SATAN EN LA CIUDAD
MARCEL DE LA B'IGNE
VELADA PRIMERA
Si el Padre Multi fuera ciudadano de allende el Atlántico, por cierto que, con la manía americana del paroxismo, sería proclamado the greatest
theolo-rjifiu in the world*. Pues su erudición en materia religiosa es tan vasta como profunda, tan firme como sutil. En el Viejo Mundo nos pagamos menos de coruscantes superlativos, pero los espíritus competentes concuerdan en reconocer que su ciencia y su perspicacia sin par lo harían justamente merecedor de adornar su dedo con algún anillo de' amatista. Pero,
¡ay!, una promoción semejante requiere del candidato,
por lo general, una dosis de habilidad táctica, de diplomacia,
una flexibilidad de vocabulario y forzosamente
de' doctrina de que mi amigo carece por completo.
La intransigencia rigurosa de su carácter es poco
valorada en los altos círculos donde arraigan lentamente los más llamativos
ejemplares de los viveros del
episcopado. El 'está dispuesto, pues es sabio y bueno, a mostrarse conciliador
en los hechos, pero siempre permanece
inflexible en los principios. Según la
prescripción de San Pablo, habla y actúa sin preocuparse de combinaciones e
intrigas. Es el
* El teólogo más grande del mundo. (N. del T.)
cernís allatrans, cuyos
valerosos clamores amenazan turbar el perezoso y pingüe silencio de los canes
muti.
Hombre de Iglesia ante todo, cuidadoso ante todo de pensar con la Iglesia y de permanecer, a través de' las eventuales
fluctuaciones de una política religiosa más o menos oportuna, adherido a la
roca, sumiso
a las direcciones doctrinales y dogmáticas de Pedro para no arriesgarse a un
extravío, ha podido ser tachado de anacrónico por los espíritus que pre-fiere'n los colores
efímeros de la época, por las mentalidades inquietas perpetuamente al acecho de
novedades
y especialmente de nove'dades
"audaces", sospechosas y peligrosas. Nada más injusto. El P. Multi no es
novador ni pasatista.
No está adelantado ni retrasado, sino siempre rigurosamente contemporáneo de la
inmutable y vital ortodoxia. Otros lo juzgarán revoltoso
porque se obstina en oponer enérgicamente a los caprichos de1 la
moda que pasa
las verdades eternas y las lecciones de la experiencia que permane'cen, porque
no concede nada a las
seducciones irreflexivas de la época, por generalizadas que estén, y a veces no
se priva de sonreír ante el contagio de actitudes "modernas" y
de terminologías
que se creen "al día". Esta acusación no es más fundada que las
precedentes. La jerarquía legítima no conoce hijo más obediente y más respetuoso, y la ve'rdad
—aún en sus audacias e innovaciones necesarias— servidor más dócil. Algunos, por
último,
pese a su constante reserva gustan presentarlo como un exaltado porque se
atreve a sostener, sin concesiones al sentimiento común, que la prudencia es muy diferente de'
la pusilanimidad, que la verdad i-n ningún caso debe pactar con la
mentira y que el mejor medio para
conservar una ciudadela es defe'n-tli-rlu
con valentía porfiada y no abrir a los asaltantes ninguna poterna secreta ni hacer con ellos sabias tratativas que terminan en capitulaciones disimuladas. Concedamos que a este respecto desentona un poco —mas esto va en su elogio— en un mundo donde la tesis, sin
negarse abiertamente, gusta adherir subrepticiamente a las fórmulas
edulcoradas y ambiguas
de la hipótesis, cuando no revestirse —reserva hecha de alguna discreta
modificación y de' alguna tímida restricción mental— con las libreas del error. Pero
cualquiera que lo escuche sin prevención debe reconocer en él el
perfecto equilibrio de un espíritu tan sólido como matizado.
El hecho es que sus
colegas y sus mismos superiores no desdeñan consultar al
Padre Multi. No siempre, es cierto, para acomodarse a su parecer, sino porque'
experimentan una verdadera satisfacción intelectual en ver claro, gracias
a su ruda dialéctica, antes de hundirse de nuevo en una bruma propicia a las
conciliaciones, y experimentan una verdadera voluptuosidad en hacerse
indicar por él la ruta que debieran seguir, aun cuando ni siquiera piense'n hacerlo. De ese modo
disfrutan, con una superficialidad condimentada quizá con una pizca de
sadismo, el provecho
de soste'ner lo falso y el placer de tener razón.
Por mi parte, cuando me encuentro obstaculizado
por una cuestión difícil y obscura, recurro
inmediatamente
al P. Multi. Ya es un consuelo ver, en res-pue'sta a mi llamada, aparecer
su alta y robusta silueta que apenas comienza a curvarse y su rostro
escultural rodeado de una magnífica espesura de cabellos grises largos y
dóciles y que sus ojos escrutadores iluminan con una mirada profunda. Las pequeñas
originalidades, por lo demás de buena ley, que ha desarrollado en él una
habitual y estudiosa soledad, son para mí un atractivo más. ¡Qué felicidad! volver a encontrar un
hombre que no e'stá cortado sobre el modelo corriente, que no
se parece a todo el mundo! Y la conocida brusquedad de mi humor, mi
misantropía inveterada me hacen apreciar muy particularmente la franqueza sin
reserva y el pensamiento a la vez flexible y
preciso de mi sabio interlocutor, aunque acabe de' recibir
de él un desaire.
Es,
precisamente, lo que va a ocurrirme desde el comienzo de nue'stra conversación.
Es
verdad que la falta me corresponde. Acabo, 'en efecto, de abordar al teólogo con
una ligereza impropia de la circunstancia y que pare'ce indisponerlo
de entrada.
-—Figúrese,
padre —le digo— que, luego del primer contacto que los
Estudios Carmelitanos me han procurado con don Satanás, siento
e'l deseo de tener un más amplio e íntimo
conocimiento de él y me permito suponer que usted consentirá
en servirme de
introductor...
Mi interlocutor me arroja una
mirada torva y, con
una sonrisa glacial:
—Si
quiere usted irse al Diablo, no cuente conmigo para
conducirlo ni acompañarlo. Tiene todo el derecho de irse' solo y estoy
convencido de que no encontrará ninguna
dificultad en 'el camino. ¡Buen
viaje!
Muy
contrito, me disculpo y me esfuerzo por explicar la pureza de mis intenciones y justificar mi proye'cto.
—Bueno, bueno —dice el padre, atemperado—. Así
orientada, su curiosidad es muy legítima y hasta debo decirle
que bastante rara. Muy juiciosamente', un escritor
contemporáneo hace notar el hecho curioso de que los espíritus inquietos por
consideraciones teológicas y hasta los teólogos que hablan corrientemente
del plan de Dios sobre e'l mundo pa-
recen desinteresarse casi
del todo por el plan de Satanás
que' es, sin embargo, desde el punto de vista en que ellos
se colocan, estrictamente complementario del
primero. En la lógica de su posición, "la humanidad
aparece como situada entre dos estrategias adversas,
tan concertada una como la otra". Si se contempla
desde una altura y con amplitud suficiente la
historia del mundo, se hace evidente, desde el ángulo
religioso, que "Satanás persigue con notable constancia y con admirable
riqueza de medios un fin único, que es la derrota, el
fracaso del Eeino de Dios. Y el hombre no es más que
la apuesta pasiva de esta lucha titánica. De su asentimiento depende en
definitiva la victoria de Dios o de Satán. Y esa es, sin duda,
la perspectiva más vertiginosa que se puede abrir
ante la libertad humana1.
"
En cuanto a los que permanecen ajenos a este orden elevado de pensamientos, ellos también
tendrían gran necesidad de se'r puestos un poco al corriente
de los procedimientos y los artificios de la ingerencia
demoníaca entre los hombres; porque tienen demasiada tendencia a
reírse de eso o, por lo menos, a sonreírse. Un poco de
reflexión los llevaría quizás a comprender que harían
mejor en llorar, pues dicha ingerencia es siempre peligrosa, frecuentemente
funesta y a veces trágica. Subestimarla es gran locura o
torpe necedad. Y yo me pregunto qué capricho nos incita desde
hace tanta tiempo a hacer del Demonio una especie de bufón ridículo, siempre burlado
y vencido por aquellos a los que quiere convertir
en víctimas suyas o de representárnoslo más amenazador que perverso —pobre
diablo, en el fondo— en lugar de
ver en él al insaciable Verdugo, e'l
1 Paul Rostenne: Graham Greene, témoin
des temps tra-giques, p.
139.
Espíritu del Mal, el Leo rugiens de la
Escritura que no puede en ningún caso ser materia dé mofa y que se encarniza sin
cesar en nuestra perdición".
Y, como yo abro la boca para responder, me
hace imperiosamente seña de que me calle.
—En realidad
—prosigue—, en ese juego absurdo y fundado sobre una presunción y un orgullo
bastante bajos somos nosotros los malos negociantes y los que nos echamos en
las garras del Maligno hasta cuando eremos haberlo confundido. El Diablo no es tan fácil de
"engatusar". Es un gran personaje, un alto arcángel que, pese a su
caída, recuerda su esplendor antiguo y que no ha perdido del todo —muy lejos de eso— la
excelencia de su primera naturaleza. Este es un punto que Bossuet subraya
insistentemente1 en
sus dos sermones sobre los demonios. "La nobleza
de su ser es tal", escribe, "que los teólogos apenas pueden comprender de qué manera el pecado
pudo caber en una perfección tan eminente"'. Como la de todos los ángeles, su vida no es sino
"razón e inteligencia". Su
crimen y su caída han dejado "enteras en ellos su justicia y su santidad
y, por consecuencia, su
beatitud". A causa de su potencia Tertuliano los llama magistratus sa-eculi y San Pablo
ve e'n ellos esencialmente
"malicias espirituales", spiritua-lia nequüiae, lo que supone
a las claras que sus fuerzas
naturales no han sido alteradas sino que por una razón desesperada las convirtieron a todas en malicia.
" Así, cuando el Evangelio denomina
a Lucifer, Príncipe
de las Tinieblas o Arconte de este Mundo, eso no es una simple figura
literaria sino un título que corresponda a una verdadera y temible potencia. Una potencia
tan perniciosa por su perversidad como por su fuerza. Lucifer, cierto, no es
invencible y,
pese a la superioridad intrínseca de su esencia,puede ser derrotado
hasta por los hombres. Pero sólo con ayuda de Dios.
" La teología admite que Satanás no conoce el porvenir. Y por esta
ignorancia sé lo ridiculiza a veces para hacerlo aparecer engañado y befado. Pero
al porvenir
¿lo conocemos nosotros mejor? ¿Y podemos, por tanto, jactarnos,
engreírnos de manejar al Enemigo o de dominarlo? Y, por otra parte, ¿cuánto sobrepasan en
eficacia sus armas a las nuestras? Espíritu celeste, inteligencia lúcida, luminosa,
inmensa,
Satán penetra como jugando los secretos de la naturaleza que' a nosotros
nos cuesta tanto trabajo descifrar y, mientras en nuestra risible soberbia
creemos ponerle
trampas ingeniosas, es él quien nos hace caer en las suyas".
—Personalmente, estoy del todo
de acuerdo con su concepción
—respondí—. P'ero mi joven contrincante de ayer y muchos otros qué se
le parecen ¿no le reprocharán
a usted el dar vida a simples abstracciones y efectuar hipótesis para
comodidad de su discurso? Lucifer y los
millones de diablos sobre los qué reina no serían otra cosa sencillamente, según ellos, que la
personificación de nuestras malas tendencias y de nuestros vicios, y
no tendrían otra existencia propia y distinta, otra voluntad perversa y malhechora que la
que' nosotros les atribuimos y... Pero sin dejarme terminar mi tímida objeción, el P.
Multi la barrió con un índice vengador y retomó la palabra.
—Su
joven contrincante y los que se le parecen —corta con su rigor
acostumbrado—, son ignorantes e imbéciles.
Y, como yo tengo un
sobresalto instintivo: —Sí, digo bien: ignorantes e imbéciles.
Porque, en su
falaz apetito de positivismo y objetividad —como dicen— no advierten que
impugnan vanamente
certidumbres establecidas, rompen
inconcientemente con crencias universales y multiseculares —¡ que ellos mismos a veces profesan en teoría!— y hacen infinitamente más difícil,
si no imposible, explicar la 'extensión gigantesca del mal en e'l
mundo. Y todo eso lisonjeándose de hacerla
más clara y más accesible.
" Para empezar, si su contrincante es católico, o simplemente cristiano, no puede elegir.
La Revelación no nos presenta a Lucifer como
una hipótesis discutible, sino como
una terrible realidad. Ya sea que él se rebele contra Dios, que arrastre a nuestros primeros podres a la
desobediencia y al mal, que atormente a Job o hasta reciba la autorización de tentar al Salvador, el escritor inspirado nos lo muestra siempre"
como un ser bien definido, dotado de
facultades sobreeminentes, desviadas adrede por él hacia e'l mal y encarnizado en dañar a los humanos. Nosotros no podemos optar por afirmarlo o negarlo. Las cosas
son como son. Hay que aceptarlas o renunciar a la fe. En la Epístola a los efesios, donde
muestra a Satán y a las potencias
infernales obrando en la persona de
los hijos de iniquidad, San Pablo llega a prevenir a los fieles de que en esta vida hay que luchar menos contra la carne y la sangre que
"contra... los dominadores de
este mundo tenebroso, contra los malignos
de' los aires.
" Agregaré, además, que en estas
afirmaciones nada
es chocante ni irrazonable. Precisándolas bien, están de acuerdo con las tendencias
inmemoriales del género
humano. En todas las épocas, se ha creído en la existencia de poderes
malignos extendidos por el mundo. Y ciertos pueblos hasta han imaginado una
especie de dios del mal, antagonista del Dios del bien y empeñado contra
él en una lucha con fuerzas más o menos equilibradas. Tal es, por ejemplo, la
idea central
del mazdeísmo. Los judíos han reconocido en todo
tiempo la acción
de agentes intermediarios malhechore's, más potentes que el hombre pero
inferiores a Dios, que llaman schedim. La Biblia llama expresamente a Satán
enemigo del género humano, al cual el Señor permite a veces que pruebe a sus
mejores servidores.
Y el Nuevo Testamento, como la doctrina de la Iglesia, están —ya se lo he
dicho— de' total acuerdo
con esa tradición. P'or otra parte, las manifestaciones personales del
Demonio no son tan raras y usted recuerda quizá que hubo, entre el siglo Xin y el xvin —en el xvi
fue un paroxismo— una verdadera epidemia de acción demoníaca, de la que la famosa Demonomanía de Je'an Bodin
es uno de los ecos más curiosos".
No soy profesor de
nada y casi no me agrada escuchar cursos de
otros. .. El instante me pareció oportuno para detener la descarga de erudición que parecía preparar el
P. Multi. Así, con un aire inocente, probé escamotear dos o tres siglos y apelé:
—Desgraciadamente —o felizmente, quizás— esta acción se hace
cada vez más rara en nuestros días. No le enseñaré nada, por cierto, con verificar
que los
fenómenos considerados en otra época propiamente' demoníacos han
desaparecido casi del todo en las naciones civilizadas, en particular en la
nuestra,
e imagino. . .
Nervioso, el Padre me quita la palabra: —No imagine nada. En un asunto así la imaginación es extremadamente dañina y engañosa. Dígame, más bien, suscintamente, lo que usted concluye de un hecho que, por lo menos en un aspecto, yo reconozco como materialmente exacto.
—Mi conclusión es que muchas de las
pretendidas manifestaciones diabólicas, si
no la totalidad, han sido
clasificadas como tale's sólo por efecto de una ignorancia que los progresos de la ciencia, especialmente la medicina nerviosa, disipan un poco más todos los días y
terminarán por eliminar. La evolución pare'ce, en este sentido, evidente.
—De una evidencia cegadora, de una evidencia que salta a la
vista —gruñe el P. Multi con un tono irritado—. Sí, en verdad, que salta a la
vista, pue's suprime
la visión clara e imparcial de las cosas hasta en los observadores que se
esfuerzan por ser concienzudos. Como usted e's generalmente de esos, le planteo la cuestión
con una franqueza que le parecerá tajante y brutal, de la que me excuso, si
es necesario
: ¿ finge usted simpleza con la idea de correrme o bien, más sutilmente?, asume
el papel de abogado del Diablo?
Un poco achicado,
respondo con cierta amargura:
Mi interlocutor se
calma:
—En ese caso, se merecen una explicación —prosigue suavemente'—.
Asimismo es posible que pequen sobre todo por ignorancia. Pero en ese caso hay que retomar previamente
algunos datos elementales del 'problema. Es necesario que los ponga en orden. ¿Quiere que
reanudemos mañana esta conversación?