DOCTRINA POSITIVA:
TEMA X
Las Fuerzas Armadas de la Nación.
Su misión específica: la defensa de los valores esenciales y
permanentes; esto es, de lo que en los Reglamentos Militares se denominan
Supremos Intereses de la Nación.
Las Fuerzas Armadas de
la Nación son indivisibles de la existencia misma de la Patria, cuya unidad e
integridad de ser, soberanía política y destino histórico, están bajo su
custodia y responsabilidad. En el Occidente Cristiano, las Armas han medido
tanto el espacio como la duración de cada una de las empresas de destino que
son las naciones, individualidades históricas que concretan y realizan
objetivamente las esencias y valores universales de la Civilización. "Lo
temporal es esencialmente militar... El soldado mide la cantidad de tierra
donde un pueblo no muere. Es el soldado romano que ha medido la tierra para las
dos únicas grandes herencias del hombre: la filosofía y la Fe; la sabiduría y
la Fe; el mundo antiguo y el mundo cristiano. Todo ha tenido necesidad de
revestirse del manto romano; y también del manto militar. El soldado romano ha
hecho la cuna de Dios.. . Ha sido necesario que el Imperio hiciera el mundo y
la cuna temporal de la Cristiandad" 108 Charles Péguy.. Todo el honor militar
está ahí; y es lo primero que debe aprender el joven argentino que abraza la
carrera de las Armas. Y debe aprenderlo de tal modo que ninguna vicisitud de su
carrera, ni siquiera la más adversa, ni siquiera la más injusta pueda apartarlo
jamás de ese sentido del honor que surge de la conciencia lúcida de lo que
sirve, de lo que debe servir a muerte: "¡Dichosos los que han muerto por
la tierra carnal!" Porque en el campo de batalla se derrama la sangre
inocente, como en el Calvario de Nuestro Señor Jesucristo. Dar la vida por la
Patria es un acto supremo de amor al prójimo, a los que más nos necesitan; la
más cumplida imitación del Sacrificio de la Cruz, en la que Dios hecho hombre
se dio a Sí mismo por amor a los hombres, los que más lo necesitan. Cristo no
vino a ser servido, sino a servir. El soldado está entero en el acto de
servicio y su personalidad militar surge, crece y se perfila con nitidez
soberana, en la medida a la renuncia a su ser y a su haber individuales, de la
abnegación del propio yo. El don de sí mismo hasta el grado heroico, hasta el
límite de las fuerzas, hasta caer y morir en la misión o en el puesto que le ha
sido confiado en la batalla, así sea el más modesto y oscuro, se manifiesta en
la personalidad del soldado en toda su grandeza humana y en el señorío pleno de
su libertad. No se olvide que para Dios, que todo lo ve y lo mide en la eternidad,
no hay héroe anónimo. La gloria militar es la suprema justificación humana de
un verdadero pueblo, el derecho de una Nación a la existencia soberana. Por
esto es que una guerra justa está en el origen de la libertad política y de la
responsabilidad de una empresa de destino en la Historia Universal. La paz es
buena; pero las Armas de la Patria deben estar siempre dispuestas para renovar
la gloria de sus egregios orígenes, en la prueba de la guerra. La capacidad de
heroísmo se mide tanto en la derrota como en la victoria. Lo que importa es que
las generaciones futuras puedan sentirse orgullosas del valor de sus guerreros,
suprema afirmación de ser, incluso en la adversidad, porque convierte al mal en
bien, "que no está en la monta de lo que se sufre, sino en el denuedo con
que se sufre" 109 Séneca. .
La espada que se desenvaina con honor se conserva inmaculada cuando hiere y
mata, porque hace del sufrimiento y de la muerte servidores de la Justicia. No
es verdad que las Armas destruyen simplemente. Por el contrario, aseguran y
preservan, con sangre inocente que se derrama inocentemente, una tierra
bendecida por Dios, de orden y de paz, de estabilidad y previsión para el
trabajo útil, de intimidad para el hogar, de ocio para la contemplación, la
celebración y la plegaria. Claro está que se trata de las Armas que empuñan los
verdaderos soldados, los que aman su honor de caballeros cristianos y se saben
libres de rodillas ante Cristo Rey, comprometiendo su fidelidad a la Santísima
Virgen María, Generala de los Ejércitos de la Patria, como la proclamaron para
siempre Belgrano y San Martín. La gran herencia de la Fe cristiana y de la
filosofía griega, cuya expresión temporal e institucional son las dos Romas,
define e identifica a nuestra Patria, nacida de la madre España; romana por la
Iglesia de Cristo y romana por la noble lengua castellana, ecuménica e imperial
porque sabe decir al universo entero en toda su riqueza de platónicas esencias;
v porque todo lo nombra en el Nombre de Dios, el Verbo que nos ha creado y nos
ha redimido. Conocer, amar y servir a la Patria es cumplir la ley de Dios que
nos manda amar al prójimo; y nada nos es tan próximo como la Patria después de
Dios, ni nadie necesita tanto de nosotros. El honor de servirla, el honor de
morir por ella es, ante todo, el honor del soldado, 6U misma razón de ser y de
existir, su misión y su gloria. Son las Armas que elevan y sostienen a la
Patria en soberanía, la responsabilidad de un hombre y de un destino histórico
que se cumple en un territorio estable y a través de una continuidad solidaria
de generaciones unidas por la Fe de Cristo, una lengua y costumbres, recuerdos
y esperanzas comunes. El hombre de armas y su estilo militar son la más acabada
expresión de esa forma de vida, del arquetipo humano que distingue a las
Naciones de origen hispánico: el caballero cristiano, el hidalgo que reclama
para sí y para todos los hombres un trato de honor.
Hijo de algo: heredero
de los que hicieron bien, vive para hacer el bien y para bien morir con la
ayuda de Dios. Y ésta es la verdadera libertad del que puede hacer lo que
quiere porque ama: "¡Ama y haz lo que quieras!", dice San Agustín,
porque el que ama de veras sólo quiere el bien del amado. El hombre libre,
señor de sus actos y de sus obras, es servidor de Dios y de su prójimo; su
Patria, los suyos, sus amigos. La raíz de sus derechos individuales es la
obediencia lúcida a Dios, a la Verdad y a la autoridad que cuida del Bien
Común. La igualdad verdadera que proclama el hidalgo es la que se cumple en la
justa proporción, cuando cada uno ocupa el lugar que le corresponde en la
jerarquía social y política, según su capacidad, su mérito y su
responsabilidad; sin que a nadie le esté vedado, en principio, alcanzar las más
altas magistraturas y dignidades. Y la verdadera fraternidad es "la
justicia que abunda más que la de los Escribas y Fariseos", la Caridad de
Dios que hace preferir el Bien Común al propio bien y que nos mueve a llevar la
carga de los demás cuando hace falta, así como Cristo llevó el peso de nuestros
pecados y pagó el precio del rescate con su Sangre inocente. Servicio,
Jerarquía y Caridad, constituyen la divisa del hidalgo, del hombre verdadero
unido en Cristo al verdadero Dios. Libertad, Igualdad, Fraternidad, tal como se
declama y se usa desde 1789, constituyen la divisa del hombre egoísta dividido
de Dios y del prójimo, cuya libertad es la negación de toda autoridad divina y
humana: avaro de sí mismo hasta la náusea, sólo quiere seguridad para
"beber tranquilo su taza de té y que se hunda el mundo". No reconoce
más obligaciones que las expresamente convenidas: contrato para todo lo que
tenga que ver con los demás, desde el Contrato Social hasta el más
insignificante convenio de trabajo. Burgués y proletario, pretende ser todo y
termina dialécticamente no siendo nada en la servidumbre irremediable del Poder
Financiero o del Poder Comunista, las dos caras de la misma moneda falsa. El
burgués Benjamín Franklin recuerda que el tiempo es dinero. Y el agitador del
proletariado Federico Engels descubre el secreto marxista de la Historia:
"el alma no se reforma por la Religión sino por el trabajo. Nada de
héroes, sino masas. El trabajador crea el hombre". El reino totalitario
del dinero y el reino totalitario del trabajo son las formas abyectas de la esclavitud,
surgidas del liberalismo anticristiano y antioccidental que proclama la
libertad humana antes que la Verdad de Dios, subversión materialista y atea que
es la fuente de todas las otras subversiones. El reino libre de la Cristiandad
Occidental reconoce la primacía de la contemplación y de la plegaria sobre el
trabajo y el dinero, porque son actividades intelectuales que están referidas a
la eternidad y a lo eterno del hombre. El trabajo y el dinero se refieren, en
cambio, a lo material y transitorio de esta vida temporal. Todo cuerpo social o
político es una unidad de orden entre personas, en funciones de servicio,
estructurada jerárquicamente y en conformidad con la justicia, o mejor, con la
Caridad. El cuerpo militar es de carácter político. Su servicio es la defensa
de lo esencial y permanente de la Patria o "los supremos intereses de' la
Nación", como dicen los reglamentos. Su estructura es una estricta
jerarquía de cuadros y de grados, en conformidad con la justicia del mérito y
de la entera donación de sí mismo al bien del servicio y del cuerpo. Esta
firmeza inconmovible en la unidad del orden y del fin se forja en la disciplina
de su subordinación y del valor. La subordinación es "la integración en el
mismo orden de todos, los que han de obedecer y los que tienen que mandar la
disposición espiritual de quienes se someten a un orden, cuantos integran un
ejército, desde el jefe supremo hasta el último soldado. La ordenación a que se
ajusta el estado militar cuenta para asegurar la subordinación con el mecanismo
de la jerarquía. La disciplina es el medio de hacer jugar este mecanismo al
poner en tensión el resorte de la obediencia... la obediencia del inferior en
grado al superior es el principio esencial de la subordinación... En la milicia
ha de ser oficial quién sepa siempre dónde está el deber y quién esté
capacitado para señalarlo... la injusticia es una evasión del orden, de la
ordenación: es una insubordinación, porque la subordinación obliga por igual a
todos, al superior como al inferior, al que manda como al que obedece... impone
no sólo el deber de obediencia sino también el respeto y la honra a los
superiores" no. Todos los que están en filas se subordinan al orden que
sirven, cada uno en su puesto. Jefe es aquel cuyo servicio propio es mandar y
conducir a sus subordinados. Y los que obedecen y son conducidos lo hacen con
la espontaneidad y el gozo de un acto voluntario, con la confiada entrega de
los que se saben bien mandados; porque es lúcida y libre la obediencia al
superior que lo es de verdad, como la del superior de todos a Dios, el Caudillo
Supremo.
"Este ejército
que ves vago al hielo y al calor la República mejor y más política es del
mundo, en que nadie espera que ser preferido pueda por la nobleza que hereda
sino por la que él adquiera. Porque aquí la sangre excede el lugar que uno se
hace y sin mirar cómo nace se mira cómo procede. Aquí, la más principal hazaña
es obedecer".
110 Jorge Vigón, HAY UN ESTILO
MILITAR DE VIDA. 111 Calderón de la Barca.
Escuela de
subordinación y de valor es la milicia. El valor o fortaleza es la virtud moral
que distingue y prestigia al soldado. La fortaleza comprende dos actos:
soportar y atacar, resistir y acometer. Y es en la Ordenanza del Requeté, donde
mejor se expresa esa doble disposición del ánimo que comprende el hábito de la
fortaleza, la virtud del valor militar: "Sufre en silencio; el frío, el
calor, el hambre, la sed, las enfermedades, las penas y las fatigas. Haz de la
paciencia el fondo de tus sufrimientos y del valor el desahogo de tu
paciencia". La educación ético política del militar lo prepara para morir
y llevar a otros hombres a la muerte, en defensa de lo que hace a la esencia y
al fin de la Patria: su unidad y su integridad de ser, su soberanía y su honor,
el resplandor de la divina Luz sobre la tierra. No es razonable, ni justo, ni
entendible siquiera, que se nombre a los militares argentinos como
"soldados de la Constitución y de las leyes", cuando la Constitución
y las leyes vigentes no son nada más que decretos de circunstancias revocables
por el voto de las mayorías accidentales. Tiene sentido prepararse para sufrir
y morir, para llevar al sufrimiento y a la muerte a sus soldados, por Dios y
por la Patria, por la Palabra que no pasará nunca, por una esencia fija e
inmutable, por la cifra de eternidad que hay en una persona o en una Ciudad.
Pero carece de sentido hacerlo por algo accidental y mudable o por lo que es
vanagloriaren la persona y en la Ciudad. Los lineamientos clásicos de la
educación ética del guerrero son los que trazó Platón: "Es preciso escoger
a los que van a ser guerreros con toda precaución y prepararlos por medio de la
filosofía (hoy correspondería decir la sabiduría divina y humana) y de la
gimnasia... nuestro propósito es que ellos adquieran un tinte indeleble de la
Justicia que funda la República... y que su alma bien educada se eleve a un
juicio de tal modo firme sobre las cosas que deben respetarse (y las que deben
repudiarse), que nada pueda borrarlos jamás; ni el placer, que en estos casos
produce mayores efectos que la cal y los lavados, ni el dolor, ni el temor, ni
los deseos, que son los disolventes más activos. Es a esta potencia y a esta
conservación del juicio, verdadero y justo, sobre las cosas que deben
respetarse (y las que deben repudiarse) ... a lo que llamo valor y coloco en
primer término" 112 LA REPÚBLICA, Libro IV. La educación ética
del militar argentino es eminentemente política, porque los que se preparan
para sufrir y morir por la Patria deben saber qué cosa es la Patria, la esencia
y el fin, lo que la hace fuerte y lo que la debilita, lo que la confirma en su ser
y lo que la niega. Deben saber el verdadero sentido y el valor del sistema
institucional vigente; en qué medida es conforme o contradice al ser nacional.
Y deben saber por último que la Fuerza Militar es parte constitutiva e
indivisible del Poder Político y del Estado: la fuerza que funda y sostiene la
soberanía, el orden y la paz. Pero no es una fuerza ciega y muda; no es un
instrumento pasivo de la autoridad civil, sea cual fuere su conducta en orden a
los supuestos intereses de la Nación; tampoco le debe sumisión incondicional al
sistema político adoptado en un momento dado, sobre todo si se trata de una ley
de circunstancias, como es el caso de la Constitución Nacional de 1853. Es, por
el contrario, la reserva política obligada en el caso de crisis grave de la
autoridad legal o de probada inoperancia del sistema, frente a una amenaza que
compromete la existencia misma de la Patria, por ejemplo, la Guerra
Revolucionaria desencadenada por el Comunismo. El militar no pertenece a una de
las profesiones liberales ni socialmente útiles, como el médico, el abogado o
el ingeniero civil. Su profesión es política, porque está referida vitalmente a
la Soberanía del Estado, tanto en la Guerra como en la Paz. Es errónea y
funesta una concepción puramente profesional del estado militar, lo mismo que
una concepción abstracta del deber o una orientación civilista que lo aparta de
la defensa de la Soberanía Nacional para someterlo a la Soberanía Popular; esto
es, al arbitrio del número.
"Es preciso
repetir que la oficialidad militar debe entender de política. Puede
desentenderse —y esto no sólo es lícito sino debido— de lo que la política
tiene de oficio. Lo que tiene de Ciencia ha de informar, en cambio, su vida
entera. Quizá sea posible conducir rectamente a los hombres ignorando algunos
misterios de las matemáticas o de la física; pero sin conocer los principios
que informan la política, difícilmente podrán guiar a la juventud que se le
encomienda. "Para abrir a todos el camino del deber, para hacer comprender
a unos y a otros cuáles son sus deberes actuales y futuros, el oficial necesita
una clarísima conciencia política" 113 Jorge Vigón, TEORÍA DEL MILITARISMO.
Cabe agregar que esa educación política debe extenderse al cuadro de
suboficiales, cuyo contacto con la tropa es directo y permanente, a fin de que
su ejemplaridad sea completa y pueda gravitar en todos los aspectos de la
conducción de la tropa; a la vez que le permite apreciar debidamente y en su
verdadera significación las decisiones de la superioridad en orden a la
política nacional. Se comprende la necesidad perentoria de iniciar en los
cuadros de jefes, oficiales, suboficiales y tropa, incluso el personal civil de
las FF.AA, el estudio de la Doctrina de Guerra Contrarrevolucionaria,
adecuándola a cada uno de los niveles. No hay otro modo de acción psicológica,
sobre todo en el dominio mental, para contrarrestar y superar la penetración
ideológica del Comunismo Marxista, del Liberalismo Masónico y de todos sus
compañeros de ruta en el odio a Cristo y al Orden Católico y Occidental. Nada
más urgente que el adoctrinamiento del militar argentino en la política de la
Verdad que debe conocer, amar y servir a muerte, para hacer de las tres Armas
un Cuerpo Místico, un verdadero Cuerpo Místico, unido, sobrenaturalmente en
Cristo, en la cohesión, la estabilidad, el ímpetu y la fuerza de Dios. Cada uno
de los miembros, en su nivel jerárquico, sentirá el orgullo de estar en filas,
todo entero al servicio de una gran misión, en aras de la cual podrá decir con
espíritu sanmartiniano: "mi vida es lo menos reservado que poseo".
Caballero cristiano y cruzado, elevará a Dios desde lo profundo de su corazón
la plegaria que Pío XII compuso expresamente para los militares argentinos: Que
el constante recuerdo de que militamos bajo las banderas de una Nación de
historial limpio y de íntegra tradición católica nos impulse continuamente a
una vida cada vez más intachable y a una adhesión cada vez más perfecta a la
Iglesia de Cristo y a sus salvadoras enseñanzas".