DOCTRINA NEGATIVA:
TEMA X
Concepción antimilitarista del Liberalismo Burgués y Proletario.
Crítica Marxista de las Fuerzas Armadas de la Nación como
instrumento pretoriano del Estado al servicio de la clase explotadora.
Sustitución revolucionaria de las fuerzas regulares por las milicias
populares.
Las Fuerzas Armadas de
la Nación son las únicas instituciones de servicio y jerarquía en el orden
humano —la Iglesia Católica es de orden divino— que todavía permanecen en pie,
a pesar del vertiginoso proceso de desintegración que vienen sufriendo en los
últimos años. Y por ser la "columna vertebral de la Patria" 114 Calvo
Sotelo, el armazón que la sostiene y la armadura que la defiende, su
resquebrajamiento es también el de la Patria. Nacida del Ejército patricio de
Saavedra; afirmada y consolidada en su soberanía política por el Ejército
libertador de San Martín y de Belgrano, el destino de la Patria es el de las
Armas: se salva o se pierde con ellas. La democracia liberal, burguesa o
proletaria, es tan radicalmente antimilitarista como anticlerical. Inspirada y
regulada por la Masonería en su etapa individualista, burguesa y plutocrática,
no puede menos que mantener una Fuerza Militar con un mero carácter técnico profesional
y como instrumento ciego y mudo, subordinada pasivamente a la autoridad civil
para garantizan el orden. Desde la escuela de cadetes y aspirantes se evita
cuidadosamente toda verdadera formación política de base teológica y
metafísica, en aras de procurarles una mentalidad civilista, es decir,
antimilitarista y en contradicción con su estado militar. "La Masonería
trabaja en la destrucción de todas las fuerzas nacionales; 115 Max Doumic,
EL SECRETO DE LA FRANCMASONERÍA. por esto es que el Ejército Nacional es
el objeto de su constante solicitud. Con sus habituales procedimientos
hipócritas la veremos en todas partes combatir al espíritu militar en nombre de
la humanidad; predicar la indisciplina y atacar la jerarquía de grados, en
nombre de los Derechos individuales y de la pretendida humillación que comporta
obedecer al jefe". Esta es la razón de esa falsa y falacísima antítesis
entre estado civil y estado militar, como si se tratara de libertad y
servidumbre. La doctrina jacobina postula como principio de la política y del
estado civil la libertad como poder de elegir, como libre arbitrio y facultad
de obrar o no, de servir o no servir. Pero la Patria real no se hace con la
potencia sino con el acto de libertad, no con el poder de elegir sino con la
libertad ejercida para el bien que es la libertad perfecta del que sirve. La
libertad ejercida para el mal —que es la efectiva servidumbre del que no sirve
el bien— incurre en falta y se hace pasible de pena. Estar fin filas, obedecer
el orden superior y cumplir el deber hasta el fin, es un acto lúcido y
voluntario de servicio, verdadera libertad. El ciudadano militar que integra
los cuadros permanentes o está movilizado asume la forma más elevada de estado
civil porque es la disposición para sufrir y morir en defensa de la Patria. La
libertad del lema jacobino —Libertad, Igualdad, Fraternidad— es el poder de
elegir que el hombre egoísta reivindica como derecho supremo de reservarse
enteramente para sí y para vivir a gusto. Subordinada la Política a la economía
burguesa, el Estado de Derecho no es más que un medio del hombre egoísta. Esto
nos explica la finalidad económica y utilitaria, brutalmente antimilitar y
antiheroica de la política oficial después de Caseros, formulada por Alberdi en
las BASES: "a la necesidad de gloria ha sucedido la necesidad de provecho
y de comodidad, y el heroísmo guerrero no es ya el órgano competente de las
necesidades prosaicas del comercio y de la industria, que constituyen la vida
actual de estos países... América... no está bien; está desierta, solitaria,
pobre. Pide población, prosperidad". (Cap. XIV). .. . Cada edad tiene su
honor peculiar... La victoria nos dará laureles; pero el laurel es planta
estéril para América. Vale más la espiga de la paz que es de oro, no en la
lengua del poeta, sino en la lengua del economista. "Ha pasado la época de
los héroes; entramos hoy en la edad del buen sentido. .. "Reducir en dos
horas una gran masa de hombres a su octava parte por la acción del cañón: he
ahí el heroísmo antiguo y pasado. "Por el contrario, multiplicar en pocos
días una población pequeña es el heroísmo del estadista moderno: la grandeza de
creación en lugar de la grandeza del exterminio". (Cap. XV). He aquí el
espíritu de la Constitución Nacional de 1853. En rigor, una progresiva
desorganización hasta el día de hoy, a pesar de la ingente riqueza de bienes
materiales acumulada sobre el empobrecimiento espiritual, político y social de
la Nación. Se comprende el sesgo utilitario y pequeñoburgués del nuevo Derecho,
de la nueva Economía y de la nueva Educación. Esto aparte de la falsificación
masónica de la Historia patria para sustituir el origen militar y heroico de la
Soberanía argentina por una revolución jacobina y popular presidida por
abogados demo liberales como Moreno, Castelli, Monteagudo y Rivadavia. Y para
confundir ante la posteridad el testimonio decisivo del héroe y libertador
general San Martín que abominó de las instituciones liberales, sostuvo la
necesidad de la Dictadura y sirvió hasta su muerte la política de Rosas en
defensa de la Soberanía Nacional. La verdad es que en los mismos institutos
militares argentinos no se lee ni se comenta la correspondencia política de San
Martín, a pesar de la veneración que se profesa oficialmente al héroe nacional.
Apenas treinta años después de promulgada la Constitución Nacional, un
verdadero educador argentino, esclarecido y valiente, el doctor José M.
Estrada, denunciaba, el 22 de marzo de 1883, la crisis del patriotismo y la
declinación moral de la Nación, a los jóvenes estudiantes del Colegio Nacional
de la Universidad de Buenos Aires: "Es un crimen y una insensatez haber
borrado la historia. Nosotros hemos borrado la historia. "¿No veis,
señores, que olvidamos el carácter nacional y la experiencia política,
subordinando la suerte de la Patria a las eventualidades del error dominante en
pueblos inquietos, sin analogía histórica, ni social ni política con la
República "Lamento el cosmopolitismo doctrinario que subordina la marcha
de la sociedad argentina a las influencias de la demagogia europea y a los
influjos del utilitarismo yanqui, en cuanto a los resortes morales que lo
gobiernan". Y en un artículo sobre Le Play y el Liberalismo, insiste:
"Jóvenes que formaréis mañana la clase dirigente de la Sociedad Argentina,
enferma bajo la influencia de varias depravadas tradiciones: el autoritarismo
del rey Carlos III, la omnipotencia plebeya de Robespierre y el utilitarismo
metódico del buen hombre Ricardo". A pesar de este clima funesto para el
desarrollo de las virtudes militares, la segunda campaña del Desierto, primero,
y luego el peligro inminente de una guerra con Chile, impusieron la necesidad
de una intensa preparación de las Fuerzas Armadas. Un hecho decisivo para
aumentar, extender y mantener en forma a los cuadros fue la sanción, a
comienzos del siglo, de la Ley de Servicio Militar Obligatorio. Esto ha
significado la movilización anual de la juventud argentina de veinte años para
aprender el honor de servir, sufrir y morir en la única escuela de patriotismo
que no pudieron anular ni el laicismo escolar, ni la Reforma Universitaria: el
Cuartel. Las desviaciones de los objetivos del servicio militar y el
relajamiento de la disciplina que se vienen acentuando desde hace tres lustros,
no empañan siquiera la gran obra educativa y de afirmación del ser nacional que
cumplen las Fuerzas Armadas. Por otra parte, los conductores del moderno
Ejército Argentino escogieron la mejor escuela ¡del mundo. El modelo prusiano
fue adoptado hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, en perfecta continuidad
con el espíritu castrense sanmartiniano de raíz hispánica, riguroso, severo y
exigente en extremo. Lamentablemente, las sucesivas intervenciones militares en
la política nacional a partir del año 1930, para contener el desastre de los
gobiernos civiles —sobre todo de los auténticamente democráticos y populares en
su origen— no se han hecho con sentido militar y para la regeneración política
de la Patria, sino para volver al pleno imperio de la Constitución y de las
leyes liberales; esto es un nuevo ensayo, siempre más anárquico, subversivo y ruinoso
que el anterior. Los militares argentinos de la escuela de Sarmiento, como los
sacerdotes católicos en el espíritu del Patronato, piensan exactamente como don
Marcelino Domingo, ministro de Instrucción Pública de la República Española:
"Nosotros no somos enemigos del Ejército ni de la Iglesia; pero queremos
al Ejército en sus cuarteles y a la Iglesia en sus templos". Es la
posición liberal burguesa del imperio totalitario del dinero, con su idea
neutralista, civilista y profesionalista de lo militar. Excluye .a las Fuerzas
Armadas de la Política; las hace aparecer y pretende usarlas como
"instrumento pretoriano de la clase dominante", es decir,
explotadora, en el lenguaje dialéctico de la crítica marxista. El Ejército en
los cuarteles y la Iglesia en los templos es el primer paso hacia la completa
liquidación de las dos insoportables jerarquías, las dos instituciones que
vinculan al hombre con sus orígenes e insisten en permanecer fijas e
inmutables, en medio del devenir de todas las otras instituciones y de la
relatividad de todos los valores, comenzando por la Verdad y la Justicia, sobre
los cuales se levanta la democracia de la libre opinión, de la Soberanía
Popular y del Sufragio Universal. El Estado democrático, burgués e
individualista se convierte necesariamente en el protector de los egoísmos
satisfechos contra los egoísmos insatisfechos, por medio de las fuerzas
militares, policiales y burocráticas. La concepción zoológica del hombre
—evolucionismo darwinista—, enseñada oficialmente como verdad científica,
demuestra la igualdad bestial de todos los hombres y la necesidad perentoria de
eliminar la última de las diferencias que engendran odio, antagonismo y
explotación: la diferencia entre propietarios y proletarios, entre ricos y
pobres, entre egoístas satisfechos y egoístas insatisfechos. Después del
MANIFIESTO DE LOS IGUALES de Babeuf, en plena Revolución Francesa, hay que
esperar hasta 1848 para que resuene en el mundo entero el llamado de Marx y
Engels,,la tremenda apelación al egoísmo resentido de las muchedumbres:
"¡Proletarios de todos los países, uníos'". Y las sucesivas
Internacionales Obreras —1864, 1889, 1919— promueven la irrupción de las masas
organizadas en el seno de las democracias inorgánicas para la conquista del
Poder, en forma evolutiva o revolucionaria; dulcemente por la vía pacífica del
sufragio o violentamente por la acción directa, e incluso por una combinación
de ambos medios. Así es como la democracia individualista y burguesa termina
dialécticamente en democracia socialista y proletaria. '"La República
democrática es el acceso más próximo a la dictadura del proletariado. Pues esta
República que no suprime ni mucho menos la dominación del capital ni,
consiguientemente, la opresión de las masas ni la lucha de clases, lleva inevitablemente
a un ensanchamiento, a un despliegue, a una patentización y a una agudización
tales de esta lucha que, tan pronto como surge la posibilidad de satisfacer los
intereses vitales de las masas oprimidas, esta posibilidad se realiza,
inevitable y exclusivamente, en la dictadura del proletariado, en la dirección
de estas masas por el proletariado" 116 Lenin, EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN..
En la concepción liberal, burguesa o proletaria, marxista o anarquista, el
Estado no es una necesidad natural del animal político, sino una convención o
artificio del animal egoísta. No ha existido siempre y se va a extinguir
finalmente en la futura sociedad comunista sin clases. Claro está que antes de
alcanzar esa meta, el proletariado va a necesitar todavía del Estado; pero de
un Estado que reemplaza a la máquina burocrático militar de la burguesía:
"por el proletariado organizado en clase dominante". La crítica
marxista hace del Estado en todas sus expresiones históricas "una
organización de la violencia para la represión de una clase cualquiera. ¿Qué
clase es la que el proletariado tiene que reprimir? Sólo es, naturalmente, la
clase explotadora, o sea, la burguesía. Merece especial atención la observación
extraordinariamente profunda de Marx, de que la destrucción de la máquina
burocrático militar del Estado es condición previa de toda Revolución
verdaderamente popular" 117 Lenin, EL ESTADO Y LA REVOLUCION. Lenin.
El proceso acelerado de descomposición que vienen sufriendo las Fuerzas Armadas
de la Nación en nuestro país, a través de falsos enfrentamientos provocados,
por ejemplo, entre azules y colorados —setiembre de 1962 y abril de 1963—,
significa un avance decisivo del Comunismo en su Guerra Revolucionaria:
"La más juiciosa estrategia, en la guerra es posponer las operaciones
hasta que la desintegración moral del enemigo haga posible y fácil asestar el
golpe mortal". Una vez conquistado el Poder Político, la Revolución
Comunista procede a la liquidación inmediata y total de lo que resta de los
antiguos cuadros profesionales para sustituirlos por el pueblo armado, según el
modelo de la Comuna de París, de los Soviets obreros, campesinos y soldados de
la Revolución Rusa, de los milicianos rojos de España o de Cuba. El asesinato
en frío y en masa de miles de oficiales polacos consumada en Katyn es un
testimonio pavoroso de lo que pueden esperar sus iguales en estas inestables
repúblicas centro y sudamericanas, si caen bajo el yugo comunista, incluso con
la colaboración de jefes, oficiales y suboficiales convertidos en milicianos
castristas. Apenas suprimida la jerarquía militar como la fuerza de la opresión
material, la Dictadura del Proletariado "se apresura a destruir también la
fuerza de opresión espiritual, el poder de los curas" 119 Lenin.
Claro está que el nuevo Estado totalitario del trabajo no podría sostenerse, ni
durar, ni llegar a ser fuerte e irradiar la Revolución, si no sale de la
anarquía y de la confusión de su etapa inicial; de las hordas milicianas en
primer término. Tiene la necesidad imperiosa de volver a la jerarquía de los
cuadros y de los grados, al espíritu de la subordinación, del cumplimiento
estricto del deber, de las prerrogativas del mando y de la disciplina rigurosa,
conforme al modelo clásico de las Armas. Es lo que ha ocurrido en la Unión
Soviética, la China Comunista, la República Socialista de Cuba y en todos los
Estados que están detrás de la Cortina de Hierro. La diferencia está en el
ideal del Servicio, en la Doctrina Política, porque los Fuerzas Armadas de la
Nación son instituciones esencialmente políticas. No es la doctrina política de
los soldados del Occidente Cristiano, lúcidos y abnegados servidores de la
Patria en Cristo; hidalgos que luchan por amor a Dios y el honor de la criatura
hecha a su imagen y semejanza. Tampoco es la doctrina de los aburguesados
soldados de la Democracia y de la Libertad que no sólo permiten el ingreso del
Caballo Troyano en el interior de la Ciudad, sino que lo custodian en las
urnas, en el gobierno, en la Universidad, en las finanzas, en el trabajo y
hasta en los cuarteles. Es, en cambio, la doctrina que postula el advenimiento
de un utópico paraíso terrenal y una "felicidad de potrero verde"
para una humanidad sin Dios, ni Patria, ni Familia, ni jerarquías naturales.
Una doctrina que en aras de esa quimera mantiene a millones de soldados en la
dinámica de la acción revolucionaria y en la defensa fanática de un sistema
político de terror, asesinato y despojo sin límites; que se adueña del hombre
entero comenzando por su alma, o lo extermina sin piedad. Contra esta doctrina
negativa, "intrínsecamente perversa" porque borra en el hombre la
imagen de Dios y lo configura según la bestia, no hay otra respuesta válida y
eficaz fuera de la doctrina positiva que afirma al hombre verdadero, unido en
Cristo al verdadero Dios. Tiene razón Mao Tse Tung cuando sostiene que no hay
actualmente más que dos clases de guerras, la Revolucionaria y la
Contrarrevolucionaria; la Guerra Revolucionaria se funda en una política
zoológica y la hacen los soldados de los "ídolos mudos" y del
imperialismo satánico. La Guerra Contrarrevolucionaria se funda en una política
teológica y la hacen los soldados de Cristo y de María.