoy personalmente convencido de que, en las actuales circunstancias, el ambiente social es sumamente propicio a la infestación demoniaca y le proporciona medios de difusión muy eficaces.
 
(1) Se llama asi en términos de caza a la dirección que siguen los perros desorientado! en busca del animal, contraria a la que deben seguir. (N del T.)
 
Evitando todo lo posible las semejanzas u oposiciones prematuras entre lo social y lo individual, ensayemos el comprobar objetivamente las diferencias y las analogías que existen entre las dos formas de posesión. En todos los tiempos, las agrupaciones de hombres, lo mismo que sus miembros tomados aisladamente, han sido el objeto de las tentativas del padre de todo mal que, utilizando los vicios de nuestra naturaleza caída con ciencia sutil, ha conseguido apreciables victorias. Por su influencia directa o indirecta, los abusos se deslizan insidiosamente, como la serpiente del Génesis, en las mejores organizaciones y las corrompen, las debilitan y hasta consiguen derribarlas o invertirlas. Las instituciones religiosas, las Ordenes y Congregaciones no están libres de estas desviaciones, como se ha visto más de una vez. Con cuánta mayor razón las instituciones de seglares y temporales por las cuales nos interesamos ahora, y, sobre todo, en el mundo pagano, pues ya ve usted que aquí se impone una distinción bastante parecida a la que hacíamos más arriba. Cuando las instituciones son buenas y sana la estructura, pueden aparecer defectos más o menos graves en la construcción y funcionamiento por el efecto, fatal siempre de la debilidad humana; pero no se podría hablar propiamente de satanismo mientras que la acción normal del espíritu del mal y nuestra deficiencias personales se estrellen con la resistencia de los principios establecidos por la razón y por la fe y consagrados ofcialmen- te por la autoridad-'y la costumbre. No sucede lo mismo si las bases fundamentales de la empresa aparecen desde el principio y en su esencia, gangrenadas por groseros errores, por mentiras evidentes, por el vicio o por el crimen; si su perversión intrínseca es tal que orientan necesariamente a los hombres en una dirección contraria a los fines que conocemos como propios de nuestra naturaleza o de la sociedad, por ejemplo, a la práctica del mal o del error, hacia las discusiones intestinas, la guerra civil o la extranjera. Por esta corrupción sistemática de los fines verdaderos y razonables del hombre, podría decirse que Satanás firma visiblemente su obra. Y es, precisamente, eli hecho que comprobamos cada vez con más frecuencia en el mundo contemporáneo. Y poco importan las declaraciones prodigadas en favor de la excelencia del fin perseguido o de las instituciones fundadas, aunque así lo afirmen personas honradas y seducidas, si es posible descubrir, sin duda, las taras a los espíritus rectos e imparciales. Esas aserciones hasta dan motivos serios de suspicacia, porque el demonio es experto en ilusiones hábiles, y son uno de los procedimientos más usuales de su actividad obsesionadora. Pero nosotros disponemos de facuLtades que nos permiten no dejarnos engañar, si sabemos y queremos ejercitarlas. Después de la Revelación, nuestro trabajo respecto a esto, es mucho más fácil; nuestro criterio, más seguro, y el juego de Satanás bien sencillo de descubrir. Si, a pesar de ello, permanecemos ciegos ante las maquinaciones diabólicas, o si, aún peor, nos prestamos a ellas con una complacencia imprudente y culpable, como sucede demasiado a menudo, entonces la obsesión corriente evoluciona, más o menos rápidamente, hacia las formas de ocupación, o hasta de posesión colectiva, que se manifiestan particularmente numerosas en nuestros tiempos. Mientras escuchaba al señor Multi, me parecía ver el» día amaneciendo poco a poco sobre un paisaje caótico y tormentoso, revelando las causas de su aparente desorden apocalíptico. —Ya veo, ya veo, murmuraba yo. Con esas concepciones, la historia parece iluminarse desde muy atrás, sobre todo la de nuestro tiempo que nos es más familiar, y responden admirablemente a la interrogación que formulaba Péguy, con ansiedad conmovedora, para una época en que el problema era menos angustioso que en la nuestra, y que con frecuencia ha atormentado mi espíritu: “Dios mío, Dios mío, exclamaba el escritor, ¿qué es lo que sucede? En todos los tiempos está uno perdido... Antes era la tierra la que se lo preparaba al infierno, hoy es el mismo infierno el que ¡se desborda sobre la tierra. ¿Qué es, pues, Dios mío, qué es lo que ha variado?” Lo que ha cambiado es que las instituciones, en lugar de ser concebidas, mejor o peor, como lo eran en los tiempos en que “la filosofía del Evangelio gobernaba los .Estados”, para refrenar la externa malicia de los hombres, se conciben actualmente para excitarla y exaltarla; en vez de remediar, lo que ellas puedan, las faltas y pecados de las sociedades, los multiplican y agravan sus consecuencias. Y esto es porque Satanás ha encontrado su acceso a ellas; porque se ha insinuado e incorporado en su espíritu ,y hasta en su letra; porque ha metido el Mal en la raíz, bajo las formas más variadas, presentándolo como el Bien, haciendo creer que lo es; decorando el Desorden con los colores del Orden y la Falsedad con las apariencias
üe la Verdad, de manera que nosotros asistímos al espectáculo absurdo y desolador de un mundo que exhala clamores de dolor y angustia, mezclando sus quejas con juramentos de fidelidad, actos de amor y ardientes invocaciones a las mismás causas de sus males. Pero estas induciones, por verosímiles y satisfactorias que sean, ganarán si se confrontan con la realidad. Tomemos, pues, algunos ejemplos de la historia de las naciones contemporáneas. En primer lugar, pienso naturalmente en Alemania. La doctrina nacional-socialista debía, fatalmente, satanizar, si usted me permite el neologismo, a todo el pueblo, porque era diabólica en su inspiración y en su raíz. Diabólica, digo bien, porque su base esencial es el pecado de orgullo, que es manantial de todos los vicios y que tiene siempre de protagonista al Angel rebelde. El orgullo, del que él se sirve para halagar a sus adeptos, prometiéndoles llegar a ser los dueños del mundo. Que el nazismo contenga elementos útiles, buenos, y hasta excelentes, es posible, es cierto, y es, además, conforme con la estrategia demoníaca; pero todos están pervertidos por el foco de corrupción íntima, por la absurda y criminal deificación de una pretendida raza, es decir, de cierto número de hombres engreídos con jactancia infernal, '.¡que pretenden que nadie sea semejante a ellos, y hacen esto por satanismo, pues violan el segundo mandamiento de la Ley “que es semejante al primero”, y se colocan así, deliberadamente, bajo la bandera del Gran rebelde. Para traducir la idea en lenguaje vulgar, que será comprendido con más facilidad, se ingenian, precisamente en su infatuación delirante, para hacer a los otros lo que no quisieran que les hicieran a ellos. En una de las aportaciones más sugestivas a la colección de los "Etudes Carmélitaines”, el monje benedictino don Aloys Mager, decano de la Facultad de Teología de Salzbur- go, descubre muy claramente la presencia y la influencia diabólicas en ei Nacional-Socialismo. “La doctrina alemana, dice, procede directamente, en sus fuerzas motrices, de la triple consecuencia del pecado original, y su ideal fué el de realizar positivamente los apetitos de las tres concupiscencias: la de los ojos, la de la carne y la del orgullo de la vida considerada como el valor más alto y más incomparable”. Es, también profundamente, mentirosa y mortífera, dos señales indudables de la acción de Satanás. Se hacía, pues, con deliberación, instrumento de los designios diabólicos, y se ve en lo más vivo de su obra la inteligencia demoníaca. Desde entonces Queda juzgado el nazismo. Y que no vengan, repito, objetándonos con el hecho de que ha proporcionado, incontestablemente, algún bien superficial; que ha dado ,por resultado, para los alemanes, realizaciones sociales bien ideadas y bienhechoras, como la de favorecer, por ejemplo, la rehabilitación de hombres que en otro tiempo estaban considerados como el desecho* de los parias de la sociedad. Estas mejoras no eran imás que progresos efímeros, si no apariencias vanas, y tendrían que pagarse con una recaída más profunda y grave, como en las antiguas leyendas germánicas en las que el oro de Satanás se cambia en hojas secas. Pero por una especie de sortilegio muy revelador, en esta mezcla íntima del bien y del mal, en que el bien sale del mal o ei mal es la condición del bien, las ilusiones seguidas de un principio de éxito caen, finalmente, en un total hundimiento. Resulta difícil el no distinguir la guerra diabólica en esta extraña mezcolanza. Y esta infestación general, este delirio salido del orgullo, va acompañado de otros de- 1 lirios individuales, que, según los casos, pueden representar el papel de efectos o el de causas. No es imposible, en absoluto, que Adolfo Hitler haya sido un poseso, en el sentido propio de la palabra. Sus furores convulsivos, su potencia imprecatoria, su ascendiente inexplicable y el magnetismo que emanaba de él, su recurso a las ciencias ocultas y su desprecio completo por los hombres y por las virtudes humanas, autorizan a pensarlo. Hay un pasaje de Goethe que se adapta tan curiosamente a su caso, que se creería escrito para él. El gran poeta, al que la cualidad de ser alemán, hacía, sin duda, más clarividente en lo que concierne a la psicología germánica, había visto bien que la naturaleza humana contiene siempre un elemento primitivo y diabólico que se puede creer particularmente desarrollado en los pueblos del otro lado deL Rhin, y escribía así: “Este carácter demoníaco toma su aspecto más aterrador cuando domina en un hombre a todos los demás. No son siempre hombres superiores por su inteligencia o sus talentos, y pocas veces resultan recomendables por la bondad de su corazón; pero emana de ellos una fuerza poco común, y ejercen un poder increíble sobre los demás seres y hasta sobre los elementos» y, ¿quién puede decir hasta dónde se extenderá tal influencia? Todas las fuerzas reunidas de la moral no pueden nada contra ellos, y en vano la parte más lúcida de la humanidad procura hacerlos sospechosos acusándolos de engañar o de estar engañados; la masa es atraída por ellos”. -Y los sigue ciegamente hasta que hayan cumplido su terrible destino. Dom Aloys Mager, por citarle otra vez, estima que no hay definición de Hitler más precisa, adecuada y expresiva qeu la de médium de Satanás. Cita las palabras del General Jodl en el proceso de Nuremberg: “Era un gran hombre, pero un hombre infernal”. El perspicaz religioso estaba tan convencido de que el Führer era un verdadero poseso, que no dejaba de pronunciar las palabras del exorcismo desde su ventana, que se abría sobre el Obersalzberg. La misma inducción puede hacerse, legítimamente, respecto a numerosos subordinados de Hitler. Hay derecho a pensar que las instituciones satánicas han “satanizado” a los hombres directamente o desarrollado los gérmenes malos que estaban en ellos. ¿No se impone esta idea, en particular, a propósito de esos que aceptaron y hasta solicitaron la abominable misión de dirigir los campos de tortura? Sólo una inhabitación diabólica personal puede explicar su inhumana crueldad.
Y, al contrario, continuando con la aplicación de los principios de usted, yo sería mucho menos afirmativo y mucho menos severo en lo que concierne al fascismo y a Mus- solini... —Y tendría usted razón, interrumpió el Sr. Multi, recogiendo con presteza la palabra que le parecía, visiblemente escandalizado, que yo tardaba mucho en pronunciar. Muy lejos de ;mí la idea (de absolver al Duce de toda falta, y hasta de todo crimen; pero, al menos, hay que reconocer imparcialmente que, antes de llegar a ser el mono de Hitler, Mussoíini había dado pruebas, largo tiempo, de buen sentido, de clarividencia y de sacrificio' por el bien público, y edificó una doctrina que, exagerada en algunos aspectos, no tenía, sin embargo, nada de específicamente malo, desde el principio. Había /Intentado, cosa, en sí muy excelente, renovar la autoridad, devolviéndola la conciencia y preocupación de sus deberes, restableciéndola en el respeto de todos, que tenía comprometido por su prolongada negligencia. Y, si intentaba galvanizar la arrogancia italiana con el recuerdo de sus gloriosas tradiciones; si él mismo recurría, aunque sin caer demasiado personalmente en semejante ridículo, al instinto ítalianísimo de ostentación y de teatro, no invocaba una pretendida supereminencia de la raza, sino que, por el contrario, se esforzaba de manera meritoria en exaltar por encima de él mismo a un pueblo que juzgaba--el Diario del Conde Ciano da fe de ellc^-natu- ralmente egoísta, cobarde y perezoso. Hay que admirar, con imparcialidad, que tuvo un éxito bastante brillante; pero después exageró Las directrices y los resultadas hasta la más baja y, a veces, la más criminal caricatura, contaminado, sin duda, por el satanismo hitleriano. Mas no podría decirse sin injusticia, que sus axiomas fundamentales eran erróneos y absurdos, y que se podría discernir en ellos, de golpe, una influencia demoníaca, como en su émulo y competidor. No sería admisible análoga indulgencia en el caso de la U. R. S. S. Aquí resalta hasta la evidencia la empresa del Príncipe de las Tinieblas en la doctrina política y en las instituciones. El Papado, tan reservado y prudente de ordinario en semejante asunta, ha creído deber pronunciarse explícitamente acerca de este punto, y la Encíclica Divini Ftedemptoris califica expresamente el comunismo ateo de azote satánico, y se dedica a establecer bien la exactiud de este término, subrayando el carácter de “falsa redención”, de “pseudo ideal”, de “falso misticismo”, que reviste el materialismo dialéctico e histórico predicado por los dueños del KremMn. Reconocemos bien ahí la táctica ordinaria del Ar- conte de este mundo que seduce las muchedumbres con falaces promesas de igualdad, justicia y felicidad terrestre, y corrompe y desnaturaliza a la vez el sentido de estas palabras para que reinen, bajo esa máscara, el favoritismo más desvergonzado, la iniquidad, la crueldad y la miseria. Y todavía más: como el paganismo romano en su época final, el ateísmo oficial soviético se dilata en una idolatría política irrisoria. A su lugarteniente en tierra rusa, Lucifer le hace repetir el grito de rebeldía de los ángeles: “¡Seré como Dios!”, Y hacia el mariscal Stalín se eleva una devota letanía de explícita adoración; un verdadero cuito se organiza en su honor, y se le prodiga el incienso que se niega al Criador. Los dogmas y las místicas eslavas se unen así en la apoteosis personal del Jefe; llegan a abolir la antigua distinción entre Dios y el César, y pretenden dar al César lo que incontestablemente debe pertenecer a Dios. En esta imitación sacrilega de la Iglesia, donde todos los valores se hallan invertidos, como en la negativa de una fotografía, un último trazo acaba la caricatura diabólica.
Satanás parece que quiere adoptar, para convertirla en acepción destructora, la prescripción dada por Cristo a sus apóstoles y discípulos: “Id y enseñad a todas las gentes”. Y en el seno del Estado soviético se ha desarrollado1 un extraño “espíritu misionero” al revés, con fines de propagación incesante del credo mar- xista y del evangelio ateo, por las quintas columnas organizadas en todos los países. Para quien, como nosotros, ve las cosas de lejos, esta capacidad de difusión, este entusiasmo infernal y este apostolado del mal y del error, son los que constituyen el rasgo más original y revelador de la introducción realizada en la comunidad eslava por el Espíritu deL Mal. Otro fenómeno ha hecho resaltar más la evidencia para nosotros, lo*s occidentales: es el contagio intenso desarrollado por la propagación de la fe bolchevique en uno de nuestros vecinos inmediatos, con las consecuencias trágicas que usted sabe. ¿Cómo explicar humanamente de modo satisfactorio, aun teniendo muy en cuenta la ceguera y pusilanimidad demasiado extendida entre los católicos contemporáneos, que España, tradicionaLmente tan fiel y tan imbuida de cristianismo, haya podido, en algunos meses, desviarse oficialmente de 'Sus creencias y volverse luego furiosamente contra ellas, desgarrándose a si misma para arrancarlas? Una intervención demoníaca en las instituciones públicas ha sido necesaria para llegar a esta obsesión, cada vez más frenética, que produjo espamos sociales que trasladaron al dominio colectivo los de la posesión individual: convulsiones parlamentarias que recuerdan, por la forma fonética del término y por los síntomas manifestados, el ‘ mal comicial”; crisis paroxísticas de demencia popular que expresa bien la rabia feroz de aquel joven miliciano, incendiario y asesino, que aullaba con los aplausos de una muchedumbre delirante: “¡Viva la gasolina! ¡Viva la dinamita! ¡Viva la muerte!” Añadamos esa embriaguez feroz de matanzas y de ruinas que, cuidadosamente atizada y dirigida por cuadros bolcheviques especializados, se ha desbordado como aterradora marea sobre todo el territorio español. “Revolución inhumana”, dice bien la Carta colectiva del Episcopado de España, “que no respeta los sentimientos de pudor ni las consideraciones más elementales”; Revolución bárbara que aniquila salvajemente la obra de una civilización secular; Revolución anticristiana, sobre todo, que se encarniza contra las iglesias, de las cuales veinte mil fueron destruidas o saqueadas enteramente; contra los sacerdotes, que se vieron perseguidos, acorralados, destrozados en la proporción de cuarenta a ochenta por ciento, según las diócesis atacadas; contra las religiosas, que fueron víctimas, en gran número, de los más innobles atentados; contra los seglares “reaccionarios”, de los cuales, sin atender a los Derechos del Hombre, más de trescientos mil par garon con la vida sus convicicones políticas y religiosas; contra las reliquias, objetos sagrados y matetriai de culto, que resultaron profanados o destruidos con sádico encarnizamiento. “Las .formas asumidas por la profanación, escriben los arzobispos y obispos españoles, han sido tan inverosímiles, que no pueden concebirse sin suponer una sugestión diabólica”. Subrayamos esta frase que expresa el juicio de testigos competentes y viene a corroborar luminosamente nuestras inducciones. El término corresponde a la idea con tal exactitud, que ha sido repetido por un espíritu tan laico y positivo* como Miguel de Unamuno, Rector de la Universidad de Salamanca. La ola demoníaca que rueda sobre el mundo es tan evidente para cualquier hombre honrado que quiera observar las cosas en vez de perderse en tranquilizadoras quimeras, que es descubierta por sociólogos muy extraños a nuestra cultura y nuestras creen- cias religiosas. El mahatma Gandhi escribía en 1920: “La última guerra ha demostrado el carácter satánico que domina a la Europa de hoy. Ya no es cristiana, ella adora a Mammón”. Pero no creía que el resto del mundo estuviera Libre del terrible contagia. La India, como los otros pueblos, le parecía atacada, y juzgaba gangrenada por el satanismo a toda la civilización contemporánea. Según la expresión hindúe, que corresponde curiosa-> mente a la fórmula latina y francesa, ella consituía, para él, “la edad negra”, la época de las tinieblas”, porque hace del bien material el fin único de la vida, y olvida o desprecia el bien del alma; haciendo a sus fieles vasallos del dinero los enloquece, ios incapacita para la vida interior y destruye la paz pública y la vitalidad de las razas. También veía él en esto una forma, una realización de Satanás. Es fácil comprobar la conclusión del célebre hombre de Estado hindúe por los juicios análogos emitidos por los espíritus más diversos ante el pavoroso espectáculo- que ofrece el mundo contemporáneo. Berdiaeff ha enseñado, con perspicacia, que al antiguo politeísmo le sustituye en nuestros días un “polidemanismo” cínico, en el que “los nuevos demonios de la civilización técnica, de la máquina..., del odio social, engendrados por el capitalismo, vienen a añadirse a las fuerzas oscuras de la raza, de la sangre, de la tierra, de la nacionalidad, del sexo” libertadas del subconsciente y surgen con acrecentada violencia (1). Antes de la primera guerra, escribe, por su parte, Reinold Schneider (2), “los mismos teólogos se preguntaban seriamente si había que creer en el Diablo... El mundo aparecía entonces tan luminoso! Desde entonces ha caído sobre él una espantosa oscuridad... Si queremos tomar en serio las experiencias de las últimas décadas, nos es preciso aceptar una imagen de la historia en que el Diablo tenga un Lugar”. No se podría explicar legítimamente el plan sutil e inmenso de confusión y de ruina del mundo civilizado, tal como podemos inferirlo de sus manifestaciones actuales, por una incitación colectiva, ciega e inteligente. Es más verdadera que nunca la terrible frase de Bernanos: “Alguien es el Mal”. He aquí una palabra que cae de mucho más alto: la del Papa Pío XII, que decía el 19 de febrero de 1949:
 
(1) Nicolás BERDIAEFF: Destín de VHomme, p. 118.
(a) VHomme devant le juge-nent de VHistoire.

 
“Nos estamos llenos de tristeza y de angustia al ver que la maldad de los hombres perversos ha alcanzado un grado de impiedad inconcebible y absolutamente desconocido en otros tiempos... Esto no sucede sin las maquinaciones de un enemigo infernal.” Y ai final del mismo año, el Episcopado portugués, uniendo el suyo al supremo testimonio del Soberano Pontífice, dedicaba una Carta colectiva especial a denunciar la extensión del “espíritu de Lucifer” en el mundo que se revela, sobre todo, por ese “culto antropolátrico” que establece el ateísmo, afirmando su voluntad de instalar al hombre sobre el trono de Dios. Como la hora es ya avanzada, me levanto, diciendo: —Sus observaciones, señor abate, han cautivado, de veras, mi atención, y tengo curiosidad y ansiedad por conocer su opinión sobre un asunto que es para nosotros más candente que cualquier otro. Ya adivinará usted que me refiero a Francia. —Los trabajos personales de usted acerca de este punto tan doloroso, le harán presumir ,1o que yo puedo' decirle, responde el señor Multi; pero, en efecto, no será inútil empezar esa cuestión por el aspecto más propiamente teológico, al cual usted naturalmente no puefle referirse, pues nuestra patria no es, por desgracia, ni la última ni la menos ardiente en la cruzada satánica ilustrada ya con tantos episodios lamentables; por lo mismo que conocemos mejor lo que pasa en nuestra casa, hasta puede suceder que sea en Francia donde podamos discernir más claramente el plan de Lucifer, del cual ella se ha hecho, con la Revolución, la ejecutora, la propagandista y, ¡ay!, casi podría decirse la misionera.